El nuevo cantante (4)

Giré el pomo muy despacio y empujé con cuidado la puerta. ¡Estaba abierta! Entré sin hacer ruido y volví a cerrar. No podía creer lo que estaba viendo.

El nuevo cantante: Parte y 4

Miré a Daniel lleno de tristeza, porque algo me decía que había caído en una trampa, pero le dije que se bajara del coche y que estuviese a las diez de la mañana en el estudio y, sin avisar a nadie más, me fui a mi casa. Aquella no noche no cené, ni dormí, pero lloré desconsoladamente. Tío, me dije, siendo tan joven pensabas que habías encontrado al amor de tu vida; no escarmientas.

A las nueve de la mañana llamaron a la puerta una y otra vez y salí cubierto con una sábana a ver quién llamaba. Por la mirilla vi a Daniel pulsando el timbre sin parar. Me lo pensé un poco, pero le abrí. Tenía sus ojos llenos de lágrimas y no me dijo nada, sino que entró en el piso y cerró la puerta a sus espaldas:

Por favor, Tony – me rogó -, déjame demostrarte que no soy culpable de lo que ha pasado. Si no lo consigo, tendré que dejar la orquesta; no puedo aguantar esta situación.

Y luego se fue acercando a mí despacio como para besarme y, con mucho dolor, retiré mi cara de la suya y me fui al salón.

Espérame un poco – le dije – ya tengo la maleta hecha; sólo me falta ducharme y ponerme algo. Voy a darte esa oportunidad que me pides.

Recogimos todo, lo pusimos en la furgoneta y salimos a la carretera muy callados. Incluso en el almuerzo sólo se hizo algún comentario del debut de Daniel. Cuando llegamos al pueblo, busqué al delegado de festejos y nos dijo dónde estaba el escenario, se montó todo el equipo y nos dirigimos al hostal que nos habían reservado. En un momento de despiste, se acercó Daniel a mí y me dijo rápidamente:

Terminaremos de tocar a las seis de la mañana; a las seis y media ya estaremos en el hostal. Entra a las siete en nuestra habitación, porque voy a dejar la puerta sin echar el seguro.

Llegando al hostal, se acercó a mí el pianista, Juan Luís, y me dijo que me veía enfadado.

No, tío – le dije -, perdona. No estoy enfadado, sino triste, pero el trabajo es el trabajo, no te preocupes.

Al retrasarme un poco, llegué al hostal cuando la señora que lo atendía ya había puesto las llaves sobre el mostrador de la recepción y me quedé un poco rezagado. Entonces vi y oí perfectamente cómo tomaba Curro una de las llaves y le decía a Daniel:

¡Vamos!, vente conmigo. Compartiremos la habitación.

Me miró Daniel con tristeza y puso una sonrisa falsa en su cara mientras subía las escaleras. La llave que quedaba en el mostrador era la mía.

Me fui solo a mi dormitorio (casi siempre iba yo de pico) y ni siquiera deshice la cama. Cada vez que miraba el reloj era la misma hora: «¡Coño! ¿Es que el tiempo no pasa?».

A las siete menos diez ya no podía aguantar más, me levanté con una mala leche increíble y me fui a su habitación. Giré el pomo muy despacio y empujé con cuidado la puerta. ¡Estaba abierta! Entré sin hacer ruido y volví a cerrar. No podía creer lo que estaba viendo. Curro estaba sobre la cama con el culo en pompa y Daniel estaba haciéndole un masaje entre las nalgas, pero mientras Curro hacía gemidos de placer, me di cuenta de que Daniel ni siquiera estaba empalmado. De pronto, se encendió la luz. Curro, al verme allí mirando, se tapó inmediatamente asustado y se colocó los calzoncillos y saltó a la otra cama y Daniel, poniéndose en pié en el suelo, tomó su maleta, que no estaba ni siquiera abierta, se vino a mí, me besó y le gritó a Curro:

¿Ves? ¿Quién es el maricón aquí? ¡Tú, hijo de puta! ¡Tú eres el maricón!, que estás engañando a tu novia y pretendes que yo engañe al mío. Pues que lo sepas claro, tío; este es mi novio y no pienso engañarle como tú has hecho conmigo, diciéndole que tenga cuidado, que soy maricón. ¿Y tú qué eres? Procura que no encuentre un día a tu novia, porque le voy a decir que tenga cuidado contigo, que eres maricón ¿Te enteras?

Y tomándome del brazo, se fue conmigo a la habitación, me desnudó en silencio y estuvo hasta el amanecer besándome y chupándomela. Yo estaba agotado y me quedé dormido.

Los otros días de la fiesta parecía Daniel un genio del escenario y los ojos de Curro nunca se levantaron más del suelo hasta que volvimos al estudio, tomó sus cosas y nos dijo que buscásemos a otro.

Cuando se cerró la puerta al irse, toda la orquesta nos aplaudió y nos besó.

Y oí por ahí perdido un «¡Vivan los novios!».