El padre de mi masajista
El aceite olor lavanda, eso es lo que recuerdo de esta tarde y lo cachonda y cerda que me siento. Y me pregunto cómo he podido llegar hasta aquí y lo que aún me queda por recorrer.
El buen tiempo trajo otra vez la moda de salir al parque de El Retiro a correr… y no tardé ni una semana en hacerme una distensión muscular. Tenía los cuádriceps y los gemelos duros como piedras. Y lo peor no era el dolor: no me podía poner tacones, y yo, por ahí, no paso.
Trabajo en un banco con sede en Madrid y dirijo su departamento legal internacional. Lo que no está nada mal para ser chica y tener solo 34 años. Y me jode ser tan típicamente mujer en un mundo de hombres: siempre visto de oscuro, siempre con tacón, maquillaje muy nude pero la boca muy roja. El pelo me lo suelo recoger en un moño bajo, o si me lo dejo suelto siempre lo sujeto con dos tiras de pelo que recorren mi sien. Pero es muy raro: no me gusta tener nada que no esté bajo control. Y aunque en realidad no las necesito, llevo unas gafas de pasta negra grande que me aportan seriedad: no voy a permitir que ningún chulito de banca de inversión se me suba a las barbas.
Soy la tercera hija de cuatro, de una familia que se podría considerar “bien”. Todas chicas, todas casadas con tíos aburridos, niñas buenas de papá y de mamá… salvo yo, que me dediqué a vivir intensamente la vida y a, intensamente también, mi carrera. Sí es cierto que mi chico también es otro niño pijo metido a empresario. Nos conocimos, de hecho, en el banco: me invitaba a tomar café de la máquina todos los días. Luego empezó a traerme galletas dietéticas… almuerzo, cenar, un finde… un polvo y en un año estábamos viviendo juntos. En Banca de Inversión se hace mucho dinero, y Yago, que es como se llama mi chico, es muy trabajador. Consiguió sacar tiempo de donde no había y se hizo un MBA part time… no terminó mal y le dio por emprender después… y aquí estamos. Yo ganando dinero a espuertas, pagando la casa, el coche y a la asistenta... y él jugando a ser Steve Jobs.
El sexo, bueno, nos va bien. Lo típico, sin tirar cohetes. Una vez por semana, mínimo. Soy lo suficientemente cochina como para hacerle disfrutar. Me encanta cabalgarle: le caliento, le como la polla mientras le acaricio el agujero del culo, y bien ensalivado, le meto, normalmente, el dedo índice. Pero hay veces que al tío le caben hasta dos… mientras le tengo ensartadito, me encajo bien la polla en la garganta. Me hace gracia porque ellos piensan que es un acto de dominio, el que una tía les coma la polla… y es justo lo contrario. En ese momento más que nunca soy yo lo que domina totalmente su cuerpo. Podría hacer con él lo que quisiera. Pero soy buena y no hago más cosas malas. Lo que no soporto es que se corra en mi cara, no me gusta nada el sabor de su lefa. Así es que en cuanto le tengo suspirando más de lo normal, paro. Entonces me monto a horcajadas sobre él y me incrusto su polla en el coño. No suelo tenerlo muy húmedo sino me lo han comido bien antes, así es que me la voy metiendo despacio. Con ayuda de la saliva que le he dejado en el rabo me entra bastante bien. Me muevo en círculos, delante y detrás, fuerte y despacio… mientras me manosea las tetas y me tira de los pezones. De nuevo, no se da cuenta, pero soy yo la que se masturba el clítoris con su polla dura. Me corro y se corre y… ya. A dormir un poco. Supongo que la boda está al caer, y con ellos los niños. Hay veces que me gustaría que fuera él el que se pudiera quedar embarazado y parirlos, por no parar mi carrera en el banco. Que voy disparada.
