El Otro Rostro de la Vida Cap. 19º

Jahíro ha tomado una crucial decisión en su vida, la cual deberá afrontar con el mayor valor posible, por que no siempre hay la posibilidad de dar marchar a tras en la vida… y lo que indudablemente le ha hecho ver que debe asumir las consecuencias de sus actos...

¡Chicos!...1000 Gracias por todos sus maravillosos comentarios… son muestras incalculables de apoyo, cuales valoró en demasía… Y bueno aquí está el Capítulo 19º, el final se compone de dos publicaciones y bueno esta es la primera… ojala sea de su agrado…

Lando S. M

Saludos…

El Otro Rostro dela Vida

Una existencia desde una perspectiva diferente…

Capítulo 19º

Pese  a estar sumido en una inconciencia  aún alcance a percibir, tenue y débilmente las cuerdas de una bella melodía que tanto amaba… Utopia de Within Temptation ; lejos, distante… como si fueran armoniosas  gotas de lluvia retumbando al caer sobre el frío piso de baldosa.

Y ahí sumergiéndome más a cada instante en aquel estado, de una u otra manera posible toda cuanta idea absurda que concebía y creía sobre la muerte se esfumo repentinamente y dio paso al verdadero sentimiento de ésta. Un sentimiento ajeno, diferente, mil veces distinto a lo que realmente quería y esperaba, algo desconocido, incierto… desconcertante de pies a cabeza… que me turbo como nada lo había hecho en este mundo, hasta ese momento…  algo para lo que no estaba completamente preparado pero que como pude lo supe sobrellevar y le  hice frente de la mejor manera posible…

No era nada parecido a aquello que hace mucho, pero mucho tiempo había oído, no era nada comparado con todas y cada una de aquellas palabras, historias e ideas que la gente murmuraba a media voz, entre cuchicheos, ese íntimo secreto a voces del que todos hablan y del cual todos tienen miedo y que tratan de evadir de cualquier manera que este a su alcance…

No era nada que se le pareciera. Es más dude, por algunos momentos que parecían una eternidad, de que existiera algo igual e inclusive similar, en otros dudaba de mi propia existencia, de mi vida pasada, de todo lo vivido por que ahí ya nada oía, ya nada sentía… Todo era oscuridad, todo era un enorme abismo de sombras y sombras que se abrían paso frente a mí, como una inmensa boca de lobo que se apuraba en llevarme a sus fauces para devorarme lenta y dolorosamente… Era la mismísima nada que me abrazaba sutilmente, con cariño, amorosa, como una vieja y olvidada amiga que ha vuelto después de mucho, pero mucho tiempo a un encuentro  del que sabía que pasaría de un momento a otro, pero del que ignoraba cuándo y cómo sucedería, pero que hoy ahí estaba, haciendo acto de presencia, por primera y única vez…

Todo era una sensación extraña, ajena totalmente a mí y a todo lo que tuviera que ver conmigo… Era algo nuevo, del que no encontré similitudes con algún otro hecho de mi vida, es más dudé de que así fuera…

Sentí miedo… pero de la misma forma que apareció se esfumo, repentinamente, como si jamás hubiese existido, ni siquiera aun,  el haber dejado un mínimo rastro  de su existencia en mi  vida. Desapareció…

Intente mirar alguna imagen tras mis ojos, pero no había nada que ver, no había nada que contemplar, ni siquiera aún admirar.

Así que lo único que atine en hacer fue en dejarme llevar por esa sensación de adormecimiento que corría por mis venas y que ya no podía combatir. Me deje arrastrar por ese apacible torrente de tranquilidad que quien sabe cómo pero que ya estaba en mí interior… ganando terreno a toda costa…

Y justo en el momento en el que sentía perderme más aun en aquel estado de semiinconsciencia, oía claramente como unos ligeros toques llamaban a la puerta, con cierto nerviosismo en cada uno de ellos, con cierto temor que aunque no lo expresará completamente estaban ahí al acecho susurrando cosas terribles e inimaginables…

-¿Jahíro estás ahí?... ¿está todo bien mi amor?, ¿Jahíro?, ¿Jahíro, ¡¿Jahíro?!...-

¡Mamá!

