El pacto
Te odio lo suficiente como para preferir que poseas mi cuerpo durante un tiempo pactado a deberte algo el resto de mi vida...
Mi vida transcurría placida como siempre, en lo que prometía ser una tarde más en la oficia, hasta que llegué al despacho y mi secretaria dijo:
—La señorita lleva más de una hora esperando, ya le he dicho que estaba ocupado, pero se niega a irse sin hablar con usted.
Entonces reparé en la pelirroja, sentada junto a la puerta de mi despacho, ella me vio y se puso en pie mientras me acercaba.
—Hola, me han dicho…
— ¿No sabes quién soy?
—Lo siento pero creo que no… -empecé a disculparme, aunque pensaba que no conocía de nada a esa chiquilla de mirada furiosa
—Soy Sara Silva, ¿vas recordado ya?
Me quedé paralizado al oír su nombre y asociar la chica que tenía ante mí con ese nombre que tan bien recordaba ya.
—Pasa a mi despacho –le pedí cuando por fin reaccioné
Entró y la seguí excusándome con mi secretaria y pidiéndole que no me pasara llamaras.
—Lo sé todo –dijo furiosa, sentándose en un sillón frente a mi mesa de despacho, nada más cerrar la puerta
—Relájate y empieza por el principio.
—No quiero relajarme, me he enterado que el dinero que creía que mi padre había dejado para mis estudios era tuyo y no quiero tu puto dinero
—Qué más da, se ha dado un buen uso de ese dinero que era el propósito, ¿dónde está el problema?
—En que no quiero deberle nada, al hombre que provoco la destrucción de mi familia, de mi padre –había tanto rencor en sus palabras que nada que dijera cambiaria eso
—No me debes nada, porque no pediste nada, eso es algo que estaba por encima de ti
—No quiero nada tuyo y voy a devolverte cada céntimo, cueste lo que cueste.
—Bueno, si es eso lo que quieres, lo harás cuando consigas un trabajo, no hay prisa
—Si la hay, quiero zanjar esa deuda ya, llevo días dándole vueltas y he llegado a la conclusión que con un trabajo normal, tardaré un siglo en poder devolvértelo todo ya que no tengo nada para sacar dinero, salvo mi cuerpo…
— ¿Estás loca?
—Pensé seriamente las opciones que tenía y había dos. La primera opción, la saque de una conocida de mi compañera de piso, ella tiene clientes fijos y cuenta maravillas…
—No me puedo creer ni siquiera que siga escuchándote
—Mi segunda opción es más cómoda e implica a un solo cliente al que ofrecérselo todo.
Se levantó, fue hacia el ventanal y no pude evitar admirar el vaivén de sus caderas, sus largas piernas y su redondo culo prieto enfundado en esos vaqueros que le quedaban como un guante y me sorprendí pensando en lo dura que debía estar su carne, lo suave que sería su piel blanca…seguro que no le costaría encontrar a un baboso que pagara por disfrutar de su juvenil cuerpo, cualquiera de mis amigos lo haría… me obligué a dejar de pensar en ella de esa manera.
—No quiero seguir oyendo esas tonterías
—Aún no he acabado –dijo volviendo a su silla
Daba pequeños pasos saltarines, dejándose caer en el sillón, y si me había sido imposible, no fijarme en las puntitas de sus pezones, marcándose en la tela de su fina camiseta, más me costaba apartar la mirada, de su generoso escote, ahora que mi postura me dejaba verlo en todo su esplendor.
—Tú serias ese cliente
Y esas palabras resonaron una y otra vez en mi mente hasta que fui capaz de decir:
—Me odias…
—Sí, te odio lo suficiente como para preferir que poseas mi cuerpo durante un tiempo pactado a deberte algo el resto de mi vida.
— ¿Que te hace pensar que aceptare esa locura?
—La tirantez de tu pantalón aquí –dijo estirando su mano, para acariciar mi sexo sobre el pantalón.
