El pasado golpea con fuerza 3
Acabar obligados a trabajar juntos era algo que ni Jaime ni Roberto esperaban. ¿La aparición de un nuevo actor en escena servirá para desatascar la situación? Palabras clave: serie, mamada, primera vez.
La última corrección de la profesora se había precipitado como una piedra sobre un jarrón de cristal. Jaime cerró los ojos, respiró profundamente y se giró hacia Roberto quien se encontraba todavía de pie; con la postura de una piedad indignada le informó silente de que aquello también le resultaba igual de engorroso, pero que no parecía haber más opción que acatar y seguir adelante. Él lo miró con dureza un instante, desvió sus ojos hacia arriba y se sentó de nuevo mientras mordía su lengua con el canino izquierdo. Fue en ese momento cuando André llegó. Se sentó en la fila de detrás, equidistante, con los brazos cruzados sobre la mesa y apoyando encima su mentón; miró a uno y otro antes de hablar:
- Pues parece que nos ha tocado trabajar juntos. Yo me llamó André. ¿Quién es Roberto y quién Jaime?
Dijo aquello con una energía alegre, ajeno a las tribulaciones en las que ambos estaban inmersos. Su estilo directo había rebajado el ambiente granjeándole la simpatía de Jaime, que vio en él la tierra neutral que permitiría sobrellevar aquel conflicto.
- Yo soy Jaime – le respondió señalándose con la mano.
- Entonces tú…
- Soy Roberto – abrevió lacónico.
- Sí, coincide con la conclusión a la que había llegado. – Dijo riendo. Volvió a mirarlos con una sonrisa de medio lado. – Hay mal rollito entre vosotros ¿verdad?
Jaime notó cómo Roberto se congelaba al escucharle y clavaba la mirada en la pizarra de enfrente; él mismo se había petrificado ante la insolencia con la que André les había hecho la pregunta. Los comentarios como aquel siempre generarían incomodidad entre los interpelados, por lo que le resultaba inconcebible que alguien pudiera lanzarlos con semejante facilidad y quedarse luego observando cómo se desarrollaban los acontecimientos posteriormente. Temeroso de que la situación se volviera todavía más insoportable, Jaime decidió intervenir con celeridad para intentar minimizar los daños todo lo que pudiera.
- No, no, es solo que…
- No es nada que vaya a impedirnos trabajar, así que no tienes nada de qué preocuparte. – Le cortó Roberto. Tenía su mirada clavada en André y este no parecía tener mayores problemas en sostenérsela.
- Perfecto, perfecto – comentó él mientras se echaba hacia atrás y ponía sus manos en son de paz. – Es solo que no me apetecía tener que andar mediando entre vosotros y quería dejar las cosas claras desde el principio. Aquí somos todos mayorcitos y venimos a lo que venimos.
- Desde luego – convino Roberto, y se volvió hacia la profesora que seguía todavía repartiendo al resto de alumnos.
El desparpajo de André había dinamitado la tensión existente y el ambiente parecía haberse relajado de forma notable, por lo que Jaime comenzó a abrigar esperanzas de que los futuros trabajos no fueran a ser tan penosos como se había imaginado inicialmente; sin embargo, todavía sentía la incertidumbre al pensar en cómo se comportaría Roberto si en algún momento llegaban a aquedarse a solas. Vio a André volverse hacia él.
- ¿Tú ya sabías algo sobre esa teoría de la cocción o eras tan ignorante como yo sobre su existencia? – Le preguntó animado.
- Algo había leído – respondió todavía vacilante – pero de manera muy superficial.
- A mí esto ya me está empezando a pintar mal; yo esperaba que comenzaran motivándonos, haciendo las primeras clases en la cocina por aquello de ver cómo lo hacemos y lo que nos espera. No digo que no pueda ser interesante ¿eh? Solo que no tiene mucho sentido soltártelo a palo seco sin haberte ablandado previamente.
- Sí, si estoy de acuerdo – convino – aunque yo ya me lo olía cuando entré y vi cómo era la clase. Si hubiera querido darnos espectáculo nos habría citado directamente en los fogones.
- Exacto – exclamó – tú lo has dicho: les falta sentido del espectáculo. Anda que no hubieran cambiado las cosas de habernos llevado primero allá, enseñándonos los hornos, las neveras enormes, los ingredientes… te ponen eso delante y entonces sí que prestas atención, y luego ya que nos echen lo que quieran, pero así… suerte tendrá esta tía si me quedo con algo de lo que me cuente.
- Bueno, tendremos que darle una oportunidad – terció diplomático – a lo mejor nos sorprende y no tarda en llevarnos a comprobar sus teorías.
- ¡Uy! Con un optimista hemos topado. Está bien que tengas esperanzas, aunque no doy un euro por ellas. ¿Escuchaste su discurso inicial? Ya te digo yo que está nos va a tener leyendo y copiando cosa fina; espera, voy a ir a recoger mis cosas para traerlas.
