El odio purificador

El sexo y los sentimientos escritos con sangre...

La noticia recorrió rápidamente los pasillos de aquel instituto, el chisme lograba que la algarabía tuviese una razón más para existir. En un segundo dejé de ser un total desconocido para convertirme en la comidilla de cientos de estudiantes con las hormonas alborotadas. Me daba igual que se dieran cuenta de que existo, a fin de cuentas ya había pasado por la etapa en la que sufría por su desprecio. Ahora veía a todos por debajo del hombro, nadie se acercaba a mí a menos que algún profesor lo obligase. Los asientos que circundaban mi puesto en cualquier lado siempre lucían vacíos.

Los púberes demonios aprovechaban cualquier ocasión para arruinar mi día, a menudo me defendía retándolos con frases inteligentes, dejando al descubierto su ignorancia y poca cultura. Ya me había acostumbrado a todo aquello pero mi paciencia se vio forzada a extinguirse cuando el capitán del equipo de futbol y su séquito decidieron confundir mi libro con un balón de fútbol. Las palabras no sirvieron y tras varios intentos fallidos por recuperar mi amado libro decidí cambiar de estrategia, diría aquello que estaba seguro los desconcertaría.

« ¡SOY GAY HIJOS DE PUTA! » Lo grité sin contemplaciones. Dio resultado, los ojos de aquel grupo parecían estar a punto de desorbitarse, rápidamente tomé mi libro y con unas cuantas zancadas me alejé completamente de toda mirada. Jamás me había planteado salir del closet de aquella manera, pero me alegraba el hecho de haber zanjado la cuestión sin más preámbulos; total, no le debía explicaciones a nadie. En casa me gané un regaño por haberlo expuesto así sin más, mis padres lo sabían desde hace mucho tiempo y lo que en realidad les preocupaba era mi seguridad, consideraban que decirlo en público no tendría muy buenas consecuencias.

Contra todo pronóstico, los siguientes días transcurrieron con total normalidad; lo de siempre, me encontraba absolutamente solo, todo el mundo se alejaba nada más mirarme cómo si llevara la campana del leproso que anunciaba mi presencia. Con el pasar de los días, las miradas de asco y repugnancia se me hicieron cotidianas. Me había autoprogramado para que así fuese, pero para lo que nunca estuve preparado fue para ti…

Estúpida sonrisa… estúpidos ojos oliváceos y estúpido de mí por dejar que tu saludo lograra traspasar mi alma, en un principio sólo enarqué una ceja, era muy valiente de tu parte el atreverse a saludar al maricón del colegio, te ignoré, tal vez te habías equivocado… Pero al dar un paso para alejarme tu mano volvió a insistir para que la estrechara. Un millón de preguntas volaron por mi cabeza. Acepté tu saludo y no sé si fue por el momento pero podría jurar que tu piel tembló al contacto con la mía, sólo un apretón de manos y ahora ya tenía en que pensar durante todo el día…

Intenté quitarle la importancia que no tenía pero fue inútil… volviste a saludarme en la siguiente clase, y en la siguiente… y en la siguiente. ¡Vaya! Ahora sí podía maldecir al destino por mandarme a una persona tan pesada…. Eras nuevo, tu carisma y tu habilidad para encontrarle la gracia a cualquier cosa lo camuflaban muy bien. No estabas enterado de los chismes que circundaban a mi alrededor, aun nadie se había tomado el “esfuerzo” de informarte…

Decidí decírtelo yo mismo, así te irías de una vez por todas y podía volver a mi vida monótona de siempre. Pero una vez más mi ceja formó un arco al escucharte pronunciar ese simple «¿Y?» que logró confundirme; estabas completamente desquiciado, lo acepté en ese momento…

Los días… los meses pasaron y tú seguías pegado como un chicle. Todos los días tenías algo nuevo que contarme, tu familia, tus sueños… tu vida. Yo por supuesto no tenía muchas cosas que decir, mi existencia era de lo más común. Te escuchaba hablar de viajes fantásticos y de sueños quiméricos, de personas agradables y de sitios mágicos. Lentamente me fui acostumbrando a ti a tal punto que en más de una ocasión lograste arrancarme una débil sonrisa festejándolo como si te hubieses ganado el trofeo del año.

