El padre del alumno
Alberto da clases en una academia de preparación de oposiciones. Su inicial atracción por uno de sus alumnos provoca un encuentro que no esperaba con su padre.
Era Lunes y en la habitación de Alberto se escuchaba perfectamente la tromba de agua que estaba cayendo en la calle.
Que pereza tener que levantarse ya para ir a dar clase pensó, pero acto seguido se incorporó de golpe para que no le venciesen las ganas de quedarse amuermado cinco minutos más.
Además, hoy tocaba afeitarse. Había pasado todo el fin de semana del sofá a la cama y de la cama al sofá. Pero gracias a ello había acabado de ver una serie que lo tenía enganchado y se sentía feliz por ello. Doce capítulos cada día pero ya había saciado su interés en saber como era el final; afortunadamente no le había defraudado.
Tras afeitarse entró en la ducha no sin antes mirarse desnudo en el espejo del baño. Para sus treinta años no estaba nada mal. Bien proporcionado, un metro setenta y seis de altura y setenta y cinco kilos de peso.
No practicaba ningún deporte, pero tampoco tenía el cuerpo fofo. Caminaba una media de doce kilómetros al día, ya que su trabajo estaba a unos seis de su domicilio y siempre iba y volvía a pié, hiciese sol o diluviase como ocurría ese Lunes. Tenía bastante pelo en el pecho, el vientre, los brazos y las piernas, pero se había hecho la depilación laser en el de la espalda. Le había dolido mucho pero valió la pena, tener pelo en la espalda era algo que odiaba desde que era joven. Su cabello era moreno y de momento no había aparecido ningún signo de la alopecia hereditaria que perseguía a los varones de su familia. Lo tenía bastante corto y lo protegía a base de champús y vitaminas capilares de la farmacia. Solía afeitarse dos días a la semana, los Lunes y los Jueves porque además de gustarse más sin barba no le desagradaba nada su aspecto con barba de tres días.
De polla no se quejaba, ni grande ni pequeña, ni ancha ni estrecha. Unos quince centímetros que siempre habían cumplido bien, tanto con sus ex novios como con los rolletes ocasionales que solía tener cuando no tenía pareja. Era versátil aunque tenía que ponerlo muy cachondo un tío para dejarse penetrar. Venía siendo lo que se llama versátil más activo, menos con su último ex, Carlos, con el que fue versátil pero bastante más pasivo.
En Carlos fue en lo primero que pensó al abrir el paraguas y salir a la calle. Habían roto hacía poco más de un año y se había quedado tocado, más que con cualquier otra ruptura anterior. Carlos le gustaba de verdad, se había enamorado de él más de lo que él mismo admitía publicamente. Se dio cuenta en el mismo instante en que Carlos serio le había dicho que tenían que hablar. Le habían ofrecido un contrato en una petroquímica estadounidense con base en Alaska y lo había aceptado. Fue un mazazo, pero tuvo que admitir que el tiempo y la distancia acabarían deteriorando su relación y era mejor abordarlo como adultos.
Lloraron ambos e hicieron el amor después de tomar la decisión. Los quince días antes de que se fuese para Alaska fueron maravillosos y aunque se alegró de haber tenido el temple necesario para acompañarlo al aeropuerto, después de que desapareciese de su vista no paró de llorar en varios días.
Y ya había pasado un año, cualquiera lo diría. El tiempo tenía esa virtud, pasaba rápido y era como un bálsamo que poco a poco volvía a poner las cosas en su sitio y permitía que se siguiese avanzando.
Desde la ruptura tardó tres meses en volver a estar en el mercado, como decía su mejor amiga Silvia. Todos habían sido rolletes de una noche conseguidos vía la app de Grindr que tanto le había insistido Silvia en que se instalase.
Había echado algún buen polvo pero la verdad es que lo que venía por las apps lno daba para más y tampoco le apetecía mucho volver a dormir acompañado de momento.
Se había volcado en su trabajo para intentar superar esa ruptura, y asumió bastantes horas de clases para tener la cabeza y el tiempo ocupados.
Se había Licenciado en Derecho y Doctorado en Derecho Administrativo. Dio todos los pasos para ser profesor universitario, la tesina, la tesis, las horas de correcciones, tutorías y clases… Pero como el Departamento de derecho Administrativo de su Universidad estaba saturado no consiguió tener plaza, ni como interino.
