El paréntesis (2)

Patricia sigue haciéndome de las suyas.

aburrida de azotarme las nalgas y oír mis quejidos decidió ponerse a jugar con mi ojete, como preparación previa se puso a abrirlo forzándolo con las manos, sobre todo con lo dedos gordos y, de vez en cuando, cuando me lo había abierto lo suficiente, avanzaba un poquito con uno de sus dedos… Cuando yo oponía alguna resistencia me pegaba un par de fuertes manotazos en el trasero o me apretaba las bolas o levantaba algo el culo y me pegaba en la cara, o simplemente dejaba caer la mole de sus nalgas sobre mi nariz indefensa.

Y en estas estaba yo, totalmente resignado a lo que me podía pasar cuando le oí decir una de esas frases que, cuando estás indefenso te dan mucho miedo: "esto de aquí dentro está muy sucio, voy a tener que hacer algo". Sin mucha transición dejó de hurgar mi ojete, metió la mano debajo de la almohada y sacó una cuerda; sin esperar más cogió mi pierna derecha y la forzó hasta que el tobillo estuvo junto a la muñeca del mismo pie y procedió a atarlos.

Lo hizo sin una particular violencia, simplemente tenía hecho en la cuerda un nudo corredizo y lo hizo correr; pero no apretó de modos salvajes: quedó firme, y yo atado; sacó otra cuerda del mismo sitio que la anterior y realizó la misma operación con la otra pierna y el otro brazo. A todas estas ella ya había tenido un orgasmo tremendo y yo tenía el rabo a punto de explotar, se lo dije y replicó: "Ya te cuidarás". Después tomó mi picha y la fue apretando desde la punta hasta las bolas: mi erección bajó, más aún, se desplomó y después de que lo hiciera tres veces sentí en todo el aparato una sensación no de dolor, sino de malestar y me pareció que mis pelotas se hubieran hinchado; eso sí, a cambio el riesgo de que me corriera había desaparecido.

"Lo que te acabo de hacer en la polla", dijo Patricia muy pedagógica ella, "se le puede hacer a cualquier macho; si se lo haces a un burro rebuznará desesperado"; pero no me aclaró si esto lo sabía por experiencia propia o por que lo hubiera leído en algún libro. La verdad es que mi situación no era la más adecuada para intentar ironizar; en la postura en que había quedado y con ella sentada en mi cara me costaba mucho respirar, pero la cosa no terminaba ahí: si a alguien le atan las muñecas a los tobillos, y lo tienen de espaldas contra el suelo, aunque no tenga un peso encima, le costara respirar como a una tortuga a la que se le haya dado la vuelta y, en esa postura, con el aire que no llega, hasta los segundos se hacen horas y pasan lentos, lentísimos, interminables. Mientras yo pensaba y sentía esto, Patricia me había atado una cuerda al cuello y me había obligado a colocarme sobre los pies, para a continuación hacerme caminar.

Caminaba como un pato, y ella se reía mientras me llamaba "Patito torpe", pero la nueva posición era una delicia comparada con la anterior. Fue ese el momento en que levanté los ojos y la observé y comprendí varias cosas: ella no tenía un año más que yo, tenía varios años más que yo; la carne no era la de una muchacha de dieciocho años, los músculos eran duros; a pesar de la grasa eran muy poderosos. Además ella actuaba con mucha seguridad, tenía demasiado claro lo que quería hacer en todo momento: Patricia era, a pesar de la cara de angelote, una yegua muy corrida y rasgada de entrepierna. Me di cuenta también que ella sabía muchas cosas de mi y yo bastante poco de ella porque era Patri quien me acompañaba hasta el instituto y después se iba, eso decía ella, a la universidad. ¿Y aquel coño tan grande? La verdad es que mi reflexión servía de poco, cuando lo había descubierto ya estaba totalmente a su merced; mi secuestradora nunca había dado un paso sin asegurarse de que iba a tener el control absoluto de la situación desde el momento en que yo había entrado en su casa. Estaba en sus manos y supe que no iba a poder escapar; pensé en algún momento en pedirle que me soltara, o en hacerle las preguntas que me rondaban por la cabeza, pero me concentré en caminar como un patito torpe.

