El Otro Rostro de la Vida... Cap. 2º

Después de una ardua batalla contra sus propios demonios, Jahíro tendrá que enfrentar una prueba… cuando no pueda rehusarse a cumplir una promesa de amigos que pondrá, de nueva cuenta a su amistad en un inminente peligro en… El Otro Rostro de la Vida… una existencia desde un perspectiva diferente

Bueno Chicos pues aquí esta el segundo capítulo de esta serie… Ojala haya sido de su total agrado… les prometo que a cada capítulo la trama ira mejorando…

Saludos…

Lando S.M

El Otro Rostro de la Vida

Una existencia desde uns perspectiva diferente...

Capitulo 2º

Aquella mañana me había levantado mucho antes de que el bullicioso  despertador sonara en las penumbras de mi habitación, irrumpiendo mis tan bellos y escasos sueños, y solo  para traerme a este mundo donde nada  era lo que parece,  ni mucho menos aun lo que yo deseba ver.

La noche pasada había sido una de las más terribles, tal vez la peor de todas en mi vida. Conciliar el sueño se  me hizo una tarea imposible, así que me la había pasado dando vueltas sobre mí mullido lecho, de lado a lado, envuelto entre las sabanas blancas que terminaron hechas jirones; hasta que por fin caí en un sueño poco profundo en donde pude soñar como solía hacerlo: con sueños de opio, sueños irreales, tan lejanos como las estrellas.

Había intentado, vanamente, alejar el lacerante dolor en mi corazón que arremetía sin piedad alguna, a cada instante, y a la culpa que parecía complacida de germinar en mis adentros y carcomer mis entrañas. Pero todo había sido en vano. Aun estaban ahí; lo peor de todo era que mucho más latentes y persistentes que al principio. Había llegado a la  indudable conclusión de que no podía ser de otra forma, no para mí.

Me sentía francamente mal por lo todo que pasaba; por lo todo que percibía a mis alrededores a grandes y burdos rasgos; por lo que, inconcientemente, había dejado que creciera y se expandiera lo mas lejos posible, como una mala hiedra, sin la más mínima posibilidad de alcanzarle y ponerle un alto. Pero todo, absolutamente todo: el dolor, el sufrimiento, la pena, los remordimientos y la vergüenza se acrecentaban considerablemente al darme cuenta que, conforme transcurrían los días, ese sentimiento que anidaba en mi, crecía aun más, demasiado a decir verdad y de que se alimentaba de un pequeña e insignificante esperanza, depositada en algún lugar de mi abrumado corazón.  Sí, todo empeoraba, día a día; mucho más aun,  al darme  cuenta que una parte de mí deseaba, con ansias profundas, que este sentimiento no desapareciera, que nunca se fuera, que estuviera ahí, latente, vivo, demostrándome que sabia amar; tal vez equivocadamente, pero que lo sabia hacer y que mucho mejor aun que aquellos que tiene la oportunidad  de hacerlo y la han desperdiciado con torpes errores, con actos absurdos que solo llegan a lastimar al ser amado.

¿Pero cómo cambiar lo que parece estar escrito sobre piedra, en el libro de la vida? ¿Cómo cambiar el curso de un río, cuando las aguas se han desbordado y ahora corren por el terreno a cuestas? ¿Cómo detener a un corazón que ama, loca, desaforadamente, como lo hace el mío?... ¡¿Cómo hacerlo?! ¡¿Cómo aliviar el dolor?! ¡¿Cómo dejar de amar?!

¡¿Cómo callar a mi corazón que ama por vez primera?!...

Después de librar una batalla más con mi fuero interno salí de casa silenciosamente, como una oscura sombra que se desliza en las penumbras.

El sol aun no había salido, todavía dormía tranquilamente, allá en el horizonte, en el fin del mundo. No muy lejos, en la aceras, los focos de los faroles iluminaban escasamente la calle con sus desvaídas y marchitas luces, tornando la desolada calle, en un paisaje mucho más melancólico que de costumbre.

Camine como un autómata sobre el húmedo rocío, sintiendo cada gota sobre mis pies, que parecían ir descalzos y el aire frío del amanecer sobre mi rostro, en una frágil caricia que se desvanecía al instante.

Me acerque al automóvil de mamá, un mustang rojo cereza que deslumbraba como un rubí. Al llegar a la  puerta inserte la llave, entre y arroje mi mochila al asiento del copiloto.