Podría haber probado suerte en otra ciudad, pero le gustaba mucho donde vivía. Allí tenía a su familia y a sus colegas, no se imaginaba viviendo en ningún otro lugar. Carlos lo sabía, por ello ni le había propuesto lanzarse a la aventura americana juntos.
Al saber que no impartiría clases en su Facultad decidió prepararse unas oposiciones para funcionario de Grupo A1 de la Administración Local, eran los funcionarios que más cobraban y más responsabilidad tenían. Aunque el Derecho Administrativo era su fuerte, había otros aspectos de la oposición que no dominaba por ello se matriculó en una Academia de su ciudad que tenía mucha fama preparando ese tipo de pruebas.
En la Academia, al ver su currículum, le propusieron dar clases de la parte de Administración común en todas las oposiciones para funcionarios. Le saldría gratis su formación y además cobraría por hora de clase un precio bastante razonable, por eso aceptó.
Llevaba ya tres años impartiendo clases en esa Academia. Fruto de la crisis y del rescate financiero el Gobierno había paralizado la convocatoria de plazas públicas en todas las Administraciones, sobre todo para los puestos a los que aspiraba, así que, aquel trabajo que parecía provisional, acabó convirtiéndose en su profesión por el momento.
Le gustaba mucho impartir clases y ayudar a los alumnos en todo lo que pudiese. Era un profesor vocacional y sus alumnos lo adoraban pese a que impartía una de las materias más horribles, todo lo relativo a las burocracias administrativas. Por esa asignatura tenían que pasar todos los alumnos de la academia, ya quisiesen ser policías, bomberos, maestros, aduaneros… y lo´gicamente los que querían ser administrativo de cualquiera de las Administraciones que conformaban el organigrama de lo público (Estatal, Autonómica o Local).
Precisamente ese lunes a primera hora empezaría un grupo de alumnos a preparar las oposiciones al cuerpo de la Guardia Civil. Con este grupo siempre era agradable trabajar porque el temario consistía en una serie de conocimientos jurídicos generales, haciéndose Alberto cargo también de todo lo relacionado con la cultura general y la científica base, gracias a que desde niño siempre le habían encantado las matemáticas, la biología y la química.
Llegó a la Academia, y tras saludar a Salva, el recepcionista de la mañana, se fue directo a la sala de profesores. Consistía en un pequeño espacio con unos percheros, unas estanterías, una mesa, ocho sillas, una nevera, una cafetera y un microondas. Se sacó la ropa de aguas que llevaba poniéndola en uno de los percheros y colocó los materiales que traía para la primera clase en una de las estanterías.
Entró en la sala la directora del centro, Sandra, a saludarlo y a pasarle las fichas con fotos de los alumnos y alumnas matriculados del nuevo grupo.
Eran un total de 10 alumnos, lo que para este tipo de oposiciones estaba genial. Se podía conformar grupo tan numeroso porque en la ciudad había una de las casas cuartel más grandes de la provincia, por lo que seguro que, como siempre, la mayoría de los alumnos tendrían algún familiar en la Benemérita.
Alberto se sentó a repasar las fichas y aprovechó también para ver que impresión le daban sus nuevos alumnos por sus fotos.
Una de ellas llamó poderosamente su atención porque parecía sacada de un catálogo de modelos. El alumno en cuestión se llamaba Agustín Fernández, tenía diecinueve años, y por la dirección que adjuntaba en la ficha vivía en la Casa Cuartel.
A las nueve en punto entró en el aula para comenzar la clase y tras presentarse, darles su dirección de correo electrónico y pasar lista, comenzó a repartir el material con el que empezarían a trabajar. Sólo había nueve de los diez alumnos matriculados, siete chicos y dos chicas, faltaba Agustín, lo que contrarió levemente a Alberto que había entrado con la curiosidad de ver como era en persona.
Lo cierto es que como profesor mantenía una máxima que siempre le había ido bien, ya desde que había impartido clases en la Universidad, ésta era que los alumnos constituían terreno prohibido; incluso se prohibía masturbarse pensando en cualquiera de ellos. Había hecho propio ese refrán popular que dice “Donde tienes la olla no metas la polla”.
