El padre y la poción mágica
Esta es una historia sucedida en un tiempo cualquiera, actual para muchos, que se desarrola en una ciudad normal, no muy grande pero llena de vida. Como en toda historia, por supuesto, hay unos protagonistas: en este caso, un padre y un hijo. Y también, como en toda historia, hay una trama: lo que se es capaz de hacer para conseguir aquello que deseas. Incluso cuando lo que deseas es algo tan animal como poseer a tu propio hijo.
Su hijo y la poción mágica.
Esta es una historia sucedida en un tiempo cualquiera, actual para muchos, que se desarrola en una ciudad normal, no muy grande pero llena de vida. Como en toda historia, por supuesto, hay unos protagonistas: en este caso, un padre y un hijo. Y también, como en toda historia, hay una trama: lo que se es capaz de hacer para conseguir aquello que deseas. Incluso cuando lo que deseas es algo tan animal como poseer a tu propio hijo.
Arturo era un hombre de mediana edad que aún disfrutaba de los cuarenta años. Soltero, había criado a su hijo pequeño, Ignacio, sin una madre en la casa. Actualmente, Ignacio ya había cumplido los dieciocho años, era un buen chico, estudioso y algo reservado que dedicaba su tiempo a su grupo de amigos y a los ordenadores como cualquier otro chaval de su edad. Lo cierto era que Ignacio no dedicaba mucho tiempo a la relación con su padre, a quien le tenía un gran respeto pero al cual consideraba... exactamente lo que era, su padre.
Sin embargo, ese no era el caso de Arturo, que desde que nació Ignacio fue su obsesión. Todo lo que Arturo deseaba era que Ignacio sintiese por él el mismo aprecio que él sentía por su hijo. Pero, por más que intentaba hacer la relación más cercana, desde que Ignacio dejo de ser un niño pequeño nunca se había interesado por entablar una relación más fuerte con su padre.
Cada mañana Ignacio se levantaba para asistir las clases a un colegio concertado. Regresaba para comer al mediodía con su padre (el cual trabajaba en un turno de mañana). Tras comer y apenas dirigir un par de palabras a su padre, éste se retiraba a su habitación donde pasaba varias horas delante del ordenador, hablaba un rato por telefono con algun amigo, estudiaba y de vez en cuando bajaba a tomar algo con la cuadrilla. Cuando a la noche regresaba, cenaba con su padre y luego, cuando Arturo se sentaba en el salón a ver la tele, Ignacio se iba a ver su propia tele a su cuarto. En definitiva, no hacían mucha vida en común.
La vida sentimental de Arturo no era estable. De vez en cuando pasaba noches con algunas mujeres a las cuales conocía tomando copas y a las que, generalmente, no volvía a ver. Por su parte, Ignancio era un adolescente que poco sabía sobre el sexo, que se dedicaba a ver porno de vez en cuando en la tranquilidad del ordenador y que, al ser timido, su experiencia con las chicas apenas consistía en un par de sobeteos con alguna novia casual.
Esta historia supongo que comenzó cuando al crecer Ignacio y empezar a convertirse en un hombre, Arturo notó la distancia que entre los dos había empezado a marcarse. Arturo ya no podía tratar a Ignacio como a un niño al que podía dar mimos y cariños. Su hijo ya no iba a darle besos ni abrazos. Su hijo deseaba otras cosas, empezaba a hacer su vida. Tanto quemaba esto a Arturo, que empezó a darse cuenta de que cuando se acostaba con alguna mujer a quien realidad deseaba era a su hijo. Es más, deseaba que su hijo lo desease a él. Tanto era así que comenzó a obsesionarse, y de vez en cuando visitaba algún club de alterne donde contrataba los servicios de una prostituta con la que poder desahogarse imaginándose que en realidad a quien penetraba era a su único hijo. Pero esta obsesión fue a más y a más en cuestión de pocos meses... y cuanto más indiferente era Ignacio con su padre, más ganas tenía éste de poseerle.
Un día Guillermo, un compañero de trabajo, le comentó a Arturo que gracias a un brujo chino, había solucionado los problemas en la cama con su mujer. Se trataba de un hombre que llevaba una especie de herboristeria al estilo oriental. Guillermo le contó a Arturo que su mujer llevaba semanas sin tener ningún apetito sexual y que por ello llevaban tiempo sin tener sexo. Por ello fue que fue a visitar al curandero para pedir alguna receta y éste le dio unas infusiones que acrecentaban el deseo sexual. Guillermo aseguraba que desde entonces su mujer lo busca por lo menos una vez al día y que su relación a cambiado completamente.
Sin dudarlo, Arturo le pidió que le diera la dirección de aquel brujo con la excusa de que necesitaba un remedio para unos dolores de estomago. Esa misma tarde Arturo fue a la dirección que su compañero se había indicado. La tienda estaba en un barrio pequeño a las afueras de la ciudad. Llovía, la calle era pequeña y oscura y no se veía a nadie más que Arturo. Efectivamente, la tienda parecía desde fuera una hesboristeria, sólo que los letreros estaban escritos en lo que parecía chino y un letrero de neones rosa que funcionaba mal y parpadeaba gobernaba la puerta de entrada. Arturo pasó al interior de la tienda, donde un hombre bajito de aspecto oriental se encontraba ordenando unos tarros detrás de un mostrador. La tienda estaba repleta de estantes con todo tipo de tarros, muchos de ellos trasparentes con sustancias que la mayoría de las personas comunes no hubieran podido identificar.
