El orgullo de papá.
Toda hija es motivo de orgullo para su padre, pero, ¿que pasa cuando crecen y empiezan a salir y conocer a otras personas? Ya no es lo mismo. Sin embargo, Arturo comprenderá que tal vez no sea así del todo.
Soraya volvía a casa a eso de las seis de la madrugada. Todavía la noche cubría con su manto de oscuridad todo el lugar, así que la chica de veinte años decidió aprovecharlo para infiltrarse en su hogar. Llegaba tarde y como su padre la pillase, se podría liar una buena. Llegó a la puerta, la abrió, haciendo el mínimo ruido posible, y entró.
Ya en el interior, se quitó las sandalias para caminar sin montar demasiado alboroto. Primero, decidió ir a la cocina para beber un poco de agua y quitarse el sabor a alcohol que impregnaba su boca. Fue cuidadosa hasta llegar al fregadero. Una vez allí, cogió un vaso y se dispuso a llenarlo en el grifo, pero entonces, la luz se encendió.
—Vaya, hoy has venido más temprano de lo habitual —dijo una voz familiar a su espalda.
La chica respiró intranquila. Sabía perfectamente de quien se trataba.
Al volverse, pudo ver a su padre sentado en una de las sillas que rodeaban a la mesa de la cocina. No tenía ni idea de cuánto tiempo llevaría allí, pero seguro que no era poco. Mirándolo a la cara, se dio cuenta de lo enfadado que estaba. Por eso, decidió apartar su mirada, avergonzada ante la situación.
—Todo un record —añadió el hombre sin escrúpulos.
Guardó silencio. No sabía qué demonios decirle y, aunque lo supiese, de poco serviría. Arturo, que así era como se llamaba su padre, era un hombre estricto y severo. Bueno, no siempre fue así. En la realidad, se trataba de una persona amable, cariñosa y preocupada. Él había dado todo por ella y más desde que su madre murió, cuando Soraya no contaba con tan solo siete años. Desde entonces, solo fueron papá y su hija, pero últimamente, las cosas se habían puesto tensas.
—Por lo menos, no vienes borracha —indicó Arturo, aunque no se le notaba aliviado por eso.
Su hija sabía que él estaba muy cabreado. Desde hacía un año, había comenzado a salir con mayor frecuencia con sus amigas de la universidad. Al hombre, de buenas a primeras, no le pareció mal, pero conforme el tiempo pasaba y ella regresaba tarde a casa o, en algunas ocasiones, ni siquiera aparecía, la cosa fue cambiando. Entendía su preocupación, pero en los últimos meses, su actitud era más la de un dictador que la de un padre. O bien le decía que viniese temprano o que le llamara cada cierto tiempo. Si no lo cumplía, ya la estaba esperando bien cabreado para echarle la bulla. Estaba harta. Soraya tan solo quería divertirse, eso era todo.
—¿Con quién has venido? —fue la pregunta que le hizo su padre.
A la chica le empezaba a hartar sus malditos interrogatorios. Cada noche que la pillaba, la sometía al tercer grado. Resultaba humillante e incluso, invasivo.
—Me ha traído Zoe, ¿vale? —le contestó algo quejicosa—. Tiene coche. Y para que lo sepas, hemos estado saliendo por el centro. Nos hemos metido en un par de locales para nada peligrosos y después de estar allí unas cuantas horas, nos hemos vuelto cada una para su casa. ¿Te parece suficiente?
Arturo no dijo nada. Seguía allí, sentado y con los brazos cruzados. Soraya prefirió ignorarlo y se dio la vuelta para llenarse el vaso de agua. Se disponía a bebérselo cuando su padre le hizo otra pregunta.
—Dime, ¿te has acostado con alguien?
Casi se le calló el vaso de la mano. Se volvió hacia él y lo encontró en la misma postura en la que lo había dejado. Sus ojos marrones apuntaban de forma directa a ella, como si la estuviera acusando de algo. La chica se sintió agobiada y nerviosa. Tanto que tuvo que dejar el vaso sobre la encimera para no tirarlo. Luego, se apoyó allí, colocándose casi sentada y con las palmas de las manos extendidas. Su cabeza quedó agachada, deseando mirar a su padre.
—Te he hecho una pregunta, responde —le apremió.
Como lo odiaba. Podía preguntarle cuanto había bebido o donde había estado, pero el tema de con quien se acostaba, era ya una invasión de su privacidad. Ya le había dicho un millón de veces que dejara de hacerle esas cuestiones, pero el hombre no desistía. Habían llegado a tener peleas muy fuertes por esto y se habían llegado a hacer daño el uno al otro. No comprendía porque seguía indagando en ese tema.
