El pariente pobre

Un treintañero hombre tiene la audacia de lanzarse a la conquista de la ricachona familia del hermano de su padre, en especial, de sus hijas. Como premio a su osadía y audacia, degusta un manjar de mujer.

Soy un treintañero, agricultor de profesión, empresario agrario, con una situación socio económica que podría catalogarse como media-alta, una vida común y corriente, con vivencias agradables y otras amargas, como todos en este mundo. Sin embargo, mi familia me tiene zaherido con el mote de «el pariente pobre», Es cierto que no poseo la inmensa riqueza material de ellos, pero tampoco soy un muerto de hambre que vive con suma estrechez y miseria, ni mucho menos.

Por otra parte, no puedo negar que cuando era más joven trabajé como regente de una casa de lenocinio (o de mancebía, de mujeres públicas o, sencillamente, casa de putas). También ejercí el oficio de proxeneta, correveidile o alcahuete. Sé que aquello no contribuyó mucho a mi buen nombre ni prestigio personal, pero necesitaba financiar mis gastos mientras estudiaba en la facultad de ciencias agrarias.

Resuelto a mostrar mi realidad actual, demostrar que ya no pertenecía a los bajos fondos de la explotación sexual de mujeres y deshacerme, de una buena vez, de este remoquete de «el pariente pobre» que me afectaba porque no podía mantener una relación más estrecha con mi familia directa, decidí comenzar a probarles a los miembros de mi parentela lo injusto del alias con el que me apodaban. Sabía que no sería una labor fácil por eso de «cria fama y échate a la cama», pero tenía que intentarlo con todas mis fuerzas si quería siquiera aproximarme a mis lindísimas y elegantes primas para «hincarles el diente».

Con una estrategia de intenso cabildeo o lobby , cercana al "todo o nada", un verano llegué a uno de los palacetes de descanso del hermano de mi padre, mi tío Abel, un multimillonario podrido en plata, ligado a las industrias de la banca, de los seguros y del retail o negocio de las ventas al menudeo.

Su familia directa estaba compuesta por su esposa, Romina, una mujer pelirroja de segundas nupcias y veinte años menor que su marido, como se estila entre el belle monde ; ella era alta, bonita, de apariencia juvenil, lozana y de hermosa figura de la que resaltaban sus grandes y semi rasgados ojos azul celeste y su culo erguido y carnoso que era como una convocatoria para el deseo carnal, el toqueteo, el manoseo, el magreo y…muchas cosas más. Pero yo la consideraba un «terreno minado», pues si mi tío me pillaba cortejándola o flirteando con ella, me podía considerar hombre muerto, quizá no físicamente, pero sí podía dar por descontado que me caería un racimo de puñetazos. Sin embargo, no me parecía terreno inaccesible, solo minado y peligroso.

Como generoso consuelo, mis tíos tenían tres hijas, muy distintas entre sí, pero sumamente hermosas, atractivas y, en mi opinión basada en la experiencia y la observación de ciertas actitudes, muy calientes. Una de ellas era Josefina, una curvilínea morena de tez blanca y ojos azul profundo. Otra era María Jesús, una pelirroja con aires y modales de princesa tras los cuales disimulaba sus gustos por las juergas, la marcha y, según mi ojo experto, una apetencia desenfrenada por el sexo lujurioso. La última, Catalina, era una rubia amorosa de tez alba, que poseía una figura despampanante a mi juicio, aunque ella misma se encontraba bastante «normalita», lo que pasaba a convertirla en el blanco más fácil de las tres hermanas. Tenía unas tetas grandes (que como dicen los viejos en el campo, tienen un poder de tiro mucho mayor que varias yuntas de bueyes), una actitud y una cara de caliente que con solo verla se me alborozaba la bestia de mi entrepierna. A ellas tres les tenía muchísimas ganas desde mi tierna pre adolescencia.

Aparecí de improviso un sábado a mediodía, sin invitación ni nada parecido. Fui recibido por un elegante mozo, quien, luego de preguntar mi nombre y escrutarme de pies a cabeza, me condujo a una pequeña sala contigua al vestíbulo. Para mi fortuna, el sirviente le avisó de mi presencia a mi prima Catalina, pues en aquel momento, no se hallaban mis tíos. Catalina era la que tenía más afinidad y menos prejuicios en mi contra. No me amaba, pero tampoco me odiaba ni le disgustaba estar conmigo.

