El odio purificador (final)

Después de todo, éstas... son memorias de otro tipo.

Al intentar llamarte dudé un poco, tal vez ya no conservabas el mismo número de hace 2 años. Vacilé un momento, era posible también que no quisieras contestar el móvil. Antes de que mi cabeza le diera más vueltas al asunto me aventuré a marcar tu número y me alivió el saber que respondiste al primer intento. Aunque estaba tranquilo por tu inmediata respuesta no debía mostrar satisfacción al escucharte, así que traté de ser lo más parco posible. Fui al grano y a pesar de mis esfuerzos no pude evitar un cierto tono de emoción cuando aceptaste vernos de nuevo. Una cafetería sería nuestro punto de encuentro. Quisiste decir algo parecido a una disculpa pero evadí el tema con rapidez y terminé la llamada con la misma prontitud con la que la había empezado, aún no ganaba el terreno suficiente como para aventurarme a desafíos más grandes que pondrían a prueba mi determinación.

Me controlé lo mejor que pude, repitiéndome una y otra vez mi objetivo. Cedí solo un poco al ímpetu que me producía saber que conversaría contigo de nuevo y, excusándome de que no tenía las suficientes camisetas, compré una después de una larga y minuciosa revisión. No era nada del otro mundo, un polo azul cielo común y corriente. Sólo ahora me doy cuenta de que en ese tiempo inconscientemente terminé comprando una prenda teñida con tu color favorito…

Tomé un par de antidepresivos que el psicoanalista me dio hace mucho tiempo, cuando solías acompañarme a las citas. Lo único que conservé de las inútiles conversaciones con el “profesional” fue un frasco con las benditas pastillas. Rara vez las utilizaba, y esa noche las busqué para conciliar mejor el sueño. La mañana siguiente sería una fecha muy importante para ambos. Al fin podría dejar atrás mi pasado y después… bueno, si en todo ese tiempo nunca reparé en pensar lo que vendría después, menos iba a hacerlo cuando estaba a tan solo pocas horas de volver a verte.

Con el amanecer llegaron más dudas, haciéndome recordar mi débil figura en pasadas situaciones. Mis esfuerzos se concentraban en mostrarme firme y decidido, esta vez yo llevaría el control de la situación. La superficialidad en el buen vestir me dotó de una falsa seguridad y al sentirme complacido de mi cuerpo no hice más que regodearme con un ego barato.

Llegué al sitio acordado creyendo que mis castillos de cristal me defenderían esta vez, pero nada más verte sentí como mis edificaciones se tambaleaban amenazadas. Sencillo, común y corriente como siempre te acercabas aún incrédulo de si era realmente yo el que tenías adelante.

—Hola —empezaste con sigilo.

—Hola — devolví el saludo aparentando pocas ganas— ¿Cómo estás?

—Mal... —y no me avergüenzo al decir que me sentí bien al escuchar eso— en realidad muy mal.

¿Cómo describirlo?, ese pequeño atisbo de tristeza en tu carácter me dejó con un sabor agridulce. La parte que aún quería abalanzarse sobre ti y comerte a besos aún daba muestras de vida.

No respondí, solo te invité a tomar asiento mientras pensaba en restregarte algo sobre mi actual vida.

—Y no vas a preguntarme el porqué…— tu tampoco me estabas preguntando

—La verdad no —respondí mientras hacía amago de buscar al camarero.

Me miraste sin respuesta, y yo sentí encogerme por un segundo. Pero ya había empezado todo, no iba a echarme para atrás. Un tipo flacucho y sin mucha gracia se acercó para tomar nuestra orden. Tras intercambiar saludos con el mesero volví mi mirada hacia ti.

—¿Cappuccino o Expreso? —te pregunté sabiendo la respuesta.

—¿En serio lo olvidaste?

Sonreí complacido.

—Creo que serán 2 cappuccinos — le aseguré al mesero. Éste inmediatamente se retiró con un ademán torpe de cortesía.

