El odio purificador (continuación)

Evolución vil, sentimientos retrógradas.

Una punzada en mi espalda baja me devolvió a la realidad, algo de frío en mis pies me recordó el lugar en donde estaba durmiendo. El colchón era demasiado duro como para que fuese una cama normal, mi mente analizaba con cuidado los recuerdos que llegaban amontonados, verificando que no sean reflejos de deseos inalcanzables, confundidos con sueños mágicos y nubes rosas.

La realidad me golpeó de repente al percatarme de las cajas que habían a mi alrededor, estaba desnudo y… solo. Intente buscarte, abrigando la esperanza de que aparecieras con un café en la mano, con tu sonrisa impecable y deseándome buenos días. Pero nunca sucedió, jamás apareciste. Revisé una y otra vez el cuarto en busca de alguna nota. No existían mensajes ni registros en el móvil y al intentar llamarte terminaba conversando amablemente con tu contestador automático.

Me prometí calma, me prohibí la angustia. Vestí y comí lo que pude, mis piernas dolían como el infierno y ni hablar de mis posaderas. Me entretuve limpiando todo, vaciando cajas, acomodando las cosas que teníamos. Bueno, no tenía derecho a pensar en que era nuestro todo lo que me rodeaba, pero la ilusión pudo más y la fantasía de días mejores se instaló en mis pensamientos.

Insensato de mí, pensar que éramos algo por haberme acostado contigo, imaginar que estábamos casados o algo por el estilo cuando lo que teníamos era un día (y menos en tu caso) conviviendo juntos. La sensación de que todo iba bien se fue con el sol y al final del día enviaste un único mensaje indicándome que estabas bien y que no te buscara. Apagué la estufa con desilusión, de todas formas ese guiso no se veía tan bueno.

Busqué distracción en internet, intentando chatear con algún ex compañero del instituto. Al terminar mi poca iniciativa para conversar sobre cualquier tema apagué el ordenador y me acosté sintiendo la natural preocupación por saber si en verdad estabas bien. Y, aunque eras tú quien lo decía no podía quitarme la duda de la cabeza…

Y así transcurrió un día…

Y luego dos… el insomnio se burlaba de mí desde la esquina de nuestro cuarto, mirándome con alevosía mientras vigilaba las calles en tu búsqueda.

Y luego tres… me enfrasqué buscando información acerca del campus universitario al que iba a entrar en el siguiente ciclo, funcionó en un principio, logré cansarme y dormir durante largo rato. Al amanecer del cuarto día me dispuse a buscarte y tus poderes extrasensoriales me sorprendieron de nuevo al recibir un mensaje indicándome que no lo hiciera. Esta vez incluiste una pequeña despedida afectuosa, diciéndome que me querías y que todo estaba bien…

Hasta que transcurrió una semana…  y cuando estaba al borde del colapso nervioso te vi aparecer en la penumbra del octavo día. No me lo pensé, salí corriendo a tu encuentro, sonriente y ajeno a todo lo que pasaba…

Jamás olvidaré tu mirada, te alegrabas en realidad de verme, pero no tenías ese semblante que me demostraba que existías. Las lágrimas son imborrables, aún cuando desaparecen, en un rostro que está más acostumbrado a sonreír que a llorar. Una sombra rodeaba tu mirada y tras menear un poco la cabeza lo susurraste…

—Se acabó…

Mis pies frenaron de inmediato, el brillo en mis ojos se esfumó, mis puños se apretaron lo más que pudieron…

—¿El qué? —pregunté fingiendo demencia

No era tonto, al menos no tanto como para ignorar a lo que te referías. Todo se había acabado aún antes de que comience. Ya no había un “nosotros” si es que alguna vez existió. De todas formas quería que fueses lo más claro posible para que tus próximas palabras se quedaran grabadas en mi memoria.