Reaccione de inmediato, en lo que pudo ser casi un acto reflejo, pero ya era tarde, mi cuerpo no percibió ningún impulso que le mandara mi cerebro, la mitad de mi cuerpo estaba embotado debido al medicamento que hace algunas horas o minutos había injerido, la otra no quería hacerlo así de simple; se mantuvo quieto como si nada pasara, mientras Maite continuaba llamando sin parar un instante siquiera, en busca de una respuesta que calmara su receloso corazón que parecía que se le salía del pecho a cada latido que daba.

Algo estaba pasando, su corazón, el  corazón de una madre como siempre lo había sido lo intuía, lo percibía de alguna manera; después la desesperación cobró fuerza y continuó sus llamados incesantes, golpeando cada vez con más fuerza y desesperación que nunca  la puerta de madera que temblaba siniestramente a cada golpe que sus delicadas manos le propinaban pero que no cedía por nada del mundo…

No podía, no sabía que hacer, su temor le hizo imaginar cosas tontas y absurdas, pero su fe y esperanza despejaron cuanto truculenta idea pasaba por su cabeza…

¡Su hijo, el amor de su vida, no podía, no debía! ¡No él! ¡No, Jahíro!

-¡Jahíro abre la puerta por favor!, ¿Jahíro me escuchas?, ¿estás ahí?, ¡abre!...

Pero sin saber cómo sus  miedos cobraron vida frente a ella, como una siniestra y desgarradora pesadilla, aunque aun no  supiera a precisión, aunque no   imaginara a cabalidad lo que realmente estaba pasando en el interior del baño.

Pero ya era tarde… demasiado tarde para arrepentirme, para dar marcha a tras y borrar lo hecho: ya no era el momento, de hacer algo, por que aunque así lo hubiese deseado ya no podía hacerlo…

Mi cuerpo comenzaba a enfriarse mientras Maite seguía con sus llamados incesantes. Después paró y el picaporte de la puerta comenzó a girar bruscamente, mientras los gritos de mamá se propagaban  por la casa vacía en busca de ayuda, una ayuda que no parecía llegar por más que gritara por más que lo deseara…

Lejos, me seguía perdiendo a cada minuto que pasaba en una nada de tinieblas, de oscuras sombras, de una inmensa soledad… de algo que no podía explicar pero que estaba ahí, latente, vivo, latiendo con un corazón y una vida propia, pero a costa de la mía como una mal parasito que su único fin era eso: crear desconcierto, desorientación, miedo, temor, ese vacío enorme que sentía y que me devoraba sin compasión…

Seguí así, mientras mi cuerpo se sumergía en el agua fría que ya cubría parte de mi rostro y que ya comenzaba a entrar a mis fosas nasales inundando mis vías respiratorias y cada parte de mi cuerpo.

Intente a abrir los ojos, para mirar que pasa pero mis parpados ya no respondieron a nada. Y me quede ahí, en el intento de mi siguiente movimiento, con una enorme duda de que, qué pasaba a mis alrededores.

Los golpes siguieron por un largo rato, hasta que por fin los llamados cesaron, por casi una eternidad completa y el silencio que le precede a la muerte, invadió el lugar…

¿Rendición? ¿Sumisión? ¿Derrota?

Me pregunte dubitativo, en mi estado de inconciencia. ¡No!, definitivamente no, vaya como pude creerlo siquiera por un instante, conocía a Maite y ella era tenaz, obstinada como yo lo era  se podría decir y no iba a dejarme cometer una estupidez, mucho menos aun la más grande de todas, de eso no había ni la más mínima y remota duda que quede claro, era algo de lo que estaba completamente seguro y es que el amor de una madre, no conoce fronteras, eso desde hace mucho tiempo lo había comprobado, aunque hubiese sido de la peor manera…

Y de pronto la puerta retumbo con un sonido sordo hasta caer sostenida sólo por uno de los goznes que la mantenían unida a la marco.  Tras ella Maite y la muerte que miraba con una sonrisa irrisoria la escena que se escenificaba frente a ella: el mejor espectáculo que jamás en su eterna vida había visto… y del cual gozaba como nunca…

Mamá se petrifico al instante… al mirar la desoladora escena que se materializaba ante sus ojos: mi cuerpo inerte, flotaba sobre la fría agua de la tina, mi piel de un tono blancuzco delataba que algo no andaba bien, las ojeras que se marcaban entorno a mis ojos acentuaban más aquel deplorable e irrisorio estado…  Se apresuro en actuar, no perdió un segundo siquiera y se acerco a la tina donde yacía inconciente, busco algún signo de vida en mi frío cuerpo, pero al parecer ya era inútil no había ninguno y dudó rotundamente en encontrar algún otro.