—Siempre me preguntas lo mismo —señaló Soraya entristecida—. Y cuantas veces te repito que es algo personal.
Su padre no reaccionó ante estas palabras. Permanecía estático, simplemente a la espera de que le diese una respuesta. Harta de notar su escrutadora mirada, respondió.
—No he estado con nadie —contestó rabiosa—. Ahora, ¿puedo irme a dormir?
El hombre se limitó a guardar silencio. Soraya no tenía ni idea de que se le estaría pasando por la cabeza a su progenitor, pero tampoco le apetecía saberlo. Se disponía a marcharse cuando este se puso en pie y se dirigió hacia donde estaba ella.
Se colocó justo delante de la chica. Soraya podía notar sus ojos observándola con mucha atención. Tembló un poco, no tenía ni idea de que podría pasar.
—¿Con cuántos te has liado? —preguntó su padre de repente.
—¿Que? —dijo la chica aturdida.
—¿Digo que con cuantos te has acostado? —volvió a preguntar Arturo de nuevo, levantando su tono de voz, sobre todo en la parte de “acostado”.
La chica se sintió intimidada. Era un poco más alto, pero aun así, notaba como su figura parecía hacerse mayor por momentos. El miedo se enroscó en su interior, dando clara señal de que algo peligroso podía suceder.
—¿Dime, cuantos han sido?
Ya no sabía si estaba ante su padre o ante un desconocido psicópata. Ya habían tenido momentos tensos entre los dos y siempre hubo palabras mayores entre ambos, pero esta noche, las cosas aparentaban estar a punto de descontrolarse. Había mucha presión y tenía que salir por algún lado.
—¿Que más te da? —le espetó Soraya—. Además, es mi vida. Tú no tienes por qué meterte en ella.
Se miraron. Ella tenía los mismos ojos que su padre, marrones claros. Siempre le parecieron atrayentes, poseedores de un brillo especial que decía más de la persona que una precisa descripción en palabras. Y ahora, los notaba ardientes e intensos. Le disgustaba reflejarse en ellos y por eso, no taró en apartar su mirada, otra vez.
—Soy tu padre —dijo Arturo sin previo aviso—. Me preocupo por ti. Quiero saber con quién estas porque necesito que estés bien. Es solo eso. Me importa tu seguridad, cariño.
Soraya miró a otro lado. Definitivamente, era la explicación más absurda que el hombre se podía haber sacado. Al notar su indiferencia, el padre agarró el brazo derecho de su hija. Ella se puso algo tensa ante este acto. No comprendía a que venía eso.
—Y yo ya no soy una niña —le encaró la joven—. Así que deja de controlarme y de esperar aquí abajo a que venga para someterme a un interrogatorio porque te interese saber con quién follo. Me da miedo verte de esa manera.
—Te lo vuelvo a repetir, ¿con cuántos?
Su insistencia comenzaba a resultar agobiante. Soraya estaba harta. Quería una respuesta, pues la iba a tener.
—¡Con un montón!
El hombre quedó en silencio. Temió que aquella respuesta fuera a sacar lo peor que había en él, algo muy típico en un padre que descubre que su hija era más putilla de lo que pensaba. No era del todo cierto.
—¿Es en serio? —preguntó con tono grave—. Dime un número.
Sabía que jugaba con fuego, pero si guerra quería, eso le iba a dar.
—Puede que ya sean cien si contamos el de esta noche.
Se apartó de su lado. Arturo se quedó inmóvil, apoyado contra encimera. Soraya pensó que tal vez sería una buena idea irse a su cuarto, pues estaba a punto de provocar algo muy peligroso. Sin embargo, pensó en quedarse.
—¿Que me quieres decir con eso? —cuestionó desconcertado el hombre.
Le iba a hacer pagar por todas las noches de humillación que le había hecho pasar con sus indiscretas preguntas. Ahora sabría lo que era bueno.
—Pues que te voy a decir, que tu hija es una zorra de mucho cuidado. —Le tembló el pulso al decir esto último, pero se mantuvo en su sitio— Me encanta follar papá, que me la metan lo más dentro posible y me masacren sin piedad mientras grito como una burra. Joder, me he tirado tantos.
La expresión de su padre indicaba que no estaba disfrutando con estas palabras. Ella, en cambio, se lo estaba pasando bien.
