El pasado hay que enterrarlo 2
Subieron por el elevador, de nuevo el edificio vacío, las miradas largas, los dedos de las manos apenas rozándose y las sonrisas congeladas en los labios.
La despertó el frío, y la soledad, eran las seis de la mañana cuando Isabel abrió sus ojos y las luces de la ciudad la sorprendieron ahí, acurrucada sobre la alfombra frente a la ventana. Afuera la lluvia aun caía, pero sin la intensidad de la tormenta de la noche anterior, sino como apenas una brisa, sin embargo, los efectos en el clima estaban consumados y no se esperaba un día calido, tal vez y si había suerte, un poco de tibieza.
Se levanto con dificultad, tenia el cuerpo entumecido por el frío y la dureza del piso, pensó por un momento en meterse a su cama, cubrirse y no salir en todo el día, la melancolía seguía en su pecho, pero sabia que el encierro no era la solución, tampoco lo era atiborrarse de trabajo, pero por lo menos eso le distraía la mente.
Se metió al baño y lleno la tina de agua caliente, necesitaba relajarse y calentar su cuerpo, la noche había sido mala, pero era mejor pensar que, como en otras ocasiones lo superaría.
El calor del agua la relajaba, la llenaba de un sopor que le ayudaba a tranquilizar su cuerpo y su mente, su alma se sentía arropada por la tibieza que en otros tiempos le proporcionaba el cuerpo de Sergio, y que ahora buscaba desesperadamente sin mucho éxito.
Una hora más tarde, Isabel salía del agua renovada, con energía suficiente para afrontar su soledad a la que ya se había acostumbrado, o quizá resignado. Se vistió y se arreglo con un solo propósito, verse y sentirse bella, pero no para agradarle a nadie, más que a ella misma, verse en el espejo y decirse soy hermosa, exitosa, joven, que mas puedo pedirle a la vida, y con esa actitud se fue a su trabajo, con las ganas de quien pretende comerse el mundo. Estaba por salir cuando el celular la detuvo.
- Hola mami.
- Palomita, mi niña ¿Cómo estas?
- Bien mami, ayer no te pude marcar, dice mi abuelito que no había señal.
- No te preocupes mi amor, ¿estas bien?
- Si, acá todo esta muy bonito y me estoy divirtiendo mucho, pero te extraño mami.
- Yo también te extraño corazón, pero diviértete y pórtate bien.
- Si mami, bueno ya nos vamos a ir a desayunar, luego te marco.
- Si chiquita cuando quieras, diviértete.
La niña, su niña, por ella seguía viva, por ella y nada mas que por ella, y como aun era muy pequeña tendría que reinventarse a diario por algún tiempo antes de que su Paloma pudiera volar sin su ayuda.
La mañana se le pasó rápido en la oficina revisando papeles y en reunión con su socio, de hecho todo el día lo pasaron revisando los resultados del mes y ajustando los objetivos del que empezaba, tenían tanto trabajo que cuando acordaron eran mas de las tres de la tarde, así que comieron ahí. Mientras lo hacían hablando aun de negocios una llamada distrajo la atención de Isabel.
- Hola Federico, ¿Cómo estas?
- Bien Isa, ¿y tú?
- También gracias.
- Oye pues ayer te llame y quedamos en vernos en el restaurante, quisiera hacer algunos cambios al plan, ¿se podrá?
- Pues a ver dime.
- Pues quisiera pasar por ti a tu casa.
- Hay Fede, sabes que si puedes, pensé que me cancelarías la cena.
- No, no, como crees, entonces estoy en tu casa un poco antes de las nueve, ¿esta bien?
- Claro, ahí te espero.
- Te veo en la noche corazón, te quiero.
- Si, en la noche, yo también te quiero amigo.
Isabel y Federico se conocían desde pequeños, cuando ellos y su amigo Jorge cambiaron de escuela, tenían nueve años, prácticamente habían pasado toda la vida juntos y habían sabido estar siempre en las buenas, en las malas y en las peores. Si no hubiera sido por el, Isabel hubiera vivido completamente sola su embarazo y quizá jamás habría superado el abandono de Sergio. Era pues, el único pilar al que se había sujetado prácticamente toda su vida, pero al mismo tiempo, ella era para el lo mismo.
