El padre de Javi

En principio, se trataba de jugar un partidito de fútbol con mi amigo Javi, pero éste anda bastante liado con su curro así que, al final, acabo jugando con su padre, pero no precisamente al fútbol...

El padre de Javi

Mi móvil sonó a eso de las cinco de la tarde. Medio adormilado tras la siesta de una hora que me acababa de echar, empecé a buscarlo a tientas sobre la mesilla de noche, con los ojos medio cerrados y con la sensación de desconcierto con que siempre me despertaba los sábados por la tarde, cuando aprovechaba para recuperar horas de sueño después de la comida.  Al cabo de unos segundos, una voz familiar se encargó de desperezarme definitivamente.  Era mi amigo Javi, al que conocía desde el cole y quien, sin ser mi amigo del alma, había formado parte de mi vida durante los últimos diez o quince años.

  • Hey, ¿qué pasa, colega? ¿Te he despertado o qué?

  • Tranquis, estaba ya medio activado – mentí , tratando de disimular mi voz carrasposa de la mejor forma que pude.

  • Ok, tío. Te llamaba para ver si sigue en pie lo del partido de esta tarde…

Desde hacía algunos meses, teníamos la costumbre de quedar los sábados por la tarde para echar un partido con un grupo de tíos del barrio que eran aficionados. Desde que cumpliera los veinte, la verdad es que dedicaba mucho menos tiempo a hacer deporte y, con esta excusa, dedicaba algún que otro sábado a ejercitar piernas y a tratar de mantenerme un poco en forma. Además que, después del partido, muchas veces nos íbamos de cañas y acabábamos hasta las tantas echando unas risas y tomando algo por ahí.

  • Claro, tío. Ya lo hablamos ayer, ¿no? Por mí, guay. Eras tú el que dijiste que, tal vez, lo tendrías complicado esta tarde.

  • Sí, bueno, pero parece que terminaremos pronto con la reunión.

Javi era informático y, aunque trabajaba de lunes a viernes, algunos sábados tenía que ir a la oficina, sobre todo cuando tenían que entregar algún proyecto o algo así. Aquella semana, parecía ser el caso, porque no habíamos terminado de cerrar el plan del partido. Es más, yo había dado por hecho que no íbamos a jugar y, por ese motivo, me había quedado holgazaneando, viendo la tele y durmiendo después de comer. La perspectiva de dedicar la tarde a jugar me activó un poco, así que me desperecé rápidamente y me di prisa en darme una ducha y enfundarme el equipo.

  • Vale, macho, pues quedamos a las siete en mi kely. A esa hora, creo que ya me habrá dado tiempo de salir de la puta oficina y llegar, ¿vale? Te espero allí.

  • Genial, tío. Nos vemos entonces…

Colgué el teléfono y, tras cinco minutos más de reposo, me lancé a la ducha para terminar de desperezarme con el agua fría.  Como éramos un grupo de amateurs, no usábamos equipo oficial, sino que cada uno llevaba la ropa de deporte que le parecía. Eso sí; habíamos convenido en usar todos pantalones cortos y medias de fútbol, más que nada para dar una apariencia un poco más ‘profesional’, aunque la verdad es que casi todos éramos bastante malillos. Algunos llevaban espinilleras y complementos más profesionales. No era mi caso, así que saqué del cajón mi camiseta y pantalón negros de Adidas, y empecé a vestirme, sin darme mucha prisa, ya que eran tan sólo las seis y todavía tenía tiempo de sobra para ir a casa de Javi. Aunque vivíamos en el mismo barrio (de ahí el haber ido juntos al colegio), nuestras calles estaban ligeramente distanciadas, así que me llevaría un rato ir caminando hasta su casa. Cogí la mochila con la toalla, unos vaqueros y un polo para después del partido, y salí de casa, no sin antes mandar un par de whatsapps a Javi diciéndole que salía de camino. Al cabo de veinte minutos, llegué a su casa y pegué un toque al telefonillo. Para mi sorpresa, no fue Javi quien me contestó, sino su padre, Javier, a quien yo conocía también desde pequeño, ya que habían sido muchas las veces que me había quedado a dormir en su casa. Incluso algún verano me habían invitado a pasar el finde en la casa que tenían en la playa, así que había ya cierta confianza con su familia.

  • Hola, soy Álex. Mira, que había quedado con Javi para echar un partido esta tarde.

  • ¡Ah, hola, Álex! Oye, Javi no ha venido todavía.  No me ha dicho nada. Sube si quieres…

Javier me abrió la puerta del portal y me encaminé hacia su casa, un poco extrañado de que Javi no hubiera llegado todavía. El partido era a las siete y media y, si se retrasaba mucho, no llegaríamos. Subí, en todo caso, con la idea de esperar cinco o diez minutos y, en caso de que éste no llegara, pues irme yo solo y esperarlo ya allí. Al fin y al cabo, estarían el resto de los amiguetes, así que tampoco pasaría nada. Cuando llegué al piso, llamé al timbre y observé que Javier tardaba un poco más de lo normal en abrir la puerta.  Allí estaba yo, vestido de futbolista, con la mochila a la espalda y mirando el reloj, cuando Javier abrió la puerta y me saludó con una cordial sonrisa.

  • Perdona, chaval, que estaba en el baño…

  • No te preocupes – dije sonriendo.

De hecho, Javier extendió su mano todavía húmeda para estrechármela, al tiempo que me invitaba a pasar.

  • Es que vengo de hacer un poco de bici y estaba aseándome, que con este calorazo que hace, he llegado sudando.

  • Sí, bueno. Es que está bochornoso total – respondí, dando pie a la típica conversación sobre el tiempo, que serviría para llenar los cinco minutos que pensaba permanecer allí.

  • Ya ves. Además que, como hace bueno, parece que a todo el mundo le ha dado por salir hoy a la calle. No veas cómo estaba el parque… He tenido que ir esquivando gente con la bici.

Sonreí  vagamente de camino al salón, sin que me indicase la dirección, ya que conocía la casa perfectamente, después de haber pasado allí tantas tardes jugando a la Play y fingiendo que estudiaba con su hijo. Cuando llegamos al salón, vi que las persianas estaban medio bajadas y que la tele estaba encendida. Al mismo tiempo, reparé un poco mejor en el aspecto de Javier, que llevaba unos pantalones cortos de deporte y una camiseta sin mangas, así como unas zapatillas que parecían más bien de trekking y unos calcetines de deporte blancos que le llegaban por encima del tobillo. Nunca le había preguntado a Javi por la edad de su padre, pero supongo que tendría cuarenta y pocos, teniendo en cuenta que tenía un aspecto razonablemente juvenil y que nosotros íbamos camino de los veinticuatro. Calculo que ese hombre tendría entre cuarenta y dos y cuarenta y cuatro años, pero la verdad es que estaban muy bien llevados porque, a pesar de que no tenía demasiado pelo, su cuerpo estaba razonablemente definido y la barba de varios días le daba un aspecto bastante juvenil.