Mire mi reflejo en el espejo retrovisor. Por algunos momentos no me reconocí, era un total desconocido, pero después de algunos minutos de estar observándome pude ver, en las profundidades de mis ojos negros, un pequeño atisbo de mi antiguo yo, de aquel que parecía ya no existir; pero  solo  era una insignificante pizca, nada a decir verdad.

Mi frustración creció. Tome el volante entre mis manos y deje caer la cabeza sobre el. Mis ojos se inundaron de lágrimas, pero las contuve como pude, sintiéndolas arder como gotas de ácido; hasta que una mísera gota me traiciona vilmente: cayendo de mis trémulos parpados y resbalando por mis mejillas.

Hasta que rompí  en sollozos. Después deje que el dolor invadiera mis adentros. ¡Era ya algo inevitable! ¡Ya no podía luchar! ¡Ya no tenia la fuerza!, no ahora que todo se había salido de mi control. Permanecí así, sobre el volante, un largo tiempo, en busca del sosiego perdido, de un motivo para reprimir  mi amor, para callar a mí corazón, pero al no encontrarlo decidí hacerle frente a las adversidades una vez más, deseando de todo corazón morir en el intento, muchos antes de ver los desastrosos resultados.

Levante la cabeza.

Restañe las lágrimas de mis mejillas con fuerza, haciéndome daño; necesitaba sentir una minúscula parte del dolor que yo podía llegar a causar.

Instintivamente volví la vista a mi casa por el espejo; en lo alto, desde su balcón, mamá me miraba, inescrutable, fuerte, firme…

Sonreí tímidamente, sin saber que hacer. Y antes de que pudiera delatarme aun más  encendí el carro, pise el acelerador a fondo y salí disparado hacia el instituto.

“¿Había visto mi extraña actitud y ahora lo sabía?”

Me pregunte dubitativo, con rotunda incertidumbre, mientras las casas vecinas pasaban a mi lado en una línea borrosa.

“Sí, las mamás lo saben todo” respondió una vocecilla chillona de inmediato, sin más.

Sí, lo sabia, tal vez no con suma y rotunda precisión, pero si algo, una parte tal vez; mi desconcertante actitud me delataba en gran medida.

Me incomode ante los hechos y no por lo que pudiera pensar ella, no; Maite, me amaba incondicionalmente y aunque yo fuera “diferente” así seguiría siendo, nada iba  cambiar, o al menos así lo creía. Lo que realmente me preocupaba era que ahora que ella lo sabía, que lo tenía en cuenta, que sabía que algo pasaba, que algo me hacia sentir mal y que, en un intento de aliviar mi dolor,  me lo llegara a preguntar yo no pudiera negárselo, no pudiera huir, no pudiera mirarle a los ojos y  decirle que no pasa nada, que no se preocupara más de la cuenta. A eso era a lo que temía: decir sí, cuando debía callar y guardármelo para mí y para nadie más; cuando debía ser del todo egoísta y no compartir algo que dañaba  a la gente que más amaba, cuando debía reprimir lo que mi corazón sentía; eso era a la lo único  que temía: el afrontar la verdad…

Llegue al instituto más temprano que de costumbre; el estacionamiento estaba prácticamente vacío, sin seña alguna de vida. Me estacione cerca de la barda que colinda con la acera, apague el motor y eché hacia atrás el asiento. Mire por la ventana un cielo azul oscuro y un cúmulo de nubes grises que presagiaban tormenta. Encendí el estero y subí el volumen.

Forgiven… Within Temptation

Me recosté y deje que la música consolara mis penas, deje que fluyera por mis oídos y que apaciguara a mi corazón, aunque fuera por unos momentos. Cerré los ojos y mire todo lo que no podía ser  real, tras ellos: y ahí, en el aire, construí  un mundo donde solo estábamos Armando y yo, los dos, solos; sin ningún motivo para preocuparme, sin ninguna razón para odiarme a  mismo por lo que sentía, sin un cargo de conciencia, sin nada de lo que se empecinaba en atormentarme.

Lo que miraba era esplendido, soberbio; algo que realmente deseaba y por lo cual hubiese vendido mi alma al diablo sin siquiera dudarlo un segundo; pero finalmente me di cuenta que el soñar solo lastima, solo hiere, solo te hace creer ingenuamente que la esperanza es lo ultimo que muere, cuando realmente es lo primero que sucumbe ante la cruel e inhumana realidad.