— ¡Hola Dario! ¿cómo estás?

—Bien, pero no tanto como se te ve a ti. ¡Qué guapa estás primita!

—Gracias, el clima costero me sienta de maravillas, pero no es para tanto como para que me adules tanto, en demasía. ¿Quieres acaso recomendaciones de chicas para el negocio del alcahueteo? —preguntó entre risas.

—Sabes que hace años que me salí de ese negocio y que ahora me dedico a explotar mis tierras. Asimismo, sabes de sobra que no te piropeo por hacerte la pelota, sino porque cada día estás más buena…esas domingas…hummm. ¡Qué suerte la de tu novio!

— ¿Qué novio? Lo dejé hace meses y desde entonces…..bueno, ya sabéis…mayormente "juego solitario".

—De igual modo el "solitario" te ha hecho muy bien.

—Vale, vale. Gracias. Tú también te ves muy guapo. Tu trabajo en el campo te ha sentado muy bien, te ves más fornido y luces un bronceado encantador. Ahora bien, sin pretender ser maleducada, te puedo preguntar ¿qué te trae por acá si no es la búsqueda de furcias de alto nivel?

—Bueno, si he de ser sincero y responder directamente a tan incisiva pregunta, quería pasar unos días en compañía de mis amorosas y preciosas primas y de mis tíos también, por supuesto.

—Y… ¿te convidó papá o Romina?

—No, tú sabes que no soy muy de su agrado. Por eso decidí acudir de sorpresa. ¿crees que acepten mi visita?

—Ummmm…la verdad es que no sé. Tú sabes que papá te tiene un poco de ojeriza, inquina, por lo de tus oficios de antaño. Te sugiero que me dejes que te esconda un par de días en una habitación del tercer piso mientras tanteo el terreno, sopeso cómo están los ánimos y preparo «tu llegada». ¿qué te parece, guapo?

—Un poquitín exagerado, pero si tú dices que es lo mejor, lo acepto.

—Bueno entonces ven conmigo enseguida para enseñarte tu habitación, pues mis padres no han de tardar en llegar. Ah ¿dónde aparcaste tu coche?, porque viniste en coche ¿verdad?

— ¡Claro que vine en mi coche! Es un BMW M3 coupé del año, ¿califica? Lo dejé en el garaje principal de la casa.

—Pásame las llaves para que el empleado que te recibió lo retire de allí y lo estacione en el garaje de la casa de una amiga, cerca de aquí.

Una vez en la tercera planta de la lujosa casa de descanso, me condujo por un pasillo oscuro y tras un recodo se detuvo frente a una puerta. La abrió con una tarjeta magnética y apareció un hermoso cuarto espacioso, finamente amueblado y dotado con cuarto de baño privado, incluido un jacuzzi que parecía piscina, un ordenador con una pantalla de plasma enorme, un aparato de televisión modernísimo y de tamaño gigante, además de un equipo de música de última generación con varios parlantes repartidos por todo el recinto. ¡Ah! Por cierto también tenía una cama de esas de como dos metros de ancho y que invitan a…usarla intensivamente.

— ¡Qué bonito dormitorio! ¿por qué tan escondido?

—Porque aquí, mis hermanas y yo, solemos armar unas fiestecillas o traer a algún «invitado especial». Entiendes a qué me refiero, ¿verdad?

—Sí, por supuesto.

—Te dejaré encerrado por seguridad y, en cuanto pueda, te traeré algo para comer y beber. No quiero que las mucamas del servicio doméstico se enteren de tu presencia en la casa. Son muy chismosas y podrían delatar tu presencia. Al mozo que te recibió y ordené aparcar tu automóvil en un sitio seguro, lo amenazaré con despedirlo si tiene la osadía de abrir la boca.

No era la manera como había imaginada mi llegada a la casa de descanso de mis tíos, pero dadas las circunstancias, no estaba tan mal tampoco. Decidí darme una larga ducha y luego recostarme un rato para descansar de las agotadoras horas de viaje.

Así lo hice y, como estaba caluroso y nunca he sido muy amigo del aire acondicionado, me metí desnudo bajo la colcha de la cama. Pasaron los minutos y como a la media hora, me quedé medio dormido. Después de un largo lapso de tiempo en aquel estado, de pronto siento que alguien abre la puerta. Era…mi prima Catalina que, luciendo un vestido corto de color rojo intenso, traía un cooler en la mano.

