El novio de Lara es stripper V
¡Vaya sorpresita de noche!
- Creo que te debo una disculpa. Bueno... Dos, en realidad.
Esas fueron las palabras con las que Saavedra recibió a Lara cuando por fin se conocieron en persona. Estaban aún en la puerta del piso, Paula estaba de hecho en medio del rellano.
- Pasad. ¿Cerveza?
Era el único piso habitado de un edificio vacío y sin terminar de construir, que se levantaba solitario en un enorme solar de los que daban forma a las manzanas de esa nueva zona urbanizada de la ciudad en las que, las farolas de las calles, solo alumbran matorrales. Los semáforos estaban montados, pero aún no estaban en funcionamiento y por allí no pasaba un alma. Un quinto piso con terraza a ninguna parte.
Lara estaba histérica a pesar de que tenía la opción opuesta y podía optar por la calma. Le costaba. A pesar de haber tenido unos días para asimilar que Saavedra, lo mismo que tenía una peor versión como persona, también podía tener la mejor, todavía estaba reacia a contemplarlo como opción. Y aquella noche iba a ser la oportunidad de comprobarlo. Pasara lo que pasara.
Paula, que se lo veía en la cara, no hacía más que hacerle gestos de despreocupación cada vez que podía en el breve trayecto que las llevó de la entrada a la cocina.
Marta, otras de las asistentes a la despedida, también estaba ya en la casa. Las cuatro parecían haberse puesto de acuerdo en cuanto al vestir: vaqueros gastados con camisetas de algodón de manga corta.
- Lo que te estaba diciendo -continuó diciéndole Saavedra a Lara-. Que aquello no estuvo bien y que...
Saavedra expuso una perspectiva de los hechos con el paso del tiempo, asumió unas responsabilidades y pidió unas disculpas que a Lara le parecieron muy acertadas. Ella, Lara, una vez pasados los nervios iniciales del encuentro, comenzaba a ser consciente de que podía bajar un poco el ritmo de inquietud. Consiguió meterse en la conversación y, juntas, deshicieron el nudo que las enredaba en el pasado.
La charla dio incluso para contar momentos anecdóticos y se prolongó hasta buen tiempo después de haber salido de la cocina y haberse acomodado las cuatro en el sofá del salón. Mientras charlaban, Lara tuvo tiempo de ir haciendo un reconocimiento visual del escenario.
El salón del piso era como la ficha “S” del tetris. Desde la puerta, justo antes de entrar, tenías la cocina a la izquierda que, por una barra americana, conectaba con el salón. Al entrar, también a la izquierda, estaba la mesa de la zona de comedor, que ya estaba vestida, con siete sillas y, al fondo, la puerta cristalera de tres hojas que sale a la terraza. A la derecha de la puerta sigue la otra parte del salón. En la pared simétrica a la cristalera está el mueble con la tele y, al fondo, el sofá en el que estaban sentadas, que tenía una ventana detrás que daba a la terraza y, delante, una mesa de té. El sofá es una doble chaise longue, o en forma de “U”, con capacidad para acoger cómodamente a las siete invitadas de la despedida y con espacio por delante suficiente como para que el stripper, Raúl, pudiera bailar con comodidad.
Era un salón grande y el piso estaba chulo. Sin embargo, a Lara le parecía que no tenía calor de hogar. Aquella no parecía la casa de Saavedra sino, más bien, un piso franco. Echándole un vistazo, además, se había dado cuenta de otro detalle que le hizo tener una nueva sospecha.
- Están juntas -pensó.
Se refería a Marta y a Saavedra. Había reconocido el sitio desde el que Marta se había echado la foto que habían subido al grupo de whatsapp a media tarde, cuando ella estaba en la bañera. En ese momento, Saavedra había subido una desnuda en un dormitorio y Marta, la que sin duda se había hecho en el salón.
- ¿Toda la tarde juntas en la misma casa? ¿Y Saavedra moviéndose desnuda sin pudor por casa y por whatsapp y, cuando llegamos, nos reciben vestidas? Entre ellas hay rutina de pareja... -seguía diciéndose Lara interiormente.
