El novio de mi ex

No solo cometí el pecado de tener sexo con mi ex esposa, conmigo vestida de mujer, sino que también comprendí porqué le gustaba tanto acostarse con su novio actual

Ring ring sonó el teléfono. No, no es cierto. Era el móvil con al tono que había asignado a mi ex. Para qué me miento. Después del rompimiento le había asignado el riff inicial de "Paranoid" de Black Sabbath y esa fue la canción que escuché. Me llamaba para pedirme apoyo con unos documentos de su negocio. Era lo que yo hacía cuando estábamos juntos. Coqueta, me prometió un bono si la apoyaba. El bono, insinuaba, sería el mismo con que me pagaba mi ayuda cuando vivíamos juntos: su piel, su cuerpo, su sexo.

Aunque sabía que a partir de la separación debíamos suspender nuestras relaciones sexuales, le dije que sí, que la apoyaría el día solicitado. Acudí, revisé sus documentos por una o dos horas. Cuando terminamos, me pidió que fuera por unas cervezas y algo de comer. Al regresar, estaba ella en negligé, mostrándome porqué soporté tanto tiempo una relación sin futuro. Ninguno de los dos se preocupó por las consecuencias de lo que seguía y tuvimos una deliciosa sesión de sexo; como en los tiempos más gloriosos de nuestro matrimonio. Primero, lo hicimos como todas las parejas heterosexuales. Después una inversión de roles en la que yo jugaba el papel de mujer, y ella el de mi hombre o el de una ejecutiva lesbiana; en ambos casos, yo era la chica sumisa que aliviaba sus tensiones laborales.

Salí dejándole una sonrisa en la boca; mientras que yo a mi vez, me llevaba la paz que tanto me hacía falta. Por eso fue que continuamos con las sesiones de trabajo en su departamento. A partir de la tercera me pidió que llevara mi ropa de mujer y mi maquillaje. En esa ocasión me cambié apenas terminamos el trabajo y no hubo la sesión de sexo heterosexual, sino que únicamente me tomó como su mujer; la amante del ejecutivo o de la ejecutiva estresada. Supe ese día, aunque lo suponía desde antes de la separación, que ella tenía un amigo con quién tenía sexo de manera típica y que yo era el escape para su parte lésbica; asunto que ahora para nada me molestó pues podía acostarme con ella en mi rol de mujer sin preocuparme por su otra parte ni por implicaciones sentimentales. En las que siguieron, me cambiaba desde que llegaba y así le ayudaba. Esto nos excitaba mucho porque ella podía darle gusto a su vista y a sus manos mientras yo trabajaba. Obviamente, el sexo que seguía era fenomenal.

Uno de esos días en que estaba revisando sus documentos en la recamara que había habilitado como oficina, enfundada yo en un vestido negro entallado muy corto, de zapatillas, peluca y maquillaje no muy discreto, sonó su timbre y sin decirme nada fue a la puerta y la abrió. Me levanté de prisa a cerrar la puerta de esa habitación pero alcancé ver quien entraba; y seguramente él también me pudo mirar. Se trataba de Manuel, su socio en ese negocio y, según yo intuía de sus pláticas, su amante de ella en el modo típicamente heterosexual. No era un galán ni mucho menos; delgado, más descuidado que yo y con un dejo de amaneramiento que no ocultaba en ningún momento. De hecho, fue por esos modos que no me preocupaba yo mucho por él cuando estábamos casados. Si bien me encantaba vestirme de mujer, el hacer ejercicio me permitía lucir viril en ropa de hombre, y mucho más atractivo que él; según me podía constar por las miradas de las amigas de mi ex y de otras señoras.

Cerré la puerta y me recargué en ella sin saber qué hacer: si esperar a que se fuera o buscar mi ropa de hombre y desmaquillarme; pero esta opción era imposible porque me había cambiado en la recamara de mi ex, y para desmaquillarme tendría que cruzar la solapara llegar al baño. Se saludaron, escuché arrumacos y de pronto los pasos de Ericka hacía la puerta que me servía de protección.