—Oh, papi, si tú supieras la de noches que te engañé haciendo creer que solo estuve con unas amigas, cuando en realidad, estaba montándome una buena orgía con unos recios maromos. —Sonrió para acentuar la malevolencia de lo que decía—. Soy una gran putona. Me encanta echar polvos como una desbocada y ni tú ni ningún hombre tenéis derecho alguno a denigrarme o controlarme por ello. Hago lo que me da la gana y cuando quiero.
Arturo aparentaba estar al borde del colapso. Se mantenía callado con, el semblante muy serio y, eso sí, concentrado, escuchando la perra confesión de su hija. Soraya se preguntaba que se le estaría pasando por la cabeza en esos momentos. Seguro que era incapaz de poder creer que su buena niñita, el “orgullo de papá”, como él solía llamarla, era una insaciable devoradora de hombres. Lo peor, no era tan cierto como ella le contaba.
—¿Es en serio lo que me dices? —Sonaba estupefacto.
Soraya no podría estar mostrándose más canalla ante su padre. Por una vez, le estaba poniendo los puntos sobre las ies.
—Sí, he follado un montón. Mis compañeros de clase, tíos de la universidad, ligues de discoteca. —Lo enumeraba todo con total tranquilidad y muy divertida—. Hasta me he tirado a hombres de tu edad. Incluso, profesores.
La mirada de sorpresa que le lanzó su progenitor hizo que la chica se sintiera muy cachonda. Estaba disfrutando como nunca.
—Claro, papi, ¿cómo crees que he aprobado todo? ¿Por ser muy buena estudiante? —Cada palabra sonaba más hiriente que la anterior—. He tenido que chupar muchas pollas, hasta algún coño, para conseguir mis matrículas de honor.
Su padre se empezó a mover de un lado a otro. Vacilaba, con los brazos cruzados y una expresión de horror en sus ojos. Se percibía que era incapaz de asimilar todo lo que la joven acaba de contarle. Se detuvo y la miró. Soraya se estremeció al notar la mirada de preocupación que tenía. Le dio algo de pena, pero tenía claro que se lo merecía.
—No me puedo creer —Estaba cada vez más nervioso—. Yo…yo no te eduqué para esto. Siempre te he dicho que te he dicho que tengas cuidado y ahora, ¡resulta que has estado con un montón! Y lo de los profesores espero que no sea cierto.
Los dos se miraron. Soraya se había apoyado contra un armario de madera. Su pierna derecha se dobló para pegar la planta de su pie sobre la puerta de madera. Sus manos las tenía colocadas por detrás, cogidas la una de la otra. Era una pose casual que denotaba completa indiferencia. El hombre siguió mirándola, sin saber muy bien que decir o hacer. Al final, decidió sentarse, buscando serenar su turbulenta mente.
—Es increíble lo que me cuentas —dijo—. ¿Esta es la vida que te gusta tener? ¿Follar sin parar, tan solo eso?
—Me encanta —replicó ella—. Y tú no tienes por qué cuestionarme ni presionarme por ello. De nuevo, es mi vida y hago con ella lo que quiero.
—¿Así es? —preguntó el hombre.
—Pues si –le contestó sin dudarlo—. Y ahora, ¿me dejas ir a mi cuarto?
Su padre no le respondió. Notando ese silencio, la chica optó por irse de la cocina. Ya estaba a punto de salir cuando el hombre volvió a hablar.
—Te tenía por alguien más inteligente.
Aquella frase la hizo darse la vuelta. Cuando lo vio, estaba de pie de nuevo y acercándose a ella. Sin dudarlo, la chica se colocó frente a él, dispuesta a plantar cara.
—¿Que insinúas? —habló con claridad mientras lo miraba desafiante.
Lejos de sentirse intimidado, Arturo mantuvo su mirada fija en su hija, esa chica a la que había criado él solo. Soraya esperaba una respuesta de su parte. El hombre se acercó un poco más, quedando muy cerca. La chica respiró un poco tensa. No tenía ni idea de que pretendía. Y entonces, sintió un suave roce en su brazo derecho.
—Eres muy mala mintiendo.
Entonces, la agarró con fuerza. Soraya entró en pánico, sin saber que ocurría, pero no tardó en percatarse cuando su padre la besó sin ningún pudor. La chica abrió sus ojos de par en par ante lo que presenciaba. Notó como la envolvía en un fuerte abrazo por su cintura y lo atraía más a él. Se volvieron a mirar. No entendía nada.
—Mi niña, sé que tú no eres así —dijo Arturo sin ningún pudor—. Si quieres jugar a ser una chica mala, debes aprender.
