El otro lado del espejo
Una historia de amor imposible entre dos amigos.
La historia que os voy a contar ocurrió en Sevilla, en 1950.
Pedro y Mario eran muy buenos amigos, más que amigos hermanos, pues los dos se habían criado juntos. Pedro era hijo de un rico empresario de la región y Mario el hijo de uno de sus empleados más fieles. Ambos vivían en un imponente caserón en el centro de la ciudad.
Todo comenzó el día del 17º cumpleaños de Pedro. Por esas fechas Mario ya contaba 19.
Ese día Pedro le confesó a su amigo sus verdaderos sentimientos hacia él, lo amaba más que a nada en el mundo pero Mario no sentía lo mismo. Sólo podía quererle como a un hermano, pues no le atraían los hombres.
Desde ese día la desgracia cayó sobre ellos y los dos sufrían muchísimo: Pedro por no tener el amor de Mario y éste por no poder corresponder al amor de su amigo viendo como se consumía con la tristeza.
Pedro decidió buscar una solución, pues así no podían vivir, y menos bajo el mismo techo. Verse todos los días lo hacía mucho más doloroso.
Escuchó hablar de una mujer en un pueblo cercano que sabía curar el mal de amores. Él no creía en esas cosas, pero era tal la desesperación que sentía que se decidió a ir a verla.
La mujer tendría unos 70 años y vivía en una casa sucia y cochambrosa, plagada de telas de araña. Pedro le explicó lo que le pasaba.
No puedo ayudarte. Será mejor que te vayas.
Por favor, señora. Se que usted me puede ayudar. No me deje así, se lo ruego.
La mujer, al ver la desesperación de la mirada de Pedro, finalmente accedió.
Está bien. Existe un antiguo remedio, pero he de advertirte que es muy caro y no está exento de riesgos.
El dinero no es un problema y estoy dispuesto a correr los riesgos que sean necesarios.
La mujer abrió un cajón, tomó una vieja vela de color verde oscuro y se la dio a Pedro.
Enciende esta vela una noche de luna llena, a partir de medianoche, en una habitación a oscuras y frente a un espejo grande, cuanto más grande mejor. Después pon una mano sobre el espejo y haz lo que te mande el corazón. Por nada del mundo permitas que la vela se apague mientras no hayas terminado. Ahora vete.
Gracias, señora. Es usted muy buena.
Recuerda bien lo que te he dicho. Ten cuidado.
Al llegar a casa, Pedro le contó a Mario lo que había hecho esa tarde y le pidió ayuda para realizar el plan. Mario se encargaría de impedir que la vela se apagase.
Acordaron en hacerlo tres días después. Esa noche habría luna llena y los padres de Pedro y la mayoría del servicio se irían a la finca durante unos días. Iban a estar prácticamente solos.
Llegó la noche esperada. Pedro y Mario decidieron preparar todo en la habitación de los padres de Pedro, donde había un gran espejo en la puerta de un armario.
Pedro se colocó frente al espejo y Mario apagó la luz. Sonaron las 12 campanadas y Pedro encendió la vela, dejando caer unas gotas de cera en el suelo para fijarla.
Llevó su mano hacia el espejo y se estremeció. Su mano había pasado al otro lado. Después de la sorpresa inicial decidió averiguar a donde llevaba el espejo.
Era la misma habitación, pero los muebles estaban cambiados de sitio. Al fondo, junto a la cama, Mario le estaba esperando, o eso creía. Al acercarse a el pudo ver que el lunar que siempre había tenido en la mejilla derecha ahora lo tenía en la izquierda. Pero tenía que ser él.
Bienvenido. Te estaba esperando.
Incluso la voz era la misma. Después de decir eso le besó en la boca.
Pedro no podía creer lo que estaba pasando. Lo que tantas veces había deseado le estaba ocurriendo ahora.
Mario comenzó a desnudarse.
¿No tienes calor?
Pedro estaba paralizado, admirando el cuerpo de Mario, pellizcándose para comprobar que aquello no era un sueño.