Por fin salía de la oficina tras un largo y pesado día de trabajo, todo en orden, todo listo para iniciar un nuevo mes en viernes, fin de semana por fin pensó, lo que no sabia es que la tormenta que se había iniciado el día anterior aun no terminaba, que le estaba dando una tregua, le daba oportunidad de refugiarse durante un breve instante para descansar, únicamente para que se confiara y quizá tomarla desprevenida, una trampa del destino a las que ella ya estaba acostumbrada.
Al llegar a su solitario departamento, se metió a la regadera, una ducha rápida, solo para quitarse el día de encima, nada que ver con el relajante baño de tina de la mañana, y mientras el agua se llevaba su cansancio, en su mente repasaba sus vestidos, sus zapatos, bolsos y accesorios, y es que cada encuentro con Federico era una especie de fiesta privada para ellos, a si fuese un simple saludo en un centro comercial.
Un vestido que aparentaba dos piezas fue su elección, falda corte “A” que le llegaba debajo de la rodilla color negro, y la parte de arriba aparentaba una blusa blanca de mangas tres cuarto que no le cubrían los hombros gracias al escote discreto en “V” que dejaba al recubierto estos y parte de su espalda. Zapatos altos, maquillaje discreto que solo resaltaba sus grandes ojos marrón y el cabello arreglado con bucles sueltos de tenaza, un abrigo negro que aparentaba una capa la protegería del frío y la lluvia que seguía cayendo sin cesar sobre la ciudad, solo que ahora era una lluvia tranquila, sin la rudeza de la tormenta de la noche anterior, aunque igual de fría.
Apenas escucho el timbre, fue apresuradamente a abrir la puerta, y al encontrarse con esos ojos color miel de mirada profunda, clara y sincera, y con la sonrisa franca y transparente de su amigo, se volcó en un abrazo calido, tierno, esperado por horas.
- Hola.
- Hola, pasa, voy por mi abrigo y nos vamos.
- Si esta bien.
Isabel se fue a su habitación por el abrigo y la bolsa mientras Federico se sentaba en el sofá frente a la ventana, esa por la que se podía contemplar la ciudad cubierta de agua y salpicada se luces, con toda la confianza del mundo.
- Listo, ¿nos vamos?
- Te ves hermosa, esta noche seré la envidia de todos.
- Y yo la de todas.
La tomo del brazo y salieron juntos hacia el elevador por el pasillo indudablemente vacío, el silencio los acompañaba y las sonrisas no se borraban de sus labios.
Al llegar al estacionamiento del edificio, donde Isabel tenia dos lugares reservados, Federico le abrió la puerta y la ayudo a subir, siempre un caballero, sin duda, con ese porte de galán de cine que tenia desde niño, alto, rubio, esos ojos miel, de cuerpo fuerte y ágil, alto, y con el abrigo negro cubriendo el traje de igual color se veía mucho muy guapo.
- Hice una selección de canciones en este disco, te va a gustar, estoy seguro.
- ¿canciones de nosotros?
- Tuyas, mías, de los dos, te gustara.
- Si las elegiste tú, por supuesto que me gustara.
Las miradas cómplices se sonreían una vez mas, la música lleno el pequeño recinto que el auto les ofrecía y salieron a las calles frías y lluviosas, pero con el alma entibiecida por la compañía.
Las canciones se sucedían una tras otra en una vertiginosa lluvia de recuerdos compartidos, tardes de ocio, de estudio, de llanto compartido, una vida de complicidad, y de pronto, una melodía, las primeras notas al piano hicieron que Isabel volteara a ver a Federico con una sonrisa traviesa en los labios.
- ¿te gusta?
- Me encanta.
- Lo sabia, mil recuerdos.
- Los mismos que a ti.
Se observaron un momento, un instante, e Isabel comenzó a cantar el coro muy quedo, sin dejar de observar a Federico, para después desviar su mirada al cristal de la ventanilla y seguir cantando.
- Si pudiera jugar con el tiempo y hacer que esta noche durara para siempre...
Y entonces Federico se le unió distraído en la luz roja de un semáforo.
Una ultima mirada cómplice y de nuevo cada quien a sus pensamientos hasta llegar al restaurante donde Federico mostró toda su caballerosidad.
- Buenas noches, tengo una reservación a nombre de Federico López.
- Si, dos personas, acompáñenme por favor.
- Gracias.
Entre los comensales del restaurante había varios conocidos suyos a los que saludaban cortésmente, a nadie le parecía raro verlos juntos y sin Sandra, la esposa de Federico, ellos salían con cierta regularidad solos, para nadie era un secreto su amistad de años y que además, tenían algunos negocios juntos.