  • Hey, Álex, síentate, chaval. No te he ofrecido nada. ¿Quieres una coca-cola?

  • No, tranquilo, si salgo ya para el campo…

  • Espera, hombre, que voy a dar un toque a Javi, a ver si está ya de camino.

  • Vale, si no tarda mucho, le puedo esperar aquí.

Javier salió hacia la cocina, donde tenían un teléfono fijo, y escuché que marcaba y que iniciaba una conversación con su hijo. Entretanto, yo eché mano del mando a distancia, que estaba en la mesa de centro y me puse a juguetear con él. Javier estuvo hablando con su hijo durante unos minutos, aunque no llegué a captar toda la conversación, ya que había una distancia razonable entre la cocina y el salón, y el sonido de la televisión me impedía escuchar todo lo que hablaban. Estaba volteando el mando a distancia cuando, sin darme cuenta, debí de dar al botón que activaba el canal del dvd y en la pantalla de cuarenta pulgadas empezó a visionarse una peli x. De entrada, mi primer instinto fue quitarle el sonido, porque aquello resultaba atronador (al menos, eso me pareció a mí). Pero fui incapaz de hacerlo inmediatamente, porque aquel endiablado mando a distancia tenía más botones que la sala de mando de una central nuclear.  Encontré, eso sí, el botón del volumen, así que lo bajé, mientras buscaba la manera de devolver el canal de televisión que estaba sintonizado antes de que cogiera el mando. En los escasos segundos que tuve para hacer todo esto, reparé en que la peli era una peli bisexual, en la que dos tíos cachas y peludos se tiraban a una morena bastante atractiva. Un sudor frío empezó a caer por mi frente y por mi espalda, al ver que mis intentos por cambiar el canal eran infructuosos, así que en un último y desesperado intento por salir airoso de aquella situación que me estaba resultando tan embarazosa, decidí apagar la tele, ya que el botón rojo de encendido era infalible. En esto, Javier entró en la habitación, con aire jovial y desenfadado.

  • He hablado con Javi, Álex. Por lo visto, se le ha complicado la tarde. Me ha dicho algo de una reunión que se prolongará hasta las nueve, así que no podrá ir al partido.

  • ¿Ehhhhhhhhhhhhhhhh?  - no sabía qué decir. Bueno, en tal caso, será mejor que me vaya yendo…

  • Claro, hombre. No quiero que llegues tarde por mi culpa.

A la par que decía esto, Javier cogió el mando y encendió la tele. Yo había aprovechado para dejar el mando sobre la mesa de centro, tal y como me lo había encontrado, con la esperanza de que no se diera cuenta de que había estado trasteando con él. Pero evidentemente, no se le había pasado por alto, así que volvió a conectar la televisión. Aquellos segundos en los que la pantalla se encendía me parecieron una eternidad pero,  al final, la tele se activó y lo primero que vi fue un primer plano de los dos tíos comiéndole a la morena el coño y el culo, mientras ésta gemía placenteramente, aunque eso es algo que se intuía por su rostro, ya que el aparato seguía sin volumen. En aquel momento, lo único que se me ocurrió fue esbozar una sonrisa bobalicona, como si aquella historia no fuera conmigo. Yo creo que el bochorno de Javier fue tal, que directamente ni se planteó el hecho de que la película estuviera puesta por mi culpa. Supongo que pensó que fue un error suyo.

  • Ehhhhhhhhhhhhhh… Bueno - sonrió bobaliconamente también.

  • Perdona, es que puse esto sin querer – dije, en un alarde de innecesaria franqueza, descubriendo mi grado de culpabilidad en toda esta historia.

Observé que Javier estaba confundido, sin saber qué hacer o qué decir.

  • Alguien se habrá dejado puesto eso – dije, tratando de arreglar aunque, según lo decía, tuve la impresión de que estropeaba, más que arreglaba.

  • Sí, bueno… En realidad era yo quien lo estaba viendo.

Ese alarde de sinceridad me pilló de sorpresa. No imaginaba que se autoinculparía, aunque era evidente que él se figuraba que yo intuía la realidad. En todo caso, habría sido más fácil fingir que la peli era de Javi y salir más o menos airoso, al menos, por esa tarde.

  • Estamos entre hombres, así que tampoco hay que avergonzarse. Cuando llamaste a la puerta, estaba viendo esto.

Volví a sonreír de forma bastante boba, sin saber muy bien qué decir o cómo reaccionar. Las palabras que empezaron a salir por mi boca, lo hicieron sin control, como si no fuera yo quien hablaba.

  • Sí, bueno, a mí también me gusta ver porno cuando me quedo solo en casa.

Un momento:  ¿ le estaba diciendo al padre de mi amigo que me gustaba ver porno?

  • A ver, entiéndeme – me respondió. Aquí siempre hay alguien, así que apoveché que hoy estoy solo (Claudia está de finde con su hermana y Javi trabajando), para relajarme un poco viendo esto, porque además llegué de andar en bici bastante caliente.

No sé por qué, no pude evitar lanzar una mirada de pies a cabeza a aquel hombre que me hablaba de pie, en una posición de superioridad, mientras yo estaba sentado en el sofá y, por un instante, lo encontré increíblemente atractivo. En esto, él aprovechó para sentarse (afortunadamente, no se había percatado de mi lasciva mirada) y se quedó mirando a la pantalla mientras me hablaba.

  • ¡Qué coño!  Si tienes veintitantos años, seguro que tú también te haces tus pajas viendo estas cosas.

  • La verdad es que sí -mi lengua seguía disparada, diciendo cosas que no tenían nada que ver con el dictado de mi cerebro.

Observé que él se sintió más relajado al contar con mi aprobación y, mientras decía estas palabras, se acomodó sobre el respaldo del sofá, abriendo las piernas y exhibiendo sus potentes y peludos muslos. Yo me sentí momentáneamente petrificado, sin saber qué hacer, si salir de allí e irme a mi partido, o seguir con aquella conversación con el padre de mi amigo, que era en cierta medida antinatural pero, quizá por eso, un tanto más excitante.

  • Y está buena la tía ésta, ¿eh?

  • Hmmmmmmmmmm… Sí, tiene unas buenas tetas.

