El Otro Rostro de la Vida... Cap. 7º

De la misma marea que la tormenta precede la calma, la culpa y el arrepentimiento preceden a todo aquello que realizamos sin pensarlo un segundo… Jahíro se encuentra de nueva cuenta entre la espada y la pared… en una batalla contra sus propios demonios y contra lo que siente su corazón... E

Chicos! 1000 Gracias por seguir esta historia… todos ustedes son una fuente de inspiración para continuar…  Y bueno así que de nueva cuenta les dejo  un capítulo más

Lando S. M.

El Otro Rostro de la Vida

Una existencia desde una perspectiva diferente...

Capitulo 7º

El contacto de su piel con la mía fue la mejor sensación que hasta el momento había tenido; su cálido aliento golpeo mi rostro y al momento abrió sus parpados y las esmeraldas que eran sus ojos verdes destellaron en la penumbra, escasamente iluminados por los tenues rayos de la luna que entraban por el alto ventanal, eran  provocativos, insinuantes, tentadores…

Nos miramos fijamente, sin siquiera pestañear: él dudoso, pensativo y yo mucho más aun que sorprendido, más que desconcertado, estaba aturdido…, por su sola presencia, por el siempre momento, lo demás, lo demás era cosa aparte, que no importaba de ninguna manera que lo viera.

Y como en incontables ocasiones, yo, aun  siendo un joven ingenuo, tenía motivos de sobra para creer que este  momento que tanto deseaba y por el cual había implorado, no era del todo verdad, que solo era una cruel ilusión, un maravilloso sueño del cual pronto despertaría para enfrentarme a la cruda realidad y nada más.

Es un sueño, es un sueño… pronto terminara… Me repetía hasta el cansancio. Tratando de no albergar vanas y ridículas ilusiones, como ya lo venía haciendo desde tiempo a tras.

Pero ya no, las cosas ya no era así; y es que hubo algo, completamente inexplicable para mí, he inclusive, estoy seguro que hasta para el propio Armando, en aquel momento, en la magia que lo rodeaba, algo que me alentó a que lo creyera ciegamente y que lo viviera tan intensamente como pudiera, sin reparo,  sin remordimiento, ni culpa alguna, sin nada;  algo que me incitó a que hiciera a un lado mis absurdos remordimientos, mis miedos infundados  y todo aquello que me  hacia dudar de mí mismo, y es que con esto es más que claro que el amor no conoce fronteras ni las conocerías jamás. Sí tenía que vivirlo, tan febrilmente, tan apasionadamente para así darle paso  a ese atormentador sentimiento; para que así las cosas fluyeran sin obstrucción  alguna, en busca de su cause  que se había perdido hace mucho, demasiado tiempo, desde aquella tarde que lo conocí y me quede embotado ante su bella mirada; de que olvidara las culpas y miedos  estúpidos, infundados en sentimientos que solo yo sabia de su existencia.

En mis incesantes cavilaciones miré el rostro de ángel de Armando, con una mirada en la que llevaba, en ella, promesas implícitas, sueños que en un pasado se habían relegado, reprimido de todas las formas humanas posibles y, sin olvidar, todo, absolutamente todo, el amor que guardaba por él en mí loco corazón… en ella le entregue mi alma completamente, mi ser entero: todo lo que era, sin lugar a dudas. Me quede con las manos vacías, si nada…

Trate de hablar pero algo que no he llegado a comprender que me hizo callar: ¿él?, ¿yo?, ¿o el simple y miedo a que todo acabara? ¡No lo sé! y es que ya no importaba al final de cuentas. ¡No importaba!

Él sonrió como un niño,  mientras mi rostro se acercaba al suyo lenta e inexorablemente.

En mi pecho, sentí el latido enfebrecido de mi corazón y de alguna otra forma fuera de mi entendimiento,  pude comprender que existía una minúscula posibilidad de que mi amor fuera correspondido; ya no importaba de qué forma, ni cuanto tiempo, hoy mañana, uno, dos, tres, mil años ¡ya no importaba! No quise mirar el lejano futuro que, por ahora, parecía sumamente incierto, impredecible como siempre lo había sido. Sólo me limite en dejarme llevar, sin control alguno, por aquel bello momento que  jamás creí ver del todo realizado.

Y antes de que ambos nos pudiéramos percatar de lo que pasaba, sus suaves labios se rozaron con los míos en un tierno beso, en una dulce caricia que sentí hasta el alma, que tocó las fibras más sensibles de mi ser estremeciéndome incontrolablemente; en un beso donde tanto  el uno, como el otro, nos entregábamos en cuerpo y alma, en el que nos rendíamos ante un  amor prohibido… un amor nacido de la nada absoluta y  a su vez cumplíamos ese deseo guardado en lo más profundo de nuestros ingenuos corazones…

Cerré los ojos y me deje llevar por el momento…

¡Al diablo con todo! ¡Si ya estaba en el maldito infierno, que importaba que lo hiciera o dejara de hacer! ¡Al final de cuentas daba lo mismo! Si no lo hacia me lamentaría toda vida por el haber tenido la oportunidad y no haberla aprovechado y junto a ello aun ahí estaría ese sentimiento atormentándome a cada momento; u otra forma dejarme guiar por mi corazón, hacer lo que mi cuerpo deseara y que la vida decidiera cuan bien o mal lo había hecho.