Una a una mis defensas se iban rompiendo, no entiendo mi insensatez al derrumbarlas con mis propias manos. La torpeza mezclada con tu natural alegría hacían imposibles mis negativas. Jamás te pedí que vinieras, jamás te pedí que aparecieras, has llegado disfrazado de cordero para arruinar mi vida, estoy seguro…

Ni tu ni yo… nunca hablamos sobre relaciones amorosas, era una especie de línea que nadie quería cruzar. En los descansos era raro no vernos juntos para almorzar. Preguntabas si quería algo más para comer y hasta me invitaste a salir un fin de semana,  aquella vez yo sólo asentí con la cabeza pero tú estallaste en euforia declarándote vencedor; segundos antes los nervios se apoderaban de tu rostro…

Una tuerca, luego otra… Y después muchas se aflojaban de mi mente por ti. Las hormigas golpeaban en la boca del estómago. El color empezaba a manifestarse a diario en mi lienzo existencial. Ya no tenía la necesidad de alejar a las personas para sentirme a salvo, tu sola presencia me revestía con armadura de hierro. Si tenías defectos no podía detectarlos; o mejor dicho, no quería verlos. Y no hay peor ciego…

Nuestra graduación se acercaba, los primeros preparativos y las últimas fiestas no se hicieron esperar. Los demás planeaban sus respectivas despedidas y nosotros evadíamos cualquier tema que llevara a la incómoda pregunta : « ¿Te veré después de graduarnos?»...

Ocurrió semanas antes de la ceremonia de grado, en la fiesta de Carlos, el recuerdo está perfectamente pintado. Me convenciste para ir juntos, ignoro cómo le convenciste a él para que me dejara entrar. No me sentía nada cómodo pero tú eras el alma de la fiesta.

Te manifesté mis deseos de irme, me rogaste que me quedara y sólo hicieron falta unos cuantos tragos más para desinhibirte. Esa fue la primera vez que intentaste besarme, estaba realmente asustado, había evitando este momento durante toda la temporada. El miedo a que vieras dentro de mis y te dieras cuenta de mis sentimientos me paralizaba, pero una vez más tu estúpida sonrisa logró convencerme de que todo estaba bien. Tomaste mi rostro con ambas manos y, en la complicidad de la sombra, me diste el primero de tantos besos. Mis labios inexpertos y fríos se adormecían con las caricias que les brindaban los tuyos. Y así, confundido y extasiado me abandoné a tu voluntad.

Me tomaste de la mano y con mucha prisa recorrimos el pasillo hasta llegar hacia una pequeña habitación. Cuando cerraste la puerta y regresaste a verme, me di cuenta de que no eras tú, tus ojos carecían de luz, el verde intenso que los rodeaba se había esfumado y en su lugar reinaba la oscuridad absoluta…  Ya era demasiado tarde, no te podía negar nada, no quería hacerlo.

Me besaste con locura, tus labios sedientos buscaban los míos con vehemencia, tus manos sujetaban mi cintura con fuerza. El aliento a licor me recordaba que estabas ausente, que tu cuerpo estaba actuando por instinto, los besos que me llevaban al cielo no eran más que ilusiones baratas que no recordarías al día siguiente, las caricias que me estremecían no eran más que simples gestos mecánicos.

Y aún así no me importó, sabía que todo era un espejismo y a pesar de eso continué…

Te besaba con mayor intensidad, intentando que la borrachera se te quitara y pudieras verme con el corazón, esperando que me dijeras aquello que siempre me negaba a mi mismo querer escuchar… «Te quiero»

Nunca lo hiciste, en su lugar rompiste de un tirón los botones de mi camisa y sabiéndote fuerte me tomaste por las piernas, amarcándome mientras me abrazaba a tu cuello, mordiendo con fuerza mi labio y deleitándote con el hilo de sangre que escapó.