Abrí los ojos y  me percate de lo que no podía ser, de lo que no debía ser, ni hoy, ni mañana, ni nunca. Y desperté de mi letargo, del sueño de un loco del que no queda rastro alguno de su cordura, ni seña de que algún día regresara y le hará ver la vida tal cual. Era doloroso, sí, lo reconozco pero de alguna forma era parte de lo que tenía que vivir por ser como yo lo era, por ser diferente,  algo a lo que debía acostumbrarme, porque siempre seria así, no había vuelta de hoja.

De pronto unos llamados incesantes me sacaron de mi profundo letargo, atrayendo mi atención: Cathy llamaba tras la ventana con su rostro sonriente y con una ternura innata propia en ella brillando en sus ojos claros.

Suspire largo y profundo, después sonreí escuetamente, apague el estéreo, tome mi mochila y me apure en bajar.

-¡Jahíro!- Grito y se abalanzo  en mis brazos, mucho antes de poder cerrar la puerta del automóvil.

-¡Hola!- salude sorprendido ante su efusivo recibimiento y sintiendo su corazón desbocado en mi pecho- ¿pasa algo?- me apure en preguntar desbaratando el abrazo que en muchos aspectos me incomodaba.

Cathy era transparente, por así decirlo y sabía cuando algo le alegraba o le incomodaba, y hoy algo pasaba, no había duda alguna.

  • La verdad… no se por donde empezar- respondió febrilmente, mientras se estrujaba las manos, como muestra de su incalculable asombro. Sonreí ante la mezcla de alegría y nerviosismo que experimentaba. Me parecía  tan frágil que por algunos segundos me sentí el peor de los hombres, el ser más nefasto que jamás haya conocido.

-¿Recuerdas el concurso al que la profesora de literatura me recomendó entrar?-  se apuro a preguntar, aun con una sonrisa de oreja a oreja en su rostro sonrojado.

-¡Claro que lo recuerdo!, ¿como olvidarlo?..., después de verte semanas absorta en esa pequeña historia que presentaste- respondí presagiando lo que de inmediato vendría.

  • Bueno…- continuo como si no se hubiese detenido para nada- pues ayer por la tarde la asistente de la coordinadora, se comunico conmigo… Llamo a  casa y me dijo quela Licencia Araujonecesitaba hablar conmigo y pues me adelanto algo creo que… bueno que… ¡GANE EL CONCURSO!

¡GANE! ¡¿Puedes creerlo?! Por que yo aun no.

-¡Vaya que alegría! Sabia que lo ibas hacer, no había duda, fue lo mejor que he leído en años…- le tome de la mano y la abrace, con la culpa latente desvaneciendo toda alegría que podía contagiarme en aquellos momentos.- No esperaba menos de ti, sabia que podías llegar lejos, muy lejos. Así que ahora a echarle ganas, tienes toda una competencia por delante…

-Sino los conociera, me pondría celoso- murmuro un dulce voz a mis espaldas, que llego como música  a mis oídos,  irrumpiendo nuestros momentos de amistad. Cathy y yo sonreímos ante el comentario, deshicimos el abrazo y juntos miramos a nuestro interlocutor.

Armando nos observaba con inocencia, con sus ojos verdes, profundos, sentimentales, profanando nuestros corazones…. Y estremeciendo mi alma…., como una impetuosa tormenta.

Cathy le sonrió coquetamente y  se acerco a  él, coloco sus delgadas manos en su pecho y le beso en sus finos labios con una delicadeza infinita que rayaba en la mismísima veneración, mientras se perdía en los brazos de Armando que la envolvían y la acercaban a su cuerpo sutilmente.

Los mire unos segundos, sopese lo inoportuna que era; después gire sobre mis talones y me dirigí a mi salón, con dolor. No tenía nada que hacer ahí: no había lugar para mí, no de la forma que yo más anhelaba.

-¿Te vas Jahíro?- pregunto Armando, con sus labios mucho más rojos que de costumbre, debido al agitado beso de mi amiga que me miraba desde sus anchos brazos, felizmente.

-Me falta un poco de tarea- dije a media voz, con el temor a que no creyeran en mis palabras.- así que me adelantare, mientras deberían… charlar… un poco… les hace falta… ¿no?- tartamudeé agitando los brazos sin orden  ni concierto.