Los cuatro móviles vibraron a la vez sobre la mesa de té, alguien debía haber escrito en el grupo.
- Comprando el hielo. En diez minutos estoy ahí ¿Ha llegado alguien? -decía Cinthya.
Lara envió la foto que, las cuatro, se echaron juntas en ese momento en el sofá.
- Ahora nos vemos -escribió entonces Cinthya.
Habían empezado a hablar de la cena. Saavedra había preparado varios platos al centro, con gambas, embutidos y quesos y, de plato fuerte, tenían ensalada de pasta. Lo que no faltaba era la cerveza y las bebidas espirituosas con sus necesarios refrescos. También había cuatro botellas de vino y una de champán. La despensa se completaba con algo de dulces y chocolate, helado, bolsas de aperitivos y garguerías varias. Provisiones más que suficientes como para amanecer sin hambre.
Y falta una cosa -dijo Lara levantándose del sofá para ir en busca de su bolso, que había dejado sobre una de las sillas del comedor, a coger su pitillera. Se encendió un canuto-. El cigarrito de la risa -dijo cuando regresó al sofá.
¡¿Ya?! -reaccionó Saavedra con una grata sorpresa.
Paula se sacó del bolsillo de sus vaqueros su pitillera y encendió otro canuto. Se lo pasó a Marta tras darle la primera calada. Marta, con el canuto en la mano, se levantó del sofá para ir en busca de un cenicero. Y, en esto que estaba de pie, sonó el timbre de la puerta. Se fue a abrir.
¿De verdad crees que el stripper se va a liar la manta a la cabeza? -le preguntó Lara a Saavedra después de pasarle el porro-. Mira la que me pasó a mí en el local.
Pues mira, si te soy sincera, no lo tengo del todo claro -le empezó a responder Saavedra-. Si sigue siendo el Raúl que yo conocí, podría con nosotras y con diez más como nosotras. Y, una cosa es el local, donde tiene que mantener una imagen, y, otra cosa es aquí, en privado. Y, cobrando lo que cobra, si, encima, le sirves la fiesta en bandeja, no tendría por qué negarse... Pero no sé qué va a pasar... Igual siete tías cachondas no son bastante como para que me perdone.
Se calló durante un segundo.
Es que se la hice bien gorda -terminó de decir.
¿Qué le hiciste? Si se puede preguntar.
Joderle bien la vida -se lamentó aliviada Saavedra-. Jodérsela, pero bien.
Saavedra se confesó con Lara y, su exposición, coincidía con la de Raúl, solo que aportaba más detalles. Le contó como le bastó tan solo un día, para ponerle los cuernos a Raúl con un amigo en cuanto hablaron de ir algo más en serio en su relación y, luego, solo una semana más para montarle una escena y desaparecer.
Y, encima, le metí en un loro de cincuenta mil pavos.
¡¿Y le contratas de stripper?! ¡Tía! Eso es caer muy bajo.
¡No, tía! -respondió Saavedra enérgica al sarcasmo de Lara-. Es aprovechar una buena excusa para pedirle perdón de una manera como las de los viejos tiempos.
No creo que sea la mejor manera de pedirle perdón... -dijo Lara-. La mejor fiesta de reconciliación, sí, ¡desde luego! -enfatizó- Pero perdón, perdón...
Cuando se escuchó sus propias palabras, Lara se asustó. Temía haber sido imprudente al entrometerse en cómo debía llevar Saavedra su vida y, por lo que se asustó de verdad, temió haber dejado ver demasiado de sus propios sentimientos. ¿Por qué su reacción era conectar con el corazón de Raúl? ¿Se habría dado cuenta Saavedra de que le escondía un secreto?
- ¡¡Hooolaaaa!! -Se escuchó la voz de Cinthya decir con la reverberación propia de estar aún en el rellano de la planta-. ¿No echáis de menos a nadie?
-¡Coño! -Saavedra reaccionó de un sobresalto-. ¿Qué pasa?
- Será mejor que salgáis -escucharon por respuesta.
