El Pagafantas IV Sofia.
El pagafantas se da cuetna que no puede ir a lo loco y decide seguir un plan.
Capítulo IV. Sofía.
Ya había realizado la primera parte de un plan que ni siquiera estaba diseñado. Si Yumiko se enteraba de que había comenzado una guerra sin evaluar previamente toda la sucesión de acontecimientos, me iba a dar un buen coscorrón. Así que debía detenerme y planificar qué estrategia iba a seguir. “Quien piensa bien la estrategia ganará la guerra, quien piensa bien solo las tácticas solo ganará batallas.” Me había hecho aprender cientos de frases como esa durante el año que pasamos juntos. había ganado una batalla, pero quería ganar la guerra.
Tenía en mis manos la clave para que mi ex suegra pasase el resto de su vida en prisión. Otra cuestión era el posible asesinato de mis padres. Primero había que demostrarlo, y yo no veía a la estirada Doña Carlota Catalina cambiando un manguito y manchándose de aceite. Así pues, debía averiguar varias cosas.
Primero: Cómo y porqué se había realizado la manipulación del coche de mis padres.
Segundo: Porqué la campaña de desprestigio en mi contra tras el divorcio. Realmente no entendía la causa, y Alicia no me había aclarado las cosas. Tendría que investigar por el lado de Susana.
Tercero: Qué tenía que ver mi posible muerte y el testamento con las acciones de las mujeres de mi exfamilia. No lo terminaba de ver claro, pues fiarse de que mis padres murieran antes de la declaración de mi muerte… era algo fantasioso. Y aún así, diez años para la declaración de fallecimiento me parecía pensar a larguísimo plazo.
Bueno, en cuanto tuviera claras todas esas cuestiones podía plantearme qué es lo que quería hacer. ¿Vengarme del asesinato de mis padres si es que fueron asesinados? ¿Vengarme por haber sido vilipendiado por todo Madrid? ¿Hacer algo al respecto del robo de los bebés y los diferentes asesinatos que trajeron consigo?
Muchas dudas me parecían para la poca información que tenía, pero antes de nada tenía que tener en mis manos todos los datos y las pruebas para poder responder a todas esas preguntas.
Lo mejor para que no se pudieran estorbar mis planes era que nadie supiera siquiera que estaban siendo ni vigilados ni atacados. Nadie debía de saber de mi estancia en Madrid. Si tu enemigo no sabe que existes, no podrá defenderse .
Llamé a varios confidentes de Klaus hasta encontrar a uno lo suficientemente seguro para mis propósitos. Le encargué por tlf. la compra de una casa en la sierra de Madrid. Debía estar suficientemente alejada de cualquier otra y tener un sótano sin ventanas y bastante amplio. No necesitaba ningún lujo, pero debía de ser grande y con posibilidades de implementar una buena seguridad.
En cuanto la encontró, hice que unos operarios hicieran las modificaciones necesarias para dotarla de unos muy buenos mecanismos de seguridad tanto activa como pasiva. Vallas en un perímetro exterior bastante amplio, detectores de movimiento con luces automáticas, terreno exterior a la valla despejado, y varias cámaras en todos los ángulos del vallado. Además, un sótano perfectamente limpio y diáfano.
Lo contraté todo a nombre de una empresa pantalla de las Islas Caimán, y lo mismo una conexión de banda ultra ancha para estar conectado a todas mis empresas en el extranjero. En el tejado, disimulada, una parabólica abastecía una red vía satélite paralela. Un todo terreno negro con un amplísimo maletero completó el equipamiento inicial. Los muebles fueron muy funcionales y baratos. Por ahora no necesitaba lujos.
Ordené también, por parte de varias personas contratadas por el confidente, un seguimiento muy discreto tanto de las amigas de mi exmujer, como de ella misma, su hermana y su madre. Quería un informe de todo lo que hacían y a quién veían. Todo ello volcado a diario en mis ordenadores de la casa de la Sierra. Toda esa información me serviría para decidir qué hacer en cada momento. Me centré entonces en mi siguiente objetivo, Sofía.
El matrimonio vivía en un lujoso ático de la calle Castelló de Madrid. Sofía no trabajaba, de eso se encargaba Jorge, su marido. Ganaba suficiente dinero en una empresa de ingeniería de sistemas de la que era subdirector adjunto. Lo suficiente para comprar aquel ático en el centro de Madrid y una pequeña casita en Segovia, además de suficientes caprichos y lujos.
Hice que una de mis empresas de Hong Kong abriese una sucursal en París; A continuación, se pusieron en contacto con la empresa del marido de Sofía. Teníamos el plan de abrir una sucursal en Madrid para ser la sede central de toda Europa, y su empresa era la elegida para proveer de todo el sistema informático y soporte de sistemas. Antes había que poner en funcionamiento la de París, y queríamos que ya fuera su empresa la encargada de su puesta en marcha para evaluar su rendimiento. Obviamente la seguridad era el pilar de todo, y queríamos que su subdirector en persona, D. Jorge Salvatierra, se encargase de su arranque y puesta al día al frente del equipo que decidiese. Por supuesto, tanto la estancia de todo el equipo, como los traslados, estarían a cargo de nuestra empresa de Hong Kong. La primera toma de contacto no llevaría menos de una semana y media, así que era imprescindible su estancia en París por ese tiempo. Eso me daba más de una semana para mis planes con Sofía.
