El oasis de Jufrah (4)

Anuska, sola y sin dinero en Bucarest, comete el error de confiar en la persona equivocada.

EL OASIS DE JUFRAH (IV)

4. La subasta de Anuska.

Confinadas y aburridas en el serrallo del Sheik Abdul Nassim Rahman, las esclavas Anuska e Isabel mataban el tiempo intercambiando recuerdos.

—Tenía catorce años y era primera vez que veía Bucarest —dijo la rubia Anuska en aceptable castellano—. Había pasado toda mi vida en pequeño pueblito de Dejlad. Tú puedes imaginar contraste. Bucarest me parecía enorme...

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Anuska bajó del tren en la estación central, en plena capital de Rumania. Parecía haber más gente en el hall central de la estación que en toda Dejlad...

Recién entonces, al verse allí, en medio de todo el gentío, Anuska tomó real conciencia de su situación. Y casi entró en pánico. Estaba a cientos de kilómetros de su casa. Sola, sin dinero, con sólo una pequeña valija sin nada de valor. ¿Qué haría ahora...?

Algunos transeúntes la miraban al pasar. Una niña sola con una valija, mal vestida y descalza...

Anuska salió de la estación y llegó a una gran plaza. Gastó su último billete en comprar unas galletas. Buscó un banco y se sentó.

Debía encontrar algún trabajo. ¿Cómo...?

Al cabo de un par de horas de estar allí sentada, sin saber qué hacer, Anuska empezó a llorar...

Y entonces, oyó una voz.

—¿Te has perdido...?

Anuska, sorprendida, levantó la cabeza.

Una mujer alta y de cabello negro, muy elegante, la miraba con una bondadosa sonrisa. Hablaba con acento extranjero.

La mujer se sentó al lado de Anuska y, de a poco, consiguió que la asustada muchachita entrara en confianza, y le relatara todas las vicisitudes que la habían llevado hasta allí.

La elegante mujer, que se llamaba Rocío, le aseguró que allí en Bucarest era prácticamente imposible conseguir trabajo como empleada doméstica. Pero había lugares de Europa donde las muchachas como ella eran muy requeridas para ese trabajo. Ella provenía de España, tenía muchos conocidos allí, y podía ubicarla como criada en una buena familia de ese país.

Para sorpresa de Anuska, la mujer la invitó a su casa. Seguramente tendría hambre y necesitaba un lugar donde dormir.

Anuska estaba tan contenta de su buena suerte, que no dudó en seguir a la mujer.

Mientras Anuska comía ávidamente en la cocina, la mujer fue al teléfono e hizo una rápida llamada de larga distancia.

—Sí, una niña campesina... tiene catorce años y está completamente sola... es bonita, muy ingenua y más virgen que una monja de claustro... y lo más importante, Joaquín, tiene un par de tetas capaces de parársela a un muerto...

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—Pues no, hombre, que no habrá problemas... usaremos la metodología de siempre... lo importante es sacarla del país lo antes posible, podría ser que su familia la esté buscando... una vez fuera de Rumania será difícil que puedan seguirle el rastro.

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—Está bien, pero vale la pena el riesgo... de los funcionarios de acá me encargo yo, vosotros encargáos de los de allá... no escatiméis en gastos, habrá buen dinero para todos... cuando Madame Rosalyn la vea, pagará lo que le pidamos.

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—Vale, Joaquín... nos vemos en Madrid.

Esa misma tarde, Rocío acompañó a Anuska a una zapatería, y le compró un par de zapatillas, el primer par de calzados de su vida. Al principio, a Anuska le resultaban terriblemente incómodas. Pero poco a poco, a fuerza de caminar, empezó a encontrarlas muy cómodas y adecuadas.

Dos días después, Rocío y Anuska se dirigieron a la estación de tren de Bucarest, y compraron pasajes hacia Viena.

Anuska estaba impresionada con el lujo de este tren. Media hora después que hubieran subido, el convoy se puso en marcha.

Así, en el mismo momento en que los hermanos Ilie y Mihai Basescu hacían averiguaciones en la Central de Policía de Bucarest, Anuska estaba siendo traficada a España.

