El novio de mi hijo

Solo meterle mi verga, follármelo como si fuera una puta, descargarme dentro de él hasta que no quedara duda que había sido mío, hacerlo gritar mi nombre del placer que iba a darle, solo eso podría satisfacerme ahora. Iba a hacerlo mío, y sería allí, en el cuarto de mi hijo.

El Novio de mi hijo

Mi esposa y yo siempre nos hemos considerado de mente abierta, por lo que cuando nuestro hijo nos dijo que era gay, le dimos todo nuestro apoyo.

Fue entonces que trajo por primera vez a su novio, con quien vivía desde hace unos meses: un chico delgado, 1.65, rasgos delicados y, sobre todo, un culito bien parado y redondito.

Allí fue cuando comencé a fantasear con él.

Hacía años que mi vida sexual había cambiado. Antes, mi esposa y yo éramos muy activos. Pero conforme pasó el tiempo, nuestro apetito sexual disminuyó.

Estaba conforme con mi vida, pero tras la aparición de Teo y su culito perfecto, mi libido volvió a subir como si tuviera 20 y no 47.

Al principio, podía mantener a raya ese deseo haciéndome la paja y teniendo sexo con mi esposa, pero pronto ella se cansó de mi renovado ímpetu sexual, y masturbarme, pensando en ese culazo,  me dejaba insatisfecho. Necesitaba más.

Jamás había pensado en engañar a mi esposa, pero las frecuentes visitas de Teo me hacían desearlo cada vez más.

Ese chiquillo de 21 años, aún universitario, me traía loco. Me saludaba con esa sonrisa, sin saber que me moría por meterle toda la verga en ese culo allí mismo. Darle tan fuerte que gritara como poseso mi nombre. Follármelo en la sala de mi casa, en mi cama, contra la pared, donde fuera.

Qué suerte tenía mi hijo, Rodolfo, de poder cogérselo cuando le viniera en gana.

Fueron unos meses de calvario, hasta que mi oportunidad llegó.

Estaba yo en casa esa mañana, viendo televisión. Hacía poco había decidido tomarme unas vacaciones, y dado que soy el dueño de la empresa, dejé a Rodolfo a cargo.

Mi hijo había estado trabajando para mí desde que terminó la preparatoria, aunque siguió preparándose profesionalmente. Ahora, completamente en el negocio, era su momento de probarme si podía llenar mis zapatos en mi ausencia.

Seguí cambiando los canales, aburrido. Mi esposa había salido desde la mañana a desayunar con sus amigas, y de allí se seguía en la calle hasta la tarde.

Estaba contemplando hacerme una paja allí mismo, pensando en mi culito preferido y ese par de labios pequeños que me hacían gozar de solo imaginarlos en mi verga, cuando timbraron a la puerta.

Al abrir, encontré a Teo allí.

-Buenas, Don Gerardo.-me saludó- Rodolfo me llamó y me pidió venir por unas cosas suyas. ¿Puedo pasar?

-Claro que puedes, Teo. Pasa.-le dije, poniendo mi mano en su nuca, disfrutando de ese tacto breve, mientras le dejaba entrar a la casa. -¿Pero no puede venir Rodolfo por sus cosas? ¿Ya se cree el mandamás contigo también?-bromeé, cerrando la puerta. Me estaba poniendo cachondo de pensar en  que estábamos solos en la casa.

El chiquillo se rio.

-Rodolfo está de viaje de negocios. Regresa hasta la siguiente semana.-explicó, mientras iba hacia las escaleras para subir al viejo cuarto de mi hijo. Lo seguí, sin perder de vista ese culito que me ponía cada vez más caliente de tenerlo tan cerca.

-Y ni siquiera nos avisó.-comenté, sintiendo mi polla endurecerse.

Llegamos al cuarto, donde Teo se puso a buscar las cosas. Mi mirada no se alejaba de sus nalgas, mientras él iba y venía por todos lados. Fue entonces que se agachó para sacar algo bajo la cama de mi hijo (siempre tan desordenado). Dejó ese culito al aire, mientras se metía cuanto podía por ese hueco, intentando alcanzar algo.