—Y bien, ¿cómo has estado? —intentabas ser amigable de nuevo

Era una oportunidad demasiado perfecta…

—Muy bien… —y como si no me importara continué— en verdad esto de luchar por lo que uno quiere está dando sus frutos.

Debió llegarte, porque aunque quisiste aparentarlo pude notar que tus ojos huían de mi vista al tiempo que tragabas un poco de saliva. Y aún así no te impediste mostrar afabilidad conmigo.

—¿Te sientes feliz? —preguntabas con ese tono de voz tan característico de ti. Y te hubiese respondido con la verdad de no haber tenido tanta ponzoña en el cuerpo…

—Es algo gracioso, —volví al ruedo— hace 2 años lloraba como un niño estúpido y ahora me ves aquí, con un gran empleo a cuestas y unas notas universitarias que darían envidia a cualquiera…

—Ya… —apartaste la mirada de nuevo— me alegro de que todo te esté yendo tan bien…

—Yo también me alegro…

Decidí no ser tan grosero y descortés, pero quería darte otra estocada. Sin pensármelo mucho toqué un tema que debía manejarse con guantas de seda pero que yo lo iba a tratar así sin más.

—Escuché que te casaste, —intenté darle a mi voz el tono adecuado— es bueno que por fin te hayas establecido.

—Te envié una invitación por correo, —te estabas cansado del rollo buen amigo—¿Por qué no fuiste?

—Nunca la recibí.

—Pero si está notificada como entregada.

—Ya no vivo en el mismo departamento y vendí la casa de mis padres. Tengo diferente código postal.

—No me mientas…

Y el bobo camarero llegó como enviado de dios…

—¡Ah!, mira, la orden…

El mesero salvó la situación poniendo las bebidas en la mesa. La situación ya no pintaba para algo más agradable. Me imagino que notó la presión entre los dos porque se fue sin decir más.

—Mira… —tus manos jugaban entre sí, nerviosas sobre la mesa, tu mirada las acompañó y la voz pareció recluirse— en realidad… no sabes cuánto siento lo que pasó aquella noche…

—No tienes por qué disculparte —maquillé lo más que pude mi voz al momento de darle un sorbo a mi bebida— después de todo no es como si yo estuviese enam…

—¡NO TE ATREVAS A DECIRLO! —perdiste el control y tus puños chocaron contra la mesa, olvidando el café derramado.

La herida se dividió en mil pedazos al igual que la porcelana al estrellarse contra el suelo, debía pensar y hacerlo rápido, o de lo contrario todo sería en vano. Las miradas curiosas volaron hacia nosotros y mientras te disculpabas con el camarero tuve algo de tiempo para tranquilizarme.

—Será mejor que nos vayamos —mi voz recobraba algo de su reiterada falsedad.

Asentiste, caminamos sin rumbo fijo y sin palabras. Al final fui yo quien cortó el hielo.

—Mejor conversamos en un lugar más íntimo, no quiero que nos demanden por daños y perjuicios…

Sonreíste de mala gana, pero lo suficiente como para regalarme una pequeña chispa de tu anterior luz.

—Tienes razón —sonabas más sosegado— ¿ideas?

—Pues hay un hotel cerca de aquí —dije inexpresivo.

Tardaste un poco en creerte que de verdad te estaba pidiendo sexo así sin más. Y con la mirada triste aceptaste sin poner muchas objeciones más que la comodidad y la pulcritud.

—No sé —tus mejillas se colorearon— es que nunca he estado en un lugar de esos.

Y la verdad es que yo tampoco. Había tenido la suerte de que todos los amantes con los que había estado contaban con un departamento propio o, en el defecto de estar casados, contaban con uno para “desfogarse”. Mira tú por dónde vino otra “primera vez” para nosotros.

Y no fue tan complicado como creí, lo que en verdad me resultó difícil fue el hecho de controlar mis impulsos al traspasar el umbral de la habitación.

Porque no había razón ni lógica en todos mis actos después de cruzar la puerta.

