El Oso, después del perro

Mi marido había conseguido que me lo hiciera con un perro y ahora, estab apreparando un encuentro diferente.

El Oso (Tobi 3)

Hola, Mi nombre es Paula. Soy una chica de veintiocho años. La historia que les voy a contar es continuación de una serie de experiencias que he tendido con mi marido, Gerardo. Hace unos días vinieron a cenar un matrimonio amigo. Es una pareja muy graciosa. Él, Martín, tiene unos cuarenta y cinco años y mide por lo menos 1,90. está fondón y es un tipo tranquilote y amable, que habla y se mueve con lentitud. Por lo menos pesa cien kilos, lo que significa que no está muy gorda, pero un poco fondón. Ella, Penélope, es igual de alta que yo, es decir, 1,65 , pero tiene unos treinta y cinco años. Es inquieta, nerviosa, predispuesta. Hacen, como digo, una pareja graciosa.

El caso es que Martín, después de cenar, le dijo a Gerardo, Mi marido, que qué era eso tan divertido que les tenía que enseñar. De primeras me quedé un poco sorprendida, por que ni yo misma lo sabía, pero cuando ví a mi marido echar mano del mando del vídeo, pensé en la película.

-¿Qué vas a hacer?-

-Nada, nada.- Decía mi marido mientras ya buscaba la película.

-¡No se te ocurra ponerles la película!-

Penélope intervino entonces -¡Ay hija! ¿Por qué no? ¡Nosotros somos los primerso que hemos hecho muchas locuras!-

-No lo niego, ¡Pero es que esto…!-

-¡Anda tonta!-

Me negué en rotundo y por cortesía, Martín y Penélope me ayudaron a que Gerardo no pusiera la película ¿Sabéis que película es? Bueno, No se si os acordáis que el perro de un amigo que estuvimos cuidando se enamoró de mí y Gerardo no me paró de insistir hasta que me llevó atada de una cadena a que me montara…¡Y todo eso lo grabó! Y luego, hizo lo mismo con Rambo, el perro de nuestra finca, ¿Y también lo grabó!. Imaginaros la vergüenza que me daba el que nuestros amigos nos vieran de aquella manera.

A pesar de los morros de Gerardo, la velada continuó. Luego nos despedimos y Gerardo salió a la puerta a despedirse. Tardó un rato y cuando volvió al lecho, fingió no estar enfadado, pero no me hizo ni caso en toda la noche, a pesar de que habíamos bebido, y cuando bebemos nos ponemos muy calientes.

El caso es que a las dos semanas, Penélope y Martín nos invitaron a su casa. Yo ya me olía que algo tramaba Gerardo, pro que se le nota. Empieza a mirarme de arriba abajo con casa de codicia, de hambre de sexo, muy callado, muy zorro. Me encanta saber que prepara algo. Yo, además sabía que no Penélope ni Martín eran unos santitos, pero los dos juntos, menos que menos. El caso es que cuando me preparaba para arreglarme ese sábado para ir a verles, Gerardo entró en el dormitorio.

-¡A ver! ¿Qué bragas llevas?- Me subí la falda y se las enseñé. No os extrañe. Yo conozco a Gerardo y por el tono de voz entendía que me tocaba hacer el papel de chica sumisa y putita. -¡No, esas no!- Fue al cajón de mi ropa interior y sacó unas tangas blancas. Luego siguió con la inspección. Me tiró una minifalda escandalosamente corta sobre la cama y un suéter de manga larga. -¡No es necesario que te pongas ni medias ni sujetador!-

Fuimos en silencio. Un silencio que habla de expectación, en coche, hasta el chalecito de los Martínez, a las afueras de la ciudad. Mi marido ponía su mano sobre mi muslo en los semáforos y subía la falda. Yo se lo permitía, hasta que el coche arrancaba, y entonces me la bajaba disimuladamente. -¿Qué me tienes preparado? ¿Me tienes preparado algo?- Le dije discretamente, a lo que respondió un gesto de no saber, por lo que entendí, que la iniciativa de la noche la iba a llevar la otra pareja, o sea, Penélope.

Bueno, cuando salí del coche con esa pinta de putita barata se me caía la cara de vergüenza. A Martín se le caía la baba y Penélope me estudiaba. Luego nos sirvieron unas copas. No nos enseñaron la casa, por que ya la conocíamos bastante bien. Estuvimos hablando y bebiendo, luego comimos y luego volvimos a hablar y a beber. En eso, a Gerardo se le escapó -¿Os gustó la película?-

¡Qué cabreo! Me cambió la cara. Martín sonreía con benevolencia. Penélope abría y cerraba los ojos con rapidez y Gerardo miraba hacia el suelo, como diciendo " Hala, ya he cumplido mi parte".