Después de un viaje de tres días que a Anuska le pareció interminable —con un par de trasbordos en el camino—, las dos mujeres bajaron finalmente en la estación de Atocha, en plena capital española.

Allí se reunieron con un hombre joven, de bigote finito y peinado con brillantina, y salieron de la estación.

Con gran sorpresa de Anuska tuvieron que tomar otro tren, esta vez hacia el sur de España.

En medio del traqueteo ensordecedor, Anuska escuchaba a Rocío y a su amigo —que parecía llamarse "joaki" o algo así— que conversaban animadamente. Hablaban de alguien llamado "madanrosali" —o algo parecido.

Pero como conversaban en español, la pobre Anuska entendía poco y nada. Seguramente, pensó Anuska, se trataba de su futura patrona, la mujer que iba a emplearla como criada.

Al anochecer el tren arribó a Fuentevieja del Monte, un suburbio de Sevilla, a orillas del Guadalquivir.

Dejaron la estación y caminaron una media docena de cuadras, por callecitas angostas e irregulares. Llegaron por fin a una casa de paredes blancas que a Anuska le pareció muy elegante. Allí los recibió una mujer de mediana edad, muy llamativamente vestida, y maquillada casi en exceso. Usaba las uñas muy largas y fumaba en una elegante boquilla dorada. Rocío y su amigo la saludaron, y Anuska comprendió que era la tal "madanrosali".

Las dos mujeres y el hombre intercambiaron algunas frases, y la dueña de casa fijó su mirada en la muchachita. Anuska la saludó con mucha educación, esperando causarle una buena impresión.

En lugar de devolverle el saludo, la señora se acercó, le quitó el chaleco y empezó a desabotonarle la blusa. Esto produjo una gran turbación en Anuska, pero no se atrevió a contradecirla.

"Seguramente quiere ver si soy una muchacha sana", se limitó a suponer.

Cuando los senos de Anuska quedaron a la vista, la mujer abrió mucho los ojos, e hizo un comentario a Rocío. En cuanto al hombre, a medias reprimió un "¡Wow!".

La mujer puso las palmas de sus manos por debajo de los pechos de Anuska, como si estuviera sopesándolos. Hacía comentarios a Rocío, mientras amasaba los senos de Anuska y apretaba sus pezones. Las dos mujeres y el hombre continuaban hablando, y de vez en cuando los tres reían, sin que la pobre Anuska pudiera entender lo que ocurría.

De pronto la mujer puso ambas manos en la cintura de Anuska, y con la mayor naturalidad, le bajó la falda y la enagua hasta el suelo. Fue muy turbador para Anuska, que continuaba sin usar ropa interior.

La mujer le echó una mirada general, y llevó la mano a la entrepierna de la muchacha. Pasó un dedo por los hilos de la vulva infibulada, e hizo un comentario a Rocío. Volvió a observar de cuerpo entero a la niña, y luego fue por detrás.

Allí empezó a palpar y apretar sus glúteos, como comprobando su consistencia.

Anuska ya estaba roja como un tomate, muerta de vergüenza, y sin saber qué pensar. ¿Qué estaba sucediendo?

Anuska esperaba que la mujer quisiera hacerle algunas preguntas. Si sabía cocinar, y cosas por el estilo. Pero no ocurrió nada de ello.

A una indicación de "Madanrosali", el hombre tomó del brazo a Anuska, y sin siquiera darle tiempo a vestirse, la llevó al interior de la casa.

El hombre la dejó en una sala en la que había varias camas y otras chicas, y se marchó.

Anuska quedó estupefacta, intentando entender lo que ocurría. Dio media vuelta y miró en derredor.

Y recién entonces, al ver la apariencia de aquellas muchachas, Anuska empezó a comprender...

Escuchó a Rocío y a su amigo, hablando con "madanrosali", en una sala contigua. Por momentos alzaban la voz. Por momentos hablaban en susurros. Al cabo de media hora, se hizo el silencio. Los tres se saludaron, y Rocío y su amigo se marcharon.