Por aquel entonces,  mi bisexualidad todavía no se había definido al cien por cien. Era la época en la que sólo follaba con tías y, aunque empezaba a sentir cierta admiración por el físico de algunos hombres, no había tenido ninguna experiencia completa, al margen de las típicas pajas entre coleguitas.  Mientras manteníamos estas palabras, la película seguía su curso y lo que me sorprendió es que, cuando terminaron de jugar con los genitales de la morena, los dos peludos empezaron a morrearse. Javier debió notar algo en mis pupilas, porque inmediatamente se justificó.

  • ¡Pff! El porno normal me parece un poco aburrido. Al final, vista una peli, vistas todas. Éstas me parecen más morbosas. ¿no crees?

  • Bueno… Sí, la verdad es que lo son…

Yo estaba flipando. Estaba viendo una peli porno de maricones con el padre de un amigo. Y éste, encima, me estaba tratando como si fuera su coleguita de toda la vida. Totalmente perturbado, no sabía si mirar hacia la pantalla o hacia los ojos de Javier. Él debió notar algo, porque inmediatamente añadió:

  • Relájate, Álex, chaval… Que yo también he sido joven y sé que esto mola un montón. Ponte aquí, si quieres – dijo señalando un hueco que quedaba en el sofá de dos plazas desde el que estaba mirando la película.

  • Sí, bueno…

Me levanté y me senté donde me indicó, aunque quedaba espacio suficiente para que los dos nos sentásemos cómodamente casi sin rozarnos. Sentí que Javier se volvía a acomodar en el sofá, abriendo más sus poderosas piernas de ciclista y rozándolas con las mías. El primer choque fue algo como eléctrico. Sentí su calor y la piel un poco áspera por culpa de su abundancia de vello. Me estaba empezando a excitar de verdad y temía que mi pantalón de fútbol no ocultase debidamente la incipiente erección que estaba empezando a cobrar fuerza dentro de mi slip. Afortunadamente, los calzoncillos servirían para  disimular la calentura. Estos pensamientos se cruzaban por mi mente cuando Javier decidió seguir acomodándose cruzando las manos por detrás de su nuca, respaldado en el sofá y exhibiendo sus exuberantes sobacos, abundantemente poblados y  que, humedecidos por el calor y el deporte, empezaron a exhalar un olor penetrante.

  • ¡Joder, cómo está la morena, macho! – dijo más para sí mismo, que esperando una contestación por mi parte. ¡ Vaya meneo que le van a dar esos dos!

Yo había perdido la noción del tiempo. Es posible que llevase allí ya media hora o veinte minutos, pero lo absurdo, a la par que excitante de la situación, hizo que me olvidase del partido, de la hora, e incluso del motivo por el que había subido a esa casa. El caso es que estaba pasando la tarde del sábado viendo una peli porno con el padre de mi amigo.

  • Voy a traer unas birras, Álex. Que hace un calor de mil demonios. Oye, si quieres, conecto el aire, ¿eh?

  • No, por mí, no hace falta. Yo estoy bien…

  • Pero una birra sí que te hace, ¿no?

  • Ehhhhhhhhhhhhhh… Bien, vale. ¡Genial!

Según se levantaba, Javier dejó entrever la tremenda erección que ocultaba debajo de aquel pantalón de deporte.  Por algún motivo, a partir de aquel momento, me relajé mucho más y entendí que aquella situación iba a resultar tremendamente morbosa, a pesar de todo. Al cabo de unos segundos, Javier regresó de la cocina con un pack de seis latas Heineken completamente heladas. Abrió al instante un par de ellas y me acercó una.

  • Joder, chaval… ¡Qué de puta madre se está viendo una peli y tomando una cerveza…!

  • Y en compañía - soltó mi boca, una vez más sin el consentimiento de mi cerebro.

  • Pues sí, chaval. En compañía, mucho mejor – dijo esto a la par que se pegaba una rascada de huevos que pude ver con el rabillo del ojo, porque tampoco quería que percibiese la turbación y la excitación que estaba experimentando en esos instantes.

A esas alturas de la peli, a la morena ya se la habían metido por todos los orificios de su cuerpo y los tíos estaban empezando a sobarse y a rozarse más de lo estrictamente necesario.

  • Esta parte me flipa –dijo Javier, a la par que empezaba a sobarse por encima del pantalón.

Dado que él lo estaba haciendo, decidí seguir su ejemplo, así  que empecé a tocarme tímidamente el rabo, que a esas alturas, estaba más duro que una barra de hierro y luchaba infructuosamente con el elástico del calzoncillo por salir de su prisión.

  • ¿Sabes qué te digo? Que me voy a poner cómodo  - dijo esto, a la par que pegaba un sorbo a la lata de cerveza.

Inmediatamente, se quitó las zapatillas con los pies y sentí que el olor a sudor de antes se mezclaba con una sutil fragancia a zapatilla usada.  Las deportivas quedaron delante de nosotros, entre el sofá y la mesa de centro, y pude observar que las plantillas estaban bastante curradas. Se veía que no sólo las había utilizado para andar en bici, sino que también las debía de usar para correr, para hacer trekking o para practicar otros deportes.  Como la mecánica se mis reacciones se basaba en imitar sus actos, hice lo mismo y me saqué mis deportivas, quedándome con las medias negras de Adidas que me había calzado una hora y pico antes. Él no se conformó con quitarse las zapatillas, sino que aprovechó para bajarse el pantalón de deporte y retirase la camiseta, acciones que imité. El caso es que en un visto y no visto, nos quedamos los dos en calzoncillos y calcetines. Aproveché que se quedó durante unos segundos de espaldas, mientras se bajada los pantalones y se quitaba la camiseta, para admirar su poderosa anatomía. Sin ser un tío cachas, estaba bien formado, tenía una espalda ancha y unas piernas potentes (resultado de sus horas de bici). Lo que más me llamó la atención fue la abundancia de vello en sus piernas y por encima del elástico del slip, que era uno de esos calzoncillos blancos con costuras delanteras. Al sentarse, pude percibir, ya más de reojo, que tenía un pecho muy peludo, y que la negrura de sus sobacos, que ya había apreciado con anterioridad, no desmerecía del resto. Supongo que su cuerpo fornido, velludo y masculino contrastaba con el mío, más lampiño y con una musculatura más propia de mi veintena que de su cuarentena. El caso es que en ese punto, ya no me importó que el bulto de mi slip resultase tan abrumadoramente evidente, porque a mi lado tenía un macho que se iba a hacer un pajote conmigo viendo una porno. Seguimos así unos minutos más, haciendo comentarios poco originales sobre la dotación de la morena y sobre lo cachas que estaban los tíos, cuando él se acabó su cerveza y se incorporó para coger dos más.  Lo primero que percibí fue que había una raya de sudor dibujándose sobre la tela del calzoncillo, entre sus nalgas y, aunque suene extraño, sentí el impulso de levantarme y olerlo. Por suerte, no lo hice, ya que él se volvió a sentar inmediatamente a la par que abría las latas y me ofrecía una. Sin embargo, al acercármela, un chorro de espuma cayó sobre mí, mojando mi pecho y parte de mi calzoncillo.