—No –casi grite apartando su mano al notar una pequeña descarga
— ¿No te gusto?
Y mientras preguntaba, se puso en pie y bajó los tirantes de su camiseta, dejando sus pechos a la vista, plenos, redondos, con esos pezones que había intuido ya, desafiantes. Me quede embobado mirando, como sus dedos desabrochaban los botones de sus vaqueros, abriéndolos, dejándome ver el triángulo de tul rosa chicle transparente, que dejaba entrever su pubis imberbe. Tragué saliva, mientras sus vaqueros se deslizaban a medio muslo, totalmente paralizado por la visión de su cuerpo, ahora solo cubierto por esas pequeñas braguitas transparentes.
Yo seguía de pie, inmóvil, apoyado en mi mesa de despacho, cuando ella se arrodilló ante mí y comenzó a desabrocharme el cinturón, luego el botón y mi pantalón cayó a mis pies.
Me miró mientras acercaba su boca y sacando su lengua, lamió la tela de mis calzoncillos hasta empaparlos de saliva. Mientras bajo la tela, mi polla palpitaba enloquecida por el calor de la humedad.
—Tienes que parar Sara –dije con voz lastimosa
Y ella, metiendo su pequeña mano dentro de la tela y liberó mi erección quedando esta frente a sus labios gordezuelos. Su mano ahora empezó a sobar mis pelotas y mirándome dijo:
— ¿Qué quieres?
El aliento de sus palabras, sus labios al pronunciar, rozaron ligeramente la punta de mi falo y en ese instante, supe lo que quería con claridad absoluta.
—Chúpala Sara –rogué
Y Sara obedeció, pasó la punta de su lengua por la cabeza, antes de acercar sus labios y succionar el glande, para a continuación dejarlo resbalar entre sus labios, mientras yo extasiado, veía como desaparecía en su boca que golosa tragaba hasta la mitad antes de retroceder y volver a succionar, inmediatamente la soltaba y lamia toda su extensión antes de volverla a hacer desaparecer entre esos labios incendiarios, mientras sus manos en mis muslos abrasaban mi piel.
Podía ver en el reflejo del cristal del ventanal, su precioso culo balancearse cada vez que se la tragaba, miraba como lo hacía, oía los ruiditos…Dios estaba a mil.
Cuando se apartaba, dejaba que un hilillo de saliva nos uniera antes de volver al ataque, para seguir llevándome al cielo con su boca, mientras sus manos seguían sobándome, tironeando…
—Voy a correrme… -susurré avisándola, casi apartándola
Pero ella, volvió a atraparme golosa y estallé en su boca que no dejó de chupar, tragar y lamer hasta la última gota de mi abundante corrida.
Entonces se puso en pie y mientras yo intentaba recuperar el resuello, se limpió la boca con el dorso de la mano y empezó a vestirse.
Sonó el teléfono y como un autómata respondí a mi secretaria, esta anunciaba la visita para mi reunión de esa tarde y mientras la escuchaba, procesaba que ni siquiera habíamos cerrado la puerta con llave.
— ¿Vas a aceptar mi propuesta? Tres meses en los que dispondrás de mi cuerpo a tu antojo para saldar mi deuda, después seré libre y no te deberé nada.
— ¿Tanto me odias?
No necesité una respuesta verbal, sus ojos hablaban por ella y me odié, por haberme dejado llevar por esa chiquilla furiosa.
—Esto no va a volver a pasar
Me lanzó otra de sus furibundas miradas, antes de abrir la puerta y abandonar mi despacho, tras dejar un papel, con su número sobre mi mesa y pedir que la llamara.
No me saqué de la cabeza a esa chiquilla en toda la tarde, ni en toda la noche…al día siguiente acaricié la hoja con su número, demasiado tentado a llamarla, pero no estaba seguro por primera vez, de ser capaz de lidiar con Sara.