-Solo espero que no haya sido yo el motivo de que nos prives de tu grata presencia…- sentencio, disimulando una sonrisa burlando en su rostro, sin siquiera imaginar que en parte tenia razón.-Porque si es así puedo…

-En lo absoluto Armando… no te preocupes- me apure a mentir, dicho esto me encamine al salón, con su imagen en mi mente, donde estaba grabada por siempre…

El resto del día transcurrió con la monotonía que le caracterizaba a los días de escuela, sin ningún suceso digno de mención, ni nada que le sobresaltase, solo un insufrible tedio. Los profesores entraban y salían del aula una y otra ves, recitaban sus largos y aburridos discursos; nos reprendían una y  otra vez y nos cuestionaban si existía alguna duda del tema visto en clase y demás. Lo mismo de cada día, solo que a diferente hora, aunque al final daba igual.

Nada parecía cambiar, no ahora que tanto lo necesitaba.

Todo el día evite platica alguna con Cathy; así que en cuanto salía algún profesor tomaba mis deshojado libro y me sumía en la historia de los dos hermanos encerrados en el ático que vivían un amor prohibido, como  el mío; solo que existía una notable y pequeña diferencia entre ellos y yo, ellos tenían a quien culpar por sentir ese amor que les separaba y a la misma vez les unía; en cuanto a mí, bueno yo estaba solo, sin siquiera saber a quien hacer responsable de mis desapacibles sentimientos.

Todo el aburrimiento del día parecía seguir así hasta que la penúltima clase fue interrumpida por la asistente de la coordinadora. El Ingeniero Beltrán, se encamino en la puerta y después de una corta charla con Betty, la joven secretaria, llamo a Cathy. Mi joven amiga se levanto y se despidió de mi una con una sonrisa de alegría, imaginando lo que le esperaba tras aquel llamado.

Cathy no volvió por el resto de la hora.

Después de que le Ingeniero Beltrán salio del aula, tome mi libro y seguí con mi lectura. Antes de que el timbre sonara Cathy entro al salón, deshaciéndose en gestos de emoción.

-¡Gane! ¡Gane! ¡Gane!- grito con alegría antes de llegar  a mi lugar. Me levante precipitadamente y sonreí. Se lo merecía, más que nadie. De eso no había duda- ¿Sabes lo que esto significa? ¿Para mi?...- pregunto sin mostrar amago alguno de que la felicidad se fuera a evaporar en cualquier instante.

-Por supuesto que lo se, Cathy. ¡Montreal!, Montreal Canadá, eso es lo que significa… tu mayor sueño hecho realidad.- Respondí, tratando de que me contagiara un poco de su alegría. Si ese era su sueño: viajar a Canadá, lo sabia desde hace mucho.- Me alegra tanto de que así sea- mentí descaradamente, preguntándome: ¿Por qué le era tan fácil ser feliz?

-De verdad que aun no lo puedo creer, de verdad que no, es como… como un sueño, el mejor de todos, Jahíro- murmuró entre dientes; después busco mi pecho para recargar su cabeza. Dude unos cuantos segundos en responder su muestra de afecto, con mi mano indecisa en el aire, luego deslicé mis dedos entre su liso cabello, hasta llegar a sus frágiles hombros. La quería tanto que el solo hecho de tocarla dolía demasiado.


La  noticia de la partida de Cathy fue recibida con una ola de entusiasmo por doquier y los preparativos no se hicieron esperar en lo más mínimo. Participe en ellos no como me hubiese gustado, pero al final de cuentas ahí estuve, al pie del cañón, tratando de simular, un poco, que nada pasaba; pero era algo inevitable, más si en repetidas ocasiones me tocaba  lidiar con la simple presencia de Armando, con quien seguía fingiendo una simpática nacida del amor entre él y mi mejor amiga y no por el torrentes de sentimientos que se agolpaban en mi corazón.

Al principio me había mostrado descontento por su partida, pese a todo aun la quería, era mi mejor amiga, la única que tenia y en muchos aspectos la necesitaba más que a nadie en el mundo; pero después de pensarlo mucho había agradecido que esta pequeña tregua hubiese llegado a mi vida, necesita un descanso y esto seria una buena oportunidad para tomarlo.

En verdad que lo necesitaba. Debía pensar muchas cosas y poner un poco de orden en mis prioridades. Si eso requería alejar a cuantos perturbaban mí ya trastornada vida, así lo haría, sin miramiento alguno.