La sorpresa me llegó el primer día de mi estancia en la Sierra. Sofía tenía un amante. El clásico vividor del club de tenis. Joven, apuesto, don de gentes… me venía de perlas para no descubrirme, ni dejar pistas que apuntasen a mi estancia en Madrid. Todos los lunes y los jueves por la tarde se encontraban en el nidito de amor del apartamento del amante. Apartamento que contribuía a pagar Sofía, claro está. Era martes, así que pensé con detenimiento los pasos a seguir.
El jueves me acerqué al bar donde el guaperas estaba tomando un gin tonic. Aún no eran las once de la mañana, así que parecía algo temprano para las copas. Pedí una tónica en la barra y me senté a su mesa junto a la cristalera que daba a las pistas. Alzó sorprendido las cejas como preguntándose si me conocía de algo.
— Perdone… ¿nos conocemos?
— No, por ahora. Pero tengo algo que contarle y me gustaría que me escuchase.. oh, perdón, qué poco considerado soy… me presentaré, Alejandro Andrades y Peres de Salvaterra. — dije con el típico acento cantarín portugués mientras le ofrecía la mano y se la estrechaba ante su confusión. Abrió los ojos ante el apellido.
— Ah.. jajaja… le puedo asegurar que el apellido es pura coincidencia.
— Bien… bien, pues usted dirá…
— Verá. Antes de nada, no quisiera que se formase una mala opinión de mí por lo que voy a decirle a continuación, le puedo asegurar que tanto yo como mis socios somos hombres de negocios y eso es lo que nos importa. ¿Comprende? Negocios.
Asintió confundido.
— Bien, voy a ir al grano. Dispone usted de cinco horas para dejar Madrid. — le tendí un sobre — Aquí tiene el billete para un vuelo de ida en primera clase con destino a Guatemala, y tres mil euros en efectivo
— ¿Qué? Pero… ¿está usted loco?
— No, simplemente le estoy salvando la vida. Dentro de cinco horas, morirá si sigue en Madrid o en territorio de la Unión Europea. No se debería haber liado con la mujer de alguien con el suficiente dinero como para contratarnos a nosotros. Hemos asegurado al señor Salvatierra que usted dejará DEFINITIVAMENTE de ser un problema para su honor hoy mismo. Puede dejar de serlo porque se va y no vuelve a este país… o también puede dejar de serlo enterrado a cinco metros de profundidad en un encinar de la dehesa de Salamanca mientras los cerdos cagan por encima. ¿Entiende?
Abrió desmesuradamente los ojos.
— Por supuesto la decisión es suya, pero a mis socios y a mí nos gustaría saber su respuesta ahora mismo. Lamentablemente, espero que comprenda que lo… espinoso del asunto aconseja no otorgarle un tiempo de reflexión. Quiero que me mire a los ojos. — dije mientras hacía un gesto vago con la mano.
Miró, y casi en el mismo momento, una fina luz roja apareció en el centro de mi frente. Levanté un poco la mano y desapareció.
— Obviamente, debo aclararle que esa luz láser no es a mi cabeza a la que va a apuntar. En realidad ni siquiera usamos esas miras para apuntar, es solo un recurso… efectista, ¿entiende? Una “frivolité” para acojonarlo un poco, se lo confieso. — dije con una sonrisa ladina — Bien, si está de acuerdo con los términos de nuestro acuerdo, asienta con la cabeza y tendremos un trato. Si no… le agradecería me lo diga para apartarme a tiempo. No me gustaría arruinar mi traje.
— Yo…yo… acepto. Dejaré Madrid.
— Oh, no, creo que no me ha entendido bien. Volará a Guatemala y no volverá a España. Nunca. ¿Lo ha entendido? Solo asienta con la cabeza para que al francotirador no se le canse el dedo...
El pobre gigoló asintió vigorosamente.
— Bien, menos mal. Odio las manchas de sangre. Dispone de cinco horas. A su llegada a Guatemala llame a este número de teléfono para que alguien arregle en su nombre cualquier asunto que deje aquí pendiente, así como enviarle las pertenencias que no se pueda llevar. Ah, y por supuesto me dejará ahora su móvil y no se pondrá en contacto de ninguna manera, ni ahora ni nunca, con la señora de Salvatierra. Cualquier contacto invalidará nuestro acuerdo y su fallecimiento será… bastante desagradable. Ponga ahora su móvil o sus móviles sobre la mesa, en la puerta hay un todo terreno negro con chófer esperando por usted. Súbase a él y apúrese joven, tiene que estar en el aeropuerto dos horas antes para el embarque…
Dejó atropelladamente sus dos móviles encima de la mesa y salió corriendo del bar como alma que lleva el diablo ante mi sonrisa burlona.
No habían dado aún las cuatro de la tarde cuando se abrió la puerta de su apartamento de la calle Fuencarral, en pleno centro de Madrid.
Sofía accionó el interruptor del pasillo, encontrándose con que no funcionaba.
— Vaya, no hay luz. Cariño.. ¿estás aquí?
Inmediatamente encendí la luz de la lámpara que tenía a mi espalda, y enfocaba directamente hacia la entrada del salón, dejando mi cara un poco a contraluz.
— Pase, por favor. Y cierre la puerta.
— P Pero... ¿Quién es usted?
— Por favor. Obedezca, tenemos un asunto bastante importante y... desagradable que discutir sobre su amigo. Cierre la puerta y siéntese en el sillón que hay frente de mí.
Sofia dudó, pero al ver que estaba sentado, con un traje elegante, y sin amenazas a la vista, decidió obedecer.
— Verá. Mi nombre es Alejandro Andrades, y soy el jefe de seguridad para Europa de Yingzuan Ranzoll Inc. Supongo que su esposo le habrá hablado de nosotros.