  • Hostias, Álex. Lo siento, chaval. Quítate eso – dijo, señalando mis gayumbos.

Obedecí y me bajé los calzoncillos, con lo cual mi rabo saltó furioso, después de un buen rato de permanecer contenido bajo la presión del gayumbo.

  • Yo también me los voy a quitar – dijo, mientras se incorporaba para bajarse los slips, con lo cual, nos quedamos los dos completamente desnudos, él con sus calcetines blancos y yo con mis medias negras.

No quise mirar de forma muy abierta hacia su rabo, pero intuí que estaba bien de tamaño y, sobre todo, me llamó la atención la espesa negrura de la mata de vello que lo rodeaba. También se intuían unos buenos huevos, a juzgar por el paquete que marcaba mientras estuvo en calzoncillos.  Según se los quitó, noté que una nueva nota de olor se entremezclaba con los ya presentes. Éste era, sin duda, el más intenso de los tres: era la fragancia de su polla. Mi cerebro estaba tan aturdido por la abundancia de estímulos, que no recuerdo el momento en que dejé de prestar atención a la película. Escuchaba los gemidos como si se tratase de sonido ambiental, pero ya era incapaz de saber quién estaba follando con quién, aunque a esas alturas todos estaban follando con todos. Javier empezó a masajearse el capullo con una mano, mientras con la otra sostenía la cerveza, sin retirar la vista de la pantalla. Esto me permitió mirar sin disimulo hacia su rabo, que presentaba una flamante erección que sobrepasaba con creces el final de la mata de vello púbico y llegaba casi hasta la altura del ombligo, forrado también de una abundante pelambrera.

  • ¿Te mola o qué? – me dijo mientras me miraba con esa jovialidad que ya me empezaba a resultar tan familiar.

  • Sí, está guapa la peli…

  • No, chaval, digo mi rabo. ¿Si te mola mi polla?

  • Buenooooooooo, sí. Tienes un buen rabo…

Me había pillado por sorpresa admirando su rabo y evidentemente mi mirada de admiración no le había pasado desapercibida.

  • ¿Te molaría pajearme?

  • Creo que… Sí…

Inmediatamente, acercó su nervuda mano y cogió la mía, aproximándola hasta su grueso cipote, que desprendía un calor indescriptible.  La agarré con fuerza y empecé a pajearla, notando la humedad del glande y el sudor del escroto.  Él se volvió a acomodar sobre el respaldo del sillón, con las manos detrás de la nuca, exhibiendo sus oscuros sobacos, al tiempo que cerró los ojos y empezó a emitir unos suaves bufidos de satisfacción. Aquel tío estaba disfrutando de la paja que le estaba haciendo y yo tenía el rabo como un hierro candente, casi sin habérmelo tocado. Estuvimos así un rato, hasta que los alaridos de la tele indicaron que los actores estaban corriéndose y que la peli tocaba a su fin. Por un momento, maldije la puta película, temeroso de que pusiera fin a aquel momento de intimidad que estaba viviendo con Javier. Pero éste no pareció inmutarse ya que, acabada la peli, soltó mi mano de su rabo, se acercó al mando y apagó la tele, mientras me decía:

  • Joder, chaval… Me estás haciendo pasar una tarde de puta madre…

Inmediatamente, se abalanzó sobre mi boca y empezó a morrearme. Sentía su barba de días rascarme la barbilla, el calor de su respiración sobre mis mejillas y su lengua, pugnando por entrar en mi boca y conquistarla. Creí que moría de placer. Cuando mis sentidos recobraron un poco de cordura, noté que me había cogido la polla y que la estaba pajeando con fuerza y decisión, así que decidí imitarle. Pero no me dio tiempo, porque en un arranque de fuerza, separó su lengua de mi boca, se incorporó y puso su polla erecta cerca de mi boca con una clara intención, que no tardé en adivinar.  Lo primero que percibí fue el olor que me había turbado anteriormente, pero con una intensidad mayor. Aquel olor me hizo perder la voluntad, así que me lancé rabioso sobre aquel rabo potente y peludo.  Lo siguiente que noté fue el sabor picante y salado de aquel cipote, que entremezclaba notas de orina, sudor y precum.  Javier empezó a retorcerse como un poseso. No era necesario que dijese nada para percibir que estaba disfrutando como un cabrón.

  • ¡Cómeme los huevos!

No fue necesario que lo repitiera dos veces, porque antes de que acabase la frase, ya tenía uno de ellos metido en la boca. Ardían y estaban duros como piedras, señal inequívoca de que estaba excitadísimo. Estuve oliendo, lamiendo y masajeando esos huevos unos minutos hasta que, casi sin que me diera cuenta, Javier se dio la vuelta y me mostró su culo peludo.  Unos minutos atrás, había sentido el deseo de oler sus calzoncillos sudados, pero ahora tenía delante de mí la fuente de ese sudor, un culo plagado de pelos que se volvía más y más negro según se acercaba al ojete. Instintivamente, abrí las nalgas y respiré el olor que emanaba de ese ojal, un olor extremadamente picante y embriagador… Estuve disfrutando unos segundos de ese placer hasta que la voz de Javier me interrumpió:

  • ¡Chúpalo!  ¡Mete el hocico!

Mi primer pensamiento fue una sensación de repulsión y asco, pero decidí aparcarla y obedecer. Al fin y al cabo, me estaba entregando a placeres nuevos y prohibidos, y no era plan de ponerme estrecho a estas alturas. Saqué la lengua y empecé a humedecer tímidamente la raja, notando ahora el sabor de ese sudor concentrado.  Javier debió notar mi reparo a acercarme a su ojal, así que hizo un movimiento brusco que acabó con mi lengua en el centro de su ojete.  Mi voluntad se había volatilizado, así que empecé a chupar aquello como había hecho con anterioridad con el coño de las chicas a las que me había tirado. Se ve que lo estaba haciendo bien, porque Javier empezó a gemir sonoramente. Los bufidos sordos de la mamada dieron paso a unos alaridos comparables a los que pegaban los actores de la peli porno. Aquel hombretón estaba disfrutando como una zorra de la comida de culo que le estaba haciendo. Entretanto, yo estaba tan excitado, que notaba cómo las gotas de precum salpicaban mi abdomen en cada embestida. En mi vida había disfrutado tanto de una experiencia sexual. Javier retiró de un empujón la mesa de centro e hizo espacio junto al sofá. Se tumbó en el suelo, sobre la alfombra y me indicó cómo debía colocarme. Se trataba de hacer una especie de sesenta y nueve.  Yo seguí comiéndole el ojete, mientras él alternaba mi polla y mi culo. Fue así cómo descubrí el placer que yo le estaba provocando a él. Nunca imaginé que el culo te pudiera dar unas sensaciones de placer tan extremo. El caso es que estaba descubriendo un nuevo mundo de prácticas que te llevaban directo al Nirvana. Repentinamente, Javier soltó un lapo potente e intenso sobre mi ojal y lo restregó violentamente. Sin aviso previo, introdujo un dedo. Como un acto reflejo, yo contraje el esfínter y él pareció darse cuenta, porque desistió en su empeño.