Se levantaron las tres del sofá para salir en dirección a la puerta. Saavedra la primera, Lara la segunda y Paula la última. Cuando superaron el recodo del salón y se encontraron de frente al pasillo que, abierta, tenía al fondo la puerta de la casa, no se podían creer lo que vieron.
En medio del rellano, Cinthya estaba completamente desnuda y con un canuto en la mano. De frente a la puerta de la casa. Marta, vestida, estaba detrás suya.
- Vamos, vamos -Cinthya gesticuló con la mano apremiándolas a salir cuando las vio aparecer al fondo del salón.
Salieron al rellano y se quedaron frente a ella sin saber de qué iba aquello.
- ¿Es posible que yo pare a comprar hielo y que, aquí, haya cuatro tías vestidas y tiradas en el sofá? ¡A esta casa no entra nadie con ropa! Ya sabéis lo que tenéis que hacer.
Señaló su propia ropa. Cinthya se había desnudado en el rellano y, junto a la puerta de la casa, había dejado la ropa doblada y colocada en un montoncito. Acto seguido, entró a la casa y empezó a recorrer el pasillo dándoles la espalda y sin decir media palabra más.
- Anda, trae -le dijo Marta a Saavedra quitándole el porro de la mano-. Que me lo ha quitado nada más abrirle y se lo ha estado fumando ella sola.
Lara y Paula se cruzaron las miradas un instante.
Aquí pasa algo -decían los ojos de Lara.
¿Cinthya es la domina del grupo? -respondieron los de Paula.
A Lara se le cayeron los papeles de inmediato. Hasta ese momento había creído que era Cinthya quien sentía algo por Saavedra y la que se sometía de algún modo pero, ahora, parecía otra cosa totalmente distinta en la que, desde luego, Cinthya parecía ser la que llevaba la voz cantante.
Las chicas entonces intercambiaron miradas de aceptación consentida, de ilusión y de morbo a la vez. En un segundo, se lo dijeron todo con solo verse los ojos y comenzaron a desnudarse y a seguir el ejemplo de Cinthya sobre el modo en el que dejar la ropa: hecha montoncitos junto a la puerta de la casa.
- Y un chupito para ir entrando -dijo Cinthya cuando volvió a aparecer por el pasillo con una botella de licor en la mano y un vasito de cristal en la otra.
Lara y Paula observaron y fueron las últimas en entrar. Por delante de ellas, Saavedra y Marta habían ido entrando en la casa de una en una, tras beberse un chupito, darle un par de besos a Cinthya, y pasarle el vaso a la siguiente.
- Si estas dos -dijo Cinthya refiriéndose a Lola y Noe- no entendieran que tienen que estar desnudas cuando toquen a la puerta, beberán doble.
Las cinco se rieron con la broma mientras se dirigían de nuevo al sofá del salón. Cinthya ya se había dejado preparada una cerveza en la barra americana para cuando volviera. No parecía que ejerciera un rol de domina exigente, pero sí que había gestos y detalles que invitaban a sospechar que algo de voz cantante tenía.
Apenas se habían sentado de nuevo en el sofá cuando sonó el portero electrónico.
- Media hora tarde -protestó Cinthya-. ¿Abres tú? -le preguntó entonces a Paula-. No te conocen.
En lo que Paula tardó en asentir, que fue apenas un segundo, a Lara le dio tiempo de darse cuenta de otro detalle: Cinthya no había tocado al porterillo. ¿Cómo había entrado si, en el edificio, no parecía vivir nadie más? ¿Tenía llaves? ¿Por qué? ¿Es que era suyo el piso? ¿Tenía algo que ver con eso de parecer la domina del grupo?
- Aquí pasa algo -se volvió a decir a sí misma.
Esta vez, la mirada de su amiga estaba respondiendo a Cinthya.
Lara siguió observando. En lo que Lola y Noe tardaron en subir desde el portal y tocar al timbre de la puerta, ellas habían tenido tiempo de comenzar a charlar. Saludos, presentaciones, “holas, ¿Qué tal?”... Incluso Cinthya había encendido la tele y se la había sincronizado con el móvil. Al sonar el timbre, Cinthya miró a Paula y la siguió con la mirada desde que se levantó del sofá hasta que se perdió por la esquina del salón. Continuaron con la charla.