— S s si… pero no entiendo…
— Tranquila, se lo explicaré en un momento, y luego veremos la manera de… solucionar este pequeño embrollo en el que nos encontramos. Bien, unos de mis principales cometidos es garantizar la seguridad de los datos, negocios y alguna otra cosa… cómo lo diría… colateral a estas cuestiones. No hablo solo de seguridad informática o de edificios no, para eso ya hay otro tipo de personal, sino seguridad a otro nivel. Voy a ponerle un ejemplo. Imaginemos que soy el CEO de una empresa de inversiones alemana que compite directamente en el mismo negocio bursátil que nosotros. La información es poder, y contar con la estrategia de compras o ventas que va a realizar la otra empresa, un minuto antes, significaría millones de euros al cabo del día. Eso lo entiendes ¿verdad Sofía?
Asintió con la cabeza.
— Bien, vamos por el buen camino. Pues como te decía, ese CEO alemán es malo, muy malo, y puede conseguir que el encargado de los sistemas de mi empresa para Europa se deje un agujero de seguridad que permita a esa empresa alemana saber con medio minuto de adelanto, las cargas de acciones a desarrollar en compras o ventas en piloto automático. ¿Sabes quién es ese encargado de sistemas de nuestra empresa para Europa Sofía?
— ¿Q.. quién?
— Oh Sofía… pensaba que eras más lista… tu maridito, guapa, tu maridito. Que por cierto está loco por ti… pero… al que resulta que tú le estás poniendo una hermosa cornamenta desde hace algún tiempo ya. Si yo fuese ese CEO malote, seguro que podría aprovecharme de esa situación y hacer que Jorgito trabajase para mi con la amenaza de destruir su matrimonio o algo similar… ¿no crees?
— ¿EH? Nn… noo… Jorge no haría eso.
— ¿No? Vaya… curioso. Escucha… todos tenemos un precio Sofía. Y el vuestro puede ser esa vida regalada que lleváis en ese hermoso ático. ¿no me crees?
Noté un leve movimiento de cabeza negando.
— Vaya, alguien con principios, qué interesante… pero alguien con principios Sofía, no se encamaría con un jovencito y le pagaría su piso a espaldas de su marido. Alguien con principios, Sofía, no se dedicaría a follar todos los lunes y los jueves como una golfa aprovechando que su marido está ganando el dinero que va a usar para follar a sus espaldas y encima pagarle al que la folla. ¿no es así Sofía? ¿Quieres saber lo que a alguien que no tiene esos principios le podrían obligar a hacer, Sofía?
Sofía abrió los ojos asustada cuando me levanté y me acerque a ella teniendo cuidado de que mi figura siguiera a contraluz y puse mi mano en su hombro apenas tapado por los tirantes de su vestido. Su piel estaba fría.
— Bien Sofía. El problema es que mi trabajo es hacer que ese CEO no pueda tener a tu marido agarrado por los huevos ¿entiendes? Aunque para ello tenga que hacer exactamente lo mismo que ese malote. Tengo que entregar el expediente de tus… aventuras a tu marido. Fotos incluidas, claro. Lamentablemente te puedo asegurar que tu marido no quedará precisamente contento, y… no creo que puedas salvar tu matrimonio y tu nivel de vida. No, no lo creo.
— Pp.. pero… si dejo a Sancho, nadie se va a enterar… — gimió.
— Aaahhhh… ¿y crees que ese guapito de cara que te folla dos días por semana y a quien le pagas su caro nivel de vida va a permitir que dejes de pagarle tenga que ponerse a currar en vez de a tomar tranquilamente gin tonic en tu club de tenis mientras mira sonriente como se os bambolean las tetas en la pista? ¿Cuanto crees que tardará en darle a la lengua en cuanto alguien le pregunte?
Volví a mi sillón.
— Nnn no… Sancho no me haría eso…
— ¿No?. ¿Cuanto tiempo crees que ha tardado en contarme todas vuestras guarrerías?
Las imágenes de la mente de Sofía de muchas de sus fantasías eróticas cumplidas sobradamente, llegaron a su mente en tropel y por extensión a mí.
— ¿Recuerdas aquella vez que os pusisteis a follar en el club de golf donde os podían ver perfectamente los camareros?… morboso pero… fuisteis muy malos Sofía… pobre Jorge, pudo ser la risión del club… ¿o la vez que te daba por el culo tras la cortina mientras tú saludabas toda risueña por la ventana abierta a Jorge que subía a esquiar en el telesilla?… jeje… esa fue buena ¿eh? Fuisteis malos, malos… lo peor de todo es que el cabrón de tu amante llevaba un perfecto registro fotográfico y de vídeo de vuestros encuentros más… tórridos. Ah… ¿no lo sabías? Vaya… antes de que me lo preguntes sí, esas fotos también irán en el memorando que vea tu marido. Es mi trabajo.
La cara de Sofía era un ya poema surcada por lágrimas que le corrían el rímel mejillas abajo.
— Por favor… no…
— Me ha costado tres mil euros que el guapito soltase la lengua. El problema es que conseguir que no la siga soltando va a ser bastante más caro Sofía.
— Puedo conseguir dinero. Le pagaré.
— Jajaja… eres muy inocente si crees que parará algún día. Vas a ser la vaca que pueda ordeñar para sacar pasta. Y si de vez en cuando te folla gratis y, no dudes que lo hará, pues mejor que mejor. De hecho, ten por seguro que repetirá aquella vez que te hizo follar con él y con aquel otro amigo suyo, y puede que incluso te lo tengas que montar con más tíos a la vez. ¿Cuatro, cinco…? Todo depende de cuánto le estén dispuestos a pagar.