Maite miró  sorprendida, asustada, histérica, era un mar de sensaciones, de las cuales pocas se podía describir y que cada una estaba en su rostro desencajado, pero de pronto cobró el sentido y sin más  se arrojó a mi lado, tomó mi cuerpo entre sus suaves manos e intento inyectarme un poco de vigor, de fuerza o lo que fuera pero que me hiciera reaccionar, que me hiciera cobrar el sentido o tan sólo siquiera que mostrara un débil signo de vida, y es que no podía dejarme marchar, no podía dejarme ir así como así, debía luchar no iba a rendirse, no debía permitirlo: si yo lo había hecho ella no lo iba a aceptar, ella no se daría por vencida…

Pero conforme transcurrían los minutos la esperanza se iba agotando, mi muerte parecía inevitable, un hecho cercano, que ya estaba a la vuelta de la esquina y del cual ya no podía huir, por más que lo intentara o deseara…

Hasta que al fin comprendió que ya era tarde, demasiado tarde como para hacer algo….

Sus calidos brazos me acercaron a su cuerpo,  acunándome entre ellos, como si aun fuera aquel niño pequeño al que intentaba proteger, escudándole de los golpes de la vida, y de todo aquello que le pudiese hacerme daño, hace mucho tiempo… pero sus intentos ya eran en vano, ya no había nada que proteger, el dolor ya estaba ahí, latente, vivo; los golpes habían sido dados certeramente y cada uno cobraba su buena racha de fuerza… ya no había nada que salvar, ya no había nada por lo que luchar por que a cada segundo que el reloj articula caía en un sueño profundo, abismal, eterno, sin dolor, sin pena, sin sufrimiento, sin nada…; un sueño abismal como la mismísima eternidad donde sólo podía percibir una inmensa sensación de paz  y de tranquilidad por doquier; un sueño repleto hasta el tope de un sosiego añorado en antaño en una calurosa tarde de verano en algún lugar perdido de la tierra;  en un sueño donde perdía en sentido de la realidad a cada instante que pasaba; un sueño donde  mi  cuerpo entraba en un estado de relajación total; donde caía silenciosa e inevitablemente  en los fríos brazos de la muerte…


De pronto desperté sobresaltado, como si despertara de una terrible pesadilla a otra mucho más siniestra y aterradora, en un limbo, oscuro, abismal, repleto de tinieblas y penumbras, sin la más mínima luz que disipara las luctuosas sombras que cubrían férrea y silenciosamente por doquier; era como si un pesado manto se hubiese posado en mis ojos y no me dejara ver más allá de lo que realmente deseaba; me hallaba suspendido entre la cruda realidad y la maravillosa fantasía, entre un mágico sueño y una terrorífica pesadilla… entre la vida y la muerte…

Estaba totalmente perdido sin siquiera saber a donde dirigirme o simplemente que hacer de momento e inclusive mucho después de que esto pasara….

¡¿Correr?! ¡¿Gritar?! ¡¿Seguir mi camino?!... ¿Hacia dónde? ¿De qué forma lo haría?, sino había a mí alrededor más que oscuridad, más que soledad, más que un enorme sentido de desorientación, de estar perdido en algún lugar que, de alguna forma, no me inspiraba, ni la más mínima pizca de miedo que se suponía que debería hacerlo; sino había para mí más que dos opciones: esperar ocioso, a que algo pasara o sólo simplemente buscar alguna salida que indudablemente no la encontraría fácilmente por ninguna parte, por más que lo intentara…

De entre la aquella nada absoluto surgió súbitamente una  pregunta, que irrumpió mis pensamientos repentinamente, tomándome desprevenido: ¿esto era la muerte?

¡No!, me apure en responder, tratando de disipar el mal presagio que tenía y que me hacía creer y pensar que mi decisión había sido la equivocada, como todas aquellas que había tomado tiempo atrás y de las cuales me arrepentía hasta cierto punto.

Indudablemente esto no podía ser aquello que tanto había añorado y pensado que era la mejor salida, aquella que creí que, inmediatamente, me haría olvidar el dolor del pasado…

En verdad que esto no podía ser la muerte, no lo podía ser, al menos no aquella que yo tanto deseaba y había buscado tan desesperadamente, como el último de mis recursos, como mi última salida a este dolor que carcomía mis entrañas.