—Ya no… —y tras un breve suspiro continuaste— ya no podemos… seguir viviendo juntos…

Y lo lograste, esa frase se quedó forjada en mi mente, hasta el día de hoy puedo recordarla con total claridad. Pero el calor con el que fue impregnada no se quedo allí, sino que se trasladó a mi rostro y una fuerza inusual se apoderó de mis brazos, obligándome a chocar mis puños contra tu cara. No opusiste resistencia alguna, te dejaste caer y antes de que mi violencia buscara otro punto en tu rostro para saciarse, me di cuenta de que una lágrima recorría tu pómulo lastimado. La rabia llegó con más fuerza, pero esta vez golpeé la vereda para descargarla, produciéndome severos daños en los nudillos. Ni siquiera me había percatado de que yo también lloraba amargamente.

Te miré, una lágrima cayó sobre tu frente, despertando más congoja en tus facciones.

—Lo siento— dijiste al no tener más que decir

—¿Por qué? —en realidad era una pregunta cuya respuesta no quería saber, pero debía hacerla de todos modos.

Tú, el que siempre tenía a la mano un tema interesante para conversar, yacías en el suelo con los ojos esquivos, intentando escapar de los míos que agotados te pedían respuestas…

Segundos eternos transcurrían y no volví a preguntar. Un «No te quiero» hubiese bastado para derrumbarme, silencié mis labios aterrorizado ante esa idea. Tu pecho recibió una a una las gotas de llanto que se me escapaban, tus brazos me rodearon sin saber muy bien el cómo hacerlo. Hay abrazos que reconfortan, que te llenan el alma con solo sentirlos; pero éste, el nuestro, era un débil abrazo que intentaba protegernos de lo que se venía… de todas las cosas que pasarían y que tardaría años en poder comprender.

La noche nos devoró, la calle solitaria nos privaba de la vista incómoda de los transeúntes diurnos. Y así, acostados en la entrada del condominio (y sin temor a ser vistos en tan curiosa situación), nos quedamos inmóviles, sin saber que decir ni que preguntar. Los minutos pasaban, y con ellos la adrenalina en mi mano…

El dolor me obligó a levantarme, quería regresar en búsqueda de alcohol y vendas para mis nudillos lastimados. Una vez más, como en el golpe, tu resistencia fue nula, me liberaste apenas lo intenté sin saber que hubiese dado lo que sea con tal de que no me dejaras libre, de que me aprisionaras…

Abrí las puertas, subí hacia… el departamento que pagaste. Me seguías a paso lento, con la cabeza baja. Al entrar miré con desdén la forma en la que había dispuesto todos los muebles, la enfermiza ilusión con la que había colocado cada cosa en su puesto…

Busqué el botiquín entre las pocas cosas que aún no estaban arregladas, saqué las vendas y mecánicamente intentaba curar mi herida, fingiendo que no estabas, intentando ignorarte, sangrando por tu silencio. Te limitaste a mirarme desde el portal…

Mi debilidad me venció una vez más y rompí en llanto de nuevo mientras mordía el extremo de la venda para ajustarla a mi mano. ¿Esto era todo?... ¿Así se acaba nuestra historia?... Los sentimientos se me revolvían, y ya me sentía demasiado patético como para admitir mi propia desgracia. Pero… ¿La dignidad y el orgullo eran cosas que podía mantener contigo?, por supuesto que no. Un chiste viejo y malo, así era cómo me sentía, dependiendo de una persona para poder sentirme vivo.

Y aún así te quería a mi lado, para que no me dejaras pensar en todo eso. Tu calor opacaba cualquier intento de duda… pero ahora estabas lejos y la rabia liberaba mis lágrimas, el miedo obstruía mis preguntas. Mi necesidad de ti me impidió rechazarte cuando te sentaste a mi lado e intentaste besarme de nuevo…

Y entonces volví a girar en el círculo vicioso, eliminando una pequeña parte de mí en cada vuelta.

No quería tener opciones. Intentaba escapar de mi mismo; abandonar toda duda era mi más fiel propósito al estar a tu lado. Los besos concentraban el calor en mis labios, las caricias daban impulsos eléctricos a cada parte de mi piel. Era cierto, de alguna forma sabía que te irías después de esto… así que el tiempo era lo último que debía perder.