  • Tienes un culo muy estrecho, chaval.  Prueba a meterme tú un dedo.

Imité su técnica y solté un lapo sobre mi mano, esparciéndolo sobre su pelambrera anal. Inmediatamente, metí un dedo y, para mi sorpresa, noté que entraba sin problemas. Deduje que no era la primera vez que Javier había jugado con su ojete.

  • Sigue así, chaval. Lo estás haciendo bien…

Animado por su comentario, seguí metiendo y sacando mi dedo índice e intercalando algún que otro lapo de vez en cuando, cada vez que notaba que aquello quedaba seco. Cuando vi que un dedo no era suficiente, seguí con dos y luego con tres… Al final, acabé por meterle cuatro dedos, mientras él volvía a emitir gemidos sordos, que me hacían dudar de si estaba disfrutando o no.

  • Me vas a tener que meter el rabo, tío. Me has puesto muy cachondo. Espera…

Desprendiendo mi mano de su ojal, se incorporó y se alejó hacia el cuarto, de donde regresó al cabo de unos segundos con una caja de condones y con un bote pequeño.

  • Es Popper. – dijo, ante mi duda al ver el frasco. Así conseguiré abrirme bien para que puedas follarme.

Mientras decía esto, sacó un condón, lo abrió con los dientes y me lo dio para que me lo enfundase en la polla. Así hice y, mientras me colocaba el preservativo, él empezó a inhalar el contenido del bote. Se tomó cuatro o cinco tiros y se le puso una cara de vicio que incluso me alarmó.

  • Prueba un poco tú, si quieres. Con esto seguro que te abres y podré follarte a ti también.

Lo hice y, aunque el olor me recordó al del pegamento de toda la vida, noté que, inmediatamente, la calentura de mi polla se multiplicaba por diez y mis ganas de follar también. Él debió notarlo, porque se puso a cuatro patas sobre la alfombra y, una vez que estuve de rodillas, fue el mismo quien dirigió mi rabo hasta su ojete.

  • ¡Eso es, cabrón! ¡Métemela bien!

Estaba follándome un culo. Ninguna de las tías con las que había estado se había dejado jamás y aquel machote, que era el padre de mi amigo, me estaba ofreciendo su culo, que encima resultó ser profundo y tragón.  La sensación de excitación era extrema: entre el morbo, los olores, la cerveza, la película, el Popper y mis hormonas de veinteañero salido, mi polla estaba a punto de reventar. Empecé a gemir como un animal en celo y a él pareció excitarle, porque empezó a mover el culo con más violencia. Estábamos en ese momento de excitación, cuando un pitido atronador partió en mil pedazos la magia del momento. Era el timbre del telefonillo…

  • ¿Quién será? – dijo Javier.

Nos quedamos los dos paralizados, más que nada por el susto, ya que aquel pitido retumbó en toda la casa como si se tratase de una sirena.

  • Espera; voy a mirar, que tenemos la videocámara del portal conectada a la tele.

Javier cogió el mando a distancia, culpable de aquella voluptuosa situación, y pulsó una clave, con lo cual, al cabo de un par de segundos, vimos la cara y el cogote de mi amigo Javi en cada uno de los cuatro cuadrantes en que se había partido la pantalla.

  • Hostias, es Javi… - dijo su padre, al mismo tiempo que se incorporaba rápidamente, pues todo esto lo había hecho mientras permanecía a cuatro patas sobre la alfombra del salón. Vístete rápido, Álex, que voy a abrirle la puerta.

Javier salió en estampida hacia la cocina, donde estaba el telefonillo y escuché cómo fingía sorpresa y abría la cancela del portal. Según se alejaba, pude ver su polla penduleante y sus huevos peludos oscilar rápidamente de un lado a otro a causa de la agitación. En cuanto a mí, el susto debería haberme bajado la calentura ipso facto, pero aquella mierda que había inhalado me mantuvo el rabo bien duro a pesar de los inesperados acontecimientos. Me di prisa en colocar la mesa de centro y en rescatar mis gayumbos, mis pantalones, las zapas y la camiseta. Me puse todo encima como alma que lleva el diablo y sólo cuando estuve completamente vestido, caí en la cuenta de que no me había quitado el condón. Javier regresó corriendo por el pasillo. A él sí que se le había bajado la erección y lucía un pene de tamaño ordinario, acompañado, eso sí, por dos buenos huevos que, a decir verdad, desentonaban un poco con el tamaño de su polla flácida. Rápidamente, rescató su ropa de deporte y se vistió en un abrir y cerrar de ojos, al tiempo que escondía el bote de Popper en una caja de madera que había sobre una mesa auxiliar al lado de uno de los sofás. Mi primera impresión fue de desconcierto total. Todo lo que había acontecido hasta hacía un minuto escaso pasaba por mi mente como una película de la que yo, ni siquiera, formaba parte. Es posible que estuviera un poco aturdido por culpa de las dos cervezas que me había bebido, así que mi primera idea fue espabilarme y estar lo más coherente posible, ya que tendría que explicar a Javi qué hacía sentado en su salón con su padre.  Evidentemente, Javier tenía preocupaciones similares en mente. De entrada, recibir a su hijo vestido y buscar una explicación lógica. Me sorprendió lo poco que tardó en subir desde el portal. Supongo que transcurrieron un par de minutos, desde que Javier le abrió la puerta, pero a mí me parecieron décimas de segundo. Eso o que el puto Popper estaba alterando, aparte de mis sentidos, mi percepción temporal. Sonó el timbre de la puerta y Javier se dirigió hacia ella, no sin antes recomponerse lo mejor que pudo. Yo me quedé sentado en el sofá en el que me senté nada más llegar a la casa, cuando me puse a juguetear con el desafortunado mando a distancia.

