El Ocaso

Aunque seguíamos amándonos constantemente, una angustia se había alojado en mi garganta y una opresión en el pecho que me dificultaba respirar, sentía la sensación de estar desvaneciéndome a medida que se nos acababa el tiempo.

El verano estaba llegando a su fin, la idea de volver a mi rutina de la ciudad sin Cano, me volvía loca. Vivíamos a más de 600 kilómetros de distancia y por nuestra edad y obligaciones era imposible pensar que tendríamos la libertad de vernos y estar juntos como lo habíamos estado estos meses. Aunque seguíamos amándonos constantemente, una angustia se había alojado en mi garganta y una opresión en el pecho que me dificultaba respirar, sentía la sensación de estar desvaneciéndome a medida que se nos acababa el tiempo.

Sólo prestaba interés a sus movimientos, a sus acciones. En muchas ocasiones tenían que hablarme fuerte dos o tres veces para llamar mi atención. Era como si estuviera cada vez más alejada de la cotidianeidad, de la realidad. Solo me sentía a gusto con él.

En esas divagaciones estaba, sentada en un amplio sillón de mimbre, viéndolo levantar una cerca junto a otros hombres de la casa, cuando por casualidad giré mi cabeza y me encontré con la mirada de Helena, la madre de Cano, mi tía política. Esboce una sonrisa incómoda, que mas parecía una mueca, pero era la única reacción lógica que mi rostro podía esgrimir ante ese golpe fulminante que era el encuentro con su mirada. Siempre llevaba un libro conmigo, que era la excusa perfecta, para meter las narices en él por si me sentía sorprendida, así que procedí a escudarme en él.

Ella se paró frente a mí y me hizo sombra con su figura. Levante la mirada, con toda la inocencia que podía y me encontré nuevamente con esos ojos fríos, pero con una sonrisa que era peor que mi mueca anterior.

-¿Me puedo sentar a tu lado, Nina? – Pronunció mi nombre de forma arrastrada, me produjo un escalofrió. Me moví automáticamente hacia un costado, se sentó a mi lado y encendió un cigarro, mientras yo volvía escudarme en el libro. No distinguía las letras y cuando lo lograba no encontraba coherencia en las palabras, solo movía los ojos mecánicamente de lado a lado sobre la hoja.

  • Tengo que conceder que estas convirtiéndote en una mujer muy hermosa.- yo subí la vista para dedicarle una pequeña sonrisa, tratando de agradecer sus palabras.- Me imagino que te das cuenta de cómo te miran los muchachos… tus propios primos.- cerré el libro automáticamente.- No los culpo ¿te das cuenta lo provocativa que eres?

  • Creo… creo que soy como todas las jóvenes de mi edad.- pude articular con dificultad.

  • Claro, claro. Pero estoy segura de que tienes conciencia de que atraes la atención de los hombres… por ejemplo, mi hijo… que anda tras de ti todo el tiempo. Me he fijado como te mira… como lo miras.- antes de que pudiera decir algo ella continuó- Y no lo hacen de manera fraternal.- las sienes me palpitaban, me sentía la borde del abismo.

  • ¿Qué quiere decir?.- pronuncié esas palabras queriendo exorcizar la situación, pero sentía como me iba hundiendo en la vergüenza. Me jugaba la última carta para descubrir su juego.

  • Quiero decir que te alejes de él, que no lo sigas envolviendo en tu telaraña de putita inocente.- mientras decía eso su sonrisa se hacía más grande, cualquiera que nos mirara pensaría que nuestra conversación, de tía a sobrina, era amistosa.- Se que te has convertido en una zorra, que te diviertes con mi hijo y quien sabe… con cuantos más. Pero se te acabó el juego, si te vuelvo a ver cerca de él, todos se enterarán de lo puta que eres. ¿Te imaginas la decepción de la familia? ¿Qué dirían tus padres o tus adorados abuelos? ¿Te imaginas si se enterara el pueblo? Recuerda que eres mayor que él y por lo tanto la artífice de toda esta perversión. Pero aún puedes conservar tu imagen de "niña perfecta inmaculada". Aléjate de él y no es una petición, es una orden.

Los músculos me dolían, sentía una rigidez en todo el cuerpo, quería salir corriendo pero mis piernas no reaccionaban. No me di cuenta cuando llegó Cano cerca de nosotras, me sobresalto su voz.

  • Nina, los chicos nos esperan para ir al río.

  • No me siento muy bien. Creo que la comida me cayó mal. Voy a recostarme.- le dije como una autómata. Sentía que iba a desmayarme.

