El pasajero
El encuentro con aquel pasajero fue la primera vez que le fui infiel a mi marido pues ejerció un dominio sobre mi que sin oponerme me encontré en ese hotelucho que fué testigo de mi entrega total. (fotos)
EL PASAJERO.
Hacía cinco años que estaba casada. El único hombre en mi vida había sido mi marido. Estaba en un período de efervescencia hormonal, pero los celos de mi esposo solo me permitían fantasear con una aventura extra conyugal, sin que jamás me animase a comentarlo con él, mis amigas u otras personas. Mi timidez y la falta de carácter hacían que ocultase mis necesidades y apetencias sexuales propias de una mujer de 29 años desatendida por un marido agobiado por el trabajo, que celaba hasta de sus amigos y compañeros de oficina.
Soy maestra y para ayudar con los gastos de la casa vendía productos de belleza entre mis compañeras de colegio y sus amistades. Tenía clientas a las que visitaba los sábados por la mañana para entregarle los encargos y recoger el dinero de las compras en sus domicilios particulares.
Ese día me bañé y me vestí mirándome al espejo. Me sentí seductora como pocas veces. Mido 1.67 metros. De ojos claros y cabello castaño. Mi cuerpo es armonioso. Los pechos son grandes y la cola firme y generosa (95/65/95). Mi cintura estrecha y mis piernas torneadas hacen que me sienta deseada por hombres que se han acercado en mi vida y me lo han dicho o sugerido sin que jamás les prestase importancia ni le diese motivo de desconfianza a mi esposo. Siempre le tuve miedo a sus reacciones y le oculté aquello que lo pudiese enojar y me sometiese a su violencia que alguna vez ejerció sobre mi persona.
Me maquillé como mujer coqueta que soy y me perfumé con un "Gyvenchy" que es mi favorito. Una blusa escotada que dejaba ver el nacimiento de mis senos generosos, y una pollera entallada con un tajo al costado constituían mi atuendo. Mis piernas enfundadas en medias negras y zapatos altos realzaban mi figura. Me miré por última vez al espejo, me sentí espléndida, y emprendí el viaje hacia la zona de San Telmo contenta de entregar la mercadería a mi clienta.
Tomé el colectivo 60, y me senté en el último asiento del lado de la ventanilla y me enfrasqué leyendo una revista de actualidad. En la mitad del recorrido, presentí que alguien me miraba y al levantar la vista observé a un hombre buen mozo, de gran porte y muy bien vestido con un traje moderno. Era alto, rubio y de ojos claros. Portaba un portafolio en su mano izquierda mientras se sostenía del pasa-manos con su mano libre. Su mirada parecía clavada en mi persona. Su magnetismo era increíble. A pesar de mis esfuerzos para disimularlo no podía apartarlo de mi vista cada vez que elevaba la mirada. Se sentó en un asiento adelante del mío del lado de enfrente. Próximo a mi destino quedé como único pasajero de la fila y sin que lo imaginase, se levantó y se sentó a mi lado. Quedamos solos en el asiento del fondo del colectivo. Me pidió permiso para hacerlo con una voz especial que creí haber escuchado alguna vez. Tímidamente asentí con un movimiento de cabeza, lo que aprovechó para presentarse y manifestarme la impresión que le había causado mi belleza y la sugestiva sensualidad de mi mirada. Casi era un monólogo de su parte y así supe que era locutor y que llevaba en su portafolio un proyecto para un programa radial. Debido a mi cortedad de carácter, en respuesta para evitar continuar con la relación, le expresé en pocas palabras, que era casada y maestra. Pero Carlos, que así dijo llamarse, no se arredró, me dijo que él también era casado y no veía motivo para desechar una conversación. Como al descuido para tranquilizarme, colocó una mano sobre mi muslo derecho. Me ruboricé y en un susurro le supliqué que la sacase pues nos podían ver. Fue el único argumento que se me ocurrió en ese instante. Carlos por lo contrario, lo tomó como una aceptación implícita y llevó mi mano, levantando el portafolio que descansaba en su regazo, hacia su entrepierna pese a mi reticencia, comprobando la rigidez de su bulto a través del pantalón. No supe como reaccionar, y menos cuando deslizó su brazo por detrás de mis hombros y dejó caer su mano a través del escote acariciando mi seno izquierdo y palpando el pezón que se endureció como una roca.