Llevaba diez minutos de clase cuando llamaron a la puerta del aula y entró Sandra acompañada de Agustín. Alberto tuvo que respirar bien a fondo cuando lo vio, era muchísimo más atractivo que en la foto.
Moreno de cabello y de piel, con los ojos azul verdosos, debía pasar del metro ochenta y se veía fantástico. Iba vestido con una sudadera gris del Decathlon y con un jean azul oscuro ajustado que marcaba un bulto muy interesante en su bragueta. Pero lo que casi consigue ruborizar a Alberto era su sonrisa y su voz al disculparse por llegar tarde. Era una sonrisa luminosa, tenía la boca de anuncio de crema dental blanqueadora y una voz profunda, muy viril, que hacían del conjunto el prototipo de tío que le encantaba a Alberto.
Desde que se sentó al fondo del aula, procuró no mirarlo directamente para no ponerse nervioso. Hacía tiempo, bastante tiempo, que un alumno no provocaba esa reacción en él.
La clase terminó y el grupo tenía quince minutos para empezar con la preparación de las pruebas físicas en el gimnasio contiguo a la Academia,. con el que tenían un convenio de colaboración para la preparación de ese tipo de oposiciones que mezclan prueba teórica y deportiva.
A la preparación de las pruebas físicas no se habían matriculado todos. Era lo habitual, algunos ya tenían preparadores o lo hacían por libre en otros gimnasios de la ciudad.
Agustín era uno de los alumnos que solo se habían matriculado en la parte teórica, por eso al finalizar la clase se acercó a la mesa del profesor donde Alberto estaba guardando sus cosas.
Se disculpó de nuevo por el retraso, provocado por un pequeño accidente debido a la intensa lluvia y con el atasco correspondiente en una calle del centro. También le pidió los materiales que había repartido al inicio de la clase. Tras dárselos le sonrió de una manera que Alberto tuvo unas ganas enormes de saltarle al cuello, se reprimió obviamente, pero en esa ocasión si que se ruborizó un poco.
Las clases del grupo de la Guardia Civil eran dos días a la semana, los lunes de nueve a diez y los Miércoles de siete a ocho de la tarde.
Ese Miércoles al finalizar la clase Alberto, que ya no tenía ningún otro grupo, bajó a la calle tras sus alumnos.
En la puerta del edificio donde estaba la Academia había de espaldas un Guardia Civil, el padre o tío de alguno de los que salía, pensó Alberto.
Justo cuando abrieron la puerta para salir, el Guardia Civil se giró y Alberto tuvo clarísimo de quien era padre.
Era igual a Agustín pero veinte años mayor, lo que a sus ojos lo hacía aún más apetecible. Alberto no se sentía especialmente atraído por los uniformes, pero tenía que reconocer que al padre de Agustín éste le sentaba como un guante. Si el Lunes había percibido en el chaval un poderoso paquete en sus jeans ajustados, el pantalón del uniforme de su padre a duras penas contenía el bulto de su entrepierna.
Ligeramente azorado se despidió de todo el grupo hasta el próximo día y poniéndose los cascos de su MP3 se dirigió caminando a su casa. En el recorrido no paró de pensar en lo buenos que estaban los dos, el padre y el hijo. Iba tan excitado que saco su móvil para ver si veía a alguien cerca en el Grindr que le sacase esos pensamientos guarros que le venían a la cabeza y que le echase un buen polvo para dormir tranquilo.
No hubo suerte, y llego a su edificio en menos tiempo del habitual, sudando copiosamente. Esa excitación había hecho que incluso corriese en alguna de las partes del recorrido donde la acera era más amplia.
Subió las escaleras de dos en dos y, dejando sus cosas sobre el sofá, se fue con el portátil a la cama y se puso una página porno buscando escenas con militares. Se hizo finalmente una paja viendo una película de Joe Gage titulada “ Armed Forces Physical ” y ya ni se levantó a cenar.