Pero después de cavilar unos cuantos momentos llegue a comprender que  había cobrado el sentido de la realidad, justo entre la delgada línea que separa a los vivos de los muertos, en una delicada línea donde ya no había dolor, donde ya no existía el arrepentimiento ni nada que le pareciera, solamente una gran duda, una persistente incertidumbre de qué había y qué me esperaba más allá, y qué camino debía tomar y nada más… Todo ello acompañado de una abismal oscuridad que parecía aplastarme a  cada uno, de lo que podía ser un minuto en aquel desconocido lugar y que parecía envolverme con el afán de devorarme, de tragar hasta la última de las parte de mi cuerpo y no dejar rastro alguno de él…

Hasta que al fin, sin saber cómo, llegue  a comprender, con un grado de sorpresa que rayaba en el escepticismo mismo que aún estaba vivo: sí, vivo, sin lugar a dudas…

No había muerto, mamá me había salvado, quien sabe como pero lo había logrado… no había duda de ello. No lo iba a permitir…

Mucho después supe que yacía inconciente, en un lamentable e irreversible estado, a la espera de que la llama de la esperanza  se extinguiera de un momento a otro; postrado en la dura cama, de un reconocido hospital de Villa Florencia, con un sinfín de tubos conectados a mi cuerpo que ya no deseaba ni quería vivir y que pese a ello aun me retenían, en esta mísera vida…

La sangre aún corría por mis venas, mucho más lenta que de costumbre, espesa, rebosante de dosis y dosis de medicamentos, pero que aun recorría mi cuerpo en una marcha lenta, imperceptible; mi corazón latía sutilmente, cansado a cada latido que a duras penas alcanzaba a dar.

Sí, aún vivía…

Lo pude sentir, percibir, oír, oler inclusive.   Pero no por mucho tiempo me encargue de asegurarme.

Lejos, en mi inconciencia, proveniente de por doquier, por que aquí hasta el sentido de orientación se había perdido, oí el constante pitido que lanzaba el aparato al cual mi cuerpo se encontraba conectado y transmitía en líneas digitales mis débiles signos de vida que parecían mermarse a cada tic tac que el reloj articulaba; resonando en la amplia habitación donde me encontraba, haciendo un interminable y casi infinito eco en las frías paredes que me rodeaban.

De vez en cuando percibía cuando alguien se adentraba, sutilmente, en mí cuarto, sin hacer el más mínimo ruido, para monitorear  que todo anduviera bien, a la espera de algún signo que indicara que las cosas pronto mejorarían y después el rasgueo de su pluma que se apuraba en escribir algo en su bitácora, donde llevaban el registro de quien sabe qué diablos, para salir y cerrar la puerta que crujía fugazmente; hasta que el insoportable silencio volvía a ceñirse por doquier como un gas venenoso, que se colaba para callar a cuanto sonido provenía  de la afueras, haciéndome creer que me hallaba dentro de una enorme esfera cristal que flotaba ingrávida en el infinito universo, donde no había nada, donde nadie existía, donde la vida ya no era eso sino un vago recuerdo que estaba velado como lo estaban mis ojos ante la inquietante oscuridad.

Sentía el cuerpo embotado, adormecido,  totalmente entumido como si una tonelada de plomo me hubiese aplastado, intente mover un brazo pero mi cuerpo no respondió, los medicamentos estaban haciendo su trabajo e impedían que me moviera un centímetro siquiera; deseaba arrancarme el tubo que traía en la boca, quería terminar con lo que había empezado y poner fin a mi vida… deseaba que todo acabara que ya nada me detuviera pero era en vano aun estaba vivo.  Lo más frustrante era que, yo, no podía hacer nada…

Justo cuando todo era tan frustrante, en mi fuero interno, repentinamente, mi esfera de cristal  en la que me encontraba se estrelló y se partió en un centenar de diminutos trozos de cristal que cayeron a lo que podía ser el fondo de un gran precipicio, atraídos por la fuerza de gravedad que había aparecido de la nada. Por algunos momentos creí que les haría compañía en su imparable caída e iría a dar a algún lugar mucho más tenebroso, más horripilante capaz de causarme algún tipo de miedo, ya que este de ninguna manera lo había hecho. Pero no, todo lo contrario: flote, ingrávido como la mismísima esfera por unos escasos segundos hasta que me posé, en un movimiento silencioso, frágil,  sobre una superficie fría y dura que podía ser mil cosas a la vez, pero no me importo.

