El Orfanato de San Elias (07-Final: La vuelta)

El Orfanato de San Elias (07-Final: La vuelta)...

El autobús de línea me dejó a pocos metros de la entrada. Levanté la vista hacia la figura del edificio que tanto conocía. No había cambiado demasiado desde la tarde que llegué allí, por primera vez, cuando era niña. Di unos pasos al frente y observé mi aspecto. Tenía unos cuarenta y cinco años bastante bien llevados, a pesar de todos los excesos que había cometido. Mi figura seguía siendo espléndida, ahora ya un poco más maciza y con algunos kilos de más. Pero lo que había perdido de lozanía lo había ganado en experiencia. Saqué un espejo de mano, me retoqué un poco el maquillaje, estiré hacía abajo la falda para que marcara más la forma de mi culo y levantando la barbilla con determinación, me dirigí andando hacia el edificio principal contoneándome todo lo que pude.

El director del orfanato era un gordo baboso. Estaba sentado tras una desvencijada mesa repleta de papeles, manchada por los goterones que rezumaban de una botella de aguardiente de la que estaba dando buena cuenta. Cuando entré en la habitación, sus ojillos brillaron lujuriosamente repasándome de arriba abajo.

Buenos días, ¿es usted el director de esto?

Sí señora, para servirle, - dijo en un tono de burla -, ¿qué se le ofrece?

¿Puedo sentarme, verdad?. - Contesté mientras me despojaba del abrigo y le mostraba mi cuerpo enfundado en el vestido ajustado que había preparado para la ocasión -. Me llamo Ana.

Pues claro, una mujer como usted puede sentarse cuando quiera - añadió con los ojos chispeantes -.

Me senté en actitud desafiante provocando que, al hacerlo, la falda se me levantara. Crucé las piernas, cubiertas de medias negras, mostrándoselas hasta los muslos.

Estuve hace tiempo en este orfanato. He venido para pedirle trabajo.

¿Tiene usted alguna especialidad, señora?. Maestra, gobernanta, enfermera.

No ninguna, en mi vida no he hecho otra cosa que de criada.

Pues de eso ya tenemos, señora. Me parece que no voy a poder ayudarle.

Vengo para pedir el puesto de secretaria - me levanté con descuido unos centímetros más la falda enseñándole el liguero y el principio de mis bragas -.

¿Es usted mecanógrafa?. ¿Tiene experiencia como secretaria?. ¿Trae alguna carta de referencia?

No, pero aprendo rápido. - Contesté al tiempo que desabrochaba el botón superior de mi vestido, mostrándole una buena parte de mi escote, y respirando profundamente para que fuera consciente del tamaño de mis pechos -.

El director me miró fijamente al escote. Después me repasó las piernas de arriba abajo. Me miró a los ojos.

Enséñeme las tetas.

Despacio, poco a poco, y conociendo el efecto que siempre causaban, me levanté y me quité el vestido. Llevaba el combinado de bragas, sujetador y liguero más pequeño y sexi que había podido encontrar. Llevé las manos a la espalda, solté el sujetador y mis tetas salieron con el efecto bamboleante que ya conocía. El director enmudeció. Me acerqué hacía su lado de la mesa y acercándole las tetas a la cara, eché la espalda hacia atrás para exagerar el efecto.

¿Le gustan?

Sí, sí - dijo intentando cogerlas con sus manos y llenándomelas de babas mientras las lamía ruidosamente -.

¡Vaya tetas, señora!. Son enormes. Permítame que me meta los pezones en la boca, eso es, eso es.

Estuvo un interminable rato chupándome los pezones y tocándome el culo. Cuando se cansó retiró algo la silla y desabrochándose la bragueta se sacó un pene torcido y con una erección monumental. Del glande empezaba a salir algo de semen. Estaba a punto de correrse.

Chúpemela, por favor. - Me arrodillé y me la metí en la boca. Succionaba el glande mientras que con la mano lo masturbaba. No era una verga grande. Por tanto, la podía introducir totalmente en mi boca hasta el final. -

Qué gusto, qué bien lo hace señora, siga un poco más, un poco más, ahora, ahora. Mmmm.

Se corrió dentro de mi boca. Me tragué toda la leche. Le di unas pocas chupadas más y me levanté sonriendo.

