El parque Angela 3
Calle Madre Teresa de Calcuta de Alicante: a un lado de la calle la ciudad, al otro es bosque bajo. Más que un parque es Serra Grossa, una reserva natural pegada a la ciudad. Con plantas pinchosas, como quiere la Barbie Domina.
Es recomendable empezar la historia por el primer capítulo: la inscripción (https://www.todorelatos.com/relato/177404/).
Ángela se vistió a toda prisa. Buscó despedirse de Domina Gala. Esta le entregó otros trescientos euros.
—¿Y esto?
—Tu parte.
—Creí que el servicio era en pago de…
—Sí. Pero yo ya me he quedado mi parte. Y créeme si quieres repetir él está dispuesto a venir cuando tú puedas.
»Mi casa estará abierta para ti.
—Gracias.
Ángela decidió tomar un taxi. Pasó por una ferretería y compró un par de guantes gruesos y unas tijeras de podar. Luego pidió al taxista que la dejase en medio de la Calle Madre Teresa de Calcuta y se internó en la reserva natural de Serra Grossa. Encontró una mata de aliagas en una zona apartada y esperó junto a ella. Cortó un par de varas.
Esperó el momento y pulsó el enlace de la video llamada. Volvía a aparecer la misma Barbie gótica de la primera llamada.
—Parece que ya estas dispuesta —comentó la Barbie—. Bien desnúdate. —Ángela se quitó la camiseta y la falda—. Del todo. Los zapatos también. —Se quitó las romanas de tacones altos—. Bien ¿has seleccionado una planta con pinchos? Enséñamela.
Ángela giró el móvil.
—Ves. Esto son aliagas… bueno aquí las llamamos así. —Acercó más el móvil para que además de las vistosas flores amarillas viera las espinas afiladas de su tallo—. ¿Es aceptable?
—Sí. Quiero que dejes el móvil algo apartado, donde te pueda ver bien y con el altavoz, para oírme bien…
—Llevo auriculares bluetooth, te oigo sin problemas.
—…y que si otros pasen cerca también nos oigan, ¿por qué crees que te he pedido que vayas a un parque?
»Corta doce ramas, de distintos tamaños pero al menos cuatro de ellas de un metro de largo, dos de sesenta centímetros, cuatro de cuarenta y dos de treinta.
Ángela puso el altavoz y guardó los auriculares en el bolso. Aprovechó para ponerse los guantes y tomar las tijeras de podar. Empezó a cortar las doce ramas.
—Ya he acabado.
—Bien. Ahora quítate los guantes y coge una de las ramas largas.
—Pero… me pincharé.
—¿De verdad te preocupa solo pincharte las manos? ¿Para qué crees que son las ramas?
Ángela se quitó los guantes. Cogió una de las ramas más largas con su mano derecha.
—Muy bien. Ponte frente al teléfono y azótate las tetas con ella. Cuarenta.
Ángela empezó a fustigarse los senos débilmente. No podía golpear más fuerte porque no asía la rama con firmeza, ya que si apretaba se clavaba las pinchas en las manos.
—Más fuerte. Aprieta bien y golpea con fuerza. Vuelve a empezar la cuenta.
Ángela apretó la vara sintiendo como las espinas se clavaban en su mano. Se imaginó que la Barbie que tenía al otro lado del teléfono estaba apretando sobre su mano y se corrió. Empezó a golpear con más fuerza el pecho con la vara. Las espinas se le clavaban e hilillos de sangre salían al retirarla. Llegó a cuarenta y soltó la vara. De su mano manaron hilillos de sangre
—Ahora coge otra de las largas con la izquierda, prieta bien y date otros cuarenta golpes.
Ángela tomó otra de las varas largas con la izquierda. Como siempre era menos precisa y más floja, pero llegaba a lugares que no podía cuando se golpeaba con la derecha. Los pinchos eran más molestos que otra cosa. Aunque la traspasar la piel causaban un dolor muy agudo luego desaprecia rápido, por lo que la excitaba pero no llegaba a ser suficiente para llevarla al clímax.
—Bien. Ahora coge las dos varas que has usado y pártelas en cuatro. Une seis en un haz, las otras dos las dejas para más adelante.
—Ya está —dijo al terminar de cortarlas y unir las seis.
—Bien pues enfoca con el móvil tu chocho. Quiero ver cómo te metes el haz por la vagina.
Dejó le móvil en el suelo. Aunque no había llegado al orgasmo , los pinchazos sí la habían hecho lubricar bastante. Aun así, notaba como las púas de las diferentes ramas le arañaban la piel conforme se las introducía.
—Bien. Ahora pon las de cuarenta en el suelo una como a dos dedos de otra. Siéntate sobre ellas y coge una de las de treinta.
Se sentó con cuidado y procurando no apoyarse demasiado en la postura de cuclillas.
—Bien sentada. Con las piernas cruzadas. Quiero que la planta de uno de tus pies apunte hacia arriba.
Se dejó caer. Las púas se le clavaron más profundamente.
—Vale. Toma la vara de treinta con la mano opuesta al pie que tienes la panta hacia arriba. Y golpéate cuarenta veces con ella en la planta. Preferiblemente en el empeine, que en el resto tendrás callo.
La piel del empeine es la más fina del pie, ya que es la que menos apoya. Cada impacto desgarraba un poco de piel además de sentir como las agujas de la planta se clavaban una y otra vez. Cuando acabó le hizo cambiar de pie, para lo que tuvo que apoyarse aún más en el culo para poder cambiar la posición de las piernas.
Pero había traspasado ya, después de la sesión de hacia un par de horas, el límite de resistencia, o bien era un dolor inadecuado para excitarla como para llegar al orgasmo.
Cuando termino hizo que se soltase la cuerda de las tetas. Ella creía que ya había acabado su tortura, pero solo era una pausa técnica. Tuvo que coger las varas de sesenta centímetros y ponérselas alrededor de la base, donde habían estado las cuerdas, para volver después a poner la cuerda de forma que la sujetase. Y la apretase. Esta vez las púas se le clavaron profundamente. Los calambrazos que cada pinchazo le provocaba iban directos a su clítoris y al apretar la cuerda consiguió tener un orgasmo por cada teta.
—¿Has traído bragas?
—Un tanga. Lo llevo en el bolso porque de casa de Domina Gala a aquí no vi necesario ponérmelo.
—Bien. Ahora te lo pondrás. Si te has sentado como toca no deberían caérsete las ramas. —«Menuda forma de decirme que las debería tener bien clavadas —pensó Ángela—, aunque es cierto que los pinzaos los noto hondos»—. Pondrás los dos trozos de la usada entre tus labios mayores y te pondrás el tanga. Eso debería sujetarlos todos. Luego te pondrás de pie, del todo y te golpeas en la tripa con las dos ramas que te quedan sin usar, una desde la izquierda y otras desde la derecha.
—Ahora te puedes vestir. También puedes usar los auriculares. Quiero que mantengas la videoconferencia abierta y enfocando a tus pies.
—¿Por qué?
—Porque iras andando hasta casa, o casa de tu ama, descalza.