Mis labios no entendían que debían detenerse y decirte lo mucho que te odiaba. Mis manos se rebelaban contra toda orden que les prohibiese tocarte de nuevo. El tacto estaba en las nubes y era incapaz de detenerme. Te empuje contra la puerta con un deseo casi salvaje causado por todo este tiempo sin ti. Agarraste mi cabeza entre tus manos, separándola a tiempos para verme a los ojos y, acto seguido, volver a comerme los labios con total avidez. El descaro de tus manos me hizo olvidar por un momento lo que me había traído hasta aquí. Cada poro de mi piel estaba siendo energizado por tu calentura, cada neurona terminó seducida por el envolvente aroma de tu cuello. La vista ya no era necesaria para estimularme, el tacto e incluso el olfato, saturados de sensaciones, se unían al éxtasis de emociones.

Mi amor no había menguado nunca. Mentira tras mentira fui capaz de engañar a todos menos a mí mismo, la frivolidad unida intrínsecamente a la vanidad me había hecho creer que ya no sentía nada más que rencor hacia ti. Pero en esos instantes no podía traicionar ni a mi cuerpo ni a mis emociones, lo supe al gemir con vehemencia mientras tus dedos jugueteaban en mis adentros, buscando hacerse más espacio mientras mi cadera se movía encantada a tu ritmo.

Fue como haberme despedido de ti la noche pasada, todo se volvió tan fresco, tan doloroso y tan sublime a la vez que me quitaba el aliento después de cada beso. Separaba mi rostro con pesar, tomaba un poco de aire, me perdía en el verdor de tus ojos y volvía a robarte energía de los labios mientras tú hacías lo mismo con los míos.

La destartalada cama de un hotel fue el refugio perfecto para esconder mis dudas, y todo parecía desvanecerse a momentos. Jamás entendí como la ropa siempre desaparecía al instante de nuestros cuerpos. Mis manos empujaron tus hombros, intentando hundirlos más en el colchón desarrapado donde estabas acostado. Mi cadera bailando sobre tu vientre calentó ambos miembros que luchaban entre sí, bañándose en sus propios jugos preseminales. Tus manos rodearon mi cuello con fuerza, obligándome a bajar la cabeza para beber de tus labios… Temblabas, te lo recordé y solo sonreíste en respuesta. Me incorporé de nuevo y esta vez tome con decisión tu miembro y lo coloqué en la entrada de mi ano. No necesité que me sorprendieras como la última vez. Di un respiro y con total arrojo deslice mi cuerpo hasta llegar a la base. Un aullido nació en mi garganta al momento que miraba hacia el cielo, restregándole todo el placer que sentía con aquel impúdico grito.

Tomé el control de nuevo y empecé a moverme despacio, aunque fuese lo que menos quería era lo que mejor se nos daba para acoplarnos. Cada movimiento alimentaba nuestras ganas de más, mi inseguridad disfrazada necesitaba tu calor para poder engañarse. Siempre había sido de esa manera… siempre había estado ligado a ti; aunque quisiese, jamás podría destruirte porque ¿Qué haría después de perderte? ¿Qué había después de la venganza? ¿Qué sería un villano sin su héroe? El calor en mi cuerpo y los gemidos de placer evitaron cualquier respuesta que quisiera plantearme. Mis glúteos chocando contra tus bajos me impedían pensar en cualquier otra cosa que no fuese elevar mi cadera y volver a estrellarla ansiosa contra tu cuerpo.

El sudor se difuminaba en nuestros cuerpos, tus manos cubrían tu rostro mientras gemías y las mías suspensas en el aire retorcían los dedos de gusto; todo daba fe de que nunca lo dejaríamos. Podríamos hacernos tanto daño como quisiéramos, pero el mismo fuego que nos destruía sería el mismo elemento que nos mantendría unidos hasta el fin.