Llevé mi mano a mi pene, sintiéndolo cada vez más duro, y comencé a frotar sobre la tela de mi pantalón.

Lo escuché gemir un poco, quejándose de no alcanzar más, y eso me llevó al borde de la excitación.

Quería poseerlo. Masturbarme solamente no iba a quitarme esas ganas. Nunca. Solo meterle mi verga, follármelo como si fuera una puta, descargarme dentro de él hasta que no quedara duda que había sido mío, hacerlo gritar mi nombre del placer que iba a darle, solo eso podría satisfacerme ahora. Iba a hacerlo mío, y sería allí, en el cuarto de mi hijo.

Cerré la puerta y me hinqué detrás de él.

-¿Aún no alcanzas?-pregunté.

-No, queda muy…-dejó de hablar, quedándose quieto. Sabía que podía sentir mi verga, dura y caliente, contra su culo. Yo estaba extasiado.

Llevé mis manos hacia el botón de su pantalón. Lo desabroché y le bajé la cremallera.

-Don….Gerardo…¿qué hace?-preguntó, intentando salirse de allí, pero solo consiguió que su culito embistiera mi verga.-Aaah…

-Te gusta, Teo-le dije, tocando su polla que crecía, mientras que mi otra mano le bajaba los pantalones y el bóxer. –Ah, pero qué culito tan hermoso tienes, Teo.-llevé mis manos a este, al fin pudiendo deleitarme en su tamaño y textura. Apreté sus nalgas, tan firmes y redondas, pidiendo que las poseyera como nadie lo había hecho nunca. –Aah, pero qué duritas, suaves y ricas las tienes, Teo. No sabes cuántas pajas me he dado soñando con ellas. –las besé.

-N…no, por favor, Don Gerardo. –suplicó, sabiendo que no iba a detenerme en solo tocarle y besarle las nalgas. Me reí, viendo cómo su pene se ponía más duro al pensar en lo que le iba a hacer.

-Te voy a meter toda mi verga, y te voy a hacer mi putita.-le dije, dándole un lengüetazo a su ano.

-Aah… N…no, Don Gerardo, por favor. Yo solo quiero a Rodolfo.-suplicó.

Me bajé el pantalón y la trusa, dejando que mi verga rozara sus nalgas. Gimió de placer, y sus caderas se movieron, buscando más contacto con mi pene. Quería que se la metiera, aún si sus palabras decían lo contrario.

-Tu culito me quiere a mí.-le dije, jalándolo para moverlo. Lo saqué de debajo de la cama, dándole la vuelta y encontrándome con su rostro atemorizado. –Déjate llevar, Teo. Sé que también me quieres dentro de ti. Te va a encantar. –me reí, agachándome a darle un beso largo y demandante, metiendo mi lengua y comiéndome su boca. Le terminé de sacar el pantalón y el bóxer, separando después sus piernas y poniéndome entre ellas. Mis manos le quitaron la camisa, mientras mi beso y la anticipación a lo que haríamos, provocaba que no se resistiera a mí. –Te haré mío, Teo.-besé su cuerpo, bajando desde su rostro hasta su abdomen, sintiendo cómo temblaba de placer, sucumbiendo a mí con mucha facilidad. Mis manos tomaron sus nalgas, separándolas y masajeándolas, recorriendo su rajita y rozando su ano.

-S…sí, Don Gerardo.-susurró al fin.

Sentí tanta excitación que mi verga terminó de pararse y ponerse dura. Nunca la había sentido tan caliente. Ese cuerpecito delicado y apetecible estaba a punto de ser devorado por mí, un hombre alto y robusto, de 47 años, con un vergón grueso, me estaba volviendo loco.

Me separé de él y me senté en la cama. Me miró, antes de arrodillarse entre mis piernas y ver mi polla con sorpresa, con ganas.

-Es muy gruesa-dijo, tomándola entre sus manos, deseoso de tenerla dentro de él. De repente, que yo fuera el padre de su novio no parecía importarle. Él también me deseaba ahora. Quería que lo cogiera con esa verga tan grande.