Se levantó arrastrando su cuerpo y fue caminando hasta el fondo en donde había dejado su mochila y el casco de una bicicleta. Llevaba unos vaqueros desgastados por el uso, con el tinte azul descolorido, una camiseta lisa una talla más grande de lo que necesitaba y botas de montañismo. A pesar de tener diecinueve o veinte años era más alto que él y que Roberto también, pero a diferencia de este, con un cuerpo más fibroso, en André se podía entrever un abdomen ligeramente abultado; sin tener sobrepeso, quedaba patente que no había un especial esmero en lo que a cuidado corporal se refería. Lo que más llamaba la atención en él era el tupé natural que rompía su cabeza; una maraña de cabello negro que sobresalía como una ola sobre su frente. No parecía haberse afeitado en los últimos días, y una barba adolescente le crecía por la cara.
Regresó con la mochila colgando de una mano y el casco sujeto por la otra y siguió hasta llegar a la fila que Jaime encabezaba:
- Mejor me pongo ya con vosotros, que si hay que hacer algo luego va a ser un follón moverse.
Le dejó pasar y se sentó al lado suya. La mayor parte de la clase se había ido organizando también y la profesora había regresado al escritorio donde tenía un portátil que estaba mirando, esperando a que todos hubieran terminado para continuar con la sesión.
- Ahora sí – dijo con su cuaderno abierto y el bolígrafo en la mano – listo para la batalla. ¿Echamos un tres en raya? – Propuso sonriendo.
Jaime observó a Roberto en la barra mientras se bebía a sorbos el café en una de las mesas. Al final, la mañana estaba resultando, pese a todo, bastante tranquila. Roberto había hecho gala de un nivel de madurez que contrastaba notoriamente con el que había demostrado en sus reacciones previas, llegando a ser bastante eficaces en cuanto al trabajo colaborativo. Las actividades que la profesora les había pedido fueron resueltas eficientemente, demostrando que tanto él como André podían ser buenos compañeros de grupo. Este se había sentado con él durante el descanso y bebía un vaso de agua.
- No tengo un duro – le explicó son una sonrisa sin que le hubiera preguntado nada.
Jaime se la devolvió y siguió dedicándose a remover su taza; el rítmico tintineo de la cucharilla contra la cerámica le resultaba relajante.
- Mira ahí, qué rabia me da.
Volteó en la dirección que André le señalaba: a través de las mamparas del local podía verse a lo lejos una manada de adolescentes camino al centro comercial.
- Qué raro que no estén en clases – comentó Jaime extrañado.
- Es porque es festivo para ellos por no sé qué cosa. – Le explicó – Pero me jode muchísimo ver cómo están ahí pasándoselo bien mientras nosotros tenemos que quedarnos aquí. Si es fiesta para unos debería serlo para todos también – dictaminó reivindicativo.
- Sí, parece que sería lo más justo… - Su voz fue apagándose a medida que en su cabeza un recuerdo fue tomando forma.
¿No había comenzado todo así? Un lunes 30 de enero, falso Santo Tomás de Aquino patrono de la educación secundaria, que se había pasado a esa fecha porque el verdadero caía sábado y estaba fuera de toda cuestión que se perdiera aquel festivo. Entonces había tenido la feliz idea de ir a su colegio de primaria para hacerles una visita a sus antiguos profesores y ver, si coincidía, de reencontrase con los amigos de esa época y reiniciar una relación en pausa.
En Travesía de Vigo cogió el Vitrasa que iba hasta el colegio en Sampaio, pero decidió bajarse en cuanto el autobús entró en la parroquia para recorrer caminando el resto del trayecto. Quería seguir, paso por paso, el itinerario que seguía el transporte escolar que le había llevado todos los días. Comenzó a canturrear en su mente el estribillo “Leo, Leo, Leo es cojonudo; como Leo, no hay ninguno” con el que agasajaban todos al que sin duda era el mejor conductor que podía haber; un viejo roquero que todas las mañanas les ponía “Puto” de Molotov a todo volumen.
A medida que se fue alejando de la zona urbana las casas se volvieron cada vez más espaciadas, separadas por terrenos que hacían las veces de huertos y jardines. Eran construcciones de granito oscurecido por la humedad y el tiempo, sin gusto ni respeto por algún tipo de tradición arquitectónica. En aquel lugar cada uno había erigido su casa como había querido, siguiendo sus propios dictámenes y necesidades, o imitándose a veces los unos a los otros, lo que había dado lugar a un cierto eclecticismo uniforme en el que abundaba el feísmo.
Después de una prologada subida se alegró de llegar a una planicie que le dio un respiro. Desde donde estaba solo quedaba la mitad de camino hasta el colegio, y varias de las casas por las que pasaría eran las residencias de sus amigos. Siguió adelante recorriendo la vieja carretera hasta que llegó a un cruce de tres vías; en uno de sus vértices había una pequeña tienda en cuyos estantes podía uno encontrar cualquier cosa, sirviéndose de eso para que los vecinos no cogieran el coche y se fueran a los supermercados de los alrededores. Jaime lo sabía porque había estado allí varias veces. Entró a saludar.