Te aparté las manos del rostro, entrelacé nuestros dedos y al tiempo que alejé nuestras manos te besé sin control alguno. La desesperación estaba impregnada en tus labios, dijiste entre sollozos que te volvía loco, que era la única persona en la que pensabas estos 2 años, que era lo mejor que te había pasado…

Y yo moría por responderte de igual forma, pero ya sin saber realmente el porqué de mi silencio y cegado totalmente por el deseo me esforcé por volver a mi posición inicial y darle las últimas contracciones a tu enhiesto miembro. Tus manos, ya libres, buscaron mis pectorales para manosearlos, apretando de vez en cuando mis pezones.  Arqueé mi espalda cuando ya no tuve fuerzas para contenerme. Entre todos los gemidos nació un grito ahogado que no entendía el significado de la discreción y después varios chorros de mi esencia estaban siendo liberados sobre tu abdomen. Los espasmos de placer que aún bailaban en mi cuerpo te ayudaron para alcanzar el clímax tan solo unos segundos después. Sentí los trallazos  crecer en mis adentros, y junto a ellos la sensación de estar completo y pleno desde la cabeza hasta los pies…

Cansado y con una sonrisa ingenua dibujada en el rostro me tumbé sobre tu cuerpo, la respiración y los sentimientos agitados volvían a su puesto, acompañados de mi percepción   de la realidad.

La tranquilidad propia de saberse querido disipaba cualquier intención vil.  La calidez de tu pecho apartaba (aunque momentáneamente) todo esfuerzo por seguir con mi absurdo plan de hacerte daño. El dolor no encontraba cabida cuando tu mano acariciaba suavemente mi cabeza, perdiendo tus dedos entre mi cabello. Tanta calma era difícil de concebir…

La vida, tan caprichosa como siempre, no podía permitir un momento tan perfecto cómo ese…

—Lo siento —susurraste lastimoso

Las alarmas se encendieron, todas las defensas se activaron. No me permitiría vivir la misma situación dos veces. Pude aceptar, con algo de vergüenza, que sobreviví a la primera vez que te fuiste, pero en realidad dudaba de si correría con la misma suerte aquella tarde de sábado…

El sobresalto levantó con rapidez mi cabeza. Pero después de un segundo de vacilación y con nada de facilidad, me aparté despacio de tu lado, buscando el borde de la cama y huyendo de tu mirada atónita.

El darte la espalda sirvió para calmarme casi nada, mis nervios no se dejarían domar tan fácilmente, no cuando me había expuesto de tan ingenua manera.

Encontré mi ropa interior al pie de la cama, me dispuse a ponérmela cuando sentí el electrificante toque de tu mano sobre mi hombro.

—Escúchame… —empezabas de nuevo— por favor…

Me puse de pie y busqué mis pantalones con afán de conseguir algo de tiempo, estabas muy equivocado si pensabas que esta vez no diría nada y aceptaría de buena gana tus intentos por disculparte.

—No entiendo que más nos falta por decir, —comencé— volveremos a encontrarnos después, a escondidas, como lo hemos hecho hoy. Así que si es por el sexo no tienes por qué preocuparte.

Lo dije porque ya estaba decidido, con varios meses de antelación, el volver a tu vida para quedarme y hacerte sentir la sombra de lo que una vez sentí.

—No me estás entendiendo —respondiste con la faz ensombrecida.

—Eres tú el que no me entiende a mí… —y mi voz amenazó con quebrarse pero hice todo lo posible por mantener a salvo los últimos resquicios de calma— no te busqué para que todo volviera a ser como antes.

Y tras una pequeña pausa proseguí, pesando cada una de mis palabras

—No sé si lo entendiste, pero quise dejar en claro, en la cafetería, que en realidad yo nunca… nunca he sentido algo más hacia ti…

—Mientes —refunfuñaste adolorido

—Eres la persona menos indicada para reprocharme ese tipo de cosas —No sé si fue porque lo había planeado, o por mi afán de lastimarte, pero las palabras me empezaron a salir demasiado fáciles…

—Escucha —tomaste algo de aire, ignorando mi indirecta—lo que quiero decirte es que…

—No hace falta —tenía un mal presentimiento.