Penélope intervino, por que veía que era capaz de comerme a Gerardo, y no a besos. -¡Bueno, está muy excitante! ¡Nosotros todavía no hemos llegado a eso! ¡Jajaja!-

Martín saltó con tranquilidad -A mí lo que me llamó la atención es que Paula se dejara poner un collar. Yo creo que Penélope sería incapaz.-

-Pero no me importaría hacerlo con un perro si eso me excitara, cariño- Dijo Penélope.

Empezaron a hablar entre ellos y como durante toda la noche había habido buen rollo y habíamos bebido bastante, entonces, se me fue pasando el cabreo. Pronto estuvimos riéndonos de las bromas que le gastaba Penélope a Gerardo a costa del tema. Gerardo casi estaba avergonzado.

Así que en un momento dado, Martín se levantó de la mesa de reunión y se excusó. Al cabo de un rato, Penélope se me puso muy cerca. Entonces me dijo en tono sinuoso al oído, rozando con la uña del dedo mis piernas. –Sabes, te tenemos preparado una cosita para ti.- Y mientras me decía esto, Gerardo se levantó y no sede donde, se sacó el collar que utilizó para aparearme con Rambo y con Tobi, y ponía la cadena al extremo del collar. Penélope me acariciaba los muslos sin cortarse un pelo. No es la primera vez que em acariciaba una mujer, pero sí era la primera que ella lo hacía. Era una mano segura. La miraba mientras mi marido tiraba del suéter hacia arriba y dejaba que Penélope viera mis pechos, y por un momento, pensé que se caería sobre ellos para lamerlos. No lo hizo, y se retiró de la habitación mientras mi marido me magreaba los pechos con una fuerza que me asustaba. –Ahora vas a ver lo que Penélope te tiene preparado-

-¿Qué es? ¿Otro perro?-

-No-

-¿entonces?-

-¡Uno oso!-

Yo, claro, no podía creer eso del oso, pero mi marido parecía convencido. Me cogió por debajo de la barbilla con la mano mientras bajaba su mano hacia mi sexo, subiendo la minifalda y manoseando mis muslos, mi vientre y mi raja. Desabrochó lel botón, bajó la cremallera y me invitó a deshacerme de la falda. En eso momento, apareció Penélope.

Había cambiado de ropa. Se había quitado el traje que llevaba y se había puesto los zapatos de montar y el pantalón de amazonas. No llevaba sostén. Me admiró su figura, a pesar de que sus pechos evidenciaban sus treinta y cinco años, yo firmaría por tener ese cuerpo a esa edad. Venía tirando de la cadena algo, algo que sonaba pesado y que era más alto que ella. Por un momento temí que realmente estuvieran todos de acuerdo en aparearme con un oso. Estuve a punto de gritar cuando vi su gigantesca sobra, cuando de repente, al otro extremo de la cadena, apareció totalmente desnudo, tan solo tapado con el bello, Martín.

Era horrible realmente como un oso, lleno, llenísimo de pelo, en los brazos, en los hombros, en el vientre, en la espalda. El pelo del vientre se le unía al del pubis y le bajaba por los muslos, y las nalgas igual. No sabía si ponerme a reír, por que era realmente cómico verle aparecer, con un collar en el cuello, y tirando de él, por una cadena, su mujer, Penélope, a al que sacaba al menos dos cabezas.

Martín me miró un poco avergonzado, lo mismo que yo a él. Me fijé en su pubis, ya que él se fijaba en el mío. Eso si que era bueno. ¡Que aparato! Gerardo se puso en un segundo plano, mientras Penélope tomaba un extremo de mi cadena y nos juntaba a los dos. Martín sonreía ahora como un bobo. Yo estaba algo asustada.

-Bueno, ahora, Ya sabes, Paula lo que tienes que hacer con este osito.- Dijo Penélope. -¡Anda, Yogui!-

Su marido reaccionó a la palabra Yogui, como un auténtico oso. Comenzó a ponerse furioso. Yo estaba ahora realmente atemorizada. Intenté escapar, pero Penélope me atrapaba con fuerza. Marín extendió sus brazos y me agarró con un de ellos. Era muy fuerte. Me levantó del suelo y me llevó hacia él. Penélope se sentó junto a Gerardo, que se había quitado los calzoncillos y se había sacado el pene, meneándolo en la palma de la mano.

Pedí a Martín que me dejara, chillando, pero sentía sus carcajadas, siempre de bonachón, y una de sus manos tomo el extremo de mis tangas. Sentí un tirón y cierta presión, y comprendí que ya no llevaba bragas. Martín me las había arrancado. Notaba su respiración pesada mientras me apretaba contra su pecho con unos brazos que podían hacer casi tres veces los míos. Era una muñequita en sus brazos. Pataleaba, por que tenía medio en volandas, pero me hacía yo más daño que él.

