El pasado hay que enterrarlo 4... final

Sergio la miraba como un niño regañado, sin sostenerle la mirada, con los hombros encogidos y la cabeza baja. Afuera la lluvia parecía arreciar, el cielo cada vez se ponía más negro y solamente los relámpagos alumbraban el exterior.

Intento cerrar la puerta, pero no pudo, Sergio se lo impedía con el pie, siempre fue mas fuerte que ella, alto, de espaldas anchas con piernas y brazos fornidos, que podía hacer Isabel contra el, nada, además, el factor sorpresa, la impresión, lucho y lucho, pero fue en vano, se dio por vencida y dejo de forcejear.

  • ¿Qué demonios haces aquí?
  • Isabel, mi amor, vine a verte, a pedirte perdón, ¿Dónde esta la niña?

Una mirada de rabia y una cacheta que lo tambaleo, lo hicieron retroceder el par de pasos que había dado, no tenia vergüenza, era como si para el en vez de pasar seis años, hubiesen pasado seis días.

  • Eres un desgraciado.
  • Isabel
  • ¿Qué quieres?
  • Hablar contigo, de lo que sucedió.
  • Muy tarde como para hablar de lo sucedido ¿no crees?
  • Nunca es tarde para el amor.

Isabel lo miraba con rabia, no, no lo estaba imaginando, definitivamente era el, era Sergio, con algunos kilos de mas y algo de menos pelo, pero era el, ese perfil griego y esos ojos negros y profundo solo el podía tenerlos, al igual que ese descaro. La observaba con ternura, casi con amor, como si en realidad solo hubiera salido a dar un paseo y la tormenta lo hubiera sorprendido en el camino, Isabel bajo la guardia, y lo dejo pasar.

  • Pasa
  • Gracias, ¿y la niña?
  • No esta.
  • ¿La dejaste salir con esta lluvia?
  • Por favor, no me vengas ahora con poses de padre preocupado.
  • perdón.

Se le notaba cansado, caminaba encorvado y la ropa desgastada que llevaba no le ayudaba en nada, además, claro, de toda el agua que llevaba encima, se notaba que no le iba muy bien, sintió pena por el, quizá hasta dolor y ternura al verlo así, tan desvalido.

  • Se ve que te va bien.
  • Mucho trabajo, esfuerzo, sacrificios, Paloma lo vale, ella se merece todo eso, y más.
  • Ese esfuerzo no lo hiciste a mi lado.
  • ¿Vas a reclamarme algo? ¿Tienes la desvergüenza de hacerlo? Por favor, ¿Y como pretendías que hiciera este esfuerzo a tu lado si me abandonaste?
  • perdón, no quise decir eso.

Se le quedo mirado muy seria, ya sin rencor, pero tampoco con siquiera ternura, a sus espaldas podía flaquear, pero ante sus ojos no podía darse ese gusto. Sergio se quito la chamarra y la colgó en el respaldo de una silla, la observaba como buscando en ella aquel amor que alguna vez le fue entregado sin medidas.

  • ¿Seria mucha molestia si me sirves algo de tomar?
  • Un vaso de agua no se le niega a nadie.

Isabel se dirigió a la cocina, dentro se recargo en la mesa que tenia ahí, sentía que le faltaban las fuerzas, sus sentimientos se mezclaban entre el amor y el desprecio, sabia que no podía dar un solo paso atrás, pero también estaban esas ganas de abrazarlo y besarlo, de perderse irremediablemente en sus ojos y hacer igual que el, aparentar que no habían pasado mas que seis días, quizá seis horas, desde su partida. Pero también estaba el abandono, no podía olvidar todo así tan fácil, lo sabía y sabía que si le daba otra oportunidad, tarde o temprano el rencor terminaría por destruir no solo el amor, por mucho o poco que quedara, si no, quizá, todo lo que había construido sin su ayuda. No, no podía demostrarle que dentro de su corazón, aun había un poco de amor para el.