¿Se le ofrece alguna cosa más, jefe?

No señora. Si tiene la bondad, hable con la gobernanta. Tendré mucho gusto en tenerla como secretaria.

El nuevo San Elías estaba mucho mejor organizado que el orfanato que conocí en mi infancia. Había muchos más niños, ahora ya no se admitían niñas, y bastante personal. Además, había unas ciertas normas bastante estrictas. El personal de administración, como era mi caso, no podía tener contacto con los huérfanos salvo en contadas ocasiones. Aproveché el resto del día para conocer la nueva distribución del edificio. Había nuevas instalaciones sanitarias y las aulas estaban muy mejoradas. Paseé con la gobernanta por los dormitorios y por la nueva enfermería. Ahora estaba bien equipada y tenía incluso dos camas. Una de ellas estaba ocupada por un niño enfermo. Debía de tener unos doce años. Era rubio y de mirada dulce. Me acerqué a él acompañada de la gobernanta.

¿Cómo te llamas, encanto? - Le dije mientras le acariciaba sus rizos -.

Manuel, señora, y me duele la tripa.

Eso no es nada, cariño - le contesté acercándome y dándole un beso en la frente, haciendo lo posible por restregarle mis pechos por el cuerpo cuando lo hacía -.

Qué guapa es usted señora - dijo mientras no podía separar la vista de mi escote -.

Unos calores me subieron por la entrepierna. Tuve una excitación brutal mientras notaba que me estaba mojando toda, como hacía años que no me ocurría. Jadeando me giré a la gobernanta, le dije que me dolía la cabeza y que me iba a echar un rato. Tendida en la cama, me masturbé por primera vez en bastante tiempo.

Después de la comida volví al despacho del director para ultimar mi contrato. Llegamos fácilmente a un acuerdo sobre el sueldo y cuáles serían mis funciones. Acordamos que empezaría a familiarizarme con mi trabajo a partir del día siguiente. Me dejó la tarde libre después que me abrí de piernas, me bajé las bragas y le permití que hociqueara un buen rato en mi coño. Simulé que me corría, dando unos cuantos gritos, y me marché lo antes posible a la enfermería.

Manuel estaba solo. Me acerqué a él y le puse la mano en la frente. Aún tenía algo de fiebre y por eso debía seguir en la cama. Cuando me vio se le iluminó la cara de alegría. Era un niño guapísimo, de rizos rubios y con la carita arrebolada por las décimas de fiebre. Le pasé la mano por las mejillas y sentándome en el borde de la cama le sonreí.

Hola Manuel. ¿Cómo te encuentras?. - Dije mientras le desabrochaba la chaqueta del pijama y aprovechaba para acariciarle el pecho y los hombros, notando la suavidad de su piel y lo agradable al tacto que era el calor que emitía su cuerpo -.

Bien, señora. - Contestó suspirando de placer por las caricias y las cosquillas -.

Puf, qué calor hace en esta habitación, ¿verdad?. - Afirmé al tiempo que me desabrochaba unos botones de la blusa y dejaba al descubierto mis pechos cubiertos por un sujetador negro y semitransparente, que me había puesto para la ocasión -.

Manuel abrió los ojos ante la visión de mis pechos y enrojeció totalmente. Su boca se abrió con una expresión de estupor mientras miraba fijamente la forma de mis senos, que desbordaban la tela del sujetador.

¿Te gustan mis tetas, cariño?. Son gordas pero muy bonitas. ¿Te gustaría ver el resto?

Sí, señora. - Contestó farfullando y dejando salir las palabras con dificultad -.

Bueno, pero me has de prometer que será nuestro secreto y que no se lo dirás a nadie. Voy a ponerle el pestillo a la puerta para que no nos molesten.