Anuska estaba anonadada, fulminada. Esto era un prostíbulo... Como los que había en Dejlad. Como los que frecuentaban su padre y sus hermanos. Y el señor Blaga. La tal Rocío y su amigo la habían vendido a un prostíbulo...

Anuska sólo atinó a cubrirse la cara con las manos, derrumbarse sobre una de la camas, y romper a llorar.

En los días siguientes, Anuska comprendió que de nada le valdrían las súplicas ni las lágrimas. Estaba claro que Madam Rosalyn no iba a dejarla ir, después de lo que había pagado por ella.

Descubrió que una de las chicas era también de Rumania. De hecho, la mitad de las chicas eran extranjeras. Esta joven, que se portó muy bien con Anuska e intentó confortarla, le aconsejó encarecidamente que aceptara su situación. Incluso si consiguiera escapar, le aseguró, los agentes de la comisaría eran habitués de este lugar. Sólo conseguiría que la trajeran de vuelta, y desencadenar la ira de Madam Rosalyn.

Pero Anuska desoyó tan sabios consejos, dictados por la experiencia. Dos ingenuos, torpes intentos de fuga por parte de Anuska, terminaron con furiosas palizas de parte de uno de los guardias a las órdenes de Madam Rosalyn. La segunda de esas veces, Madam Rosalyn, muy enojada, le habló durante media hora, usando a la otra chica rumana como traductora.

—Sólo porque eres nueva acá, me he limitado a castigos menores —le dijo Madam Rosalyn a una atribulada Anuska—. Pero inténtalo de vuelta, niña, y verás lo que te ocurrirá.

Anuska bajaba la vista y lloraba.

—Puedo ser muy buena o muy mala, contigo. Ello dependerá esclusivamente de ti. ¿Has entendido?

Anuska asintió entre lágrimas.

—Será mejor que aceptes lo que eres, y dejes de tener ideas tontas en la cabeza —le dijo finalmente Madam Rosalyn—. Sólo eres una campesina ignorante, no una dama de la clase alta. Ser prostituta no te parecerá tan malo, cuando te hayas hecho a la idea.

Anuska asintió una vez más, y Madam Rosalyn la envió de vuelta a la habitación de las pupilas.

En los días siguientes, Madam Rosalyn empleó todo su tiempo en ponerse en contacto con lo más selecto de su clientela. Estaba segura que cuando aquellos señores vieran a Anuska, ofrecerían cualquier dinero por el privilegio de desflorar a aquella niña rumana.

Una semana después de su llegada a aquel lugar, Anuska fue conducida a una especie de gran sala, en el subsuelo de la casa. El lugar olía a humedad, y se habían dispuesto un conjunto de sillones y un entarimado. Anuska, paralizada por el miedo, sólo llevaba encima un corto camisón blanco. Madam Rosalyn la llevó del brazo y ambas subieron al entarimado, quedando frente a un público de unos veinte caballeros, la mayoría más bien maduros. Todos se veían elegantemente vestidos, de traje y corbata, fumando y tomando alguna copa. Evidentemente, hombres de buena posición económica. Anuska nunca había visto gente de apariencia tan distinguida. Los hombres de Dejlad parecían rudos campesinos en comparación. Anuska se sentía sumamente cohibida, sin entender de qué se trataba todo aquello. Pero poco a poco fue entendiendo.

Madam Rosalyn, muy elegantemente ataviada, sabía que debía manejar muy bien la situación, para sacar el mayor provecho enocómico. Miró a la concurrencia y solicitó su amable atención.

—Estimados caballeros. Como los señores lo han podido comprobar a lo largo de todos estos años, sólo en casa de Madam Rosalyn es posible encontrar el mejor servicio. Las muchachas más bellas y deseables. Las más ardientes y complacientes. Y hoy, Madam Rosalyn ofrece a su selecta clientela algo muy especial. Pero primero, esto hablará por mí.

Madam Rosalyn se colocó detrás de Anuska y, con notable sentido del suspense, comenzó a levantarle el camisón hasta quitárselo por sobre la cabeza.