Ninguno de los dos necesitó de muchas maniobras para desnudarnos, los ojos delataban lo que los labios se negaban a decir: todos los sentimientos que te he guardado y… bueno, de tu parte, tal vez el afán de no lastimarme con palabras dulces, que sabías, después, yo mismo me encargaría de lanzármelas como dardos una y otra vez…

Las palabras carecían de significado, los pequeños gemidos se interpretaban como afirmaciones. SI algo aprendí, fue a besarte con mayor intensidad cuando tus manos jugueteaban impúdicas con mis nalgas; y tú aprendiste a callar mis gemidos con tus labios mientras tu erecto falo se hundía en mi cuerpo… a mirarme a los ojos y dejar que lea en tus pupilas lo mucho que te gustaba.

Ambos aprendimos tanto del otro… mi cuerpo se adaptaba perfectamente al tuyo, nuestros poros parecían abrirse al mismo tiempo, dejándonos sentir como la pasión se evaporaba a nuestro alrededor...

Y así, sentado sobre ti y con las emociones bailando en mi estómago, alcancé el inminente orgasmo, no me atrevo a decir que el mejor, pero sí el más completo. Porque después vendría la sensación de necesidad generada por el recuerdo de tu partida…

Te derrumbaste primero, acostándote de lado sobre el sofá y obligándome a imitarte, pues aún seguía montado sobre tus muslos. La naturaleza de la posición acomodó a mi frente y a tu barbilla para que se quedaran juntas,  los cuerpos estaban acostados uno al lado del otro y aunque mi oído estuviese lejos de tu pecho, podía escuchar cómo tu respiración no volvía a la normalidad. Estuviste a punto de abrazarme, pero tus manos retrocedieron, como recordando algo que habías resuelto.

Mis ojos luchaban por cerrarse, pero esta vez jamás lo hicieron, ni en esos momentos ni después. Se mantuvieron despiertos esperando abrirse en su total extensión al escuchar tu despedida. Nunca dijiste que te irías esa misma noche, solo lo intuí, pero de alguna forma estaba convencido de aquello. La herida latente esperaba con calma el momento exacto donde habría de expandirse sin escrúpulo alguno.

Un momento después tragaste saliva y  empezaste a decirlo con el tono más frío que encontraste, dándole la razón a mis conjeturas sobre tu inminente partida. Palabra por palabra varios recuerdos volvían a mi mente; amontonados y veloces me reclamaban una decisión que no era mía…

—Tengo…

Recordé la alegría en tu rostro; el ímpetu en contarme historias graciosas para hacerme sonreír. Vi al adolescente eufórico que evitaba a las demás personas para almorzar conmigo y al tierno hombre que acarició mi rostro momentos antes de dormirme…

—Que…

Nosotros juntos, la extraña compatibilidad que ambos lográbamos. Los insuficientes besos, las ganas de más caricias. Tu cuerpo fundiéndose al mío, mi voluntad unida a la tuya…

—Irme…

El dolor de nuestra primera vez, los restos de sangre y semen en mis manos. Mis intentos por no quererte siendo traicionados una y otra vez por mí mismo. La amarga sorpresa por despertarme solo y la angustia de esperarte en la ventana durante varios días…

Al final lo dijiste, y nadie dijo más nada…

Lo siguiente fue el silencio… la ausencia de sonido estaba destruyendo mi cuerpo, vaciándome las entrañas y arrojando al aire lo que quedaba. El dolor engendraba cada espasmo y cada punzada, apretando mi alma y torturando mi mente…


Los recuerdos a partir de aquel momento están algo difusos. Pero algo era seguro, te levantaste en medio del sepulcral silencio, desenlazando nuestras piernas que aun seguían unidas, el olor a sexo aun rondaba el ambiente…

En ese momento recordé lo que había prometido, volví al pasado y vi como mis decisiones ensombrecían aquella mañana soleada. Cuando entre pequeños movimientos acomodaba tu cuerpo ebrio entre las mantas. Esa mañana prometí alejarme de ti cuando te hubieras cansado de “nosotros” pero en ese momento, ofuscado y aterrorizado por la sola idea de tu partida, mandé todo a la mierda. Mis promesas valieron lo que tus intenciones por quedarte. Estúpidas ironías, hace mucho tiempo luchabas por estar conmigo y ahora era yo el que quería que te quedaras…

—Por favor —las palabras me salían sin ritmo, atropelladas, sin sentido— quédate…

Frenaste en seco, dejaste el pantalón a medio camino entre tus piernas, pero sólo fue por un segundo.