Primero sus delgados y suaves labios tocaron los míos, ligeramente, casi temblando, sentía miedo en ellos, duda, remordimiento, quizá, hasta pudo ser todo a la vez: un remolino de sentimientos, una vorágine de sensaciones, algo como lo que yo estaba padeciendo e inclusive más, estoy seguro, lo que no era para menos, le entendía en gran medida. Pero ya era tarde, muy tarde para que dar marcha atrás.

Su aliento se mezclo con el mío, la experiencia era mágica, rotundamente inexplicable. Y al igual que yo cerró los ojos y se dejo arrastras por el mar de nuevas sensaciones que había descubierto. Su tibia lengua busco la mía, hasta que por fin la encontró. Ambas parecían conocerse desde hace mucho, como si fueran viejas amigas, como si hubieran nacido la una para la otra. Eran almas gemelas.

El sabor de su boca era mil veces mejor de lo que me había imaginado, y como siempre supero mis expectativas. Fue un beso largo, lleno de amor de mi parte y puedo apostar a ganar que de la de él de igual manera. Lo sentía lo percibía en cada uno de sus movimientos; y es que el trato que me estaba dando no era para menos; rayaba en la mismísima veneración…

Después de un largo rato sentí las manos entumidas de sostener tanto tiempo mi cuerpo y al instante, como si hubiésemos estado conectados, Armando me tomó entre sus brazos y me giro hasta que quedo sobre mí. Dejo caer su cuerpo sobre el mío, y justo en ese momento sentí como una parte de él comenzaba a reaccionar debido al momento. Fue la mismísima gloria; cuanto había deseado aquello, cuanto había estado dispuesto a ofrecer por ello y ahora estaba ahí, sin el menor costo, al menos no de momento.

Sus carnosos labios se separaron de los míos y comenzaron a trazar una vereda, recorrieron mis mejillas, mientras su agitada respiración se restregaba con contra mi piel, quemaba al simple contacto pero pude y supe aguantar, valientemente; no era el momento de las más mínima protesta. Un  largo escalofrío agito mi cuerpo cuando se posaron en mi cuello donde se detuvieron para seguir con su arduo trabajo. Entre sus dientes tomo un trozo de mi piel y le propino pequeñas mordidas una y otra vez, hasta que dejo unas cuantas marcas en el, como fiel huella de su paso.

De pronto, bruscamente se separo de mí, se colocó de rodillas. Le mire sorprendido. Acto seguido tomó los bordes de su camisa y se despojó de ella, el espectáculo que me ofrecía su torso desnudo y su piel morena bañada por los rayos de la luna me dejo aturdido, con la vista clavada en su espectacular cuerpo, en sus carnes perfectas. Titubeante y aun perturbado por tan maravilloso espectáculo, sólo atine en acercar mi rostro a su abdomen de piedra, sentí como su piel seguía despidiendo una extraño, pero a la vez placentero ardor; aspire largamente hasta que su aroma quedo grabado en mi ser. Mi titiritante boca quedo a la altura de su ombligo, en donde mi boca profano deliberadamente; en respuesta un largo espasmo y un casi interminable escalofrío azotaron su cuerpo. Sonreí mirándole a los ojos, en respuesta se agacho para seguir con el ataque y de nueva  cuenta nuestras bocas volvieron a ser una sola, como tanto lo había soñado.

En verdad había creído que el estar al lado de Armando iba a ser una experiencia extraordinaria, pero hoy comprobé que no, que no iba a ser así, todo lo contrario, iba a ser algo mágico y que de alguna manera me demostraba que volvía  a errar como siempre.

Con todas las fuerzas de mi ser, quería que nuestro cuerpos se fundieran, que fueran uno solo, para que nada ni nadie pudiese separarnos, para estar juntos hasta la eternidad… e instintivamente mis manos se posaron en su cuello para no dejarlo ir, mis piernas rodearon las de él, ya no era una petición a la espera de respuesta, ya no lo era,  era ya un  necesidad, una adicción, la más fuerte de todas las que una vez había conocido, una que ya no podía controlar  aunque así lo deseara, y es que estaba fuera de mis manos.

En este acertado movimiento, nuestros miembros quedaron juntos, sintiéndose el uno contra el otro, sintiendo como crecían inexorablemente, como sentían que si no se les atendía explotarían, ambos clamaban atención, ambos deseaban que fueran atendidos, con mimos, con caricias, con todo aquello con lo que contaba el uno para el otro…

Sin más Armando comenzó un suave vaivén, un  preciso movimiento de cadera que hacia que su miembro rozara contra el mío, la sensación era casi imperceptible, la mezclilla sofocaba parte del roce, pero el sólo hecho de imaginármelo me encendió a mil. Mis manos oprimieron con fuerza su marcada espalda, mis piernas imitaron sus movimientos. La necesidad de sentirlo mío y de nadie más creció desmesuradamente, mi cuerpo lo clamaba, lo imploraba, lo suplicaba de todas la maneras posibles… Pero sabia que aun no era el momento debía esperar… esto no podía terminar de un momento a otro, esto era para gozarse, disfrutarlo, para aprovecharlo el mayor tiempo posible… no era cualquier cosa y como tal debía ser tratado.