La madre de Roberto estaba tras el mostrador atendiendo a una señora; aquella mujer corpulenta de cabello corto siempre se había encontrado encantada con su presencia, y Jaime la recordaba como una persona vivaracha, aunque de carácter temible cuando se enfadaba. Le echó un vistazo fugaz al entrar, saludándole mecánicamente mientras continuaba charlando con su clienta. Un instante después se volvió a mirarlo con aire de extrañeza que fue mutando rápidamente hacia el asombro. Dio un grito de sorpresa y se salió para abrazarlo.
- Meu fillo! Canto tempo! Estás feito un bo mozo ¿eh? Que fas por eiquí?
- Qué tal – le respondió Jaime algo abrumado por la inesperada reacción – Vine a hacer una visita por el colegio; como los de secundaria no tenemos clase había pensado que podía pasar a saludar a los profes y ver a la gente también.
- Ay, é verdade! Roberto non ten clase tampouco. Acouga un minutiño a que lle dea o pan a Flora e acompáñoche arriba pra velo.
El comercio se encontraba en la planta baja de una casa de un piso con desván. En esa altura estaba también la cocina y un gran espacio que tanto servía como garaje, almacén o sala de eventos, con un pequeño retrete dentro de un armarito. Arriba estaba la parte más residencial, con las habitaciones de la familia y un saloncito por el que entraron después de subir las escaleras. En un extremo de este comenzaba un pasillo que hacía una ele y cuya primera puerta estaba cerrada. La señora fue directa a ella y la abrió sin misericordia.
- Rober! Mira quen veu verte.
Roberto bizqueaba intentando acostumbrarse a la luz que le golpeaba súbitamente; estaba medio destapado, vestido con un pijama de manga larga en el cuerpo y un velo de desconcierto y fastidio en la cara. Miró a su madre y luego a Jaime con más detenimiento hasta que cambió de expresión cuando logró reconocerlo a los pocos segundos.
- ¡Hostia, Jaime! ¿Qué haces aquí? – Exclamó con una sonrisa mientras le tendía la mano.
- Vine para hacer una visita al cole y me dije: a ver si Roberto sigue todavía por estos lares.
Se dieron un apretón y entrechocaron los hombros. La madre aprovechó para despedirse.
- Eu déixovos que teño que voltar a tenda. Xa me diredes o que pensades facer logo.
- Vale mamá – respondió sin mirarla. – Qué guay volver a verte tío – Roberto comenzó a quitarse el pijama, quedándose en calzoncillos para ponerse encima un chandal viejo. – ¿Tienes algún plan en particular?
- Bueno, la idea de venir era sobre todo para pasar por el colegio a saludar a los profes, así que me molaba ir. ¿No quieres aprovechar y acompañarme? – Le propuso - así podemos ver a doña Charo.
- Paso muchísimo. Los veo siempre cuando hay fiesta porque montan algo en el centro e invitan a todos los vecinos, además de que Charo es una puta. ¿Sabías que repetí séptimo por su culpa? – Le dijo mientras hacía una peineta en la dirección en la que estaba el colegio.
- ¡Qué dices! – Jaime estaba asombrado. Le parecía increíble que aquella profesora blanda como la miga de pan hubiera podido hacerle eso a nadie. – Pues no tenía ni idea.
- Claro, porque desapareciste cuando te cambiaste a otro insti. – Narró – Yo había suspendido solo dos, así que perfectamente me podía haber dejado pasar, pero les dijo a mis padres que le parecía que sería más conveniente que repitiera y ellos le hicieron caso. Un puto año perdido por su culpa. ¡Menuda zorra!
- Pues sí, la verdad es que se pasó tres pueblos; mira que hacerte repetir EGB. Yo con ella no tuve ningún problema la verdad, pero es que la tía nunca le decía nada a nadie. – dijo Jaime mientras echaba un vistazo a su alrededor.
- ¿Entonces? ¿No prefieres que nos quedemos aquí? – Roberto miró el reloj en la pared – Ya son las doce, podemos jugar al ordenata un rato y luego… ¿Hasta cuándo tienes pensado quedarte?
- Pues no tenía planeado nada, la verdad. Supongo que pensaba coger un bus para regresar y comer en casa.
- Podrías quedarte aquí y te vuelves luego por la noche, así vemos de quedar con los chicos por la tarde.
Jaime reflexionó unos segundos. No acabar yendo al colegio le parecía como una traición a la planificación que había hecho, pero lo cierto era que el día estaba mudando de forma inesperada y la posibilidad de recuperar a su antiguo amigo le llenaba de gozo; por otra parte, parecía demasiado ingenuo suponer que sus padres acabaran dándole permiso a algo tan improvisado, así que prefirió no ilusionarse.
- Está bien, ¿me dejas usar el teléfono para llamar a casa?
La conversación resultó de una fluidez imprevista y sus padres unos cómplices inesperados. En su nuevo instituto Jaime había tenido dificultades para establecer relaciones cercanas por lo que los planes sociales se habían reducido de forma drástica; la propuesta había tenido un efecto balsámico sobre ellos, que ya habían comenzado a manifestar signos de preocupación ante su aparente ostracismo. Acordaron que irían a buscarlo a las ocho de la tarde.
Colgó el teléfono y, sonriéndole de oreja a oreja, miró a Roberto que le asentía también eufórico después de haber logrado el permiso de los suyos. Se metieron corriendo en la habitación y cerraron la puerta.