—No puedo —contestaste como quien no quiere la cosa.

Y estoy seguro de que, al igual que yo, no te referías solo a esa noche, sino a todas las demás. Pero ya no conocía los límites, así que una vez más insistí.

—Por favor… —repetí perdiendo el control de todo— yo… yo te…

—Sera mejor que no continúes —advertiste con ese tono de voz tan ensayado.

El primer atisbo de rabia hizo su aparición en mi cabeza, no había explicaciones y ni siquiera débiles promesas sin intenciones de cumplirse. Si tu propósito era desquitarte por las veces en las que había sido frío, tonto e indeciso contigo, lograste tu cometido. La razón había desaparecido y de la dignidad solo quedaban sombras.

Continuaste con el teatro…

—La llave que tienes es la única copia de este departamento, ¿verdad?

No hace falta decirte lo desolado que me sentía. Desnudo por dentro y por fuera, odiándome a mí mismo por haberte cedido esa parte tan esencial de mí.

—S…sí —avancé a decir— es la única que existe…

—Pues entonces no me queda nada más que desearte lo m…

—Vete… —mascullé sin alma— solo… hazlo…

No esperé respuesta, acostado como estaba hundí mi cabeza en los cojines del sofá, intentando esconderme. El orgullo decidió aparecer en un último momento y no quería que vieras la expresión en mi rostro. Al final, el seco sonido de la puerta al cerrarse fue lo último que escuché de ti aquella noche...

¿Abrigarme?, ¿para qué?, si alguna vez llegó el frío jamás lo sentí. Mi mano jugueteaba en el aire, buscando nubes imaginarias para entretenerse. Las lágrimas más dolorosas son aquellas que dejan de presentarse físicas, aquellas que se sienten en el espíritu. Intenté pensar en que me protegías, no entiendo de qué, pero quise creer que todo el teatro fue creado con ese propósito. Si partía de aquello era entendible que el lastimarme fuese la única forma en la que lograrías alejarme de ti, alejarme de lo que sea que estuviese sucediendo…

Y tal vez por eso no lloré, porque en cierta forma conservé y respeté lo poco que me quedó de ti: esa inquebrantable manera de protegerme…

El sol cegó mis ojos al amanecer, justo cuando repasaba por enésima vez todos los recuerdos que acariciaba con masoquismo. El color llenó la pequeña sala de estar, recordándome que había cosas que desde ahora eran mías, no tenía que pensar mucho para llegar a la conclusión de que no volverías por algo tan trivial…

Conservaría el departamento, el pintoresco matiz en los cuadros me ayudaría a recordar mi ingenuidad y el marfil de las cortinas acusaría mi infantil insensatez, todo estaría ligado a los momentos que con tanta ilusión elegía colores y modelos. Todo serviría para mi escarmiento propio…

Las demás decisiones ya estaban hechas sin hacerlas… ni si quiera me había detenido a planteármelas, simplemente seguiría un único camino… el del rencor.

Porque era muy fácil intentar ser “mejor” persona y fracasar todos los días, al final terminaría más enamorado de ti y, quién sabe, con vanas intenciones de recuperarte.

“Porque el corazón muere, de muerte lenta. Abandonando cada esperanza como las hojas de un árbol. Hasta que un día no queda ninguna, no hay esperanza, no queda nada…”

La semilla estaba plantada y lo que en un principio fue resentimiento evolucionó con el paso del tiempo. Supongo que esto también lo querías, porque venía incluido en el paquete del dolor.

