El Palé galante

Un grupo familiar decide ir a limpiar la casa del pueblo. Lo que esperan sea un fin de semana aburrido se transforma, gracias a una prima cachonda y un juego antiguo, en una sorprendente velada de placer.

Seguro que todo el mundo ha tenido malas perspectivas para muchos fines de semana, pero maldita la gracia que me hacía a mí que, en el trabajo, me intentaran consolar con esa monserga. Se trataba de MI fin de semana, y mis suegros me habían reclutado para limpiar la casa del pueblo. Ladinamente –pensaba yo- habían esperado a que coincidieran mis vacaciones con un día de fiesta que tenía mi cuñado José, que trabajaba en Cataluña, para hacer un fin de semana de recogida de trastos y puesta en orden de la casita del pueblo.

La expedición estaba previsto que comenzase el viernes por la tarde: formarían parte mis suegros, Fernando y Pilar; su hijo José, con su esposa Mari Pepa; y finalmente mi mujer, Alex, y yo mismo. El zafarrancho comenzaría el sábado de mañana, y creíamos poder terminar con todo el domingo al mediodía, para comer y volver a la ciudad.

Como suele pasar en estos casos, el mandamás se escaqueó. Mi suegro, que había dado la turra con "la casa de sus ancestros", pretextó un leve ataque de gota y se quitó de en medio. No puedo decir que lo lamentase, porque suele ser bastante inútil para cualquier cosa que exija… cualquier cosa. Sin embargo, en el último momento se apuntó Celia, una prima de mi mujer, una chica guapa, de 23 años, y sobre todo muy divertida y "echada para adelante". En el pueblo de mis suegros dicen de ella que es "muy fresca", pero yo, que la conozco y la estimo, puedo dar fe que es una persona leal, alegre, de quien sólo hablan mal aquellos que son viejos mal pensados o jóvenes a quienes ha dado calabazas.

El sábado fue tan aburrido como imaginaba, trabajar y sudar, un horror, sólo amenizado por alguna broma y ocurrencia de Celia, hasta la tarde. Fue precisamente ella quien nos invitó a probar un licor de hierbas dulce, que fue a buscar a casa de sus padres, a tiro de garbanzo de allí. "Si mi padre se entera de que le saqueo la bodega…" dijo, con un adorable mohín. El trabajo duro da sed, y ganas de divertirse, y el licor, de alta graduación, entraba francamente bien, así que todos probamos repetidas veces de él. Al terminar la sobremesa, Celia abrió una segunda botella y la mezcló con hielo en una jarra, para que fuéramos refrescándonos mientras trabajábamos.

A poco de volver a la tarea, Mari-Pepa nos llamó: "Mirad qué cosa tan curiosa". Al fondo de un arcón, bajo mantas y edredones, entre bolas de naftalina, había encontrado la polvorienta caja de un juego de sociedad: " El Palé Galante ". En la cubierta, amorcillos y sátiros perseguían a ninfas.

Todos, menos mi suegra (que trasteaba por el piso bajo) nos pusimos en círculo. Mari-Pepa abrió la caja y sacó las instrucciones y unas bolsitas con fichas. No hizo falta preguntarnos si queríamos saber de qué se trataba. Mari-Pepa comenzó a leer en voz alta las reglas de juego. Se trataba de una especie de Monopoly, o Palé, pero en versión erótica. Básicamente, el tablero era similar, un cuadrado que había que recorrer con la ficha. A cada jugador se le daba dinero, con el cual podía comprar propiedades, que no eran inmobiliarias, como en el Monopoly, sino jardines o glorietas con nombres sugerentes, como "Jardín del Placer", "Pensil del amor", y cosas así. No se edificaba sobre ellas, sino que quien caía en una propiedad con dueño, debía pagar entregando una prenda al fondo común. Había tarjetas verdes de "Suerte" y rojas de "Sorpresa", pero no se usaban indistintamente. Existían casillas donde se indicaba: "Coge una tarjeta verde de Suerte si tienes alguna prenda puesta, o roja de Sorpresa si no te queda ninguna". Quien caía en la cárcel podía optar por coger una tarjeta (verde o roja, según tuviera ropas) y seguir jugando, o esperar dos turnos, confiando en que alguien cayese en la prisión y le liberase. Si nadie caía en la mazmorra, al tercer turno tenía, obligatoriamente, que coger tarjeta y salir. Al acabar una vuelta no recibías dinero (ya no se repartía más dinero tras el principio) sino que podías recuperar una prenda del montón común. Cuando se acababa el dinero repartido al principio, la única manera de comprar propiedades era a cambio de ropa, y era una jugada muy arriesgada, así que muchas propiedades quedaban sin dueño y eran "terreno de nadie".

-¡Caramba con el bisabuelo! -dijo mi cuñado José, riendo.

-Jugamos ¿no? –dijo Celia, a quien le encantaba poner en apuros a la gente, y que yo sabía no debía estar tan borracha como quería hacernos creer.