—Hola, no pude venir antes porque el almuerzo y la sobremesa estuvieron muy largos. Los papás invitaron a unos amigos muy conversadores.

—No pasa nada. No te preocupes.

—Te traje algunos sándwiches y unas cervezas frías para que comas y bebas. Mañana espero reabastecer el frigorífico del cuarto cuando el personal de servicio esté durmiendo.

Acto seguido empezó a sacar unos muy apetitosos emparedados y varias botellas de cerveza negra y rubia. Como pude me levanté con la colcha de la cama atada a mi cintura, pues no lo iba a hacer desnudo como estaba. Después me puse un pantalón corto y dejé la colcha encima de la cama. Noté de inmediato cómo los ojos de Catalina se abrían y se clavaban en mi entrepierna por unos segundos.

—Aquello que tiene este tío entre las piernas no parece un pene, sino un vergajo. ¡Cómo no me di cuenta antes! —señaló Catalina por lo bajo, mientras yo estaba de espaldas a ella mirándome en el espejo de la habitación.

— ¿Me acompañas a comer? —pregunté, haciendo como que no había escuchado el comentario de mi adinerada pariente.

—Sí, pero como acabo de almorzar, solamente beberé una cerveza.

— ¡Magnífico! Así podré solazarme con tu…belleza sin igual. (quise decir «par de tetas», pero no me atreví; era demasiado atrevido y, por ende, riesgoso).

Me comí dos enormes emparedados y nos bebimos todas las cervezas. A Catalina le dio sueño el alcohol de las cervezas y propuso que durmiéramos una siesta. Ella se metió debajo de la colcha de la amplia cama con bañador y yo lo hice con el short , aunque no solía dormir con ropa. Ella se colocó de lado y de espaldas a mí.

Como a los quince minutos, mi prima se desabrochó el sujetador del bañador porque, aparentemente, le apretaba mucho y le impedía conciliar el sueño.

La acción de mi prima de soltarse el broche del top de su traje de baño hizo despertar mi imaginación lujuriosa, pródiga en fantasías sexuales que la incluían a ella y a sus hermanas y que había acallado por tantos años. El embotamiento y la desinhibición que el alcohol había provocado en mí, hizo que echara a un lado el cubrecama y me quedara destapado con mi miembro erecto a tope pujando por liberarse de su prisión. Intenté moverme lo menos posible para no despertar sospechas en mi bella durmiente consanguínea. Sin embargo, mi calentura era tan potente que no me di cuenta cuando los short estaban en el suelo y mi mano cascaba mi polla a todo dar y, peor aún, estaba siendo observado por mi prima. Solo me percaté cuando ella me dijo, en un susurro lleno de sensualidad:

—Parece que andas necesitado, ¿eh?; yo te ayudo, primito.

Y, a renglón seguido, se irguió un poco, me dio un cálido beso en los labios al tiempo que una de sus manos empuñaba mi verga. Luego le besé con mucha pasión y colé mi lengua en su boquita dulce. Retiré el sostén suelto y lo arrojé al suelo.

Mientras ella meneaba mi polla, yo amasaba y besaba sus tetas sedosas, tersas, blancas, grandes y endurecidas por la excitación creciente que dominaba el cuerpo de Catalina. Como el asunto iba viento en popa y mi preciosa prima no paraba de emitir cachondos gemiditos de placer, comencé a besar y succionar sus pezones y a restregarle el conejito por encima de la tela de la braga del bañador, totalmente empapado por sus flujos íntimos.

En aquello estábamos cuando, de pronto, mi prima se zafó de mis caricias, se levantó y luego se sentó frente a mi verga empinada. Comenzó a mamarla con notorio deleite y ansiedad. Sus labios carnosos y expertos junto a su lengua juguetona, hicieron maravillosos estragos en mí y tuve que hacer acopio de fuerzas de flaqueza para no correrme enseguida.

Ella asediaba mi polla con dos armas mortíferas: mientras apretaba con los labios mi enhiesto aparato, se lo introducía y sacaba de su boca con un ritmo endemoniadamente delicioso, su lengua, simultáneamente, recorría todos los rincones de mi pene, pero con especial dedicación al glande y al frenillo, a los que daba tratamientos intensivos. De todas maneras duré menos de lo habitual y me corrí abundantemente en su boca. Ella no pudo evitar que unos densos filamentos de esperma ardiente salpicaran su nariz y otros cayeran en su mentón, para luego deslizarse más abajo, hasta retozar en sus exquisitas tetas. Mi prima, luego de dejar reluciente mi cipote y limpiar el pringue de semen de sus labios bucales, se levantó y se fue a dar una ducha al cuarto de baño.