-Después de esto, mi hijo no podrá satisfacerte de nuevo.-me burlé. Así Teo siempre buscaría más.-Ahora, putita, lámela bien. Y mírame mientras lo haces.

-Sí, Don Gerardo.

-“Sí, papi”-corregí.

-Sí, papi.-dijo, antes de lamer mi verga. Se notaba que tenía experiencia haciéndolo, pero era la primera tan gruesa con la que se encontraba, así que le tomó un poco de tiempo poder meterla toda a esa boquita tan exquisita. Me miraba con los ojos vidriosos del esfuerzo y de la lujuria. Eso me estaba prendiendo más. Ese chiquillo, el novio de mi propio hijo, me estaba haciendo la paja de mi vida, con tantas ganas de sacarme toda la leche como yo de que se la tragara todita.

-Aaah, sí, sí, así, zorra. Lámelo más, más.-le decía. Mis manos fueron a su cabello. Quería follarme su boca. Moví su cabeza, sin importarme si le gustaba o no, metiendo y sacando mi polla como si fuera un coño. Un coñito bien húmedo y caliente. Estaba en la gloria. –Sí, sí, mi putita, así, así, trágala toda, es tuya. ¡Voy a darte todo, todo!-grité, corriéndome con fuerza en su boca.

Se tragó mi semen, pero un poco cayó por su rostro.

Lo alcé y lo puse a horcajadas sobre mí, devorando de nuevo su boca, su cuello. Llevó sus brazos alrededor de mí, pegándose cuanto podía a mi cuerpo. Mis manos fueron de nuevo a sus nalgas, mis dedos vagaron hasta su ano. Su erección chocaba entre los dos, dura, caliente, mojada. Su boca buscó de nuevo la mía, pidiendo que se la comiera como nadie lo había hecho nunca.

-Aah, aah, papi, fóllame, papi. Te quiero dentro, quiero tu verga, tu leche. ¡Hazme tuyo!-decía, poseído por el deseo.

Le saqué la camiseta, tirándola lejos, y lo tumbé en la cama. Mi pene estaba poniéndose erecto de nuevo, pidiéndome que ahora sí destrozara ese culo con el que venía soñando por meses.

Abrió sus piernas todo lo que pudo, y separó sus nalgas, mirándome como una perra en celo, pidiéndome que lo cogiera.

-Entra, por favor. Hazme tuyo. Quiero ese vergón adentro de mí.-me rogó.

-Eres toda una puta.-le metí mi mano a la boca, que lamió con devoción, sabiendo lo que vendría. –Quieres que te folle en la cama de mi hijo, ¿eh?-llevé mis dedos a su ano y masajeé su entrada, antes de meter uno. Gimió.

-¡SÍ, SÍ! ¡FÓLLAME DONDE QUIERAS, PAPI! SOY TUYO. CÓGEME COMO LA PUTITA QUE SOY. ¡PENÉTRAME FUERTE, DURO!-suplicó. Metí otro dedo y jadeó de placer y dolor.

-Eres mía, putita, eres mía ahora. –seguí metiendo mis dedos, dilatando su entrada hasta que estuvo lista. Tomé mi pene y se lo fui metiendo poco a poco. Tembló y gimió de dolor.

-No, no…sácala, por favor. ¡Es muy gruesa, me va a romper!-rogó.

-Cabrá, putita. ¿No suplicabas porque te la metiera toda?-tomé sus piernas y las alcé, metiendo más y más mi verga.

Siguió gritando y pidiendo que se la sacara, así que lo besé. No nos fueran a escuchar los vecinos.

Al fin, metí toda mi polla y nos quedamos inmóviles.

Entonces comenzó a mover sus caderas, buscando más.

-La putita quiere más.-le dije al oído. Besé sus pezones, duritos, mientras embestía su culito.

-SÍ, SÍ, ASÍ, FÓLLAME ASÍ. SÍ, PAPI, SÍ, ASÍ. DURO, DURO… SÍII-gimió, como poseído.