Sin mediar palabra, volvió a besarla. Soraya estaba aturdida, sin poder creer lo que le estaba sucediendo. Era su padre y la estaba besando, muy bien, todo había que decirlo. El hombre se tomaba su tiempo. Presionaba con sus labios, solapándose con los de ella. Sus cuerpos se encontraban bien pegados y la chica podía notar la fuerte constitución del hombre. Pese a tener cuarenta años, seguía estando en muy buena forma. Sintió como sus manos recorrían toda su figura.
—Eres tan bonita —le dijo su padre al retirar su boca—. Tan hermosa como tu madre.
La observó con goce, haciendo que Soraya se estremeciera de la emoción que la embargaba. Ella llevaba puesto una vestimenta que realzaba sus encantos. Una camisa negra bien apretada resaltaba sus pechos, una corta falda dejaba al descubierto sus bonitas piernas de piel clara, el intenso rojo del pintalabios acentuaba la sensualidad de sus carnosos labios, el rímel rodeaba de forma bonita sus marrones ojos. Todo la hacía ver como una fémina preciosa y deseable. El hombre acarició su pelo negro, liso y que llevaba en forma de melena corta.
—Papá, ¿qué te ocurre? —preguntó la chica, perpleja ante tan extraña situación.
El hombre continuó acariciando su pelo, embelesado en su suavidad. Entonces, la miró y eso inquietó a la joven.
—Me vuelves loco —expresó con voz grave—. Y ya no aguanto más este jueguecito.
La besó otra vez, atrayéndola a su cuerpo. Sin pensárselo, las manos de Arturo viajaron por debajo de la falda de su hija y apretaron su redondo y duro culo, recubierto tan solo por un tanga. Amasó sus nalgas sin pensárselo mientras su lengua se colaba en la boca de la chica. Ella se sentía abrumada por todo lo que sucedía. Aún trataba de comprender porque su querido padre le hacía esto, pero tampoco se necesitaba tanta explicación. Estaba jugando con fuego y, de tanto hacerlo, se había quemado.
—Ah, papi —gimió la joven cuando la besó en el cuello.
Siguió apretando su rico trasero, aferrando esos cachetes tan deliciosos. Se notaba que le encantaba al hombre. Ella tampoco se quedó atrás y acarició a su padre, sintiendo sus firmes músculos y un tacto caliente y maduro. Continuaron así hasta que el hombre se apartó.
—Ven —le dijo.
La llevó hacia la mesa, le hizo darse la vuelta y la hizo inclinarse sobre esta.
—Oye, ¿qué haces? —Soraya se notaba preocupada.
El hombre levantó la falda y contempló extasiado el trasero de su hija.
—Madre mía, ¡que culo tienes! —comentó desbocado.
Amasó esas maravillosas nalgas, las toqueteó sim contemplación, recreándose en su dureza. Y entonces, el dio una sonora palmada a una.
—¡Auch! —exclamó Soraya.
—Eres una niña muy mala —dijo el hombre con tono severo—. Bastante mala.
Le dio otro azote.
El dolor quemaba y, en otras circunstancias, le molestaría. Sin embargo, le encantaba y quería que siguiese.
—¿Por qué soy mala? —preguntó deseosa.
—Por mentirme —respondió su padre—. Por decir que te has acostado con muchos cuando, en realidad, no es así.
Le dio otro sonoro azote, un poco más fuerte. Soraya gimió algo molesta, pero lo soporto.
—¿Cómo has podido hacerme creer por un momento que eras así? —Otro tortazo cayó en su culo tras hablar—. ¿Qué te he hecho para que me hagas esto?
Sentía su coñito humedecerse. La situación, tan perversa con su propio padre, la estaba encendiendo como nunca antes imaginó.
—Papi, tú me controlas mucho. Siempre me preguntas por todo y nos peleamos por eso, así que decidí vengarme de esa manera —le respondió con voz rota y provocativa. Buscaba incitarlo más.
—Mi vida, tan solo miro porque estés bien, que no te pase nada malo —explicaba el hombre mientras acariciaba el culo—. Jamás intentaría controlarte ni someterte. Solo me preocupo por ti.
A la chica le enterneció lo que su padre le decía. Siempre la había cuidado y protegido. Por eso, le dolía haberle mentido, aunque en el fondo, se decía que era necesario. Además, estaba dando paso a algo muy interesante.
—Lo sé, pero ya no soy una niña —continuó diciendo con voz lastimera.
—Tienes razón —aseveró Arturo—. Ahora eres toda una mujer.