Justo cuando creí enloquecer se detuvo repentinamente. Abrí lo ojos inquiriendo la razón, pero de inmediato contraataco: sus anchas manos se apuraron en despojarme de mi ropa, mi camisa cayó a un lado, dejando al descubierto mi blanco torso mientras sus dedos se deslizaban ágilmente por mi piel que al simple contacto vibraba. Después sus labios se recorrieron mi pecho hasta que su boca se poso en mis pezones que sin esperar más reaccionaron, un interminable escalofrío me hizo temblar… Dedico unos cuantos minutos de su atención sobre mi pecho, hasta que los espasmos ya eran incontrolables. Se detuvo unos momentos hasta que me tranquilice, se sostuvo sobres sus codos para mirar mi cara contraída por el placer… después divertido de mi reacción sonrió, dulcemente, divertido de mi reacción.

Le mire y en sus ojos ví algo que no supe describir, algo completamente inexplicable. Su actitud me aturdió y antes de que pudiese hacer o decir algo, lo que fuese, tomó mi mano derecha entre la suya, entrelazó sus dedos con los míos y elevó nuestras palmas sobre su rostro, las miró a detalle después lentamente, las llevó sobre su pecho, donde mis dedos acariciaron su suave piel, y así sutilmente hasta que llego bajo su ombligo, donde se detuvo dubitativamente, volvió a mirarme, esperaba aprobación para ejecutar su siguiente movimiento, pero no había palabras para pedir tal petición, no había nada que pudiese decir de momento… no había nada… sólo actos, sólo silenciosos movimientos y sin más que esperar colocó mi palma sobre su duro miembro… Me petrifique de momento, e instintivamente volví la vista a sus ojos buscando una explicación,  o lo que fuese… no había nada… sólo una constante y persistente inquietud, una duda que había que saciar, calmar, por que ya había carcomido toda la tranquilidad que poseía.

Sin más mi mano se deslizo sobre su miembro magistralmente… con unas ganas enormes de sentirlo en todo su esplendor, de mirarlo, de palparlo a detalle… e inclusive algo más… un enorme deseo guardado por mucho tiempo, uno que ya no podía, ni debía esperar un segundo más…

Mis dedos se deslizaron sobre el resorte de su bóxer y antes de que pudiera tirar de él, elevo su cadera unos cuantos centímetros, una pequeña seña de que continuara, sin esperar un minuto le despoje de su ropa interior y sin más su miembro salto por los aires… Le mire unos momentos, tenía que guardar cada uno  de sus detalles a profundidad, no debía  olvidarlo nunca en la vida. Después mis manos lo tomaron, sintiéndolo en su mayor expresión, en toda la extensión. La experiencia era mágica, extraordinaria como lo había pensado. Mis manos comenzaron un lento sube y baja, hasta que por fin alcanzo toda su amplitud. Era una columna enorme, firme, que no se permitía titubeo alguno. Se erguía sobre su amplio y esculpido vientre, como un amplio derroche de su virilidad, el tono de su piel que en aquella parte tomaba, era un poco más claro que el de su demás cuerpo, pero no por ello dejaba de ser sumamente inquietante.

Sopese largamente mi siguiente movimiento, dudaba en hacerlo sentía temor, miedo y no por lo que pudiese pensar, los hechos hablaban por si mismos, sino por no hacerlo bien, sino por decepcionarlo. Pero sin pensarlo un segundo más mis labios rozaron la punta de su miembro, sintiendo la calidez que despedía, una eternidad después mi lengua salió de mi boca y se deslizó sobre la sonrosada punta de éste, dejando un rastro acuoso.

Lejos oí un suave gemido que escapo de lo labios de Armando y que intento ahogar pero que fue imposible. Los débiles murmullos que su garganta proliferaba me incito en hacer en el siguiente movimiento y, sin más, su miembro profano la intimidad de mi boca, mientras un largo espasmo surcaba su cuerpo. Listo comencé mi trabajo… mi boca se deslizaba sobre aquella columna con maestría, con una experiencia que quien sabe diablos donde pude haberla aprendido. Su manos se posaron sobre mi cabeza, sus dedos tomaron mis rizados cabellos y guiaron mis movimientos, para que fuesen sutiles, ecuánimes, acompasados…

Cada gemido que oía, cada espasmo que azotaba su cuerpo, y cada uno de aquellos signos que escapaban de su cuerpo eran un aliciente para continuar, para seguir con lo que estaba haciendo y no abandonarlo nunca en la vida.

Pero mucho antes de que continuara tomó mi rostro entre sus manos y me llevo a su boca, donde la batalla que habían iniciado nuestras lenguas continuo arduamente, como si los ánimos lejos de se calmados se hubiesen caldeado aún más. Sus manos morenas se posaron sobre mis hombros donde descansaron unos minutos después recorrieron mi cuerpo, sin dejar rincón alguno sin conocer; al igual que las mías deseaban grabar a cabalidad cada detalle, cada uno de los rasgo de mi cuerpo, por si de alguna manera esto que estaba pasando no volviese a ocurrir nunca más en la vida, por lo menos tuviese el vivo recuerdo de cada momento… Hasta que por fin terminaron su andanza y se detuvieron sobre el borde mi pantalón y sin petición alguna lo desabotonó, miré incrédulo cada uno de sus movimientos, sin decir palabra o protesta alguna; y es que realmente no había nada que decir y que hacer, así que, sin poner resistencia, alguna deje que continuara algo que  indudablemente deseaba que hiciera por sobre todas las cosas, no había nada que deseara como aquello.