  • Bárbara – mi nombre femenino -. No te preocupes. Puedes abrir la puerta. Con Manuel no hay problema.
  • No sé. A ver, pasa y hablamos tú y yo. De una vez tráeme mi ropa, porfa. – Abrí la puerta para que ella entrara sin que él me pudiera ver. Apenas mi ex cruzó el dintel, la cerré con prisa y más fuerza de la necesaria.
  • Relájate. No pasa nada. Es mi socio.
  • Ya lo sé y creo que me vio.
  • Ya lo sabe. De hecho, viene a trabajar con nosotros porque hay cosas que tenemos que ver con él.
  • ¡Cómo crees! ¿Vestida así?
  • ¿Qué tiene de malo? Te digo que ya sabe que te vistes de mujer y que nos has ayudado mucho con el negocio.
  • ¡Bárbara! – la voz con tono amanerado de Manuel recorrió la sala -. No te preocupes. Puedes confiar en mí que nadie va a saber de tu hábito, de tu estilo de vida.
  • Ya sal de ese cuarto, ¿qué ganas? – y ella abrió la puerta. Caminé cerca de la pared para evitar que me viera Manuel, pero ella me atajó el camino para abrazarme, besarme y posar sus manos sobre mis nalgas -. Vamos, tranquila. Todo está bien, mamacita. No bien había pasado yo del estado de alerta a disfrutar del beso, de las caricias y de las caderas de mi ex esposa, cuando escuché la voz de Manuel a unos centímetros de distancia.
  • Te ves muy bien, no sé por qué te escondes.
  • Lo que pasa es que no sé, no deberías tú de verme así.
  • ¿Nadie te ha visto así, aparte de Ericka?
  • Bueno
  • ¡Claro! – intervino mi ex –. Si fuimos muchas veces a la Zona Rosa, más las que ella fue sola con sus amigas travestis. Además, siempre he dicho que te gusta que te vean.
  • No.
  • ¿Sientes un descanso, no?
  • ¿Ya ves? Vámonos para el comedor qué Manuel trajo Pizza y cervezas.

Me llevó de la cintura a través de la sala, mientras Manuel caminaba a nuestro lado. La verdad es que no me sentí mal, no me sentí observada; al menos, no con morbo. Nos sentamos a la mesa y Ericka trajo unos platos. Después me pidió que trajera unos vasos y un destapador para que él sirviera la cerveza. En la mesa, mi ex se sentó entre los dos y a cada rato me tocaba las piernas, detonando alguna expresión mía que a su vez ocasionaba una pequeña sonrisa en la cara de Manuel.

  • ¡Ahora sí! ¡A trabajar, Manuel! ¿Nosotros empezamos a ver el documento y nos alcanzas, Bárbara? Mientras, un favor: ¿me echas la mano con la mesa y los trastos?

Asentí y efectivamente, mientras ellos empezaban a discutir sobre el documento, levanté la mesa y lave, sequé y guardé los platos y demás utensilios que estaban en el fregadero. Cuando los alcancé, Manuel desocupó el asiento frente a la computadora para que me sentara yo. Él se acomodó en otra silla que trajo; de tal modo que yo quedé entre ellos dos.

Terminamos de corregir el documento y como ellos tenían que leerlo una vez más para estar seguros, Ericka me pidió que fuera buena amiga y preparara café. Cansada de estar sentada frente a la computadora, acepté y mientras caminaba hacía la cocina percibí sus miradas y algún susurro de sus voces. Regresé con las 3 tazas de café en una charola y se las ofrecí. Manuel levantó sus ojos del monitor hasta la charola pasando sin mucha discreción por mis piernas y caderas. Me sentí un poco nerviosa pero la voz de mi ex me distrajo rápidamente.

