El olor de papá (5)

Papá y yo en plan parejita por las calles de Sevilla. Pero al llegar a casa cambian las cosas.

Todavía nos quedaba casi toda la tarde del viernes 12 por delante pero ya no me cabía ninguna duda de que mi padre había empezado un juego. El paseo en coche de caballos no había sido una inspiración momentánea sino parte de un plan para pasar el resto del día como una pareja de novios. Obedecí a mi padre, por supuesto y posé para las fotos.

Muchas veces, cuando quiero hacerme una paja, miro esas dos fotos que nos hizo el cochero e intento entender qué estaba sintiendo papá en ese momento. Pienso en su valentía, en su excitación y en la determinación con la que se había bajado la cremallera de la bragueta al levantarse de la silla en la terraza del bar. Tenía un programa, está claro, y ese gesto fue su manera de hacerme ver que él marcaría los pasos. Las fotos, que hicimos con mi móvil, fueron un regalo para el futuro. Sé que él sabía que yo seguiría pajeándome tiempo después, como ahora, mientras las miro.

Aunque mi padre tenga la bragueta bajada en una de las fotos, no se le ve nada, pero la postura abierta, de macho decidido, casi dominante, lo dice todo. Y en la otra, nuestros brazos entrecruzados buscando el contacto físico con el otro anuncian el ansia, el morbo animal que los dos estábamos sintiendo.

Vi a papá bajo una luz distinta porque nunca hasta ese momento había soñado que mi deseo fuera correspondido. Yo había vivido una fantasía durante años dando por hecho, en el fondo, que era imposible que mi padre sintiera algo parecido. Así sucede a veces con el incesto: pensamos que ofenderemos a nuestros padres o nuestros hijos si les confesamos que queremos comerles la boca, dormir con ellos, ensartarlos, bebernos su leche, abrirles el culo con los dedos mientras les miramos a los ojos, verles gemir en nuestros brazos.

He intentado pensar en la naturaleza de los sentimientos de mi padre hacia mí porque el deseo incestuoso es muy complejo. ¿Era únicamente curiosidad por el cuerpo de otro hombre o era algo más pervertido? ¿Habría deseado, en el pasado, follarme y corromperme, quitarme la inocencia a pollazos y convertirme en su juguete sexual? ¿Le excitaba el vértigo de saber que nuestra relación nunca volvería a ser como era si cometíamos un desliz? ¿Le calentaba saber que nunca más seríamos un padre y un hijo como los demás? ¿Le daba morbo saber que nuestro vínculo sería siempre prohibido?

O tal vez fuera otra razón. ¿Le gustaba el riesgo de poner en peligro la familia? ¿Quería sentir la fuerza del deseo que arrasa con todo? ¿Quería sentirse joven y yo era únicamente una aventura? ¿Yo le atraía físicamente, sin más, como cualquier otro chico le podría haber atraído? ¿Sentía por mí un amor fuerte que se expresaba en forma de deseo sexual? ¿Quería mi sumisión? ¿Quería destruir ante mí la imagen de padre protector y respetuoso y sentirse pervertido y degenerado? ¿Quería excitarme, llevarme al límite y castigarme por desearle tanto?

En cualquier caso, yo entendí que mi padre había tomado la iniciativa y que yo debía estar atento a sus señales y seguirle el juego sin precipitarme. Pero ¡qué difícil era resistirme! Le habría arrancado la ropa allí mismo, en el coche de caballos, y le habría follado la boca sin dejarle respirar, diciéndole todo lo que le quería. Ten, papá, así es el amor entre padres e hijos, venga, papá, trágate mi leche.

Paseamos un rato más por el centro, nos compramos un par de helados, cruzamos el río a Triana y volvimos al centro caminando tranquilamente. Como si quisiéramos prolongar la situación antes de que nuestra vida cambiara para siempre, de vez en cuando nos sentábamos en un banco y seguíamos hablando. Había mucha gente por la calle. Pasó la tarde.

-¿Vamos volviendo a casa? -me preguntó en un momento.

Me pareció que estaba teniendo dudas o miedo. La energía había cambiado y se puso algo más serio. Tenía la voz más grave.

-Como quieras, claro, papá, vamos a hacer lo que te apetezca -le dije-.

Se lo dije con toda intención.

-Venga, pues entonces cogemos un taxi.

Salimos al paseo de Colón y paramos un taxi. Era todavía temprano para ir a casa a cenar, y los dos estábamos, de pronto, en silencio en el asiento trasero, mirando en direcciones opuestas, cada uno por su ventanilla. Oía a mi padre suspirar cada poco, muy nervioso, y cambiar de postura. Alargué la mano y agarré la suya. Quería que me sintiera cerca y me sintiera seguro, decidido y suyo.