Volviendo a mis gemelos, el caso es que le envié un WhatsApp a María, mi fisio desde hace cinco años. Una bollera super camionera, muy marimacho y con una fuerza descomunal en las manos, que me amasa, literalmente, el cuerpo. Siempre con mucho respeto, nunca se sobrepasó o hizo algo que se pudiera malinterpretar. María me respondió que estaba fuera con su chica en los Alpes por dos semanas, pero que si era super urgente, me pasaba con su padre, que era un fisio estupendo y que con 55 años, aún trabajaba mucho. No me hacía mucha gracia el cambio, pero los tacones me cargaban tanto el gemelo que estaba dispuesta a ponerme en manos del padre de Maria. Y así vino a mi vida Juan.
Fui a su clínica, en la calle Goya, en el centro de la ciudad. La verdad es que estaba bastante bien: todo en blanco, muy aséptico, pero con las toallas muy mullidas y color crema, lo que le daba un aire, diría que como “cálido”. Tenía dos lámparas de sal del himalaya, en ese momento atenuadas.
Tu debes de ser Pilar, ¿no? María me ha comentado que eres una de sus mejores clientes y que te tengo que tratar muy bien - Una voz profunda y seria me saludó desde el rellano, y me condujo por un pequeño recibidor y a la sala de masaje, que cerró tras de mi.
Tu hija es super buena, así es que me encantará saber qué parte es heredada - le dije, poniendo mi sonrisa más encantadora, mientras estrechaba su mano. Juan, efectivamente, era un señor de 55 años con aspecto de 55 años. Tenía tripita sin llegar a estar gordo, ancho de espaldas. A ojo, no debería medir más de uno ochenta, y estaba rapado totalmente. Se dejaba una barba perfilada con la máquina, calculé que al dos, y ya totalmente canosa. Con pinta de estar dura al contacto con la piel. Sus labios eran gruesos y carnosos, y los ojos tenían un brillo especial. No sabría decir el color, pero un marrón ámbar podría ser algo que lo definiera bien. Tenía unas marcadas patas de gallo en los ojos, que cuando sonreía se hacían casi surcos. El sol tostaba su piel, y acentuaba aún más estas marcas. Todo el conjunto, en definitiva, resultaba muy masculino. Muy mayor. Muy hombre. - Muchas gracias por hacerme hueco hoy, pero es que he estado corriendo y se me han cargado mucho las piernas. La idea supongo que es conseguir soltar los músculos y…
Y ahora me dejas a mi que te mire esas piernas - me interrumpió, pero con un tono tan tranquilo como autoritario. - Nada, no te preocupes. No me espera nadie en casa, así es que podemos trabajar bien a ver exactamente qué te pasa y seguro que conseguimos colocar todo en su sitio. Me salgo, te pones cómoda, te envuelves en la toalla que te dejo y vuelvo en dos minutos - Mientras decía esto, bajaba la intensidad de la luz blanca hasta dejarla casi a cero, y subía de intensidad las lámparas de sal, por lo que la sala se volvió de un cálido y acogedor color ambarino. Había música, como de gongs o algo así, pero muy bajita. Me bajé la cremallera de la falda, fuera medias, la chaqueta y la camisa blanca. Colgué todo en el perchero y me desabroche el sujetador. En ese momento pensé que en realidad, el sujetador no hacía falta, que era las piernas lo que me iba trabajar, así es que me lo volví a poner. Pero antes de abrochar, me acordé de su “no me espera nadie en casa” y pensé que igual me podría dar también en los hombros y en las escápulas, que siempre tengo esa parte bastante mal. Así es que me lo volví a quitar. Me enrollé la toalla en la cintura, haciendo una especie de minifalda, y me tumbé boca abajo. - Ya, cuando quieras, Juan - le grité. Antes de que entrara me di cuenta que la camilla estaba calefactada, y que la tela que estaba en contacto en mi piel tenía un intenso olor a suavizante. Y sencillamente, sonreí.