- Coge aquella silla y tráela al escritorio. – Señaló hacia una de madera en la esquina del cuarto mientras él sentaba en una acolchada– Estoy enganchadísimo al PC Fútbol ¿A ti te mola?
- No, no demasiado – le respondió haciendo una mueca. – Ya sabes que el tema del fútbol nunca fue lo mío.
- Bueno, como portero no lo hacías tan mal, aunque supongo que en un videojuego no es lo mismo. – Abrió un estuche de cd’s que tenía en un lateral y comenzó a ojearlos - ¿Qué te parece uno de carreras? Este está bastante bien porque puedes tunear el coche a medida que ganas dinero con las victorias. – Le enseñó un disco decorado con la imagen de dos deportivos rozándose sobre el asfalto ennegrecido.
- Supongo… no tengo videojuegos en casa, así que como quieras.
- Vale, pues probamos este que está chulo; ya verás cómo te acaba molando a ti también.
Roberto insertó el cd en torre que comenzó a emitir un zumbido mientras lo leía. Jaime se fijó en que no había cambiado demasiado durante aquellos tres años; continuaba siendo muy delgado, aunque, como había podido atisbar cuando se había quitado el pijama, la piel parecía comenzar a ceñirse sobre algo más sólido; su cara mantenía todavía las líneas rectas que le daban una forma algo cúbica, rota solamente por aquellas orejas redondas que sobresalían orgullosas.
- ¿Todavía eres capaz de moverlas? – Le preguntó señalándoselas con un gesto del mentón.
- La duda ofende. – Roberto comenzó a agitarlas cómicamente de adelante hacia atrás. Se rieron.
- Oye, y ¿qué tal están todos? ¿Sigues viendo a Roi y Héctor?
- Claro, solo que ellos ahora están en cuarto y yo, como repetí, sigo en tercero, pero en los recreos nos reunimos y por las tardes siempre quedamos.
- Qué bien, ¿y cómo te va en el insti?
- Pues más o menos, la verdad. – Respondió contrito – Estoy pasando un poco a trancas y barrancas, pero al menos voy cumpliendo que es lo que importa. A mis padres mientras pase de año les da igual lo que saque, pero como la cague me cortan los huevos.
- Sí, yo estoy igual, aunque este año lo estoy llevando mejor porque cambiaron los profesores. Tercero fue un infierno.
El juego había terminado de cargar. Roberto le explicó brevemente los controles que debía utilizar, los coches que había con las características que los hacían únicos y una vez que Jaime hubo escogido su modelo comenzaron la carrera. La pantalla se dividió en dos mitades y niveles distintos. Mientras que el auto de Roberto se movía fluido adelantando a los rivales y tomando las curvas sin salirse, Jaime continuaba todavía pocos metros después de la salida intentando dar marcha atrás para alejarse de la barrera irrompible contra la que estaba chocando. Se sentía como un bebé torpón y notó cómo enrojecía.
- Estás hecho un inútil – se burló el otro.
- No irás a comparar – reprochó a la defensiva – esta es mi primera partida y tú tienes un montón de experiencia.
Roberto le sonrió y volvió a concentrarse en la pantalla. Cuando terminaron la carrera escogieron otro circuito para competir y comenzaron una nueva partida, aunque las actuaciones de ambos fueron calcos de la anterior, repitiéndose cada vez que reiniciaban. Las exclamaciones y comentarios fueron disminuyendo en frecuencia hasta que al final se encontraron jugando en silencio. Jaime sentía que la conversación derrapaba como lo hacía el coche bajo su mando. Intentó pensar en algún tema del que hablar, pero solamente se le ocurrían dos y ambos representaban un riesgo de incomodidad que no sabía si estaba dispuesto a correr. Al final, sintiendo que un muro comenzaba a alzarse entre ellos, decidió hablarle sobre el que creía que podía tener una acogida más fácil.
- Oye, ¿te acuerdas de las pajas que nos hacíamos en clase?
Roberto se giró sobresaltado mirándole con una sonrisa incómoda.
- ¡Qué dices, tío! – Sacó los dedos del teclado y comenzó a aplastarse los nudillos uno por uno de forma nerviosa – Claro que me acuerdo, pero menuda vergüenza. Hacía tiempo que no pensaba en eso.
- ¿Por qué lo dices?
- ¿Lo qué?
- Lo de la vergüenza. – Jaime no podía entender que aquello le suscitara ese sentimiento. Esa época la tenía él en un altar de su memoria como uno de los momentos cumbres de su pubertad.
- Porque era muy raro todo eso – explicó haciendo una mueca – o sea, estábamos en mitad de la clase con la polla en la mano todos dale que te pego. ¿A ti te parece normal? Cuando pienso en eso me entra una incomodidad que te cagas.
- Bueno, yo guardo buenos recuerdos de aquella época, me lo pasaba muy bien. – Aunque esto último lo dijo bajando la voz.
- Eso sí, pero era raro. – Terció mirándolo.