Vendí la casa de mis padres al cumplir mi mayoría de edad e invertí gran parte del dinero en una aseguradora, en la que tiempo después, y al darse cuenta de mi extraña facilidad al manejar números, me ofrecerían un puesto estable en la empresa. Acepté el puesto y tras cuadrar con celo los horarios de la universidad empecé a ejercer ambas labores sin muchos percances…

Sí, es cierto, mi vida lentamente regresaba a la monótona realidad en la que no eras partícipe. Pero como nada es perfecto, o en este caso demasiado imperfecto, ahora veía a las demás personas como seres inferiores. Ya no era una simple indiferencia como en mi época adolescente, ahora me deleitaba al ver el error en los demás, me enojaba en sobremanera ver a algún compañero de trabajo o de universidad llorar por cualquier dificultad. ¿Qué era el dolor para ellos sino una excusa para su mediocridad?, las lágrimas ajenas me recordaban a mí mismo en épocas pasadas…

Aunque me costó aceptarlo, necesité de tus abrazos aquel día que llegó la invitación formal a tu boda. Muchas dudas quedaron resueltas: ella era de casta noble y linaje puro, una boda conveniente en todos los aspectos. Flaquee por un momento, y con tristeza he de admitir que estuve a punto de buscarte. Pero el orgullo ocupa mucho espacio en el corazón, dejando al amor sin cabida. Decidí entonces seguir tejiendo el inconsciente futuro que nos deparaba a ambos…

Sobreviviendo en la cotidianidad, me topé con que más de uno se atrevió a declararme su amor, prometiendo días mejores y noches sin pesadillas. No sabes el deleite con el que los rechacé, esperando con ansia viva que conocieran la soledad de amar a alguien y la desesperación de perderlo.

Como el héroe que se cansa de asesinar villanos para conservar su título, así era cómo me sentía. Muchas cosas estaban cambiando en mi forma de ser, y para mi sorpresa ninguna de ellas me disgustaba. A las personas parecía atraerles mi lado enigmático y ya había advertido varias miradas impúdicas a mí alrededor. El hambre de poder… sí, mi mente sacó a la luz ese deseo oculto que todo humano posee y que siempre está al acecho de cualquier oportunidad para mostrarse tan despiadado como es.

Fueron pocos los esfuerzos que hice para mejorar mi apariencia y grandes los cambios que noté… Unos vagos y débiles coqueteos con los travestis en la peluquería me abrieron las puertas que necesitaba para generar empatía con algunos asesores de imagen que eran conocidos suyos. El mundo rosa siempre había sido muy pequeño y rápidamente logré cortes de cabello gratis y asesorías de imagen personalizadas.

Mi rostro… aprendí a esconderlo debajo de una fina capa de maquillaje, aprendí a imitar lo natural y los resultados no me defraudaron. A veces cuando me reflejaba en algún cristal, de la naturaleza que este fuese, sonreía complacido sabiéndome atrayente para ambos sexos. Pero no fue hasta que recibí un regalo costoso, sin razón aparente, de parte de mi supervisora, que me di cuenta del verdadero alcance que podía tener mi ambición. Así es, descubrí que podría lograr mucho involucrándome con la persona adecuada…

Aprendí a sonreír sin sonreír, todo estaba escondido debajo de un manojo de mentiras y engaños. El mundo flotante me enseño a aparentar superficialidad. Lo externo se convirtió en mi mejor arma y mi mejor defensa, pero siempre supe que en esencia seguía siendo el niño inútil e inseguro que un día conociste. Porque al regresar a casa todos los días, no existía momento en el que no te recordara. Vivía enamorado de tu sombra, reacio a abandonar tus recuerdos me ahogaba casi todas las noches con las pocas fotos que alguna vez nos tomamos y después cansado y aun abatido lograba conciliar algunas horas de sueño.

Un año transcurrió entre ajetreos y noches masoquistas. La universidad me exigía cada vez más tiempo y como sucede en estos casos, al dedicarme más, tuve menos tiempo para distracciones. Pero jamás olvidé el rencor, el odio era lo que me mantenía vivo, impulsándome a buscar más. La idea de hacerte daño empezaba a germinar y todo empezaba a cobrar sentido. Algún día tendría el poder suficiente, el dinero necesario y el físico impresionante para poder verte de nuevo… y destruirte.

Porque no te odiaba solamente por haberte ido esa noche, por haber desaparecido tras un rastro de patética frialdad teatral. Te odiaba por ser cobarde, aún más cobarde que yo. Sentía que huiste como una rata asustada apenas te diste cuenta de que los problemas llegaban. El resentimiento ocupó el lugar de mi malograda fe en tus intentos de protección. En esa época te detestaba por ser tan rastrero, por besarme, tomarme y luego irte sin más. La repulsión hacia ti llenaba mis sentidos al creerme utilizado.

