El novio de mi amiga
Mi amiga ya me lo había advertido, aunque sin imaginarse nunca que llegaría a probarlo en carne propia. Que era un amante de primera, un auténtico semental, y si he de decir la verdad, confieso que cuándo me lo presentó, me sentí atraída hacia él en una forma por demás irresistible...
Antes que nada me gustaría aclarar que nunca fui una “quita novio”, como se conoce comúnmente a las mujeres que se meten con los novios de sus amigas, y eso que en más de una oportunidad alguno trató de levantarme, aunque en esta oportunidad fui yo la que lo avanzó y tampoco es que se lo saqué, tan solo me eché un polvo con él, o, mejor dicho, unos cuántos, ya que lo que me hizo vivir Wilmar, que así se llama, aquella tarde en el hotel fue algo por demás apoteósico y es-pec-ta-cu-lar. Me quede prácticamente seca de tanto mojarme, sin orgasmos ya para soltar.
No exagero si les digo que al pibe éste no se le bajaba nunca la erección. Acababa una vez y así como si nada, sin tomarse ni un respiro siquiera, volvía a estar bien duro y armado, listo ya para una segunda vuelta, y una tercera, y una cuarta, y una quinta…
Mi amiga ya me lo había advertido, aunque sin imaginarse nunca que llegaría a probarlo en carne propia. Que era un amante de primera, un auténtico semental, y si he de decir la verdad, confieso que cuándo me lo presentó, me sentí atraída hacia él en una forma por demás irresistible. Ustedes saben, los adictos al sexo se huelen a kilómetros de distancia.
Uruguayo, de casi 1.90, cuerpo robusto y piel morena, se convirtió, de un momento a otro, en mi máximo objeto de deseo. En el hombre que querría llevar desesperadamente a mi cama, o a la de él, o adonde fuera. Nunca me había pasado algo así, que me atrajera el novio de una amiga, y de una muy buena amiga para colmo.
Pero más allá de la pinta del tipo, que la tenía y bastante, lo que más influía en tal atracción era lo que ella, sin pelos en la lengua, me contaba acerca de sus relaciones íntimas con tan tremendo macho.
-¡La tiene así de grande!- me decía separando las palmas de sus manos unos treinta centímetros, y formando con sus dedos un anillo bastante prominente, haciéndome saber que la tenía también bastante gorda.
-¡Cuándo me coge, siento que me parte al medio! ¡No sabes cómo me rompe los gajos el guacho!- me aseguraba, expresando con su rostro las delicias que sentía en tales momentos.
También me contaba que, pese al desmedido grosor y tamaño que portaba, le daba hasta por el culo y que, en justa correspondencia, ella se tragaba toda la leche que el tipo le soltaba en forma de catarata cremosa y caliente. Que eso a él lo enloquecía.
-Nunca me sentí tan bien cogida- aseveraba y la verdad es que se le notaba en la mirada.
Obviamente que con todo lo que me contaba, me entraron unas ganas terribles de probar a semejante máquina de garchar, tal como lo describía mi amiga. No es que quisiera cagarla, pero… ciertamente los anhelos que ella misma me había despertado al contarme sus intimidades con aquel Adonis cogedor, eran ya irrefrenables.
Así que una tarde en la que estaba al pedo, y caliente como una hoguera, no me aguante más y fui a esperarlo a la salida de su trabajo.
En cierta ocasión mi amiga me había comentado en donde trabajaba, y no se porque pero ese dato me quedo grabado como si supiera que en algún momento necesitaría de tal información. Pero claro que no iba a hacerme la regalada, por más ganas que tuviera de regalarme a él con moño y todo, por lo que me quede expectante en la esquina, esperando a que saliera.
Entonces, cuando lo vi, me crucé con él como si se tratara de un encuentro casual y espontáneo.
-¡Mariela, que sorpresa, ¿qué hacés por acá?!- se sorprendió al verme.
-Vine a ver a una amiga que vive por esta zona, ¿y vos?- la excusa me brotó como si la hubiese pensado de antemano.