De inmediato, Anuska cruzó su brazo izquierdo sobre sus pechos y se llevó la mano derecha a su entrepierna, intentando cubrirse. Hubo risitas entre los presentes. Permaneció así, temblando y agachando la cabeza, mientras un fuerte murmullo brotaba de una veintena de bocas.

De inmediato, Madam Rosalyn tomó ambos brazos de Anuska, y se los retuvo por detrás de la espalda. Anuska empezó a llorar, sintiendo las miradas de todos aquellos hombres recorriendo a placer su cuerpo desnudo.

—Caballeros, lo que estamos contemplando es la última adquisición de esta casa, recién llegada directamente del este de Europa —dijo Madam Rosalyn, mientras Anuska, sintiéndose indeciblemente desdichada, mantenía la cabeza gacha y dos gruesos lagrimones se deslizaban por sus mejillas—. Una auténtica flor de los montes Cárpatos, incorrupta, intacta como el día en que nació.

Mientras iba desarrollando su discurso, Madam Rosalyn se paseaba en derredor de Anuska, y de un modo deliberadamente casual, ora le acariciaba los senos, ora le apoyaba distraídamente una mano en la cintura, ora pasaba morosamente un dedo índice por la blanca y redonda superficie de sus nalgas.

En algún momento de su discurso, Madam Rosalyn le refregó ostentosamente el pubis con un dedo, y dijo algo en voz alta. Todos estallaron en carcajadas. Anuska, desconcertada, sólo atinó a bajar la cabeza y llorar en silencio tanta humillación.

De pronto, Madam Rosalyn se paró detrás de Anuska y puso sus manos cerca del pubis de la abrumada jovencita. Había llegado el momento de jugar su carta más valiosa. Delicadamente apartó los labios mayores de la jovencita, dejando expuesta la vulva. Los labios menores, fuertemente cosidos, quedaron a la vista de todos. Hubo muchos comentarios y murmullos entre la concurrencia.

—Así, señores, así como la están viendo, es como hemos recibido a esta joven —comenzó a decir Madam Rosalyn, satisfecha de haberlos impresionado—. Como ven, la entrada a su tesoro fue cuidadosamente sellada por manos expertas el día en que nació. Y así ha permanecido hasta el día de hoy. Cualquier médico podrá certificarlo.

Fue todo lo que se necesitó. Madam Rosalyn no había terminado la frase, cuando Anuska observó cómo uno de los caballeros levantaba el brazo y decía algo. Madam Rosalyn, más que satisfecha del resultado, repitió en voz alta lo que había dicho el hombre, y formuló una pregunta a la concurrencia. Anuska comprendió que la subasta había comenzado.

Madam Rosalyn permitía a cada nuevo oferente, subir al entarimado para observar mejor el producto. Así conseguía que quien acababa de realizar la oferta renovase su entusiasmo, y estuviese dispuesto a no cejar en el intento de hacerse con tan suculento bocado.

Al cabo de media hora, la veintena de participantes iniciales, se habían reducido a sólo siete.

Un hombre de mediana edad, semicalvo y de mostachos, levantó el brazo y dijo algo. Madam Rosalyn lo repitió, y el hombre subió por tercera vez a la tarima.

Esta vez, Anuska tuvo que agacharse hasta casi tocar las rodillas con la frente. Madam Rosalyn le separó los glúteos bien hacia los lados, y ambos estuvieron un rato observando detenidamente la región anal de la atribulada jovencita, intercambiando comentarios que la pobre no podía entender.

Madam Rosalyn estaba complacida. Los tenía realmente impresionados. Todo iba marchando de maravillas. Decidió que ya era hora de empezar a incentivar en forma individual a aquellos empeñosos señores.

—Piense, doctor Suárez —dijo, dirigiéndose a uno de sus más antiguos clientes, un prestigioso médico traumatólogo—. En los próximos años, muchos, muchos hombres gozarán de esta niña. Pero sólo uno habrá sido el primero, sólo uno. Y puede ser usted, doctor Suárez. Si alguna vez hubo una muchacha intacta en este mundo, con total garantía de ello, la tiene usted delante en este momento. Tal vez no vuelva a presentarse semejante oportunidad.