Comencé a darle más rápido. Su culito se contraía de manera que me volvía loco.

-Te voy a llenar de mi leche ese culito, preciosa.-le dije, embistiendo con fuerza. La cama rechinaba y nuestros cuerpos sudaban. La habitación olía a sexo y sudor, calentándome más.

Estaba a punto de llegar al clímax, cuando su pene chorreó semen entre los dos. Se quedó inmóvil, tembloroso, con el ano contraído. Y eso me volvió loco. Seguí metiendo y sacando mi verga con fuerza. Lo sacaba casi todo y se lo volvía a meter. La cama rechinaba y chocaba contra la pared. Seguí y seguí, mete y saca, mete y saca, hasta que sentí el orgasmo venir. Saqué mi verga, me la jalé y toda mi leche lo baño. Estaba cubierto por mí, olía a mí.

Me acosté a su lado, besándolo. Estaba cansado, pero quería más.

-Ay, papi… Tienes un vergón increíble. Mi culito pide más.-me dijo al oído.-Quiero tu leche dentro de mí. Cógeme otra vez, hasta que no puedas más. Dame toda tu leche. Me encanta tu lechita.-agarró un poco de mi semen y lo lamió como si fuera un manjar. Era toda una puta, todo gracias a mi verga. Eso me prendió de nuevo.

-Ponte en cuatro patas, que te voy a dar duro otra vez.

Me obedeció gustoso, poniéndose en cuatro sobre la cama y alzando el culito hacia mí.  Me puse detrás, acariciando sus nalgas. Llevé mi lengua a su ano.

Gimió, mientras le metía la lengua, moviendo su culo para que mi lengua lo penetrara. Qué zorrita era. Me ponía más caliente de verlo así, pidiendo a gritos que le diera de nuevo por allí.

Mi pija creció de nuevo, dura como si no me hubiera venido ya dos veces.

Sin esperar más, se la metí toda. No tuve piedad. Mi verga quería estar dentro de él, y él la quería tanto que no lo iba a hacer esperar.

Su cuerpecito se tensó y soltó un grito ahogado contra la almohada. Esperé un poco, y entonces movió sus caderas. Puse mis manos en ellas, guiando sus movimientos a mi antojo, mientras metía y sacaba mi verga.

-Aaah, sí, sí, más, más, aaaah, qué ricooo-decía.-Quiero tu leche en mí. Sí, sí, por favor, lléname de tu lechita, la quiero, dámela, aaaah, aaaaaahh.

Se la metí con más fuerza, extasiado.

Mis testículos chocaban con su culito. Estaba tan excitado y caliente.

Cuando ya no pude más, me corrí en su culito, que se contrajo para sacarme toda la leche. Caí sobre él, exhausto, y saqué mi verga cuando se volvió a poner flácida.

-Papi, eres el mejor.-me dijo, cansado.

Nos acostamos, uno al lado del otro, y comenzamos a besarnos con pasión.

Ya ni parecía acordarse de que mi hijo era su novio, ni yo de que tenía esposa.

Solo existía Teo para mí en ese momento. Mis manos descansaban en su culito, lleno de mi semen, chorreando semen sobre las sábanas de mi hijo. Al fin me había podido coger a su novio, ese chiquillo que me había llevado al éxtasis como nunca nadie.

Al rato, nos limpiamos, pero vi que dejó su culito aún con mi semen dentro de él, antes de ponerse la ropa.

Lo acompañé a la puerta, con las cosas que había ido a recoger, y nos besamos un rato. Le toqué el culo por debajo de la ropa, sabiendo que ahora era mío.

-Papi, tienes la verga más grande que la de Rodolfo. –me dijo al oído-Voy a estar solo toda la semana, esperando que vengas y me la metas todita, ¿sí?-aquello me puso caliente de nuevo.

Me dio otro beso en los labios, tocando mi verga con su mano, antes de irse.

Está claro que fui a visitarlo toda la semana.

Mi putita necesitaba su leche.