  • Hola, papá. Joder, menos mal que estás en casa… Te hacía en el parque, haciendo bici. Me he olvidado las putas llaves; por eso he llamado al timbre. Es un alivio que estés en casa. Si no, me habría tocado esperarte en la calle.

  • Sí, bueno, acabo de llegar, por eso estoy con estas pintas –respondió Javier con una voz que nada tenía que ver con la que emitía gemidos atronadores cinco minutos atrás.

  • Estoy hasta los huevos de mi puto jefe. Me ha hecho quedarme otro sábado hasta las nueve. Te juro que en cuanto pueda, los mando a todos a la puta mierda.

Escuchaba esta conversación mientras padre e hijo caminaban por el pasillo desde la puerta de entrada hasta el salón, donde yo esperaba sin saber muy bien lo que iba  a hacer y decir. Cuando Javi cruzó el umbral de la puerta, no pareció sorprenderse de que estuviera allí.

  • Hey colega, ¿qué pasa? ¿Qué haces aquí, tío? Te hacía jugando el partidito en el campo… - dijo esbozando la misma sonrisa jovial que esgrimiera su padre un par de horas antes, en el mismo lugar y me atrevería a decir que en la misma posición.

  • Sí, bueno… Es que…

  • Álex vino a buscarte – interrumpió su padre. Y, como vi que no te habías llevado llaves y yo tenía que hacer mi ruta en bici, le pedí que se quedase aquí esperándote. Ha sido muy generoso por su parte perderse el partido y quedarse aquí.

  • Sí, bueno… En realidad, da igual… Estaba un poco cansado esta tarde – acerté a improvisar, sorprendido ante la capacidad de Javier para esbozar excusas en tan poco tiempo.

  • ¡Qué cabrón! En lugar de quemar barriga en el campo, te has dedicado a echar barriga saqueándonos la nevera, ¿no? –dijo Javi divertido, mientras señalaba las cuatro latas de cerveza vacías que había sobre la mesa de centro.

  • Buah, tío. Es que con este calor…

  • Una es mía - acertó a interrumpir de nuevo Javier, cuya facilidad para fingir excusas empezaba a maravillarme.

  • Una birra es justo lo que necesito para mejorar este puto día de mierda que he tenido hoy – dijo Javi, al tiempo que abría la quinta lata del pack, que ya debía de haberse quedado como el caldo, a juzgar por el calor de la tarde y por las tórridas escenas que acababa de presenciar. Al tiempo, se dejó caer pesadamente sobre el sofá en el que su padre y yo habíamos estado pajeándonos unos minutos antes y me volvió a mirar con gesto divertido: ¿No recibiste mis whatsapp? Te dije que, al final, no podría ir al partidito.

  • Sí, tío. Los vi cuando ya estaba aquí. Tu padre me dijo también que te atrasarías, que tenías una reunión que duraría hasta las nueve – miré el reloj y vi que eran las nueve y cuarto pasadas, con lo cual, debía haber salido un poco antes de tiempo de la oficina.

  • ¡Buah, macho! Este puto curro de mierda. Que tenemos que entregar un proyecto a los argentinos en veinte días y mi jefe está inaguantable. Como me siga tocando los cojones, le mando a la puta mierda – siempre me había  sorprendido lo malhablado que era Javi, incluso delante de sus padres. La verdad es que no se cortaba un pelo y hablaba como un carretero, independientemente de quién estuviera delante.

Yo sonreía con el gesto bobalicón que había utilizado toda la tarde y que ya empezaba a formar parte de mi cara, mirando intermitentemente a Javier y a su padre, con mirada inocentona, como si fuera un crío de diez años y estuviera escuchando la conversación de unos adultos.

  • Chicos, perdonadme   un momento; voy a quitarme esto, que estoy empapado en sudor y apesto – dijo Javier, al tiempo que se deslizaba al cuarto de baño y cerraba la puerta tras de sí.

  • Buah, macho. Estoy reventao…  Casi mejor que no haya ido al partido, porque  me habrían colado todos los goles - Javi jugaba habitualmente como portero en nuestro equipo amateur.

  • Sí, bueno… Yo igual, tío. Hoy estoy hecho polvo con el calor. Por eso, casi preferí quedarme aquí a esperarte, en lugar de ir con toda la solanera al campo.

  • ¿Y qué has estado haciendo aquí, tío? Te habrás aburrido como una ostra - dijo mientras se quitaba los mocasines con los pies, al igual que hiciera un rato antes su padre con las trekkings (¡dichosa genética!).

  • Pues… Poca cosa… Estuve mirando la tele…

Por un instante, fui consiente de mi error. Si a Javi le daba por encender la tele, saltaría automáticamente el canal del dvd y se encontraría con la peli porno de los dos machotes y la morena.  A ver cómo le explicaba que había estado viendo eso.  Afortunadamente, pareció no escuchar mi respuesta. Estaba concentrado en degustar su cerveza y relajarse, tras un intenso día de reuniones y preocupaciones en el trabajo.

  • Me ha llamado Maika mientras venía en el coche, tío. – Maika era la última medio novieta de Javi, aunque éste era un picaflor y nunca duraba demasiado con ninguna tía. Quiere que me baje a tomar algo con ella al ‘Ibiza’.

El ‘Ibiza’ era un bar de barrio bastante cutre que no tenía nada que ver con el glamour de la isla que le daba nombre. Habitualmente, nos juntábamos allí para tomar cañas y, alguna vez, también veíamos en ese bar los partidos, porque el dueño era muy enrollado y nos invitaba siempre a alguna ronda gratis.

  • Si te quieres venir, tío… Ya que has perdido la tarde aquí, esperándome, es lo menos que puedo hacer, invitarte a una caña.

  • Bueno; la verdad es que ya llevo tres birras y, como decías, si sigo así, voy a acabar con más barriga que Papá Noel – acerté a responder, para excusarme de tener que sustituir el plan morboso que había empezado aquella tarde por una conversación con Maika, cuyo único tema de era la tienda de ropa en la que trabajaba. Si quieres, te acompaño, pero me voy para casa, que estoy machacao con el calor, tío.

  • Genial, tronco, porque he quedado con ésta a y media en el bar. Espera, que aviso a mi padre y nos bajamos.

Javi apuró la cerveza que se había empezado, se volvió a calzar y se encaminó al pasillo, desde donde oí que le hablaba a su padre.

  • Papá, el Álex y yo nos piramos, ¿vale? He quedado con Maika, así que volveré tarde.

  • Vale, Javi –escuché difusamente, junto al ruido de un grifo dentro del cuarto de baño.