Madam Rosalyn continuó incentivando la subasta con mucha habilidad.

—Y usted, licenciado Cárdenas —dijo, mirando al escribano de la región—. Seguramente esta niña pronto tendrá dificultades para recordar a cada hombre que la poseyó, ja, ja... Pero siempre recordará al primero. Tal vez a usted, licenciado...

Quedaron tres oferentes. Y luego dos. Y finalmente uno.

El doctor Suárez fue el feliz ganandor.

El resto de la concurrencia empezó a abandonar sus sillones. Madam Rosalyn los fue despidiendo uno por uno con gran deferencia, diciéndoles que tal vez se presentara más adelante otra oportunidad como ésta. Finalmente se dirigió hacia el doctor Suárez, felicitándolo efusivamente.

Llamó a una de las muchachas para que llevara a Anuska a prepararse, y luego invitó al doctor Suárez a su pequeño despacho para arreglar todo de acuerdo a lo pactado. El doctor Suárez siguió a Madam Rosalyn, mientras iba sacando la chequera del bolsillo interior de su saco.

Tres de las pupilas más antiguas de Madam Rosalyn se encargaron de bañar y perfumar a Anuska. Con mucho cuidado, cortaron y quitaron las suturas de su vulva infibulada. Sus manos y pies de campesina fueron acicalados con todo esmero, y su cabello recortado y esponjado. Se la veía realmente bella. Luego la llevaron a una espaciosa habitación, y allí la dejaron sobre una lujosa cama de dos plazas, sólo vestida con un bonito camisón transparente. Sobre una mesita se veía una botella de champán metida en una hielera, junto a otras bebidas. Anuska se quedó esperando, desolada, muerta de miedo, recordando con angustia la primera noche de su hermana Ruxandra.

Al rato, entró el doctor Suárez.

Le dirigió un rápido saludo, y enseguida la hizo ponerse de pie al lado de la cama. Antes que Anuska pudiera reaccionar, su única prenda estaba hecha un ovillo sobre el suelo.

El doctor Suárez empezó a caminar en derredor de la muchacha, observándola de arriba a abajo, mientras bebía su copa de champán y le decía cosas que la pobre Anuska no podía entender.

Finalmente tomó los grandes y redondos pechos de Anuska, uno en cada mano, y —con gran turbación de la jovencita— estuvo un rato acariciándolos y apretujándolos.

Y de pronto, cerró los dedos con fuerza atenazando cada pecho de Anuska, y tiró violentamente de ellos. Lo hizo tan sorpresivamente y con tal vehemencia, que Anuska sintió un fuerte dolor en su tórax. La desprevenida Anuska literalmente se estrelló contra el cuerpo del doctor Suárez, que lanzó una carcajada. El hombre empezó a besarla y a lamerle el rostro, lanzándole a la cara un aliento ligeramente fétido, mezcla de alcohol y nicotina, mientras utilizaba los pechos de Anuska para mantenerla bien pegada a él. Cada vez que la espantada Anuska intentaba poner un poco de distancia entre ambos, el doctor Suárez volvía a tirar violentamente de los pechos, atrayéndola hacia sí.

—¡Ja, ja, ja....! —exclamó el hombre, disfrutando de este juego.

Al fin se aburrió del jueguito y le soltó los pechos. La hizo ponerse de rodillas, y le dijo algo, señalando con un dedo su cinturón.

Anuska entendió, y resignadamente empezó a aflojarle el cinturón. Y luego, ante otra indicación, desabotonó la bragueta, y extrajo el miembro ya endurecido.

Era la primera vez que Anuska hacía algo así. Tenía el miembro de aquel hombre a diez centímetros de sus ojos. Lo que estaba viendo le parecía horrible, grueso y llenos de venas grisáceas. Observó el glande morado con venitas rojas, chorreando líquido preseminal, sintiendo un asco infinito. El hombre dijo algo, y con el dedo índice señaló su propia boca. Anuska tenía ganas de morir. Se quedó allí, con el glande a la entrada de su boca entreabierta, sin poder ir más allá.