A lo pocos segundos mi pantalón le hizo compañía a mi camisa sobre el frío piso, me recostó sobre a cama tiernamente, con  suma delicadeza.  Se posó  a mi lado, mientras sonreía… Su mano derecha se apodero de uno de mis pezones y comenzó a jugar con él, mientras sonreía de sus puerilidades, después delineo mi abdomen, hasta que llego  a mi miembro que se marcaba contra la tela de mí bóxer, y sin el menor aviso su mano se inmiscuyo en mí intimidad, que por unos momentos casi explotaba, por el sólo hecho de sentir su pie rozar la mía, pero supe y pude contenerme. Tomó entre sus dedos mi miembro que parecía de piedra, mientras su rostro se acercaba a mí oído donde su lengua profano a profundidad, causándome un interminable escalofrío que me erizo los vellos de la nuca.

Su mano subí y bajaba con una destreza sorprendente hecha todo un arte, mientras su lengua jugaba con el lóbulo de mi oreja, que ya estaba a la merced de sus caricias…

Y casi a punto de estallar se detuvo por unos instantes y me despojo de mi ropa interior que fue a parar quien sabe diablos donde. Sin más que mí desnudez acerco su cuerpo al mío, para que nuestros miembros se rozaron, se sintieran el uno al otro en toda su expresión, en  toda sus amplitud… La diferencia no era mucho cómo un día llegue a imaginar, pero si entre los dos  había notoria diferencias, ambos pasamos por alto, sin impórtanos un ápice siquiera, eso estaba de más, al menos para nosotros dos así era… lo importante era el deber que tenía el uno con el otro, los que sobraba estaba de más.

Sin esperar un segundo más, me indicó que girara mi cuerpo y así lo hice, sin siquiera dudarlo un segundo. Hasta que quede boca abajo. Hundí mi rostro sobre la almohada que estaba impregnada de un embriagador aroma, de su aroma que aspire hasta el cansancio.

Y para mi sorpresa sentí como su boca besaba mi cuello, con suma paciencia, con sumo interés, con unas enorme ganas de hacerme sentir su presencia, su timidez reprimida, su inmensa pasión que comenzaba a desbordarse, como un río. Su trato era delicado, sutil, como si aún en él anidara temor, miedo, algo, lo que fuese y que en cualquier momento le podía hacer reaccionar y darse cuenta del mayor error de su vida; pero conforme transcurrían los minutos entre sus caricias y las mías, cada uno de aquellos temores se esfumaban sin dejar rastro de su existencia, dejando el camino a una pasión que pronto no conocería limites.

Cuando pude salir a flote del mar de placer en el que me encontraba su boca ya se había posado sobre la base de mis glúteos. Y sin esperar más sus blancos dientes tomaron un parte generosa de mis carnes. El dolor era poco, y el placer que ello implicaba era inmenso, amplio, así que deje que siguiera, sin poner las más mínima oposición. Ante mi elocuente aprobación continuó con lo que tenía reservado: sus toscas manos tomaron mis glúteos y los separaron para dejar al descubierto la parte más íntima de mi cuerpo… El sentir lo que me esperaba me estremeció hasta el tuétano de los huesos e hizo que temblara un poco, mientras Armando ahogaba una de sus candidas sonrisas que tanto amaba…

Espere unos segundos después sentí como mi ser era profanado a profundidad… desfallecí sobre la cama sintiendo el cuerpo entumido, embotado de tanto placer, del sólo hecho de sentir que su boca hurgaba la parte más intima que tenía, Por unos segundos creí que no era verdad pero el placer que estremecía a mi cuerpo me devolvió a la realidad, abrace fuertemente la almohada, aferrándome a ella como si la vida se me escapara de mi cuerpo; flote suspendido en un universo que no conocía y del que no esperaba conocer nunca en la vida… Intente ahogar cada uno de los suaves gemidos pero me era imposible, se esfumaban de mis labios, sin darme cuenta, sino hasta que ya llenaban la habitación, y haciendo eco en la soledad de la casa.

De pronto y para mi rotunda sorpresa aquel torrente de placer se detuvo: deje de sentir cada una de las sensaciones que me hacían perderme como un vil loco, sin remedio.  Intente averiguar  que pasaba, que había ocurrido así que alce el rostro de la almohada, pero de inmediato sentí como el peso de su cuerpo caía sobre el mío, mientras su miembro en su máxima expresión se amoldaba, a la perfección en la hendidura de mi trasero, por momentos el miedo me invadió,  recordé, como un sueño lejano, aquella sensación que hace mucho había experimentado y que le precedía al placer del cual pronto gozaría. Pase saliva con dificultad y me arme de valor…