Avergonzada y temiendo que nos viesen me acurruqué e inconscientemente abrí mis muslos acomodándome mejor. Carlos aprovechó la situación, introdujo su mano derecha por debajo de mi pollera y sus dedos palparon la tanga humedecida por los jugos que fluían de mi vagina.
Me incorporé incómoda por la situación y le expresé que me bajaba en la siguiente parada pues había llegado a mi destino. Carlos se ofreció a acompañarme y si bien en principio me negué finalmente ante su insistencia y dudando de lo que en realidad deseaba, acepté. Al abrirse la puerta trasera para descender observé la mirada del colectivero que nos sonrió. Había sido testigo de nuestro affaire y me sentí avergonzada al haber sido descubierta y bajé lo más rápido posible.
Caminamos juntos un par de cuadras hasta llegar al departamento de mi clienta. Le rogué antes de entrar que me dejase sola pues no quería que nadie sospechase absolutamente nada pues ella conocía a mi marido, así que lo despedí y le agradecí su compañía. Me besó y se fue. Creí que eso había sido todo y terminaba allí. Estaba alterada, confusa y porque no reconocerlo caliente por lo vivido.
Luego de entregarle los productos a mi clienta y departir por 15 minutos durante los cuales no dejé de pensar en Carlos, emprendí el regreso. Por un lado me felicitaba por no haber sucumbido a sus intenciones pero por otro se cruzaba por mi mente la fantasía de tener una aventura con un desconocido como algunas veces había imaginado sin que mi esposo se enterase.
Al doblar en la esquina ensimismada en mis pensamientos, me sorprendí, pero no tuve tiempo de reaccionar, estaba Carlos esperándome. Me tomó del brazo y me introdujo en el zaguán de una vieja casona. Echó su cuerpo contra el mío y elevó mi pierna izquierda apoyando su miembro descubierto contra mi pelvis. Sentí su miembro viril palpitando. Buscó levantar mi pollera y acariciar mi vulva. Estaba excitada, y le pedí por favor ir a otro sitio donde no pudiésemos ser sorprendidos. Accedió de inmediato y luego de recomponer nuestras ropas, me tomó del brazo y me condujo a un hotel alojamiento, sin siquiera consultarme. En el trayecto le dije que no me había depilado y jamás había tenido relaciones sexuales con excepción de mi marido quien me había iniciado en mi adolescencia. Me tranquilizó, asegurándome que no tenía porque sospechar ni enterarse, que éramos adultos y sabríamos como conducirnos. Nos detuvimos en una farmacia donde compró profilácticos y llegamos al hotel.
Era modesto pero el más cercano. Luego de cerrar la puerta, me ayudó a desvestirme. Me sacó la blusa y dejé caer la pollera. Desprendió el corpiño y admiró mis tetas firmes y los pezones oscuros endurecidos por la calentura. Se ocupó de besarlos y chuparlos con sabiduría. Mientras tanto yo le desabrochaba la camisa y los pantalones que cayeron al piso. Nos sentamos y se sacó los zapatos y las medias y cuando yo iba a hacer lo mismo me pidió por favor que me los dejase puestos pues verme con los zapatos de tacos altos lo excitaban sobremanera. Le pedí pasar al baño, y allí me miré al espejo. Estaba encendida por el rubor de mis mejillas. Palpé el vello y al abrir los labios que ocultaban mi vulva comprobé la humedad que lubricaba la vagina preparada para gozar de los placeres del sexo. Al salir Carlos me esperaba de pié desnudo, solo cubierto por un boxer azul que denotaba un enorme bulto que parecía querer escapar de su encierro.
Me reclinó de espaldas en un sillón angosto en desnivel ideado para varias posturas sexuales, y me quitó la tanga. Me abrió los muslos y comenzó con una mamada fenomenal apartando los labios de la vulva carmesí llena de jugos que sorbió con fruición. Me desesperé y agité mi pelvis al ritmo de sus caricias. Su lengua era una víbora reptando por los labios y el clítoris e introduciéndose en la vagina. Tuve mi primer orgasmo con una lengua como jamás me había sucedido. Yo que era retraída en mis expresiones de placer no me pude contener, "Que placer mi cielo, me voy, aaaaahhhhhh aaaaayyyy comeme la concha aaaahhhh comémela toda por dios aaaahhhh soy tuya". "Comela, comemela, comemela, por favor", "Que placer, mmmmeeee voyyyyy, Si aaaaaaahhhhhhaaaaahhhhhhhhhhhhhh".