Te deshiciste de tu camiseta, dejando al descubierto un pecho en desarrollo. Dirigías tu mirada hacia mis ojos, pero no me veías. De nuevo tus labios atacaron. Tu cuerpo se replegaba contra el mío, una fina capa de sudor lo cubría, restregabas tu cintura contra la mía dejándome sentir cómo una parte de ti crecía entre tus piernas. Mi boca intentaba rechazar los gemidos que querían escaparse, pero la presión por liberarlos acrecentaba a cada segundo. Finalmente perdiste el poco autocontrol que tenías  y te levantaste. Mi aliento se sintió vacío por un segundo, aflojaste un poco tu cinturón y entonces caí en cuenta de que esto iba en serio. Esta vez no estabas bromeando como siempre, no había una sola sonrisa que me infundiera la confianza que necesitaba para dar el siguiente paso. No sabía si en realidad quería hacer el amor contigo pero estaba seguro de que estabas decidido a tener sexo conmigo…

De un tirón bajaste tus pantalones,  los bóxers los acompañaron. No me sorprendió mucho su tamaño, lo que me llamó la atención fue lo hinchada que se veía. No había tiempo para los preámbulos, o eso pensarías. Lo cierto es que hiciste desaparecer mis shorts y rápidamente separaste mis piernas para abrirte camino hacia tu objetivo. Te ensalivaste un poco y sin preguntar empezaste a empujar con constancia. Muy pocas veces he sentido un dolor tan horrible como ese. Tu falo intentaba romper los primeros obstáculos a toda costa. Mi cuerpo no estaba preparado para recibirte pero eso pareció no importarte… ¿Dónde estaba aquel dulce niño que sufría de ataques de risa y que era capaz de contagiarme incluso en las peores situaciones?

Es estúpido verlo de esta forma, pero junto a mi virginidad también se estaba rompiendo mi corazón, todos los sentimientos que habías pintado se estaban destruyendo en mil pedazos. Tras cada empujón por atravesar mis esfínteres un recuerdo tuyo se manchaba, las memorias de las veces que con infinita paciencia intentabas hacerme sonreír se estaban convirtiendo en monstruosas pesadillas… Lo que habías construido en 2 años se estaba derrumbando en unos cuantos segundos…

Y aun así nunca te aparté de mí, tenía miedo de que te alejaras, y aunque me hicieras daño soporté el dolor mordiéndome los labios con total determinación para que ningún quejido se escapara de su prisión. La sangre…las lágrimas, las pocas cosas que me quedaban ahora te pertenecían. Mis sentimientos, mis metas, mis sueños, mi destino se ató a ti en ese momento. Comprendí que ninguna otra persona hubiese sido la mitad de paciente como tú lo has sido conmigo, y aunque el dolor me estaba desgarrando por dentro estaba dispuesto a aguantarlo por ti… porque descubrí que te amaba.

Y a pesar de reconocer mis tan temidos sentimientos en ese momento mi vida dejó de importarme, sentía que ya no tenía nada para regalarte. Si alguna vez pensé en que perdería mi virginidad contigo jamás planeé que sucedería así, ahora todo estaba manchado y lo que sucedería esta noche jamás  lo recordarías… En un último intento por salvar la situación te besé en la mejilla con todas las fuerzas que me quedaban mientras tus movimientos se intensificaron y sin que te dieras cuenta empecé a llorar mientras tu cuerpo buscaba placer en el mío.

Mis intentos fueron inútiles, las mariposas habían muerto. Donde una vez las flores habían estallado en mil colores, ahora todo se convertía en un desastre oscuro y árido.

Lo último que recuerdo fue el acariciarte el cabello mientras tu respiración volvía a la normalidad y el cansancio se apoderaba de tu cuerpo, con gran alivio me percaté de que todo había acabado. Algo goteaba entre mis piernas, mis lágrimas se intensificaron al descubrir que era una mezcla entre sangre y semen. Te tumbaste encima de mí, víctima del sopor. Te abracé con fuerza y te besaba la frente en un intento por aceptar tus disculpas aún antes de que las pronunciaras. Lloraba por ambos, algo en el fondo me decía que tú también me querías y eso me acongojaba más.

