El osteópata. Capítulo 1 - Una nueva clienta.

Sandro tenía un negocio tranquilo, hasta que la visita de una nueva clienta lo cambia todo.

El negocio se había estancado en los últimos tiempos. Si hace un par de años habitualmente tenía el día completo, actualmente cuando conseguía tres o cuatro sesiones por jornada, estaba más que conforme.

  • Buenos días Marta - saludé a la recepcionista, a la que estaba pensando despedir. No la necesitaría mucho tiempo si la cosa seguía este decadente ritmo.

  • Buenos días Sandro - saludó con su efusividad habitual.

  • ¿Quién es el primero?

  • Daniel.

  • Ok, gracias. Hazlo pasar en cuanto llegue.

Daniel era uno de los pocos clientes fijos que mantenía. Llevaba viniendo tres años a sesiones, y la verdad es que no mejoraba casi nada, aunque yo le insistía en que cada día le veía mucho mejor. No sé cuánto tiempo más podría mantener su fidelidad.

Comprobamos qué tal llevaba sus ejercicios nuevos, y aunque seguía realizándolos de manera incorrecta, le animé a seguir con ellos durante un mes más, para conseguir equilibrar su posición. A veces los clientes me hacían perder la fe.

  • ¿Quién es el siguiente? - consulté a Marta.

  • Se llama Patricia. Viene hoy por primera vez.

  • ¡Anda! Me alegra escuchar que viene alguien nuevo.

  • Trátala bien. Más te vale que vuelva...

Tenía toda la razón. De nada valían los clientes que hacían la revisión inicial y luego no volvían nunca más. Pan para hoy y hambre para mañana.

Entré en mi cuarto y revisé la documentación del día. Aproveché para enviar recordatorios a los clientes del día siguiente, y al rato llamaron a la puerta.

  • Pase, por favor.

  • Buenos días y perdón por la tardanza. No pude llegar antes. De verdad que lo siento.

  • No te preocupes, llegas a tiempo.

Nada más verla me quedé embobado. No solía tener clientas tan monas. Solían ser cuarentonas como mínimo, pero Patricia debía tener poco más de 20, si mi intuición no follaba... digo, fallaba.

  • Siéntate en la silla, por favor. Te haré unas preguntas y luego me cuentas cuál es el problema. ¿Te parece?

  • Perfecto.

  • ¿Edad?

  • 23

  • ¿Estatura?

  • Emm, creo que 1,67.

  • Me vale, más o menos. ¿Alguna enfermedad?

  • Diría que no...

  • ¿Alguna operación?

  • Me rompí la tibia a los 15 años. Nada más.

  • Y nada menos...

  • ¿Es importante? - dijo ella un poco asustada.

  • Bueno, esas lesiones suelen dejar secuelas si no se curan bien. Ahora miramos qué tal quedó. ¿Comes bien?

  • Debería comer mejor, la verdad.

  • La dieta es importante. Luego me cuentas y miramos como podemos mejorar en este apartado. ¿Vas al baño todos los días?

  • Un día sí y uno no... creo.

  • ¿Casada, soltera? Puedes no responder si...

  • Soltera. No tengo problema en decirlo - dijo sonriendo.

Esta pregunta no era interesante para la sesión, pero en este caso me pareció buena idea tener el dato.

  • Perfecto entonces. Escribe tu nombre y apellidos en este hueco y te hago la ficha. Quítate la ropa y quédate en ropa interior, y me cuentas el problema que te trae por aquí. Me costó decirlo sin tartamudear.

  • ¿En serio? No esperaba tener que desnudarme... y vengo de la playa... ¡qué fastidio!

  • Si tienes reparo no te preocupes, puedes quedarte con la ropa, pero es más difícil ver cómo tienes el cuerpo. Es importante para hacerme una idea correcta.

  • De acuerdo entonces, espero que te guste mi bikini... - Mientras lo decía estiró el cuello de su camiseta mirando lo que llevaba debajo.