Después aquella superficie se volvió liquida, espesa como el alquitrán, donde me sumergí lentamente… como si un gran pantano me llevara a sus más profundas entrañas.

Ya fuera, pero aun dentro de aquello que podía ser un mar inmenso que solo sentía y más no veía, en momentos me inmergía en un pantano de tinieblas, en otros regresa a la superficie como si estuviera en medio del mar, justo en el apogeo de un impetuosa tormenta que hacia que la aguas se levantaran en enormes olas que me arrastraban al fondo y después me empujaban a la superficie, como un muñeco.

Todo era un caos total: en ocasiones percibía, con suma precisión, de cuanto acontecía a mis alrededores, en ocasiones lograba oír nítidamente el amortiguado eco de voces en las lejanías cuando alguien hablaba, como un susurro indiscreto; el desgarrador llanto de mi madre que se culpaba sin piedad, por algo que indudablemente no tenía culpa alguna; las falsas palabras de los doctores que alimentaban una esperanza que yo no deseaba que fuera reanimada, por sobre todas las cosas, por que lo último que yo quería era eso, lo que ellos pedían: Vivir. Otras no había sonido, no había ni el más mínimo ruido, sólo una gran vacío, sólo negras sombras y  una gran e inmensa soledad…

La ira broto de mi pecho, un sentimiento que estaba más que seguro que sólo yo era conciente y que iba dirigido a mí mismo por no haber sido lo suficientemente claro. Y es que: ¿Qué parte no comprendían, de que ya no quería vivir?, ¿qué no habían entendido de que deseaba alejarme de este maldito infierno?, ¿a qué grado su ignorancia les había cegado?, ¿al mismo que al mío?, ¿qué no habían aprendido de mis errores?, ¿tan egoístas eran, que preferían, mil veces, verme sufrir y vivir día a día de un maldito calvario del que no tenía la más mínima culpa?, ¿qué no había sido suficiente prueba mi fallido intento de quitarme la vida, de que ya no había otra salida para mí, de que ya no había otra oportunidad, al menos no en esta vida?, ¿de qué manera querían que se los dijera?, ¿de qué manera deseaban que le abriera los ojos y les hiciera ver esa realidad que al parecer solo yo veía y nadie más?

¡¿De qué forma?! Si la que les había dado no era la correcta entonces ¡¿Cual?! ¡¿Cómo querían que lo hiciera?!

¡Que me lo dijeran!… Necesitaba saberlo no quería que me retuvieran,  no quería que retrasaran mi partida de este mundo…

¡En verdad que deseaba irme! ¿Cómo hacerles entender?  ¿Cómo decírselos?...

Ante la impotencia de no poder hacer nada por librarme de lo que acontecía, deje las cosas a la merced de la vida y del tiempo, en los que de ahora en adelante confiaría ciegamente, como jamás lo había llegado hacer con nadie. De alguna forma sabía que no me iban a fallar, no ellos, en  los que había depositado toda mi confianza, o al menos la poca que después de tanto aún me queda… y por que se habían convertido en mis aliados, en los únicos que tenía y en únicos que contaba, no había más…

El diagnostico de mi estado de salud que arrojaron un sin fin de estudios a los que me sometieron fue drástico y un duro golpe para mi madre, del que estaba seguro pronto se recuperaría, confiaba en eso.

Como lo predijeron los doctores mi estado se había reducido a nada menos que una vida artificial, escasamente sostenida por el aparataje medico, que a la mínima falla pondría en riesgo lo que me quedaba de vida… o a eso que era un intento de vida…

A Maite, por primera vez en su existencia se le habían planteado dos inevitables opciones; la primera: dejarme conectado, siendo alimentado por sondas, respirando un aire artificial en una vida que no podía ser eso, una vida; o la segunda: poner fin a  lo que yo había comenzado.

Ninguna de las dos opciones ofrecidas para ella, era la mejor…. Ninguna lo sería, al menos no, cuando implicaban poner fin a la vida del ser que más amaba en este mundo.

¿Y es que cuál sería? hasta yo mismo me pregunte.