—Déjame continuar…

—Tú no me dejaste hablar aquella noche, ¿recuerdas? Pues bien, ahora soy yo el que no quiere escuchar.

Y entonces tomé mis pantalones dispuesto a marcharme cuanto antes, pero cuando éstos estuvieron a la altura de mis rodillas pude escuchar el sonido de tus sollozos, eran lastimeros y profundos. Me detuve, si bien me había preparado para escucharte llorar, la experiencia en sí no era nada fácil de controlar; la única vez que te había visto romper en llanto fue en las exequias de mis padres, allí tus lágrimas compartieron mi dolor mientras tus brazos me protegían de la tan deseada soledad; esa noche, en cambio, en aquella oscura y vieja habitación, las lágrimas no tenían ningún significado para mí..

Y aunque quisiese ya no podía volver hacia atrás.

—Eres patético —escupí con total indiferencia sin siquiera voltear a verte, sonriendo con negra malicia y clavándome la daga lo más hondo posible.

»—No entiendo cómo se puede ser tan imbécil, —proseguí con tono infame— lo único que me ha tenido unido hacia ti es esta deuda que tengo contigo por todo el tiempo que pasaste intentando ayudarme.

No había respuestas, solo largos y dolorosos gemidos. Cada palabra nos traspasaba como una aguja infectada, envenenando nuestros cuerpos y secándonos el corazón.

Tome el polo azul y sin pensármelo mucho terminé de vestirme. Una angustiosa prisa por salir de aquella habitación se instaló en mi cuerpo, mi voluntad tambaleaba y no sabía cuánto más podría aguantar.

—Debo irme —ultimé esperando quien sabe qué.

Avancé hacia la puerta esperando algo que ni yo mismo entendía y que jamás llegó. No al menos esa noche. Siempre supe que eras lo suficientemente cobarde como para detenerme. Si alguna esperanza se había salvado, en ese momento murió aplastada junto con la puerta al cerrarse. Di todo por terminado, al menos en lo que se refería a lo sentimental. Decidí que en lo posterior sería mi cuerpo el que estuviese contigo, mi mente y mis sentimientos serían otro cantar.

No regresé mí vista hacia atrás ni una sola vez, pero estoy seguro de que me seguías con la mirada al salir de ese asqueroso hotel. «Un ojo por ojo perfecto» pensé para mis adentros.

Experimenté el sabor de una venganza consumida, y no era nada agradable. El pequeño engaño que suponía la victoria se desvaneció con el tiempo y mientras más lo pensaba menos me complacía el haberlo logrado. ¿Qué intentabas decirme con tanto afán cuando lo único que hacía era interrumpirte? Jamás regresé a verte después de que me incorporé en el filo de la cama, pero, y si lo hubiese hecho ¿Qué hubiese visto?

Éstas, y muchas preguntas más, se cernían sobre mi cabeza durante los siguientes días. Estaba muy equivocado si pensaba en que uno de esos días me llamarías y quedaríamos de nuevo. Los pocos días de vacaciones se terminaban y con el tiempo mis dudas se acrecentaban más. El miedo a estar equivocado sobre tus sentimientos hacia mí empezó a crecer a gran velocidad.

Volví a mi monótona vida y lentamente mis días se iban acoplando a una existencia sosa y deprimente. Ya no había un motivo por el cual vivir, pero me había acostumbrado a hacerlo todo bien, así que no tenía razones lo suficientemente fuertes como para destruir todo lo que había edificado con tanto afán. Pensé que, algún día muy lejano, moriría siendo uno más de los mortales y que mi existencia en sí no favorecía ni perjudicaba a nadie. Era el resultad de haber planeado todo esto, el vacío existencial que afronté era tan hondo que la misma idea del suicidio implicaba, para mí, hacer algo con mi vida. Aclaré entonces (si es que podía tener algo claro en esos momentos) que me daba lo mismo estar vivo que muerto, aunque pensaba que en lo primero aun podía seguir disfrutando de la tristeza y desesperanza ajena. Pero cosa curiosa, el dolor y la angustia que provenían de los seres que pululaban a mí alrededor ya no me complacía. Intentaba con todas mis fuerzas alegrarme de la desgracia ajena y lo único que conseguía era una despreciable piedad sobrehumana y arduos deseos de ayudar.