La mano del hombre fue acariciando la rajita del culo su hija, y antes de que ella se diese cuenta, se coló por esta. En anda, tocó la tela del tanga y enseguida se dio cuenta de lo mojada que estaba.
—Vaya, vaya, pero si veo que mi niñita se ha puesto cachonda —comentó con sorpresa.
Soraya iba a hablar de nuevo, pero entonces, recibió dos fuertes azotes en su trasero. Los aguantó con fuerza, llegando a apretar los dientes, pues se los había dado más fuerte que antes.
—No me puedo creer que te hayas excitado —dijo con cierta indignación—. Supongo que habrá que darte una lección.
—Papá… —mencionó la joven y eso era todo lo que iría.
Arturo bajo el tanga y abrió las nalgas de la chica. Ella temblaba de la emoción, incapaz de poder creer que estuviera am erced de su padre con el culo ofrecido.
—Madre mía, si estás bien mojada —expresó con impresión el hombre.
La muchacha parecía querer decir algo, pero apenas pudo cuando sintió la lengua de su progenitor recorrer su vagina. Tan solo pudo suspirar ante esto.
La lengua del hombre recorría el húmedo sexo de la joven. Se impregnaba de sus fluidos y los degustaba con ganas. Llegó hasta el prominente clítoris y lo chupó con ganas antes de ascender y lamer el oscuro ojete. No cesó de subir y bajar hasta que Soraya estalló en un glorioso orgasmo.
Todo su cuerpo tembló. Sintió una fuerte explosión de humedad en su entrepierna y notaba la boca de su padre chupando sin piedad su sexo. La chica cayó rendida sobre la mesa. El placer gozado la dejó aturdida. Había sido tan delicioso experimentarlo. Sin embargo, su padre no había hecho más que comenzar.
—Veo que te he dejado agotada —comentó su padre—. Pues no acabo más que de empezar.
Volvió a lamer su sexo con ganas. Soraya no tuvo más remedio que cerrar sus ojos y disfrutar. Aquella lengua se movía con agilidad, explorando cada recoveco de su húmedo coñito. Resultaba muy excitante y el placer que le daba, la estaba volviendo loca. Nunca nadie la había hecho disfrutar así.
—¿Estás disfrutando, cariño? —preguntó Arturo a su hija.
—Sí, papá —respondió desbocada—. No pares, porfi.
—Suplícame, quiero que lo hagas —le pidió el hombre.
—Papi, no te detengas —dijo ella muy deseosa—. Quiero que me des mucho placer.
—Di que eres una guarra.
—Lo soy, papi. Soy una tía muy guarra.
Como respuesta, recibió unos cuantos azotes en su culito. Le dolió, pero, lejos de molestarla, le dio mayor placer.
Arturo siguió lamiendo el coño a su hija, haciendo que volviera a correrse de nuevo. El estallido de placer que Soraya sintió fue increíble. Nadie jamás le había dado tanto placer.
—Por amor de Dios, ¡cuánto chorrea de aquí! —decía el hombre asombrado.
Volvió a lamerla, pero no tardó en comenzar con algo nuevo. Humedeció su dedo corazón con saliva y se lo metió en el acuoso sexo de la chica.
—¡Agh! —gimió la pobre mientras sentía la falange introduciéndose en ella.
El dedo siguió adentrándose hasta llegar al final. Entonces, el hombre comenzó a bombearlo de dentro hacia afuera. Soraya lo sentía retorcerse por su húmedo conducto, resultaba tan placentero. A la vez, notó como los dedos de la otra mano de su padre le estrujaban el clítoris. Eso solo hizo que acabase gritando con estridencia.
—¿Te gusta que te toquen así, putita? —preguntó ansioso el hombre.
—¡Si papi! —respondió ella muy exaltada—. No te detengas.
Y no lo hizo. Al tiempo que sus dedos acercaban su hija a otro próximo orgasmo, Arturo se dedicó a lamer el ano de la joven. Su lengua exploró con enorme interés ese agujerito, introduciéndose más y más en él. Se notaba estrecho, lo cual le llevó a deducir que su niña todavía no se lo había entregado a nadie. No se podía decir lo mismo de su coño. Aunque estrecho, no hallaba ni rastro de himen, así que ya no era virgen.
—¡Papá, me corro! —anunció entre aullidos la joven.
Su cuerpo entero no dejó de moverse. Los chillidos que emitía eran estruendosos, llegando a taladrar sus oídos. Podía ver como alzaba la cabeza mientras gritaba con desesperación. Cuando todo por fin acabó, Soraya terminó desplomada sobre la mesa.