La partida de Catherine estaba planea para el penúltimo fin de semana del curso; primero viajaría a Ottawa y de ahí tomaría un vuelo a  Montreal, cede del concurso al cual asistiría y donde pasaría dos largos meses, entre el frío y la nieve de aquel mágico país de ensueño.

El viernes previo  a su partida, en el instituto,  nuestros compañeros de clase  y maestros le desearon las mejores de las suertes entre un mar abrazos y los mejores deseos posibles.  Muchos de corazón y pocos por compromiso, siempre mostrando una cara sonriente y llena de entusiasmo que le serviría de mucho en el viaje, como su mayor apoyo.

El sábado de su partida, por la mañana, en casa de Cathy, me mostré contento, o al menos eso intente simular, por el cariño que sentía por ella y por no delatarme aun más.

Nos encontrábamos reunidos en la sala, sentados sobre los mullidos sillones: Frida y Rodolfo, sus padres, Maite mi madre y por supuesto… Armando; esperando que hiciera acto de presencia mi mejor amiga. Me había limitado a hablar, y solo respondía con un simple meneo de cabeza y nada más. La tensión en mi interior parecía cortase con un cuchillo al mirar a unos cuantos palmos al ser mas maravilloso que jamás allá conocido; deseaba de todas las formas posibles poder salir corriendo de ahí y refugiarme en las penumbras de mi habitación, donde al menos no debía reprimir lo que sentía.

Jugaba con mi móvil cuando Cathy bajo lentamente las escaleras, con una sonrisa esbozada con amplitud en su rostro; parecía la mismísima luna de otoño, porque brillaba casi con luz propia.

-¡Estoy lista! ¿Nos vamos?- nos dijo cuando bajo el ultimo peldaño de las escaleras.

Nos miro a cada uno y con una mirada de sus ojos claros agradeció infinitamente que le acompañáramos.

Nos levantamos de inmediato y nos dirigimos a la  puerta donde ya estaba su equipaje. Sus padres abrieron la puerta del pórtico: Rodolfo tomo sus maletas y las subió al automóvil y  Frida le siguió, dejándonos a nosotros cuatro. Mamá se apuro en despedirse, le abrazo y le planto un beso en la mejilla, deseándole un buen viaje. Después se encamino sus pasos al auto que estaba detrás del de los padres de Cathy.

Armando me dio la espalda y tomo el pequeño y redondo rostro de mi amiga; la miraba con suma con ternura, con delicadeza, como si fuera una frágil pieza de cerámica que necesitaba los más ligeros cuidados.

  • Quiero que recuerdes que te amo como nadie lo ha hecho y lo hará. Nunca olvides que pase lo que pase seguirás siendo la persona a quien más adoro, la que es la dueña de mi vida, la más hermosa mujer que ha conquistado a mi bohemio corazón y con quien deseo pasar mucho tiempo. No  olvides que  te llevas una parte de mi corazón contigo, sin la que no podría vivir- murmuro, por lo bajo, mirándola a los ojos y usando esos irresistibles encantos que lo hacían inolvidable. Acto seguido llevo su rostro al suyo donde sus labios se besaron tiernamente, en una suave caricia que se me antojo a gloria, al más dulce de los manjares.

Y un nudo se me hizo en la garganta; pase saliva con dificultad. Después se estrecharon en un largo y casi eterno abrazo, signo de que se extrañarían más que nadie en el mundo.

-Te amo, Armando…- fue lo único que atino a decir Cathy, con el dolor de la partida en cada una de sus palabras y con un miedo infundado en falsos temores, como si fuera la ultima ves que sus labios la hubiesen besado. En sus ojos se adivinaban unas cuantas lagrimas que lejos de empañar la belleza de sus ojos, la acrecentaban considerablemente.- Te amo, te amo, te amo- continuo, después  se separo de él para verlo de lejos y llevar en su mente una ultima imagen del amor de su vida.

Armando sonrió y tomo una mejilla de Cathy entre sus dedos y oprimió suavemente.

Después dio paso para que se despidiera de mí.

-Ya es hora, Loca- dije mirándola a los ojos, agradeciéndole que pusiera sana distancia entre nosotros.

  • Creo que… que eso parece, ¿no?- sonrió y me abrazo fuertemente, con aquel abrazo de hermanos con el que muy  frecuentemente expresábamos nuestros sentimientos y con el dolor de la partida.- Te voy a extrañar.- concluyo.