Venía vestida con unas mallas negras ajustadas que dejaban ver los tobillos, unas sandalias de tiras con un ligero tacón, y una camiseta ajustada azul. Quitando las sandalias, traía puesto un atuendo apto para ir al gimnasio, pero yo necesitaba que se quedara con la menor ropa posible. Y aunque no lo hubiera necesitado, habría hecho una excepción. Estaba para mojar pan la chica. Tenía una bonita melena morena, bien larga, y recogida en una coleta. Y aunque me costó mirarle a los ojos, pude ver que los tenía marrones.

No pude evitar observar cómo se desvestía. Tenía un especial interés en ver cómo se desnudaba. Siempre me había gustado ese momento en el que las chicas se quitan la ropa. Habría ralentizado el tiempo si pudiera. Aquello requería una cámara superlenta.

Lo hizo todo muy suavemente, y bastante despacio, tengo que decir. No es lo habitual, ya que normalmente los clientes quieren que pase ese momento lo más rápido posible.

Primero se quitó las sandalias con delicadeza, levantando un poco la pierna para no tener que agacharse. Lo hizo de tal manera que me pareció extremadamente erótico. Se quitó la otra sandalia y la posó en el suelo, dejando unas interesantes vistas de su culo al hacerlo. Luego se sacó la camiseta, lo que provocó un ligero movimiento de sus pechos al rozarlos con sus brazos. Se giró un poco hacia la pared, como si quisiera evitar que le viera con tan poca ropa. Luego se sentó en la camilla para quitarse las mallas. Todo lo que hacía me parecía muy sensual. No pude evitar la erección, pero la disimulé colocando el pantalón con la mano, rezando para que no lo hubiera notado.

  • Ponte recta, por favor. - Le dije firmemente.

  • Perdón, ¿así está bien?

  • Muy bien.

Me puse a su espalda, de forma que podía echar un buen vistazo sin que me viera. Quitando el tema de la pierna, en la que se le notaba una leve diferencia de musculatura, el resto lo tenía bien. Más que bien diría yo. Tenía un culo bien tonificado, y una espalda que parecía muy suave, sin ninguna imperfección. Nunca había tenido una mujer tan exuberante delante de mí. Mi novia no estaba nada mal, pero comparada con Patricia tenía las de perder... ella casi todas las mujeres.

  • Necesitamos mejorar la musculatura de tus piernas. Es lo más obvio que aprecio.

  • ¿Está muy mal, Sandro? ¡No me asustes!

  • No, con 3 o 4 sesiones diría que lo tendremos solucionado - le dije. Siempre decía 3 o 4 para asegurarme al menos 180 euros. Eso si conseguía fidelizarla, y que volviera una vez cada semana.

  • ¿En serio? Poco tiempo me parece. Me das una alegría la verdad. Pero si tengo que venir más veces, vengo sin rechistar.

  • No creo que necesites más, la verdad. Ahora túmbate en la camilla boca arriba. - le dije.

  • Y ahora quítate el bikini y enséñame lo que hay debajo.  - No, eso sólo lo imaginé pero no dije nada, aunque sería un sueño hecho realidad.

Cuando se tumbó, con las piernas entreabiertas, se percibía un ligero abultamiento en la parte inferior del bikini. Me quedé absorto durante unos segundos, intentando ver algo entre las transparencias, pensando en cómo sería lo que hay bajo la ropa...

Le hice varios movimientos con las articulaciones, algún crujido de los que gustan a los clientes, y me puse cachondo, sin remedio. Tenía una piel tan suave, con unas curvas tan bien hechas... deseé ser masajista por un instante.

Mientras movía sus brazos haciendo varios giros, me fijé en sus firmes pechos. Los tenía ni muy grandes ni muy pequeños. Con ese bikini tan fino se le marcaban bien los pezones. Pensé que tendría que buscarme una escusa para tocarle los pechos en una sesión, pero al momento descarté la idea. No sería creíble de ninguna manera.