  • Un favor, Bárbara. ¿Podemos cambiar esta tabla?
  • ¿Cuál?
  • Ésta, acércate – me agaché y miré una tabla que, al modificarla, la habían desordenado.
  • Nada más márcala y presiona este botón. – Le dije mientras acercaba mi dedo a la barra del programa. Esto lo hice entre ellos, que no se movían de su silla, por lo que tuve que agacharme más para librar la silla que usaba yo unos minutos antes. Mientras les explicaba pude notar como el socio me miraba sin ningún pudor las nalgas que yo había tenido que levantar para mantener el equilibrio. Al verse descubierto, se adelantó y le comentó a Ericka.
  • Pues tenías razón, las tiene muy bonitas
  • ¿Qué? – pregunté extrañada y un podo indignada.
  • Las nalgas.
  • ¡Qué!
  • No te enojes – respondió ella con una risa muy bella -. Él sabe que como mujer me gustas mucho y le he platicado cuáles son las partes de tu cuerpo que me gustan más – y se giró para agarrarme las piernas. – No hay conflicto porque con él solo tengo sexo normal y contigo satisfago mi otra parte.
  • Y la verdad, la entiendo plenamente, Bárbara. - ¿sabía o había memorizado tan rápido mi nombre femenino? - Estás muy bien. Perspectiva masculina, eh. – Me quedé atónita y Ericka retomó el trabajo.
  • Ya está. Por cierto, no te quedes así. Puedes sentirte halagada por el piropo.
  • Bueno, gracias. – Y por primera vez, miré a Manuel como hombre desde mi rol de mujer. No era muy atractivo, pero tenía su encanto.
  • ¡Ya está listo! – dijo Ericka - Vamos a la cocina por un tequilita. ¿Te adelantas, Bárbara, y los sirves por favor?
  • Sí, claro. –Caminé de regreso a la cocina, sin acabar de entender mis emociones actuales, y sabiéndome observada por el novio de mi ex. Vaya situación tan extraña.

No bien había servido los tragos, ya estaban en la mesita del comedor Ericka y Manuel. Les llevé sus tragos y regresé por el mío para después sentarme junto a mi ex, y junto a él, en la silla que me habían dejado. Nuevamente, ella dictó el curso de la conversación: empezando con las buenas oportunidades que veía para su negocio, luego de cómo había cambiado su vida y, dos tequilas después, remató con el tema de que pequeño es el mundo.

  • ¿Por las relaciones que les han conseguido negocio? – pregunté
  • Pues por todo. Resulta que gente que conociste en alguna situación diferente hoy te apoya de maneras diferentes - una sonrisa sensual la traicionó y dejo entrever que seguía algo muy interesante -. Ya ves: tú, vestida; a mí que me gustan las mujeres; y a Manuel que le gustan las vestidas.
  • ¿Eh?
  • Sí. Yo también soy bisexual, aunque más inclinado a las mujeres – Manuel habló con un desparpajo muy lejano de la timidez que yo le atribuía -. Los hombres viriles no me gustan aunque por mi modo de conducirme hayas pensado otra cosa.
  • No, cómo crees.
  • Me lo dijo Ericka, pero no te preocupes. No has sido la primera persona que se lo imagina. Las que sí me atraen mucho son las vestidas.
  • Oh.
  • Pues resulta, Barbarita, que en algún descanso de sexo le dije que te seguía cogiendo, pero tú en el rol de mujer; y él me confesó que a él le gustan las travestis. Te imaginó vestida y me preguntó como te veías y cómo te comportabas vestida de mujer.
  • ¿Qué le respondiste?
  • La verdad: que te ves muy buena y que en la cama eres fenomenal.
  • ¿Qué? ¿cómo te atreviste? – O el alcohol había hecho efecto en ella, o lo tenía preparado porque no titubeaba en lo absoluto.
  • Y hoy, al verte vestida, compruebo que Ericka no mentía. Efectivamente, estás muy buena. La verdad, me gustaste mucho.
  • ¿Qué tanto, amor? – le preguntó Ericka con un sonrisa que mezclaba sensualidad y picardía.
  • Mucho – respondió Manuel mirándome ya sin disimulo las piernas.
  • ¿Cómo para qué? – le siguió la plática ella.
  • Mmm. Como para besarla, acariciarla y hacerle el amor; si tú me lo permites, claro está.
  • ¡Si ella te lo permite! ¿Y yo qué?
  • Bueno, ella está en medio. Siguen teniendo sexo, y yo con ella. Pero si ella está de acuerdo, entonces ya puedo hablar contigo.
  • Adelante. Ya habíamos platicado de esto, Manolo. – Y se levantó de la silla para ir a la cocina, servir más tequilas y pasar enseguida al baño.
  • No pienses que solo me interesa tu cuerpo. También tienes una cara muy delicada. Luces maravillosa maquillada y con esa peluca – buscó mis manos y dejé que las tomara. Sentí su calor. – La verdad es que si vamos por la calle, a nadie le pasaría por la cabeza si eres vestida. - Miré sus ojos tratando de entender que es lo que yo estaba sintiendo cuando Ericka salió del baño, y se dirigió rápidamente a la puerta.
  • Voy por más tequila que la botella está casi vacía. Me llevo tu coche. Bárbara.
  • Espera – pero no alcanzó a escucharme pues cerró la puerta tras de sí y subió a mi auto para encenderlo. Si departamento daba a la calle por lo que no me hubiera atrevería a seguirla. Además, Manuel me tenía aún tomada de las manos.
  • No te preocupes, no debe tardar. – Y volteé a mira sus ojos de nuevo, que a su vez buscaban los míos. Me soltó una mano para tomarme de la cintura y acercarme a él de manera suave pero muy firme. – Me gustas mucho –. Habló con un volumen más bajo y me acercó a sus labios poniéndome su otra mano detrás de mi cuello.
  • ¿Qué va a decir Ericka?
  • Nada. Ya escuchaste que está de acuerdo. – Y su voz seguía bajando de volumen con sus labios a unos cuantos milímetros de mi boca. – De hecho, éste es el plan: dejarnos un momento solos, para que tomaras un poco de confianza sin cohibirte por su presencia. - Las últimas palabras apenas fueron inteligibles porque las pronunció con sus labios pagados sobre los míos.