Cuatro días después, recibí un mensaje de ella, en el que me decía que iba a devolverme ese dinero y si no era con la opción dos, seria con la primera. Tras pensar a toda prisa una solución a esa tempestad que había impulsado Sara, le mandé la dirección de un restaurante en el que la cite esa noche, como respuesta a su amenaza.
—Tres meses, quiero disposición absoluta, te mudaras a mi casa hoy y te iras cuando cumpla el plazo, libre de cargas, lo tomas o lo dejas
Esa era mi solución para que no hiciera tonterías, no iba a volver a caer en la lujuria que despertaba en mi cuerpo, pero tampoco iba a dejar que por creerse en deuda conmigo terminara de cama en cama.
—Lo tomo
Pedimos la cena sin hablar y mientras esperábamos el postre me espeto:
—El trato, me obliga a estar disponible sexualmente para ti, durante tres meses, pero admite que aun suponiendo que no eres un chaval, no vamos a estar 24 horas follando. ¿Qué esperas que haga el resto del tiempo, para no morirme de asco? –dijo soberbia intentando humillarme
—Te dije que el trato incluía disponibilidad absoluta –no quería arriesgarme a que terminara liándola
—Pues entonces tendrás que buscarme algo que hacer
Un par de semanas después, mi vida había cambiado considerablemente y todo cambio pasaba por esa criatura, que ahora reía despreocupada, con mi secretaria y la contable, sin ser consciente de mis miradas, de león enjaulado observando a la presa que desea zamparse, irascible al saber que no puede darse el festín. Así me sentía desde esa tarde que había irrumpido en mi vida.
En la oficina ante todos era la hija de un viejo amigo, un favor como le expliqué a mi secretaria, cuando la nombré su ayudante. Allí nos hablábamos lo justo y necesario para que nadie sospechara, pero al quedarnos solos, todo cambiaba y la frialdad se instalaba entre nosotros, yo la evitaba, mantenerme alejado de ella era lo único que conservaba a raya mi cordura y ella, fría como un tempano, parecía esperar que la espada de Damocles, cayera sobre ella, en forma de una invitación a compartir mi cama. Al grupito se añadió uno de mis colegas y mientras mi secretaria y la contable, seguían con su charla él, se dedicaba por completo a Sara, le dijo algo, ella sonrió y preferí no seguir torturándome.
— ¿Te importa si me quedó a tomar algo con las chicas?
—No estás en la cárcel –contesté malhumorado
Me paré a tomar algo de camino a casa, estaba cansado de fingir que no la deseaba, que no me importaba lo que hiciera, que solo había aceptado la situación, para alejarla de posibles problemas, por intentar devolverme el puto dinero. Pero la realidad era que desde esa primera tarde no podía dejar de pensar en su boca, en su cuerpo, en el placer lascivo que despertaba en mí, su cercanía, su olor…deseaba devorar cada rincón de la pálida piel.
Tomé un par de copas y cuando lo controlé decidí volver a casa a seguir lamiendo mis heridas y esperar su regreso.
Cuando llegué oí ruidos, subí, toqué a la puerta con los nudillos y cuando oí un “pasa” abrí la puerta.
Sara salía de la ducha, llevaba solo una bata y tuve que controlarme para apartar la mirada de su cuerpo.