Afuera, Sergio observaba todo, mucho lujo se decía, nada comparado con el departamento que compartieron algunos años, nada que ver con su presente, se detuvo frente a la mesa cuando el brillo del anillo de casado de Federico le llamo la atención, lo tomo y lo observo con cuidado, dentro encontró el grabado y de inmediato supo de quien era, se lo guardo en el bolsillo del pantalón, esperando a que Isabel no se diera cuenta de que faltaba.

Deambulo por la sala mirando sin mucha atención las fotografías, la niña que aparecía en casi todas tenia que ser Paloma, se detuvo frente a la ventana y observo la lluvia por un instante antes de descubrir el baúl y el álbum, reconoció a los niños de la portada, el lo conocía así como parte del contenido, el baúl jamás lo había visto, descubrió la llavecita con la cadena tirada a un lado y un incontenible deseo de conocer lo que guardaba se apodero de el, pero cuando iba a tomarla vio la cruz de oro que poco antes de partir le regalo a Isabel, así que en vez de tomar la llave, tomo el crucifijo y se la guardo junto al anillo.

  • ¿Qué haces ahí?
  • Nada, solo conocía el lugar.
  • No quiero que toques nada.
  • No te enojes, no lo he hecho.

Isabel lo miraba inquisitiva, en parte a su pesar, en parte sin poder evitarlo, coloco los vasos sobre la mesa sin reparar en la ausencia del anillo y espero a que el se sentara frente a ella en la silla donde estaba su chamarra.

  • Gracias, por el agua y por el tiempo.
  • ¿De que quieres hablar?
  • De ti, de mi, de nuestra hija, de nuestro amor…
  • Sergio, aquí ya no hay nada nuestro, el amor… el amor no se si te lo llevaste en la maleta o si lo eché a la basura junto con todas las cosas que dejaste en mi casa, y la niña… es solo mi hija, y como de mi no hay mucho que decir, mejor vamos al grano, ¿acaso Evelyn se cansó de nuevo de ser la compañera de un simple mecánico?

Isabel lo observaba recargada en la silla, los brazos y las piernas cruzadas, a la defensiva, el agacho la cabeza, si, Evelyn, esa mujer que muchos años antes de conocerse lo había despreciado había sido también la causante de su separación.

Cerro los ojos por un momento y le pareció revivir aquella llamada casi tres semanas después de que se fuera con el pretexto de su madre enferma, había llegado cansada del trabajo, no solo por la preocupación de que su marido no aparecía, si no por que a causa de su temprano embarazo casi no podía comer nada, se sentó en el viejo sofá a descansar un poco antes de ponerse a hacer llamadas a las diferentes delegaciones de policía de las que le había conseguido el numero Federico, entonces sonó el teléfono.

  • Bueno.
  • Isabel.
  • Sergio, Sergio mi amor ¿como estas? ¿Dónde estas? ¿estas bien? No sabes lo preocupada que estoy, ¿Por qué no te comunicaste antes?
  • Estoy bien, pero…
  • Pero nada, que gusto saber que estas bien, no sabes todo lo que me imagine, no, no, ni mencionar nada, estas bien y eso es todo.
  • Isa tengo que decirte algo, escucha por favor.
  • ¿Tu mamá esta bien?
  • Si, si ella esta bien, es… es otra cosa, por favor déjame hablar…
  • Si, esta bien, te escucho, no sabes lo bueno que es saber de ti.
  • Isabel… perdóname… no voy a regresar… me case hace una semana, Evelyn esta esperando un bebe.

Sus ojos se llenaron de lagrimas, colgó y pensó en jamás volver a saber de el, aunque por un par de años la perseguiría como su sombra, hasta perderse entre las penumbras del tiempo y la distancia.