  • El tronco superior lo tienes mejor. Necesitas algún ejercicio para fortalecer la musculatura, pero poca cosa. Levántate y vístete. - Dije de forma contundente. Si por mí fuera seguiría con la sesión varias horas más, pero el tiempo se estaba terminando.

  • Me alegro de que me veas tan bien - dijo Patricia mirándome a los ojos. Creo que me puse colorado.

  • Te mando unos ejercicios a tu correo electrónico y nos vemos en dos semanas. Debes hacerlos un día sí y uno no. Y a la vuelta vemos si mejoraste, ¿te parece?

  • Lo que tú me digas me parece perfecto. Confío en ti. No me defraudes eh. - me dijo sonriendo. Yo le devolví la sonrisa, mientras ella cogía su ropa para vestirse.

  • Entonces nos vemos el próximo día. Pide una cita a Marta al salir.

  • Muy bien, hasta pronto entonces. Haré todos los ejercicios que me has mandado.

Cogió sus pertenencias y se acercó a la puerta, donde yo estaba esperando como un verdadero caballero, para dejarle pasar a ella primero. Abrí la puerta mientras ella se acercaba, y al pasar por mi lado me dijo, acercándose mucho a mi oreja:

  • Me he dado cuenta de que te has empalmado. No te preocupes, les pasa a todos. - Dijo ella por sorpresa.

¡No me jod...! se había dado cuenta. Me quedé tan sorprendido que no pude ni soltar un chiste ni nada. Ni siquiera pude cambiar el gesto. ¡Qué vergüenza!. Además, la forma de decirlo me confundió, ya que de ella esperaría una sonrisa, pero lo hizo con un tono muy seguro y serio.

Patricia pidió cita para el siguiente día, y Marta se quedó mirándola mientras salía.

  • Vaya pivón, ¿no? - Me dijo mientras hacía gestos obscenos con las manos.

  • Bueno, tampoco es para tanto - Dije, con pocas esperanza de parecer creíble.

  • Ya, tu novia está mejor y bla bla bla...

  • Si está bien o mal es lo de menos, mientras pague a mi me vale - Dije, intentando cambiar de tema, y me metí de nuevo en mi sala para evitar más preguntas.

Dos semanas después...

Hoy era el turno de Patricia de nuevo. Como durante la hora anterior había tenido ninguna visita, pasé el rato pensando en lo que me había dicho al irse. Me había dejado sin palabras al decirme que se había fijado en mi erección. Por la poca conversación que habíamos tenido, me había parecido una chica divertida, y algo tímida, pero después de lo que me había dicho me había quedado con dudas de cómo era ella realmente.

  • ¿Se puede pasar?

  • Pase, pase.

  • ¡Hola Sandro! Vengo con los deberes hechos. Ni un día he dejado de hacer los ejercicios. Espero que se note. - Dijo ella mostrando seguridad.

  • Esperemos que sí. Si los hiciste bien, seguro que se nota la mejoría. ¿Comiste mejor estas semanas?

  • Bueno, al menos lo intenté. Sigo comiendo mucha basura, pero algo he mejorado. Ensalada, cremas y beber agua... que para mí ya es bastante.

Pensé que si tenía ese cuerpazo sin hacer nada, lo que podría conseguir si se tomara un poco en serio la alimentación y el ejercicio... pero los genes a veces ayudan.

Hoy, aprovechando el calor que hacía en la calle a pesar del cielo nublado, venía vestida con una falda corta color negro, y una camiseta roja que resaltaba sus estilizados pechos. Esta vez en lugar de sandalias traía unos deportivos negros, a juego con su vestimenta.

  • Muéstrame como hiciste los ejercicios. - Le dije dejándole espacio.

  • Me pones nerviosa. ¿Qué es lo que quieres ver?

  • Te sorprendería la cantidad de gente que los hace mal en su casa.

  • Ah, bueno. El primero era así...