Después de cerrar la puerta de la enfermería, colocándome de pie ante él, comencé a quitarme la ropa de manera sensual. Manuel, todavía ruborizado, me observaba fijamente sin perderse el más mínimo detalle de mi anatomía. Después de haberme quitado las medias, la blusa y la falda, me giré de espaldas en ropa interior. Desabroché con lentitud el cierre de mi sujetador y me bajé las bragas agachándome para ello y mostrándole toda la plenitud de mi culo. Tras mantener unos segundos de suspense, y mordiéndome los labios por la excitación que me provocaba la situación, me giré hacia él desnuda y anhelante de comprobar el efecto que le iban a provocar la generosidad de mis formas. Manuel abrió los ojos alucinado por el tamaño de mis tetas y, con timidez, bajó la vista a mi pubis deteniéndose en él como hipnotizado. Me acerqué despacio, sentándome al borde la cama, y comprobé gozosa el bulto que se le había formado en el pantalón de pijama.

Me encanta que me veas desnuda, cariño. Y a ti también te gusta, ¿verdad, sinvergüenza?. - Dije mientras dejaba caer, como por descuido mi mano encima del bulto de su pantalón -.

Sí señora, es usted preciosa, - Contestó volviéndose a ruborizar notando el contacto de mi mano en su miembro -.

Eres un encanto y por decirme esto te mereces un beso muy fuerte.

Acerqué mis labios a los suyos y le di un beso húmedo y delicado. Viendo que lo aceptaba, seguí besándole y recorrí con mi lengua su boca, disfrutando como nunca y notando que él también lo hacía. Aproveché ese momento para empezar a acariciarle la polla, primero suavemente, y cuando noté que su erección iba en aumento deslizando mi mano dentro de su pantalón para sentirla mejor. Tenía una pollita pequeña y suave, que respondía perfectamente a mis caricias. Manuel se inquietó un poco al principio, pero luego se dejó hacer. Cuando separé mi boca de la suya vi que tenía los ojos cerrados disfrutando de mis caricias. Le quité los pantalones y los calzoncillos, dejándolo desnudo. Seguí masturbándolo y besándole por todo el cuerpo disfrutando del sabor y la suavidad de su piel. Cuando Manuel empezó a suspirar dejé de mover la mano. No podía permitir que ese estupendo momento se acabara tan pronto.

¿Te gusta que te acaricie?. Pues ahora yo también me voy a acariciar para que disfrutemos los dos.

Abriéndome piernas ante él, comencé a masturbarme el clítoris con suavidad, y gozando de hacerlo mientras me miraba, hasta que noté que me venían las primeras contracciones del orgasmo. Estaba muy excitada y con la otra mano me pellizcaba los pezones, gimiendo como una loca y dejando que el niño no se perdiera detalle. Cuando me iba correr una voz me hizo abrir los ojos que tenía cerrados por el placer.

¿Señora, puedo tocarle yo?.

Me corrí entre convulsiones y alentada por la frase. Luego, exhausta y ronroneando de placer le expliqué cómo acariciarme las tetas y cómo frotarme el clítoris. Sus deditos, ávidos de experiencias, recorrían mi cuerpo con una ansiedad desmesurada. Cogiéndole de la mano intentaba explicarle el movimiento preciso para que me masturbara a conciencia. Cuando acertó con él, escalofríos de placer recorrieron mi vagina. Le rogué que acelerara el ritmo y reclinándome en la cama, extasiada de felicidad, introduje su polla en mi boca sorbiéndola lo mejor que sabía.

¡Ohhhh, qué bien señora!. - Decía Manuel mientras retorcía el cuerpo gozando de las caricias que mi lengua experta le hacía en el frenillo dando largos lametazos. Saqué su polla de mi boca y le dije suplicando -.

Por favor, cariño, sigue fuerte, no dejes de mover la mano. Más fuerte, así, así. - Dije al tiempo que volvía a introducírmela en la boca, ahora ya succionándola con fuerza y dejando que llegara hasta mi garganta. Era una mamada plena y con todo el corazón, aceleré al final notando que me llegaba mi segundo orgasmo y recibiendo sensaciones en mi boca del aumento del tamaño de su verga y las palpitaciones que avisaban de su corrida.

Me corrí yo también entre los gritos de Manuel, que notaba que se iba dentro de mi garganta y que no podía remediarlo ya. Yo saboreaba su leche, intentado que permaneciera tiempo en mi boca antes de tragármela con fruición.