Abrí la boca para aceptar su beso que de tierno pasó a apasionado en una cantidad de tiempo que no pude determinar ni entonces ni ahora. De pronto ya estaba abrazándolo también y perdida en disfrutar ese beso largo; transportada a otro mundo, en el que yo no era una vestida, sino una mujer siendo besada por un hombre, una mujer normal, no más allá de lo común, abrazada por un hombre también común.

Cuando notó que ya estaba yo en su dinámica, avanzó su mano de la cintura a la cadera, y de ahí a las piernas, sin que yo tuviera el menor interés por detenerlo. Quizás lo único que me estaba metiendo en conflicto era Ericka; ya no era mi esposa, pero él sí era su pareja. Disfrutaba el beso y las caricias a la vez que sentía un poco de temor por lo que pasaría cuando ella regresara, si nos encontraba así. Lo pensaba pero no hacía nada por cambiar lo que estaba pasando, porque me sentía soñada con lo que me estaba haciendo su novio.

No tuve que preocuparme mucho tiempo por ello porque, sin que yo escuchara llegar el coche, la puerta principal se abrió y Ericka entró con una bolsa del mini-súper.

  • Mmmh. Veo que ya hicieron buenas migas.
  • Perdón, Ericka. No sé qué me pasó. – Me puse de pié
  • No te preocupas, Bárbara. ¿A poco no besa fenomenal?
  • Sí, la verdad sí.
  • Pues de eso se trata. A él le gustan las vestidas y tú le atraes mucho. Y a ti te hace falta un hombre.
  • No
  • No digas que no ¿Te gustó su beso?
  • Pues sí.
  • ¿Y cuando te acaricio? – dijo Manuel sin levantarse, pero llevando sus manos a mis nalgas.
  • No sé – quise moverme de ahí entre al mar de sillas, pero él se levantó y me abrazó por la espalda, de tal manera que pude sentir su cuerpo detrás de mí. Sus manos su posaron primero en mi vientre plano, luego en la cintura, para finalmente sujetarme por las caderas.
  • ¿Ya ves? Ella no está en contra
  • Todo lo contrario – Ericka se me acercó para plantarme un beso breve y dulce - Desde que estábamos juntos, siempre me excitó la idea de ver cómo lo hacías con un hombre ¿recuerdas?
  • Sí, pero yo pensé que era una fantasía y nada más
  • Una fantasía que se puede hacer realidad. Una fantasía que se nos puede cumplir a los tres ahora mismo: a mí, ver cómo te toma un hombre; a Manuel, cogerse a una vestida; y ti, que un hombre te haga suya. Siempre fue tu sueño, aprovecha y deja que él entre en tí. Ya viste que besa maravilloso. Pues te juro que coge divino.
  • ¿Sí?
  • Ajá. Tiene que mucho que me la está metiendo y no me canso de gozarlo.
  • ¿Desde cuándo?
  • Ja-ja. Ya sé a dónde vas. Eso no importa ya. Ahora te toca disfrutarlo. Gózalo, siéntelo. – Animado por lo que Ericka decía, Manuel jaló mi cadera hacía su cuerpo y pegó su pene contra mis nalgas, que se habían tornado sumamente sensibles ahora. La tela del vestido, ligera y delgada, poco me ayudaba a alejarme de esa sensación, pues sentía plenamente su pene duro detrás de mí.