-Trabajo acá, a mitad de cuadra- me dijo, señalando el lugar del cuál acababa de salir.
-Mira qué casualidad- repuse haciéndome también la sorprendida.
-Ya que nos encontramos, ¿qué te parece si vamos a tomar algo?- me propuso entonces.
-¿No tenes que encontrarte con Cecilia?- le pregunte refiriéndome a mi amiga, o sea, su novia.
-No, hoy tiene facultad, así que va a estar ocupada hasta tarde- señalo.
-Entonces, acepto- le sonreí.
Fuimos hasta un bar cercano y pedimos una cerveza, charlando animadamente sobre distintos temas, como dos grandes amigos. En determinado momento tuve que ir al baño para secarme la densa humedad que me brotaba de adentro de la concha y que amenazaba con traslucirse a través del pantalón blanco que llevaba puesto.
De solo estar a su lado me estaba excitando terriblemente, y lo que me preocupaba era que se me notara demasiado y él se diera cuenta de mi desesperación al respecto. Entonces se me vino a la cabeza mi amiga y todos los años de amistad que llevábamos y la confianza que nos teníamos, y decidí que por más caliente que estuviera, no se merecía que yo le hiciera semejante trastada.
Así que al regresar a la mesa, le dije que se me hacía tarde, que en verdad tenía que ir a ver a esa amiga de la que le había hablado, la de la excusa. El, por supuesto, no se opuso. Pagó lo que habíamos consumido, y se ofreció a acompañarme un par de cuadras. No habíamos hecho ni siquiera una, cuándo muy suelto de cuerpo me dice:
-¿Sabés Mariela?, me gustaría llevarte a un hotel, ¿Qué decís?-
Me quede petrificada. Era obvio que se había dado cuenta de lo caliente que estaba con él. Pero ¿qué podía hacer? Por un lado estaba mi amiga y todos esos años de amistad que se irían al traste si se enteraba de algo, y por el otro estaba yo y estas ganas que tenía por probar a semejante macho. ¿La amistad o la lujuria? ¿Mi amiga o mi calentura? ¡Qué difícil decisión, por Dios! Finalmente ganó el sentido común, o sea mi concha, que como deben saber razona por sí sola.
-¿Qué digo?- comencé diciendo, y susurrándole al oído agregué:-Que me gustaría mucho coger con vos-
Caminando como dos conocidos, sin tomarnos de las manos, ya que eso era apenas lo que éramos, entramos al primer albergue transitorio que pudimos encontrar. Uno común y corriente, nada lujoso, solo lo suficiente como para sacarnos la calentura. Apenas entramos a la habitación, nos enredamos en un apasionado abrazo, besándonos con desatado frenesí, dándole rienda suelta a esa lujuriosa atracción que parecía provenir no solo de mi lado, sino también del suyo. Así, entrelazados, caímos sobre la cama, rodando sobre la misma, estando un rato yo arriba, y al siguiente él.
Cuándo era yo la que quedaba encima, Wilmar me aferraba con sus manos de la cola y me atraía aún más hacia su encendido cuerpo, haciéndome sentir a la altura del vientre la tan mentada prominencia de la que mi amiga tanto me había hablado. Y debo decir que no exageraba en lo absoluto, ya que lo que el uruguayo portaba en su bragueta superaba cualquier pronóstico previo que hubiese tenido al respecto.
Sin dejar de besarlo, le agarraba ese tremendo paquete y lo frotaba con todo mi entusiasmo, palpándolo deliciosa e incitantemente. Era terrible, algo fuera de toda proporción, y así pude comprobarlo cuándo le baje el cierre y extraje de su cálido refugio aquel soberano trozo que ya en mi mano se alzó majestuoso e imponente. Glorioso en toda su ensoberbecida magnitud. Colosal en todo sentido.
Meneándolo cadenciosamente me lo metí en la boca y se lo chupe con todas mis ganas, tratando de comerme la mayor cantidad posible de tan brutal volumen, masticando y sorbiendo cada pedazo, llenándome la boca con esa gloria hecha pija que me desquiciaba y enloquecía.