  • Eso le decía yo, hijo, que fuera a recostarse un momento, está pálida la pobre.- me decía Helena, mientras me ayudaba a levantarme.- Yo me ocuparé de ella, tú ve con los chicos, que te están esperando.

  • Nina, quizás es mejor que te llevemos al pueblo.- me decía Cano mientras trataba de encontrarse con mi mirada.

-No, no es necesario, se que al recostarme me sentiré mejor.- no se como saque fuerzas para escapar de de las garras de Helena, que me afirmaba firmemente. Enfilé hacia la casona, directamente hacia la habitación que ocupábamos las muchachas, que a esa hora estaba vacía. Me desmoroné sobre la cama, literalmente. Como pude, sin siquiera descalzarme me metí entre las sábanas. Empecé a sudar en frió, tiritaba. Las palabras de esa mujer no dejaban de martillar en mi cabeza, estaba perdida, perdida.

Mi madre entro en la habitación y se sentó en el borde de la cama y me abracé a su cintura.

  • ¿Tan mal te sientes, Nina? Helena solo me dijo que era un dolor de estómago. Estas sudando hija.

  • Quiero volver a casa, no quiero estar más acá. Mamá, llévame a casa.- sollocé, ella río y me consoló como a una niña pequeña.

  • Nina, solo un par de días más con la familia y volveremos a casa.- me acariciaba el cabello.- Los abuelos se pondrían muy tristes si nos vamos antes de lo previsto. Además mañana en el pueblo se hará la fiesta del fin de verano, y yo se cuanto te gusta, imagínate que nos perdiéramos esta hermosa celebración ¿recuerdas cuanto nos divertimos en esta fiesta los años anteriores?.- me sentía pequeña y sus palabras eran como arrullos, pude evadirme de la situación en que me encontraba, estaba cansada, solo quería cerrar los ojos y olvidar. Me tomé un calmante, que me dio mamá para el supuesto dolor de estómago.

  • Mamá, quédate conmigo hasta que me duerma.- Ella accedió gustosa a mimarme. Aún era temprano, pero extrañamente, pude dormir sin problemas hasta el otro día, si soñé no lo recuerdo.

A la mañana siguiente todo volvió a mi cabeza de golpe. Aunque me sentía mejor por las largas horas de sueño, no dejaba de sentir la sensación de estar en una trampa. Por un lado, Helena nos vigilaría de cerca, y tenía la certeza de que cumpliría su advertencia; y por otro lado, estaba Cano que notaría mi cambio, mi distanciamiento. Pero ya estaba decidida, no me acercaría más a él. Nuestra aventura había acabado, era mucho lo que estaba en juego. Era mejor que los dos saliéramos heridos, antes que el resto de nuestra familia.

Durante todo el día no me despegué del lado de mi madre, ella atribuía el hecho a un ataque de "mamitis" y estaba encantada. Cano me miraba de lejos, con los labios apretados, tratando de entender lo que ocurría. Yo quería que el tiempo pasara rápido. Sabía que al otro día todos partiríamos en diferentes rumbos, mañana podría escapar de la pesadilla en que se había convertido mi sueño. Trate de desenvolverme lo más relajadamente posible, la clave era evitarlo a toda costa, nunca quedarme sola.

Y llegó el ocaso, la hora en que asistimos a la concurrida fiesta del pueblo. Una orquesta tocaba frenéticamente canciones que todos coreaban alegremente. Los vendedores pregonaban las delicias gastronómicas de la zona, había una gran cantidad de juegos donde los niños y jóvenes festinaban, todo era diversión y alegría, por lo menos para ellos. Llegaba la hora de los fuegos artificiales, el pueblo entero miraba hacia el cielo y vitoreaba cada explosión. Entre la algarabía general, sentí la presión de su mano en mi brazo. Me sacaba de entre la gente, que no prestaba atención a nuestro desplazamiento. Otra explosión y más risas y gritos. El cielo se iluminaba y yo solo veía sus cabellos sobre la nuca, mientras se abría paso entre la gente, sin disminuir la presión sobre mi brazo. Otra explosión y la alegría volvía a estallar. Me llevó hacia la alameda que se apartaba de todo el barullo reinante. Casi no había luz, solo las explosiones de los fuegos artificiales dibujaban nuestras figuras por un instante. Me apoyo contra un árbol.

  • ¿Qué pasa Nina? ¿Por qué nos haces esto?.- evito su mirada, pero siento su exitación y empiezo a balbucear sin sentido.