Nunca había gozado así. Me temblaban las piernas cuando me incorporé. Lo abracé y él tomándome en sus brazos me depositó de espaldas en la cama. Al sacarse el boxer admiré su tremenda tranca. Era mucho más grande y gruesa que la de mi esposo. Temí no poder soportarla dentro de mi vagina. Instintivamente me incliné y tomé su verga que apenas cabía en mi boca y le practiqué una caricia con mis labios y mi lengua que desencadenó un jadeo y un gemido hasta que eyaculó. Me atragantó su semen irrumpiendo a borbotones en mi boca degustándolo con fruición. Carlos se derrumbó en la cama a mi lado y me abrazó entre expresiones de placer y lujuria, excitándome con sus besos y caricias que retribuí de la misma manera. Volvimos a ponernos en trance y sus manos y sus dedos se ocuparon de mis senos y mis pezones como así también de la concha encharcada de pringosos jugos. Me colocó un dedo lubricado en mi ano tratando de dilatarlo. Di un respingo y me quejé al sentirme invadida, pero Carlos siguió con su caricia entrando y saliendo con suavidad hasta que me acostumbré.
Había pasado una media hora cuando comencé a masturbarlo y volvió a tener otra erección máxima. Entre risas le manifesté que mi cueva estaba ansiosa y preparada para una exploración profunda. Carlos ni lerdo ni perezoso me colocó su miembro rígido y palpitante entre los labios de la vulva y luego de acariciar el clítoris me sugirió que le pidiese introducir su verga cuando estuviese dispuesta. Comenzó a hamacarse lentamente y percibí cuando el glande, esa gran cabezota rojo vinosa, se insinuó irrumpiendo en mi vagina. Parecía partirme al medio. Las paredes se dilataban, y en la medida que la verga se hacía espacio, mi placer iba en aumento. Abrí mis muslos y mis piernas se juntaron en su espalda para hacer más profunda la cópula hasta que sus testículos golpearon mis nalgas Me había entrado toda su enorme verga. Entre jadeos y gemidos nos corrimos juntos uniendo nuestros jugos que desbordaron mi concha escurriendo por mis muslos y el periné.
Estaba cansada después de tato vaivén pero Carlos parecía insaciable. Me tomo de la mano y me llevó hasta el sillón. Me di cuenta lo que me iba a proponer. Le imploré que no lo hiciese ya que hacía años mi marido no tenía relaciones anales conmigo. No estaba dispuesta a sufrir. No escucho mis ruegos y ejerciendo un dominio absoluto de la situación me colocó de bruces con mi cuerpo sobre el sillón abierta de piernas y apoyada con los zapatos de tacos altos sobre el suelo. Me exigió que abriese mis nalgas ofreciéndole el ano. Era una esclava de sus caprichos y le hice caso a pesar de mis miedos. Me abrió el ano y su lengua me lubricó el orificio. Se colocó el condón y pude ver por el espejo la dimensión adquirida por la verga que aproximó con su mano hasta ponerla en la entrada del ano oscuro y pequeño. El verme en los espejos creció mi morbo y aflojé el esfínter. Estaba entregada y dispuesta a todo En el paroxismo del placer le pedí en voz alta. "Quiero tu pija dentro mio" "Estoy preparada para soportar tu verga". "Rompeme el culo mi macho".
No se hizo rogar y con un movimiento firme y decidido atravesó el esfínter enterrándome la verga hasta los testículos. Un grito desgarrador escapó de mis labios, pero Carlos continuó con un mete y saca frenéticos aferrándose a mis senos hasta terminar en otro orgasmo conjunto. Ya todo era placer. Me cogió por el culo y la concha durante más de una hora, hasta terminar exhaustos. Al dirigirme al baño temí no poderme mantener en pié pues mis piernas me temblaban y el ano abierto como una flor me dolía demasiado. Al verlo en el espejo comprobé el tamaño adquirido por el orificio que su verga había agrandado. Recién cuando terminamos de bañarnos se cerró adquiriendo el tamaño normal aunque siguió irritado por varios días, recordándome al caminar los momentos vividos.
Me maquillé y recompusimos nuestros atuendos para no despertar sospechas a uestros consortes. Nos dimos un beso sensual y apasionado sellando nuestro secreto, y abandonamos la habitación. El conserje nos saludo con una sonrisa y dejamos el hotel testigo de ese encuentro irrepetible y fortuito. Luego nos despedimos para siempre cuando me dejó en la parada del colectivo para retornar a casa. Había cumplido mi fantasía con una aventura real que nunca más se repitió pero siempre tengo en mi memoria.
Munjol.