El otro lado de mi corazón

Lucy se siente muy sola, después de haber dejado a Latis, el amor de su vida, en Céfiro. Su corazón compensará ese vacío, mandándole una sorpresa.

Una torrencial lluvia cae sobre la ciudad de Tokio. Desde la ventana de su cuarto, Lucy observa las ondas que forman las gotas en la superficie de los charcos, imaginando que estos son entradas al maravilloso mundo de Céfiro, que atraviesa uno de ellos y vuelve a vestir su armadura de guerrera mágica. Un monstruo la ataca, pero ella lo parte en dos con su poderosa espada. Sabe que eso no posible, pero le gusta pensar que sí.

Han pasado ya varios años desde que, junto con sus amigas Anaís y Marina, venció a Demoner, salvando al místico planeta y todos sus habitantes de la destrucción. Todo ese tiempo lo ha pasado extrañando aquellas aventuras. También extraña a Latis, su primer gran amor. Se arrepiente de no haberse quedado junto a él. Se siente tan sola, que en ocasiones fantasea con él. Imagina que están juntos, desnudos, abrazados, que Latis la penetra con su enorme miembro y ambos llegan al orgasmo al mismo tiempo. Pero todas esas fantasías, son simplemente eso, pensamientos que no pueden hacerse realidad. Cansada de observar la lluvia, Lucy se mete a la cama. En pocos minutos, se queda dormida.

Bajo sus párpados cerrados, sus ojos se mueven con gran rapidez. Debe estar soñando y algo muy excitante, porque sus pezones, cubiertos solamente por la sábana, se aprecian duros y erguidos. De su frente, escurren unas cuantas gotas de sudor. Se le ve inquieta, se mueve de un lado a otro. Separa sus piernas y ha empezado a gemir. Susurra frases que no se entienden muy bien, pero se adivinan de placer. De repente, al escuchar que alguien la llama, se despierta dando un salto que la deja sentada.

Su respiración se va normalizando poco a poco. Se pregunta si en verdad escuchó esa voz llamándola, o si habrá sido parte de su sueño. La incertidumbre en la que se encuentra, no le había permitido notar algo. Baja una de sus manos a su entrepierna, y luego la sube hasta su cara. Puede ver que sus dedos están húmedos. Mira hacia abajo, y observa que la sábana está manchada por sus jugos. En eso, vuelve a escuchar esa extraña voz.

-Lucy, mi Lucy, ha pasado tanto tiempo. No sabes cuanto te he extrañado. Mi querida Lucy, ven a mí. Ven acércate. - una voz que parece venir del aire, pronuncia esas palabras, con un tono sensual que atrae a la ex guerrera mágica.

Lucy se levanta de la cama y se dirige hacia el espejo. Una vez frente a éste, admira su hermoso cuerpo reflejado en él. El pasar de los años, la ha llevado de ser una adolescente delgada y sin formas, a poseer una anatomía de curvas pronunciadas y provocadoras. Sus senos no son tan grandes, pero si muy firmes y de forma perfecta, con unos puntiagudos pezones color marrón, que continúan endurecidos por el sueño. Su estómago plano, cintura breve y cadera generosa. Piernas largas y bien torneadas. Un sexo con apenas rastro de vello, que brilla a causa de su previa excitación. Y para rematar, un rostro angelical y una cabellera larga y rojiza. En verdad, es toda una diosa de la belleza.

Lucy sigue caminando hacia el espejo. La voz que dice su nombre la lleva en esa dirección. Cuando sus senos se aplastan contra el vidrio, se detiene. Mira su reflejo, ahora tan cerca. Le resulta sumamente atractivo, irresistible. Cierra los ojos y acerca su boca a la de la imagen. Separados nada más por el espejo, sus labios se juntan en un beso apasionado, que aún sin ser real, eriza toda la piel de la joven. Sus pechos también se frotan contra su contraparte, al igual que su concha. Su temperatura sube. Siente que de nuevo está goteando.

Las caricias al vidrio, pretendiendo llegar hasta la persona que está del otro lado, siguen y siguen. Su mano se pega al espejo, se cierra, como si se entrelazara con la de la imagen. Conforme las sensaciones que invaden el cuerpo de Lucy crecen, el color del cabello de su reflejo cambia. Ella tiene los ojos cerrados, por lo que no puede darse cuenta, pero lo que antes era un rojo idéntico al de su cabellera, poco a poco se transforma en rosa. Cuando el color ha cambiado, desde la punta hasta la raíz, se empiezan a formar ondas sobre la superficie del espejo, como si fuera un charco donde caen gotas de lluvia.