Ericka puso sus manos en mis caderas, haciendo a un lado las de Manuel que fueron a dar mi pecho. Enseguida empujó mi cadera hacía atrás de tal manera que levanté la cadera y me pegué más a su sexo. Él se contorsionó ligeramente hacía adelante y continuó moviéndose suavemente hacía adelante y hacía atrás. De manera, podría decirse que instintiva, seguí su movimiento, disfrutando con claridad el volumen de su pene detrás de mí. Ericka se pegó enfrente de mí y me empezó a besar apasionadamente, rozándome con su cuerpo, pero ella moviéndose de hacía los lados. Sus manos me acariciaban las piernas y fácilmente se iban más atrás para tocar mis nalgas o alcanzar las de Manuel. No conforme con lo caliente que yo estaba, Manuel empezó a respirar en mi cuello; me besaba y me decía en el oído que estaba muy buena, que quería tomarme, que me iba a dar por el culo hasta cansarse. Sus manos también era muy libres y se movían de mi pecho se iban a mis pernas y de ahí a las caderas de mi ex esposa. Yo procuraba agarrar con una mano las nalgas de Ericka, y con la otra el cabello de Manuel.

Con tanto manoseo y movimiento, el minivestidos se había subido lo suficiente para que mis nalgas empezaran a asomarse. Ericka lo notó y me lo subió casi hasta la cintura. A Manuel le encantó y se separó un poco para tocar mi piel e incluso se sentó en cuclillas para besarme las nalgas y la parte trasera de las piernas. Cuando yo pensaba que solo podía seguir que Manuel me bajara las pantaletas y entrara en mí, mi ex me tomó de la mano y me llevó hasta la sala. Él nos siguió visiblemente excitado por todo lo que estaba sucediendo. Me acomodé el vestido y me senté junto a ella. Al hacer esto, el pasar mis manos por detrás de mi cadera me hizo estremecer.

Cuando él llegó al sofá, Ericka le hizo un espacio entre las dos. Con la mirada, me indicó que mirara el pubis de Manuel. Le hice caso y vi el bulto que saltaba de su pantalón. Qué interesante; eso era lo que yo había sentido unos momentos antes detrás de mí.

  • ¿No lo quieres ver? – me preguntó muy sensual Ericka
  • No sé
  • A ver, Manolo. Muéstranos lo que traes.

Manuel sacó su pene del pantalón y me quedé estupefacta. No por el tamaño, sino por la libertad que tenía de mirarlo abiertamente, junto a otra mujer. Era exactamente lo contrario (¿o lo mismo?) de estar con los amigos en un table dance: mirar en compañía el sexo de alguien más. Esta vez no la vagina de una chica desconocida, sino el pene enhiesto de un hombre al que conocía años atrás.