Las lágrimas de Sofía antes mis revelaciones eran cada vez más cuantiosas. Daba por seguro que su amante me había contado con pelos y señales todas sus andanzas.
— Por favor… — lloriqueaba — por favor… yo no…
— No qué, Sofía. ¿No querías? Vaya… curioso. Para no querer, te empleabas con bastante entusiasmo cuando cabalgabas sobre su polla ¿sabes?
El llanto aumentaba y aumentaba, al incrementar yo su sentimiento de culpa y su desesperación. No veía ninguna solución y ya se veía divorciada y repudiada por todo el mundo por puta. Su mundo se iba a desmoronar por completo. Sin solución. Sin salida. Y lo que era peor, sin futuro.
Dejé que se cociera un rato en su llanto y en su consternación. Tras esos momentos, miré sus piernas influenciándola para que se diera cuenta de lo que estaba haciendo. Noté un atisbo de esperanza en medio de la negrura de su desesperación. Llevé mi vista a su escote. La desvié rápidamente como si no quisiera que me pillase mirando.
— Po… podemos llegar a una solución. Dejaré a Sancho y no lo veré más. Haré todo lo que haga falta, TODO. Pero no se lo digas a Jorge por Dios. Por lo que más quieras. Seré la esposa perfecta…
— El riesgo es demasiado grande, Sofía. Demasiados cabos sueltos. Cualquiera de los que os vio en vuestras aventuras, el guapito ese… alguien se irá de la lengua. Tendría que tapar demasiadas bocas y…
— ¿Y?
— Que alguna de esas bocas tal vez tendría que ser… para siempre, Sofía. — dije con aire de misterio.
— ¿Qué?
Me quedé en silencio para que asimilase lo que le acababa de decir. La ayudé a pensar que con Sancho muerto… desaparecerían parte de sus problemas.
— ¿Qué gano yo por hacer algo tan drástico Sofía? Para mí lo más sencillo sería poner encima de la mesa de tu marido el expediente completo. Es lo que estoy obligado a hacer en realidad y por lo que me pagan un pastón.
— Haré lo que sea. No tengo demasiado dinero a mi nombre pero…
— Jajaja… no, lo has gastado en regalos para cierto guapito. Pero podemos hacer una cosa…
— ¿Que? — dijo ansiosa.
— No me hace falta dinero. Pero hay algo que tal vez me interese.
— Te lo daré, te lo prometo.
— Jajaja… no prometas tan rápido… toma, le lancé un pañuelo. Sécate las lágrimas y quita ese rímel de la cara. — Lo hizo —. Levántate del sillón y hazme un streptease que sea suficientemente... interesante para mí.
Abrió los ojos haciéndose la ofendida, pero noté dentro de ella la sensación de triunfo. De que podía salir bien librada de aquello. El anzuelo ya estaba en su boca. Era mía.
— Si lo que veo que puedo tener es lo suficientemente atractivo, puede que me plantee ayudarte. Pero deberías ser muy, pero que muy motivadora. Haz ese streptease, y luego… improvisa. Quiero ver de lo que eres capaz.
Sofía inspiró y se levantó ya más segura de sí misma. Su cuerpo le había servido para mucho en su vida, entre otras cosas para hacer un buen matrimonio que le había permitido vivir sin dar golpe. Era su mejor baza, y sonrió para ponerme a tono mientras manipulaba unos botones del reproductor de música del salón eligiendo una canción. A fin de cuentas lo debía de haber pagado ella.
Dejó caer uno de los tirantes de su vestido. Parecía que era algo que solía hacer, pues se movía bastante bien. Movió las caderas al ritmo de nueve semanas y media a la vez que dejaba caer el otro tirante del vestido hasta que se deslizó por su estrecha cintura hasta sus caderas. Un precioso sujetador sin tirantes blanco apareció ante mí. Las caderas siguieron moviéndose hasta que el ligero vestido se terminó deslizando hasta sus pies. Sus braguitas a juego eran bastante breves, sin llegar a ser un tanga. Me gustaban. Me gusta la lencería fina, qué le voy a hacer…
Se empezó a desabrochar el sujetador, dándose la vuelta cuando llegó el momento de quitarlo. Tras quitárselo se soltó el pelo rubio que cayó por su espalda. Era una delicia de curva desde la nuca al comienzo de las bragas. Tenía a la altura de las caderas, justo sobre el elástico de las bragas dos hoyuelos perfectamente marcados señalando el fin de su espalda. Cerró los brazos para tapar de una forma bastante poco inocente el pecho al darse la vuelta, sonriendo de forma provocativa.
Los abrió, me mostró brevemente sus pechos con una sonrisa pícara y se volvió a dar rápidamente la vuelta para bajarse las bragas. Tras dar un par de patadas se giró y las lanzó hacia mí con el pié, cayendo con certera puntería en mi regazo. Alcé las cejas y su sonrisa se le hizo más ancha aún. Estaba totalmente depilada, y o tomaba el sol en pelota picada o iba regularmente a la lámpara. Se fue agachando hasta quedar de rodillas y lentamente se acercó a mí a cuatro patas hasta llegar al sillón. Cogió sus bragas con la boca y las lanzó hacia un lado.
— Mmm… voy a ver qué es lo que hay aquí… — dijo ronroneando.
Me desabrochó el cinturón y abrió el botón bajándome la bragueta. Metió la mano con decisión sacando mi polla que ya estaba reclamando que la dejase libre.
— Hummm… vaya… — y llevó su boca hasta ella empezando a lamerla con la lengua.