Con aquel vistazo, el silencio se precipitó sobre ellos nuevamente, y si antes podía haber llegado a pasar desapercibido, ahora resultaba notorio hasta el punto de hacerse casi estruendoso. A Jaime le pareció que podía escuchar latir su corazón y la saliva siendo empujada hacia abajo por las paredes del esófago en la garganta de Roberto. Aunque se habían puesto a jugar de nuevo, la diversión no parecía ser capaz de hacerse un hueco en el escenario; las partidas se sucedían mecánicamente y Jaime tuvo la sensación de que Roberto no solo se alejaba de él en formato digital.
- ¿Sabes? – dijo súbitamente interrumpiendo sus preocupaciones – Antes tú eras mucho más divertido. – No dejó de mirar la pantalla.
Jaime no supo cómo reaccionar a aquello. Que había cambiado desde la EGB no era un secreto para él, pero muchas cosas habían pasado desde entonces y la vida en el instituto no había sido la que él creía que merecía; sin embargo, era la que le había tocado vivir y las cicatrices todavía le dolían en los momentos en los que le parecía ser feliz. Sí, pensó, la parte que le hacía ser divertido había quedado desgarrado sin llegar a sanar del todo.
- Bueno, yo creo que soy como antes. – Mintió nervioso.
- No, no – le contradijo Roberto volviéndose para mirarlo – Antes estabas todo el rato haciendo bromas y hablando, yo me partía contigo.
Las ocho de la tarde comenzaron a parecerle como una hora inalcanzable ante el espectáculo de la relación con Roberto pudriéndose tras haber rebrotado. Aquella frase era la firma sobre la impresión que se había hecho de él, y no había manera de que Jaime pudiera modificarla porque se ajustaba a lo que le estaba mostrando. Viéndose incapaz de retroceder, decidió que solo podía seguir adelante, avanzar sin medida hasta atravesar aquella observación y salir por el otro extremo. Y solo había una manera de lograr que sucediera.
Roberto se había quedado en silencio después de decir aquello, jugando todavía contra la máquina con Jaime como comparsa. Este reflexionaba. Movió su lengua en círculos presionando el interior de sus labios. No le quedaba demasiado que arriesgar puesto que tampoco había gran cosa que perder y los resultados que podía conseguir… nunca se habían dado, pero al menos siempre le habían servido para mantener encarriladas situaciones como aquella. Aun así, tenía miedo.
- Oye… - dudó. Roberto seguía sin mirarle. – En realidad tienes razón; sí que he cambiado, pero también hay un motivo.
Roberto dejó de jugar y se había volteado para verlo con los ojos entornados. Jaime decidió continuar.
- Lo que pasa es que – hizo una pausa para tragar saliva – no hace mucho que me di cuenta de que era – respiró profundamente – gay.
Se mantuvo callado esperando la reacción de su amigo. Este no se había movido de su sitio, pero la expresión de su cara sí había cambiado dejando la curiosidad por el desconcierto.
- ¿En serio eres gay? – Resaltó la última palabra como si pronunciarla no fuera apropiado.
- Sí. – No tenía más que decir. Se lo había jugado todo y ahora dependía de cómo Roberto reaccionaría. Su estómago comenzó a dolerle.
Roberto volvió a hablar mucho antes de lo que esperaba que lo hiciera.
- Vaya, bueno. Pues oye, yo te lo respeto ¿eh? Que sepas que no tengo ningún problema con los gays; a mí cada uno que haga lo que quiera, siempre lo he dicho. – Con las últimas palabras su tono de voz había ido cobrando confianza. – Ahora que lo pienso, eres el primer amigo gay que tengo.
Jaime se lo quedó mirando unos instantes antes de reaccionar riéndose. El malestar que había invadido su cuerpo terminó de desvanecerse al escucharle decir aquello, aliviado al haber logrado abrir una ruta de escape.
- Sí, bueno, me lo han dicho varios – le indicó con cierto orgullo.
- ¿Se lo has contado a mucha gente? – inquirió Roberto visiblemente interesado.
- No, a muchos no. Solo, ya sabes, a los más cercanos. No es fácil decirlo.
- Ya… ¿Tus padres...?
- No – le interrumpió – Ellos no saben nada todavía.
- Normal. Qué chungo decirles algo así; yo no podría.
- Tú no eres gay – le puntualizó.
- Verdad.
Roberto había girado su silla olvidando completamente el juego que había entrado en modo automático. Miraba a Jaime con expresión curiosa, como si se encontrara ante un raro espécimen, con su cabeza viéndose asaltada por multitud de preguntas que no sabía si sería correcto hacer o no. Se arriesgó.
- Pero, tú estás seguro, ¿no? ¿Alguna vez hiciste algo? En plan sexo o así.
- No – respondió maquinalmente Jaime. Esa pregunta había salido siempre que aquella situación se había repetido. Lejos de sentirse cohibido, el tema hacía que se sintiera seguro. – Pero no lo necesito para saberlo. Cuando veo porno me fijo en las pollas, como aquel día en clase con aquella foto de la chica que le salían por todas partes, ¿te acuerdas? – Roberto asintió – Pues eso. Es como tú, que no hayas follado nunca no significa que no sepas que eres hetero ¿verdad?
- Claro, claro. – Se quedó pensando en lo que le acababan de decir durante unos segundos antes de volver a preguntar – Y ¿qué te gusta? Alguien me dijo que eráis activos o pasivos o algo así.