Y después de tanto esperar, después de tanto soportar aquellas enormes ganas de estuviera cerca y que fuera solamente mío, sentí como aquella férrea columna se abría paso hacía un lugar que, a cada movimiento, le cedía el paso pese al miedo. Hasta que por fin el dolor creció en una enorme punzada que me hizo proferir un gemido que intente ahogar entre las plumas de la almohada, pero que me fue inevitable… Ante mi reacción se detuvo unos instantes y acerco su rostro a mi cuello, murmuro algo a media voz, pero no entendí nada de lo que dijo, lo único que atine en decir era que continuara, que no se detuviera, que siguiera hasta el final. Y así lo hizo… hasta que por fin algo más que una atracción física y emocional, algo más que una inquietud nacida de la nada absoluta nos unía,  aunque esto jamás en lo que resta de nuestras vidas se volviese a repetir, ni siquiera una vez más; ya nos pertenecíamos, éramos el uno del otro, hasta el final, hasta el últimos segundo de nuestras vidas….

Con el cuerpo y el alma separados, deshilvanados, ajenos el uno del otro, hasta cierto punto, a causa del mismo éxtasis y de toda la vorágine de sensaciones,  caí a su lado, donde sus brazos me esperaban; rápidamente me rodearon, acogiéndome tiernamente.

Nuestros rostros quedaron uno frente a al otro. En aquel momento no había palabras, no había actitudes que pudiesen expresar la mejor parte de este momento… no había nada… es más dude demasiado que pudiese existir algo que así lo hiciera… Y al no encontrar nada a mi alcance, sólo atine en mirarlo, en contemplar sus bellos ojos verdes, en hundirme en esa hermosa mirada que me hacia perder la cordura tan pronto como te posaba en ella.

Nuestras frentes se unieron y ambos al instante cerramos los ojos. Lejos oía su suave respiración; era tan suave, tan dulce, tan infantil que comenzó a arrullarme, era como una canción de cuna, por que al instante provoco que un intenso sueño comenzara a cobrar fuerza. Sabía que tenía la batalla perdida, pero aún así comencé a dar pelea, no debía darme por vencido; así que mi mano se elevo y se posó gentilmente sobre el rostro de Armando, donde sopeso a fondo cada uno de sus enigmáticos rasgos, pero mucho antes de poder palpar todos y cada uno de ellos, caímos en sueño profundo y abismal, en brazos el uno del otro…

El dulce piar de la aves anuncio que pronto amanecería, pese aun que las sombras de la madrugada aun cubrían por doquier. Repentinamente abrí los ojos. Por un instante me sentí perdido, desorientado, pero al otro recordé donde me hallaba como por arte de magia. Sin más dirigí la vista a mi acompañante que seguía aun sumido en un profundo sueño, suspiraba acompasadamente, mientras su pecho se ensanchaba a cada inhalada de aire que entraba en sus pulmones. Le mire por una eternidad entera… Me hubiese quedado ahí de no ser por que en el fondo la culpaba comenzaba a anidar…

Solté su mano que sujetaba la mía. Y si esperar más tiré de la sabana y me levanté quedamente, rápidamente busqué mi ropa esparcida por la habitación, listo salí sin dirigirle mirada alguna… a cada instante que pasaba el fastidioso malestar al que ya estaba acostumbrado comenzaba hacer acto de presencia.

Cerré la puerta lo más silenciosamente que pude, hasta que el  pestillo, chasqueo fugazmente. Ya fuera me apure en vestirme, sin importarme el aspecto que tenía, en esos momentos nada me importaba más que la  imperiosa necesidad de poder salir de la casa lo más pronto que pudiese…. Era ya un instinto de supervivencia y nada más.

Camine sigilosamente, sin mirar nada, ni nadie, ya no necesitaba más alicientes que aumentaran esta enorme sensación de culpa. Salí y cruce el verde jardín presurosamente. Fuera del pórtico alcé la vista, para mirar la calle. No había nadie… la acera estaba solitaria, como en estos momentos realmente deseaba que así fuera. En lo alto miré los primeros rayos del sol que comenzaban a nacer tras dos pétreas montañas a mí costado. Después suspiré tan profundamente  como mis pulmones me lo permitieron, listo encamine  mis pasos a algún lugar del que jamás en la vida pudiese regresar…


Ya había transcurrido una semana después de todo lo acontecido con Armando y la culpa parecía no menguar en ningún momento. A cada hora que transcurría sentía que crecía muy dentro de mí como un mal parasito, sintiendo a cada segundo asfixiarme, oprimiendo con fuerza mi cuello, mi corazón, sin remedio alguno.

Era algo que no podía controlar, algo que no podía contenerme, algo que estaba fuera de mis manos y de mi total y absoluta fuerza, era algo tan ajeno a mí pero a la misma vez muy personal.

No podía mirar  nadie a los ojos, ni siquiera a mi mismo, veía en la mirada de los demás y en la mía la culpa inquiriendo haciendo mella, en lo más profundo de mi ser;  me causaba la mayor de las repugnancias, el mayor de los odios. Quería que la tierra me tragara, que me devorará entre sus entrañas, o que un rayo me partiese a la mitad, cualquier cosa que me borrara del mapa sin dejar el más mínimo rastro de mi existencia que tanto daño había causado, lo que fuese, pero tarde comprendí que mi suerte no era tan buena, como tanto lo deseaba y que ni lo llegaría hacer, de ninguna manera.