Mario comenzó a acariciarle sus cabellos y a besarle en el cuello, mientras le quitaba la ropa. Pedro reaccionó y acariciaba y besaba a Mario, sintiéndose el hombre más feliz de la tierra.
En ese momento la mano de Mario empezó a acariciar el paquete de Pedro por encima del calzoncillo. Pedro se empalmó rápidamente y su rabo empujaba la tela, pidiendo desesperadamente salir de aquella prisión.
Mario le bajó los calzoncillos y se metió la polla en la boca. El intenso placer que sentía le hizo a Pedro casi perder el equilibrio, y se apoyó de espaldas a la pared.
La boca de Mario tragaba el miembro hasta el fondo, hasta que sus labios rozaban los testículos de su amigo, acariciados también por sus manos.
Poco después esos dedos ya estaban masajeando el ano de Pedro, preparándolo para después. Primero le metió un dedo, y luego dos y hasta tres, mientras seguía chupando aquella herramienta.
Pedro acariciaba el pelo de su amigo, mientras le metía la polla en la boca y éste le exploraba la madriguera, haciéndole temblar como a un cachorro recién nacido.
Al rato se corría en la cara y el pecho de su amigo, cayendo sentado al suelo al flaquearle las fuerzas por el intenso placer vivido.
Notó como lo cogía en brazos, besándole en la boca y dejándole en ella parte de su simiente, para llevarlo a la cama.
Le tumbó boca arriba, le abrió las piernas y comenzó a lamerle el culo. Pedro sentía que se iba a desmayar. La lengua de Mario hacía rápidas pasadas por su ano, haciéndole desear que algo más grande llenara el vacío y apagase el fuego que le estaba haciendo arder por dentro.
Mario agarró las piernas de Pedro y puso una a cada lado, mientras su capullo ya luchaba por entrar al paraíso.
Pedro estaba ansioso y al mismo tiempo asustado, pues no estaba seguro de que aquello pudiese entrar en él.
Sintió como avanzaba lentamente, sin prisa pero sin pausa, hasta que todo consiguió entrar. El dolor que en un principio sentía se diluyó al dilatarse su agujero. La polla de Mario comenzó a entrar y salir lentamente, haciendo sentir a Pedro que la alegría volvía de nuevo a su vida.
Le pidió a Mario que acelerase la marcha y que no parase ni un momento. Estaba tan caliente que sólo el roce de su capullo contra el vientre de su compañero era suficiente para tocar el cielo con los dedos.
Mario le agarró por debajo de los hombros y hundió su rostro en el de Pedro, no dejando de besarle ni un momento, mientras éste le agarraba de las caderas, pidiendo que empujase con más fuerza.
Pedro sintió que los dedos de pies y manos se le doblaban y que su culo se cerraba apretando la polla de Mario. Estaba teniendo un orgasmo que ninguna chica había sido capaz de proporcionarle.
Al poco rato sintió una cálida corriente en su interior, que llenaba su vientre, sintiendo que ellos dos eran una sola persona.
Ambos se abrazaron y besaron hasta caer dormidos.
Mientras tanto Mario (el auténtico), no daba crédito a lo que estaba viendo en el espejo, estaba hipnotizado contemplando aquel espectáculo. Tanto que cuando se quiso dar cuenta la vela casi se había consumido.
Mario comenzó a llamar a Pedro a gritos. Éste se despertó y comenzó a correr hacia el espejo. Una voz le llamó:
¿Te vas sin despedirte?
Pedro volvió sobre sus pasos y le dio a Mario un largo beso en la boca.
Mario, desde el otro lado, gritaba angustiado para que se diera prisa.
Entonces la vela se apagó y la habitación quedó a oscuras. Mario escuchó los gritos desgarradores de su amigo y el ruido de cristales rompiéndose.
Cuando encendió la luz sólo pudo ver unos restos de cera y el espejo roto en mil pedazos.
Hoy en día la casa aún existe, aunque está deshabitada y en estado ruinoso.
Pero cuentan las gentes del lugar que en las noches de luna llena, al pasar junto a la casa, puede oírse la voz desesperada de un chico pidiendo ayuda, pidiendo que le ayuden a salir de allí