- Yo soy pasivo. – Ante la mirada interrogativa del otro explicó – Significa que me mola más que me den, o mamar pollas.
Roberto silbó sorprendido.
- ¿En serio? Qué movida. Bueno, supongo que es como cuando me imagino que le estoy comiendo el coño a una pava.
- Supongo, aunque mucho mejor – dijo burlón. Roberto esbozó una sonrisa fugaz y se lo quedó mirando en silencio.
- ¿En qué piensas?
- Nada, es solo que… se me hace raro todo esto. Me cuesta un poco creerlo.
Jaime sintió como si su corazón estuviera en caída libre dentro de su pecho e intentó recuperarlo tragando saliva. Roberto estaba mirándolo con la cabeza algo gacha, alzando los ojos a través de los párpados, pero desviando la vista de forma trémula. Decidió seguir.
- ¿Te cuesta creerlo? – se rio nervioso – Pero es lo que es. O sea, soy gay. ¿Crees que si no fuera cierto te lo diría?
- No sé, a lo mejor solo te lo estás inventado, como una historia. – Sus orejas habían comenzado a enrojecer.
- Pero, entonces ¿qué quieres? – Tenía la boca seca, incapaz de seguir articulando palabras y tampoco daba por seguro que fuera buena idea dejar que salieran. Siempre había buscado que este tipo de conversaciones acabaran dirigiéndose hacia ese punto, pero ahora que lo estaba logrando parecía tan tentador como terriblemente desconocido. Decidió continuar. - ¿Una prueba?
- Quizás.
Roberto había respondido tan rápidamente que Jaime se quedó desencajado y sin saber cómo seguir, así que prosiguió.
- O sea, si te pido algo y lo haces entonces seguro que te creería. Pero – matizó mientras comenzaba a colorearse toda su cara – todavía no sé qué podría ser.
- Está bien – dijo Jaime. Al final había optado por seguir adelante a pesar de que cada vez que hablaba significaba luchar contra todo su cuerpo impidiéndoselo. – Pídeme algo para demostrarte que soy gay y me creas. Te dejo pensar.
Momentos como aquel tienen la particularidad de ser capaces de retorcer el tiempo a su antojo, jugando con él como si de plastilina se tratara, contrayéndolo y estirándolo a voluntad. Mirar el reloj no tenía sentido porque no se podría percibir ningún tipo de variación y además sería como romper el cuadro estático en el que se encontraban. Ninguno era capaz de hacer un movimiento; tampoco de mirarse. Solo Jaime se aventuraba a echar fugaces vistazos para comprobar que Roberto siguiera en su sitio y no intentara escapar saltando por la ventana. A pesar de todo, los segundos transcurrían y cada uno de ellos pesaba lo mismo que montones de minutos, haciéndoles envejecer horas con cada tic-tac.
Era como pescar. Jaime se veía a sí mismo en la playa, sujetando la caña y observando el corcho hasta que este se hundía y el juego comenzaba: no se podía tirar demasiado fuerte o el pez se soltaría, pero tampoco permanecer laxo, porque se corría el riesgo de impedir que el anzuelo se clavara con suficiente fuerza. No había discusión entre si había picado o no, la cuestión residía en qué movimiento le tocaba hacer para que pudiera seguir. Decidió dar unos tirones.
- Estoy esperando – le reclamó sin dejar de mirarle para que se sintiera obligado a responder.
Roberto estaba sentado frente a la pantalla haciendo como si estuviera leyendo las estadísticas de los coches. Jaime vio cómo movía los ojos hacia él para rápidamente volver a su refugio.
Soltó el sedal dándole espacio. Sabía que estaba entrando en la fase más complicada; en ese momento cualquier movimiento desubicado causaría la pérdida de todo y el desperdicio de sus esfuerzos. Sí, era necesario darle algo de libertad, pero tenía que calcular de forma precisa cuánto sería o, de otro modo, acabaría encontrando un escondite, una salida por la cual huir de la dificultad. Podía sentir que Roberto se debatía sobre aquello como lo hacía él, con la diferencia de que no había tomado todavía ninguna decisión, lo que dejaba abiertas todas las posibilidades.
Comenzó a contar los segundos que se sucedían para impedir que el tiempo siguiera tomando el control por sí mismo. Tres. Había fijado el límite en treinta y cinco antes de dar el tirón que debía ser definitivo. Nueve. ¿Su pulso siempre había sido capaz de hacer vibrar todo su cuerpo? Los chorros de sangre pasaban furiosos por sus arterias. Quince. El ordenador de Roberto zumbaba monótono llenando el cuarto con su sonido metálico. Veintidós. Vio como la laringe descendía con un movimiento seco y volvía a recuperar su lugar. Treinta. Se imaginó que su lengua se había transformado en un tronco de madera áspero y viejo. Treinta y cinco.
- Repito, sigo esperando.
Para su sorpresa esta vez Roberto le respondió.
- Está bien, ya tengo una prueba, solo que…
- ¿Solo qué? – Insistió casi histérico.
- Que si te la digo tienes que prometer que no te vas a enfadar y vas a hacerlo.