Esa noche tuvo un sueño húmedo donde el padre de Agustín, vestido de Guardia Civil lo acorralaba contra una pared de la calle y cacheándolo le frotaba el paquete sobre sus nalgas; después lo movía ligeramente y pasaban a estar en la sala de profesores de la Academia, donde se aparecía Agustín súbitamente dándole un morreo mientras su padre seguía atacándolo por detrás, haciendo de el un sándwich entre padre e hijo y susurrándole lo que le iban a hacer entre los dos al oído. Se despertó sudado y gimiendo mientras se corría de nuevo. Fue al baño a limpiarse un poco, a echar el pijama y gayumbos para lavar y volvió de nuevo a dormir alegrándose enormemente de no ver a Agustín hasta el lunes y así no pasar tanta vergüenza.
Por suerte el Lunes era festivo y no hubo clase, así que no volvió a ver a Agustín hasta una semana más tarde; lo que le había dado tiempo a calmarse.
En esa semana además había quedado con un guiri por el Grindr que le había metido un polvo cojonudo con lo ya estaba más relajado ese Miércoles al impartir clase. Dicha tranquilidad duró exactamente los sesenta minutos de la misma, porque al finalizar Agustín se le acercó para decirle que su padre quería hablar con él, estaba abajo esperándolo en la calle.
Casi le da un pasmo en ese instante, notó un escalofrío en su espalda y que el corazón se le aceleraba, se disculpó un segundo de Agustín diciéndole que debía pasar a hablar con la directora un par de minutos pero que bajaba de inmediato.
Lo que hizo fue ir al baño y refrescarse la cara, pasando también agua fría por detrás de la nuca a ver si eso le calmaba un poco. Parecía que si, que ya estaba menos acelerado por lo que se despidió de Tania, la recepcionista de la tarde, y bajo las escaleras despacio, respirando espaciadamente.
Desde el interior de la portería los vio a los dos fuera, en la calle, esperándole mientras charlaban animadamente. Eran casi fotocopiados, aunque Agustín era ligeramente más alto que su padre. Por lo demás eran como si fuesen la misma persona con veinte años de diferencia. “Que fuerte” pensó Alberto, y abrió la puerta del edificio forzando una sonrisa que pareciese lo más natural posible.
El padre de Agustín se adelantó a darle la mano y presentarse, lo hizo como Agustín Fernández, exactamente como su hijo, aunque a continuación le sugirió que a él podría llamarle Agus y que para no liarse a su hijo le podía llamar como la familia y los amigos, Nito. A continuación se disculpó por no haberse presentado ni saludado la semana anterior, pensó en su momento que era un compañero de clase y no el profesor se su hijo. Le comentó las esperanzas que tenía en que Nito fuese un buen agente y que pudiese incluso superar su propio rango, sargento y se ofreció a contestarle cualquier duda en relación con el organigrama del Cuerpo de la Guardia Civil, despidiéndose con otro fuerte apretón de manos.
Alberto se fue caminando tras declinar que lo acercase a casa en su coche ya que ellos se iban al gimnasio juntos a preparar parte de las pruebas físicas.
Alberto necesitaba airear la cabeza un poco, aquel hombre le había impactado. Intuía que era el tipo de hombre del que se podría colar hasta las trancas. Además ese vozarrón que tenía, más grave y viril incluso que el de su hijo, lo había excitado totalmente. A lo tenía que añadir esa pose de hombre seguro, un macho alfa de manual, que transmitía tanto por su lenguaje no verbal como por su mirada.
Además parecía que el uniforme verde de la Guardia Civil lo habían hecho para remarcar su excelente cuerpo, realmente le quedaba como un absoluto guante y hacía volar la imaginación de Alberto por lo que debajo de el se intuía.
Desde esa semana, cada miércoles se saludaban e intercambiaban unas palabras en el exterior de la academia. Así fueron ganando confianza y buen rollo entre ambos. Lo que había comenzado con unas frases corteses de apenas un minuto fue transformándose en charlas mas animadas de cinco a diez minutos donde Agus contaba alguna anécdota curiosa de algún control de alcoholemia o de algún registro domiciliario.
El último miércoles que se vieron Agus le invitó a cenar en su casa ese Viernes, haría un bacalao al horno que se chuparía los dedos. Nito apoyó a su padre en que no se podía negar, que iba a flipar con lo bien que cocinaba. Le comentó también que viniese con su novia y Alberto, un pelín cortado le dijo que estaba sin “pareja”. Bueno contestó Agus sonriendo, pues seremos los tres solos e intercambiaron sus números de teléfono acordando que Albero llevaría el vino, y se despidieron.