Entonces, el doctor Suarez aprisionó el cabello de Anuska con una manaza, haciéndole ver las estrellas. El hombre la obligó a mirarlo a la cara, y dijo algo en tono tan imperativo, que Anuska se quedó petrificada.

Lentamente, Anuska juntó fuerzas, y cerrando los ojos, llevó el pene a su boca. El hombre, ya con poca paciencia, teniéndola tomada del cabello, empujó la cabeza de Anuska, haciendo entrar todo su miembro en la boca de la pobre jovencita. Ésta sintió la punta de aquel miembro estrellarse contra el fondo de su garganta, e hizo una arcada.

—¡Ja, ja, ja...! —fue lo único que Anuska pudo entender de todo lo que exclamó el doctor Suárez.

Así, entre órdenes con voz de trueno, y gestos de amenaza, el hombre consiguió que la aterrorizada jovencita retuviera el miembro dentro de su boca, y de a poco empezara a lamer el tronco y a pasar su lengua por el glande. Anuska creyó que iba a desmayarse de repugnancia, sintiendo el sabor acre de los fluidos de aquel pene, gordo y lleno de venas.

Al cabo de quince minutos, que a la pobre Anuska le parecieron quince horas, el doctor Suárez retiró el pene de su boca, con gran alivio de la pobre muchacha.

El doctor Suárez le ordenó a Anuska acostarse en la cama. Se quitó el saco, aflojó su corbata, tomó otro sorbo de champagne, y se quitó zapatos, pantalón y calzoncillos. Exhibía un cuerpo grueso y velludo, algo barrigón. Se recostó al lado de la joven, y empezó a hablarle mientras jugueteaba con sus pezones, a veces mordisqueándolos y a veces pellizcándolos. Llevó su cabeza a la entrepierna de Anuska, y allí se entretuvo un par de minutos lamiendo la vulva de la asustada muchachita.

Y entonces se enderezó, y con ambas manos separó las piernas de Anuska. La joven empezó a llorar aterrorizada, preparándose para sufrir mucho, como su hermana Ruxandra.

El hombre se posicionó encima de ella y puso su glande a la entrada de la vagina de la aterrorizada niña, que sólo atinó a cerrar los ojos y apretar los dientes.

Los siguiente que Anuska sintió fue un objeto extraño, enorme, abriéndose paso como un ariete dentro de su pequeña vagina. Y de pronto, un dolor lacerante que le hizo crispar las piernas: el dolor de su himen desgarrándose.

Anuska emitió un quejido angustiante, que excitó sobremanera al doctor Suárez. Para ello, después de todo, había él abonado una fuerte suma. El doctor Suarez, entusiasmado, empezó a bombear y bombear cada vez con mayor vehemencia, como si estuviera haciendo una demostración de vigor y energía sexual. Cada embate aumentaba el dolor de la pobre Anuska, que lloraba como una bebita, crispando sus piernas contra los costados del cuerpo del doctor Suárez. El himen terminó de desgarrarse. Los jadeos del hombre y los quejidos de la jovencita, se confundían con los chirridos de los elásticos de la cama, que trabajaban a tope.

Cada vez que Anuska creía que el suplicio había terminado, el doctor Suárez volvía a la carga con renovado ímpetu, prolongando la tortura de la pobre muchacha.

De pronto, el hombre se serenó y retiró el miembro, aún erecto, del interior de la pobre Anuska. Se incorporó y se echó a un lado. Anuska juntó las piernas de inmediato, y quedó de lado, hecha un ovillo, llorando sin parar, cubriéndose instintivamente con ambas manos su vagina lastimada. Algunas gotas de sangre resbalaron de la vagina de Anuska, formando hilos rojo escarlata sobre sus muslos, y gruesos manchones sobre la sábana.