Cuan difícil era este dilema, en que yo la había metido. Y  es que jamás contemple que esto llegara a pasar. En verdad que no lo quería. Pero el paso estaba dado, la hoja había sido cambiada y ya no había vuelta a tras. La salida, si es que estaba en sus manos, no era ninguna de ellas dos, así que dejó que el tiempo decidiera algo que ella no podía, ni quería hacer. No había otra opción.

Transcurrieron días… meses… años inclusive talvez…, nunca llegare a saberlo con exactitud, mientras me perdía más en aquel irrisorio estado,  hasta que en un momento, que creí que nunca llegaría, mi cuerpo se vio invadido por un gélido frío que comenzaba arduamente su trabajo, el inminente frío de la muerte que tanto había retrasado su tan añorada llegada, ante mi llamado incesante, pero que ahora estaba ahí, listo para actuar y hacer lo que seguía.

Inicialmente se apodero, tramo a tramo, de cada una de las extremidades de mi cuerpo, lentamente, con suma pericia, en una leve cosquilleo, como el rozar de una pluma, gozando de llevarse entre su cause cada célula viva que encontraba a su paso y cada rescoldo de energía, tratando así de consumir todo rastro de vida en  ellas, comenzando en la punta de mis dedos y ascendiendo inexorablemente hacia un punto en especifico que no perdía de vista un segundo siquiera, por que ese era su objetivo final: mi corazón que latía cansadamente, lo otro estaba de más, eran minimiedades…

Al gélido frío le siguió, en una cadena de reacciones que ya no se podían frenar: un extraño y leve ardor sobre mi pálida piel, como si fuese quemada  por los lánguidos rayos del sol del atardecer, hasta que por fin perdió toda sensibilidad posible, si es que aun la había; así  que ahora ya no sentía nada de lo que antes pude haber percibido. La escasa brisa que pudo haberse colado por la rendija de la puerta pasaba por mi cuerpo sin provocar el más pequeño escalofrío, ni la más mínima sensación siquiera. Su trabajo era efectivo, acertado se podía decir.

A su paso siguieron mis pulmones reduciendo su labor paulatinamente, restando una inhalación a cada ciclo que estos daban, hasta que dejaron de trabajar arduamente, dejando el resto al aparato que entraba por mis fosas nasales y se deslizaba por mí traquea, haciendo entrar a mi cuerpo oxigeno puro, un oxigeno que pronto ya no lo necesitaría.

La sangre que corría por mis venas dejo de ser tibia, calida como en antaño lo había sido, hasta que se volvió, fría espesa, escasamente bombeada por mi corazón, que al igual que mis pulmones perdía un latido a cada hora que transcurría.

De un momento a otro mi cuerpo,  rechazo toda la comida que hacían entrar en él, y mi sistema inmunológico cayó en una crisis que mermo mis defensas en un repentino instante.  Los escasos medicamentos que a dura penas hacían entrar a mi cuerpo, habían dejado de producir sus efectos y ahora sus reacciones secundarias me azotaban duramente.

En mi fuero interno seguía batiéndome en medio de aquel inmenso mar, bajo la impetuosa tormenta que ahora era ya un feroz huracán que amenazaba con llevarse cuanto encontrara a su paso, entre las altas olas de oscuridad que se alzaban sobre mí y descargaban toda su furia hasta sumergirme en un abismo que no tenía principio ni fin; después, e igual que al principio me abría paso a la superficie donde todo parecía tan igual. Y así sucesivamente, alternando a cada instante, días enteros permanecía en la superficie meciéndome en un leve escarceo, otros nadaba en la oscuridad, pataleando contra las negras sombras hacia la superficie, en un acto reflejo para saber si esto iba a continuar y no tanto por instinto de supervivencia.

Seguía oyendo los débiles murmullos en lo que podía ser las lejanías, en un lugar remoto, que jamás conocería. Y de igual manera las suplicas de mi madre que parecían no cesar en ningún momento, haciendo un enorme tañido dentro de mi cabeza, donde todo seguía siendo caos y desastre total…

Hasta que por fin  la calma llegó…

La tormenta cesó repentinamente, dejándome en un estado donde ya nada sentía, donde ya nada dolía, donde ya nada percibía, solamente el latido de mi corazón… Cómo si las enormes olas me hubiesen llevado a la orilla de algún lugar, donde lo que seguía pronto pasaría.