  • Ya no quiero seguir con… no esta bien lo que hicimos, pero aún es tiempo de remediarlo… déjame ir… no debemos estar aquí… no deberíamos estar juntos.- su cuerpo se pega al mío, comienza a besarme hambriento, como si necesitara de mi boca para vivir. Separa mis piernas con las suyas y frota a través de sus vaqueros su verga contra mi pubis, dura, lista para entrar en mí. Aunque de mi boca salían palabras que trataban de impedir la situación, mi cuerpo reaccionaba a las caricias recibidas, invitándolo a seguir, a continuar.

  • Nina, Nina… Mi Nina.- al escuchar mi nombre de sus labios, ya estaba perdida, lo amaba con locura, lo deseaba. Me abrasé a él con fuerza para sentir más intensamente el roce de su cuerpo. Las explosiones de los fuegos artificiales habían terminado, pero la orquesta volvía a tocar, para el disfrute de todos. Con movimientos hábiles subió mi vestido hasta la cintura, mientras yo bajaba el cierre de sus tejanos y acomodaba su boxer para dejar libre su erecta verga. No hubo preámbulos, me giró contra el tronco del árbol y me penetro el coño desde atrás. Se me olvido el temor, las dudas, la vergüenza, con él todo volvía a ser certezas. Quizás fueron las horas de separación, la incertidumbre, pero el clímax nos llego rápido, solo fueron necesarias unas pocas embestidas, besos, lametones y fricciones. Lo sentía a mis espaldas fundido a mí, recuperábamos la respiración lentamente. En un segundo reaccione, se había corrido dentro. En la penumbra busque sus ojos y leí en ellos que lo sabía, su sonrisa también lo delataba. Iba a decirle algo, cuando sentí que se despegaba bruscamente de mí, tirado por una fuerza ajena, calló al suelo, desequilibrado por la posición de sus pantalones. Me di vuelta tratando de bajar mi vestido para ver quien lo había empujado y recibí un golpe seco sobre mi cara y caí hacia atrás.

  • PUTAAAAA!!! TE DIJE QUE LO DEJARAS TRANQUILO.- era la figura de Helena que se erguía ante nosotros.- PERRA SUCIAAAAAA, ¿ES TAN GRANDE TU CALENTURA QUE QUIERES QUE TODOS SEPAN QUE TE FOLLAS A TU PRIMO?.- Se lanzó hacia mí como una posesa, pero Cano, que ya estaba de pie, se lo impidió agarrándola del cuello y tirándola contra un árbol. El golpe la dejo sin aire, tumbada en el suelo. Yo con la nariz sangrando no podía dar crédito a la escena que estaba ocurriendo, la furia con que me había defendido de su madre, me helaba la sangre más que el golpe propinado por ella.

  • Madre, deja de comportarte, como una ¡MALDITA BRUJAAAA!!! ¡No podrás alejarme de Nina! ¡No podrás dominar mi vida a tu antojo! ¡No quiero hacerte daño! Pero si le tocas un pelo a Nina, lo pagarás caro.- se acercó y me levanto delicadamente del suelo, limpió con su camisa, parte de la sangre que había brotado de mi nariz. Helena se levantó a duras penas.

  • Lamento informarte, querido hijo, que aún eres menor de edad, y no podrás seguir jugando con tu princesita. Sabes que puedo hacerle mucho daño, sin necesidad de tocarla. Un daño irreparable.- el tono de Helena era seguro, hablaba con conocimiento. Él apretaba los puños y le daba la espalda, yo temía que explotara de forma violenta contra ella.

  • ¿Qué quieres que haga?.- le dijo sin mirarla.

  • Volverás hoy mismo a casa conmigo y no verás más a tu princesa… por su bien.- él giro lentamente, la miró y le sonrío, asintiendo con la cabeza.

Nos acomodamos las ropas y partimos hacia donde estaban los demás. Por suerte el golpe no había quebrado mi nariz, solo la sangre en mi vestido evidenciaba el golpe. Inventé que me había golpeado con una rama. Mi madre se preocupó de llevarme rápidamente a la casa. Lo mire hacia atrás mientras me alejaba, pero para mi sorpresa no había abatimiento en su mirada, si no pasión.

Al otro día desperté y ya no estaba, habían partido de madrugada según supe. Sentí un vació enorme en mi ser. En la tarde, mientras todos se despedían para partir, arreglé mis cosas y al tomar el libro que nunca leí ese verano, se resbalo una nota. Era su letra, que contenía solo cuatro palabras: "Espérame, volveré por ti."