El ojo de la cerradura

Sé que me está mirando y me contoneo desnuda ante el espejo, te ofrezco mi cuerpo para que lo disfrutes con la vista.

El ojo de la cerradura

Antes de nada, pediros disculpas. Pensaba escribir un relato cada siete días, pero tuve que hacer un trabajo terriblemente largo y complicado en la Facultad, y eso me ha privado de charlar con vosotros un par de semanas. Pero bien está lo que bien acaba. El trabajo se acabó y no me pusieron mala nota, así que vuelvo a lo que importa:

Mi primer relato –"Yo ni me entero"(http://www.todorelatos.com/relato/29424/)- ha gustado bastante a los chicos. Eso me anima a seguir escribiendo. Estoy contenta, la verdad. Y excitada. Sobre todo excitada. He tenido muchos comentarios y más de sesenta e-mails. No puedo contestar personalmente a todos, así que os hablaré desde aquí, a la vez que os cuento cosas mías que no os haya dicho antes.

¡Ah, que no se me olvide! Unos cuantos me habéis pedido fotografías, a poder ser desnuda. Otros queréis chatear. Entendedlo. Me gusta comunicarme con vosotros escribiendo y escribo porque me gusta, pero no escribo ni para ligar ni para llenar la red de fotos mías. Si quisiera repartir fotos por ahí, no haría falta que me esforzara en hilvanar palabras. Conseguir un orgasmo dejándome tocar o penetrar, o tocando y lamiendo yo, es magnífico, pero pueden hacerlo todas las chicas. Lo especial es esto. Lo especial es conseguir con un texto que vuestras pollas se pongan duras, lo fabuloso es acariciaros con palabras y sentirme yo acariciada por vuestros ojos cuando me leéis. A lo peor soy tonta de remate por pensar así, pero mentiría si dijera otra cosa. Y ahora un secreto: Cada una de vuestros comentarios a mi relato ha sido como un besazo con lengua y dientes en mis pezones. Divino, electrizante y genial.

Pero ya está bien de dar vueltas y vueltas a las cosas. A ver que os cuento hoy…Por ejemplo lo del verano en casa de mis tíos. Sí, eso puede valer. Escuchad:

Mis padres no podían salir de vacaciones por cosas de trabajo y me mandaron con mis tíos, que tenían una casa en un pueblecito de la costa de Málaga. Era una casa de fachada encalada, balcones de hierro forjado, habitaciones grandonas de techos altos y portón con aldaba. Estaba a cuatro pedaladas de bici de la playa. Yo tenía quince años, pero estaba muy desarrollada y, desde que llegué, mi primo Curro no hacía más que revolotear alrededor mío y tocarme a la menor ocasión. Curro tiene un año más que yo y entonces no estaba mal del todo –últimamente ha engordado y ya no me gusta-. Me acompañaba a la playa y, en cuanto llegábamos, se empeñaba en ponerme crema en la espalda; lo que pasa es que la espalda, para él, llegaba desde la nuca a los talones, y en cuanto me descuidaba me estaba sobando el culo. A mí me divertía, que, al fin y al cabo, es de agradecer que le toquen el culo a una por más que proteste y finja que se enfada. Pienso a veces que Isabel la Católica hubiera cambiado lo de descubrir América por una buena palmada en el trasero. Pero a lo que iba. En cuanto Curro me tocaba, se le hacía un bulto tremendo en el bañador. El intentaba que no me diera cuenta aunque no sé por qué, que no hay nada que halague más a una chica que esas cosas.

La casa de mis tíos era de dos plantas. Mi habitación estaba en la de arriba: Una cama, un armario con espejo, la cómoda, una mesilla de noche, una estampa encuadrada de la Virgen de la Victoria, dos sillas y un balcón, lleno de macetas con geranios, que daba a la plaza. Después de comer, solía dormir la siesta con muy poca ropa, muchas veces solo con braguitas. Una tarde oí como un roce en la puerta del cuarto. Me hice la dormida y puse atención. Sí. Había alguien al otro lado de la puerta, tal vez mirando por el ojo de la cerradura. No sé si lo he dicho antes: las puertas de las habitaciones eran antiguas y no tenían pestillos, sino cerraduras en que se acoplaban llaves grandes, de esas que no caben en el bolsillo. En mi cuarto la llave estaba quitada y si alguien quería mirar, tenía al alcance la habitación entera. No pude menos de sonreír. Mi primo Curro me espiaba. Me miraba los pechos, y el vientre, y los muslos desde el otro lado de la puerta.

Decidí excitarlo. No sé por qué soy así, pero lo soy. ¿Una calientapollas? Pues sí, y a mucha honra. No hago daño a nadie. Al revés. Les doy a los chicos lo que los chicos quieren: espectáculo. Me di la vuelta en la cama y le ofrecí el culo. Curro era un escandaloso. Hacía todo el ruido del mundo: suspiros, gemidos…Yo, como si estuviera sorda. Bobita que soy.