Permanecía así, quieto, tranquilo,  no se cuanto tiempo, hasta que el día llegó. Después de mucho, muchísimo tiempo al fin llegaba, desde hace mucho que le esperaba, con los brazos abiertos.

En esos momentos el frío ya abarcaba todo mi cuerpo de pies a cabeza, cada tramo de él, sin dejar algún lugar donde no anidara, de alguna forma ya había mermado todo lo que había encontró en su camino, sin hacer excepciones, ni miramientos; salvo mi corazón que a cada minuto que transcurría aceleraba su ritmo, sin motivo aparente, en una danza siniestra, que creía del todo imposible, llegándome a los oídos en un golpeteo frenético…

Contra todo pronóstico mi cuerpo recobro la vida que se le había arrebatado, convulsionándose drásticamente, sobre la dura cama donde yacía tendido, inerte, sin aparentes signos de vida… Era un pez fuera del agua, que aspiraba sus últimas bocanadas de oxigeno.

De pronto el caos, la desgracia, el dolor explotaron sin más, como una enorme bomba…

La maquina que monitoreaba cada latido que mi corazón daba, comenzó a pitar desquiciadamente clamando atención de los que se encontraban  en las afueras hasta que por fin capto su atención.

La puerta se azotó y el caos creció enormemente, expandiéndose por doquier, sin nada que le frenara; un equipo de médicos entró  a la habitación tan deprisa que creí por unos momentos que estaban en la habitación contigua esperando lo inevitable, lo que ya les había hecho esperar mucho, demasiado tiempo.

Se apuraron a trabajar sobre mi cuerpo, desesperadamente, como si mi vida dependiera de cuan rápido pudiesen reaccionar. Y es que así era.

Gritos, palabras ininteligibles era lo único que podía oír de momento hasta que no muy lejos pude percibir una voz que gritaba fuera de sí, con el dolor de la pérdida grabado en cada uno de los gritos que plañía. Alguien a quien habían sostenido por la cintura, pero que aun así luchaba por librarse para ir en mi búsqueda, para mirar lo que estaba pasando e inclusive mirar como moría…

La culpa creció sobre mi pecho al sentir su dolor, al haber causado tan inmenso daño en el ser que más me a amado, pero ya era inevitable, no había vuelta a tras, no ahora, no en este momento…  Ya no había lugar para el arrepentimiento, ya no lo había, en verdad que no.  Lo mejor, o al menos lo que estaba en mis manos era acabar con ello.

Las voces seguían hablando sin parar, con lo que era ya una tenue, casi extinta luz de la esperanza en ellas, aun en contra de todo pronostico. Hasta que todo volvió a ser calma, paz, tranquilidad…

Por unos momentos  mi corazón cesó el acelerado latido que hace sólo unos segundo había comenzado y volvió al estado en el que se encontraba, pero a los pocos segundos retomo su danza frenética, mientras la maquina pitaba, sosteniéndose en una nota alta combinándose con un grito largo y desgarrador que clamaba mi madre, sin importarle nada, solamente yo, algo que yo no había hecho ni pensado aún siquiera…

Después como por arte de magia, el silencio absoluto se hizo.

E Intempestivamente sentí un dolor insoportable en mi pecho cerca de mi corazón, como si me fuese arrancado de un solo tajo, con fiereza… tan intenso que por unos momentos sentí que mi cuerpo se contraía involuntariamente, sobre la dura cama. Intente llevar mis manos a mi pecho pero el dolor había paralizado todo mi cuerpo, así que ya no eran los medicamentos que me mantenían inmóvil, era el dolor que me mantenía a raya y que creció fuertemente expandiéndose  por cada rincón de mi cuerpo.

Me pareció sorprendente que mi boca no hubiese pronunciado ni es más mínimo alarido, ni la más mínima queja. Nada.

Ya sólo era dolor, dolor puro y nada más. Un dolor que me estaba arrancando la vida, eran segundos los que habían transcurrido en aquel infierno, pero para mi fue una eternidad completa, de principio a fin, un verdadero calvario que parecía que no iba a terminar nunca…

De pronto abrí los ojos  y mire sin realmente ver… Y así la cuenta regresiva comenzó…. tres… dos…

Y después de mucho, muchísimo tiempo mi corazón lanzó su último latido, que se sostuvo en una nota alta, como un delicado soprano…

Hasta que por fin todo rastro de vida abandono mi cuerpo…