Esa fue la única noche en la que deseé estar muerto. Lo que jamás habían logrado aquellos estúpidos niñatos del instituto lo habías conseguido tú en una noche. Pero quería evadir la realidad y antes de dormirme apreté tu cabeza contra mi pecho y susurré angustiante:

«Tranquilo… no has sido tú… no… has sido tú»

Desperté después de un fugaz descanso, aún seguías a mi lado. Me demoré mucho para lograr retirarte de encima sin que despertaras. Me arrodille en la cama y después de contemplarte durante largo rato rompí en llanto de nuevo. Me di cuenta de que te amaba, que lo eras todo para mí… La noche había pasado y un débil rayo de sol se abría paso por la ventana… No ibas a recordar nada, no debías recordar nada. Yo me encargaría de que fuese así.

Te veías tan inocente mientras dormías, despertarte era el concepto perfecto que podría darle a la palabra “pecado”.

Nada iba a ser igual después de aquel día, estaba dispuesto a cargar con el dolor que suponía el ocultarte lo que había pasado. Tal vez me querías, pero sabía que eras lo suficientemente cobarde como para aceptarlo. Estaría contigo hasta que te canses de mí y me dejes en el pasado. Algún día buscarías a alguien con quien compartir tu vida y entonces podría dejarte ir. «Seré tu guardián» pensé con amargura. Aprendería a sonreír solo para verte sonreír.

Hurgué por todos lados y al abrir un cajón encontré un paquete de kleenex. Limpié la evidencia que había en tu cuerpo, tomé tu miembro dormido y con suma delicadeza le quité los rastros de la macabra mezcla. Te vestí con ternura, llevabas unos bóxers con una leyenda graciosa, te cubrí de nuevo con la manta y me despedí dándote un beso en la frente.

Salí de la habitación con cuidado. Las calles se me hicieron interminables, no podía caminar bien y las lágrimas recorrieron nuevamente mi rostro al pasar por el instituto. Cuando llegué a casa hice lo posible por desinfectar la herida que latía en mi cuerpo y alma.

Después de esa noche tus ojos recuperaron aquel verde intenso tan característico de tu jovialidad. Yo por mi lado jamás fui el mismo, ahora sabía que te amaba y no podía decírtelo, hacerlo sería como destapar el cántaro con grillos.

Vida… todo el mundo te la puede quitar pero pocos saben cómo dártela. Mis padres murieron unos días después, los reportes indicaron que el avión en el que iban celebrando su aniversario estalló al instante. No debieron sufrir mucho, era lo único que me consolaba. Estaba a punto de cumplir la mayoría de edad, pero de todos modos pasé una temporada con unos familiares cuyo alejamiento no era sólo de sangre, sino también de afecto.

Los días se volvían grises y las noches eternas, las pesadillas lograban mantenerse vivas aún después de abrir los ojos, las citas con el psicólogo no servían de mucho. Tenía que ser sincero para que surtieran efecto y eso era precisamente lo que no hacía, decir la verdad. Mentía sobre cómo me sentía con el único afán de que aquel anciano de gruesos lentes me dejara en paz.

Solo al verte lograba sonreír un poco y mi nueva familia lo entendió rápidamente. Nadie ponía obstáculos si decidías quedarte a dormir en mi habitación. Si tenía un mal sueño tenía la seguridad de que después de todas esas imágenes hirientes estarías tú abrazándome, sobándome la espalda con una mano, sin decir nada. Solo el silencio y la calidez de tu abrazo me devolvían la somnolencia.

Fueron días muy difíciles para mí  y seguiste a mi lado como siempre. Intentabas alegrarme todos los días pero ya nada era como antes y lo único que lograbas arrancarme eran amargos intentos de sonrisas. Redoblabas tus esfuerzos y, muchas veces, al no conseguir tus objetivos, te frustrabas y terminabas enojado. Mi propia frustración por verte así alimentaba el odio que tenía hacia mí mismo por hacerte esto.