- Está bien, lo prometo.
Le sorprendió escucharse hablar con aquella voz trémula a pesar de haber decidido que pondría todo su empeño en controlarse. Sentía náuseas. Roberto, sin embargo, parecía un bulldozer.
- Quiero que me la chupes.
Jaime se congeló. Ante una petición como aquella, en innumerables conversaciones por chat, las respuestas habían salido feroces de sus dedos para que el espectáculo pudiera continuar; ahora sentía que había vivido como un niño. Roberto había dicho, palabra por palabra, lo que Jaime había esperado que otros repitieran cuando los había llevado por el mismo camino, pero ahora que su estrategia le había dado la victoria no sabía qué hacer con los laureles. Roberto, sin embargo, parecía liberado al haber hecho su petición y ahora era él quien avasallaba a Jaime para que tomara una decisión.
- ¿Entonces qué? Porque yo sino lo haces no puedo creerte. ¿Me la vas a chupar o no?
Jaime le miró con los ojos desorbitados y esbozó una trémula sonrisa.
- Sí, sí, lo voy a hacer. Pero déjame un tiempo para prepararme.
- Pues deberías darte prisa, porque a lo mejor luego llega mi madre.
Sabía que aquella amenaza era completamente falsa ya que la señora estaba ocupada toda la tarde en la tienda y arriba no había ido nadie en todo el día, por lo que era solo una forma en la que Roberto se aprovechaba para presionarle. Jaime se debatía entre las ganas que tenía de que aquello se hiciera y el miedo a que sucediera.
- ¿Qué más te da? – Insistió Roberto agarrándose la entrepierna – Si ya dijiste antes que tenías ganas de chupar una polla, no debería ser tan difícil ¿no?
- No, pero no es solo eso – le respondió Jaime - ¿Qué sucederá después? Si te la chupo y luego te da vergüenza entonces seguro que dejarías de ser mi amigo.
- ¡Pero qué dices, hombre! Me va a dar igual. Es más, si me gusta vamos a ser todavía más amigos.
- ¿Estás seguro? ¿Me prometes que pase lo que pase seguiremos llevándonos bien?
- Que sí, hombre que sí. ¿Me la vas a chupar?
- Está bien.
- ¿Ahora?
- Sí, ahora.
Roberto se levantó de un salto y fue a la parte posterior del cuarto, colocándose entre las dos camas individuales que estaban por detrás de la línea de la puerta. Abrió las piernas y metió la mano en el pantalón de chandal, bajándoselo con los calzoncillos para dejar al aire su miembro que salió disparado como un resorte. Jaime fue tras él con decisión, pero cuando le vio semidesnudo se quedó paralizado; le parecía que Roberto era inmenso ahí con su miembro entre las manos. Él le hizo un gesto con las cejas, miró hacia su pene erecto y sonrió provocativamente.
Incluso desde la distancia aquel músculo emanaba tibieza. La piel que lo recubría tenía un ligero toque amielado que no impedía apreciar un ramal de finas venas naciendo bajo el ralo vello y extendiéndose por el tronco. El glande brillaba sonrosado con una gota de líquido pendiendo de un hilo que Jaime quiso recoger. Se arrodilló.
No se atrevió a alzar la cara; agarró torpemente con la mano el miembro y le acercó su lengua para probarlo con una pasada, recibiendo el gusto levemente salado. Comenzó entonces a introducirlo poco a poco en su boca, recorriendo el falo entre sus labios hasta que llegó a la mitad y se detuvo ahí, disfrutando de la sensación de tener aquella barra llenándosela. Cuando quiso profundizar más se dio cuenta de que era incapaz de deslizarse debido a la absoluta ausencia de saliva, por lo que fue pasándole la lengua a lo largo para humedecerlo.
Los gemidos de Roberto ante los movimientos de su apéndice hicieron que Jaime comenzara a afianzarse, iniciando un movimiento de vaivén continuado y preciso a lo largo de toda la longitud, tal y como se lo había imaginado en cada una de las descripciones de los relatos eróticos con los que había llenado sus horas. Cuando introducía el sexo hasta su garganta y los vellos de Roberto le cosquilleaban la nariz, sentía como si su lengua no tuviera cabida dentro, viéndose incapaz de encontrarle acomodo hasta que lo sacaba de nuevo; entonces, el sabor salobre del líquido preseminal le hacía paladear.
- Sigue, sigue – le indicó Roberto impaciente.
Jaime volvió a meterse el falo rígido con un movimiento único, arrancándole un grito bronco a su dueño, quien le agarró la cabeza como acto reflejo.
Roberto vio cómo alzaba la vista interrogante y la imagen de él allí abajo le hizo sentirse con el control; sujetándola firmemente por las sienes, comenzó a moverla de adelante hacia atrás de forma regular, observando como su miembro iba emergiendo y desapareciendo dentro de la boca. Siguió utilizándolo así unos minutos hasta que se detuvo en seco, con él hundido hasta el fondo de la garganta, y lo mantuvo en aquella postura, disfrutando del calor y la humedad que lo envolvían. Solo cuando apareció la primera arcada se permitió el liberarlo.