Sin tiempo a responderle, mi suegra apareció por la escalera:

-¿Qué hacéis, chicos? ¿No trabajáis? –dijo, benevolente, porque ella sí que estaba cargada; no estaba muy acostumbrada al alcohol, y menos al de alta graduación.

-Es que hemos encontrado un juego que parece muy antiguo y muy divertido, tía –dijo Celia, con aire inocente. –Y, puesto que hemos adelantado mucho el trabajo, todos pensamos que podríamos jugar un rato

La manera de Celia de meternos a todos en el "hemos" me incomodó un poco, pero no iba a ser yo quien me negase a jugar. Ni por un momento, pese a lo lianta que era Celia, pensé que acabaríamos jugando, pero durante un momento se me escapó una mirada al resto del grupo. Celia, que tenía 23 años, era morena de ojos oscuros y tenía un tipazo que quitaba el hipo, y mi mujer Alex, morena de ojos verdes, 29 años, más guapa de cara que Celia, con unas curvas sugerentes sin llegar a las de su prima, eran lo mejor del grupo en cuanto a lo femenino. Mi cuñada Mari-Pepa era castaña, de cara un poco caballuna y un poco culona, tenía 25 años, y mi suegra, de cincuenta y un años, tenía muy buen tipo, pero un leve estrabismo le estropeaba algo la cara. Sin embargo, la posibilidad de ver a mi suegra y cuñada perder, aunque fuera una prenda, tenía un morbo evidente, como mis partes bajas evidenciaron con una considerable erección. Para terminar la descripción, yo soy Mario, tengo 28 años y soy alto y fornido, aunque no gordo, y mi cuñado José, algo más bajo y delgado, tiene 27 años y puede considerarse también de tipo atlético.

Mientras pensaba todo esto, Celia continuaba dando palique a mi suegra y, para mi sorpresa, mi mujer y mi cuñada participaron, entre risas, animando a su madre a que dijese que sí. Estoy seguro que, por entonces, ellas creían que se trataba de un bromazo que gastar a la buena mujer, y nadie creía que íbamos a pasar a mayores.

Mari-Pepa leyó otra vez las instrucciones y mi suegra puso mal gesto al saber de qué se trataba. No es una puritana a ultranza, pero sí muy recatada, y más con la familia. Para hacerse una idea, basta decir que yo soy enfermero, pero jamás me llama a mi cuando necesita ponerse una inyección, para no enseñarme el culo.

Mari-Pepa volvió a leer las reglas. El juego estaba planificado para que las posibilidades de perder prendas fueran mayores que las de ganarlas. Por ejemplo, las tarjetas en que se ordenaba quitarse una eran más numerosas que las que permitían recuperarla y, obviamente, las posibilidades de caer en una casilla de los cuatro rivales (y perder prenda) eran mayores que las de caer en una posesión propia (y recuperarla). Si alguien caía en una casilla de otro, como he dicho, la prenda no iba al propietario, sino al fondo común. Pero Celia intervenía cada vez que Mari-Pepa terminaba de explicar una instrucción, "reinterpretándolas", de manera que al final consiguió convencer a mi suegra, que entre la labia de su sobrina y el alcohol, debía pensar que era una especie de "Bingo" parroquial. Casi estoy seguro que, en esos momentos, llegó a pensar en llevar el juego a las reuniones de catequistas.

Mi cuñado no había dicho nada, yo creo que por miedo a quedar como un salido , pero dado que todos estábamos de acuerdo, asintió. Sus miradas a Celia lo decían todo. Y de repente, sin saber muy bien cómo había ocurrido, nos vimos en una situación donde echarse atrás era difícil. Mi mujer y mi cuñada eran las más inseguras, pero temían la lengua de Celia, y lo que pudiera contar acerca de su cobardía y su puritanismo.

Cada uno de nosotros recibió una ficha, pesada como un soldadito de plomo, que representaba un Dios del Olimpo Griego. Siguiendo las instrucciones, nos colocamos más o menos alternando varón y mujer, de izquierda a derecha: Zeus (José) Hera (Alex), Hermes (Yo), Afrodita (Celia), Perséfone (Mari-Pepa) y Artemisa (Pilar). Sólo quedaron Ares y Hefaistos en la caja, testigo del escaqueo de mi suegro. Las reglas del juego estipulaban que los varones tenían que tener una prenda más, al comenzar el juego, que las mujeres, pero por lo demás debía empezarse con el mismo número de ropas, "entre diez y catorce", según recomendaba. Debía ser del tiempo del miriñaque. Lo modernizamos un poco a un mundo menos pacato y decidimos que los chicos llevarían siete (calcetines, zapatos, camisa, pantalón y calzoncillo) y las mujeres ocho (dos por encima de la cintura).