¿Estás cómoda? - me dijo Juan mientras me ponía por primera vez la mano en el tobillo. Sin soltarlo, cerró la puerta de la sala donde estábamos. - Vamos a comprobar cómo de mal está el tema….- Su mano, que noté grande y caliente, me cogió el gemelo y me lo empezó a manipular. El izquierdo, luego el derecho. Subió a la parte posterior del muslo y su mano se deslizó unos milímetros arriba por mi falda improvisada, buscando los isquios. los aham, uhum, sí… ya veo dónde está, sí se escapaban de su boca, casi en murmuración. Sus manos me tocaban cada centímetro cuadrado de mi cuerpo, arrastrando sus dedos por mi piel. Ese movimiento me empezó a dar tranquilidad. Este hombre sabe lo que se hace, pensé para mí. - Veamos, Pilar, efectivamente tienes la pierna muy cogida. El gemelo lo tienes totalmente sobrecargado, y esto hace que tire del tendón y del isquio, que es este músculo de aquí - mientras pasaba su dedo índice por la pierna, me dio un escalofrío y me entró como un cosquilleo en el ano - Y éste sube al glúteo que te tiene que estar tirando, seguro… de la cadera. - Apretó ligeramente la zona alta del culo y me dió un latigazo tremendo. - El cuerpo - continuó - está totalmente conectado. Es como una maravillosa tela de cuyos hilos vamos tirando … y nosotros lo maltratamos mucho… pero no hay nada que no tenga arreglo… ¿Te gusta el olor de la lavanda? Tengo un aceite muy bueno que tiene también un principio activo natural que actúa sobre las primeras capas de la piel, relajándola.
Sí, la lavanda me encanta… - Intentaba parecer enérgica, pero las nueve de la noche, doce horas de trabajo y ese calorcito del cuerpo me tenía rendida.
De nuevo se giró para coger el frasco, que colocó entre mis piernas abiertas, sin dejar de tocarme ni un segundo. Este hombre me daba no sólo paz, sino confianza. Relajación. Así es que coloqué la cabeza en el agujero de la camilla ese que se supone que es para hacerlo, y decidí hacerlo. Decidí, sencillamente, dejarme ir.
- Levanta un poco la cadera… así - un rápido movimiento suyo deshizo el pliegue de la toalla y la volvió a dejar suavemente sobre mi glúteo. Ni un milímetro más ni un milímetro menos. el culete abrigado, toda el cuerpo expuesto… y el olor a lavanda en toda la habitación. Me sujetó, enérgico, la pierna izquierda y la movió como el que mueve una cuerda pesada, me la extendió y la colocó, separada aún más de la derecha. Y repitió la operación con la otra pierna. En la posición en la que estaba noté, a través de las bragas que llevaba, cierto frescor en los labios del coño, que me resultó bastante placentero. De nuevo, un gustirrinín que se concentraba en la zona anal… como si se despertara.
De manera concienzuda, empezó con mi gemelo izquierdo, incidiendo con sus pulgares, con la mano derecha iba cogiendo pequeños pegotes del ungüento - Notarás calor y frío, calor y frío… y al final, una relajación cutánea, quizá un ligero hormigueo, No te asustes, es normal - me dijo. Pero yo escuchaba ya muy poco.
Subió más camino del glúteo y empezó a profundizar en la zona donde el culo se convierte en pierna. A pesar de la relajación, no tardé en notar cómo la goma de la braga le molestaba. Se me clavaba en la piel, y el no paraba de entorpecer sus dedos con la gomita. Pero en vez de subir la parte baja y convertirlo en una especie de tanga feo, moví la cadera y me las empecé a bajar - Es que así no se manchan con aceite que luego no sale bien - le expliqué. No sé exactamente por qué lo hice, pero me apetecía estar desnuda, calentita y manoseada por este señor, que me estaba dejando como nueva. Creo que atisbé una ligera sonrisa en la cara de Juan, mientras me las quitaba, pero pensé que a su edad había visto de todo, y mira, que disfrutara él también del masaje.
- Mejor así, porque tengo más accesibilidad. Aunque el hecho de que estés totalmente depilada ayuda mucho a que la mano resbale totalmente por el cuerpo, sin ningún freno, y los puntos de energía se conecten por la capa superficial de la piel. - Aham, pues muy bien… - acerté a decir. Y volví a ponerme boca abajo , despatarrada como me tenía, sintiendo el calor en la tripa, el frescor en el culete, y el coño al aire. Felicidad, pensé.