Llegó el día de la graduación y terminé mis estudios secundarios con notas regulares, las mismas que, a pesar de tu supervisión, no brillaron como en otras ocasiones. Durante la ceremonia te mostraste algo nervioso y antes de que todo termine dijiste que tenías algo importante que decirme. Me citaste en un lugar al que muy pocas veces concurrimos…

Te encontré en el jardín del instituto, apoyado en un árbol. Tu mirada se perdía en el cielo, tus manos estaban guardadas en aquel hermoso traje de color negro. Volviste tus ojos al percatarte de mi presencia mientras una sonrisa te adornaba el rostro…

Juntos… me pediste que vivamos juntos, el brillo en tus ojos me ayudó a comprender que lo deseabas con fervor. Tus argumentos giraron en torno a lo económico, podríamos compartir gastos y reducirlos si era el caso, tu ya estabas trabajando en un supermercado pero yo aún no tenía la mayoría de edad. Te lo recordé, pero una vez más tu seguridad se hizo cargo de todo y prometiste que no habría ningún problema si asumías todos mis gastos durante un tiempo. La idea te traía totalmente entusiasmado y, como en otras ocasiones, no pude negarme si tus hermosos ojos me lo pedían con tal intensidad.

Los insistentes golpes en la puerta de mi habitación me despertaron en la mañana de un 30 de abril. Esas 4 paredes dejarían de ser mi morada a partir de aquel día. Un hermoso chico de ojos esmeralda que parecía estallar de la emoción me ayudó a llevarme todas las cajas y después de una rápida despedida  familiar nos alejamos en el automóvil que tu padre nos prestó para la labor.

Habían cajas por todos lados, suspiré un poco y antes de ponerme manos a la obra sentí que me empujaste por detrás. Me giré para devolverte la broma pero te acercaste rápidamente y después de pasar tu mano por mi nuca acercaste nuestros rostros. Mi cuerpo se tensó al instante y tras un segundo, que a mí me pareció eterno, abrazaste mis labios con los tuyos, besándome con desesperación, como si le quedaran muy pocos minutos al mundo.

Amor reprimido… era lo que podía saborear en tu boca. Ni una sola palabra, ambos correspondimos ciegamente a nuestros propios sentimientos. Tus labios alimentaban a los míos, proveyéndolos de energía pura e incandescente. Mis trémulos dedos memorizaban una a una las facciones de tu rostro. Mis piernas flaquearon un poco y me obligaron a sentarme sobre ellas. Me imitaste y cuando estuvimos apoyados a una enorme caja bajaste tus manos hacia mi entrepierna…

Los demonios volvieron: el miedo, la duda, el dolor de saberte tan cerca y la desesperación por saber que podrías alejarte. Frené en seco, el dolor había ganado. Me alejé arrastrándome hacia atrás, tapándome la boca con una mano, evitando que mis labios gritaran lo que en un celoso secreto se habían jurado mantener.

— ¿Qué pasó? —tus ojos se abrieron con violencia, miraban mi reacción con alarma

No te respondí, tu voz podría calmarme cuando tuviese una pesadilla, pero en ese momento era lo único de lo que quería huir.

— ¿¡Qué pasó!? —lo intentabas de nuevo, esta vez te acercaste un poco…

Mis reflejos actuaron por mí, me arrastré un poco más cuando vi que intentabas tocarme. Las lágrimas amenazaban con escaparse de mis ojos. El desconcierto te dejó inmóvil.

—Yo… lo siento — tu mirada huyó dolorosa, la mano que tenías levantada retrocedió y clavó sus uñas en tu rodilla. —de verdad que lo siento…

—»Sólo… solo quiero estar contigo…— tu voz se quebró, mirabas al suelo, luego un silencio —entiendo si tú no...—apretaste los ojos para decirme esto último.

Hundí mi cabeza entre las rodillas, gruesas gotas recorrían por mis mejillas. Quería gritarte todo lo que sentía, pero me contuve, antes tenía que asegurarme de algo…

—No lo recuerdas, ¿verdad? — Hice todo lo posible para controlarme un poco. Observé tu temblorosa figura sin saber cuál respuesta prefería.

— ¿Recordar qué? —me miraste confuso, la inocencia estaba retratada a la perfección en tus ojos verdes. Una gota se escapaba por tu pómulo.

La peor de las respuestas… No lo recordabas. Aquella noche en la que dejé de ser yo para fundirme a ti se había quedado únicamente en mi memoria. La herida se abrió en toda su extensión, dejándome sin aliento, recordándome el silencio autoimpuesto. Mi barrera se desplomaría si seguía tan cerca de ti. Intenté ponerme de pie, tus manos ignoraron mis intensiones, tomándome de los hombros y apegándome contra la pared.