Dejé que se explayase. Que me mostrase de lo que era capaz, y era capaz de mucho, a fe mía. Era una experta mamando pollas. Chupaba como si le fuera la vida en ello, aunque bien pensado casi le iba la vida aunque no lo supiera. Al menos su nivel de vida. Se la metió hasta más allá de la campanilla, y no es nada fácil sin sentir arcadas. Hay que ser casi una profesional.
— Bueno, parece que has encontrado un modo de complacerme. Algo para que no saque a la luz lo que hemos hablado. Pero creo que voy a tomar yo ahora el mando.
Hice que se levantase conmigo y me desnudé rápidamente. La cogí en volandas y la puse de rodillas en el asiento del sillón mirando hacia la pared mientras le abría las piernas y apoyaba su cabeza en el respaldo.
Puse mi polla en la entrada de un coño no precisamente encharcado, aunque tampoco estaba del todo seco.
— ¿Qué quieres que haga Sofía?
— Quiero que la metas.
— No, no, no Sofía. Tienes que sonar mucho más guarra. Quiero ver la zorra que llevas dentro salir a relucir. Quiero que me convenzas que follarte merece la pena el riesgo de quedarme sin empleo… quiero que seas la zorra más zorra de Madrid cuando estés conmigo.
— Quiero que me folles cabrón, quiero que metas tu polla en mi sucio coño de zorra… quiero que me la metas por todos mis agujeros hasta que te corras en todos ellos…
Me dí cuenta de que la cosa la empezaba a poner. Las guarradas que decía iban subiendo su nivel de excitación sin que yo hiciera nada.
De un solo envite se la metí hasta el fondo, y Sofía aulló al no estar preparada.
— AAHHHHHHHHH…uuuufff…
Empecé un furioso mete saca sin parar. En el espejo del lateral del salón podía ver cómo sus tetas iban adelante y atrás al compás de mis embestidas. El espejo en el que ella tenía los recuerdos de verse empalada desde atrás por el guapito de cara.
Varios minutos después, la espalda de Sofía estaba brillante de sudor. Me gustaba el reflejo de la luz de la lámpara en el sudor de su espalda. Reconozco que tengo cosas de fetichista. Esa línea de la espalda, la lencería cara…
— Tendré que tener un seguro de que no me fallas, Sofía. Tienes que decirme algo que te pueda hundir si decides delatarme por cargarme a Sancho.
Mis embestidas se hacían más fuertes cada vez, mientras notaba que Sofía evaluaba su aventura con Sancho comparándola con la pérdida de su nivel de vida y la desechaba como un kleenex sin sentir un ápice de remordimiento.
— No te denunciaré… te lo prometo.
— Jaja… no no… tengo que saber algo de ti que te obligue a no hacerlo. Tengo que estar seguro zorrita…
— HHHAAAA… SIGUE SIGUEEEE… — empecé a aumentar su excitación.
— Tienes una amiga, Belén Solares. Cuéntame cosas de ella y de su marido.
— AHHHH… SIII… ARRGGHHH… es un cabrón. Y es peligroso. Está metido en… AHHHHHYYYY.. AHHH.. DIOSSSSS… ahh.. está metido en negocios turbios… los dos son unos cabrones, él y Belén… Diossss…
— ¿Qué tipo de negocios y con quién?
— No lo sé, de verdad … con la madre de otra amiga por lo menos ahh.. oooohhhhuuuaaa.. ay Dios… ay Dios… me corrroooo… ahhhh….
— ¿La madre?
— Ahhh.. — noté cómo se tensaba y apretaba su culo al correrse y empecé de nuevo a machacarle el coño —. Sí… no sé qué se traen entre manos, pero siempre que arrrgghh… nos reunimos todas para cenar, ellos siempre hablan en voz baaaaja... aaaaaahhh
— Algo sabrás de lo que dicen.
— Aaayyy… Dios, me matas… uffffggh…— empezó a mover su culo adelante y atrás para que le diera más fuerte — Hace unos días oí que decían algo de que había habido algún muerto en un accidente, ella le esta… aaahhh... eeestaba riñendo por algo, y él decía que no era culpa suya… ayy ayy… joder, joder,, otra veeeez… ayyyyyyy…
Sofía siguió soltando cosas por aquella boca que me había regalado una magnífica mamada. Cuando consideré que ya me había dicho todo lo que quería me salí de su coño y le dí la vuelta. La senté en el sillón y se la metí sin ningún preámbulo en la boca empezando a follarla apretando su cabeza contra mí como si fuera su coño.
Empezó a faltarle el aire, pero yo no estaba dispuesto a aguantar más, así que la cogí fuertemente la cabeza para que no la quitara.
— Ahora te vas a tragar hasta la última gota. Y no dejes que se te salga nada por la boca. ¡¡Traga!!
Y me corrí como una fiera. Sofía cumplió como una campeona. Se tragó mi corrida y tuvo la desfachatez de sonreír al terminar y hacer un remedo de limpiar y aprovechar con el dedo la última gota de los labios para meterla en su boca. Supongo que estaba pensando que me tenía en el bote. Pobre, no sabía que todo aquello no había hecho más que comenzar.