Llegamos al baño y jugó a la maestra: "A ver, niño, ¿qué es lo que tienes sucio?" y después de que le respondiera otras preguntas del tipo dónde lo vamos a lavar, cómo lo vamos a lavar… Así que me colocó en el bidé con el culo directamente conectado al chorro de agua, metió mi cuello entre sus muslos regordetes y tuvo el detalle de abrir el grifo de agua fría que es una de las cosas que en verdad me gustan. Cuando consideró que era suficiente lo cerró y me metió sus dedos llenos de jabón por el agujero. Estuve a punto de dar un bote cuando varios de sus dedos me entraron por detrás, no lo hice, en mi posición tenía muy limitados los movimientos y sus muslos controlaban mi cuello de tal modo que un movimiento violento por mi parte podía suponer que mi cuello se lastimara; a medida que sus dedos se abrían paso en mi trasero mi polla volvía a ponerse dura: "por Dios Patri, deja de hacerme eso, me estoy poniendo como un toro", le dije, ella se separó de mí, comprobó como estaba y dijo: "un vez cogí a un gato y le até las patas dos a dos, al acabar me puse a masturbarlo hasta que se le puso dura (la tienen muy pequeña, por cierto) y, cuando estaba a punto de correrse, le hice esto", y volvió a apretar mi polla desde la punta hasta las bolas, lo hizo tres veces y cuando acabó no quedaba ni rastro de mi erección, a cambio lo que la vez anterior había sido molestia, ahora era dolor, dolor en mis pelotas, un dolor que no había sentido hasta entonces, empecé a quejarme y ella, al oírme, solo dijo: "igual que el gatito, todos los machos sois iguales".

Después de unos instantes de silencio me dijo que no me moviera y salió del baño, volvió con algunas zanahorias enormes y un paquete que no tarde en saber que contenía un bote de vaselina. Empecé a temblar, las zanahorias eran en verdad grandes e intuí donde iban a terminar, por el momento ella cogió la cuerda que yo tenía alrededor del cuello y dio un tirón mientras me ordenaba que caminase, pero esta vez se le ocurrió una idea más, me agarró del pelo con la mano izquierda y tiró de mi cabeza hacia atrás, a continuación se subió sobre mi espalda y me ordenó que caminase.

Cuando caminas en esa postura la tendencia natural de tu cuerpo es a dar con la cara en el suelo (si lo sabré yo); si te cargan a la espalda un peso, esa tendencia aumenta sobre todo si el peso es grande, ella lo sabía y jalaba de mi pelo sabiamente, como jinete experimentada, pero el sufrimiento era espantoso, entre otras razones porque ella pesaba mucho y me aplastaba contra el suelo dejándome clavado en él. Me esforcé por llegar al dormitorio lo más rápidamente posible y, un vez que estuvimos allí, dejó las zanahorias en la mesilla de noche y me hizo subir a la cama; me desató la cuerda del lado derecho, la sensación de placer y libertad duró poco, tiro de mi brazo y lo ató a la cabecera de la cama, hizo lo mismo después con el lado izquierdo, yo quedé boca abajo en una postura peligrosa y desairada, me había empujado las piernas hacía delante, levantándome con ello el culo; sabía que iba a pasar, pero en comparación con la postura anterior estaba en el paraíso; en el momento en que ella empezó a echar en mi ojete la vaselina, se me ocurrió una gran idea, le pregunté la hora y me la dijo.

"Tengo que ir a ensayar la misa del domingo", comenté al oír la respuesta. Un gesto de contrariedad le apareció en la cara, fue por la guía telefónica, buscó el número de la parroquia, lo copió en un trozo de papel y dijo: "Voy a llamar al cura para que sepa que este domingo no vas a ir, estás muy mal de la garganta, salió de la habitación, la oí hablar por teléfono, entonces grité: es mentira, estoy en la calle… Un azote fuerte me hizo dar un respingo, sonrió con maldad, dijo: "todavía no he llamado, solo quería ver cuál era tu reacción, ahora se que no puedo fiarme de ti". Subió a la cama, me metió en el culo la zanahoria más robusta, después me soltó el brazo izquierdo, pensé que me iba a desatar y echar de su casa, pero en vez de eso lo que hizo fue retorcer mi brazo hasta que yo giré como ella quería, mi brazo izquierdo quedó debajo de mi cuerpo, el derecho atado a la cama, su culo encima de mi pecho, su mano encima de mi cuello, apretando; su otra mano comenzó a darme bofetadas, alguna de ellas muy fuerte; yo tardé muy poco en ponerme a llorar, a suplicar; ella después de algunos golpes más, dejó de pegarme, estaba tan segura de si misma, de su superioridad, que me desató la otra mano.

"Has sido muy malo, ahora me voy a sentar en tu cara, vas a hacerme una buena lamida, quiero tener un orgasmo de campeonato, procura esmerarte". Y no dejó pasar mucho tiempo del dicho al hecho, yo usaba las manos libres para dirigir hasta donde me era posible aquel pedazo de culo, tenía razones muy serias para desear que ella quedara contenta; en un momento dado sentí, con horror que se me estaba poniendo dura, pero esta vez no pasó nada.

Ella había vuelto a tener un terremoto, cuando acabó de jadear me dijo: "Si quieres vístete y vete ahora mismo, sin sacar en esta casa la zanahoria de tu culo; eres libre, si te quedas conmigo jugaré un rato con esa zanahoria que te sale por detrás, pero te haré yo a ti una buena mamada y otras cosas que de seguro te gustarán; además no te maltrataré más porque creo que ya sabes quien manda entre nosotros dos, decide".

Y yo decidí