  • El niño no es mío, Rodrigo no es mi hijo, me divorcie hace dos años, un día llego el papá, un marino, según la encontró por casualidad en el malecón y cuando vio al niño saco cuentas, además de que es su vivo retrato, y reclamo su paternidad, también dijo que amaba a Evelyn y pues ella, ya sabes, de ser la esposa de un don nadie a ser la mujer de un marino de alto rango, pues me voto.
  • ¿Y ahora vienes a buscar lo que un día tú rechazaste por tener una vida fácil?
  • No, Isa no es así, mira si yo me fui con ella por lo del bebe, si, pero a la que siempre ame fue a ti, te he amado siempre.
  • Me has amado siempre… seguramente cuando te acostabas con ella en esos viajes cuando me engañabas era tu forma de demostrarme tu amor. Seguramente, aquella tarde cuando te enteraste de que estaba embarazada y me llamaste para decirme que ni pensara en pedirte nada para mi bebe por que de seguro no era tuyo también era tu forma de demostrarme cuanto me amabas.

Sergio la miraba como un niño regañado, sin sostenerle la mirada, con los hombros encogidos y la cabeza baja. Afuera la lluvia parecía arreciar, el cielo cada vez se ponía más negro y solamente los relámpagos alumbraban el exterior.

  • Perdóname Isabel, yo se que tu me amas, nuestro amor es muy grande, no pudo haber muerto tan fácilmente, por favor, dame otra oportunidad de estar contigo, con la niña, de formar esa familia que tantas veces soñamos.
  • No Sergio, no, aquí ya no hay nada para ti, tu renunciaste a mi, a Paloma, a esa familia que alguna vez soñamos juntos, tu fuiste el que en vez de luchar conmigo por salir adelante, prefirió casarse con esa mujer, para que el suegro le diera un mejor puesto, para ser jefe, así, facilito, sin ganarse nada, el que, supuestamente amándome, se iba cada quince días o cada semana a gastarse su dinero y a acostarse con otra, ahora no vengas aquí a reclamar algo que tu mismo mandaste a la basura.

Se quedaron un rato en silencio, Sergio parecía estar recobrando fuerzas, o hartándose de su papel de mártir, un relámpago ilumino el lugar y sus ojos perdieron todo rastro de desamparo. Sin embargo, Isabel estaba decidida a no flaquear.

  • ¿Estas segura de que ya me olvidaste? ¿Segura que ya no tengo un lugar en tu vida?
  • Después de seis años que esperabas, ¿Qué te recibiera con la comida servida y un lugar en mis brazos? ¿En mi cama? ¿Qué Paloma corriera a abrazarte y a darte un beso gritando papá?
  • Pues…
  • Pues…
  • Pues por lo menos podrías ser menos ruda, antes no eras así, cuando te conocí eras tan dulce, como miel, mi Isamiel.
  • Después me abandonaste, claro, no sin antes haberme sido infiel durante más de un año pretextando la enfermedad de tu madre.
  • ¿No me lo vas a perdonar nunca?
  • Creo que no.

Se quedaron mirando un rato sin decir mas, por fin el le sostenía la mirada, Isabel recargaba los brazos en la mesa y jugueteaba con sus dedos sobre el borde del vaso, Sergio la miraba fijamente, como intentando llevarla de nuevo al abismo de sus ojos, buscando en los de ella rastros del amor que un día decidió engañar y, después, abandonar.

  • Te espere durante mucho tiempo, te busque cuando no sabia que me habías abandonado, te llore como a nadie le había llorado, por mucho tiempo pensé que jamás podría superar lo que me habías hecho, muchas veces me pregunte por que, ¿Por qué si yo te di todo cuanto pude? Te di mi vida, mi amor, mi corazón y mi alma, mi fidelidad, mi apoyo incondicional, y tu, tu preferiste ir detrás de una mujer que ya te había dado la espalda una vez, te fuiste con ella, me engañaste, nos rechazaste cuando supiste de mi embarazo, me mandaste vigilar por tus tíos, como si yo te perteneciera, te mostrabas frío, altanero y desconsiderado conmigo, jamás te preocupo la niña, es mas nunca a recibido nada tuyo, yo he sido padre y madre para ella, y ahora, que ella se canso de ti nuevamente, regresas aquí, buscando algo que tu mismo te empeñaste en destruir.