Le comía hasta las bolas, y le chupaba hasta los pendejos, degustando todo lo que rodeaba aquella belleza exquisita que me empalagaba sin control alguno. Ya desnuda, me tiré de espalda en la cama y me ofrecí a él toda abierta y expectante, entregándome sin reserva a su mayúscula virilidad, ofreciéndome plenamente, sin guardarme nada.
Queriendo hacer uso y abuso de su gallarda masculinidad, Wilmar agarró uno de los preservativos que había sobre la mesa, y rasgó el sobre para ponérselo, pero antes de que lo hiciera, lo detuve.
-¡Quiero que me cojas sin forro!- le dije entonces.
-¿Estás segura?- inquirió.
-¡Segurísima, quiero sentirte así, a pija pelada!- le asegure, deslizando sensualmente un dedito a lo largo de mi húmeda y caliente cachuchita.
Sin andarse con remilgos, se me echó encima y me la metió de un solo topetazo, así, en carne viva, sin forro alguno, tal como quería sentirlo, envainándomela hasta lo más profundo pese al exorbitante volumen que ostentaba. Ya dentro de mí, comenzó a moverse en una forma por demás virtuosa e implacable, dándomela con todo, bombeando puro placer a través de mis fibras más íntimas y sagradas.
Me la metía toda, hasta los pelos y más allá también, golpeándome los gajos con esos bolones negros y peludos que se encendían y volatilizaban a medida que la fuerza y la energía de las penetraciones se aceleraban sistemáticamente.
Enlazando mis piernas alrededor de su agitado cuerpo, lo retenía en mí el mayor tiempo que me fuera posible, sintiéndolo pulsar en mi interior, cada vez más adentro, cada vez más hondo, cada vez más adentro de mis entrañas.
Ahí, arriba mío, el novio de mi amiga me cogió hasta arrancarme una andanada de polvos seguidos, uno detrás del otro, sin pausa ni interrupciones. Tras lo cual se embadurnó la poronga con abundante crema lubricante y me perforó el culo, y pese a tenerlo bien roto y desgarrado, me volvió a romper sin piedad ni conmiseración alguna.
Me partió al medio de un solo pijazo, empujándome los intestinos mucho más adentro con ese volumen irracional que manejaba con una soltura y habilidad fascinantes. Yo estaba en cuatro patas, con el culo bien levantado, ofreciéndome sin renuencia alguna a ese inmenso prodigio que laceraba y estremecía todo mi cuerpo. Me dio por el ojete hasta reventármelo, hasta fundírmelo de tanto ensarte y pijazo desmedido que me aplicaba, surtiéndome satisfacción por cada poro de la piel.
Y como corolario de esos polvos que acabábamos de echarnos, me desprendí de su fastuosa verga y metiéndomela en la boca me trague toda su esencia íntima, cada gota, relamiéndome más que gustosa mientras sentía como su simiente se derramaba espesamente por mi garganta y por mi esófago.
Me atraganté con su esperma, bebiendo hasta el último sorbo de tan acaramelado y nutriente manjar, empalagándome sin renuencia alguna, para luego bajar con la lengua por todo ese descomunal volumen y lamérselo ávidamente, lamiéndole las bolas también, degustando hasta la última gota de sus torrentosas y brutales eyaculaciones. Acabé toda rota, tal como decía mi amiga, y debo testimoniar que no exageraba en lo absoluto. Rota y feliz, ya que es un verdadero regocijo que te cojan así, con ese ímpetu y vigor, como si ya no hubiera un después tras el polvo que te van a echar.
Así fue mi experiencia con el novio de mi amiga, y aunque luego me agarró un poquito de cargo de conciencia, por haberla engañado de semejante forma, la verdad es que no me arrepiento en lo absoluto. Lo vivido con Wilmar fue alucinante y cuándo de coger se trata no hay amigas que valgan, y menos cuando tienen un novio superdotado.