De repente, noté que me tenía agarrada del otro extremo de la cadena que amarraba mi collar. Él estaba sin collar. No sé cómo ni quién se lo había quitado. – ¡Obedécele!- Oí gritar a Gerardo. Le miré y me hizo un gesto de asentimiento y me animaba con la cabeza. Penélope tenía metida la mano dentro del pantalón. Se acariciaba. Yo estaba todavía asustada, mientras Martín recogía la cadena. Miré su miembro, que estaba medio hinchado.

Aquellas manazas recorrieron mi cara y apretaron mis senos, mientras esos labios gordos me besaban. Escuchaba sus jadeos, de animal vicioso, esos jadeos que son los que a veces una escucha cuando te llama un desconocido. De repente, me cogió en volandas y me llevó hacia la mesa. De un manotazo la limpió, estrellando la porcelana contra el suelo, y me dejó sobre ella.

No sirvió de nada que instintivamente cerrar mis piernas, por que Martín era más fuerte que yo, y por que aquella situación, me empezaba a poner muy caliente. De repente me imaginé que no era Martín quien me tenía entre sus brazos, sino un oso realmente, y me volví dócil a sus deseos. Abrí las piernas y sentí su vientre amorfo en mis muslos, haciéndome cosquillas con el bello de su panza. Desde donde yo podía verle, apenas se veía otra cosa que su belludo pecho. Su mano me acariciaba. Era la mano de un gorila.

Mis pechos se movían al antojo de su mano, mientras aún me retenía atrapada con la cadenas, que mantenía cerrada en un puño. Miré a Penélope, que se pellizcaba un pezón mientras cerraba sus piernas con la mano dentro de su pantalón. Luego miré a Gerardo, que re arrascaba entre los muslos, apretando la mandíbula.

Martín pellizcó mis pechos todo lo tiernamente de lo que era capaz, y luego, sustituyó su panza por su dedo en mi clítoris. Lo sentía rozarme toscamente, y pasarlo de arriba hacia abajo, cada vez más hacia abajo, hasta que yo misma me di cuenta que lo sentía húmedo por mis flujos. Miré su pecho y detrás sus ojos que me miraban con algo realmente de animal, debajo de su calvota. Entonces comencé a sentir que introducía lentamente su dedo dentro de mí, Sentí la primeta falange, la segunda, y hasta el final. Aquel dedo no era un pene, pero tampoco era un dedo normal. Además, me acordé de que incluso en las falanges era belludo y me excité creyendo sentir sus pelos rozar las paredes de mi vagina. Me abrí. Le ofrecí mi sexo y comenzó a meter y sacar el dedo, mientras que, sin soltar mi cadena, ponía la mano bajo mi cintura y me obligaba a arquear la espalda. Comencé a moverme contra su mano. Él notó mi excitación y me penetraba con el dedo cada vez más rápido y decididamente, hasta que comencé a chillar de placer, mientras me corría.

Sentí sonreír a Martín con satisfacción. Miré a Penélope, que ya se acariciaba sin disimula, con los pantalones de montar por debajo de la rodilla, mientras miraba el pene de Gerardo. No me gustó, pero pensé que en el fondo ¿Me podía poner celosa?

De un manotazo, Gerardo me obligó a darme la vuelta. Le dí la espalda. Entonces pasó la mono por debajo de mí y atrajo mi culo hacia su vientre, Me tuve que poner a cuatro patas, mientras evitaba que me moviera, aferrando fuertemente mi cuello con la cadena. Era una lengua enorme, grande, salivosa la que me lamía las nalgas.

Su aliento se clavaba en la piel de mis muslos mientras proseguía lamiendo mi miel con esa lengua de oso. Me lamió entera. El sexo, el clítoris, los muslos, la parte baja de mis nalgas, e inundó mi ano de una sensación cálida y húmeda, lo que me vino muy bien cuando al instante siguiente, me ordenó que me separara las nalgas.

El dedo que antes me penetraba la vagina se hundía fuertemente en el ano, mientras sentía entre mis nalgas el puño y detrás del puño, que seguía agarrando la cadena, su panzota grande y oblonga. Movía el dedo de un lado hacia el otro, y su roce me ponía loca y hacía que estuviera mojada otra vez. Estuvo así hasta que no aguanté más. Me relajé y se me escapó un pedo (Qué vergüenza me da decirlo) Todos se rieron y Marín sacó su dedo lentamente.

Dejé de sentir su mano cerrada entre mis nalgas, para sentir su panza, entonces pasó una mano por mi vientre y otra vez en volandas, me llevó contra él. Me bajó de la mesa y me fue soltando, dejándome resbalar por su cuerpo formidable. Sentía el calor de su barriga en las nalgas, y de repente, entre las piernas, la punta del glande que intentaba intentaba penetrarme.

