El pájaro

Dicen que los pájaros aprenden a volar en el último momento. Que es una reacción innata que se despierta antes de tocar el suelo...

Decían que las cosas debían pensarse dos veces pero con la primera tuve más que suficiente. Después de ver como mi mujer, la mujer que durante quince años había dormido, llorado, reído y vivido a mi lado, estaba entre las piernas de un hombre al que ni siquiera había visto antes creo que tengo razones suficientes para tomar la decisión que crea más conveniente. Por nada del mundo me pararía a pensar ahora, ahora que incluso la luna en el cielo se mofa de mí, que incluso el asfalto al que miro me reprocha ser un confiado y pensar que todo tiene un propietario.

Caminaba entre las oscuras almas que tenían mejores vidas que yo, entre luces de la ciudad que proyectaban detrás de mí la sombra de un perdedor hasta que finalmente llegué a mi pequeño estudio del centro. Habían pasado casi dos años desde la última vez que oí chirriar la puerta de la entrada y oírlo de nuevo me dio un escalofrío.

La media botella de whisky duró menos que aquella vieja canción de Milles Davis que sonaba en la mini cadena. La dejé acabar, parecía lo único bueno que me iba a pasar hoy, y no quise estropearlo. Cuando acabó el último solo de saxo, me levanté del duro sofá y caminé decidido a la habitación, con las ideas tan claras como la piel de quien me había roto el alma, con el final tan cercano como los cuerpos que encontré dentro de mi propia habitación.

Salté, me dejé caer por la ventana sin mirar abajo, pensando que tal vez echara a volar antes de tocar al suelo como si de un pájaro se tratara. Era un renegado, un buen amante, pero no un pájaro y el suelo me lo quiso explicar de forma práctica. No noté mucho, solo un calambre que recorría mi cuerpo de pies a cabeza, aquella cabeza que pensó que si no podía hacerte feliz era mejor dejar de intentarlo justo antes de acabar esparcida por el negro suelo.