Empezó a reproducir uno a uno los ejercicios que le había propuesto. Para mi sorpresa los hizo todos muy bien, exceptuando un par de detalles. Mucho mejor que lo que solía ver de mis otros clientes. Pero he de decir que no me sorprendió, ya que el primer día me había fijado en que tenía buen equilibrio, y buena memoria.

  • Te felicito, los has hecho muy bien.

  • Gracias, maestro. - Dijo, mientras hacía la señal de la victoria con los dedos.

Reconozco que en algún momento dejé de fijarme en los ejercicios, para observar otras cosas más interesantes.

  • Entonces, ¿me desnudo ya? - dijo Patricia con apariencia de tener prisa.

  • Venga, quédate en ropa interior. Vamos a ver si has mejorado algo tu equilibrio corporal.

Me di la vuelta para coger mis anotaciones de encima de la mesa, donde había apuntado su estado durante la primera sesión, para comparar con su estado actual después de dos semanas. Generalmente se debería notar una ligera mejoría.

Cuando levanté la vista de mi cuaderno, no me podía creer lo que estaba viendo. Patricia se había quitado la ropa que traía de la calle, pero en vez de quedarse en ropa interior como le había indicado, ¡se había quedado con los pechos al aire!

  • No es necesario que te quites toda la ropa. - Le dije, intentando mantener la calma, a la vez que recogía la camiseta y se la acercaba estirando mi brazo al máximo, como queriendo mantener las distancias.

  • No te asustes Sandro. No es nada que no hayas visto ya. ¿No decías que necesitabas ver mi cuerpo?

  • Tu cuerpo sí, pero no necesito ver tanto. Anda, ponte la camiseta.

  • Deja que me quede así por favor. Estoy más cómoda - dijo Patricia con cara de no haber roto nunca un plato.

Me llevé las manos a la cara moviendo la cabeza de un lado a otro. No estoy seguro de que es lo que quería demostrar. ¿Quería comprobar si me ponía cachondo mostrándose así o realmente estaba más cómoda?

  • Me puedes meter en un buen lío - dije, todavía sobresaltado.

  • Vamos hombre. Dime que tengo que hacer y sigamos.

Intenté olvidarme de sus pechos desnudos, pero era totalmente incapaz de concentrarme. Me había vuelto a empalmar y estaba seguro que ella se había dado cuenta. Si se había fijado el otro día, que fue algo más sutil, hoy no había duda.

Se había quedado sólo con una braguitas blancas lisas y ajustadas. Si por alguna razón, Marta hubiera entrado en este preciso instante, se habría quedado de piedra al ver lo que yo tenía delante. Seguro que me habría echado una buena bronca.

Cualquier profesional decente habría parado la sesión en este mismo instante, pero el demonio que tengo en la cabeza me estaba diciendo que me aprovechara de la situación. Mientras, el ángel me decía que parase inmediatamente, pero nadie le hizo el más mínimo caso.

Tenía las tetas muy firmes, como es propio de su edad, y con unos pezones pequeños, como a mí me gustan. Eran perfectas, y no podía dejar de mirarlas. Con gusto me habría acercado a tocarlas, pero a simple vista parecían muy jugosas.

  • Intenta llegar con los dedos de las manos a la punta de los pies, pero sin doblar las rodillas. - Le indiqué.

  • No llego, ¿es normal?

  • Sí, además estás bastante cerca. Lo raro sería que llegases, si habitualmente no estiras.

Durante unos minutos le indiqué varias posturas y ejercicios que quería que hiciera, para ver su mejoría.

  • Ves, aquí donde tenía marcadas tres equis, ahora sólo voy a poner dos. Vas mejorando.

  • No parece un gran avance Sandro. Me deprimes con tus equis. - Me miró con cara de fastidio.

  • Créeme, es buena cosa. Túmbate boca arriba en la camilla y seguimos.

Ella lo hizo sin rechistar. Me encantaban todos sus movimientos. Esta vez se había dejado el pelo suelto y todavía le hacía parecer más sensual, o igual era yo que estaba demasiado salido.

  • ¿Por qué no me quitas las bragas? Total, es lo único que me queda...