Cuando terminó con las dos piernas, subió al glúteo y ahí estuvo moviéndome y separandome las nalgas, cogiendo el “paquete muscular” como decía, y metiendo bien el puño. La espalda tuvo también suerte, y me trabajó la zona del omóplato, hombros, cuello…
- Para terminar esta parte, te voy a hacer un Lomi, lomi… que es un masaje con el canto del los antebrazos, moviéndolo en todo lo ancho y largo del cuerpo… - solo con la descripción juraría que me puse hasta cachonda… pero cuando tranquilamente retiró la toalla y escuché como se aplicaba crema en su brazos y empezaba a pasar por toda mi piel desnuda sus brazos, como si fuera un rodillo, sencillamente me venció. El canto de su antebrazo empezó a recorrer mi espina dorsal y llegó el glúteo… y no se paró… siguió moviendo la mano entre las dos nalgas y bajó hacia mi pierna izquierda. Su codo sencillamente hizo presión en el agujero del culo y se dirigió, como si fuera una lengua, hacia mis labios, que separó ligeramente… y continuó hacia las cara interna de los muslos. Volvió a repetir, y repetir, haciendo diferentes presiones en cada parte de mi espalda, pero cuando llegaba al glúteo, la operación era la misma, los dedos de la mano alcanzaban mi ojete, el suelo pélvico, los labios de mi coño, los muslos… - Hace calor, ¿no? Como no quiero que te enfries, con tu permiso, en vez de apagar el calefacción, voy a quitarme la chaquetilla… no te importa , ¿verdad? - A mi me daba igual porque estaba en la puta gloria. Con ese hombre moviendo mi carne, mi piel… ese calor, ese olor.
Juan se quitó la camisa… y los pantalones, y se quedó en un calzón largo de trabajo, con una camiseta de tirantes. Parecía un panadero más que un fisio. Al girar mi cabeza, me fijé como su tripa hacia un poco de curva, y un rabo nada despreciable se revelaba en tienda de campaña. Mi vulba dio un latido pequeño y juraría que aquello, empezó a lubricar un poco, cuando de nuevo su mano volvió a mi espalda a hacerle el lomi lomi ese… y notaba mis nalgas abrirse a su mano, y mis labios los separaban y alcanzaba mi pierna… Al cambiar de lado de la camilla, noté claramente su erección, porque me rozó la piel, y se empezaba a mojar su pantalón. El viejo esté cachondo, pensé.
- Date la vuelta, Pilar. Vamos a trabajarte la zona de arriba - Me giré, sin darle importancia a que estaba desnuda, y con el coño seguro que ya ligeramente brillante. Juan me empezó a tocar las espinillas, rodilla y fue subiendo por los cuadriceps, y antes de llegar al final de la cadera, abría las manos para recoger todo el músculo… pero sus dedos rozaban mis labios de manera suave. Casi imperceptible. Yo ya estaba fuera de mi y perdida, y notaba hasta los pezones duros. Empecé a morderme el labio inferior, intentando ahogar con ese pequeño dolor cualquier gemido de placer… pero debía de tener una cara patética.
Juan se movió y se colocó a la altura de mi cabeza, y empezó a masajearme los laterales de los pechos, bajando hacia mi tripa, y subiendo por mi costado, para rozar esa parte solo con la yema de los dedos. Su barriga, grande pero que yo notaba dura, me rozaba la nariz, y podía aspirar el olor de ropa limpia, lavanda y sudor, que me volvía loca. Me volvía sucia. Me volvía zorra. Y fue imposible aguantarlo y abrí mis labios, saqué la lengua y lamí su camiseta. Y lo notó. Notó cómo saboree su piel atravesando la fina tela que le rodeaba… y s eso era la señal que esperaba. Sus manos bajaron aún más hasta mis piernas, pero en vez de subir por los laterales, me empezó a acariciar el coño, muy ligeramente, con las yemas de los dedos, primero, para pasar a batirlos, rápido, por toda la parte externa. Metió un dedo y alcanzó mi clítoris. A su tacto, noté gordo. Hinchado. Lleno. Yo me agarraba a la camilla con una fuerza como si fuera a partirla, clavandome las uñas casi, intentando no patalear, gritar… comerle entero.