  • ¿Cómo lo ves? – me preguntó mi ex, bien clara de lo estaba pasando conmigo en la visión de aquel sexo masculino.
  • No sé, se ve bien, interesante.
  • Y muy rico, eh. Te dije que no te ibas a arrepentir
  • Pues si tú te lo estás comiendo, por algo ha se ser.
  • Anda, tócalo, siéntelo con las manos. – Lo toqué suavemente; primero el tronco, después la cabeza y finalmente empecé a masturbarlo con suavidad - ¿Te gusta?
  • Sí, se siente fuerte, duro.
  • ¿Y tú, Manuel? ¿cómo te sientes?
  • Soñado. ¿Me lo puedes chupar, Bárbara?
  • Déjame intentarlo, porque nunca lo he hecho – Tomó un condón de no sé dónde y se lo colocó rápidamente. Me agaché y me metí ese pene en la boca, sujetándolo con la mano, pero un movimiento involuntario de parte de Manuel me hizo notar que lo había tocado con los dientes.
  • Déjame enseñarte - dijo Ericka. Me hizo a un lado y se hincó para meterse todo el pene en la boca. Se agarraba de las piernas de Manuel y él echaba la cabeza hacía atrás, pleno de placer.
  • Ericka, que rico mamas. Siempre has sido una maestra en esto – No pude menos que concordar con él, pues me constaba que era una experta en manejar con la boca el pene.
  • Lo que pasa es me encanta; Manolo. Y a ella también. ¿Ya la viste? Se le hace agua la boca. A ver, Barbarita, comételo sin tocarlo con los dientes – completamente caliente y con la sensación de que la hiel me iba a estallar si no seguía las indicaciones de mi ex, me agaché para que ella me entregará el pene. Me lo metí nuevamente en la boca, ésta vez con más cuidado.
  • Muy bien, aprendes rápido. Se ve te gusta. ¿Ya has probado verga antes?
  • No – le respondí brevemente y sin sacarme su miembro de mi boca.
  • No – sonrió Ericka -. Para mí que sí; desde que estabas conmigo se notaba que ya habías gozado penes. A lo mejor no sabes mamar, porque siempre te lo metían por el culo.
  • Succiona para que hagas que me venga. – Pidió Manuel, a quién la acusación que me acaba de hacer Ericka lo excitó todavía más.
  • Es lo que estoy haciendo – le respondí rápidamente para no dejar de mamar su pene por mucho tiempo. A estas alturas, la acusación que Ericka ratificaba no me afectaba en lo absoluto. Estaba perdida en el sexo de su novio.
  • Con la garganta. Bárbara – me dijo ella -. Haz como su tragaras para que hagas que se venga en tu boca.
  • Mejor métemela en el culo, papacito. – dije sn pensar, bien caliente y haciendo a un lado todas mis precauciones. – Ahí te puedes venir lo que quieras.
  • ¡Eso! – gritó llena de excitación con una voz eminentemente sensual mi ex, cuando yo perdida dije algo que no supe bien a bien de dónde salió. Me separó de la verga de Manuel, me puso de pié y me dio una sonora nalgada - Ahora sí, comételo para que comprendas por qué siempre me ha gustado tanto que me coja Manuel.

Él me abrazo de la cintura y me llevó a la recámara, hasta el borde de la cama, y agarrándome las piernas y las nalgas, me levantó el vestido hasta la cintura. Hizo a un lado el hilo trasero de la tanga que yo traía a petición expresa de Ericka. Me puso un lubricante que mi ex, muy solicita, le paso en ese momento. Jugó con sus dedos mientras lo aplicaba, introduciéndome el índice y el medio, alternándolos y sacándolos mientras yo me moría de placer y movía el culo, coqueta y dispuesta a todo. Cuando pudo jugar con los dos dedos libremente, se untó un poco del mismo líquido en el pene y tocó suavemente con el glande la puerta de mi sexo posterior.

  • ¡Ay, qué rico! – es lo único que atiné a decir, mientras paraba la cola y me retorcía al contacto de mi ano con la cabeza de lo que minutos antes tenía en la boca.

Tanto él como mi ex me acariciaban las piernas y las nalgas. Seguramente por eso, , y por las decidas ganas de que me cogiera, mi cuerpo no opuso ninguna resistencia a la pausada entrada del pene de Manuel entre mis nalgas. En poco tiempo, quizás un minuto o dos, y entre avances y regresos, de pronto ya lo tenía completamente adentrote mí, con su pelvis estrellándose continua y pausadamente contra mis nalgas. Ericka se fue atrás de él para acariciarlo y besarlo en la nuca mientras nos animaba a mí y a él para hacerlo con más fuerza y velocidad.

  • ¡Muévete, Bárbara! ¡Gózalo! Y tú, Manuel ¡Dale con fuerza, más rápido! Que semita lo que es tener tu verga adentro. - Yo me sentía en otro mundo. Vaya que había diferencia del dildo contra un pene de verdad, pegado a la pelvis de un hombre que me estaba haciendo suya. Incluso era diferente de la experiencia del arnés que se ponía mi ex en los buenos tiempos para invertir los roles y penetrarme por detrás. Se trataba de estar siendo poseída por un hombre. Me agaché y pude ver mi reflejo en la enorme luna del tocador. De pié, con las piernas abiertas y con los músculos de las piernas y de la nalgas endurecidos por el ejercicio y por esta posición; aún de zapatillas y con las medias hasta los muslos me veía mujer, muy mujer siendo cogida por un tipo, por el mismo que se la metía a mi ex desde hace quién sabe cuánto tiempo.