Me deslizaba y su pene se deslizaba dentro de mí. Lo hacía lentamente, agarradno mi cuerpo con sus manazas peludas, hasta que estaba más llena "de hombre" que nunca he estado. Puse mis piés sobre los suyos y apoyé las manos sobre la mesa. El dobló ligeramente sus rodillas para estar más a la altura. Sentía su mano recorrer mi espalda hasta que de pronto, agarró un gran mechón de mi cabello y tiró de mí hacia detrás.

Me empujaba con su cuerpo. El meneo de su cintura y mi humedad hacía que casi me saliera de su pene cada vez que sentía su vientre empujarme. De verdad que eran unos meneos bestiales. Ya os he dicho que tenía mucha fuerza. Puso una mano en mi vientre para que no se me saliera, y entonces empezó a darle todavía más fuerte. Mi vagina vibraba, estaba a punto de explotar. El cimbreo de mis pechos hacía que mis pezones se pusieran como fresones de duros. Martí ponía su otra manaza en mis espalda, o en mi cuello, o pellizacando mis endurecidos pezones que se le escapaban entre sus dedos.

De repente, me cogió de la cabeza y me hizo girarla con fuerza. -¡Mira!-

Mi marido estaba recostado en el sofá y Penélope se le había subido a horcajadas. Estaba desnuda y se estaban follando. No se perdían nada de la escenita que les dábamos, mientras Penélope botaba sobre Gerardo. Cerré los ojos y quise girar la cabeza. Comprendiendo Martín que no deseaba verlos, pues para mí ser follada de tan magnífica manera cómo estaba siendo follada era suficiente, me permitió mirar hacia el frente, mientras me daba todavía con más fuerza.

Lo comencé a sentir eyacular dentro de mí. Me puse nerviosa, pensando en que me podía quedar embarazada, peor me acordé que hacía tiempo nos comentaron que tenía hecha la vasectomía, por lo que disfruté. Comencé a sentir fuertes contracciones en mi vagina, producto final de sentir sus chorritos de semen rociarme tan profundamente como nunca me habían rociado, mientras Martín eyaculaba ferozmente, hasta colmar mi sexo, que creo que si nla llega a sacar, hubiera rezumado de su semen.

Quedé tendida sobre la mesa, pues creedme que fue un orgasmo intensísimo, mientras mi osito se agachaba tiernamente y besaba mi cabecita. Estaba sudorosa del meneo que me había metido Martín.

Miré hacia mi marido y Penélope. Habían acabado ya. Penélope avanzaba envuelta en una bata y me hizo incorporar mientras tiraba de mi cadena. No paró hasta que nuestras bocas se unieron. Nos fundimos en un muerdo con lengua, mientras acariciaba mi cuerpo con su mano suave, tan diferente a la de Martín. Puso su mano en mi sexo y extendió por mis muslos la humedad que salía de mi vagina. Ya os he dicho que no es la primera vez que estoy con una mujer, pero sí era la primera vez que estaba con Penélope. Entonces me obligó aponerme de rodillas frente a ella.

Noté un gran cuerpo avanzar tras de mí. Me giré y era Martín , que venía a cuatro patas, enseñado por Penélope, Comenzó a lamerle, y yo me sentí invitada a hacer lo mismo. Martín lamí todo su cuerpo, sin ponerse de pié, desde luego, desde los dedos de los pies hasta donde su lengua alcanzara. Yo repetía lo mismo que él. Nuestras lenguas se encontraban en los puntos más vulnerables de Penélope, pero como yo no podía llegar a sus pezones, por ser más bajita, mientras el lamía sus pechos, yo lamía su clítoris.

-¡Ya está!- Dijo Penélope dando una voz fuerte. Martín se quedó mirando atontado, y yo extrañada, entonces empezó a enfilar el pasillo, mientras yo la seguia desnuda, a cuatro patas, guiada por la cadena, hacia su dormitorio. No me atrevía a mirar a Gerardo, cuando pasamos por delante de él. Yo ya conocía el trato que había hecho. (Yo te follo a ti…y luego tú te llevas a mi mujer ).

Abandoné el cuarto de Penélope varias horas después, después de probar su vagina un par de veces, y ella, penetrarme con los dedos y saborear la mía otras tantas. Al atravesar el pasillo vía a Martín durmiendo desnudo sobre la alfombra y me imaginé que mi marido estaría en el cuarto de los invitados, donde tras despertarse, me recibió con un beso. Su pene estaba tieso, pero yo estaba cansada. Lo dejamos para el día siguiente.

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