El panadero nunca llamaba
El panadero la esposa del alcalde y su hija...
Marx (Groucho) Julius (1895-1977)-Cómico
Estadounidense
“Conozco a centenares de maridos que serían felices de volver al hogar si no hubiese una esposa
esperándoles
”
EL PANADERO NUNCA LLAMABA
En aquellos tiempos de cartillas de racionamiento, el panadero del pueblo, era considerado como el rey midas. Todos los vecinos de aquella villa, le guardaba en un profundo respeto. Su palabra casi era como una ley. A los críos que sus mamás mandaban a buscar el pan, este, aquellos infelices imberbes además del PAN les daba para que distrajesen el hambre una barrita delgada casi como un lápiz,
b
ien tostada y crujiente.
D
on
T
orcuato, el panadero, era un hombre al que todos querían. El carismático panadero a los que no pod
í
an pagarle cada día, también les entregaba su pan. Más adelante
ya
cobraría.
E
ste no podía permitir que en el pueblo hubiese una mesa donde no se comie
se
pan. Incluso en las casas en donde había viudas de guerra, aunque fuesen las 2 de la madrugada, este, en un intervalo de la cocción nocturna se desplazaba sin que nadie lo
vie
se hasta
aquella
casa en donde por vergüenza de no poder pagarle igual se los llevaba.
Aquellas pobres viudas con personas a su cargo lo querían como si fuese un santo de la iglesia. Entre él y aquellas pobres mujeres se crea
ba
un vínculo más allá de la amistad. Ellas, además del
pan
necesitaban otras cosas, lo ofrecían lo que fuese.
-Don Torcuato, el panadero, era un hombre bien plantado y robusto, con unos brazos como la pata de una mesa y unos labios que
,
a todas aquellas damas, les hacía soñar con besarlos.
D
on Torcuato, también tenía otras cosas gruesas y robustas
,
pero esto solo lo sabía él y las personas que lo recibí
an
a
aquellas horas de la madrugada.
A
lgunas de estas personas si lo recibían aquellas altas horas no era por agradecimiento, porque las había que el pan se lo pagaban religiosamente, al momento de la compra, más bien porque sabían que este tenía estas cosas gruesas y que las manejaba con maestría, igual como hacía los panes. Don
T
orcuato, de haber sabido que alguna de estas personas lo recibían a estas horas para agradecerle lo que fuese no hubiesen repetido estas visitas. Don Torcuato quería que quien lo recibiese fuese porque lo necesitaba, y el generosamente, las complacía como buen samaritano. Al ser un hombre de fe, sabía que después, en la eternidad, sería recompensado.
-Igual…igual,
como un primo que era sacerdote en la ciudad. A
quel
primo lo ilustró en las cosas de la vida que muy pocas personas sabían.
-Don
T
orcuato, el día que vino a la panadería
l
a mujer del alcalde a comprar su pan cosa que no hacía nunca ya que enviaba a su hija, comprendió que aquella divina señora también lo necesitaba, a altas horas de la madrugada, y siendo la mujer del señor
a
lcalde este no le podía negar nada de nada. El señor
a
lcalde era la máxima autoridad en la villa.
Tanto, que en su despacho del ayuntamiento tenía enmarcada la foto del gran caudillo por la G. DE. D. Y
Vigia
de la naci
ó
n, que a este le daba un poder ilimitado.
-Don Torcuato se había guardado mucho de contradecir a
a
quella
dama
y llevarle la contraria, sin atenderla en lo que
necesit
a
s
e
. Don Torcuato era sencillamente un buen panadero de pueblo.
La mujer del alcalde, por estas fechas tenía 44 años y una hija de 23. Sí una era bonita, la otra aún más.
L
a mamá además de bonita estaba rellenita y sabroso
na,
como aquellas pastas que hacía el panadero rellenas de confitura. La hija era como una figura de porcelana, pero su culo ya se asemejaba al de su progenitora. La chica si no tenía novio era porque sus padres querían para ella un hombre que en el pueblo no existía. Está ansiosa, esperaba
,
pero cada vez sentía
más
el incontrola
ble
deseo de la hembra en espera del semental.
L
a madrugada que la mujer del alcalde le dijo que le llevas el pan caliente a casa, don Torcuato no las tenía todas consigo. Una cosa era llevar el pan aquellas enlutadas viudas y otra muy diferente era entrar en casa del alcalde para entregar el pan caliente a su mujer, a las 2 de la madrugada. Por lo que se sabía en la villa, el señor
a
lcalde había ido a la capital por cuestiones del cargo y que lo más probable era que tardarse envolver una semana como mínimo.
Si
intuía que en la capital los alcaldes que iban, tenían muchísimas cosas importantes que gestionar. Incluso a veces tenían que entrevistarse con algún ministro.
A las 2 y sin que encontrarse nadie por la calle, el panadero, con un pan caliente bajo el brazo entro en la casa del alcalde. No tuvo que llamar porque la enorme puerta de madera no estaba cerrada con llave.
Tras la puerta lo esperaba la mujer de este, que en susurros le dijo al oído, que su hija no estaba segura que estuviese dormida.
Ella que ya no lleva bragas puestas le dijo ansiosa al panadero que a
llí
mismo en el suelo, se la follase. Tendiéndose en este, se arremangó la falda, dejando al alcance de aquel grueso pr
í
apo la entrada libre. Pero aquella polla no era cualquier cosa. Cuando esté se la metió no pudo e
vitar
un grito que podía ser de dolor como podía ser de placer.
Sí la alcaldes
a
creyó que aquello sería un polvo rápido se equivocó. Tanto gusto le encontró aquella maza de mortero, dentro de ella, que cogiendo por el culo al bravo panadero no le dejo que se la sacase. Don Torcuato también hacía días que no se tiraba a una mujer como aquella, y perdiendo el norte la fue galopando entre gruñidos de placer. Después abrochándose los pantalones, impregnados de harina, se perdió en la noche.
Solo dos días después, la mujer del alcalde volvió para decirle que a las 2 de la madrugada le llevas el pan caliente. Otra vez el solitario panadero se fue para la casa del alcalde con su pan recién hecho bajo el brazo. Una fina lluvia cubría el empedrado de la calle.
Detrás de la puerta, la que lo esperaba era la hija del alcalde. Está también si
n
las bragas
-
al oído y en voz baja le dijo a este que aquella noche le tocaba a ella
-
. Que como dos noches antes hoyo cómo se follaba a su madre. A est
a
le dijo que
,
si no se la tiraba alternativamente, se lo diría
a
su padre. Enseguida llegamos a un acuerdo le dijo esta y no en voz baja, gozosa de que el grueso carajo se lo metiese por el culo. No temas panadero por el tamaño
-
le dijo está
-
más contenta que unas castañuelas,
que por mi culito ya
han
entrado otras pollas, y de momento no quiero quedar preñada.
Ah, como mi padre no creo que tarde cuando te avisemos
vas por detrás de la casa y encontrarás una pequeña puerta sin cerrar, allí mismo, encima de la paja, nadie se enterará
-
Oye, s
iguió la procaz
hija, en vez de traer un pan, tráete un pastel de confitura que a mí me gusta mucho.
El panadero, con el corazón en un puño, se perdió en la noche mientras la fina lluvia no dejaba de caer. El reloj de la iglesia marcaba las 2:45 de la madrugada.
-
--
Queridos lectores: de poder saber el final de esta historia les doy palabra que más adelante se la contaré.