  • Patricia, por favor, me estás incomodando.

No sé qué es lo que pretendía, pero si quería ponerme nervioso lo había conseguido. Notaba cómo mi corazón se aceleraba sin remedio. Por un momento me imaginé la situación, acercando las manos y bajando su ropa interior muy despacio, mientras ella levantaba las piernas para ayudarme. Demasiado erotismo para una sala de osteopatía.

  • Lo siento, sólo era una sugerencia. Te habría gustado verme desnuda. Además, vengo afeitadita como a ti te gusta...

  • ¿Cómo...?, ¿Cómo a mí me gusta?

  • No te asustes hombre, a todos os gustan afeitadas. ¿Sí o no? - Dijo con su sonrisa pícara.

Tenía toda la razón. No creo que a todos les gustara, pero acertaba de pleno al decir aquello. Me volvían loco las chicas recién rasuradas. Y me encantaría que se bajara las bragas y me enseñara todo y poder tocar algo tan suave, pero intentaba mostrarme como un profesional, aunque estaba empezando a flaquear.

  • Tú te lo pierdes Sandro. Estas oportunidades pasan una vez en la vida. ¿No te arrepentirás?

No respondí a aquello e intenté seguir con la sesión con normalidad. Me coloqué al frente de la camilla y continué con los movimientos de articulaciones para mejorar la movilidad. Había notado que en su tobillo izquierdo tenía un pequeño bloqueo que no le permitía la misma torsión que su otro tobillo, por lo que hice toda la fuerza para hacerlo crujir y conseguir recuperar toda la amplitud de giro.

Mientras, noté como algo rozaba en mi pantalón. Patricia seguía a lo suyo, y con el pie derecho empezó a tocar en donde no debía. Con la yema de sus delicados dedos bajaba y subía desde la base de mi pene hasta la punta. Estaba tan empalmado que ya no había forma de disimular nada, y se me marcaba totalmente por encima del chándal.

Patricia tenía unos pies preciosos. Traía las uñas pintadas de negro en esta ocasión. Había aprovechado para tocarlos mientras hacía los estiramientos, y los tenía muy suaves por el empeine. Me ponían demasiado los pies bonitos, era uno de mis fetiches.

Ella seguía subiendo y bajando, acariciando mi pene y consiguiendo que la erección fuera todavía a más. Me di cuenta de que sin querer, había dejado de hacer movimientos con su tobillo, y simplemente tenía agarrado su pie derecho, dejándome llevar por el placer de su masaje. Incluso había cerrado los ojos un rato.

Decidí que aquello tenía que parar. Era demasiado peligroso. Apoyé su pie en la camilla y me giré hacia mi escritorio.

  • Patricia, tienes que irte ya. Todo esto es muy tentador, pero tengo que continuar trabajando. Si alguien se diera cuenta de esto podría perder todo...

Ella empezó a levantarse de la camilla, y se acercaba hacia mí.

  • Perdóname Sandro. Yo solo quería jugar un poco. He sido mala, lo reconozco.

Mientras hablaba, seguía acercándose a mí, y yo ya había retrocedido hasta mi escritorio y no me quedaba más espacio de huida.

  • Quiero pedirte perdón de la mejor forma que sé...

Patricia se puso de rodillas delante de mí, me miró a los ojos, durante unos largos segundos, desde allí abajo, y luego acercó su cabeza a mi pantalón, y empezó a moverla lentamente masajeando mi pene con ella. Notaba su boca rozando, su nariz cuando pasaba, y todas las partes de su cara cuando se apretaba contra mí. Noté como abrió la boca y volvía a moverse de abajo hacia arriba, y lentamente de arriba hacia abajo. El calor de su aliento llegaba a mi piel, traspasando la tela.

No pude responder ni hacer nada. Me había vencido con sus artimañas. Consiguió que me olvidara de la sesión y de donde estábamos. Mi cerebro había dicho adiós, y se había marchado por la puerta. Ahora mandaba mi pene, y me había ordenado dejarle hacer a Patricia lo que quisiera con él.