De camino a casa Alberto repasaba, como cada Miércoles, la conversación mantenida, le gustaba regodearse en ello. Agus había dicho que cenarían solo los tres. No lo había preguntado porque le parecía evidente que estaba casado, llevaba una alianza dorada en el dedo anular de la mano izquierda. Quizás su mujer trabaje de noche razonó Alberto, y fue pensando en el vino que compraría para ese Viernes y en como se vestiría.
Llegó el Viernes y al salir de la última clase que impartía, para funcionarios que se preparaban para promoción interna, Alberto se dirigió caminando tranquilamente a la Casa Cuartel de la Ciudad. Se había puesto de punta en blanco, tanto que hasta Sandra, la directora, entre risas, le había preguntado si tenía una cita.
Iba de estreno, se había comprado unos jeans negros que le quedaban muy bien y le hacían un buen culo y paquete, además llevaba una camisa color vino sobre una camiseta negra completado con una americana gris marengo y unas deportivas de ese mismo color. Había comprado un par de botellas Albariño y las llevaba bien frías tras tenerlas toda la tarde en la nevera de la Academia.
A medida que se acercaba a la Casa cuartel se ponía un poco más nervioso. Tanto Agus como Nico le caían genial, pero el padre cada vez le ponía más y esperaba poder disimularlo.
Llegó a la Casa Cuartel y tras pasar el control de entrada, realizado por un agente al que un par de años antes había preparado para la oposición y con el que charló brevemente, subió al piso de Agus y Nico.
Respiró profundamente antes de timbrar y esperó a ver cual de los dos hombretones le abría. Fue Agus, quien si de uniforme estaba fantástico, de civil era ya para derretirse. Iba con unos jeans ajustados azules y lavados a la piedra, una camiseta blanca ajustada en la que se distinguían totalmente unos grandes y puntiagudos pezones, que Alberto se hubiese comido directamente, y unas bambas converse blancas.
Tras un abrazo de bienvenida, que casi le corta la respiración, por inesperado y por envolvente, le hizo pasar. La mesa ya estaba puesta y lucía todo delicioso.
Salió Nico de su habitación y comenzaron a cenar. Fue super agradable y el tiempo pasó realmente rápido. En la charla de sobremesa, acompañada de un licor café excepcional, Agus le contó que había enviudado cuando Nico tenía ocho años y que se había dedicado en exclusiva a criar a su hijo, del cual estaba muy orgulloso. Seguía echando de menos a su esposa y entre Nico y su trabajo fue asimilando que no quería conocer a otra mujer.
Fueron conscientes de que ya era prácticamente medianoche al oír el timbre. Era Julio, un amigo de Nico, de su misma edad y que también vivía en la casa cuartel. Se iban de marcha. Julio era un chico también muy atractivo, más bajo y delgado que Nico pero con unos labios muy carnosos y unos ojos prácticamente negros que resultaban muy hipnóticos. Antes de irse de marcha se quedaron a tomar un licor café y Alberto pudo apreciar una gran complicidad entre ellos. Hacían una tremenda pareja la verdad. Cuando se fueron los chicos, Agus le dijo de tomarse una copa en el sofá mientras pinchó en un tocadiscos que tenía un disco de los Queen de Edición limitada que previamente había visto y alabado Alberto.
Se sentaron juntos y Agús le preguntó que le había parecido Julio, el novio de Nito. Alberto se quedó casi sin palabras, no tanto por la revelación de que Nito y Carlos fuesen pareja sino de la forma tan normalizada como se lo había preguntado Agus. Solo se le ocurrió decir, ligeramente ruborizado, que hacían muy buena pareja. Agus le puso la mano sobre la rodilla y le preguntó directamente si creía que harían tan buena pareja como ellos dos.
Alberto lo miró fijamente impactado por lo directa de su pregunta, si nunca se hubiese imaginado que a Nito le gustasen los hombres, cuanto menos de su padre.