Al llegar a su mesa, Federico le ayudo a quitarse el abrigo y le abrió la silla, todo un caballero, ordeno les llevaran un buen vino y la velada comenzó magnifica, era una de esas noches maravillosas en las que mas que el simple encuentro, sus almas festejaban el estar juntas en este mundo.
Hablaban de todo un poco, las vacaciones de Isabel con la niña en la playa, el trabajo, los amigos, música, de todo, las risas no se hacían esperar, sin embargo, lo que mas disfrutaban de estar juntos, eran los silencios acompañados de miradas largas, eso sin duda era lo que hacían especiales los momentos juntos.
- Isa, discúlpame por no acompañarte ayer, me fue imposible, sabes que no me gusta dejarte sola esos días.
- No te preocupes, estuve bien, nada de lagrimas a un muerto sin tumba, mejor hablemos de otra cosa, si.
Isabel sonreía, pero Federico sabia que en realidad no lo había pasado nada bien, su mirada la delataba, al igual que a el, ya que desde que lo vio llegar a su departamento Isabel intuía que algo no estaba de todo bien en la vida de su amigo.
- ¿puedo quedarme a dormir en tu casa?
- Claro, pero ¿Sandra no se enojara?
- No esta, se fue a León a ver a sus padres.
- pensé que estaría en alguna de sus fiestas en tu casa, sabes que puedes quedarte siempre que quieras y que te dejen.
- Gracias, mañana me voy temprano a arreglar unas cosas con Jorge, trabajo, ya sabes.
- Si, tu no te preocupes, yo tampoco tengo ganas de quedarme otra noche sola en casa.
Y de nuevo un silencio, una mirada, una sonrisa cómplice llenando el espacio, y de pronto los dedos fuertes de Federico rozando los delicados dedos de Isabel sobre la mesa en un gesto que iba un poco mas allá de la amistad, un toque de intimidad entre ellos difícil de percibir por el resto del mundo.
Unas copas de vino, una deliciosa cena italiana y un rico postre de frutas rojas aderezaron su noche, esa noche que no querían que terminara ninguno de los dos.
- ¿nos vamos?
- Si, podemos seguir la plática en mi casa.
- Eso me parece perfecto, tengo muchas cosas que contarte, pero prefiero hacerlo en un lugar mas tranquilo, mas en privado.
- Vamos.
Pidieron la cuenta y salieron cubiertos por sus abrigos a un ambiente frío y lluvioso, si, la lluvia continuaba ahí, sin dar tregua a la ciudad, sin dar tregua a Isabel.
En el auto, las notas de piano volvieron a inundar el ambiente con los mil recuerdos de ambos, pero ahora no hizo falta un semáforo en rojo para que Federico cantara junto con Isabel esa canción que tanto les gustaba a los dos.
- Y volver a nacer, y reír otra vez y sentir el vértigo y dejarse caer…
- Ahora el cielo eres tú y proyectas la luz que ilumina mis pasos sobre el suelo mojado…
Al llegar al edificio, Federico ocupo el lugar de estacionamiento vacío junto al coche de Isabel, la ayudo a bajar y saco de la cajuela su laptop y el portafolios, esa noche se quedaría a dormir con ella, así que como de costumbre tenia que llevarlos con el.
Subieron por el elevador, de nuevo el edificio vacío, las miradas largas, los dedos de las manos apenas rozándose y las sonrisas congeladas en los labios. Ni una sola palabra, el silencio era su cómplice, así era mejor.
- Pasa, ¿te ofrezco un café?
- No, gracias, mejor déjame prender un cigarro.
Isabel hizo cara de desaprobación, pero al final acepto con un movimiento de cabeza.
- Que solo se siente esto sin Paloma, bueno hasta Lupita falta.
- Si lo se, pero ya no falta mucho para que regresen, el miércoles deben estar de vuelta.
Isabel se fue a la cocina por su café, ya sin el abrigo que había colgado en un perchero cerca de la puerta junto con su bolsa, mientras Federico dejaba su laptop en la recamara de visitas, que en realidad era de el ya que nadie mas se quedaba ahí y ya hasta ropa y cosas personales tenia ya en el guardarropa y el baño.
Se reencontraron en la sala, frente a la ventana en la que la lluvia seguía golpeando con sus pequeñas y frías gotas, se observaron largo rato, Federico ya sin corbata ni saco y con las mangas dobladas hasta los codos, Isabel sentada en el brazo del sofá, mirándolo fijamente bebiendo café, mientras el fumaba sin prisa su cigarro.