En esto aproveché para levantarme y pillar mi mochila, que estaba apoyada junto al marco de la puerta del salón. Al incorporarme, sentí la presión del condón sobre mi polla, pero decidí ignorarlo, no fuera que me empalmase de nuevo y las cosas se complicasen. Salimos por el pasillo y bajamos en el ascensor mientras Javi hacía las bromas típicas a las que ya me tenía acostumbrado:

  • ¡Qué cabrón! Para no haber jugado esta tarde, estás todo despeinado. A saber qué habrás hecho, jajaja –dijo mientras me pegaba una colleja y fingía ser un boxeador y darme unos ganchos en la tripa.

  • Ya ves, tío… jajaja –respondí con gesto inocente.

Caminamos un poco hasta el ‘Ibiza’, que estaba a un par de manzanas de la casa de Javi. Pensé que debía haberme puesto los vaqueros, porque a esas horas, que ya empezaba a anochecer, resultaba un poco ridículo ir vestido de futbolista, cuando la gente salía toda maqueada para irse de fiesta. Maika estaba en la puerta del bar y le di un par de besos, antes de que mi amigo Javi le metiera la lengua hasta las amígdalas (volví a acordarme de su padre y de la genética). Inventé una excusa tonta (el calor, el cansancio) para justificarme delante de aquella chica y me piré a casa, dejando a esos dos hablar de sus cosas o, mejor dicho, dejando a Maika hablar de sus movidas, mientras el otro ponía el piloto automático. Empecé a desandar el camino andado y, casi de forma instintiva, me dirigí hacia la casa de Javi. Tenía que pasar por allí de camino a mi casa, pero también es verdad que sentía un influjo casi magnético que me obligaba a volver a ese piso. Me quedé en el portal un par de minutos, me armé de valor y llamé al telefonillo. Sé que lo que estaba haciendo era irracional, pero aquella tarde estaba descubriendo un lado oculto que tenía y deseaba, anhelaba seguir explorándolo. Javier me respondió con su voz divertida:

  • ¿Quién?

  • Sooooooooooy… Soy Álex –respondí – por un instante, tuve el pálpito de que me estaba viendo en la pantalla de la tele, todo ridículo, con esas videocámaras que te sacaban en plano picado, como si fueras un cabezón.

  • Sube, anda – respondió rápidamente. Y abrió la cancela.

En esta ocasión, Javier no tardó tanto en abrir la puerta como la primera vez. De hecho, casi no me dio tiempo a tocar el timbre. La primera visión que tuve fue la de aquel hombre peludo, barbado y medio calvo en la penumbra. Llevaba puestos sólo los calzoncillos de la raya de sudor y en su cara se volvía a adivinar el gesto vicioso y pervertido que tan bien había camuflado tras la llegada de su hijo.

  • Anda, pasa…

Observé que tomó la precaución de echar el cerrojo y dejar la llave puesta para que, si volvía Javi (que esta vez sí llevó llaves) no pudiera abrir la puerta desde fuera. Con todo, era probable que, después de las cañas, Javi se fuera a casa de Maika y estuvieran follando allí hasta altas horas de la madrugada. De hecho, él mismo había dicho que llegaría tarde.

  • Ha sido un milagro que Javi no nos pillara ‘in fraganti’ –puntualizó mientras caminábamos en penumbra por el pasillo, de camino al salón. Si llega a tener llaves, nos habría pillado en plena faena…

Sonreí y seguí caminando. Debían ser ya las nueve y media y estábamos casi a oscuras. De hecho, el salón estaba alumbrado sólo por el resplandor de la luz del cuarto de baño, cuya puerta permanecía abierta de par en par.

  • Ven para aquí, Álex .

Javier me condujo hasta el cuarto de baño y me invitó a que me quitase la mochila y la dejase allí, en un rincón. Observé que la ropa deportiva estaba esparcida por el suelo, así como las zapatillas de deporte.  Aquel  hombre me  acorraló contra la pared y empezó a besarme de forma bastante ruda, restregando su barba contra mi barbilla y mordiendo de forma intermitentemente mi labio superior. Volví a sentir una electricidad recorriendo mi espina dorsal y supe que me volvía a abandonar al placer prohibido que me daba aquel macho. En un abrir y cerrar de ojos, me sacó la camiseta, el pantalón, las zapas y las medias, y volvimos a quedarnos los dos en calzoncillos, cuerpo frente a cuerpo, boca contra boca, pecho frente a pecho. Volví a sentir mi polla palpitando y cobrando vida bajo el calzoncillo y noté que la suya estaba experimentando un proceso similar. En menos de un minuto, nuestros rabos estaban enfrentados, como si se tratase de lanzas contenidas bajo su funda. Javier siguió besándome la boca, pero continuó con el cuello y los lóbulos de las orejas, dándome una enorme sensación de placer, al tiempo que empujaba con sus poderosos brazos mi cabeza hacia la suya.  Volví a notar el olor a sudor de sus axilas. A diferencia de lo que pensé en un principio, no se había pegado una ducha, sino que había fingido hacerlo, encendiendo el grifo del baño. Supongo que en su fuero interno, deseaba que volviese para concluir lo que habíamos empezado y aguardó unos minutos hasta que oyó el telefonillo y sus esperanzas se hicieron realidad. Volví a sentirme embriagado por aquel olor a macho en estado puro, pero esta vez, sintiéndome más libre que la primera, fui yo quien lancé mi cara a ese sobaco y disfruté relajadamente de su olor penetrante, al tiempo que pasaba mi lengua por aquel bosque de pelo y notaba el sabor salado y áspero de aquellos sobacos. Entretanto, él humedeció uno de sus dedos con saliva y empezó a buscar mi agujero, metiendo la mano por debajo del elástico del calzoncillo. No tardó en dar con él y, suavemente, empezó a masajearlo, describiendo círculos a su alrededor. Cuando me quise dar cuenta, había metido un dedo en mi ojete. Tal era la excitación que me producía el olor de sus poblados sobacos, que esta vez mi esfínter no ofreció resistencia alguna y, rápidamente, su dedo estuvo dentro de mí, describiendo los mismos círculos, pero masajeando mis entrañas y descubriendo sensaciones que eran nuevas para mí. Así estuvimos un buen rato, yo comiéndole los sobacos, la barba, el pecho, los pezones, y él trabajando mi ojete, poco a poco, con decisión y mano diestra. Cuando me quise dar cuenta, eran tres los dedos que había metido dentro de mí. Es increíble lo que estaba consiguiendo. La zorra pasiva que me había estado follando media hora antes había dado paso a un macho alfa que era consciente de su superioridad y que me estaba utilizando a su antojo, como si fuese una marioneta:

  • Ponte de rodillas – me dijo con voz bronca y no dudé en obedecerle.

  • Sí; ya mismo….