-Yo también. No tienes ni la más  remota idea de cuanto- le dije, ocultando mi rostro entre su cabello que olía a fresa, tratando de no evidenciar mi mentira.- No sabes cuanto…

-Lo que me más me preocupa es… ¿cómo le vas  hacer para sobrevivir a las clases de Revilla?- inquirió intrigada, mirándome a los ojos con complicidad.

-Ya veremos, ya veremos. De lo único que debes preocuparte de momento es en ganar ese concurso. El premio, me parece, que ya tiene tu nombre escrito.- le corte.- Así que a mirar de frente, deja los problemas aquí, que yo me encargare de resolverlos. ¿Te parece?

-¡Me parece perfecto!- respondió sonriente. Luego giro agitando su cabello de caramelo. Intente seguirle pero se detuvo a la mitad del camino. Se volví para mirarme suspicaz  una vez más.

Con un gesto inescrutable tomo mis manos y comenzó a hablar atropelladamente, como si le diera pena mencionar el tema.

-Se que es absurdo e infantil lo que te voy a pedir y quizá parezca posesiva se podría decir, pero para mi es algo muy importante.- aclaro seriamente, antes de continuar- Necesito que cuides muy bien a Armando. Tú más que nadie sabe que es lo más maravilloso y preciado que tengo en la vida. No quiero perderlo, no sin antes luchar, como se debe y sin siquiera conocer a mi enemiga, si así llega a pasar. No me gustaría regresar y encontrarme con gratas sorpresas; por lo menos me gustaría saber cuando y como sucedieron las cosas. Te lo pido como el más grande de lo favores que me has hecho hasta ahora.

Le mire a los ojos y por poco grito: ¡calla!, ¡no sigas más!, ¡detente!, ¡no ves  que me atormentas!, ¡no te das cuenta que me lastimas más de lo que se puede lastimar  a una persona!

Pero no me abstuve, mordí mi lengua y silencie a mi corazón.

No lo decía por mí, al menos no en gran parte. Pero si por todas aquellas hermosas jóvenes que andaban detrás de Armando, como un león a su presa. Por ellas lo decía y por nadie más. Mi actitud era absurda y lo sabía. Pero era algo…. inevitable, yo era el ruin mentiroso que lo traiciona su conciencia.

Me sentí incomodo como jamás me había sentido en toda mi vida. Intente huir de aquella ingenua promesa: pero no había forma, al menos no a mi alcance; así que no pude y me quede ahí petrificado, mordiéndome el labio inferior, sin saber que hacer o que decir y con una única certeza posible: yo no era la persona indicada para tal tarea; ¿Por qué yo? ¿Porque la vida se empecinaba  en recordarme mis pesares? ¡Oh! Cuanto odiaba a la vida…

-¿Me lo prometes?- pregunto, inquieta, con cierto temor  a que pudiera negarme, en su voz.- ¿Jahíro?...

Seguí mirándola, con una falsa quietud, que no sentía y no creía sentir en lo más mínimo. ¿Que podía hacer? ¿Que podía responder? ¿Como podía negarme, cuando jamás lo he hecho?

-Jahíro, por lo que más quieras…- suplico, con una mirada piadosa que desbarato todo mi aplomo posible, al instante que sus ojos de miel se clavaron en los míos.

-En lo que tu gustes Cathy.- le dije,  mirando sin disimulo alguno a Armando, de pies  cabeza, sopesando alguna idea inteligente para evadir este compromiso que echaba de cabeza  mis planes de alejarme de él, e imaginando la enorme tortura que me esperaba sino ideaba algo a tiempo.

La culpa ardía en mi corazón, como una llama implacable, cuando continué.- Sabes que cuentas conmigo incondicionalmente. Nunca lo dudes.

-¡Gracias! ¡Muchas Gracias!- dijo, sin siquiera saber, ni imaginar lo que realmente pasaba. Después camino al quicio de la puerta, cruzo el umbral y  se alejo feliz, alegre, radiante como el sol que brillaba en lo alto del cielo azul, en busca de cumplir uno de sus más grandes sueños al otro lado del mundo. Dejándome a mí, ahí, solo, aturdido, infeliz, con una batalla contra mis demonios que parecía perdida del todo, con  el corazón adolorido y con una maldita y absurda promesa que cumplir.

Continuara...