El nuevo trabajo
Cuando Dios cierra una puerta, abre una ventana.
Tras solo 2 años dejándome la piel en una empresa financiera, mi superior empezó a hacerme la vida imposible. Todo había empezado porque, fruto de mi inexperiencia, cometí el error de saltarme la jerarquía y conté algo a una cena de empresa que dejó en evidencia a mi superior. A partir de ese momento, empezó a cargarme con más trabajo del que serían capaces de hacer dos personas, lo que me obligaba a alargar mi jornada laboral, sin cobrar horas extra, claro, y aún y así me llevaba una bronca tras otra.
Me cambiaba de puesto cada cierto tiempo, trasteaba mis documentos para desordenarlos, me avisaba mal de las reuniones para dejarme en evidencia... Al final, acabé huyendo de ese sitio sin derecho a paro ni indemnización, no podía más.
Intenté encontrar otro trabajo y mandé currículos a todas las empresas del sector. Sin embargo, mi superior había hablado mal de mí a todos sus colegas y no me contestaron de ningún sitio. Viendo que mi futuro en finanzas parecía haberse esfumado para siempre, amplié mis horizontes y empecé a buscar curro de lo que fuera y a hacer cursillos, pero seguía sin salirme nada. Esto ya seguramente no fuera cosa de mi ex jefe, simplemente era una mala época.
Estaba bastante mal porque me había quedado literalmente sin un duro, había ido a vivir con mi madre y solo ganaba algo de dinero muy esporádicamente cuando hacía algún trabajillo no cualificado en negro. Seguía buscando trabajo, claro, pero había perdido la esperanza.
Un día, sonó el teléfono y recibí una llamada que me cambió la vida.
- ¿Aaron Cobos?
Yo - Sí, soy yo.
- Buenos días. Soy Leopoldo Martín, le llamo de Shoeberg y asociados porque hemos abierto un proceso de selección y creemos que podría encajar en el perfil. ¿Estaría interesado?
Yo - Sí, ¿por qué no?
En esa llamada fijamos el día para una primera entrevista y ahí empecé un proceso que se prolongó casi dos meses. Al final, apostaron por mí y empecé a trabajar en su empresa.
Recuerdo que la semana antes de empezar me compré un traje nuevo a crédito con la tarjeta de mi madre. Si salía mal, no solo me habría arruinado yo, sino que también habría arruinado a mi madre. Por suerte, salió bien.
La empresa ocupaba toda una planta en un rascacielos de la zona de negocios de la capital. Sin embargo, apenas seríamos treinta empleados. Me contaron que estaban en expansión y estaba previsto ampliar la plantilla hasta 50. Desde el primer día tuve un despacho propio con mi nombre en la puerta, cuenta de gastos y una nómina con la que no era capaz ni de soñar en ese momento.
El primer mes fue bastante estresante. Me tuve que poner al día de todo, conocer la filosofía y la política de la empresa, saber quién es quién, comprender todo lo que se esperaba de mí, empezar a coger clientes... Por suerte, contaba con mi secretaria, que me ayudó enormemente a aclimatarme.
Mi secretaria se llamaba Lucía y era una mujer que lo tenía todo. Era, ante todo, eficiente en su trabajo. Sabía todo lo que iba a necesitar antes que yo mismo y siempre lo tenía todo preparado. Además, su físico era realmente espectacular. A sus 40 años muy bien llevados, conservaba toda su belleza. Tenía el pelo teñido de un calor claro y lo llevaba en una melena rizada que llegaba a acariciarle los hombros. Su figura era esbelta y siempre iba vestida de modo profesional a la vez que seductor.
Desde el primer día tuve fantasías con esa mujer. En los momentos de calma entre un asunto y otro, me la imaginaba entrando en mi despacho, desabrochándose la camisa que siempre llevaba perfectamente abotonada, soltándose la falda y entregándose a mí de una y mil maneras.
Sin embargo, antes de que nada de eso pudiera pasar, tuve una reunión con dirección en la que me dejaron claro que mi proceso de integración a la empresa ya se daba por concluido y que no iba a disponer más de los servicios de Lucía, que debía contratar yo a mi propio asistente.
Me coordiné con recursos humanos y me explicaron que, en realidad, lo que iba a pasar era que ellos habían hecho ya una preselección de varios asistentes para distintos agentes y que lo que se esperaba de mí era que seleccionara a quién quisiera entre los que no se habían asignado aún.
Tenía que revisar una docena de dosieres de varias páginas para encontrar a mi asistente perfecto. Viendo la atención que ponía la empresa en todo pensé que más me valía tomármelo en serio y analizar bien los perfiles. La verdad es que pensaba que seguía a prueba y que aquello de seleccionar al "mejor asistente" era un examen que debía superar. Así que me llevé los informes a casa y estuve un fin de semana entero analizando los pros y los contras de cada uno.
Lo malo es que al llegar el lunes, no me había logrado decidir por ninguno, así que apresuré mi selección usando el tradicional método de "ante la duda, la más tetuda". Esa misma semana tuve una reunión con la afortunada para decidir si me la quedaba o si seguía buscando.
Lina, así se llamaba, se presentó a la reunión vestida con un traje chaqueta gris azulado que le daba un aire de profesionalidad muy convincente. Llevaba su pelo rubio recogido atrás, se había maquillado con mucha elegancia y había elegido unos zapatos con algo de tacón que estilizaban sus piernas, enfundadas en unas medias oscuras.