Comenzó Pilar. Se podía tirar con un dado, o dos, a voluntad de quien jugaba. Las primeras vueltas, lógicamente, se perdieron pocas prendas. Nadie tenía propiedades y las casillas de coger tarjetas eran dispersas. Las tarjetas, además de hacerte perder o ganar (menos veces) prendas te ordenaban cosas como "Da un beso en los labios a la primera persona de sexo contrario de tu izquierda hasta que ésta diga basta". Por ejemplo, Pilar tuvo que dar un pico en la boca a José, pero éste, cortado, dijo basta en seguida, y su madre se rió: "Qué tonto eres, hijo. Si no pasa nada… Pues este juego va a ser al final un poco moñas " Cuando dijo eso, vi cómo los ojos de Celia brillaban, divertida ante la inocencia de su tía

Aunque en el juego influía mucho el azar, lo cierto es que algunas cosas podían dirigirse. Por ejemplo, al inicio era muy importante tirar con dos dados, para pasar por la casilla de salida el mayor número de veces y rescatar prendas, si las habías perdido. Lo de "rescatar" es un decir, pues al servirte del fondo común, bien podía ser que acabases vestido con ropa de otro jugador o del otro sexo. Así mismo, llevando una buena contabilidad de las tarjetas que habían salido, viendo las casillas que había ante tu ficha, y calculando probabilidades, podía decidirse si usar uno o dos dados con una cierta ventaja.

Pilar no calculaba nada y, acostumbrada al parchís, tiraba siempre con un dado, así que no es de extrañar que pronto se viese en malos pasos. Perdió zapatos y medias, mientras que Celia y yo(los más calculadores) sólo llevábamos una prenda de menos, y Alex, Mari-Pepa y José dos.

Pilar tiró y cayó en una casilla de Celia. Entonces miró alrededor y se echó a reír.

-Bien, ja-ja –dijo nerviosamente- Ha sido muy divertido.

Sus hijos, evidentemente, no hubieran insistido, y yo menos, para que no me considerara un salido . Pero Celia, con un par de tragos, era tremenda.

-¿Cómo que ya vale? ¡De eso nada! ¿No te reías de José hace poco por remilgado? ¡Te ha tocado perder: falda o blusa, elige!

Mi mujer, sorprendentemente, se unió a Celia:

-¡Lo jugado es lo jugado, mamá!

-¡Si aquí estamos en familia, Pilar! ¡Y Mario es enfermero! –apostilló Mari-Pepa.

Mi suegra estaba toda colorada. Intentando encontrar palabras, argumentos, pero el alcohol le nublaba el entendimiento

-Pero, vamos a ver… si no es por enseñar el sujetador. Pero si seguimos jugando, ¡al final vais a querer verme el culo! – dijo, al fin, expresando su temor.

-¡No queremos verte nada, mujer!- respondió Celia- Lo que pasa es que has tenido una mala racha. Pero también puede que ahora ganes tú, y acabes viéndole el rabo a José, o incluso a Mario. ¡Venga, mujer, que no se diga que no te atreves! ¡Hace un momento te las dabas de valiente!

No seré tan presuntuoso de pensar que fueron las ganas de verme el pene lo que convenció a mi suegra. Yo creo que, más bien, las alusiones a su cobardía le picaron tanto que, sin decir más, se levantó y se quitó la blusa. Su sujetador, color carne, no era nada sugerente, pero la situación me había hecho ponerme a cien. Mi mujer me miró, riendo. Aunque no me dijera nada, sabía lo que pensaba. Seguía sin creer que llegase a ver ninguna parte íntima a nadie, pero estaba convencido de que Alex y yo disfrutaríamos de un buen polvo esa noche, recordando el momento.

-¡Una ronda de licor para Pilar, por su valentía! –dijo Celia – y mi suegra, sin saber muy bien qué hacía echó otro trago. Dimos otra vuelta del juego. José y Mari-Pepa perdieron otra prenda y Pilar cayó en una casilla de "Suerte". Esperanzada, cogió la tarjeta; aunque sus palabras se entendieron poco, comprendimos que tenía que perder la falda.

Nuevas negativas, nueva insistencia, y curiosamente, sus hijos fueron los que más insistieron. Hay que saber que su madre les había educado de manera más que estricta en el tema sexual, y les resultaba fascinante ver cómo su madre se desnudaba, aunque fuera ante familiares.

Finalmente, con el argumento de que tampoco iba a enseñar nada que no se viera en la playa, se quitó la falda, descubriendo una de esas fajas marrones que llevan las mujeres de mediana edad.

-¡Trampa! ¡Trampa! –gritó Celia- ¡Pilar ha hecho trampa! ¡Llevaba más ropa de lo permitido!

-¡Pero, Celia, ha sido sin querer! ¡Ni me acordaba de que llevaba dos cosas bajo la falda!

-¡Nada, nada! ¡Las reglas no admiten alegaciones de ignorancia! –gritó Celia, que estoy seguro que sí sabía que Pilar llevaba faja, y estaba esperando que todo se desarrollase así.

Se acudió al reglamento, y como era de esperar el culpable debía perder otra prenda o cumplir el castigo que el resto de jugadores le impusiesen. Todos nos pusimos de acuerdo… en no ponernos de acuerdo en la sanción, así que Pilar debía elegir entre quitarse el sostén o la braga.