La tos le sobrevino con fuerza haciendo que sus ojos se anegaran en lágrimas. Jaime se quedó apoyado en el suelo a cuatro patas mientras recuperaba el aliento.
- Perdona – se disculpó Roberto algo nervioso.
- No te preocupes – Jaime tragó saliva – supongo que es cuestión de práctica también.
Se irguió de nuevo sobre sus rodillas colocándose delante del falo que Roberto todavía sostenía en su mano. No parecía que aquello le hubiera afectado verdaderamente porque el miembro se veía duro y palpitante, con el glande enrojecido por la presión de los dedos. Jaime acercó su boca, posando los labios sobre él y comenzando a succionarlo como si se tratara de un caramelo, describiendo en el agujero de la uretra pequeños círculos con la punta de su lengua; Roberto reaccionó contrayéndose hacia atrás de forma involuntaria mientras ahogaba pequeños ruidos que, sin embargo, llegaban a salir a la superficie y resonaban en el ambiente.
Volvió a introducirlo lentamente, sintiendo como cada centímetro desaparecía tragado por su boca hasta que su labio inferior rozó los testículos bamboleándose. Y las manos reaparecieron. Con su cabeza inmovilizada, Roberto inició un vaivén rápido de sus caderas penetrándole de forma superficial pero ininterrumpida, y aquella forma de utilizarle hizo que la entrepierna de Jaime describiera un latigazo y se humedeciera. Cerró ojos dejándose llevar por aquella sensación, con el glande golpeándole el paladar.
A los pocos minutos Roberto extrajo su miembro sin avisarle y comenzó a masajearlo furiosamente hasta que eyaculó varios potentes chorros que volaron sobre el suelo y llegaron hasta el escritorio. Jaime lo vio todo de rodillas.
- Increíble. – Exclamó Roberto asombrado – Yo creo que nunca me había llegado tan lejos. ¿Cuánto ha sido? – Todavía con los pantalones a medio bajar estiró la pierna para llegar desde donde estaba hasta el lugar en el que había caído el chorro más lejano – mínimo un metro ¿no? ¿Alguna vez te habías corrido así?
- Bueno, cuando he estado muy cachondo, pero no sé si llegó a ser tanto como la tuya.
- Increíble – repitió con los ojos brillantes – increíble. – Alzó la cabeza hacia Jaime y le dijo – Anda, pásame el papel que está en el cajón de la mesilla, al lado de la cama. Voy a limpiar esto no vaya a ser que mi madre venga. ¿Tú no quieres correrte?
El pene de Jaime todavía estaba plenamente endurecido dentro de sus pantalones y hubiera sido incómodo sino fuera porque se lo había recolocado previamente; lo sentía húmedo y pegajoso dentro de los calzoncillos, embarrado con todo el líquido preseminal que había ido soltando sin pausa durante todo el acto. Pero no tenía necesidad de eyacular; le gustaba aquella sensación, aguantándose y manteniendo el cosquilleo que se acumulaba en su entrepierna y la hacía tener un tacto distinto, mucho más sensible que normalmente. Sabía también que en cuanto terminara sería como ponerle un punto y final definitivo a aquello, y prefería creer que todavía podía ser un aparte.
- No, no, estoy bien así.
- Como quieras – respondió Roberto mientras se agachaba y recogía con el papel higiénico lo más grueso del semen en el suelo. Jaime se volvió a sentar en su silla en el escritorio y lo observaba.
- ¿Te ha gustado? – Le preguntó inseguro.
- ¿Gustado? – Lo miró – Ha sido increíble. Qué locura, no sabía que se sentía así de bien.
Se sentó en la otra silla al lado de él.
- ¿Ves algún resto en el suelo?
- No, me parece que ya está limpio.
- Guay. – Roberto suspiró de forma relajada - ¿Jugamos un rato más?
Jaime no podía quitarse de la cabeza todo lo que le acababa de pasar, que su plan hubiera funcionado y hubiera logrado hacer algo con Roberto era mucho más de lo que podía asimilar en tan corto espacio de tiempo. ¿Qué pasaría desde ese momento? ¿Significaba aquello que podía repetirse? ¿Llegar a algo más? Las preguntas le zumbaban la cabeza como un enjambre de abejas ante un resto de miel y no sabía ni cómo lidiar con ellas ni tampoco como limpiar la mancha. Miró de reojo a Roberto que seguía jugando en silencio, aparentemente concentrado, hasta que volteó la cara y le sonrió antes de centrarse en la pantalla de nuevo.
¿Llegaría a ser Roberto su primer novio? Le parecía difícil que lograra admitir que le gustaban los chicos, pero parecía muy seguro de sí mismo, capaz quizás de enfrentarse a los prejuicios y burlas que pudieran venir. Tampoco había esperado que todo aquello sucediera y, finalmente, había pasado, y además Roberto continuaba tan tranquilo sin que pareciera mínimamente avergonzado. Sentía como si su corazón hubiera olvidado cómo latir y en ese momento se encontrara simplemente dando bandazos de un lado a otro.
Las palabras You Lose aparecieron escritas en el ordenador y Roberto se giró hacia él con una sonrisa abierta.
- ¿Me la chupas otra vez?