Fingí despertar y me acaricié los pechos. Se armó la revolución detrás de la puerta. Me pellizqué los pezones hasta hacerlos engordar y crecer. Oía respirar a mi primo. Decidí darle otra vuelta de tuerca. ¿Por qué no enseñarle el coño? Me levanté y saqué del cajón de arriba de la cómoda mis dos bikinis, el rojo y el estampado de flores. Me quité las braguitas –paseo arriba, paseo abajo, ofreciendo ángulos, perspectivas y paisajes- y me puse las dos piezas del bikini rojo. Posturas ante el espejo: Enderezo el torso e inspiro. Se destacan mis pechos. Alzo los brazos y enlazo las manos tras la nuca. Se dobla el volumen de mis pechos. Me quito el sujetador del bikini y me doy carmín en los pezones para que resalten más. Mil y un truco para encelar, que si me pongo en putita sé más que los ratones colorados. Fuera bikini rojo y nueva vuelta por el cuarto. Ahora el bikini estampado. Pero no. Todavía no me lo pongo.

Me gusta contemplarme en el espejo sabiendo que me miras, Curro. Estoy bien así, desnuda y consciente de que nos separa una puerta sin cerrojo que para ti es un mundo. Estás a tres o cuatro metros, no a más. Te bastaría girar la manivela de la puerta y dar unos pasos para tocarme. Te provoco, juego contigo, y sé que no lo harás. Tus pies se clavaron en las baldosas del pasillo. Te falta el aire y el corazón te retumba en el vientre y en las sienes. Yo soy la luz, tú la mariposa, y la puerta es el cristal de la bombilla que te impide llegar hasta mí. Me miras y te masturbas lenta y dolorosamente, la verga fuera de la bragueta, atento a los ruidos de la casa, con miedo de que tus padres te sorprendan, con miedo de que yo te sorprenda, pero también lleno de fuego y de deseo. ¿Por qué no te decides, Curro? ¿Tanto te gratifica violar mi intimidad? ¿Tanto te excita la escena a ti, que está leyendo este relato? Imagina que tú eres Curro y que me espías por el ojo de la cerradura. Espera. Encenderé la luz. Así me ves mejor. Lo importante es jugar a que yo no me entero. Si miraras con la lengua en lugar de con los ojos, ahora mismo me lamerías el cuello ¿verdad? Dejarías restos de saliva en mis pechos llenos y redondos, que ya te dije que estaba muy desarrollada a los quince años. ¿O preferirías mirarme con la yema de los dedos? Dejarlos resbalar por mis caderas, llenarlos del tacto de mi piel, invitarles a que inicien aventuras más atrevidas, dejar que se adentren en la blancura de mi vientre bordeando la cueva del ombligo, empujarles para que lo hagan y recorran mi pubis de puntillas hasta llegar al nacimiento de esos pelillos negros y ensortijados que te sorben los sentidos, sugerirles que se centren en los gruesos labios que enmarcan la hendidura de mi sexo, rozándolos, cosquilleándolos, rebuscando entre ellos el capuchoncillo del centro de mi placer. Aunque mejor sería que me miraras con la lengua. Abriría los muslos para ofrecerte caminos y sendas palpitantes y calientes, y te brindaría fluidos y sabor a mar a cambio del regalo de tu saliva poderosa.

Sigues al otro lado de la puerta. Allí te mantienen la educación y las reglas y leyes que dictaron viejos que murieron hace siglos. Ese lastre te ha cosido el alma desde niño y no te deja disfrutar de mi cuerpo más que con los ojos. Lo sabes y lo sé. Mírame pues. Me desperezo. Estiro los brazos e inclino la cabeza con gesto de abandono. Me ofrezco a ti. Soy tu regalo: Un DVD en tres dimensiones con sensación de riesgo incorporada. ¿Puede pedirse más?

Está anocheciendo. Doy por terminado el show. Me pongo unas braguitas color de rosa, una mini y un top. Me doy un poco, solo un poco, de rouge en los labios, me peino, me calzo las alpargatas que me trajeron mis padres de Ibiza, y salgo del cuarto. No hay nadie en el pasillo. Bajo a la salita. Mi tío está leyendo.

"¿Y Curro?" pregunto.

"Salió con la tía nada más comer y aun no han vuelto"-la voz del tío es más ronca de de costumbre- "Tú y yo estamos solos en casa".

¿Solos? No acabo de entenderlo. Luego reparo en su entrepierna, en el tremendo bulto de su bragueta. Así que era mi querido tío quien me espiaba por el ojo de la cerradura

"¿Es interesante el libro que estás leyendo?" sonrío.

"Mucho".

Me siento enfrente del tío y abro los muslos. Tal como estoy, me ve perfectamente las braguitas.

El libro no era tan interesante. Mi tío lo deja a un lado, entrecierra los párpados y simula dormir. Sé que no lo hace. Noto el tacto de su mirada que me cosquillea en el monte de Venus. Adoro ese cosquilleo. Me encanta.

Si lo llego a saber, no me pongo braguitas esta tarde.