- ¿Si? ¿Que desea?- le preguntó el hombrecillo a Arturo.
- Hola... esto... verá... venía para pedir algo... que ayude a despertar el deseo sexual.
- ¡Ya entiendo!.- le respondio el hombrecillo sonriente con un marcado acento oriental.- ¿No le funciona el apalato o es que su mujel ya no se intelesa pol usted?.
- No no... no es eso... mi aparato funciona perfectamente... pero no es para una mujer.
- ¡Ohhhh...! Ya veo.... - y el hombrecillo empezó a moverse rápido por la tienda cogiento tarros de aquí y alli apresuradamente.
- ¿Ukke o semme?
- ¿Perdón? No entiendo...
- ¿Quelía decil el homble a la que se lo va a dal es "pasivo" o "activo"?
- ¿Puedo elegir?
- ¡Pol supuesto!
- Pasivo... entonces pasivo...
- ¿Se trata de alguien joven?
- ¿Por qué desea saberlo?.- a Arturo le mosqueaba tanta pregunta.
- Es necesalio pala calculal las cantidades.
- Es joven...
- Pol supuesto.
- ¿Y sabe él que le va a dal el blebaje?
- No... no lo sabe...- El hombre encendió detrás del mostrador una especie de caldero donde vertió agua y algunos de los ingredientes que había ido cogiendo. En ese momento cogió una sustancia de color verde oscuro de aspecto desagradable de un bote y echó una pequeña cantidad dentro.
- Disculpe... ¿Para qué es eso que acaba de echar?
- Pala relajal los músculos del ano y del lecto y plovocal que se dilaten. El siguiente inglediente además plovocalá una excitación anal intensa.
- Ohmmm.... suena.... bien.
- Oh síiii... la pelsona a la que se lo de se conveltilá en un pelfecto Ukke.
Tras algo más de media hora seleccionando ingredientes, machacando raices, mezclarlo todo a fuego lento y después dejarlo todo enfriar, el brujo destiló una parte de la poción que había hecho en un pequeño tarro de cristal. El líquido tenía un color marrón muy oscuro, casi negro. Apenas habría cincuenta mililitros.
- Aquí tiene. La poción no tiene olol, pelo si colol. Debelá mezclala con comida o con bebida pala que él no se de cuenta. Va bien con el pulé de veldulas. Y escuche bien lo que le voy a decil polque esto es impoltante. La poción pol si sola no tendlá el efecto deseado. Esta poción hace que un homble desee sel poseido pol otlo homble, pero no pol un homble cualquiela. Se despeltalá un intenso deseo pol el plimel homble al que le vea el pene.
- ¿Cómo dice?
- Así es... la imagen de su pene halá que ese chico lo desee terliblemente.
- Ya...muchas gracias. Esto... ¿Podría hacerle una pregunta?
- Clalo, dígame.
- ¿Es esto... magia?
- ¡Pol supuesto que no! Unicamente es química con un factol psicologico impoltante.
Arturo se marcho de la tienda deseando que aquel ungüento funcionase (con lo que había pagado por aquella pequeña cantidad ya podía funcionar). Se había planteado que quizá aquello fuse peligroso, y aunque le daba miedo poner en peligro a su hijo, estaba dispuesto a cualquier cosa por hace que Ignacio quisiera estar con él.
Ignacio regresó al día siguiente a la hora de comer como todos los días. Arturo había pensado en preparar puré de verduras para comer, pero sabía que a Ignacio no le gustaba y no se lo tomaría. Calló entonces en la cuenta de que su hijo tomaba siempre una cocacola con la comida, de modo que lo único que tenía que hacer era echarle el preparado en el vaso sin que él se diera cuenta. De ese modo el color no llamaría la atención de su hijo. Además, Arturo se preocupó de mancharse la ropa con aceite.
- Papá, te has manchado la ropa.
- Lo sé hijo, después de comer lo echo a lavar. ¿Que tal el dia?
- Bien... como siempre...
La cocacola estaba en el vaso, la comida servida, lso dos sentados en la mesa.
- Voy al baño, ahora vengo.
- No tardes, que se te enfría.
- Sí... si....
Estaba echo. La poción ya estaba en el vaso. La comida transcurrió tranquila. Como de costumbre, ninguno de los dos habló. Sólo la radio sonaba de fondo. Arturo miraba angustiado por si Ignacio notaba algo en su vaso o hubiese algún efecto secundario no esperado apareciese. Pero acabaron de comer e Ignacio anunció que cuando recogiesen la cocina se iría a su cuarto. En ese momento, mientras el hijo recogía la mesa, de manera espontánea el padre se quitó el polo que llevaba, los pantalones y ropa interior incluida, dejando a su miembro viril bambolearse libremente en medio de la cocina.
- ¡Pero Papá! ¿Qué haces? - se aterró el hijo al ver a su padre en bolas en medio de la cocina.
- Nada hijo, que he pensado que como enseguida me iré a echar una siesta y me gusta dormir desnudo, no tiene sentido que me cambie de ropa para volvermela a quitar, de modo que me la quito aqui en un momento y ya está.
- Pues te podrías cortar, que estoy delante...
"Sí" pensó Arturo "pero me he asegurado que por un momento me mirases bien lo que llevo entre las piernas, y si la poción funciona, no tardarás en pedirme que me deje de vergüenzas".