El olor de tus bragas

Cuando me masturbo no solo fantaseo contigo, te fallo con toda intensidad.

Lo reconozco, cuando no estás en casa cojo tus bragas para masturbarme. No es algo que piense directamente, simplemente surge cuando estoy muy cachondo. Me bajo los pantalones y empiezo a masturbarme, y no es hasta que tengo la polla muy tiesa que voy a tu cuarto. A veces incluso fantaseo que tú estás allí, esperándome con las piernas abiertas, húmeda de tanto tocarte. Abro el armario y cojo tus bragas de entre la ropa sucia, con toda tu esencia impregnada. Entonces vuelvo físicamente a mi cuarto, aunque mentalmente me quedo en el tuyo. Pongo la prenda negra sobre mi cara, haciendo coincidir la nariz y la boca con el lugar donde habitualmente habita tu sexo.

La imaginación vuela, y mientras la mano derecha masajea mi falo pienso en nosotros dos, en tu cama. Yo me tumbo boca arriba, y tú te colocas de rodillas sobre mí. Repaso con la lengua tu rajita llena de fluidos. Estás claramente excitada. Noto como tu respiración se acelera al tiempo que lamo el interior y el exterior de tu coño. Te pego pequeños pellizcos en el clítoris con los labios, suaves pero ardientes. Sin querer también chupo la tela de las bragas. En mi boca queda todo el sabor de lo que, sin duda, deseo más que nada. Mentalmente sigo trabajando en tu placer, y empiezas a acompañarme con movimientos leves que, poco a poco, suben en intensidad. Suben, suben, suben, suben hasta que no puedes más y detienes el movimiento por completo. En su lugar aparecen gritos de placer, señal de que te has corrido por primera vez.

Apartas el coño de mi cara, pero yo no he terminado contigo. Te tumbas boca arriba y yo sobre ti, besándote con intensidad para que puedas probar el néctar más preciado. Saboreas tus propios fluidos y yo, mientras, aprovecho la indefensión para colocarte la polla en la entrada. Sé que no necesito autorización, pero aun así me susurras al oído que te la meta. Suave, muy suave, dejando que el aire roce con la parte externa de mi oreja. Me retuerzo de placer; quiero que tú sientas lo mismo. Poco a poco voy penetrándote, y no tardo en subir la intensidad. Tú gimes en tu cama, yo en la mía. Beso tus tetas de la forma más lasciva que se me ocurre, y te excitas tanto que vuelves a comerme la boca con deseo. Ojalá fuera un morreo infinito, pero no puedes evitar otra ronda de gritos de puro placer. No te conformas con gozar, quieres que todo el barrio se entere de lo mucho que disfrutas. Agarras mi pelo, arañas mi espalda, y con cada acción solo puedo subir más el ritmo.

«Me voy a correr», dices. «Los dos juntos», contesto. En tu cuarto, continúo las embestidas mientras te retuerces, hasta que descargo toda mi leche en tu interior. Noto cómo te voy llenando y tú, exhausta, recoges el excedente que chorrea por tu coño y te lo llevas a la boca. Al mismo tiempo, en mi cuarto tus bragas están en mi polla. Ya he recogido toda tu esencia, ahora quiero que tengas la mía. Pienso en cómo me he corrido dentro de ti y hago lo mismo. Suelto profundos chorros retorciéndome en la cama, moviendo la cara como si estuviera enterrada en tus tetas. Algún día te comeré como he hecho hoy en mi imaginación. De momento, confío en que no eches de menos tus bragas llenas de semen.