— ¿¡Qué es lo que debo recordar!? —Levantaste la voz pero no era a mí a quien se lo preguntabas.

Mis labios permanecieron en silencio, mi vista se perdía en algún punto ciego del techo. No supiste que hacer, te desesperaste una vez más por besarme. Reuní fuerzas para voltear el rostro en un intento por no corresponderte.

—No… por favor —estaba a punto de rogártelo tras ver tu insistencia por acercar nuestros labios. —Esto no…

— ¿Por qué? —susurraste al tomar mi mentón, tu aliento fresco sedujo mi olfato. —Siempre he querido decirte que yo…

— ¡Cállate! —te ordené al instante, saliendo de mi trance y perdiendo el control de todo. Te empujé con lo que me quedaba de voluntad y me arrodillé de nuevo en el piso.

»— Cállate… por favor… cállate —gemía con las manos cubriéndome el rostro.

Me mirabas estupefacto, intentaste acercarte de nuevo y golpeé tu mano, rechazándola. No entendía bien por qué lo hacía, solo quería que todo lo que sentía desapareciera. Le habías dado color a mi vida, pero ahora el magenta me estaba ahogando. Y odiaba sentirme así, quería escupir todo lo que sentía y decirte de una vez por todas la verdad sobre aquella noche, aquella noche que estaba seguro olvidaste.

Ignoraste una vez más mi débil voluntad y con todas tus fuerzas me acercaste a ti, esquivando mis golpes y sollozos. Tus brazos me apretaron con fuerza mientras mis fallidos puños golpeaban tu pecho. Las lágrimas me sabían a sangre pura, ¿Por qué no podía simplemente decírtelo?, la respuesta se repetía en los canales de mi congoja: Podría golpearte, herirte físicamente, pero jamás haría algo que incitara a tu alma al llanto. Y aún así la paradoja me preguntaba: ¿Es que acaso el rechazarte no resultaría aún más doloroso para ti?

No hice muchas conjeturas, las lágrimas aumentaron con la confusión. Tu pecho se dio cuenta y ordenó a tus manos que sobaran mi espalda. Funcionó después de unos cuantos segundos… estaba cansado de luchar contra mí mismo. No quise pensar en las consecuencias, no importaba si después dolería aún más cuando decidas irte… cómo los niños en mi escuela, como los imbéciles del instituto... como mis padres…

No podía aguantar más, levanté mi rostro y busqué tus labios, yo también tenía sed de ti. Aflojaste tus brazos, tu mano derecha subió a mi cuello, la otra acariciaba mi espalda. Ambos llorábamos, tal vez por distintas razones, o quizá por el momento, y solo en una remota posibilidad porque… tu me querías… y yo a ti.

No sé cuando aparecieron las primeras manchas añiles sobre mi cuello, o cuando desapareció lo que traíamos puesto, solo recuerdo que el sudor era lo único que vestíamos…

Fingiendo algo de seguridad me monté sobre tus muslos extendidos, me abrazaste al instante y algo de picardía se notó en tu sonrisa al sentirme desnudo. Me besaste con cautela, vigilando mis reacciones, asegurándote de que consentía todos tus movimientos.

La ternura… se sentía en cada paso que dabas, estabas nervioso al igual que yo, experimentaste un poco al manosear ligeramente mis nalgas, tus ojos preguntaron si todo estaba bien y al ver que asentía te aventuraste un poco más, deslizando un dedo ensalivado por mi raja. Un pequeño sobresalto de mi parte hizo que lo retiraras, tus pupilas me miraban preocupadas. Mi sonrisa fue la señal para que continúes. El primer dedo venció fácilmente mi esfínter, nos costó algo de tiempo con el segundo y finalmente el tercero requirió que me tranquilizara o de lo contrario podría dolerme mucho… y ya conocía a la perfección todo el daño que me causaría si no lograba calmarme. Estaba dando resultado, a los pocos segundos me sorprendí a mi mismo arqueando la espalda para que tus dedos pudieran entrar con mayor facilidad.

— ¿Listo? —Te asegurabas…

—Listo —afirmé totalmente convencido.