Durante esos 2 años había expulsado todas las emociones que me atormentaban y te había hecho objetivo de mis más negros remordimientos. Las blasfemias que te lancé aquella noche le habían dado la estocada final a aquel asunto. Pero lo que no pude entender en aquellos momentos era cómo el mismo odio que había impulsado a mi alma a buscar venganza era exacta e inequívocamente el mismo rencor que había estado escapándose de mi cuerpo. Lentamente había agotado todo el veneno que mi cuerpo acumulaba, canalizándolo en mis intentos por desquitarme contigo.

Ya no podía odiar, no tenía objetivos, ni si quiera podía resentirme conmigo mismo. El día que te fuiste me sumí en el dolor y me entregué a mis más oscuros deseos. Como el alfarero que echa al fuego la mena de oro para limpiarla, así había hecho el odio conmigo. Todo ese tiempo la inquina que sentía por ti me había estado lavando, renovándome… purificándome.

Y entonces lo supe, siempre sería tuyo, y tú siempre serías mío. Así que ya no me agarró por sorpresa el día en que te apareciste en mi oficina con un ramo de flores, el traje que llevabas era de casimir barato y el metal ya no adornaba tus manos, ni siquiera el de tu dedo anular…

El guardia del edificio venía atrás tuyo. Pero tú, sudoroso y con esa gran sonrisa te plantaste en la puerta ante el asombro de todos.

Tenía miedo, no lo negaré. Pero estaba dispuesto a escuchar todo lo que quisieras decirme…

Le hice una breve indicación al joven de seguridad para que se retire. Al notar la interrogación en mis ojos empezaste (solo ahora me atrevo a decir que encantadoramente nervioso) con el monólogo torpe y sincero que se quedará grabado hasta el último de mis días.

—Siento mucho si les causo alguna molestia, —te dirigías a todos aunque eras incapaz de sostenerle la mirada a alguien— pero… la verdad estoy aquí solo por una persona… una persona que lo es todo para mí… y que me ha cambiado la vida con su sola presencia.

»— Le conocí en la secundaría, ¿saben? —y te colocaste una mano en el cuello al tiempo que te sonrojabas— suele ser algo huraño y difícil de tratar, pero cuando logran ver más allá de sus ojos… se dan cuenta de lo maravilloso que es… Porque a pesar de todos sus defectos, para mí —y tu voz amenazó con quebrarse— es la persona más hermosa del mundo…

»—…Y siento mucho lo que le hice, —continuaste mientras mis no tan jóvenes compañeras te miraban con ternura— porque siempre supe que él —en este punto más de una mirada se asombró— ha estado enamorado de mí… así como yo lo he estado de él. Todo este tiempo ha existido en mis pensamientos. Y he sido un tonto y un gilipollas… una y otra vez me he querido mentir sin lograrlo… Y ya no quiero seguir luchando contra lo que siento… porque sé que sólo me llevaría a cometer más errores de los que ya he cometido…

»— Lo he lastimado… y mucho, —una lágrima luchaba por escaparse de la comisura de tus ojos… y de los míos— y no saben cuánto me arrepiento… Él se ha desquitado conmigo —el corazón me dio un vuelco— y muy merecido me lo tengo… Pero el día de hoy solo quiero decirle lo que aquella noche y en todas las oportunidades que tuve jamás le dije…

Tu voz se silenció por un momento, tomaste aire intentando tomar fuerzas …

»—Quiero decirle que lo quiero como jamás he querido a nadie… que no puedo concebir una vida que no sea a su lado… que lo amo con todo mi ser…

—Y con todas mis fuerzas —te interrumpí con los ojos vidriosos—

La más vieja de las oficinistas me miró por un segundo y con ese timbre de voz tan propio de una abuela que exhorta al más chiquillo de sus nietos exclamó:

—Es un joven muy guapo… debería decirle que sí…

Sólo le sonreí

—En verdad... —y las lágrimas se te escapaban— lo siento mucho…

No contesté, todas las miradas regresaron hacia mí… Me acerqué lentamente. Tu figura temblaba como la de un pájaro herido.