— Bien zorrita. Por hoy no ha estado mal. Vístete y mañana, en cuanto tu marido se vaya a París, te vas al aparcamiento de El corte Inglés de Princesa. Ya te recojo yo en la entrada del aparcamiento. Vas a venir conmigo toda la semana, así que inventa cualquier disculpa con tu marido. Que vas a aprovechar para un retiro espiritual con las monjas o lo que te de la gana para justificar no estar en casa y contestar al teléfono. No te va a hacer falta ropa de calle, pero sí ropa interior. Esmérate, que te juegas mucho en que al cabo de esta semana esté contento. Si cumples, no tendrás que seguir con esto y podrás ser la perfecta esposa, si no… bueno.. despídete del lujo y el glamour. Por cierto, me quedo tus bragas de recuerdo.
Y con una palmada en el culo le abrí la puerta y la saqué del piso a medio vestir.
Rápidamente me dirigí a mi nueva casa en la Sierra. Quería ver si había novedades en lo que respecta a las vigilancias que había ordenado.
Las confesiones de Sofía podían haber aclarado parte de la red que tenía que desmontar. Tal vez el marido de la última de las amigas, Belén Solares, hubiera sido el organizador del accidente por mandato de mi ex suegra. Pero solo tal vez.
También me había contado que la semana siguiente el matrimonio viajaba a Venecia a la boda de la hermana menor de Belén. Estarían allí una semana de turismo tras la boda. Belén se había encargado de restregárselo por la cara a las demás. Al parecer era bastante… irritante y soberbia con las amigas.
Hay cosas que es difícil que una persona… ‘normal’ pueda adquirir sin despertar suspicacias. Así que mi conseguidor, el confidente de Klaus, me dio el teléfono de alguien que podía hacerse con casi cualquier cosa, fuera legal o no con tal de poder pagarlo. Así que le encargué varias cosas que me iban a hacer falta, tanto en esta semana, como en las siguientes y en mis próximos pasos.
Tras un rápido vistazo por alguna web de dudosa reputación, bueno, más bien pésima reputación, descubrí que era más sencillo de lo que imaginaba montar una mazmorra fetichista en el sótano de mi nueva casa. Y sin necesidad de comprar cosas raras. Resulta que los tubos de fontanería y sus diferentes accesorios son mano de santo para hacer que alguien quede inmovilizado por completo.
Realmente me iban a ser de mucha utilidad. Era increíble lo creativa que puede ser alguna gente en el arte de inmovilizar a personas en las posturas más bizarras y extrañas. Otra ayuda era tener unas cuantas poleas que, con un buen diseño, contribuían a hacer posturas bastante… creativas. Decidí probar esta semana con Sofía algunas de esas cosas.
Movido por un raro impulso me acerqué en el todo terreno a mi chalet de Puerta de Hierro. Aparqué a una distancia prudencial y me dispuse a esperar. Sabía que tanto mi ex suegra como la hermana de Andrea vivían con ella en mi casa. Al menos eso impedía que metiese a cualquier tipo a vivir con ella. Eso me hubiera fastidiado bastante.
No era que aún siguiera tonto perdido por Andrea, era más bien un resto de mi orgullo de hombre, y que carajo, era mi casa, joder. A follar a otro sitio. Si era machista, pues que fuera.
Al rato vi salir a Andrea. Mi corazón bombeó con fuerza. Respiré profundo e intenté analizar mis sentimientos. Si no era capaz de actuar con frialdad ante su mera presencia, poco iba a poder hacer para seguir con mis planes. Pero en poco tiempo mis pulsaciones volvieron a su ritmo normal. Lo que sentía era más ira y cabreo que otra cosa. Bien, menos mal.
Sin que se diera cuenta de mi presencia, arranqué y salí silenciosamente de la urbanización hacia la casa de la Sierra. Esperaba que todo lo que había encargado ya estuviera allí. Tenía ganas de experimentar con mis nuevos juguetes.
Al día siguiente llegué al parking de El Corte Inglés a la hora que le había dicho a Sofía. Ella estaba esperando, como habíamos acordado, en la puerta. Paré y le hice una seña para que subiera en el asiento trasero.
Ahora no tenía la ayuda del contraluz para que no me reconociese. Y aunque había cambiado mucho desde que nos vimos, apenas habían pasado cuatro años desde la última vez que coincidimos. Así que me puse el pelo algo más alborotado que de costumbre, lo que me quitaba aún más años si cabe, y además, la barba y unas lentillas azules en los ojos, daban un aspecto a mi cara totalmente diferente. No creía que me reconociese.
Conduje por el parking durante unos minutos hasta que encontré un rincón apartado y algo oscuro. Paré el coche, bajé y le puse unas esposas a Sofía para que no pudiera hacer nada con las manos y una venda que no la dejaba ver hacia dónde nos dirigíamos. Los cristales estaban tintados, con lo que desde fuera no se podía ver quién iba dentro.
Salimos del parking y no tardamos mucho en entrar en el garaje de la casa. Ahí le quité la venda y las esposas, indicándole que me siguiera. Su cara parecía un poco más preocupada que el día anterior, pero no dejé que pudiera pensar demasiado en lo que iba a pasar.
— Bien zorrita, esta es tu habitación. Quítate la ropa, y ponte la que está en el armario. La ropa interior puedes dejártela puesta.
Sofía abrió el armario para ver que solo había un ridículo, por lo pequeño y escaso, disfraz de doncella francesa con encajes y blondas colgando de una única percha.
— ¿Q.. qué es esto?
— Tu uniforme para esta semana. Cuídalo, porque no vas a tener más ropa.
Se lo puso con nerviosismo.
— Pero… esta falda no me tapa nada…
Era cierto. Sin ni siquiera inclinarse, al menor movimiento, se le veía el borde inferior de las bragas blancas. Por otra parte, el pronunciado escote dejaba bien a la vista su sujetador. Unas medias negras hasta medio muslo y unos zapatos negros de altísimo tacón completaban su atuendo.