Aquí casi se acaba el juego. Mi suegra lloraba, se enfadaba, y se negaba a desnudarse. Yo no me lo podía creer. Como he dicho, Pilar tenía un buen cuerpo, y en la playa se destacaban unos senos firmes y de pezones amplios bajo el bikini, y estaba a punto de contemplarlos… Fingiendo que mi único interés era por el juego, yo insistí en cumplir el castigo.

Al final, fue una insinuación de Celia la que decidió el asunto.

-¡Hombre, Pilar, que estamos en familia! ¿Qué pensaría el tío si supiese que te has echado atrás, tú que has sido siempre la fuerte de la familia?

Pilar se asustó muchísimo, al pensar que le contarían todo a Fernando, y se le vino el mundo abajo al no poder imaginar cómo explicarle lo ocurrido.

-Bueno, mirad. Tenéis razón. La familia es la familia. Pero, al tío, ni una palabra ¿eh? –mientras se bajaba la faja, mostrando unas bragas blancas, y se llevaba la mano al cierre del sujetador.

Miré su pubis, cuyos pelos se transparentaban algo a través de la tela, y mi erección creció, hasta ser dolorosa. Me hubiera gustado que se diera la vuelta para ver la raja del culo, pero mi atención se fijó más arriba. Pilar se había desabrochado la hebilla del sostén, pero no se decidía a quitarse la pieza.

Al final debió considerar que era una postura ridícula y se lo quitó, pero en seguida levantó sus manos a los pezones.

-¡Venga, mujer, que ya te los hemos visto! –dijo Mari-Pepa. José no quitaba ojo a su madre, y pude apreciar que su erección era del mismo calibre que la mía. Él también animó a Pilar, que por fin, bajó las manos.

Sus tetas eran aún mejor de lo esperado. No tenía ni un pelo ni medio. Sus aréolas eran de un tamaño considerable, perfectamente circulares, y sus pezones, para su humillación, se habían puesto erectos, indicando que, a su pesar, se había excitado. Comentar algo podía ser de mal gusto, dada la vergüenza que estaba pasando, y fue José, que estaba muy nervioso de ver a su madre las tetas, quien se propasó:

-¡Vaya, mamá! ¡Te has puesto cachonda! ¡Y eso que no querías jugar!

A veces, la rabia supera a todas las demás emociones, incluido el bochorno, y Pilar debió pensar que, de perdidos, al río. Ya casi estaba en pelotas, pues no iba a parar hasta vengarse.

-¡Ahora os vais a enterar! –sonreía, pero en su boca no se veía el buen humor, sino la ira- ¡Vais a terminar todos en bolas! ¡Y os voy a ver el rabo a ti y a Mario!

En las siguientes tiradas Celia y yo, poniéndonos tácitamente de acuerdo, aflojamos un poco el acoso. Éramos los más serenos, pues estábamos más acostumbrados al alcohol, e hicimos de manera que Pilar no perdiese, incluso haciendo alguna trampa al contar, de lo que los demás no se dieron cuenta, y tratando de igualar un poco. Al rato, Pilar seguía conservando sus bragas (aunque yo me las había ingeniado para echarle un vistazo a la raja del culo, a través de ellas), mi mujer, Alex, sólo llevaba bragas y sujetador, al igual que Mari-Pepa, José sólo calzoncillos y pantalón, y Celia y yo llevábamos tres prendas cada uno.

Evidentemente, tras haber obligado a Pilar, nadie se negó a quitarse ropa, y cada vez que Celia o Mari-Pepa, o incluso mi mujer, se quitaban algo, yo me daba mi correspondiente ración de vista. Mi cuñada, que no solía llevar bikini, me había sorprendido al quedarse en bragas por lo frondoso de su coño bajo la tela, y Celia, a la que nunca había visto en la piscina o playa, casi nos había causado un soponcio a José y a mi, cuando, en lugar de quitarse la camisa, como esperábamos, se había despojado del pantalón, mostrando sus caderas, envueltas en la más diminuta braga que se había visto en la vida real. Tenía que estar depilada, pues no tenía ni un solo pelo a la vista, y su sonrisa maliciosa, dirigida hacia mí, me hacía soñar con la mayor de las delicias

A todo esto, mi suegra disfrutaba como una enana. Creía sinceramente que era su buen juego, o su suerte, el que había cambiado la situación, y jaleaba con grandes risotadas cada prenda que nos quitábamos; sobre todo las de Celia, José y yo.

-¡Bien, bien! – me dijo, cuando me quité la camisa- ¡en tres tiradas te veo la polla!

Sin duda, si al día siguiente se acordaba de esto se iba a morir del disgusto.

Yo le hubiera dejado ya caer de su guindo, o sea, le hubiera quitado las bragas, pero Celia hizo trampa; Mari-Pepa había caído en una propiedad sin dueño, pero nuestra prima dio el cambiazo de tarjetas.