Lo siguiente que experimenté acabó de turbarme por completo. Pude observar que su polla no estaba completamente dura, sino semimorcillona, señal inequívoca de que mi comida de sobaco no era lo que más le excitaba. Eso es lo que pensé de entrada, hasta que él se encargó de aclarar este punto:

  • Tengo un problema y es que cuando tengo ganas de mear, no me empalmo, así que voy a soltar una meada para arreglarlo.

Y, dicho esto, empezó a mearse con el calzoncillo puesto. Si no me hubiera pillado tan de sorpresa, es posible que el gesto de mi cara le hubiera hecho desistir, pero estaba tan aturdido por todo lo experimentado aquella tarde, que me dejé llevar, olvidando la repulsión que, de entrada, algo así podía provocarme. Aquel macho estaba soltando una meada tibia y amarillenta que se escurría por sus muslos y llegaba hasta el suelo, mojando mis pies, mis rodillas… Y lo más curioso es que yo no podía dejar de mirar ese espectáculo: una polla medio empalmada  marcada bajo una tela empapada y amarillenta. En un acto rapidísimo, casi invisible, se bajó el elástico del calzoncillo y se lo puso por debajo de los testículos y continuó meando, pero esta vez disparó hacia mi cara. Noté aquel fluido chocar contra mi barbilla y caer por mi torso hasta juntarse con el charco que ya había bajo mis pies. Aquel tío me estaba meando encima…

  • ¡Eso es, chavalote! ¡Disfruta del meo de tu macho!

A la par que decía esto, me estaba marcando, como si fuera un animal definiendo su territorio. Cuando terminó con aquella meada, abundante merced a las dos cervezas que nos habíamos tomado aquella tarde, cogió mi cabeza y la encaminó hacia su rabo todavía caliente y húmedo:

  • Ahora me la vas a poner bien dura, chaval.

Y diciendo esto, me metió el rabo mojado en la boca. Pude percibir el sabor ácido de las últimas gotas de orina, que se entremezclaron con mi saliva y generaron una abundante y viscosa humedad en mi boca que sirvió para endurecer aquella polla en cuestión de segundos. Él se encargó de colaborar lanzando algún que otro lapo, que rebotaba en su tronco y acababa en mi boca, incrementando la sensación de humedad. Mi polla estaba a cien de nuevo y eso que apenas la había tocado.  Cuando tuvo el cipote duro de nuevo, me volvió de espaldas a él y, teniendo cuidado de no resbalar por el charco que había provocado bajo nuestros pies, acercó una de las zapatillas, que tenía el calcetín blanco dentro. La colocó en el suelo y me invitó a que metiera la nariz dentro, al tiempo que empujaba suavemente mi cabeza hacia abajo. ¿Cómo explicar eso? Estaba oliendo sus zapatillas sudadas, estaba empapado por su meo y tenía el sabor agrio de su rabo en mi boca. Para completar esa tormenta de sensaciones, volvió a meter un par de dedos en mi culo, que estaba ya preparado para recibir guerra.

  • Te voy a meter una follada como la que me has metido tú antes, cabroncete  -acerté a escuchar mientras el resto de mis sentidos (olfato, gusto, tacto…) estaban aturdidos por la cantidad de estímulos recibidos.

Creo que escuché un pequeño golpe como elástico, señal de que se estaba enfundando un condón, y lo siguiente fue una sensación fría en mi trasero. No obstante, esa frialdad duró muy poco, porque dio paso a una sensación de dolor agudo y profundo. De todas formas, aquel tío me estaba oprimiendo la cabeza contra su zapatilla pestilente, así que tampoco podía hacer ni decir nada al respecto. Mantuvo su polla erecta dentro de mi ano durante unos segundos, que a mí me parecieron una eternidad, y milagrosamente el dolor se esfumó, dando paso primero a una sensación de pesadez anal y después a una extraña sensación de placer, acompañada por una humedad a lo largo de toda mi uretra que no había experimentado hasta entonces.  Mi polla se volvió a poner rígida y él empezó a bombear. Notaba la humedad de su slip empapado chocar contra mis nalgas y eso incrementaba la sensación de placer. Lo más curioso es que mi rabo estaba más duro que nunca sin que me lo hubieran comido, acariciado y, sin siquiera, tocarlo.  Javier estuvo culeándome durante un buen rato hasta que, por la intensidad de sus embestidas y los resoplidos que emitía, deduje que se acercaba el final. Aflojó la presión sobre mi cabeza y me invitó a incorporarme. Apenas tuve tiempo de ponerme de rodillas y darme la vuelta, cuando soltó un abundante disparo de semen sobre mi pecho. Era ya lo único que me faltaba, la única fragancia que me quedaba por disfrutar: la leche de aquel tipo. Exhausto, sudoroso y empapado en meo, se dejó caer de rodillas y me estampó un beso en los morros:

  • Buen chico, Álex, buen chico…

Yo todavía tenía los calzoncillos puestos, llenos de restos de meada y salpicados de semen de Javier, pero aproveché para bajar un poco el elástico de mi gayumbo y cuál fue mi sorpresa al ver  que tenía todavía el condón de la follada de la tarde puesto con el depósito repleto de semen. Me había corrido sin haberme tocado el rabo. Javier miró maliciosamente y pareció entender lo que había pasado.

  • Vamos a hacer una cosa -dijo.

Inmediatamente, desenfundó el condón preservando el contenido y lo llevó hacia mi boca. Me invitó a abrirla con la mirada y yo, que había perdido definitivamente la voluntad, lo hice sin dudarlo, cerrando los ojos y disfrutando de aquella experiencia tan morbosa. Vertió el contenido del condón sobre mi lengua y, antes de que cerrase la boca, aproximó su lengua, de tal forma  que ambos compartimos la esencia de mi virilidad en el beso más morboso que he dado en toda mi vida. Estuvimos sentados, frente a frente,  sobre aquellos charcos de fluidos, durante un tiempo indeterminado que lo mismo pudieron ser segundos, horas o minutos. Yo había perdido la noción del tiempo.

No recuerdo muy bien lo que sucedió el resto de aquella tarde de verano. Sólo sé que Javier me prestó unos calzoncillos de su hijo, me invitó a que me duchase y me vistiese (esta vez con la ropa de calle y no la de futbolista) y me despidió en la puerta de su casa con un beso largo y apasionado. Nunca más volvimos a hablar de ese tema, y eso que volvimos a coincidir cientos de veces. Fue nuestro secreto, nuestra experiencia prohibida y nunca lo olvidaré. Sin lugar a dudas, fue el polvo más intenso, morboso y guarro que me he pegado en toda mi vida. Eso sí, aprendí que no hay que tocar los mandos a distancia en casas ajenas.

[FIN]