El hombre, que se encontraba de rodillas, se levantó, observando el cuerpo inerte de su hija. Su rostro aparecía arrebolado y enrojecido, producto del fuerte agobio al que la había sometido. Notaba su pecho contraerse con fuerza, respirando en busca de aire. Se inclinó sobre ella, poniendo su cuerpo sobre el suyo. La miró al rostro. Varios mechones de pelo negro lo ocultaban, aunque el brillo de sus ojos marrones se percibía. Esos ojos que eran herencia suya. Le dio un suave beso en la mejilla.
—Te quiero mucho mi vida —le susurró—. Y te lo voy a demostrar con creces.
—Papi —masculló Soraya.
Dos dedos se volvieron a meter en su coñito y no tardaron en comenzar a torturar su sexo. La chica no tardó en volver a gemir. Esta vez, sentía el rostro de su padre cerca. Su cálido aliento le daba en la piel. También notaba el peso de su cuerpo y como su brazo descendía hasta su entrepierna, donde estaba siendo taladrada sin piedad. Gritó desesperada cuando notó el par de falanges clavándose aún más dentro.
—¿Con cuántos chavales has estado de verdad? —preguntó el hombre mientras detenía su placentera tortura.
—No lo sé, veinte o por ahí —contestó la chica ansiosa.
La mano de su padre comenzó a moverse de nuevo. Mientras los dos dedos se movían de dentro hacia fuera, el pulgar frotó el clítoris, añadiendo mayor gozo.
—¿Te han hecho esto alguna vez?
—¡¡¡Noooo, jamás!!!
Se veía incapaz de responder. Estaba disfrutando como nunca, pero su padre le preguntaba más cosas.
—¿Se la has chupado a alguien’
—Nunca.
—¿Y te han dado por el culo?
—Nadie…lo ha hecho…
Ya no podía aguantarse más. Emitiendo un fuertísimo grito, la chica se corrió de forma poderosa, notando todo su cuerpo retumbar ante el arrollador éxtasis que la parecía querer matar. Su vagina sufrió fuertes contracciones, donde pudo notar los dedos de su padre aún clavados.
Poco a poco, se fue calmando. Respiró de manera profunda, tratando de conseguir algo de aire para reanimarse. Se sentía sudada y agotada. Su padre la volvió a besar de nuevo en la mejilla. Acarició su pelo con delicadeza y sacó sus dedos de su coño. Se notaba rara, pero también feliz, una extraña sensación que no podía comprender. ¿Por qué estaba así? Su padre la había masturbado y era lo mejor que le había sucedido. No tenía explicación.
—Venga, cariño, vámonos a la cama.
Se levantó. Su padre la miraba con cierto temor. Podía percibir al hombre un poco tenso, como si estuviera avergonzado ante lo que acababa de hacer. Eso era lo que al menos, ella deducía, claro. Se subió el tanga y, luego, miró a Arturo.
—Buenas noches, papá —dijo con tranquilidad, como si allí no hubiera pasado nada.
Tras esto, la joven abandonó la cocina y subió las escaleras en dirección a su dormitorio. Mientras, su padre se quedó allí, reflexionando sobre todo lo que acababan de hacer.
Arturo subió las escaleras sin dejar de pensar en lo que había sucedido tan solo hace un rato. Por fin, había dado el paso. Se acabaron las reticencias, el miedo, las miradas furtivas, los tensos silencios. Había ido a por su hija y se sentía fatal.
Se decía a si mismo que no la había forzado. Ella misma lo había estado provocando con esa absurda mentira y él fue lo más cuidadoso posible. Incluso le azotó con suavidad para no lastimarla y aunque el insultó en varias ocasiones, a la chica pareció gustarle. Como fuere, Arturo había hecho realidad su mayor deseo, tener a su hija, aunque fuera en una ocasión tan puntual como esta. Lo que se preguntaba, no sin cierto temor, era como se desarrollaría su relación a partir de ese momento.
El hombre siguió su camino por el pasillo. Pasó por el lado de la puerta del cuarto de Soraya. Pensó en tocar y preguntarle como estaba, pero concluyó que no era buena idea. Bastante ya la había molestado antes. Decidió continuar hasta su dormitorio. Y fue al abrir la puerta cuando quedó paralizado.
Sobre la cama, estaba acostada de lado su hija Soraya. Le recordó a la Maja Desnuda de Goya por su postura, aunque también le recordaba a ese cuadro porque también estaba sin ropa. El hombre abrió sus ojos de par en par cuando admiró la increíble anatomía de su niña. Un vientre plano, unas tetas redondas y firmes de pezones rosados, unas piernas largas y bonitas. La chica era esplendida y el oscuro color de su pelo, junto con el más claro de su piel, daban un contraste que la hacían aún más deliciosa.