La ausencia de Maite, que ya se había prolongado más de lo suficiente, había sido de gran ayuda en este largo calvario que parecía no tener fin. Y al igual que las prolongadas vacaciones de Maite habían ayudado, el inminente fin de cursos también había aportado  su parte generosamente. Sólo me quedaba asistir al instituto a tomar lista y recoger  la última calificación del curso, asunto del que podía salir airoso, en caso de no hacer acto de presencia: ni en sueños pisaría de nueva cuenta el , al menos no en estos día… no, sino hallaba una pronta solución a mi situación y de no ser así ya había considerado, seriamente, lo que antes pudo ser una remota y descabellada idea… cambiarme de escuela.

Al estar encerrado en las cuatro paredes de mi habitación,  a mi mente habían acudido un centenar de preguntas, de las cuales muchas no tenían respuesta, o al menos no la que yo desea para mermar esa inquietud que cada una de ellas había sembrando en lo más profundo de mí ser. Centenares y centenares de preguntas que a cada segundo que pasaba brotaban más y más. Una tras otra.

Pero había una pregunta, de tantas, que me hacia a mi mismo, en mi fuero interno, quizá la más importante de todas ellas ¿Cómo pude haber traicionado a mi mejor amiga, a la que era casi mi hermana?... Pero pronto  quedo relegada tan rápido como llego otra: ¿Por qué una parte de mí se empeñaba en hacerme pensar y desear tan intensamente que volviera  pasar, que se repitiera?; pregunta  que planteo nuevos cuestionamientos, nuevas fronteras que parecían tan lejas y ajenas a mí, a las que  no podía, ni siquiera en sueños tener acceso.

En momentos creí volverme loco, de estar perdiendo la razón a cada tic tac que el reloj articulaba, sentía sumergirme en una nada absoluta, en un pantano de tinieblas, que nublaban mi escaso razonamiento.  Pero cuando lograba salir de ahí victoriosamente  volvía a comprender, muy a mi pesar que pese a la culpa, al dolor, al remordimiento, al odio y a todo aquello que me atormentaba, de ninguna manera, lo que había vivido a lado de Armando, lo cambiaria por nada en este mundo y es que ¿quién, en su sano juicio lo haría?…

Aunque el tiempo hubiese transcurrido no podía olvidar ningún detalle, por pequeño e insignificante pudiese parecer; cada uno lo tenia grabado a al rojo vivo en cada tramo de mi piel, en mi memoria, en mi cuerpo… cada uno, sin excepción, sus besos, sus caricias, el sabor de su boca, la tersura de su piel, su calido aliento, su cuerpo y todo él mismo, estaban en  mí, de pies a cabeza, hasta el último de mis días… Como un sueño lejano, muy lejano, o tal vez también, una vida pasada

¡Pero todo estaba ahí, presente!, ¡todo!, sin ninguna posibilidad de poder arrancármelos siquiera. Mi castigo, mi condena era esa: tenía que vivir con ello  a cada minuto, a cada segundo, aunque absurdamente intentara hacerme creer que me pesaba, que era algo que deseaba que no volviera  a pasar, era eso o nada, no había otra opción posible, vaya ni siquiera podía imaginármela; así que de una u otra manera tenía que saldar la cuenta que se había facturado a causa de mi debilidad y así que el destino había optado por este tormento, por que ¿cuál otra podía ser mejor?...

Mi Yo interno se había fragmentado en dos parte, tan distintas, tan diferentes que por momentos creía enloquecer ante la batalla que entre ambas se había desatado, y es que una deseaba con todas las fuerzas posibles que aquellos  bellos momentos se volviera a repetir, no le importaba a quién dañaba, ni de que forma lo hacía, por que me aseguraba, como nadie lo había hecho hasta el momento, que las personas no vive de recuerdos, de vanas y pretenciosas ilusiones; así que, en este juego en el que no me quería inmiscuir, yo no sería la excepción, ¿cómo era posible que yo llegara a creer que lo podía ser? ¿En que cabeza cabía esa absurda posibilidad?; mientras tanto la otra parte, no perdía el tiempo, se regocijaba al verme ahogándome entre el remordimiento, la culpa.

Ambas estaban a  la par, igualadas se podría decir, ya  que a ambas las odiaba de la misma manera, ninguna mitigaba mis dolores, ninguna hacia lo posible por hacerme sentir una milésima parte de cómo deseaba y merecía sentirme realmente…

El sol se ocultaba tras la ventana de mi habitación, irradiando sus últimos tristes rayos del día de un tono rojizo desvaído, cuando tomé el reproductor que estaba sobre la cama, donde me tiré, colocando los pequeños audífonos en mis orejas. Otro día más pasaba y con él, otro día, de mí desdichada vida, se iba sin remedio, lo que era, de alguna manera, lo mejor, de momento claro, después el tiempo y la vida dirán la última palabra que espera que fuera pronto, ya no podía esperar un minuto más.