-¡A ver esas tetas, Mari-Pepa! –dijo Alex, que siempre ha sido una persona bastante liberada y no le importa que mire a otras mujeres, siempre que le sea fiel.

Mari-Pepa no podía negarse: había participado en el despelote de su suegra, había visto cómo José se ponía cachondo ante cada centímetro cuadrado de carne femenina que aparecía, y ella, sin ir más lejos, miraba el bulto de mi pantalón con un mal disimulado deseo.

Se puso en pie, tarareó un aire de striptease "ta-ri-ro-ta-ri-ro" y se despojó de la prenda, mostrando sus grandes tetas. Las tenía más grandes y caídas que mi suegra, pero también me dio un vuelco el corazón, ante la visión de esas aréolas café con leche y esos pezones enhiestos, apuntando hacia el frente.

Las tarjetas de "Suerte" verdes, mientras se tenía ropa encima, eran más o menos poco "peligrosas", pero cuando te ibas quedando en bolas, progresivamente adquirían peso específico. El siguiente tiro de mi suegra la llevó a la cárcel. Dada la cuenta de tarjetas que habían salido (cuando se acababan, se volvía a barajar) hubiera sido prudente aguardar, pero Pilar, confiada en lo que creía su buena suerte, tiró de tarjeta y le salió: "Que el primer jugador de sexo contrario de tu izquierda te acaricie los senos durante el tiempo que desee, pero no menos de 30 segundos". Ya había aparecido esa tarjeta, pero como Celia tenía camisa, José se había tenido que contentar con magrear a través de dos capas de tela. Sin embargo, avanzado el juego, todo era distinto. Miré un momento a mi mujer, que me hizo un gesto afirmativo, y me acerqué a Pilar, que me esperaba con gesto desafiante. Yo creo que esperaba no mostrar ninguna emoción, y confiaba en lo que llevaba repitiendo media jornada: en verme la polla.

Cogí con ambas manos las copas de sus pechos y, con los pulgares e índices, empecé a darle pequeños toquecitos en los pezones. Era una caricia que había practicado con Alex muchas veces, y sabía que la volvía loca. Su madre no iba a ser menos. Imagino que su sexo con Fernando era muy poco imaginativo, y no salían del misionero y poco más. Así que, a los pocos segundos, mi suegra se derretía bajo los suspiros y gemidos de lo que preludiaba ser uno de los orgasmos femeninos más rápidos de la historia. Tanto gemía la buena señora que me asusté. Había pensado darle unos lametones y continuar con las caricias hasta un minuto, pero me dio miedo que Alex se enfadara y lo dejé justo a los 30 segundos. Mi erección, de todos modos, era ya dolorosísima, y pensé que tenía que hacer algo para aliviarme o la cosa podría acabar mal para mi pene.

Siguió la vuelta, con una ronda de pérdidas generales. José se quedó en calzoncillos, Alex enseñó sus magníficas tetas (su vista animó sobremanera a su hermano, que tenía problemas para esconder su excitación ante las mujeres de su propia familia), yo me quedé con dos prendas, y Celia también perdió la blusa, mostrando un sujetador a juego, en color y tamaño, con la braga. Dicen que la palabra sostén es poco sexy, pues indica que la prenda evita la caída de los pechos, mientras que la palabra sujetador hace referencia a que contienen algo que se quiere escapar. Dado el tamaño del de Celia, nunca un sujetador estuvo más cerca de fallar en su cometido, pues apenas cubrían justo por encima de los pezones.

Cuando le tocó tirar a Pilar, su ficha cayó en una tarjeta de Suerte. Cuando iba a levantarla, yo me las arreglé para desviar la atención de todos, y cambié la primera ("Recupera una prenda") por otra ("Pierdes una prenda"). No me supo malo. Llevaba más de un cuarto de hora haciendo trampas a su favor. Ya era hora de que enseñara el conejo.

Y costó. De repente, fue consciente de que había perdido, y trató de echarse atrás. Pero a estas alturas ya estábamos todos desmadrados. A un grito de Celia: "¡A por ella!", los otros cuatro la cogieron, uno de cada extremidad, y yo oficié de Sumo Sacerdote del despelote: cogí ambos lados de la braga y, de golpe, se las bajé a las rodillas. Ella no se estaba quieta, tratando de dar patadas a un lado o a otro, y con ello provocó que Alex y Celia, que sostenían sus piernas, tiraran de ellas hacia los lados, para que no pudiera golpearlas. Como yo estaba aún enfrente, inclinado y con sus bragas en la mano, se me ofreció el espectáculo de su vulva abierta, con el clítoris que, me pareció, apuntaba hacia mí

-A ver, mamá… ¿te vas a estar quieta? –dijo Alex- Que me parece que lo único que vas a conseguir es hacerte daño. Bueno, y dar el espectáculo a Mario

Mi cara de tonto no engañaba a nadie. Pilar, rabiosa, se avino a quedarse tranquila. Cuando la soltamos, creímos que iba a vestirse e irse, pero estaba claro que no quería quedarse siendo la única que enseñaba todo, y se sentó a jugar.