Isabel hablaba con serenidad, ya no había el sobresalto del principio en su voz, había logrado tranquilizarse y poner un poco de orden en sus ideas, lo tenia por fin frente a ella, lo había deseado tanto, no era momento de flaquear, al final, lo que le había hecho no era como para recibirlo con flores. Además, tenerlo enfrente le estaba dando la oportunidad de descubrir que en realidad ya no le hacia sentir lo que antes, ya no sentía ese vértigo que su mirada le había provocado siempre, ya no estaba el ensueño, ya no, quizá era por eso que necesitaba tenerlo ahí, frente a ella, para darse cuenta que desde hacia mucho tiempo le lloraba a un hombre que yo no existía, que tal vez nunca existió.

Lo miraba sin inmutarse, vio como sus ojos se llenaron de lagrimas, quizá de tristeza, quizá de coraje, al final de cuentas estaba claro que la había perdido, así que el sentimiento tal vez no importara mucho.

  • perdóname.
  • quizá un día pueda hacerlo… tal vez ya lo hice y no me he dado cuenta.

Isabel estiro el brazo y le seco la lágrima que corría por su mejilla, esa mejilla que en tantas ocasiones besó y acaricio con ternura. Su mano bajo lentamente y Sergio la tomo entre las suyas.

  • ¿Segura que no quieres intentarlo? ¿Segura que ya no sientes nada por mi?

Isabel sacó su mano lo mas rápido que pudo y se hecho atrás en la silla, esa lagrima había tenido mas efecto en su animo que todas sus palabras, el cielo cada vez mas negro amenazaba con una tormenta peor que la de últimos días.

  • Nada, ya nada.
  • ¿Hay otro verdad?
  • ¿Qué?
  • Ya no quieres nada conmigo por que ya tienes otro.
  • Estas loco, además eso a ti que te importa.

Sergio perdió el control, se levanto violentamente de la silla y saco el anillo de su bolsillo.

  • ¡Te estas revolcando con Federico!
  • ¿Por qué tienes tú ese anillo?
  • ¿Me lo vas a negar? Seguramente que se lo quita para revolcarse contigo, seguramente ayer mismo estuvo aquí y lo olvido, ¿Es eso verdad? Por eso no quieres ya nada conmigo, ¡Ya tienes quien te caliente la cama!

Isabel estaba asustada, jamás lo había visto así, el anillo se había perdido de su vista después de que el lo lanzo contra la mesa de donde reboto para perderse en el suelo, los ojos de Sergio irradiaban coraje, el cielo trono y resplandeció de pronto en un endemoniado retrueno, la tomo por la muñeca y la levanto de un jalon de la mesa.

  • ¡Suéltame!
  • ¡So! ¡Tú eres mía! ¡mía!

La abrazaba con fuerza e intentaba besarla, Isabel ponía toda la resistencia que podía e intentaba zafarse, pero el era mucho mas fuerte, quizá hasta mas de lo que ella recordaba.

  • ¡Suéltame! ¡Me lastimas! ¡Ya suéltame!
  • ¿así te pones con el? No creo, si tu eres tan linda, tan dulce, tan complaciente, ¿Te portas con el como te portabas conmigo? Enséñame como lo haces con el, anda.
  • Estas loco, suéltame ya.

Por mas que lo intentaba no podía soltarse, era como si a cada esfuerzo suyo el la aprisionara mas, se sentía asfixiada y muy cansada, el la apretaba con mucha fuerza e intentaba besarla, sus pies no tocaban el suelo y eso la ponía aun mas en desventaja, hasta que en un movimiento de piernas logro darle una patada en la rodilla y el la soltó por un instante en el que Isabel intento correr hasta la salida.