La miré con detenimiento ajustándole bien la blanca cofia delantera que destacaba con el negro del “vestido”.
— Bien, este será tu vestuario para esta semana. Tendrás que ganarte tu estancia aquí. La casa está recién restaurada, así que vas a limpiarla, hacer las camas, y dejarla como los chorros del oro. Ahí tienes unos plumeros y material de limpieza. Tendrás también otras obligaciones, claro… — dije sonriendo.
La agarré de los hombros y girándola la doblé apoyando sus manos sobre la mesa. Su culo mostraba casi todas sus bragas. Se las bajé con un tirón, me solté los pantalones y con mis pies le abrí las piernas casi con brusquedad y de un solo envite se la clavé hasta el fondo del coño.
— En cualquier del día momento te follaré. Puede que te vuelva a poner las bragas o no… depende del humor que tenga.
— Ahh.. mmm… vale, vale…
— Serás mi esclava esta semana. Seguro que en todas tus fantasías nunca has llegado tan lejos… serás mi juguete. Tu coño, tu culo y tu boca serán lo único que te tiene que importar. Que yo desee meterte la polla hasta el fondo de todos ellos. Que merezcas que te folle.
La fui excitando todo lo posible. Empecé a ponerle la idea de que se la metiera por el culo. Que lo empezara a desear. Expectante. ¿Cuándo sería? ¿Tardaría mucho?
— Y tengo otra sorpresa para ti.. pero eso será más tarde. Primero limpias todo y luego… ya lo verás.
Tenía que hacer unas cuantas cosas, así que incrementé las embestidas todo lo que pude para correrme con una cierta rapidez, y casi al mismo momento, Sofía se corrió por primera vez en el día.
Salí de ella mirando cómo por entre sus muslos bajaban deslizándose las pruebas de mi corrida. Le dí una palmada en el culo.
— Vete a limpiarte al baño y aprovecha para dejarlo bien limpio. Siempre tendrás que estar limpia y perfecta para que te folle o haga lo que me dé la gana ¿Entendido? Y bien maquillada. En el baño tienes lo necesario para estar perfecta.
Se incorporó y noté cómo se le marcaban los pezones por encima tanto del sujetador como del vestido. Aquello le estaba molando y mucho. Se dio la vuelta, recogió las bragas y se fue intentando que no gotease hasta al baño.
Me acerqué a la habitación donde tenía todo el equipo informático de la casa. Tenía fuera un panel para permitir el acceso. Huella digital y un número de seis cifras que cambiaba cada vez que se abría. Miré por encima si tenía mensajes nuevos de mis vigilantes, pero no había nada que destacar, así que cerré y me dirigí al sótano a preparar las cosas para la primera experiencia de Sofía en la mazmorra. Me costó algún tiempo montar alguna de las máquinas más complicadas, que incluso tenían motor para accionarse. Pero al cabo de un par de horas ya tenía más o menos listas algunas de las máquinas que quería probar, así que decidí subir a llamar a Sofía y probarlas. Recogí un collar tipo perro con una cadena y me dirigí al piso superior.
Parte del disfraz de Sofía era una cinta negra bien ajustada al cuello con un camafeo. En realidad, era un localizador que en todo momento enviaba la señal al reloj que yo llevaba en la muñeca de dónde estaba mi esclava. Entré de nuevo en la sala de ordenadores y miré las tres pantallas que me mostraban diferentes habitaciones de la casa. Tecleé el salón y miré cómo Sofía se afanaba en limpiar el polvo con el plumero. Obviamente no se sabía vigilada por las cámaras que estaban bastante bien disimuladas, algunas incluso dentro de las paredes.
Salí del búnker de ordenadores y me dirigí al salón.
— Hola zorrita. Desnúdate. — le dije.
Abrió los ojos y se empezó a desnudar con cierta rapidez. Noté el puntito de placer por obedecer sin oponer resistencia, por sentir que podía usarla a mi antojo.
Le puse el collar, y la llevé tirando de la cadena tras de mí hasta el sótano. Miró a todos lados al entrar. No había motivo de duda de la función que iba a tener allí. Una cruz haciendo una enorme x con argollas en los extremos, unas máquinas con enormes pollas de goma, látigos e instrumentos de tortura en los paneles de las paredes que, debo reconocer, la mayor parte de ellos no tenía ni idea de para qué servían.
Le quité el collar.
— No te preocupes por esto. En realidad no es para ti, aunque sí que lo vas a probar… más que nada para que vea cómo “trabajar” con estas cosas. ¿Sabes? Creo que las voy a probar en serio con esa amiga tuya repelente. Belén Solares ¿te parece bien?
Noté sensaciones encontradas. Por un lado, quería ser ella la destinataria de mis atenciones. Por otra, quería ver cómo Belén se retorcía de dolor en todas aquellas máquinas de tortura.
— Si eres buena… incluso puede que te deje mirar sin que ella te vea… ¿quieres?
Noté cómo un calambre de emoción la cruzó el vientre. Se encharcó solo de pensarlo y vi cómo juntaba inconscientemente las piernas.
— Vamos a probar este… es muy sencillo, jejeje…
Una barra horizontal con dos verticales a sus extremos. Como la barra fija de las gimnastas, pero apenas a poco más de un metro de altura. La barra horizontal también medía otro metro.
Le até los tobillos a las barras verticales, y las rodillas también. No podía abrir lo suficiente las piernas para llegar a las barras, pero las estiré todo lo que pude. Eso hacía que no pudiera arrodillarse.