Seguimos jugando. Alex recuperó una prenda. Mari-Pepa se quedó en pelotas. No sólo no armó el lío de Pilar, sino que, de buen grado, se dio la vuelta para que todos la viésemos. Su coño, como había supuesto, era peludo, de color castaño, y su culo era grande pero proporcionado,. A petición mía se inclinó un poco hacia adelante, permitiendo ver el agujero del culo y la vulva, desde atrás.

También perdió su última prenda José, que nos enseñó un pene de respetable tamaño, unos 20 cm, grueso y a punto de estallar. A pesar de que era el pene de su hijo, Pilar lo miró con un claro atisbo de lujuria, y se me ocurrió que, tal vez, el pobre Fernando no estuviese muy bien dotado.

-¡Qué hermosura! –musitó Celia, y no pude evitar sentir una punzadita de celos

Lo próximo importante que ocurrió es que Alex volvió a perder el sujetador, y luego Pilar cayó en una de mis casillas. Las reglas estipulaban que un jugador que perdiese todas sus prendas debería pagar los castigos con levantando una tarjeta de "Sorpresa" de color rojo.

Las tarjetas rojas contenían órdenes más elaboradas y con mucho más contenido sexual que las verdes. Se supone que, en esos momentos, la desnudez hacía que el pudor se hubiera perdido. El caso es que la primera tarjeta decía: "Debes ofrecer tu flor posterior al primer jugador de sexo contrario a tu izquierda para que él te penetre". Así que me tocaba, nuevamente, a mí. Y, por cierto, me di cuenta que el juego no tenía en cuenta la homosexualidad. Simplemente, para ellos no existía. Cosas de los tiempos, supongo.

Tenía que desvirgar por atrás a mi suegra (no me cabía ninguna duda de que nadie le había hecho nada por allí) y lo cierto es que me apetecía mucho. Alex era bastante buena en el sexo, pero nunca me había dejado hacer el coito anal. No quise mirarla, para que no dijera nada, pero sorprendentemente fue José, mi cuñado, quien quiso acabar con todo.

-Bueno, chicos, lo cierto es que nos lo hemos pasado bien, todo ha sido muy cachondo, pero no se ha pasado de besos y algún magreo. Vamos a dejarlo antes de pasar a mayores.

Le miré, allí en pelotas, con el pene tieso, y pensé con incredulidad en qué podía ser lo suficientemente importante como para que renunciase a la posibilidad de ver a Celia en pelotas, o incluso tirársela. No podía ser defender a su madre de una penetración anal. Hasta que me di cuenta de que José estaba aterrorizado con la idea del incesto; de tener que tirarse a su hermana o a su madre. El juego no reparaba en esto; se suponía que no era para ser jugado entre madres e hijos, imagino. Con cierta lástima, le contesté:

-Vamos, José. No te preocupes. Nadie te va a obligar a ti a hacer nada que no quieras. –era falso, podría ser que su hermana le masturbase, o su madre le hiciese una mamada, pero mis palabras aliviaron a mi cuñado, que pensó que siempre podría negarse a metérsela a su madre, como iba a hacer yo.

Sorprendentemente, Pilar decidió por todos. Se inclinó hacia adelante, mostrando su culo abierto, cogió con las manos ambas nalgas, separándolas, y diciendo:

-Vamos, imbécil, cállate. Ahora que estamos donde estamos, no vas a ser tú quien me impida ver el rabo de Mario.

Francamente, eso me sorprendió. Y me cabreó. Me ofrecía su culo abierto sólo para verme la polla. Pues por el momento no se iba a salir con la suya. Tarde o temprano acabaría desnudo, o al menos eso esperaba, y con Celia, pero le iba a hacer sufrir un poco más, a la mala pécora. Como la tarjeta no hablaba especificaba instrumento, cogí un guante sin usar, de los que habíamos traído para trabajar. Me lo puse en la mano derecha y, ayudándome de la mano izquierda, que coloqué en la pared posterior (ahora superior) de su culo, tirando hacia arriba, inserté dos dedos en su trasero y comencé a frotar de adelante atrás.

Pueden imaginarse su rabia al verse burlada, y su dolor al ser penetrada, pero cuando trató de separarse, Celia y Mari-Pepa la retuvieron. Sólo necesitaron hacerlo unos segundos, pues otra vez comenzó a sentir oleada tras oleada de placer. En esta ocasión no hubo tiempo que valiera, y llegó a tener un orgasmo pleno, potente, no fingido.

Luego tocó el turno de José, que tenía que chupar el coño a su hermana. Como Alex llevaba aún la braga, lo hizo por encima. No sé si se hubiera atrevido a hacerlo si lo hubiera llevado al aire. Imagino que no porque, incluso con ropa, sólo le dio una especie de besito… y ya está.