  • ¿A dónde vas chiquita?
  • ¡Suéltame!
  • Antes no corrías buscando la salida, ¿Te acuerda? Corrías buscando mis brazos, mi calor.

Sergio la había tomado nuevamente, y la llevaba a rastras hasta la sala. La recostó en el sofá y comenzó a acariciarla por encima de la ropa.

  • Anda mi amor, pórtate bien conmigo, como antes, anda, dame un beso, dulcecito, tierno, de esa boquita que e extrañado tanto.

Isabel le dio un fuerte empujón aprovechando que bajo la guardia intentando besarla, pero eso solo logro enojar mas a Sergio, quien le dio una bofetada tan fuerte que la hizo perder el conocimiento por un rato.

  • Isabel, Isa despierta.

Sergio se aseguro de que respirara y le tomo el pulso, estaba bien, nada grave, pero teniéndola así, indefensa y completamente a su merced, no desaprovecharía la oportunidad. La acomodo bien sobre el sofá, le acaricio con ternura el rostro, la beso repetidamente, le soltó el cabello y se quedo mirándola unos segundos, no tenia mucho tiempo que perder. La desvistió rápidamente, primero el suéter, los zapatos, los jeans, hasta dejarla con su conjunto rosa de algodón sobre su piel bronceada, acaricio y beso sus pies, sus piernas, subió poco a poco por aquel cuerpo que alguna vez fue solo suyo, acaricio su cadera y sus senos por encima de la ropa y muy despacio le saco la camiseta.

Se quedo mirando aquellos senos que tanto disfruto en otros tiempo, a efectos del clima los pezones estaban erguidos, los beso suavemente y comenzó a chuparlos, Isabel seguía inconciente, sin reaccionar ni a sus besos ni a sus caricias. Sus manos recorrían el cuerpo lentamente, y con cuidado la despojo del cachetero bajando de nuevo por la piel de Isabel, reconociendo sus formas, ahora mas maduras y femeninas que cuando se entrego por primera vez a el.

Se encontró con una Isabel más mujer que, sin embargo, estaba a punto de tomar sin su consentimiento.

La dejo completamente desnuda sobre el sofá, inconciente por el golpe, respirando acompasadamente en el desmayo, le hubiese gustado que ella se le entregara sin reservas, con amor y pasión, como muchos años antes lo hacia, pero ahora se tendría que conformarse con tomar ese cuerpo así, sin su cooperación y consentimiento. Le abrió un poco las piernas y beso la cara interna de sus muslos, el olor de su sexo le inundo los sentidos, subió poco a poco besando y lamiendo el recorrido hasta los labios vaginales y comenzó a besarlos como si de la boca se tratara, entonces noto el cambio en la respiración de Isabel, un suspiro profundo le vacío los pulmones y puso a Sergio alerta, quizá no estaba del todo inconciente, quizá terminaría por rendirse a la pasión y al viejo amor que sentía por el.

Una de sus manos recorrió el cuerpo desnudo y aprisiono uno de los senos mientras su lengua se introducía en la vagina junto con un dedo de la otra mano, podía percibir la humedad que empezaba a inundar el sexo de Isabel, un nuevo suspiro y un leve estremecimiento del cuerpo, tenia que ir con cuidado, si no estaba inconciente tendría que poner todo su esfuerzo en hacerla disfrutar como nunca, o se arriesgaba a que su reacción lo mandara no solo fuera de su vida, quizá hasta la cárcel si lo acusaba de violación.

La dejo un momento para desvestirse rápidamente, ya tenia la verga en todo lo alto, aun así le hubiera encantado que Isabel se la mamara un rato, pero eso no podría ser, así que simplemente le dio un par de jalones nada mas para dejarla bien a tono y regreso junto a ella, seguía inconciente, por lo menos eso aparentaba, los ojos cerrados, la respiración tranquila y acompasada, inmóvil totalmente. Se acomodo sobre Isabel sin dejar que su peso le dificultara la respiración, la beso suavemente sobre los labios y comenzó a penetrarla, lentamente para no despertarla.

