El nuevo cantante (1)

Y me sorprendí cuando me dijo en un cierto tono sensual que estaba esperando a que yo me desnudase. Me di un poco de prisa y me puse en pie frente a él: «Ea, ya estoy».

El nuevo cantante: Parte 1

Sin duda, al quedar mi orquesta sin el cantante principal, nos vimos cerca del verano y sin trabajo. Por esto, propuse buscar a uno con gancho, uno que, al subirse al escenario, dejara tanto a chicas como chicos alucinados. En realidad no éramos más que una orquesta de esas que va de pueblo en pueblo tocando las canciones de moda, pero se ganaba mucho dinero.

Después de algunas charlas, decidimos citar en el local de ensayos a los que podrían ser los nuevos cantantes y, dos días después, había cinco chavales jóvenes que querían cantar con nosotros. El primero me pareció un poco descuidado en su aspecto y, a veces, cantaba notas que no encajaban. Todo el grupo decidió que ese tío no valdría. Pero el segundo día, llegó allí al atardecer un tal Daniel, de buen ver, no muy alto, moreno de tez y de pelo y elegante vistiendo. No se puso nervioso al acercarse al micrófono y le dijimos que eligiese el tema para la prueba. Ya no pude apartar mis ojos de él. Sus movimientos eran atractivos (aunque a veces hacía algunos gestos un tanto afeminados). Este – me dije antes de oírle -, este es sensible.

La prueba fue tan buena que sólo cantó un tema (Santa Lucía, de Miguel Ríos, según recuerdo). Además de tener ese aspecto atractivo, su voz era muy bella y sus movimientos eran expresivos. Yo, como director de aquella pequeña orquesta, al ver las caras de mis compañeros, me levanté, me dirigí a él y le felicité: «Espero no te quedes sin voz muy a menudo; tocamos casi todos los días en pueblos y ferias». Me sonrió y me miró profundamente con sus ojos oscuros cuando le dije que viniese a los ensayos. Luego, tras saludar a todos mis compañeros, nos invitó a una cerveza.

Es tarde – me dijo -, mi madre se preocupará si no voy.

Le aconsejé que la llamase, pues pocas noches llegaría a su casa temprano y pocas dormiría allí en verano. Luego, comenzó a hablarme de otras muchas cosas sobre él. Mis compañeros se fueron marchando hasta que nos quedamos a solas tomando una y otra cerveza.

Daniel – le pregunté - ¿te encuentras bien?

Si – me dijo – solo un poco mareado… Llevamos ya unas cuantas cervezas

¿Quieres que te lleve a tu casa? – le dije preocupado -.

No, no; a mi casa no – se asustó -; mi madre no quiere verme borracho.

Y cuando menos lo esperaba, pidió otra cerveza, se apoyó en el mostrador mirándome y me dijo:

¿Vives sólo o tienes pareja?

Vivo solo – contesté - ¿por qué lo dices?

¿Puedo dormir en tu casa? Mi madre prefiere que no vaya a dormir a que llegue tarde.

Puedes venirte, claro – le advertí -, pero sólo tengo una cama. Es grande, como de matrimonio, pero no tengo otra.

Pensaba que me diría que dormiría en el sofá, pero sin dejar de mirarme profundamente con sus ojos oscuros, me dijo:

No es la primera vez que me acuesto con un tío… y contigo no me importaría.

Noté los músculos de mi cuerpo en tensión de los pies a la cabeza. ¡Oh, no, Dios mío! ¿Cómo voy a acostarme a dormir con una belleza así?

Tomamos el coche y llegamos a casa bastante tarde, así que le pregunté si quería comer algo y se encogió de hombros sonriendo: «Lo que tengas».

Comimos algo y nos fuimos para el dormitorio. Yo me senté en el lado de la cama donde siempre dormía y él dio la vuelta hasta el otro. Mientras yo me desabrochaba los cordones de los zapatos, seguimos hablando un poco y, al volverme, lo encontré al otro lado de la cama, de pie y en calzoncillos muy ajustados. Su cuerpo era musculoso (no demasiado) y seguía allí en pie como esperando.

Vamos – le dije -, acuéstate ya si quieres.

Y me sorprendí cuando me dijo en un cierto tono sensual que estaba esperando a que yo me desnudase. Me di un poco de prisa y me puse en pie frente a él: «Ea, ya estoy».

Sí – me dijo -, ya lo veo. Y no estás mal.

Y sin pensarlo, le respondí:

Tú sí que no estás mal. Además de llevarte a las tías detrás, también te llevarás a los tíos.

No – contestó muy seco -, preferiría que te vinieses tú detrás de mí.

Me quedé mudo viendo cómo se metía bajo las sábanas sin dejar de mirarme y, luego, levanté las sábanas por mi parte y me metí en la cama un tanto separado de él, pero giró sobre su cuerpo hacia mí y me miró fijamente:

¿De verdad has creído que estaba borracho? – me dijo susurrando -. En cuanto te vi, me di cuenta de que eras el tío que estaba buscando.

¿Sí? – le pregunté - ¿Y por qué no me lo has dicho antes?

Y cuando dije eso, dejamos de hablar, sacó lentamente su mano de las sábanas y la puso en mis cabellos acariciándolos sin dejar de mirarme y de sonreír.

Y antes de que pensara que me molestaba lo que hacía, saqué yo también mi mano y acaricié su suave mejilla. Estuvimos así un rato: mirándonos y sonriendo. Luego, acerqué un poco mi cuerpo al suyo y, sin decir nada, me pareció que se quitaba los calzoncillos bajo las sábanas. Al poco tiempo, acercó él su cuerpo más al mío hasta que noté que algo duro y caliente rozaba mi ombligo. No pude esperar ni un segundo. Me quité también los calzoncillos y dos partes nuestras duras y calientes se encontraron bajo las sábanas.

Me recuerdas a alguien – le dije acariciando su cuello -, pero no sé

Y entonces, empezó a acariciarme y a cantar susurrando:

"A menudo me recuerdas a alguien, tu sonrisa la imagino sin miedo...".

Y las manos fueron bajando por los cuerpos mientras él seguía cantando suavemente:

"Dame tus manos, siente las mías, como dos ciegos, Santa Lucía…".

Y ya se encontraron nuestros labios y dejó de cantar.

(Continúa)