—Es cierto que has sido un imbécil… —tus ojos me evitaron— y yo también. Pero he llegado a la conclusión… —una última duda se manifestó, le di una patada antes de que arruine el momento—de que jamás podré existir sin que estés a mi lado…

Otro silencio, esta vez más cómodo, y dudaste un poco, pero al fin preguntaste.

—Quieres… —en verdad parecía un reto para ti— ¿quieres ser… mi novio?

Sonreí al verte tan nervioso como el día en el que me saludaste por primera vez…

—Tú qué crees —sonreía mientras te daba un pequeño golpe en el pecho.

El bullicio y la algarabía se hicieron presentes en aquella oficina común y corriente. De repente nos encontrábamos en la primaria, donde todos festejábamos con euforia el último día de clases.

Los besos no hacían falta, en su lugar acerqué nuestras frentes y nos miramos durante largo rato. Un beso no podía reflejar la conexión que sentíamos. Y a pesar de que las viejas querían material para el chisme, (que seguramente no duraría ni una semana) les privé del placer de verme besándote con todas las ganas que tenía en ese momento. A fin de cuentas, ese sólo era el inicio de una grande y larga etapa y ya tendría yo tiempo de besarte a mis anchas en el departamento que siempre fue nuestro y que es el lugar desde donde escribo estas líneas…

Los eventos que sucedieron después… todos los líos legales que llegaron a partir de tu divorcio; mi despido intempestivo por una superior que, herida en su orgullo al saber a su ex amante con otro hombre, buscó mil excusas para echarme de la empresa en medio de un torbellino de quejas por parte de mis seniles compañeras; los próximos problemas económicos que tuvimos y las posteriores explicaciones que ambos nos ofrecimos… son temas que no me corresponden tocar, o mejor dicho, son temas que sé que tus labios los cuentan mejor que nadie.

Siempre has sacado lo peor de mí, y en menor parte lo mejor. Me asombro al ver lo cursi o dramático que he llegado a ser mientras escribía esto. Pero me has pedido que sea lo más fidedigno posible y que escriba esta historia tal y como yo la sentí. Aún no entiendo el porqué de tu petición así como tampoco entiendo ese interés tan especial que tienes en que la publique en esa web de relatos donde te conté, una vez me animé a escribir. Si me pongo a pensar un momento tal vez sea porque quieres tener algo en que distraerte mientras dura ese tedioso seminario al que acudiste.

En todo caso, he aprovechado la ocasión para contarte el último secreto que te he guardado (ese que te guardé con tanto celo en esa mañana dolorosa y gris) y que espero, a tu regreso, poder discutirlo con mayor tranquilidad.

Termino este relato cuando gruesas gotas caen sobre las techumbres oscuras y frías, el verano está próximo y con el tu regreso…

P.D.1: Deberías comprarme algún libro de recetas, de esos que venden por allá, ese guiso aun no sabe a nada comestible y si sigo experimentando terminaré por desbalancear nuestro presupuesto.

P.D.2: Siento mucho el enviarte esto en 3 mails, sabes, después de todo, que no tengo mucho tiempo y he tenido que escribirlo por partes.

P.D.3: Deja de enviarme flores por encargo todos los lunes, sabes que me encantan pero de nuevo… hay que pensar en el presupuesto. Una sola rosa estaría bien. Lo discutiremos cuando vuelvas…

P.D.4: Te amo…