- ¿podemos hablar en tu recamara?
Isabel no dijo nada, solo se levanto, dejo la taza en una mesita de la sala y lo tomo de la mano justo después de que el apagaba el cigarro en un cenicero, sus dedos apenas y se rozaban, Federico la seguía, como si hiciera falta, siendo que podía llegar a cualquier sitio de esa casa con los ojos cerrados.
Entraron y tras ellos se cerró la puerta, Isabel se recargo en el borde de una cajonera y Federico llevo hasta ahí un taburete y se sentó frente a ella, la cabeza baja recargada en sus manos. Pasaron un rato así, en silencio, el mirando al suelo, ella mirándolo a el, con un aire de tristeza y preocupación que cualquiera hubiera reclamado para si en sus horas mas triste, hasta que Federico rompió el silencio.
- Ya no aguanto, ni económica, ni física, ni emocional, ni moralmente hablando, tantas fiestas, tantos excesos, en realidad jamás lo pensé así, jamás lo imagine de esta forma, esta no es la vida que quería, que quiero, ¿entiendes mi situación?
- La comprendo, mejor de lo que te imaginas.
Sus miradas se cruzaron, las manos de Federico ya estaban en los tobillos de Isabel y la descalzo con lentitud.
- Mi bolsillo ya no da de si, y ella no lo entiende, además, yo soñaba con una vida tranquila y de familia, no en que mi casa se convirtiera en un bar de miércoles a domingo cuando me va bien.
- Y ¿ya hablaste con ella?
Federico estaba de pie, frente a Isabel, tomándola de la cadera y subiéndola a la cajonera para sentarla ahí, abriendo sus piernas con delicadeza para situarse entre ellas, aforrándose a su cadera, sus miradas, sus alientos mezclándose de una manera mas que sensual.
- Sabes que con ella es imposible hablar sin pelear, y ya no tengo paciencia ni ganas de discutir de nuevo.
Sin mas sus labios se fundieron en un apasionado beso, las manos de Isabel se aferraban a la espada de Federico y las manos de el luchaban con la tela de la falda para acariciar sus muslos.
Sus labios se apartaron únicamente para buscar sus cuellos, sus hombros, Federico intentaba acercar mas a Isabel a su cuerpo, pero era imposible, ya no podían estar mas cerca, a menos de que sus cuerpos formaran uno solo, Isabel lo besaba en el lóbulo de la oreja y el cuello hasta llegar a su hombro, seguramente el maquillaje se quedaría en su camisa, no importaba, los labios de Federico acariciaban el hombro y la espalda de Isabel, sus manos acariciaban con fuerza sus piernas y su cadera, y subieron lentamente hasta alcanzar el cierre del vestido en la espalda para bajarlo lentamente.
Le saco las mangas con delicadeza y la abrazo de nuevo con fuerza, acariciando su espalda, fundiendo sus bocas en un delicioso beso, de pronto Isabel se sintió flotando, en realidad Federico la carga y la llevaba a la cama, la parte de arriba del vestido estaba en su cintura, dejando al descubierto un hermoso sostén staples de seda blanco con un listón negro como único detalle.
Federico termino de quitarle el vestido dejándola únicamente con el sostén y su tanga a juego también en seda blanca, las prendas Lucian aun mas sobre su piel bronceada en sus recientes vacaciones en la playa. Federico la observaba, parado frente a la cama, quitándose la ropa.
- Eres tan bella, tan maravillosa.
Isabel no decía nada, se limitaba a observarlo, a sonreír de una forma sensual y provocativa. Federico se coloco sobre ella, besando sus mejillas, un suave beso sobre los labios, después sus hombros, sus manos acariciando su piel, despojándola primero del sostén para engullir delicadamente uno a uno los pezones, disfrutando de su cuerpo.
Para Isabel era mas difícil de lo que parecía, siempre, en los primeros minutos de cada encuentro, tenia que luchar contra el fantasma de Sergio, de sus manos, de su cuerpo, del contacto de su piel, y mas aun, en ocasiones en la mitad de la batalla, había tenido que salir de su letargo de placer para recordar que no era el cuerpo del otro, sino el de Federico el que le proporcionaba tantas placenteras sensaciones y evitar en un descuido llamarlo por el nombre de Sergio.
Fue entonces que lo sintió en su vientre, su boca sobre su ombligo, las manos bajando su tanga de seda blanca por sus muslos, su aliento sobre su sexo, no es Sergio, se dijo en la mente, y se dispuso a disfrutar de los placeres que su amigo le ofrecía.