Al salir se veía más hermosa que nunca, con su cabello mojado, tomado formando una «cola de caballo», sin maquillaje —lo que le imprimía un aire de adolescente—, sonriendo pícaramente y enfundada en su vestidito corto de color rojo intenso. Me dijo que deseaba bajar de inmediato a hablar con su padre, pues más tarde él se iría de viaje junto a su esposa por unos días.

Catalina así lo hizo y se dirigió directamente al despacho de su padre.

— ¿Puedo conversar contigo, papi?

—Sí, por supuesto hija mía. Pasa y siéntate. ¿De qué me quieres hablar?

—Estuve conversando con Darío, mi primo, el hijo de tu hermano.

—Pero ¡Catalina!, sabes de sobra que ese muchacho no me cae bien.

—Papá él ha cambiado. Ya no regenta prostíbulos ni realiza ningún oficio del rubro. Además, si bien es cierto que no posee riquezas, no puedes discriminarlo porque no es tan acaudalado como tú. Ya sabes, el dinero hace ricas a las personas, pero no garantiza la dicha. Darío es un chico esforzado que estudió agronomía en la mejor universidad del país y se graduó con máxima distinción, con los más altos honores. Después se puso a trabajar muy duro y juntó un dinero que, hace poco, destinó para comprar unas tierras y montar una pequeña empresa agrícola dirigida al cultivo de productos orgánicos. En algún tiempo más, cuando reúna el capital necesario, tiene planeado instalar una fábrica procesadora y productora de aceite de oliva orgánico extra virgen.

—Ummm…no tenía idea.

—Es más, está empeñado en empezar a exportar y para aquello está gestionando un préstamo blando en varios bancos. Es una persona valiosa, trabajadora, emprendedora y buena, papá. Solo es preciso darse la oportunidad de conocerlo mejor.

—Tal vez he sido muy duro e injusto con Darío y lo he juzgado sin preocuparme antes de saber más a fondo de él. Además, me gustaría mucho tener una relación más estrecha con mi hermano a quien no veo hace años. Quiero compartir el resto de mis años con él y no nos separa otra cosa que un simple telefonazo y una buena cuota de absurdo orgullo, de altivez basada en la posesión de bienes materiales que vienen y van con la velocidad de la luz.

—Ese es precisamente el punto que quería que meditáramos, papá. Pienso que no tiene sentido centrarse en lo perecedero. Por ello, me encantaría invitar a Darío a casa ¿qué te parece, papi?

—Está bien. Por lo que me has dicho, el hombre se merece una oportunidad para conocerlo. Invítalo cuando quieras. Yo hablaré con mi hermano para convidarlo a estar unos días juntos en cuanto regrese de este viaje y él tenga un tiempo disponible.

Por la noche sentí abrir la puerta otra vez mientras navegaba en la Internet. Me giré hacia la puerta y vi a Catalina entrar vestida con un mini camisón de dormir y unas diminutas braguitas. En su mano traía, de nuevo, un bolso térmico.

— ¿Me dejas acompañarte a dormir esta noche, primito, y terminar lo que dejamos inconcluso esta tarde?

— ¡Por supuesto! Pero no creo que te deje dormir mucho.

—Mejor, pero está por verse quien tiene más…aguante. ¿Tienes apetito?

—Sí, voraz. Quiero comerme tus tetas.

—Calma, «piano, piano Celentano», relájate, pues eso es parte del postre.

Disfrutamos de una exquisita cena y de una amena conversación. Sin embargo, pasé varios momentos de vergüenza cada vez que mi prima me sorprendía con la mirada clavada en sus tetas. No lo pude evitar; la tentación era más fuerte que mi voluntad. La última vez que me pilló oteándole los pechos, la abracé con suavidad y la besé apasionadamente en los labios. Al comienzo se resistió un poco, pero luego se entregó al deseo carnal que aquellas lascivas miraditas no hicieron más que avivar; respondió mis besos y caricias de manera muy fogosa, intensa, con frenesí, lujuria y algo de delirio desenfrenado. Mi prima era semejante a un volcán: acumulaba energía y ganas y luego las soltaba de golpe.