El hombre tomó de un brazo a Anuska y la obligó a incorporarse. La condujo hasta uno de los sillones. Un par de gotas de sangre bajaron lentamente a lo largo de los muslos de Anuska, que caminó tambaleante, sintiendo toda su vulva como una gran herida abierta.

El doctor Suárez se sentó en el sillón, sentando a Anuska sobre sus rodillas.

Ahora el doctor Suarez le musitaba cosas al oído, le acariciaba el pelo, y le acariciaba los muslos y el pubis, jugueteando con sus pezones y estrujando y pellizcando sus pechos, mientras Anuska continuaba llorando y sollozando sin poder evitarlo. Así se entretuvo el hombre un buen rato, disfrutando de lo que tanto dinero le había costado.

Por fin se puso de pie, y se dirigió a la mesa de noche para tomar un poco más de champán. Anuska pidió a Dios que eso hubiera sido todo.

Pero no lo fue.

El doctor Suarez volvió a tomar a Anuska del brazo y la llevó nuevamente a la cama. La hizo recostarse de lado y se colocó detrás. Y volvió a enterrar violentamente su pene en la vagina lastimada de Anuska. Ésta sintió nuevamente aquella gruesa estaca adentrándose sin piedad en su interior. El hombre empezó a bombear de inmediato, con renovado ardor. Anuska lloraba rogando al cielo que la librara de semejante pesadilla.

De pronto, el hombre retiró su pene. Sin cambiar de posición, separó con ambas manos las nalgas de Anuska y, con indecible desesperación de la indefensa muchacha, colocó la punta de su miembro a la entrada del ano. Anuska quiso morir. El grueso pene entró un centímetro y se retiró. Volvió a entrar un poco más profundo y volvió a retirarse, sólo para tomar impulso. Y entonces, de un sólo, violentísimo golpe, arremetió con toda la fuerza del mundo y se enterró hasta el final, hasta que el vientre del hombre se estrelló contra las nalgas de la indefensa jovencita. Anuska creyó desmayarse. Un dolor, mayor aun que todo lo anterior, relampagueó desde su ano hacia todo su cuerpo. El hombre empezó a bombear. El dolor y la desesperación la hacían llorar como una bebita, sin saber si era mejor mantener las piernas cerradas o semiabiertas, o completamente abiertas, o qué. Anuska crispaba la boca, crispaba las manos, crispaba los dedos de los pies, mientras el grueso miembro del doctor Suárez entraba y salía sin misericordia, y el dolor de cada embate se irradiaba a todo su cuerpo.

Y de pronto, por fin, cuando Anuska creía estar a punto de desmayarse, el hombre se arqueó, respiró hondo, y expulsó todo el aire de su pulmones con un sonido ronco que estremeció a la joven. Todo el esperma acumulado en casi cinco horas de excitación, fue descargado en el interior de la pobre Anuska.

Y allí sí, por fin, Anuska sintió que el pene se retiraba de su cuerpo. El hombre quedó de espaldas, jadeando como una ballena varada en la playa. Apenas pudo estirar el brazo para tomar un sorbo de champagne y encender un cigarrro.

De a poco empezó a decirle cosas que Anuska no podía entender. La muchacha sólo permanecía hecha un ovillo, llorando convulsivamente, sintiendo su ano, su vagina y toda su entrepierna, desgarrada y lacerada. Al cabo de diez minutos, el hombre le acarició el pelo, se incorporó, y empezó a vestirse. Fue al toilette, y salió del mismo perfectamente arreglado, tal como había entrado a la habitación. Observó satisfecho a la muchachita sollozando, le aplicó un sonoro palmotazo en la cola, y muy orondo salió y cerró la puerta.

Quince minutos depués, cuando Madam Rosalyn asomó la cabeza, encontró a Anuska todavía en esa posición, llorando, hecha un ovillo, aferrándose a la almohada, con las piernas crispadas fuertemente cerradas. Había hilillos de sangre corriendo por sus muslos y había sangre sobre la sábana blanca. Un grueso hilo blancuzco, surcado de hilillos rojos, salía de su ano, y goteaba sobre la sábana.