—Soraya, ¿qué haces aquí? —preguntó estupefacto.
La joven lo miró con cierto entusiasmo. Una preciosa sonrisa iluminaba su cara.
—¿Pensé que íbamos a terminar lo que habíamos empezado allí abajo?
Oír esto lo dejó desarmado. Lo último que esperaba para este día, era que su hija apareciese acostada en su cama y encima, sin ropa. Al hombre le temblaba el pulso al ver lo que tenía delante.
—Esto no…no tenía que suceder.
Al escucharlo, Soraya lo miró extrañada. Arturo permaneció allí de pie. Se negaba a dar un solo paso más.
—¿No era lo que querías?
Una punzada dio de lleno en su ser. De nuevo, se decía que esto no debía de ocurrir. Era su padre, quien al cuidó y mimó durante muchos años. Lo último que esperaría sería tener sexo con ella. Sin embargo, lo habían hecho y ahora, se sentía arrepentido.
—Mi vida, te tienes que ir —se limitó a decir—. Lo que hemos hecho no está bien y no debió pasar. Será mejor que te vistas y vuelvas a tu habitación.
La chica se incorporó, quedando sentada sobre la cama. En sus ojos se reflejaba la sorpresa ante la respuesta de su padre. Arturo al observó con detenimiento, dándose cuenta de la belleza que tenía delante. Resistirse resultaba una tarea imposible.
—Y entonces, ¿porque me hiciste todo eso hace un rato? —La pregunta sonaba desoladora.
Al hombre le costaba hablar. Decirle todo a su hija era algo muy difícil, De hacerlo, quizás la relación entre los dos se rompería. Y eso, era lo último que deseaba. Por otro lado, las ganas de confesarle todo eran desesperantes, así que no se lo calló por más tiempo.
—Soraya, te quiero mucho, más de lo que te imaginas. —La joven permanecía en silencio escuchando— Siempre sentí algo muy fuerte por ti y cuando creciste, me di cuenta de que no iba más que en aumento. Eres tan bonita y me recuerdas tanto a tu madre. Te tuvo con la edad que tienes tú ahora.
Eso último hizo sonreír a ambos, atenuando la tensión que se respiraba.
—Al verte saliendo y divirtiéndote, sentí una fuerte punzada en mi corazón —continuó— No era solo que me preocupase por tu seguridad, sino que, te imaginaba en los brazos de otro hombre y me volvía loco. —Ladeó la cabeza a un lado, como si se sintiera avergonzado. Así era— Por eso me volví tan controlador contigo. Los celos me mataban. Lo siento. No debí comportarme de esa manera.
Pensó que su hija se enfadaría con él, pero no fue así. Su rostro seguía sereno y comprensivo.
—Papá, he estado con otros hombres. —Al escuchar esto, Arturo se sintió angustiado—. Pero lo que hicimos, no significó nada para mí. Porque, en realidad, a quien quiero, es a ti.
Su corazón dio un vuelco al escuchar eso. Iba a decir algo, pero prefirió que la chica continuase hablando.
—Te amo. Desde que era una adolescente no deje de desearte, pero conforme pasaba el tiempo, noté tu interés en mí, lo cual es normal. Soy tu hija, después de todo. —Guardó un poco de silencio, como si reservara lo más importante para el final—. Pero hoy, aunque al inicio me dio un poco de miedo, luego me gustó lo que me hacías e intuí que de verdad volvías a desearme….
Comenzó a llorar, solo un poco, pero fue suficiente para desarmar a Arturo. El hombre fue directo a la cama y abrazó a su hija. O tardó en sentir la suave calidez de su piel, pero prefirió ignorarlo. Secó sus lágrimas y empezó a darle pequeños besos por su rostro.
—Mi vida, yo nunca te lastimaría —le dijo desesperado—. Y no tenía ni idea de lo que sentías por mí.
La miró. Era tan bonita y la había deseado por mucho tiempo, demasiado en verdad. Su mano bajó por su cara, sintiendo su tibia dermis y acabó en uno de sus senos, el cual acarició con cuidado. Soraya gimió, cerrando sus ojos. Le pareció lo más erótico que veía en su vida. Y ya no pudo resistirse más.
—Papi —susurró Soraya.