Las gotas bajaban por tu frente, aquel  pilar palpitante se acercaba hacia la entrada de mi agujero, un último vestigio de la pesadilla que viví hace tiempo intentó poner en duda mi determinación, pero no tuve tiempo para cavilaciones.

—Lo… siento —tu voz se descontrolaba, la seguridad parecía desmoronarse.

— ¿Por qué? —me estabas confundiendo

—Por esto…

Tus manos bajaron con fuerza mis caderas, mis brazos se aferraron a tu cuello por instinto, un alarido de dolor mezclado con placer recorrió por toda la estancia. Respirar se volvió complicado, todos mis sentidos estaban enfocados en aquel momento y mi cuerpo pareció olvidar sus otras funciones vitales. Tu pecho explotaría en cualquier momento, o eso pensé al sentir el aire entrar y escaparse de manera tan rápida.

Flaqueé por un momento, empezaba a creer que esto no era buena idea. Aflojé un poco mis brazos para poder besarte, en ese momento era lo que más quería hacer, necesitaba sentirme seguro de que no me dejarías y de que ese instante lo estábamos viviendo los dos. Tus mejillas húmedas y brillantes junto a tus hermosos ojos claros me confirmaron que en una lluviosa tarde de abril, en un cuarto sucio y desarreglado, lleno de cajas por todos lados, ambos decidimos nuestro futuro… No importaba lo que sucediera después, mi mundo ya no me pertenecía…

—Eres lo mejor que me ha pasado —dijiste mientras, entre lágrimas, nos besábamos a destiempo.

No te respondí, mi labios actuaron por mí, besándote con toda la calidez que podía generar. Entregándote parte de mi alma y olvidando por un momento la horrible herida que causó el mismo autor de ese pleno y dichoso momento.

Nuestros labios estaban enrojeciendo y antes de darme cuenta volteaste una de las tantas cajas que estaban a tu alcance. La suerte nos regaló un favor, era la caja que contenía las mantas y sábanas. Con esa torpeza tan característica de ti, intentaste esparcirlas rápidamente sobre el piso al tiempo que seguías besándome.

Con una pequeña nalgada y dejándome nada de tiempo para reclamos, envolviste tus fuertes brazos en mi cintura, te apoyaste en una pierna para poder soportar el peso de ambos y con un solo movimiento, muy cuidadoso por cierto, nos tumbaste en el improvisado lecho, ubicándome debajo de tu sudoroso cuerpo. Fuiste muy cuidadoso de no mover mucho tu cadera. Entre risas seguías gesticulando tus labios para estrujarlos con los míos. Un pequeño silencio y entonces tu rostro volvió a la seriedad de antes.

—Voy a moverme —ordenaste, y sinceramente, tenía pensado pedirte lo mismo…

Una mano bajó hacia mi muslo y la otra se centró en mi rostro, ambas acariciando su correspondiente destino. Las mías, por otro lado, seguían asidas a tu cuello, aprisionándolo.

Tu cadera empezó a moverse, tu mano abandonó mi rostro y obligó a una de las mías para que la tomaran, enredaste tus dedos con los míos y enviaste nuestras manos lo más lejos posible, repitiéndome con cada movimiento el afecto con el que habías planeado hacer este tipo de cosas conmigo…

Tuve que cortar el maravilloso gesto, las embestidas se estaban intensificando y me vi obligado a engancharme de algo más fuerte que tu cuello. Tu espalda era el refugio perfecto y allí fue donde mis manos fueron a parar. Viste un punto que ni siquiera yo sabía que existía y con lujuriosa venganza por haber dejado tu mano lo atacaste…

Los quejidos se me escapaban al sentir tu lengua húmeda recorriendo mi oído, marisqueándolo de vez en cuando y llenando la habitación de pequeños gruñidos que iban en aumento…

El calor… parecía fundirnos en uno solo y las ascuas ardientes subían y bajaban por todo mi cuerpo, no había dolor, los remordimientos no existían, las lágrimas aparecieron, pero esta vez eran de dicha y plenitud.  Los músculos de tu vientre, hinchados por el esfuerzo, se convirtieron en los mejores estímulos que mi polla necesitaba para excitar mis sentidos. Tus labios devoraban las partes de mi cuerpo que encontraban a su paso y entre quejidos te pedía que no pares. Nuestras manos recorrían todo lo que aún nos era desconocido, el fuego en cada caricia convertía cada palabra que intentaba decir en auténticos alaridos y las pocas veces que separaste tu boca de mi oído fue para besarme y asegurarte de que todo estaba bien, y vaya que lo estaba, tus esfuerzos por dilatarme habían dado magníficos resultados. Tu cipote dejaba un vacío inmenso al abandonar mi cuerpo e inyectaba energía pura al penetrarme de nuevo.