Acabamos agotados y rendidos los dos. Nos abrazamos y besamos. Llenos de amor y henchidos de satisfacción lo senté en mis rodillas. Poniéndole una teta en su boca, le rogué que me chupara el pezón, aún enhiesto y turgente. Dejé que lo lamiera y lo chupara disfrutando de su tamaño, metiéndoselo en la boca. Su boca inició un movimiento de succión como el de los recién nacidos. Nunca había sentido una sensación igual. Abrazamos nuestros desnudos cuerpos y empecé a mecerlo con delicadeza.

A la mañana siguiente, y estando ya segura de lo que quería, fui a hablar con el director. Me puse una minifalda, poco apropiada para mi edad, pero que con los tacones altos que llevaba exageraba de manera lujuriosa la esbeltez y la perfección de mis piernas.

Señor, he pensado que mis tareas de secretaria conllevan necesariamente que tenga el acceso libre a todas las dependencias del orfanato.

Pero, señora, usted no es docente y las normas del centro son que el personal administrativo no puede mezclarse con los huérfanos, las normas son muy estrictas. Aunque siempre se pueden hacer excepciones... Supongo que podría permitirle el acceso el acceso a las zonas comunes. Exceptuando claro, los dormitorios y las duchas de los chicos...

A esas zonas también.

No. ¿Qué pretende hacer allí?. Eso no lo puedo autorizar. Es del todo imposible.

Mientras hablaba yo me había ido girando y agachándome levemente. La minifalda ya no podía cubrir la magnitud de mis nalgas apenas cubiertas por un minúsculo tanga. Di un tirón y rompiendo el tanga, me apoyé en una mesa y me puse en pompa.

¡Encúleme!

Pero, señora, yo.

¡Le he dicho que me dé por el culo, me encanta!

Cuando vi que se acercaba con los pantalones bajados y la polla erecta, escupí en la mano y me lubriqué el ano, para facilitarle la labor.

En el momento que me penetró, grité gozosa por el dolor. Empezó a embestirme salvajemente. Conociendo las rápidas faenas del director, yo me masturbaba al mismo tiempo para llegar a correrme, como mínimo, al tiempo que él. Tuve que centrarme bastante en la labor porque el tipo se iba con rapidez. A cada embestida daba un gruñido más agudo. Aferrándome por las nalgas me daba unas acometidas descomunales que me hacían golpear la mesa con el estómago. No era nada experto, pero esa inexperiencia me ponía a cien. Yo gruñía también a cada golpe, como siempre hago cuando me enculan. Cuando se corrió en mis entrañas, yo también lo hice convulsivamente y dando golpes con mi pelvis a la mesa.

Abrí la puerta decidida del cuarto de las duchas. Había tres niños en ellas y otros dos esperando su turno. Estaban desnudos. Era algo estupendo. Debían de tener entre diez y doce años. Pasé la punta de mi lengua por mis labios deleitándome con la visión. Tenían el pene fláccido y pequeñito. Alguno apuntaba algo de vello en el pubis. Sus cuerpos eran delicados y poco desarrollados. Se oyó algún grito apagado y uno se tapó el pubis con las manos.

Espero que podáis hacerme algo de sitio - dije desabrochándome los botones de la bata y quedándome en ropa interior -.

Me miraron el cuerpo impresionados y enmudecieron. Seguí desnudándome. Cuando me despojé de las bragas y del sujetador me acerqué a ellos como Dios me trajo al mundo, gozosa por la situación y por las caras que ponían.

¿No habíais visto antes a una mujer desnuda, verdad? - Pregunté, levantado los brazos y echando para atrás la espalda -. Acercaos porque voy a necesitar ayuda. Quiero que me enjabonéis.

Diez manos ansiosas empezaron a manosearme y a aplicarme jabón por todo el cuerpo, deteniéndose a explorar los lugares más íntimos de mi anatomía. Cerré los ojos disfrutando como nunca. La suavidad de esas manitas recorriéndome entera despertaron en mí zonas erógenas desconocidas hasta ahora.

Bien, ahora os voy a enseñar algunas cosas, guapos.

Mientras permitía que los más pequeños me chuparan los pezones, acaricié con mis manos las vergas de los dos más mayores, que ya estaban erectas y, cerrando los ojos extasiada de placer, deseé que el tiempo se detuviera en aquel justo momento.

Barcelona, 19 de junio de 1999