Sin dudarlo, el hombre se deshizo de toda su ropa y se abalanzó sobre su hija. Ambos cayeron sobre la cama mientras se besaban con ardiente deseo. Unían sus bocas y dejaban que sus lenguas se buscasen. Sus manos palpaban cada centímetro de desnudo cuerpo. Arturo sentía las prietas carnes de la joven y busco con desesperación sus pechos, los cuales devoró con ganas. Estaba chupando un pezón con avidez cuando notó como la joven agarraba su polla con la mano y frotaba con ganas, excitándolo aún más.
—Papá, fóllame, por favor —le suplicó.
El hombre no dudó en hacerlo. Se colocó encima de la joven y llevó su polla hacia el coño de ella, zambulléndose en toda su humedad. Enseguida, ambos gimieron de placer. Arturo sentía lo estrecha que estaba y Soraya gozaba de la fuerte herramienta de su padre, abriéndola como nunca.
—Oh, joder —decían ambos entre gritos.
Empezaron a hacerlo. El hombre movía sus caderas con decisión, clavando su pene en lo más profundo de la chica. Ella gemía como una loca, sintiendo semejante aparato en su interior. No debía ser el más grande que tuvo dentro, pero si el que más deseaba que estuviera allí alojado. Su padre seguía arremetiendo con fuerza, dándole fuertes estocadas que la hacían disfrutar como nunca.
—Cariño, me voy a correr —le anunció—. ¡No me aguanto!
—Resiste un poquito más, papi —animó ella—. Así llegaremos los dos juntos.
Resistió todo lo que pudo. Siguió clavándola en lo más profundo de su hija, besándola en la boca, en el cuello, en sus pechos, pero ya no pudo aguantarse más.
—Me corro —dijo con voz quebrada.
—Yo también —la acompañó Soraya.
Fue simultáneo. Mientras él derramaba toda su simiente en su interior, ella disfrutaba como nunca de un orgasmo único. Cuando todo terminó, ambos quedaron destrozados sobre la cama, uno encima del otro. Respiraban desacompasados, buscando recuperar el aliento tras tan intensa actividad. Al final, Arturo se salió de su hija, derramando algo de semen por el camino.
Recostados de lado, se miraron, incapaces de creer en lo que habían hecho. Eso sí, se sentían felices por haberlo hecho. Sin dudarlo, se besaron.
—Papá, ¿qué vamos a hacer ahora? —pregunto llena de dudas Soraya.
—No lo sé —respondió el hombre—. Ya iremos viendo sobre la marcha, pero eso sí, nadie se puede enterar.
Ella asintió, indicando que lo entendía a la perfección. Luego, se miraron, como si nunca antes lo hubiesen realizado.
—Quiero estar a tu lado —dijo de forma repentina la joven—. Me encantaría ser tu amante y darte toda la felicidad que pueda. Sé que estás siempre solo y lo necesitas.
—No, mi vida, no puedes entregarte a mí de esa manera —comentó él mientras acariciaba su rostro—. Tienes que salir, conocer a más gente y divertirte.
—Pero es que quiero estar contigo —repuso ella.
—Con verte en tu cama de vuelta cada noche, me conformo.
Soraya sonrió. Era tan hermosa. Lo volvía loco como ninguna otra mujer pudiera.
—Y si en vez de en mi cama, estuviera en la tuya, ¿también estarías contento?
Se sorprendió. Parecía que la chica iba en serio después de todo. Recordó la perversa sesión que habían tenido en la cocina y un leve escalofrío recorrió su cuerpo. La volvió a mirar y entonces, le dio un beso.
—Me parece muy bien —respondió—. Y ahora, vamos a dormir.
—Vale.
Abrazados, comenzaron a descansar. Por un momento, dejarían de pensar en el mañana y en lo que les ocurriese, aunque Arturo no podía dejar de pensar en u hija. Era de lo que más orgulloso estaba en su vida y se dijo que haría todo lo posible porque así siguiera siendo. Pese a que para eso, tuvieran que tener sexo, pero poco le importaba.
Ya que has llegado hasta aquí, me gustaría pedirte algo. No una rosa o dinero (aunque si de esto ultimo te sobra, un poquito no me vendría mal), tampoco un beso o tu número de teléfono. Lo unico que solicito de ti, querido lector, es un comentario. No hay mayor alegría para un escritor que descubrir si el relato que ha escrito le ha gustado a sus lectores, asi que escribe uno. Es gratis, no perjudica a la salud y le darás una alegría a este menda. Un saludo, un fuerte abrazo y mis mas sinceras gracias por llegar hasta aquí. Nos vemos en la siguiente historia.
Lord Tyrannus.