El reflejo entra en la habitación de manera lenta. Primero son sus tetas las que salen del espejo; luego sus brazos y piernas, para finalmente quedar fuera de cuerpo entero. Ambas mujeres, Lucy y la que antes era sólo su imagen, tienen el mismo cuerpo. Las únicas diferencias, son sus rostros y sus cabelleras. La primera es pelirroja, y de facciones menos finas comparadas a las de la segunda, quien además, tiene el cabello rozado. Sus bocas permanecen unidas, sus lenguas juguetean entre sí. Cuando por fin se separan, Lucy abre los ojos y se percata de lo que ha sucedido. Su expresión e incapacidad de articular palabra, delatan su gran sorpresa.

-¿Luz?, pero ¿cómo es posible? ¿Cómo es que estás en mi recámara? ¿Cómo puedes existir fuera de Céfiro? - exclama la sorprendida joven, luego de un rato de silencio.

-Mi querida Lucy, ¿qué no lo recuerdas? Yo soy parte de ti. No es necesario estar en Céfiro para que yo aparezca, puedo hacerlo donde quiera que te encuentres. - responde Luz de manera sonriente.

-Tienes razón, pero ¿por qué has regresado? ¿Por qué? - quiere saber la pelirroja.

-Porque tú me necesitas. He venido a jugar con tigo. - se acerca a paso lento - ¿Qué no quieres jugar conmigo Lucy? - la besa en la boca, haciéndole imposible contestar a su pregunta.

Al principio, Lucy trata de rechazar el beso de Luz, pero poco a poco va cediendo, hasta que lo corresponde de manera total, sin reservas ni miedos. La lengua de una recorre el paladar de la otra, para luego enredarse como dos serpientes, encendiendo sus pieles, haciendo reaccionar a sus manos, que comienzan explorándose entre sí. Juntan sus palmas. Entrelazan sus dedos. Son una sola persona y así se sienten. Ahora que están juntas, el vacío y la soledad han desaparecido.

Sus manos se han separado. Las de Luz, suben por el costado de Lucy. A su paso, van sembrando una corriente eléctrica que estremece a la pelirroja. Sus pezones están más duros y grandes que nunca, casi le duelen de tan excitada que se encuentra. Luz los toma entre sus dedos. Los aprieta suavemente, moviéndolos de un lado a otro. De la boca de Lucy salen gemidos de placer.

Las manos de Luz son en verdad hábiles, acarician las tetas de Lucy de distintas formas, una más satisfactoria que la otra. A ambas les gusta lo que hacen, recibir o dar placer. Sus conchas se han convertido en ríos de lubricante, que se deslizan por sus piernas y llenan el cuarto con olor a sexo. Las manos de Lucy, imitan a las de la personificación del otro lado de su corazón. Ahora las dos soban sus pechos. Ahogando sus suspiros y jadeos, se besan con salvaje lujuria.

Luz lleva a Lucy hacia la cama, sin dejar alguna de macear los senos de la otra, y sin despegar sus calientes lenguas. Cuando se topan con el borde del colchón, la más atrevida de ellas, la de cabello rozado, sienta a la otra. Se hinca sobre el piso, entre sus piernas. Baja lentamente su cabeza, mirando a Lucy fijamente a los ojos, transmitiéndole todo lo que siente y dándose cuanta de que es correspondida. Cuando su boca ha quedado al nivel de la raja de la pelirroja, baja su mirada. Se acerca con paciencia al origen de esos jugos de aromas embriagantes. Cierra sus ojos y toca los labios con la punta de su lengua.

Lucy, al sentir la estimulación oral de Luz, arquea su espalda, moviendo un poco hacia adelante su cadera. La cara de Luz queda perdida entre las piernas de la pelirroja por ello. De inmediato comienza a dar rápidos lengüetazos, que enloquecen a Lucy. La locura aumenta cuando la lengua hurgando en su vagina, toca su clítoris, ayudada por un par de dedos que entran y salen de su cueva. Cuando los dientes de Luz muerden delicadamente ese botoncito, y con la punta de su lengua lo acaricia con gran velocidad, Lucy se deja caer sobre la cama, presa de un placer que jamás había experimentado.

Los gemidos de Lucy son cada vez más escandalosos. Sus uñas desgarran las sábanas ante el calor que llena su cuerpo. Esos sonidos excitan de sobre manera a Luz, quien se masturba de manera efusiva. En medio de su borrachera de placer, y con gran dificultad, Lucy le pide a su amante que suba a la cama. Ella la obedece. Con una ágil maniobra, el sexo de una queda al alcance de la otra. Ambas comienzan a chupar con desesperación. Necesitan llegar al clímax, expulsar toda la energía concentrada.