Beben doble -se escuchó a Paula decir desde la puerta.
Vaya unas petardas -se lamentó Cinthya.
Lola y Noe terminaron por entrar a la casa, convenientemente desnudas y bebidas y pasaron al salón. Paula cerró la puerta tras de ellas para seguirlas.
- Deja abierto -gritó Cinthya en un tono firme pero amable-. Y apagas la luz de entrada y pasillo.
Por fin estaban las siete juntas y, de algún modo, comenzaba aquel “disparate de los enredos” que iba a ser la despedida. Sentían euforia y eso les aumentaba la excitación sexual. Eran siete chicas monas y desinhibidas que estaban encajando muy bien desde el primer momento.
Habían vuelto al sofá, que, efectivamente, tenía espacio para sentarlas a todas. Aún había que tomarse una primera cerveza todas juntas antes de cambiarse a la mesa del comedor. Lara y Noe se pusieron al día con lo de fumar y el grupo se fue conociendo un poco más.
¡Ah! Pero, ¿Que no estáis juntas? -les preguntó Paula a Lola y Noe según iba la charla.
¿Nosotras? ¡Qué va! -contestó Noe.
Las chicas se empezaron al poner al día de su situación emocional y, conforme hablaban, Lara se empezó a sentir acorralada. ¿Qué respondía? ¿Soltera o con pareja? ¿Se la jugaba a que le hicieran preguntas y se desvelara su secreto? Pensó en ser la última en hablar, pero no podría hablar después de la anfitriona, así que, de remate, no había forma de enterarse antes si Saavedra tenía algo con Marta. Salvo que fuera Marta quien lo contara y hablara antes que ella.
- Y, luego, está Cinthya -pensó a continuación-. Que, si es la que lleva la voz cantante, seguro que habla después de Saavedra.
Lara se sentía totalmente acorralada.
Sin embargo ocurrió el milagro y, tras Lola y Noe, quien habló fue Saavedra. A Lara le pareció sospechosa la miradita que, justo unos segundos antes, Cinthya le había echado a Saavedra, pero no le dio importancia. Confirmar su sospecha era una inquietud mucho más jugosa.
Todas ya sabéis lo bien que me va Marta...
¡¡Sí!! -exclamó Lara interiormente.
Aquello volvió a ser un derrame de sinceridad por parte de Saavedra que, por otro lado, acorraló a Lara más todavía. Ahora ya sí que no podía mentir y, cuando llegara su turno, tendría que decir que salía con alguien. Había que abandonar por completo la postura de la desconfianza y la sospecha y había que tener sinceridad.
- Pues la voy a liar... -se lamentó entre pensamientos.
¿Cómo explicas que la novia del stripper está en la despedida de soltera con ellas? ¿Sabe entonces Raúl lo que va a pasar? Sí que podía resultar un marrón bien gordo.
Pero volvió a ocurrir el milagro y el teléfono de Cinthya sonó en medio de la conversación. Lo cogió, se levantó del sofá para salir del salón y, la charla, se convirtió en silencio de inmediato. Como si, por eso de que Cinthya fuera la domina, no se podía hacer nada sin ella. Pasados unos segundos, cuando vio a Marta coger su móvil de la mesa para trastearlo, Lara vio el cielo abierto y encontró la oportunidad perfecta para hablar con Raúl. Tenía que advertirle y pedirle consejo.
- ¡¿Qué hago?! -le había escrito después de contarle cómo estaba la cosa.
Cinthya volvió al salón antes de que Raúl contestara. Lara, en un acto reflejo, soltó el móvil sobre la mesa al verla llegar, confiando en que todas harían lo mismo. Y lo hicieron, sí, pero no con la inmediatez con que ella lo había hecho.
- Sigo estando asustada, ¡Qué quieres! -se dijo.
Y decidió que era buen momento para liarse un cigarrito de hierba.