Luego de aquella traumática iniciación, Madam Rosalyn decidió dar Anuska una semana de descanso.

Anuska ya había entendido su situación, y en ningún momento se le cruzó por la cabeza la idea de intentar escapar. Resignadamente fue aceptando su condición de prostituta.

Pero una semana después, antes de ponerla a trabajar, Madam Rosalyn decidió que ya era hora de dejar sentada, en forma muy concreta, la pertenencia de la jovencita a aquella casa, y a su nueva dueña.

Un martes por la mañana, dos de las chicas llevaron a una sorprendida Anuska a una pequeña pieza. Al costado de una larga mesa de madera, había un brasero humeando. Del recipiente sobresalía una varilla de hierro con un mango de madera.

Las dos chicas la desnudaron y la dejaron en manos de los tres rudos guardias de Madam Rosalyn.

Éstos la acostaron boca abajo sobre una mesa, manteniéndola inmovilizada.

Madam Rosalyn se acercó al brasero, y tomó la varilla por el mango de madera. Frunció el ceño. Todavía no estaba a la temperatura requerida.

Al ver el instrumento, a poco estuvo Anuska de desmayarse. Era un herrete, un hierro de marcar...

Anuska empezó a forcejear. Los tres gorilas la sujetaron fuertemente, mientras Madam Rosalyn salía de la habitación. La implacable mujer volvió al cabo de diez minutos, dando pitadas a su boquilla dorada, y volvió a tomar el herrete del brasero. Lo observó y se mostró complacida.

Con los ojos fuera de sus órbitas, Anuska vio el hierro al rojo bailar delante de ella, y su rostro se deformó en un rictus de terror.

Madam Rosalyn dio una última pitada a su boquilla, y con la naturalidad de una tarea rutinaria, acercó el herrete a la nalga izquierda de Anuska. Ésta sintió el calor del instrumento a diez centímetros de su nalga desnuda.

Madam Rosalyn ubicó el herrete en el lugar indicado, y con toda calma lo bajó.

—¡Fssssssssssssssssss........!

Un estremecedor sonido de fritura, como cuando se coloca una lonja de carne sobre la plancha caliente, invadió todo el recinto.

A pesar del pañuelo metido en su boca a modo de mordaza, el grito de Anuska se pudo escuchar en toda la casa. Su cuerpo se crispó de pies a cabeza.

Algunas volutas de humo blanco se elevaron desde el punto de contacto entre el hierro y la piel. Madam Rosalyn mantuvo apoyado el cruel instrumento en la blanca superficie de la nalga de Anuska, y al cabo de diez segundos lo levantó. Continuó saliendo un humillo blanco de la epidermis lacerada, y otro humillo del propio herrete. Madam Rosalyn observó la marca sobre la piel blanco rosada, y quedó satisfecha del resultado. Acercó el herrete a su cara y observó los pequeños restos de carne quemada y piel chamuscada que habían quedado adheridos.

Y observó a la jovencita. La muchacha era fuerte. Otras se habían desmayado. Anuska permanecía consciente, llorando convulsivamente y retorciendóse sobre la mesa.

Debajo del cuerpo de Anuska, había un gran charco. El charco se fue extendiendo y empezó a gotear sobre el piso. Esto no preocupó a Madam Rosalyn, ni a los tres hombretones, que se limitaron a sonreír. Todas las muchachas se habían orinado, en ese momento....

En la nalga izquierda de Anuska habían quedado grabadas a fuego las iniciales "MR", dispuestas en un artístico emblema: el monograma de Madam Rosalyn.

Diez minutos después, con un vendaje sobre la zona lastimada, Anuska fue llevada a la habitación de las pupilas, se le administró un analgésico, y fue dejada sobre su cama.

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—Así convertí en propiedad de aquella mujer —dijo Anuska a su amiga Isabel, enseñándole el emblema de Madam Rosalyn en su nalga izquierda—. Estuve en aquella casa en sur de España, más de diez años. Alli aprendí a hablar poquito español. No tan difícil. Rumano es lengua latina, como español.

(Continuará)