El gozo que sienten de sentir una boca en sus conchas, aumenta cien veces, cuando al mismo tiempo maman un coño, el de aquella que lame el suyo. Ambas reprimen sus gritos, no quieren parar de chupar. Sincronizan sus movimientos. Desean llegar juntas al orgasmo. Lucy tiene tres dedos en la cueva de Luz, y ésta, aún mantiene el clítoris de la primera entre sus dientes. Las dos sienten que el momento cumbre se aproxima. Aceleran sus dedos y lengua.

El orgasmo es avasallador, una empapa la cara de la otra con su corrida, que beben como si fuera el mejor de los vinos. Nunca antes, Lucy experimentó uno igual. Las noches de masturbación encerrada en el baño, no se comparan a lo que acaba de sentir. Ha pasado ya algo de tiempo y la sensación aún sigue, su excitación no ha bajado. No deja de penetrar a Luz con sus dedos, y puede sentir la lengua de ésta en su interior. De manera increíble, vuelven a terminar. La abundancia de su venida no es la misma, pero la explosión, es todavía más intensa.

Poco a poco, las dos recuperan la normalidad de sus respiraciones y latidos. Han sido dos orgasmos, y prácticamente seguidos. Lucy está exhausta, pero al parecer Luz aún quiere más. Se ha volteado, para quedar cara a cara con su amada. Luego de darle un tierno beso, le muestra un consolador de doble punta. Lucy se pregunta de donde lo habrá sacado, pero comprende que no tiene caso hacerlo. Decide simplemente seguir con el momento. Pone sus manos sobre la de Luz, y la guía hacia abajo.

Luz coloca una de las puntas del instrumento en la entrada de Lucy. Lo empuja con fuerza, metiendo casi la mitad de un sólo intento. El grosor y el tamaño de la verga falsa son impresionantes. El dolor que siente la pelirroja es muy fuerte. Quiere gritar, pero Luz se lo impide. Vuelve a besarla, para de inmediato auto penetrarse con el otro pedazo de la herramienta.

Cada una tiene la mitad de la fría tranca en su interior. Luz comienza a mover su cadera, para que el enorme pedazo de plástico salga y entre de sus húmedos coños. Segundos después, Lucy la acompaña en su tarea. Mientras se atraviesan la una a la otra con el juguete, acarician sus tetas y se besan sin parar. La sensación que les provoca el roce continuo, de la superficie de la polla falsa sobre sus paredes vaginales, sumada a las de sus dedos retorciendo sus pezones y sus lenguas en una lucha desesperada, pronto las tiene en la ante sala de un tercer orgasmo.

Cuando presienten que el clímax llega, se mueven con más furia, en direcciones contrarias. Primero dejan fuera, casi en su totalidad, al instrumento que reemplaza a los penes que no tienen. Luego, cuando sus cuerpos chocan, pueden sentir que la punta choca con el fondo de su útero, llenándolas. El juguete entra y sale de sus conchas. El sonido que produce por la extrema lubricación del lugar, se mezcla con el de los gemidos de las chicas, creando un concierto sensual y morboso.

Fuera y dentro, una y otra vez. La cima se ve cercana. Se miran a los ojos y unen sus bocas. Un orgasmo más toca a su puerta. Para resistir la fuerza con que éste llega, una muerde el labio de la otra. La bomba que estalla en sus coños y esparce el cosquilleo y el calor por todo su cuerpo, debió haber sido la más grande de todas. La sensación es casi asfixiante, por poco no la resisten. Han quedado sin una pizca de energía. Luego de regalarse una sonrisa mutua, se han quedado dormidas.

Dos horas después, Lucy abre los ojos. El consolador que atravesaba su vagina ya no está, tampoco Luz. Lo único que queda es el olor a sexo y las manchas en las sábanas. Se levanta de la cama con cierta tristeza. Su corazón dejó salir a Luz para llenar el vacío que le provocaba estar lejos de Latis, pero ahora está sola de nuevo. Se acerca al espejo, y mientras empieza a llorar, toca el vidrio. De repente, una voz le devuelve la alegría. Es luz, que le dice: "No estés triste mi querida Lucy. Cada que te sientas sola, bastará con que pegues tu cuerpo a éste espejo, y yo vendré a hacerte compañía".