Como dije antes, no era un galán, pero vaya que lo hacía muy rico. Con energía pero sin lastimarme. Me pegaba con su pelvis en las nalgas, pero su miembro no me lastimaba por dentro. Al contrario, llegaba hasta arriba haciéndome sentir algo que únicamente los dildos habían logrado, pero con la enorme satisfacción de sentir su cuerpo detrás de mí y sus manos dándose gusto con mi piel hipersensibilizada. Por si fuera poco, tenía a mi ex mirando todo el espectáculo y acariciando al tipo que me estaba tomando y a mí de paso.

Ericka se fue al otro lado de la cama para mirar el cuadro completo y, semidesnuda, se pasaba las manos por las senos, por las caderas y por la vagina. Más excitada por mirarla, subí la intensidad del balanceo de mi cola, animando mucho más a Manuel qaue me agarró de la pelvis para manejarme a su antojo. Yo le respondía pegándole con las nalgas en la pelvis, apretando su riquísima verga hasta que sentí como se le hinchaba mientras él aumentaba el volumen y el tenor de lo que me decía:

  • ¡Así, mamacita! ¡Que rico te mueves! ¡Ten, ten más verga, que se ve que encanta, cabrona!
  • ¡Sí, me fascina!" ¡Dame más y más fuerte, macho! ¡Hazme tuya! ¡Hazme mujer, Manuel! ¡Quiero ser tuya!
  • ¡Eres mía, Bárbara! ¡Eres mi puta!
  • ¡Sí, sí! ¡Soy tu puta! ¡Ándale! ¡Cógeme!
  • ¿Me las vas a dar siempre, mi puta?
  • ¡Siempre, Manuel! ¡Son tuyas! ¡Tómalas! ¡Metémela siempre, papacito!
  • ¡Ten, ten, cabrona! ¡Goza, perrita! – y por el espejo vi como sus ojos se ponían blancos, su expresión cambiaba y su cuerpo se iba poniendo rígido ¡Se iba a venir adentro de mí! Me prendí más y moví de manera tan rápida mis caderas que no me sabía capaz. Enseguida sentí como mi esfínter vibraba sin control y empecé a agitar el culo sin control. - ¡Así, Bárbara! ¡Así!
  • ¡Ah! ¡Ah! ¡Qué rico! ¡Sí!
  • ¡Ah! ¡Ah! ¡Mh! - Su pene estalló dentro de mí y, a pesar del condón, pude sentir como un gran cantidad de semen, salía de él, mientras experimentaba un orgasmo anal como nunca antes había tenido. Miré mi cara de recién cogida en el espejo, con las piernas a punto de doblarse. No puede más y, a riesgo de lastimarnos, deje caer el pecho sobre la cama. El movimiento solo causó más estremecimientos de mi esfínter y pujidos de placer en Manuel. – ¡Oh! ¡Mh!

Ericka se seguía masturbando y nos dijo bien caliente:

  • Sácasela rápido, que sigo yo, mi amor.
  • Claro que sigues tú, Ericka
  • Pero con cuidado – protesté sin fuerza.
  • Por supuesto, Bárbara. A ver, levanta un poquito esa riquísima cola – le obedecí, separó con los pulgares mis nalgas para sacármela suavemente y con cuidado. Por el espejo pude observar su pene aún enhiesto y con un condón cuya punta era una bolsita bien llena de semen.

Me arrastré sobre la cama para recostarme, mientras mi ex le ponía un condón nuevo ¡Vaya potencia de Manuel! Me acababa de coger con fuerza y, sin haber perdido la erección, estaba listo para darle ahora a Ericka. Con razón ella estaba feliz de ser su amante, a pesar que no fuera un hombre especialmente atractivo.

Quizás porque ella estaba ya muy caliente, el caso es que, apenas la penetró, empezó a gritar como loca y se vinieron tan fuerte como él y yo unos momentos antes. No se la sacó, sino que se quedó dormido encima de ella. Yo me acerqué para abrazar l espalda de Manuel y tocar sus nalgas planas. Poco después se despertó y, ya perdida la erección, sacó su pene de la vagina de mi ex esposa y se acostó en medio de las dos. Cada una puso la cabeza en uno de los delgados brazos y nos quedamos dormidas, mirándonos satisfechas y abrazándonos entre las dos, a la vez que lo abrazábamos a él.