Sin casi darme cuenta ella había ido bajando mi ropa poco a poco mientras se frotaba contra mí. Sentí como algo húmedo pasaba por la punta de mi pene, cuando con la lengua la atrajo para introducírsela en la boca. Mientras me miraba fijamente de nuevo, se quedó quieta apretando la boca. Mi corazón estaba bombeando a tope, tanto que me sentía un poco mareado. No me podía creer lo que estaba sucediendo. Patricia seguía quieta con el pene en su boca, notando como crecía dentro de ella. Cada vez que notaba que se movía dentro, apretaba un poco más con su boca, hasta que se me puso tan duro que parecía que iba a explotar. Solo entonces empezó a moverse lentamente hacia atrás y hacia delante, poniéndome todavía más nervioso y excitado. Al rato empezó a moverse más rápido, mientras apretaba con sus labios más y más. Instintivamente le cogí la cabeza con suavidad con mis manos, acompañando su movimiento. Noté su expresión en sus ojos cuando lo hice, y me estaba diciendo... ¡Has caído en mis redes!

Patricia dejó libre su boca para hablar: - Puedo parar cuando quieras, no tienes más que dec... No le dejé terminar lo que quería decir. Le cogí la cabeza de forma brusca y le metí mi pene en la boca de nuevo, bien hasta el fondo. Pensé que igual me había pasado con la fuerza, pero ella pareció no sentirse ofendida y siguió chupando.

Y pasó lo que tenía que pasar. No me había percatado de que la hora de sesión ya había pasado sobradamente. El siguiente cliente ya estaba en la sala de espera para su sesión, así que Marta se acercó a la estancia sin que yo pudiera escuchar sus pasos, llamó a la puerta, y entro sin dar tiempo a nada.

  • Sandro, tienes al siguiente espe... ¡Joder! - Dijo sobresaltada, llevándose la mano a la boca. Se dio la vuelta apuradamente y cerró la puerta con un buen golpe. Le escuché decir al cliente que solo tenía que esperar unos minutos, y ya podría pasar.

Para mi sorpresa, Patricia no solo no había parado de chupar, sino que ni se había inmutado con la entrada de Marta. Ni cuando la vio en la sala paró por un segundo. Odio quedarme a medias, pero no podía hacer otra cosa que sacarme de encima a Patricia, y eso hice. Le aparté, esta vez más suavemente, pero con firmeza.

  • ¿Seguro que no quieres que termine? - dijo ella todavía de rodillas.

  • ¡No! Levántate y vístete rápido, que tengo otros clientes que atender.

  • Siento que te quedes así, pero terminaremos esto en otro momento, ¡te lo prometo! - dijo Patricia mientras se levantaba, dejando ver sus enrojecidas rodillas, por estar tanto tiempo en la misma posición.

  • No habrá siguiente ocasión. Esto es una locura, y lo sabes.

Patricia terminó de vestirse, sin hacer mucho caso a lo que le había respondido. Cogió sus cosas y al pasar por delante de mí me dio un beso en los labios, sin darme tiempo a reaccionar, y me dijo:

  • Nos vemos el próximo día. Seguiré con los ejercicios de la semana pasada. Y que sepas que hoy me has dejado mojada... esto no se quedará así. Vendré a que me folles, y no te podrás negar - dijo mientras salía por la puerta, y sin mirar atrás. No me dio tiempo ni para responder.

Esperé unos instantes para recuperar las pulsaciones, que estaban a mil, y que se me bajara la erección. Ordené la sala para el siguiente cliente, y salí por la puerta para avisar a Marta. No le pude ni mirar a la cara.

  • Tú y yo tenemos que hablar - dijo enfadada.

  • No hay nada que hablar. Siento lo que has visto. No volverá a pasar... borra a Patricia de la agenda. No volverá por aquí. - dije zanjando el tema.

  • Pásame al siguiente por favor.

Continuará...