Oh por dios, cuánto te quería. Mi cuerpo no lograba demostrarte todo lo que sentía, el más alucinante de los orgasmos parecía poco comparado con la sensación de compenetración que experimentaba contigo. El clímax estaba a punto de llegar y todo se desbordaba, las olas de placer aumentaban a la par con la profundidad de tus embestidas, tus caderas chocaban contra mis glúteos arrancándome gritos que se confundían con bramidos. La calentura de nuestros cuerpos acrecentaba con cada movimiento. Mis dedos se retorcían de placer y al percatarte de que mis uñas estaban arañando tu espalda abandonaste con un grito todo intento por no correrte…

La mano que tenías libre agarró con fuerza mi cadera y con furia impulsaste la última estocada, haciendo que devore hasta el último centímetro de tu enhiesto falo y obligando a mi espalda a levantarse arqueada.

Lava… es lo único que podría definir lo que sentía en mis adentros. Y era demasiada… ardiente y espesa logró escaparse por los bordes de mi dilatado agujero.

Un fallo en tus fuerzas hizo que te inclinaras un poco, tu abdomen volvió a rozar mi hinchada polla, dándole el último estímulo que necesitaba para expulsar mi esencia. No sabía a qué asirme, el orgasmo estaba bloqueando mis demás sentidos. Hundí mis uñas en tus brazos al sentir que todo mi cuerpo temblaba y mi falo se escurría entre nuestros cuerpos, mojándolos con la estrepitosa corrida…

Segundos pasaban, minutos corrían y ninguno de los dos quería despegarse del otro. La lujuria podría estar satisfecha, pero nuestro deseo de estar juntos no…

El calor bajaba paulatinamente su intensidad, el cansancio ya podía sentirse, dejando todo en su respectivo lugar y recordándome que esto había sido real… En realidad había pasado uno de los mejores momentos de mi existencia a tu lado. Descubrí que aquella pequeña parte de mi cuerpo podía llevarme al infierno y… al cielo.

Sabiéndome exhausto me recostaste, con todo el cuidado que tu cuerpo cansado te permitía, sobre las mantas y sábanas mal colocadas. Es curioso, hasta ahora no encuentro una cama que sea lo suficientemente cómoda como aquella.

La respiración se volvió acompasada, los nervios volvían a su lugar y con los ojos entrecerrados vi tu mano acariciándome el rostro, te sonreí en respuesta. Quería seguir despierto, contigo… pero el sueño estaba reclamando mi cuerpo. No sé si tú estabas igual de agotado pero todo esto ya había sido suficiente para mí, Morfeo me estaba llamando con su dulce voz…

Algo me inquietó de repente, antes de que todo estímulo me abandonara y lograra caer ante el sopor que me estaba invadiendo… tenía que decírtelo… aquellas palabras que mis labios se habían negado a pronunciar durante todo este tiempo… tenía que confesártelas.

Sin embargo, aquel «te amo» quedó flotando en mi subconsciente, mis ojos se habían cerrado, enclaustrando con ellos las palabras que siempre quise decirte… y que con el tiempo me daría cuenta de que… jamás pude dedicarte….

Porque fue a la mañana siguiente donde empecé a pagar con creces toda la felicidad que había experimentado la noche anterior… donde la vida empezaría a cobrarme el precio por haberte querido con tal intensidad…

Aquella mañana desperté solo…

Hola de nuevo a todos, he decidido alejarme un poco de mi historia inicial para escribir algo más... doloroso (si se puede decir así). Espero que os guste y no olviden comentar este relato con los errores que encuentren, me ayudaría mucho el saberlos =D. Una vez más, ¡MUCHAS GRACIAS POR LEERME! ^^)//