Federico beso, chupo y lamió a conciencia su sexo, sabia que si lo hacia bien Isabel no tendría objeción en regalarle un rato de placer oral glorioso, introducía sus dedos y su lengua jugueteaba a todo lo largo del sexo de su amiga hasta llegar a su ano, entreteniéndose un rato en el, sin olvidar dar atención especial al clítoris. Cuando considero que estaba mas que lubricada, se incorporo poco a poco, la observo como quien observa un manjar sobre la mesa y se meneaba la verga con la mano, Isabel comprendió el ademán y de inmediato se hinco frente a el para mimársela, o mas bien, para dejarse coger por la boca.
así era siempre, Federico no la dejaba tomar la iniciativa en el sexo, jamás, ella simplemente tenia estar dispuesta, ofrecerse a el, nada mas, el resto era de Federico, si, la hacia disfrutar como nadie, ni siquiera Sergio había sido capaz de arrancarle orgasmos tan profundos y dichosos, pero ella necesitaba sentir no solo el placer recibido, como dicen, si te hago disfrutar, disfruto mas, eso no lo entendía Federico, por lo menos no le permitía darse ese placer a Isabel.
Isabel se coloco frente a el y se engullo la verga de un solo golpe, no era muy grande y eso le ayudaba, Federico llevo las manos de Isabel a su cadera y comenzó un mete y saca lento y compasado el cual poco a poco fue subiendo de intensidad, Isabel hacia esfuerzos para evitar las arcadas, a pesar de que el mimbro de su amigo no se comparaba con el de Sergio, sin que eso resultara en menor placer, le dificultaba la respiración el tener que aguantar su ritmo, su lengua se esforzaba por cerrarle el paso hacia su garganta, lo que Federico interpretaba como dulces caricias y lo enloquecía, poco a poco su miembro crecía dentro de Isabel, por fin, ella sabia que pronto el la haría suya.
Cuando por efecto de la boca de Isabel la verga estuvo bien dura, Federico se la saco de la boca, la tomo de los hombros ayudándola a levantarse, la beso apasionadamente y la tomo entre sus brazos para acomodarla en la cama, donde sin mas la penetro con fuerza, acompasando el ritmo y combinándolo entre estocadas rápidas y feroces con lentas, suaves y armoniosas, Isabel acariciaba su espalda, sus brazos, su pecho, poniendo atención a lo que le decía, dejándose llevar, dejándose mover por el como si de una muñeca sin voluntad se tratara, sin decir nada, sin pensar en nada, apenas emitiendo algún gemido ahogado de placer cuando el cambiaba de posición y la penetraba de nuevo, sintiendo como su cuerpo se perdía en un abismo, cuando de pronto escucho algo que no estaba en el libreto de siempre, algo que la sorprendió.
- Te amo, te amo Isa.
Ella estaba boca abajo, recibiendo la verga de Federico en sus entrañas, sin pensar demasiado en nada cuando sus palabras llegaron a sus oídos, con los labios muy cerca de su oreja, una de sus manos entrelazadas, las otras, la de ella aferrada al edredón, la de el a su cintura, no lo dijo, no fue el, es mi mente que me traiciona, que desea escuchar esas palabras de otra boca, de la de Sergio. Y se abandono de nuevo al placer.
Al poco rato sintió llegar su orgasmo, fuerte, largo, riquísimo, un orgasmo que la dejo sin aliento, y después, cuando apenas recuperaba el aliento, Federico le lleno el vientre de semen caliente y espeso, ahogando un grito con repetidos besos en su espalda.
Se quedaron así un rato, el con la verga aun dentro de ella, abrazándola recostado con suavidad en su espalda, sin decir palabra alguna.
Al poco rato, ya nada llenaba el interior de Isabel, se rotaron lentamente hasta quedar ella acurrucada en su pecho, lo observaba callada, mientras el miraba el techo sin prestar atención a nada mas, con los ojos abiertos, mudo. Pasaron un buen rato así, tal vez hora, por lo menos eso le parecio a Isabel.
- Te queria decir otra cosa, otras cosas.
Isabel se incorporo un poco y le dio un dulce beso en los labios para callarlo.
- Mañana Federico, mañana, ahora abrázame por que tengo frío y duerme un rato, mañana hablamos, en el desayuno.
Entonces la abrazo, y se quedaron dormidos, con la lluvia golpeando suavemente la ventana, sin cesar, pero dándole una pequeña tregua a Isabel.