Era bastante joven, 25 años, pero parecía estar sobradamente preparada. Además, era preciosa de cara. Su sonrisa era capaz de transportarte fuera de la conversación y hacerte sentir que todo va a salir bien, sea lo que sea. Sus ojos grandes y verdes reforzaban esa sensación, e incluso llegué a pensar que no iba a ser buena idea contratarla porque me iba a costar mucho concentrarme ante semejante monumento.
Sin embargo, la chica parecía más que adecuada para el puesto, después de todo, tenía la aprobación de recursos humanos, y yo quería demostrar que me mantenía firme en mis decisiones, así que la contraté.
Si con Lucía tenía pensamientos pecaminosos, imaginad con Lina. Nunca venía al trabajo vistiendo ni siquiera un poco provocativamente, siempre iba perfectamente elegante y profesional. Sin embargo, aunque era imposible de adivinar su cuerpo debajo de esa ropa, yo me imaginaba que se trataría de un bombón.
La primera semana le conté cómo iba a ser su trabajo, sus funciones, su horario, etc. y en nada empezamos a compenetrarnos perfectamente, desde un punto de vista laboral.
La realidad del trabajo era bastante estresante de por sí y había días en los que llegaba a casa atacadísimo de los nervios. Encima, parecía que los problemas surgían todos a la vez. Te pasabas meses relativamente tranquilo y, de repente, se abrían tres o cuatro frentes a la vez.
La primera vez que me pasó no sabía muy bien cómo gestionarlo y empezó a vencerme la ansiedad. Me fui volviendo descuidado, lo que complicaba más algunas cosas, empecé a preocuparme por si me iban a despedir, justo ahora que me acababa de meter en un piso... Era una bola de nieve que tenía mal pronóstico.
Un día llegué al trabajo, Lina me puso al día y empecé con la primera llamada del día mientras mi asistente me traía el café de cada mañana. Cuando lo trajo, se quedó esperando que terminara la llamada, algo que solía significar que traía noticias urgentes. Cuando colgué, la miré para que me contara el nuevo problema, pero no dijo nada.
Se quito la chaqueta y empezó a desabrocharse la blusa mientras se acercaba. Yo solo era capaz de mirarla embobado. Era la primera vez que podía intuir con relativa fiabilidad la forma de sus senos, y parecían cada vez más apetecibles.
Apoyó sus dos manos en mi mesa, en un movimiento que juntaba y realzaba sus preciosas tetas, que se mostraban parcialmente dentro de su sujetador azul marino. No llegué a ver sus pezones. Yo no atiné a decir nada coherente, y ella continuó metiéndose debajo de la mesa. Lo siguiente que noté era que me estaba desabrochando el cinturón, luego los pantalones, luego me bajó un poco pantalones y calzoncillos y dejó mi polla al aire, en un estado de completa erección.
Llegados a este punto, las cosas solo podían avanzar en una dirección, y lo hicieron. Lina empezó a lamer el tronco de mi herramienta mientras la agarraba con la mano e iba jugando con ella. Luego, se la metió en la boca y empezó a mamármela como si no hubiera mañana. ¡Dios! ¡Qué gloriosa mamada!
Yo apretaba con fuerza la mesa mientras ella seguía chupando. Le cabía entera en la boca y combinaba garganta profunda con recorridos enteros por mi rabo. Desde mi posición no podía ver bien su actuación, así que me recliné hacia atrás y la dejé hacer. Cuando estaba a punto de correrme, no sabía si avisarla o no, era algo totalmente inesperado, pero imaginé que sería mejor correrme dentro que mancharla de lefa, así que cuando iba a salir el primer chorro sujeté su cabeza para que le cayera dentro de la boca, luego aflojé la presión y ella siguió chupando y tragando hasta dejarme seco.
Cuando se la sacó de la boca, me la lamió un poco más para limpiarla bien, se la frotó por la cara y salió lentamente de debajo de la mesa. Se volvió a vestir mientras me sonreía y fue al lavabo de mi despacho. Cuando salió, volvía a estar perfectamente maquillada y arreglada, nadie hubiera adivinado que me acababa de hacer la mejor mamada de mi vida. Volvió a sonreír, me guiñó un ojo y se retiró a su sitio.
Tras la mamada, mi cabeza estaba mucho más lúcida y pude avanzar mucho con el trabajo. Sin embargo, estaba un poco preocupado por lo que había sucedido. Yo no le había pedido, ni mucho menos obligado, que me comiera la polla. Había sido su decisión y yo me había limitado a dejarle hacer, pero yo era el jefe y ella la secretaria, y estas cosas pueden volverse bastante jodidas.
Con ella todo parecía seguir perfectamente normal. Seguía haciendo su trabajo como siempre y no se la veía incómoda. Pero yo tenía la necesidad de comentarlo con alguien más para saber qué podía hacer al respecto. Al final, me reuní con uno de recursos humanos con el que tenía una buena relación , aunque no se puede decir que fuéramos grandes amigos, y se lo comenté de la forma más sutil posible.
Yo estaba muy nervioso con el tema y, cuando se lo hube contado, él se puso a reír y me dijo que no me preocupara en absoluto, que era perfectamente normal, que es un trabajo con mucho estrés y hay que canalizarlo de alguna forma, por eso los asistentes consienten ampliar el tipo de servicios que prestan a sus jefes, siempre que no sea forzado.
Yo me quedé un poco alucinado cuando me lo dijo. Resulta que no solo no tenía que preocuparme por nada, sino que podía disfrutar del cuerpo de mi asistente siempre que lo necesitara. Me alegré muchísimo de haber elegido a la más atractiva y, sobre todo, de no haber elegido a un chico. Ahora que sabía cómo funcionaba, estaba decidido a aprovecharlo.