Alex perdió la braga, y nos enseñó el coño. Pelo negro, bien recortadito; haberlo visto mil veces no me privaba de una tremenda excitación. Como Mari Pepa, dio una vuelta para enseñarnos sus nalgas, perfectamente partidas en dos por su raja.

Celia y yo perdimos una prenda cada uno… y ya sólo nos quedaba una. Estoy seguro que ella también deseaba terminar. Podríamos haber hecho trampas, los demás no se enteraban de mucho, pero los dos buscábamos el mejor de los finales.

Yo me quité el pantalón y mi polla casi asomaba por encima del elástico del bóxer. La tengo grande, unos 22 centímetros, aunque yo creo que, aquel día, habría llegado a los 25.

Sobre todo cuando Celia se quitó, despacito, el sujetador, mientras silbaba la melodía de Gilda. Se desabrochó la hebilla del sujetador. Se sujetó las copas (que casi no le cubrían los pezones) con un brazo y con la otra mano dio vueltas a uno de los tirantes. Luego cambió de manos. Finalmente, cuando llegaba al final de la melodía, fingió que se sobresaltaba y se le caía la prenda

Sus tetas eran las más perfectas que había visto nunca. Redondas, firmes, simétricas, con aréolas y pezones pequeños, oscuros. Apuntaban hacia adelante sin desviarse ni un milímetro. Creí que me volvía loco. Las manos se me iban había las tetas, pero no podía tocar. Había que seguir las reglas

Mari-Pepa tuvo la siguiente incidencia. Caída en una propiedad de su marido, leyó una tarjeta; acabábamos de barajar, y le salió la misma tarjeta que le había salido a Alex: "El primer jugador de sexo contrario de tu izquierda puede darte placer, en tu flor, durante el tiempo que desee, con la boca". José, que sólo se había fijado en que la propiedad era suya, se preparó a desquitarse del cunnilingus que no había querido hacer con su hermana.

-No, perdona, -le dije yo –Me toca a mí. El primer jugador de la izquierda.

Mi cuñado puso una cara más larga que la alineación de la Real Sociedad (ya saben: Urruticoechea, Mendañabeitia, Perezgoticorrena…), pero no le quedó más remedio que apartarse. En su mirada noté que estaba más decepcionado por tener que aguantarse las ganas que preocupado por lo que hiciera yo con su mujer. Creía que haría como él, un segundo de contacto y fuera.

Juro que quería hacerlo. Bueno, a lo mejor un segundo, no. Tal vez tres o cuatro. Una chuparradina, quizás. Pero todo no marcha como uno quiere, como dijo Cervantes antes de perder la mano.

Mari-Pepa se acostó de espaldas y se abrió de piernas. Eso me debería haber hecho sospechar que por su cabeza no pasaba la misma idea que por la de su marido, pero lo cierto es que tenía delante el coño abierto de mi cuñada, con sus dedos separando los labios mayores, y no tenía yo la polla para magdalenas, quiero decir el horno para bollos. Me arrodillé y comencé a chupar. A los pocos segundos, me pareció que José decía algo, y me fui a retirar, pero Mari-Pepa me agarró de la cabeza y me dijo "¡Sigue, Cabrón! ¡Sigue chupando, o te mato! ¡Sigue, Cabrón!" Pongo "cabrón" con mayúsculas porque creo que todo el mundo entendió que lo decía con letras capitales.

¿Qué podía yo hacer? Continué recorriendo con mi lengua de arriba abajo, hasta el clítoris, hasta la entrada del ano, otra vez hasta arriba al clítoris, entre los gemidos de placer de mi cuñada y, al final, me decidí a hacer una exploración profunda y le introduje la lengua entre los labios menores, lo más profundo que pude, y la comencé a mover vertiginosamente, provocando un alarido de Mari-Pepa. Marcando el orgasmo, que se dice

Cuando me retiré, no me atrevía a mirar la cara del pobre José. Encima, el pobre es senderista, y se me vino a la cabeza el Pequeño y Gran Sendero que había recorrido con mi lengua por el coño de su mujer. Comprendan, no podía mirarle sin echarme a reír

Sin embargo, se animó cuando, tras unas tiradas más o menos anodinas del grupo, en la siguiente ronda Celia entró a la cárcel. Podía elegir tarjeta, y yo calculaba que, si lo hacía, tenía muy pocas posibilidades de conservar sus bragas. Lo más inteligente era esperar, por si alguien caía después de ella y la liberaba. Sin embargo, me miró y vi en sus ojos que quería terminar con todo. Que quería follar, y conmigo. Aún mirándome, alargó la mano a las tarjetas

Pero yo seguía con la risa bailando en mi interior, pensando en el "explorador" José y mi lengua "exploradora" y quería divertirme un rato más, si podía. Le dije con la vista y un imperceptible gesto de cabeza "NO". Ignoro si entendió todo lo que quería decir, pero rechazó las tarjetas y decidió seguir en la cárcel dos turnos más. Mari-Pepa sacó una tarjeta, y recibió permiso para recuperar una prenda. Sorprendentemente, se puso un calcetín, prefiriendo seguir mostrándonos su peludo coño. Pilar sacó tarjeta y volvió a sacar la misma tarjeta de antes, la de ser sodomizada (bueno, no lo decía así) por el sujeto de su izquierda. Se quejó amargamente, asegurando que le hacíamos trampa, pero le demostramos que no era así, que habíamos barajado las tarjetas, por lo que podía volver a salir cualquiera de ellas a cualquier jugador.