Al entrar en casa, el silencio, literalmente, pesaba. No nos atrevíamos a mirarnos a los ojos. Le dije a mi padre que iba a ir a darme una ducha porque quería que él tuviera tiempo de encontrase cómodo y para que pensara que yo estaba desnudo en otra parte de la casa. Dejé la puerta del baño abierta por si acaso. Me preparé mental y físicamente para cualquier cosa que pudiera pasar, pero la incertidumbre era, de repente, casi más fuerte que la excitación. Se me había bajado la erección. En ese momento, la verdad, pienso que lo que yo más necesitaba era un abrazo.

Me sequé, fui a mi dormitorio y me puse una bermuda cómoda y suelta. Mi padre había puesto música en el salón. La situación era alucinante: por un lado estaba la familiaridad de mi casa de toda la vida y por otro la extrañeza de estar preparándome de manera tan fría para follar con mi padre. En cierta manera, la ausencia de mamá lo hacía todo mucho más extraño. No pude ni quise apartar de mi mente la idea de que papá me estaba prefiriendo a mí. Hay algo en esa ruptura violenta de la dinámica familiar cuando un padre sustituye a su mujer por su hijo en la cama que es casi superior a mis fuerzas. Muy pronto comprobaría que para mi padre esa idea también era poderosa.

Papá estaba en calzoncillos sentado en el sofá, marcando paquete, acariciándose la barriga peluda, abierto de piernas.

-Ven, hijo mío.

Me puse delante de él, de pie, y él apoyó sus manos en mis caderas. Reposó la cabeza en mi abdomen y me pasó los brazos por detrás de la espalda. Me abrazó y suspiró. Estaba casi temblando. Notaba su respiración en mi piel. Le acaricié el pelo.

Levantó la mirada y vi en sus ojos, de repente, algo casi animal. Era como si se le hubieran oscurecido. Quise besárselos.

Se puso de pie y me abrazó con fuerza. En cierta manera era un abrazo de despedida, un adiós a nuestras vidas tal como las conocíamos. Mi corazón latía contra su pecho y el suyo contra el mío. Pensé cuál sería el siguiente paso. Tal vez un beso.

Y así fue, pero no como exactamente yo esperaba. Mi padre se subió de rodillas al sofá, se bajó los calzoncillos hasta la mitad de los muslos, apoyó la cabeza en el cojín del respaldo y se abrió el culo con las manos. El culazo.

El primer beso con lengua no se olvida nunca. Puse mis manos encima de las suyas y entrelazamos los dedos, y abrimos todavía un poco más. El ojete de mi padre, tal vez la parte más íntima del cuerpo de un hombre, estaba delante de mí, ofrecido, de color rosa oscuro entre la mata de pelo negro. Hundí la cara en la raja del culo de mi padre. Estaba sudado de caminar todo el día y olía a pelo, a macho, a piel, a sexo. Aspiré por la boca y la nariz al mismo tiempo. Necesitaba llenarme los pulmones y sentir que papá, en cierta manera, estaba entrando en mí.

Saqué la lengua en punta, haciendo fuerza, todo lo dura que pude, y apreté contra su ojete. Quería devorar a mi padre y sentí que podía ponerme a llorar allí mismo.

De hecho, me di cuenta de que me caían lágrimas por las mejillas en ese momento. Me abracé a su cuerpo, apretándole la polla contra mi antebrazo. Estaba ardiendo y su cuerpo estaba rígido. La polla, como una barra de hierro. No decía nada y parecía, tal vez, estar reprimiendo el movimiento y las reacciones.

Tomé distancia para verle porque pensé que le pasaba algo. Tenía los ojos cerrados. Estaba como paralizado.

Entendí entonces su lucha y su angustia. No debe de ser fácil para todos los padres verse así, con el culo en pompa, abriéndose las nalgas para un hijo. Me puse en su lugar y apoyé mi mejilla en su espalda. Le acaricié el muslo. Era como si los papeles se hubieran invertido: yo le tranquilizaba.

-Shhh, shhhh, papá... no pasa nada, no pasa nada. Shhh, tranquilo. Me encanta hacerte esto, papá, y quiero follarte y que me folles, y comerte la polla y que me la comas, y comerte la boca, papá...

Desde atrás, le acaricié la barriga y el pecho. Le metí la mano entre las piernas y le agarré la polla.

En un momento así, con la polla de mi padre en la mano, decir “papá” sonaba distinto, casi brutal, como si fuera un conjuro que me volviera un poco loco.

-Papá, papá, papá...

Sin poder controlarme más, volví a la carga y le comí el culo como una bestia un buen rato, dejándome llevar, con la lengua arriba y abajo por la raja, de los huevos al ojete y vuelta abajo Le mordí las nalgas. Lamí y lamí, y después me concentré en el ojete, que estaba completamente relajado. Le metí la lengua a fondo, y al mismo tiempo, con los labios en forma de O, succioné con fuerza. Mi padre soltó un gemido que debía de haber estado reprimiendo años.

Y al minuto, oí que mi padre estaba diciendo algo. Alargó la mano y me apretó la cabeza fuerte para que yo siguiera comiéndole el culo. Decía frases en un tono perfectamente controlado.