Encendí el aparato y dejé que la música comenzara y, demostrándome que mi mala suerte seguía latente, se reprodujo una melodía que no ayudaba de mucho, mejor dicho de nada, en aquellos momentos… Memories de Withi Tempation . Y con ella los recuerdos volvieron drásticamente, tan vividos, tan nítidos que por momentos los creía y es que eran tan reales que mi cuerpo se estremecía incontrolablemente, azotado por constantes espasmos que me erizaban la piel…

En los últimos días los recuerdos habían vuelto a cada instantes, tan claros y nítidos como lo fueron la primera vez.  Su retorno era una tortura diaria que me orillaba a cada día a una inminente locura, a un precipicio del que me iba a ser dificultoso salir, y con ellos la pugna volvía, primero mí cuerpo reaccionaba de una manera poco recatada, después de ello el remordimiento se apoderaba de mí hasta mermar la escasa fuerza moral que aun lograba contener…

Aún podía percibir su calido aliento arremetiendo contra mi rostro con premura como si la vida se le escapara de la manos, cómo si cada halito se volviese a restregar contra mis mejillas, contra mi cuerpo; volvía a sentir su delgados labios estrecharse con los míos, mientras nuestras tibias leguas jugaban un diestro juego de vida o muerte, uno que era mil veces mejor del que, tiempo a tras había vivido, después se deslizaban por cada tramo de mi cuerpo trazando una vereda que aun permanecía ahí, como viva prueba de su paso; mi boca  cataba de nueva cuenta y  con rotunda precisión el sabor del dulce néctar que emanaba de la de él a cada beso, a cada uno de sus precisos movimientos que hizo para dibujar el contorno de mis tiritantes labios; los músculos de mi cuerpo se contraían,  cuando imaginaban la intensidad salvaje que su cuerpo despedía en cada movimiento que me propinaba, a cada uno de los ígneos arranques que se salían de él, demostrándome que no erraba al imaginarme cuan pasional podía llegar a ser; mi piel se imaginaba, delirantemente, percibiendo el inmenso calor que fluía  a través de la de él, que por momentos parecía quemar, como si hubiese estado expuesta por largas horas a los imperdonables rayos del sol de verano; sobre mis dedos sentía su sangre corriendo bajo su tostada piel, en una presurosa carrera; mi agitada respiración se mezclaba en una sola con la de él que salía de sus pulmones con premura, tratando de retenerla el mayor tiempo posible;  la imperante necesidad de calmar una inmensa sed que se había apoderado de él hace mucho.

Los recuerdos mitigaban, en parte, el dolor por haber traicionado a mi mejor amiga y en otra, dejaban a la vista el sin fin de  dudas que tenía en la vida, de las cuales, estaba seguro, pocas aclararía, pero si había algo de lo que estaba seguro, era que todo lo acontecido ya no  podía ser un sueño, sino una realidad concreta, única y completamente mía y de nadie más, mi mayor tesoro, el más apreciado de todos , algo que me pertenecería hasta la muerte; ya no existía esa remota posibilidad que de pronto despertara, como siempre lo venia haciendo y de pronto mirara, de la manera más cruel que puede existir, que no era cierto, que era una ilusión, como antes lo había sido: ¡ya no había esa posibilidad! ¡Ya no era alucinaciones propias de mi aturdida cabeza! ¡Ya no! ¡En verdad que no!

Ya no había miedo, ni desesperanza y de alguna forma ya no  cabía la posibilidad de que algún día llegasen a regresar… ahora sólo había el añorado deseo que volviera  a pasar, que se repitiera una, otra y otra vez y así, por el resto de mi vida, que fuera algo que formara parte de mí, sin lo que no pudiese vivir e inclusive morir, como lo estaba haciendo ahora, justo en estos momentos… ¡Cuanto lo deseaba! ¡Cuanto imploraba que las cosas se repitiesen!… Si mi deseo se convirtiese en fuerza, cargaría sobre mi espalda el mundo entero… movería montañas, no habría cosa que no pudiese hacer…

Sin darme cuenta mi cuerpo comenzó a reaccionar involuntariamente; la excitación corrió por mis venas rápidamente, como veneno, como una letal ponzoña;  mi miembro se alzo en toda su amplitud, mis manos en un intento inconciente, surcaron mi pecho después de haber acariciado previamente mi cuello, mi rostro mis labios como si hubiese sido Armando mismo, el que me hubiese brindado tan bellas caricias, se dirigieron a la columna de hierro que se alzaba entre mis piernas, sin la menor duda, sin perder el menor tiempo posible. Palparon unos minutos la extensión de éste bajo la piel de mezclilla, lo que percibieron no les hizo huir, todo lo contrario el deseo creció enormemente. Oprimieron fuertemente mi miembro  cuando creí explotar,  corrieron el cierre de mi pantalón y se adentraron para sentir la rigidez de mi falo que parecía reventar. Mis dedos deseosos de saciar la sed de mi alma, por algunos momentos se movieron magistralmente, palpando mi miembro que reclama atención necesaria, su inmiscusion fuera rápida y certera como si de ello dependiera mi vida. Tomaron la base propinándole un pequeño apretón que reavivo los ánimos que por ninguna razón se podían perder… Y así comenzaron un acertado movimiento de sube y baja, candente ecuánime, desde la base hasta la punta, mientras mi mente evocaba nítidas escenas de una noche que recordaría toda mi vida…