Milagrosamente, la charla cambió de tercio y no llegó la hora en la que Lara tuviera que enfrentarse a su dilema. Así que, conforme fue pasando el tiempo, se pudo ir relajando. Estuvieron en el sofá poco tiempo más, lo que dura un canuto entre siete, y se levantaron para ir poniendo la mesa alrededor de las diez y cuarto de la noche. Con tres cuartos de hora había tiempo más que suficiente como para comer bien y llegar a la primera copa antes de que llegara el stripper.
Total, si la comida era lo de menos...
Todas las variables posibles habían ido influyendo desde el primer momento para que, las siete, se mantuvieran agradablemente excitadas. Ahora, el tiempo, el fin de la cuenta atrás antes del desmadre definitivo, no hacía más que ir acelerándolas. Sentadas a la mesa empezaron a escucharse las primeras barbaridades sexuales, narradas en experiencias, recuerdos, fantasías, expectativas ante la noche que se les abría...
¿Y quién de todas se supone que es la novia? -preguntó Paula.
Yo no puedo, evidentemente -dijo Saavedra-. A mí me conoce.
A mí también -respondió Lara de inmediato.
Cinthya y Saavedra sabían que Lara y Raúl se conocían del local de strip teasses, pero nada más. La coartada de Saavedra, por tanto, era también válida para ella.
Pues yo iba a votar por ti -le dijo Paula, que la dejó con cara de “WTF”-. Pues sí, tía. Tú imagínate... Después de vuestro antecedente en el privado del local, tú has sabido corregir aquello y, ahora, te llevas bien con él. ¡Hasta le dijiste a Cinthya que, de ser preciso, él daría la cara por ti para que pudieras venir a esta despedida! ¡Eres la que menos se espera! Además, si algún día decidieras casarte, ¿Es que no te molaría que Raúl fuera el stripper de tu despedida? ¿No te molaría decírselo con esa sorpresa?... ¡¡¿Qué coño “con esa”?!! ¡¡Con esta pedazo de despedida que estamos celebrando!!
Pues no puede ser -insistió Lara empezando a ponerse un poco nerviosa-. Porque, además, es Saavedra quien le ha contratado y no yo.
Pero tienes un pasado con ella que crea la oportunidad.
¡Ah, sí! ¿Cuál?
Saavedra te levanta dos novios en el pasado y, ahora que te casas, para hacer las paces contigo te monta una despedida muy loca pero muy guay porque además, el stripper, resulta que es un amigo tuyo al que todas sabemos que le tienes ganas. ¡Hasta él lo sabe! Eres la novia perfecta para que esta despedida funcione. O sea, si yo fuera Saavedra, esta sería la despedida que te habría organizado.
A todas se lo pareció, menos a ella. El alegato de Paula era cimentado como delicado. Había aportado un par de datos que, en un rápido ejercicio de memoria, Lara había tenido que situar para saber si podían decirse o no; Afortunadamente, eran que sí. De repente se dio cuenta de que era el centro de todas las miradas. Como si, de pronto, la cosa tratara de que ella tenía que aceptar en vez de que se tuviera que elegir a cualquier otra.
Y, si esa era la premisa, no le quedaba otra que aceptar. Era lo que todas esperaban.
Pero es que yo no me caso... -insistió por última vez Lara-. Y luego habrá que decírselo, ¿no? Que es todo mentira...
Seguro que te soporta la broma -intervino Saavedra apoyando la propuesta de Paula-. A mí me mola hacer el papel de amigas reconciliadas.
¿A que he sido la única en caer en el detalle de comprar una banda con mensaje sexy y una diadema de pollitas? -sentenció entonces Cinthya.
Aquella intervención provocó la risa de las chicas y arrancó la aceptación final de Lara para meterse en el papel de ser la novia de la despedida.