Tenia seis años esperando ese momento, a pesar de todo jamás había podido disfrutar del sexo como lo hacia con ella,  su cuerpo se amoldaba perfectamente al suyo y jamás había sentido esa tibieza y presión al penetrar a ninguna otra, era sencillamente un cuerpo hecho a su medida, y sin embargo estaba ahí, tomándola sin que ella fuera participe del momento, como si no estuviera, le beso la cara, el cuello, los hombros y los senos, acaricio su espalda y sin poder contenerse mas exploto en un orgasmo en su interior al tiempo que sintió como todos los músculos de Isabel se tensaron. Salio de ella igualmente despacio, la acaricio y beso repetidas veces, ella seguía igual, sin reacción alguna, pero respirando y sin que su pulso se notase alterado.

Sergio se vistió, le parecía tan extraño lo de Isabel, por un momento pensó en llamar a una ambulancia, pero no, la conocía bien, en el fondo sabia que había disfrutado tanto como el, que estaba bien y que seria mejor seguirle el juego, ella también habría esperado ese momento, pero el tiempo y la distancia son los peores enemigos del amor. La vistió con dificultad pero logro ponerle toda la ropa, de la bolsa de su pantalón saco la cadenita con la cruz y se la colgó al cuello, se veía tan linda, se notaba que realmente había disfrutado el momento, aunque no lo externara, pero la expresión de su rostro era mas que suficiente, aunque ahora parecía que en verdad dormía.

La llave seguía ahí, en el suelo junto al baúl, la curiosidad no dejo a Sergio y lo obligo a abrirlo, dentro encontró los tesoros de Isabel, la foto, la camisa, los pétalos y el frasco de loción, también vio que el álbum estaba marcado en un folio, la fotografía de ahí se había desacomodado y sobresalía al resto, lo abrió y vio a Isabel junto con Federico y Paloma, juntos, felices, en una escena que el rechazo protagonizar.  Entonces se dio cuenta de que el ahí ya no era mas que los objetos dentro del baúl, un recuerdo de un pasado feliz al que el mismo renuncio en aras de un futuro mejor al cual llegar sin mucho esfuerzo, y entonces tomo una decisión que le rompía el corazón, pero que quizá haría feliz a Isabel.

Busco entre las cosas algo con que y donde escribir, en el camino encontró el anillo de Federico en el suelo y lo tomo de nuevo, también se guardo una foto donde aparecían Isabel y Paloma muy sonrientes en un día de mucho sol en la playa, la cual guardo en el baúl el cual cerro nuevamente y se colgó la llave al cuello. Finalmente encontró una pluma y una libreta de recados, se sentó en la mesa donde aun seguían los vasos de agua que Isabel había servido y comenzó a escribir. Al terminar, coloco el anillo sobre la hoja, se dirigió hasta donde Isabel seguía dormida, la beso tiernamente en la frente, tomo el baúl y tras echarle una ultima triste mirada a la que alguna vez fue su mujer cerro la puerta tras el dejándola de nuevo sola, dormida en el sofá frente a la ventana donde la lluvia se apreciaba cada vez con menos fuerza.

Isabel despertó pocos minutos después de que Sergio se marcho, estaba conciente de lo ocurrido, muy conciente, así que no le sorprendió traer la cruz colgada al cuello, se quedo viendo la suave lluvia deslizarse por la ventana, se dio cuenta de que en el piso ya solo estaba el álbum el cual levanto y abrazo con fuerza. Recorrió la casa buscando faltantes, solo la fotografía. No podía negar que había disfrutado, pero no como antes, no como con Federico, no, había sido sexo, no mas, y si no había puesto resistencia no había sido por un desmayo, si no por que quería descubrir si aun podía entregársele a el como antes, pero no, ya no.