-Ha ido muy bien el día, sí... Nada, hemos ido por el centro y luego hemos vuelto paseando... pero me parece que iremos luego al cine o algo, o igual yo me quedo en casa y él sale... pero lo de Tina está estable, ¿no?....

¡Había llamado a mi madre por teléfono mientras yo le comía el culo!

-Lo que pasa es que... no, no, hoy era fiesta pero mañana ya se va... no, no, nada del domingo, que yo creía que sí pero dice que ya nos lo había dicho... yo creo que por una cosa de trabajo... eso ha dicho... ya... y a él que lo vieras, pero no puede ser... ya iremos pronto a verle a Madrid... en la ducha ahora, ya te llamamos luego.

Joderrrrrrrr. Mi padre, como yo, se calentaba con la idea de estar poniéndole los cuernos a mi madre conmigo, y se me disparó la cabeza en todas direcciones. Fue como caer en un sueño y sentir que el estómago se me daba la vuelta. Qué cabrón. Yo ya estaba en ese momento en el que, follando, notas que el morbo es más fuerte que tu voluntad y te ves simplemente como un animal.

A mi padre le divertía el peligro. Contenía los gemidos mientras hablaba. Teníamos los dos la polla a punto de reventar.

-Claro, cariño... no, no, que no hablo raro... igual un poco ronco, no sé... Pero por nosotros no te preocupes... muy bien los dos, sí... de verdad, que ya lo sabemos... claro, claro... sí, y yo a ti... y yo a ti, sí... mucho.

Como sabéis los afortunados que folláis con vuestros padres, hay algo casi insoportablemente morboso en la idea de sustituir a tu madre en la cama de matrimonio porque tu padre te prefiere a ti. Que tu padre te mire y te diga que le gustas más que mamá, que tu culo es más prieto y más rico que su coño, que tú le chupas la polla mejor que ella, que tú sí que tragas su leche con gusto de verdad y eso le encanta, y que a partir de ahora tú vas a ser su amante... La intensidad de ese momento no puede entenderla quien no lo haya vivido.

Y eso estaba calentando a mi padre: tenerme a sus espaldas comiéndole el culo mientras hablaba con mamá. Colgó, se dio la vuelta y se sentó en el sofá. Se quitó el calzoncillo del todo y me sonrió... ¿cómo describirlo? Como si hubiera llegado a la cima de una montaña. Como si le hubieran quitado una losa de encima de los hombros. Como si hubiera ganado la lotería.

Me agarró la cabeza y me metió la polla en la boca, hasta el fondo, hasta la garganta. Me apretó contra su cuerpo y cruzó las piernas por detrás de mi espalda, haciendo mucha fuerza. Fue salvaje, violento, animal, una lucha de machos con ansiedad que lo quieren todo el uno del otro, y apretó. Yo sudaba con la frente pegada a su barriga, y él movió el cuerpo un poco, clavándomela un poco más dentro. Yo podía hacer poco.

Tenía la boca y la garganta completamente llenas de su polla. Sentí que se iba a correr, me movió un poco la cabeza para que su glande quedara en la boca y no en la garganta y me dijo (casi me gritó).

-¡No te lo tragues! No te lo tragues, eh... hostia, hostia... pero no te tragues la corrida de papá, ¿eh? ¡NO TRAGUES!

No me dio tiempo a pensar por qué me pedía eso, que iba en contra de mi instinto de mamón y de la necesidad de beberme su lefa.

Me llenó la boca. Descargó una, dos, tres, seis veces, mucha cantidad, con espasmos. Me sujetó la cabeza hasta que se calmó y, al minuto, se movió y me sacó la polla de la boca. Con la lengua, yo movía la corrida de mi padre por la boca. Era una tortura no poder tragar. Tenía la polla tan dura y estaba tan excitadlo que sabía que podía correrme al notar su semen pasar por la garganta y que no me haría falta casi tocarme. Pero papá no me dejaba.

-Mírame bien, hijo.

Se metió el dedo anular en la boca, hasta dentro, agarró con los dientes el anillo de boda y sacó el dedo, quitándoselo. Abrió la boca y me enseñó el anillo, sobre su lengua.

-Abre la boca, hijo.

Me echó la cabeza para atrás. Abrí la boca, llena de su semen. Me besó, me metió la lengua, me pasó su anillo de bodas, su alianza. Sabia que llevaba grabados los nombres de mi madre y mi padre, y el día de su boda. Me llenó la boca con su lengua, y el anillo, chocando a veces contra los dientes, empezó a pasar de boca a boca, junto a la lefa y nuestras babas. Lo empujábamos de una boca a la otra. En un momento, mi padre me abrió la boca con los dedos, sacó el anillo y me dijo.

-Ya puedes tragar.

Hay que entender a mi padre. Le gustan los símbolos y los significados y las explicaciones largas. Igual es por deformación profesional, no sé.

Es psicólogo de familia.

No os lo había dicho, ¿no?

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Continuará, claro.

Gracias por leer, por vuestros comentarios y vuestros mensajes. Me encanta que me escribáis y hablar con otros amantes del incesto. !Viva el amor en familia!