- Parece que estás bastante mojada por aquí abajo… y me tienes a mi totalmente mojado - Se giró un poco, y separando una de sus manos de mi coño, consiguió bajarse su pantalón. Su polla, dura, grande, descapullada y brillante, apareció frente a mi cara. Y yo me relamí. Como una maldita puta, mi cerebro me decía que me comiera ese rabo que tanto deseaba. Pero no hacía nada… - Abre la boca - me dijo. Sus dedos no paraban de acariciarme los labios, metiendo y sacando sus falanges, frotandome el clitoris con un movimiento no constante. Suave y fuerte. Sin una constancia que me hacía estar totalmente salida. No era normal lo que me pasaba. Ese señor me ponía cerdísima. Sin motivo. Pero estaba como drogada. Su otra mano, mientras, me bajaba la mandíbula. Y me sujetaba la frente. Su rabo entró, lento y enorme, en mi boca. Llenándolo. Sabía a todo el día, sabía a él. Y lejos de darme asco, empecé a paladear ese prepucio que me regalaba. Mis papilas gustativas mandaban cohetes a mi cerebro. Quería hacerle disfrutar. Quería que deseara follarme. Subí la vista y le miré gruñir y apretar sus labios. Sin apartar sus ojos de mi, de mi cuerpo, mirando como batía mi clítoris, como sujetaba mi cabeza, como enterraba su polla en mi boca. Empezó a follarme la garganta. Constante. Sin forzar. Pero entrando. Dejandome dominar por ese señor que podía ser mi padre… por este gordo que me ponía, por este abuelo que se estaba convirtiendo en mi TOP Amante de toda la historia. - Vamos - me decía. - Vamos, abre esa boca bien, pequeña, que te voy a embarazar por la garganta. Como me la comes de bien… así.
No sé cuánto tiempo estuvimos, pero no fue mucho, porque empezó a respirar fuerte. Y yo a notar mucho calor en los riñones, en la vulva, en la matriz… no sé. Calor. Su cadera no paraba de bombear… y mi cabeza no paraba de decirme que siguiera chupando. Así es que le cogí la polla con las manos, y empecé a masturbarlo con la cabeza de su rabo aun en mi boca. - Asi, Pilar, así, haz que me corra y te lo vas a comer todo, ¿verdad? vas a dejar que te llene de lefa toda esa carita que tienes de niña buena… - Sus manos no paraban quietas un segundo y yo estaba despatarrada en la camilla para que llegara aún más profundo…
El primer trallazo fue en la boca y directo a la garganta, el segundo, a la lengua, que fue el que paladee, gustosa, y me tragué. Me encantaba su sabor. Me llenaba el paladar y la nariz de esa textura primero líquida y luego pastosa. La tercera me dió en la nariz y en la mejilla y en las pestañas. Y me corrí. Me corrí como hacía tiempo que no me corría, como cualquier puta, como una cualquiera, mientras todo mi cuerpo empujaba fuera mi líquido y el aire de mis pulmones también empujaban, en forma de grito callado. Quería más. Lo quería dentro de mí.
Su mano en mi pelo me amasaba la cabeza, esperando que mis pulsaciones bajaran de intensidad.
- ¿Te encuentras bien?
- Sí, si… estupendamente. Yo… no sé que me ha pasado. ¿Seguimos, no?
- No. Por ahora está bien asi. Lo que tienes es un bloqueo en el pubis. Que te he quitado porque lo necesitabas. Aunque creo que te vendría bien venir a verme al menos una vez a la semana. Este bloqueo es importante eliminártelo del todo, porque puede afectar a otros nodos de energía. - Me soltó, con el tono más tranquilo y conciliador que había escuchado nunca. Y yo supe que me quedaba sin polvo, pero que tenía una promesa de follada. Me incorporé y con la toalla me terminé de limpiar, los goterones de leche que tenía aún por la cara.
- Hoy es lunes… no sé si este jueves tendrías libre… a última hora, como hoy. Aunque no sé si es posible, no quiero molestarte y que tuvieras que cambiar algún paciente o algo. No quiero tener el pubis bloqueado.
- No me molestas en absoluto. Me encanta ver lo relajada que te estás y estoy seguro que podemos progresar mucho eliminando tu bloqueo. Te veo el jueves, a la misma hora.