Sentí, sobre mi piel, sobre cada tramo de mi cuerpo, sobre cada extensión, sobre cada músculo cómo un leve calor que ascendía y descendía, en oleadas de sensaciones, en gratos estímulos, que eran como una enorme descarga de energía que provenía de por doquier. Mi cuerpo comenzó a transpirar imperceptiblemente cubriendo con una delgada capa mi piel que reclama atención oportuna  a voz en cuello; mientras mi mano seguía haciendo su ardua labor, sin sentir la más mínima muestra de cansancio, de arriba a bajo. Hasta que, justo en el centro de mi abdomen anido una pequeña contracción y no de dolor, sino de placer…, y que anuncio lo inminente, que duro ahí unos cuantos minutos y que después se deslizo lentamente como si nada le preocupara, tensando aún más mi miembro, hasta que llego a la base de mi miembro donde se retuvo.

Resoplaba fuertemente, en un intento de llena mis pulmones con el aíre necesario, con un poco de vida, mientras mi otra mano se aferraba  a la sobrecama y la estrujaba fuertemente… Hasta que por fin, de un momento a otro, mi mano de detuvo oprimiendo la base de mi miembro que lanzo tres fuertes contracciones que arrojaron una considerable cantidad de liquido que se derramo sin nada que le restañara, cubriendo mi mano que lo acogió con agrado sintiéndolo arder como si fuera lava pura.

Mi último gemido fue ahogado entre las gratas sensaciones que mi cuerpo experimentaba. Relaje mi cuerpo que se amoldo al colchón a la perfección. Después de haber recuperado un poco de energía y la conciencia, el arrepentimiento volvió a arremeter sin piedad… Y me sumergí en un turbio pantano del que, indudablemente, ya no iba  a poder salir de ninguna manera.  Y justo en ese momento, para completar el cuadro de lo más patético, me pregunte por que aún me seguía sorprendiendo  su regreso, era algo a lo que debía acostumbrarme sin lugar a dudas, no había otra opción.

Que estúpido seguía siendo. No iba a cambiar.

Me levanté y me dirigí al baño. Limpié los restos del espeso líquido de mi descarga con la tela de mi camisa. Listo me despojé de ella y la arrojé al cesto de ropa que estaba en el interior de un pequeño closet, quedándome sólo en pantalones. Coloqué mis manos en el borde del lavamos, miré el blanco reluciente de la porcelana. Por algunos momentos divague… hasta que por fin alcé el rostro y me encontré con el iluso reflejo que me devolvía el espejo. Sonería sin ánimo, como últimamente venía haciéndolo. Patético.

La mueca que se dibujó en mi cara, hizo brotar una furia  irascible y, sin motivo aparente, de pronto mi mano se estrecho contra el cristal que al contacto se hizo añicos, desvaneciéndose mi imagen al instante que los trozos irregulares caían a los lados en un estrepitoso sonido. En un acto reflejo tire fuertemente de mi brazo, y al instante que mi mano salía del marco donde se sostenía el espejo, la palma rozó con fuerza un trozo irregular que desgarro mi piel. Grite. Después enormes gotas de sangre de un rojo intenso cayeron de golpe sobre el lavamanos. Coloqué   mi mano bajo el grifo y dejé que corriera el agua fría, mientras miraba como se diluía la sangre rápidamente. ¡Vaya estupidez!

¡Lo que me falta! murmure con ironía para mis adentros.

Lejos, sobre mi cama mi teléfono móvil comenzó a sonar fuertemente. Con una sensación de ardor en el borde de la herida, que por momentos mitigaba el agua, quite la mano y presione sobre la parte afectada. La sangre había dejado de fluir y ahora sólo se miraba una pequeña línea roja. Rápidamente arranque una considerable porción de papel y envolví mi mano sin orden y  me dirigí a mi habitación. Mi teléfono había dejado de pitar pero justo al llegar a la  puerta retomo su frenético sonar. Me arroje sobre la cama y lo tomé con la mano sana, mire el número pero no lo reconocí.

Conteste rápidamente:

-Sí, diga- murmure  mientras miraba que en el papel ya se había marcado un mancha carmesí.

-Jahíro, soy Armando. -  clamo una dulce voz al otro lado de la línea, que me dejo congelado. Y antes de poder reaccionar e inclusive colgar, pidió con voz de suplica:- ¡No vayas a colgar! ¡Por favor!- así que seguí ahí como una estatua oyendo cada una de sus palabras que brotaban de sus exquisitos labios, sin saber que hacer, ni que decir, y no tanto por su petición sino por el grado de sorpresa al que había llegado. Y es que no podía creerlo ¡Armando! ¡Armando! ¡Armando!.

-Sabía que si te marcaba de mi línea no  ibas a contestar- continuo- es más dude mucho en si debía o no hacerlo… Pero, en verdad que  ya no puedo con esta situación, es insostenible. Te lo juro que lo pensé mucho, le di vueltas y vueltas al asunto en todos estos días y no sé que pensar….- guardó silencio toda un eternidad al igual que yo, suspiró largamente mientras oía como el aire entraba por su nariz y escapaba por su boca. Hasta que por fin soltó entre balbuceos el fin de su llamada-  Jahíro por favor, por lo que más quieras… necesitamos hablar…, necesitamos vernos…

Continuara...