Ante tal respuesta tipo erupción, me lancé con todo y comencé a amasarle sus tetas por encima de la suave tela del camisoncito. Mis manos surcaron una y otra vez aquellas montañas en llamas, atizando todavía más nuestras pasiones deseosas de ser saciadas. Mi pene estaba que reventaba el short , sobre todo a partir de que Catalina puso su mano sobre él y lo empezó a acariciar, primero, y frotar, después. La temperatura de nuestros cuerpos subía y subía. Mi mano derecha ya se deslizaba de un extremo a otro de la raja de su sexo lo que hacía que mi prima comenzara a gemir muy sensualmente y despacito en mi oído. Naturalmente que eso me sobreexcitó, me sacó más de mis cabales. Le saqué la camisola transparente y la llevé en brazos hasta la cama. Le quité las braguitas empapadas en flujos y le abrí las piernas lo más que pude. Ella solo gimoteaba y se dejaba hacer pasivamente.

Situado de hinojos entre las piernas de Catalina, comencé a degustar lentamente su maravilloso coño depilado del que se derramaba un hilillo continuo de flujos vaginales, como una cañería rota. Catalina reemplazó los suaves gemidos por sonoros quejidos de placer vivo, profundo.

Luego de un largo rato de mamar la rosada y jugosa vulva de mi prima, me animé a dar un buen uso al manantial de fluidos íntimos que manaban desde tan precioso y esquivo agujerito. Empapé mis dedos corazón, índice y pulgar de mi mano derecha con el néctar vaginal y comencé a trabajar el orificio de su retaguardia con suma suavidad. Dio un pequeño respingo cuando inicié la tarea de lubricación, pero la tranquilicé y distraje su atención con besitos, caricias y mimos en todo su cuerpo.

Mi prima a cada momento se encendía más y más hasta que me pidió, en tono casi suplicante, que la follara, que se la metiera hasta el fondo. Aproveché esta coyuntura para introducir dos dedos en su canal anal ya lubricado. No rezongó y, por el contrario, dijo con vigor para mi asombro:

— ¡Rómpeme el culo, papi! Es todo tuyo.

Tras eso no me pude contener más. La coloqué a gatas en el suelo y la penetré vaginalmente, primero, con una potencia que fue de menos a más hasta que la intensidad de sus gritos me hizo disminuir el ritmo por prudencia, mas no por ganas. Inmediatamente ella protestó con vehemencia:

— ¡qué pasa! ¿eres un sádico que goza con el padecimiento ajeno?

—Nada de eso. Solo pensé que si seguíamos así alguien de la casa nos podría escuchar.

—Imposible, este cuarto está completamente insonorizado, así es que reanuda tu faena, pero ahora hazlo por el culo y no te preocupes por mis chillidos, pues mientras más grite significa que mejor lo estás haciendo y más estoy gozando.

Como donde manda capitana no manda marinero, obedecí como un borrego y empecé a introducir mi pene por aquel deslumbrante «culazo» con extremo cuidado y lentitud. Y aunque ella me pedía mayor entrega y rapidez, me aferré al método probado como eficiente: meterlo un poco y luego sacarlo para después volver a empujar un poco más adentro que antes, hasta llegar al tope posible. Por lo demás yo sabía por experiencia que en tanto lo tuviera adentro, Catalina muy probablemente no protestaría y optaría por disfrutar y saborear el placer de la penetración anal que tanto demandaba.

Una vez que mi escroto topó los cachetes de su más que cumplidor culo, me detuve prestando oídos sordos a las alegaciones de mi prima. Cogí más flujo y volví a lubricar el contorno anal. Terminada esa acción a mi juicio imprescindible, inicié una andanada de arremetidas furibundas que culminaron en una descarga copiosa de semen en las entrañas de mi delirante prima. La noche fue larga y la faena extenuante, pero colmada de dicha mutua.

A mediodía del día siguiente nos levantamos y duchamos deprisa para materializar mi llegada formal a la casa de mis tíos y primas. Mientras Catalina distraía al personal dando órdenes para que prepararan una habitación de invitados cercana al cuarto de la lidia pasional de la noche previa, yo me escabullía por las escaleras de servicio y me escondía en el coche de Catalina para ir juntos a buscar mi coche y concretar mi llegada oficial a la mansión.