Un títere barato que con el tiempo perdió su color, una marioneta desgastada y sucia, todo parecía ser mejor que mi yo interno. Pero lo que más odiaba era que en ese tiempo hubiese dado lo que sea con tal de volver a ser tu juguete, quería una vez más aquellas sensaciones que me hacían evadir la realidad. Y no era tonto como para pensar que podría conseguirlas en otro cuerpo. Eras, fuiste y serás diabólicamente único….

Y por eso quería destruirte, causarte el mayor de los dolores. Saberte vencido y humillado. Verte desnudo y con la cabeza hundida entre los cojines de un sofá en un cuarto oscuro y a medio arreglar. Creía que sólo así podría ser libre de ti…

Meses corriendo, horarios de gimnasio consumiéndose, noches de sexo aburrido con algún conocido de mis superiores, mis manos tejiendo hilos invisibles y mis rasgos faciales aprovechándose de varias circunstancias, el dinero llegando y la megalomanía creciendo. Tú seguías siendo mi codiciado trofeo, debía ensayar muy bien como actuaría en frente de ti, no quería errores. La situación no podía salirse de mis manos. Engañaría a mi cuerpo lo mejor que pudiese para que no vieras adentro de mí y te dieras cuenta de que en realidad nada había cambiado.

La idea de la venganza se incrementó con creces aquel día que te vi en ese centro comercial. En ese entonces salía con una de las accionistas mayoritarias de una aseguradora asociada. Ibas sólo con la que asumí era tu esposa. Tus facciones, jamás las olvidaré, algún pintor debía plasmarlas en un lienzo y llamar a su obra: “Mustio”. Las de ella no daban mucho que decir, corta y regordeta no llamaba mucho la atención. Lo único que me ayudó a reconocerte fueron tus ojos, esos ojos que jamás perderían el hermoso oliva del que siempre estuve prendado. Todo lo demás lucía sombrío, las ojeras denotaban cansancio y los labios habían perdido parte de su color.

Y una parte de mí quería abrazarte y decirte que cuidaría de ti con toda mi alma, pero el odio la rechazó de manera contundente al ver el oro en tu cuello y muñecas, tu figura envuelta en un traje que a leguas se notaba que era costoso me permitió aborrecerte aún más. No permití que me vieras, aún no era el momento. Inventé una excusa rápida y convencí a mi vetusta amante de caminar por otro sitio. Después, unas cuantas lágrimas en el baño de un hotel se encargarían de borrar los sentimientos que intentaron despertar.

Más tiempo, menos escrúpulos. Mucho dinero y nadie con quien compartirlo. Regalos de cumpleaños costosos y fiestas con personas tan superfluas como adineradas.

Se acercaba el día que esperaba…al fin fui promocionado a un cargo superior al que tenía y días más tarde llegó la tan esperada propuesta de una beca para mis estudios. No la necesitaba, en realidad sólo la buscaba para mi fingida vanagloria.

Todo a pedir de boca… la idea de la perfección se acercaba a mi nueva realidad, sin embargo existían días en los que intentaba recordar cómo era todo antes de eso… lo fácil que era sonreír contigo a pesar de ser yo tan inaccesible. Añoraba los momentos que, a pesar del dolor por la pérdida familiar sufrida, me sabían a gloria si estaba a tu lado. Todo había cambiado de una forma tan monótona y perfecta. Mis metas sólo se basaban en el odio y aún en la ambigüedad sobre lo que vendría después de la venganza quise ejecutarla de todos modos.

Es fácil juzgar desde el exterior y definir lo bueno y malo. Pero cuando tienes la elección entre las manos, salen a flote todos tus deseos de devolver el daño que has recibido, a expensas quizá, de la más pura inocencia del objetivo…

2 años habían pasado y al final conseguí que las vacaciones laborales coincidieran con el fin del ciclo universitario de aquel entonces…

2 años habían pasado y entonces supe que era el momento de buscarte de nuevo…