Se detuvo frente a la mesa cuando el brillo del anillo le llamo la atención, entones descubrió en la libreta la caligrafía descuidada de Sergio, por un momento pensó no leer la carta, pero la duda no la dejaría si se deshacía de ella sin conocer el contenido, así que se sentó, tomo el vaso que había servido para ella y bebió hasta la ultima gota y colocando el anillo en el centro tal cual lo había dejado Federico en la mañana leyó las líneas póstumas del amor de Sergio hacia ella.

Isamiel:

Disculpa que aun te llame así, se que no tengo derecho alguno para hacerlo, pero ten por seguro que será la ultima vez. Perdóname, en verdad perdóname, se que lo que te hice fue una canallada, y créeme que el que mas ha sufrido por eso he sido yo. Por mi estúpida ambición y mis ganas de tener todo fácil he perdido todo, y ahora se que no seria para nada justo venir aquí y pedirte que regreses conmigo, perdóname, por favor perdóname. Te he encontrado tan linda, tan madura, tan mujer, que creo que hoy mas que nunca no te merezco, así que te regreso tu libertad, por eso me llevo todo lo que te pueda recordar a mi.

Solo te pido cuatro cosas, la primera, si un día Paloma pregunta por mi, dile que a pesar de todo la amo, que me perdone también por negarle la posibilidad de tener un padre y que no piense que soy un monstruo, solo soy un cobarde; la segunda, te deje la cruz colgada al cuello, guárdala y entrégasela a Paloma cuando cumpla quince años, es todo lo que puedo darle, te la compre con mucho amor, ahora que no tengo nada mas que lo puesto te pido eso, que se la des como mi regalo en sus quince años; la tercera, cásate con Federico, te ama, lo amas, se les nota en las fotos, no se su situación, pero lucha por el, así como yo no luche por ti, forma esa familia que tanto soñamos y que por mi culpa jamás tuvimos; y, por ultimo, olvídame, quema esta carta y has de cuenta que yo no estuve ahí.

Se feliz Isabel, se feliz por los dos, que yo me alejare definitivamente, por que te amo, pero ahora me doy cuenta de que te he hecho mucho daño y no me merezco estar contigo.

Sergio.

Isabel arranco la hoja y la rompió en mil pedazos llorando, a medida que lo hacia, la lluvia se iba, y el sol comenzaba a brillar en el horizonte, quemo los restos de papel en la cocina y después confino la cruz en una cajita al fondo del joyero de su recamara, donde ya no estaba la llavecita del cofre. Guardo el álbum y después se quedo mirando la ventana, la lluvia ya se había ido, y parecía que era definitivo.

Y mientras en su mente no había nada más que el resplandor del sol, el teléfono la saco de su letargo.

  • Bueno.
  • Isa, corazón, ya estamos saliendo de regreso, parece que no habrá problemas, paso a mi casa a recoger mis cosas y te veo en tu casa, te quiero Isa.
  • Y yo a ti Federico.

+++ Diez años después.

  • Hoy quiero darles las gracias a todos los presentes por acompañarnos en este día tan especial para mi familia, mi esposa Isabel y yo nos sentimos muy orgullosos de compartir con todos ustedes la alegría de nuestra pequeña Paloma, quien esta dejando de ser nuestra niña para convertirse en toda una señorita, Paloma, hija, pasa por favor.

Entonces, una quinceañera hermosa, de ojos grandes, negros y profundos y cabello castaño claro, muy claro apareció en el jardín, un vestido color azul de ensueño la vestía y en su cuello el brillo de una cruz de oro le daba mas brillo a sus ojos.

La multitud se desbordo en aplausos mientras Federico, Isabel y Paloma se abrazaban posando para una fotografía. Mientras, a lo lejos, escondido entre los árboles del jardín donde se desarrollaba la fiesta, Sergio observaba la escena, esa que un día el decidió no protagonizar, les mando un beso a las dos mujeres de su vida y se perdió de nuevo entre penumbras.