Agus aprovechó esos segundos de impass para darle un beso largo y suave que progresivamente se convirtió en un morreo. Ambos se disputaban sus bocas como si no hubiese un mañana. Fueron quitándose la ropa en el sofá de forma acelerada mordiéndose y besándose por todo el cuerpo. Agus era totalmente lampiño lo que contrastaba con el peludo Alberto, tenía el pecho muy trabajado y Alberto lo degustó a gusto, dándole pequeños mordiscos en sus poderosos pezones que ya se intuían tan apetecibles bajo su camiseta y que ahora estaban totalmente a su disposición. Le gustaba como suspiraba Agus cada vez que se los mordía para después pasarle dulcemente su lengua, mientras, Agus le acariciaba la cabeza con su gran mano. Alberto fue descendiendo hacia el vientre y el abultado paquete del sargento de la benemérita. Lo que se vislumbraba bajo sus calzoncillos era un trabuco de gran calibre. Lo lamió y mordió sobre los propios gayumbos para después liberarlo y comérselo entero. Era realmente lo que aparentaba, un pollón de veintidós centímetros, grueso, venoso y tan grueso en la base como en el capullo, delicioso.
Agus lo cogió en brazos y lo llevó a su dormitorio. Los dos ya desnudos se besaron apasionadamente continuando con un sesenta y nueve golosamente brutal. Agus se la comía de vicio, tragándosela entera y pasándole la lengua con toda ella clavada hasta la campanilla. Alberto ahuecaba la boca para intentar tragarse el pollón de Agus pero no podía evitar ahogarse y toser de vez en cuando.
Mientras se comían las polla Agus le iba dedeando el ojete con mucha delicadeza, hasta que Alberto le pidió, casi le imploró, que se lo follase.
El Guardia Civil lo volteó y comenzó a comerle el culo de una forma que llevó a Alberto al éxtasis. Desde luego Agus era un maestro y lo estaba preparando como un campeón. Alberto volvió a implorar que se lo follase. Agus se calzó un condón que cogió de su mesilla de noche y colocando las piernas del profesor de su hijo sobre sus hombros empezó a introducirle su mástil. Era un macho alfa pero a la vez era todo un caballero. Mientras se la metía no paraba de morrearlo y decirle al oído lo mucho que le gustó desde el primer día que lo vio. La de pajas que se había hecho deseando que llegase ese momento. Que iban a estar follando toda la noche y más allá si el quería. Alberto estaba tan excitado sintiendo como le decía esas cosas que se corrió sin tocarse y él mismo se movió de tal manera que se acabó de insertar el pollón de Agus de golpe y con un gran suspiro, empezando el bombeo. Desde luego que Agus era un excelente follador, lo estuvo bombeando en tiradas fuertes y suaves y moviendo las caderas de una manera que hacía gemir a Alberto sin parar. Volvía a estar empalmado y le pidió a Agus que se quitase el condón ya que quería sentirlo totalmente en su interior. Eso encendió los hermosos ojos del guardia civil, que mientras se lo quitaba lo miraba con una cara de lascivia brutal.
Se la volvió a clavar de golpe sin dejar de besarlo y al rato se corrió copiosamente en sus entrañas provocando la segunda corrida de Alberto entre jadeos de ambos.
Estuvieron un momento abrazados sin dejar de besarse y Agus le pidió por favor que se quedase a dormir. Durmieron abrazados y durante la noche Agus se lo folló tres veces más, sonará cursi pero más que follárselo le hizo el amor deliciosamente.
Con la luz del sol entrando por las persianas fue como se despertó Alberto, con su cabeza apoyada sobre el musculoso pecho de Agus. Al moverse un poco despertó al guardia civil que le sonrió y le dio un maravilloso beso de buenos días.
Se fueron a duchar juntos entre besos y caricias. Alberto bajo el agua caliente le hizo una gran mamada que fue correspondida con otra por parte de Agus. Se secaron entre caricias y risas vistiéndose ambos unos pantalones de deporte y unas camisetas de Agus, porque que la ropa de Alberto seguía en la sala y no quería salir desnudo a buscarla.
Salieron a desayunar y se encontraron con Nito y Carlos, ambos en gayumbos y sin camiseta tomándose un café. Nito se levantó, le dio un beso a su padre en la mejilla y otro a Alberto sonriendo. Estaba encantado de que se hubiesen enrollado, según él, a su padre ya le hacía falta encontrar a alguien y quien mejor que el enrollado profe de su hijo.
Tras desayunar quedaron en ir al cine los cuatro esa tarde y cada pareja se fue a su habitación. Alberto lo tuvo claro, estaba encantado de volver a tener novio ;-).