—Vaya veo que has encontrado el camino de vuelta, podías haber avisado –dijo sarcástica, desenredándose el pelo frente al espejo y eso hizo que la bata, se abriera un poco enseñando más de su precioso escote
—Creí que volverías más tarde, se te veía tan cómoda con las chicas y con… Luis –dije más de lo necesario
—Vaya, ¿eso quiere decir, que tengo vía libre si me apetece ligar con Luis u otro estos tres meses? –dijo acercándose retadora
—No juegues con fuego
—Eso has insinuado cuando has dicho, que creías que volvería más tarde, recordando a Luis y supuse que no te importaría compartir, aunque tampoco sería eso ya que no hacemos nada –siguió insinuante
—Nena cuidado porque todo tiene un límite
— ¿Y dónde está el tuyo Diego? –dijo dándome la espalda, mirándome por el espejo frente a ambos
— ¿Qué quieres de mi Sara?-dije devolviéndole la mirada en el espejo
—Quiero pagarte –dijo soltando el nudo que mantenía cruzada la bata
Miré su cuerpo en el espejo, desde sus pies descalzos, subiendo por sus piernas, sus muslos prietos y torneados me llevaron al triangulo que formaba su pubis imberbe y relamiéndome me obligué a seguir por su vientre hasta llegar a sus pechos, una auténtica maravilla, coronada por unos puntiagudos pezones que apuntaban al frente incitantes…no podía despegar la mirada de ese espejo.
Su mano agarró la mía y tras acariciar su vientre la llevó entre sus piernas. Mis dedos notaron la humedad caliente, que desprendía su sexo y mientras ella apoyaba la cabeza en mi pecho, mis dedos exploraron su rajita, buscando su clítoris, mientras mi otra mano acariciaba un pezón y mi boca recorría la curva de su cuello. Noté el temblor de su cuerpo, un momento antes de que empapara mis dedos mientras se corría en silencio.
Volví a buscar su mirada en el espejo, intentando recobrar un poco de sensatez, repitiéndome quienes éramos y porque estábamos en esa situación, mientras mi polla palpitaba pegada a ella, que se frotaba descarada tras el orgasmo.
Solo tarde unos segundos en elegir, entre lo que estaba bien y lo que deseaba. La agarré de las caderas y la subí al sifonier, abrí el último cajón e hice que apoyara los pies, separé sus muslos y colocándome entre ellos me desabroché el cinturón con prisas, mientras ella desabrochaba mi camisa. El pantalón cayó a mis pies, al tiempo que un par de botones rodaban por el parqué.
La penetré sintiéndome furioso con ambos. Con ella por la febril pasión que despertaba en mí, conmigo por no ser capaz de controlarlo
— ¿Esto es lo que querrías? –mi pregunta no esperaba respuesta y no la tuve
No sé cuánto tiempo entré y salí de su cuerpo, haciendo resbalar su culo ayudado por la bata. Despacio, a medias, mientras me inclinaba para lamer sus duros pezones, los succionaba y hasta mordisqueaba rebotando en su interior… y volvieron sus espasmos, su callado orgasmo y el calor húmedo abrasando mi polla en su interior.
Dejé su cuerpo al límite de mi aguante, la bajé, le di la vuelta y colocándome tras ella, abrí un cajón, subí su rodilla flexionando su pierna apoyándola al cajón, abriéndola como un compás y flexionando mis rodillas volví a penetrarla aferrado a sus hombros, de un solo envite chocando con su cuerpo y volví a salir por completo, solo para volver a hundirme, como un cuchillo caliente en mantequilla, una y otra vez sin compasión, aplastándola contra el mueble en cada arremetida, perdiendo totalmente el control en su cuerpo hasta colocarme al borde del precipicio.
—Voy a correrme –le dije aflojando las acometidas
— ¡No…pares! –chilló cuándo retrocedía subiendo el trasero y poniéndose de puntillas con el único pie que tenia de apoyo
Volví al fondo como ella demandaba y yo anhelaba, con todo mi ímpetu y aullé mientras me corría como nunca. Trallazos de semen inundaban su vagina que entre los espasmos de su propio orgasmo, parecían ordeñar mi sexo alargando el placer indescriptible, de ese orgasmo que me dejó las rodillas temblando y la vista nublada.
Mientras intentaba volver a respirar con normalidad, la vi andar con dificultad hasta su cama y tumbarse en ella dolorida, por la dureza con la que la había poseído y me odié por ello y por dejarme llevar por mis más bajos instintos, con la que debía ser mi protegida.