Después, la hice agachar el cuerpo y pasar por debajo de la barra horizontal. Le até las manos a la espalda y a la barra. La postura era bastante precaria para ella, así que inconscientemente agachó todo lo posible el culo y el torso para estar más cómoda. Resumiendo, sus piernas estaban abiertas y su cuerpo reclinado hacia delante. Pero no tenía una postura precisamente sexy… parecia una perra cuando se pone a mear.
— No, no, no… el culo debe estar más levantado aún que la barra zorrita… creo que sé cómo hacerlo.
Cogí un garfio con la punta no demasiado afilada. Lo até en un extremo a una cuerda que até a su pelo con fuerza. Al tirar del garfio, la cuerda hizo que tuviera que levantar la cabeza y el torso. Estiré lo que pude y luego introduje la punta del garfio en su culo. Un grito e inmediatamente logré el efecto que quería. Su culo se vio obligado a elevarse a más altura de la barra, y sus tetas se elevaban también mientras su cintura estaba obligada a pasar por debajo. Sexy, sí. Ahora sí. Me situé delante de ella y me desnudé.
Mi polla quedó a la altura de su boca, y no hizo falta indicarle nada. Ella misma estiró lo poco que podía el cuello para meterse en la boca mi polla y empezó a chupar como podía, pues apenas podía mover la cabeza. Decidí ayudarla embistiendo yo su garganta.
— Hummm… muy interesante, sí señor. Me gusta por lo simple. Tres barras y una postura preciosa, con todos los agujeros a mi disposición, y sin apenas movimiento…voy a cambiar.
Salí de su boca haciendo que tosiese por la forzado de la situación, me fui a la parte de atrás y se la volví a meter en el coño. Aquello parecía una piscina. Su mente no pensaba en nada que no fuera follar y ser usada. Curioso, curioso.
Bien, una composición bastante minimalista, pero llena de posibilidades. No tenía intención de correrme, pues había muchas cosas que probar, sobre todo las máquinas de follar, así que aproveché para meterle un consolador en el coño de tamaño regular. Y entonces me dí cuenta que no estaba todo a mi disposición. El culo lo tenía ocupado por el garfio. Vaya, no era lo perfecto que quería.
La desaté con cuidado. Al quedar completamente libre me abrazó con fuerza sin decir nada y presionó sus caderas contra mí.
La separé y la llevé a la siguiente máquina. Una H grande de metal en el suelo, con argollas en los cuatro extremos para los tobillos y las manos. Simple también. Con aquello quedaría a cuatro patas. Pero podría moverse y agacharse… ahhh... sí. Una barra perpendicular que encajaba en la parte delantera de la H, y un collar, la obligaba a tener muy elevada la cabeza, con lo que no podía mover ni adelante ni atrás las caderas. Así si estaba con todos los agujeros a mi disposición. También muy bueno. Decidí que era un buen momento para estrenarle el culo. Me pegué a su culo sin hacer nada aún. Vi como se erizaba su piel.
— ¿Qué quieres que te haga Sofía? — susurré a su lado – Dímelo. Dime lo que deseas…
— Quiero que me folles. Fóllame…
— ¿Solo que te folle el coño Sofía? ¿No deseas nada más?…
— Sssí… — gimió — Quiero que me des por el culo… así atada…
Mi polla entró en su coño con una facilidad pasmosa mientras Sofía jadeaba de placer.
— Ahhhh… mmm… siii… massss…
Bombeé con decisión. Al cabo de un rato, sus gemidos eran casi gritos. Se corrió de nuevo, con los ojos abiertos pero sin fijarse ya en nada, toda ella estaba solo pendiente del placer que sentía entre las piernas, de los continuos orgasmos que tenía. Respirar y follar era todo su universo en ese momento.
La saque ý empecé a meterla despacio en su culo. Un gemido hondo de satisfacción salió de su garganta cuando notó cómo la iba perforando hasta que mis huevos chocaron contra su coño chapoteante.
— AHHHHGGG… AHORAAAAAA SIIIIII… FUERTE, RÓMPEME EL CULOOOO… GGGGHHHFF…
Empecé el metesaca con decisión mientras los gemidos dieron paso a los gritos desaforados de Sofía. Por sus muslos bajaba un río de fluídos que incluso yo notaba en mis piernas.
— OHHHH… MI CULOOO… SIII… DIOSS… AHORAAAAA AHHHGGGHHH…
Decididamente, multiorgásmica era poco para definir a aquella hembra. Me gustaba su espalda vibrando cada vez que se corría. Bañada ya en sudor, pero sin poder moverse apenas. Yo no iba a poder aguantar mucho más, así que me corrí dentro de su culo. Al salirme, su culo se veía abierto mostrando un agujero bastante dilatado, y poco a poco , un reguero blanquecino empezó a salir de él. Espasmos involuntarios abrían y cerraban el orificio trasero de Sofía cerrándolo poco a poco mientras yo miraba cómo mi corrida bajaba ya por sus piernas.
La solté de aquel interesante artilugio y apenas se podía sostener. Se apoyó contra mí balbuceando apenas.
— Dúchate y límpiate, y después vístete. Y… si no quieres comer tu mierda, te aconsejo que procures tener siempre bien limpio tu culo. La próxima vez, desde allí me correré en tu boca zorrita…
— ¿Me dejarás mirar? — susurró Sofía.
— ¿Qué?
— Mientras tienes aquí a Belén. ¿Me dejarás mirar?
Sonreí mientras la ayudaba a llegar al baño. Parecía que Sofía había descubierto su parte oscura…
— Claro zorrita… y si eres buena, incluso puede que te deje participar…