En realidad, no tengo muy claro que Celia no hiciera trampas. Es posible que sí.

El caso es que Pilar dejó de protestar y se puso a cuatro patas, abriendo otra vez su culo, con la seguridad de que la penetraría otra vez con los dedos.

Sin embargo, esta vez había decidido hacer otra cosa. En la penetración anterior había comprobado que Pilar iba bastante limpia (seguramente se había duchado esa tarde) así que podía hacer una cosa un poco más osada. Comerle el culo. Antes de que pudiera evitarlo, me arrodillé detrás de ella, pasé los brazos por los lados y delante de sus muslos hasta agarrar firmemente su coño, para que no pudiera separarse, y apliqué mi boca en su trasero. Cuando se dio cuenta de lo que hacía, intentó erguirse y separar su ano de mi boca, pero apreté firmemente las manos, introduciendo dos dedos dentro del coño, de manera que, al moverse, sólo conseguía frotarse con mis dedos y darse placer.

Pilar se comenzó a mover, pero rítmicamente, para que los dedos le frotasen el coño, y se despreocupó del trasero. Entonces comencé a dar pequeños lengüetazos en todos los pliegues del culito, arriba, abajo, arriba, izquierda… La respiración de Pilar se fue agitando, el pulso, que notaba con mis dedos, también, y yo creo que logró dos orgasmos a la vez, suponiendo que eso se pueda hacer.

Los dos caímos, ella exhausta, yo más decidido que nunca a terminar con todo, tirarme a Celia si podía y, por la noche, a Alex

José tiró y recuperó una prenda. Se puso una prenda del montón, que resultó ser la braga de Pilar. Pobre hombre.

Alex tiró y le tocó que yo (el primer sujeto de sexo contrario de la derecha) le diese placer en la "flor posterior". Bueno, era el momento de sacar al exterior el pajarito, pero cuando me llevaba las manos al calzoncillo para bajármelo, me di cuenta de que me miraba, horrorizada, y recordé que le tenía un miedo terrible a ser sodomizada

Pensé rápidamente qué hacer: meter dos dedos también le daría miedo, y la lengua quedaba descartada porque le daría asco. Podía hacer un simulacro, como había hecho su hermano, pero la verdad es que Alex pedía guerra; prácticamente podía ver, desde varios metros, que estaba empapada, que necesitaba un orgasmo, y su hermano no se lo iba a dar

-Alex, confía en mí, ponte a cuatro patas. Levanta el culo, en pompa. Así.

De esta manera, Alex exponía hacia mí (y a todos los demás, de hecho) el culo y también la vulva. Despacio, muy despacio, metí la mano entre los muslos y toqué su clítoris, deslizando luego, con movimiento de frotación, los dedos, a través de los labios mayores, los márgenes del ano, hasta la cara posterior (ahora arriba). Cuando mi mujer vio lo que hacía, se relajó y se dispuso a gozar. Mis dedos recorrieron un ay otra vez vulva, clítoris, vulva, ano, insinuando a veces en el agujero del culo, sin llegar a entrar, hasta que su respiración agitada, que yo conocía también, dejó paso a un grito que ponía los pelos de punta, y que marcaba el orgasmo.

Después tiré yo, y sin necesidad de hacer trampa, saqué un diez, que me llevaba a la cárcel. Así, Celia quedaba libre. Dudé un instante y decidí esperar sin sacar tarjeta, para ver lo que hacía Celia en su tirada. Después de todo, era la siguiente, y ya todo estaba por acabar.

Celia tiró y cayó en una propiedad de Pilar. Por tanto, tenía que quitarse las bragas. Me dispuse a contemplar. Si para el sujetador había dado el espectáculo de antes, con Gilda y todo ¿qué nos esperaba ahora? Incluso vi que José se animaba un poco, pensando en que por fin vería el coño a su prima, y soñando quizás con disfrutar de él. Todos hicimos un círculo alrededor de ella, todos desnudos menos ella y yo.

Celia eligió hacer el mimo. Ya nos había mostrado alguna vez sus habilidades, así que no nos extrañó ver que, realmente, casi estaba a la altura de un mimo profesional. Caminó hacia atrás, chocó con la pared, fingió que llovía, se quitó minúsculas gotas de agua de las tetas, de los pezones, en un obvio intento de excitar más a los presentes, y al final se llevó las manos a las caderas, a ambos lados del elástico de la braga

La cabeza de mi suegro asomó por encima de la barandilla de la escalera:

-¡Se me ha pasado la gota y he decidido venir! ¿Qué hacéis aquí, tan callados, que no se os oye trabajar?

FIN