—No me has contestado. ¿Era esto lo que querías? –pregunté culpándola por haber abierto la caja de los truenos
—Esto si es lo que habíamos pactado
Cerré la puerta de su habitación y me fui a mi cama sintiéndome un gusano, pero me dormí como un bebe.
Al día siguiente, pase toda la mañana pensando en lo sucedido, al mediodía tenía claro lo que quería y necesitaba por encima de cualquiera de mis principios.
—Me han dicho que te traiga el café y que le eche un vistazo a tu ordenador
—Gracias por el café, el ordenador está bien
—Bueno pues si no quieres nada más –dijo dispuesta a irse
—Si quiero algo más, quiero que cierres la puerta y te sientes en la mesa para que pueda ver tus bragas –me miro con esa mirada rabiosa que tan cachondo me ponía
Cuando la vi irse hacia la puerta, en el fondo esperaba un improperio por su parte, que se largara mandándome a alguna parte desagradable, pero para mi sorpresa oí el imperceptible sonido del pestillo de la puerta.
Mientras yo seguía sentado en el pequeño sofá dos plazas de cuero, ella se sentó en la mesa baja frente a mí, separó sus piernas y sin dejar de mirarme subió lentamente su vestidito.
Que esa chiquilla hiciera lo que le pedía a pesar de no querer hacerlo, me estaba poniendo a mil y me vine arriba. Me acerqué al borde del sofá y acaricié la tela que cubría su sexo, repasé sobre esta su rajita hundiendo la tela, frotando su clítoris, notando como se hinchaba bajo mis dedos.
—Quítate la camiseta, enséñame esas tetas…
Dios, como me ponía su furibunda mirada y esas tetas…pellizqué su ya endurecido pezón sobre la tela y acerqué mi boca para mordisqueárselos, sin apartar el sujetador. Podía notar como sus juguitos, mojaban ya la tela y su respiración se aceleraba, colé tres dedos por el lateral y sin dejar lo que hacia la penetré con fuerza; se mordió el labio y tembló mientras se corría un vez más en silencio.
—Ahora están perfectas, dámelas –dije refiriéndome sus braguitas y sacando los dedos y limpiándolos en la tela
Se puso en pie dignamente y se quitó las bragas lanzándomelas, mi polla palpitaba bajo el pantalón cuando le dije:
—sácala y menéamela con tus bragas
Se arrodilló a mi lado en el sofá y tras liberar mi sexo duro, lio sus húmedas bragas y empezó a masturbarme lentamente, mirándome.
Todo era tan sórdido y lascivo…y yo estaba tan jodidamente cachondo…giré la mano y busqué entre sus piernas, me volvió loco notar su coñito chorreando, saber que a pesar de todo estaba tan excitada como yo y jugué con todos mis dedos en la entrada de su cueva, dejando que mis yemas se empaparan de sus jugos y obviando esa entrada, coloqué el dedo medio en su puerta trasera y presioné la yema. Sus ojos lanzaban chispas, su mano aferró mi rabo envuelto en sus bragas, un poco más y la primera falange lleno su anito prieto.
Se apoyó con un brazo en el respaldo del sofá y la inclinación me acercó sus tetas, me estiré y sacándolas por encima del sujetador me lancé a devorarlas mientras mi dedo entraba más en su culo y su mano volaba sobre mi polla.
Clavé el dedo hasta el fondo, mi pulgar buscó su clítoris y mis dientes se clavaron en su carne, mientras mi polla explotaba pringando sus bragas de semen y ella temblaba mordiéndose los labios para estar en silencio.
Mi sorpresa absoluta fue cuando la miré embobado terminar de limpiar mi polla con sus bragas, antes de ponérselas empapaditas de semen y bajarse el vestidito como si nada, antes de salir de mi oficina.
Auguraba que esos tres meses iban a ser memorables…