- Fíjate que, esta mañana, hemos estado del tema -se dijo Lara al recordar el “yo me casaba contigo” y el “empiezo a pensar lo mismo” que Raúl y ella se habían cruzado, no por la mañana, aunque sí durante su desayuno-. Qué cosas... Pues sí que me casaría contigo y sí que me apuntaría a una despedida como esta... ¡¡Hostias!! Y, así, lo del polvo con Paula... Claro, estas pensarán que estoy sobreactuando y, solo nosotros tres, compartiremos ese momento... Empieza a gustarme la idea...
A las once menos diez ya estaban todas de vuelta en el sofá, con sus copas puestas y la excitación por las nubes. A parte de que la cuenta atrás estuviera finalizando, el ímpetu con el que Lara había terminado adoptando su rol de novia desinhibida en una despedida loca y su modo de compartirlo, había ido contagiando a las demás.
Lara y Paula habían elegido uno de los rincones del sofá para sentarse juntas. Esa misma tarde habían acordado que, durante el primer baile de Raúl, ellas follarían. Ambas estaban locas por compartir con él ese secreto. Así que buscaron un buen lugar sobre el que poder actuar cuando llegara el momento.
Ya se hablaba con soltura de las ganas que había de echarse una polla a la boca y Lara, Paula, Cinthya y Saavedra tuvieron oportunidad de explicarle a las demás cuán maravillosa era la polla de Raúl, el stripper. Saavedra y Marta, por su parte, había dado algo más de soltura a sus gestos cariñosos y los besos, hacía ya rato que se acompañaban también de caricias corporales; Llegando con relativa frecuencia a tintes sexuales. Todas se ponían cuando, en uno de sus besos, las manos de cualquiera de las dos se perdía en el coño de la otra.
Las cuatro solteras habían empezado a bromearse sexualmente entre ellas y Lara, la novia, era la chica de todas. No era raro que ya se comieran a picos las unas a las otras. Incluso Saavedra y Lara estaban en el beso lésbico de amigas reconciliadas cuando, en el teléfono de la primera, sonó y se leyó un mensaje de texto de Raúl diciendo que estaba a punto de llegar y tocar al porterillo de la casa.
- Abre tú -volvió a decirle Cinthya a Paula-. Y, a partir de ahora cuando suene, todas en silencio.
El porterillo sonó de inmediato y Paula se levantó para ir a abrir. Lara estaba nerviosa ¿Y si Raúl le reconocía la voz? Cinthya, por su parte, también se levantó del sofá y fue quien cambió la iluminación del salón, usando los reguladores y encendiendo y apagando ciertas lámparas para crear un ambiente tenue y sugerente.
Las chicas volvieron al sofá y, en silencio y casi a oscuras, aguardaron con sus copas y sus canutos, desnudas y excitadas, a que el stripper llegara y las viera.
La puerta automática del ascensor se escuchó abriéndose al cabo de un par de interminables y excitantes minutos. El salón estaba a media luz, el pasillo y la entrada de la casa a oscuras, la puerta de la calle abierta y, al otro lado, Raúl salía del ascensor a un rellano que también estaba a oscuras.
Las chicas estaban cachondas tan solo de imaginar lo que iba a sentir el stripper cuando viera sus ropas en la puerta. Tenían tantas ganas de escuchar el clic del interruptor de la luz del rellano que guardaban el más absoluto silencio mientras agudizaban al máximo el oído.
Y lo escucharon.
La tensión añadida tenía a Lara tan cachonda que, al oírlo, comenzó a masturbar a Paula. Estaba acariciándole los labios vaginales, que estaban ya húmedos, por cierto, y pasaba juguetón la yema de algún dedo de vez en cuando sobre el clítoris. También comenzó a tocarse. Sin volverse muy loca, pero poniéndose muy a tono.
Al cabo de unos cuantos morbosos segundos, los pasos de Raúl comenzaron a sonar cruzando por el rellano en dirección a la casa. Cuando el sonido con eco del exterior tornó en el de la entrada, se escuchó más de un suspirito en el sofá. Los pasos no se detuvieron en ningún momento y, lentos pero firmes, sonaron desde el ascensor hasta que el stripper se encontró con la escena que le esperaba en el salón.
Y Raúl flipó por varios motivos.
Primero por encontrarse a siete tías buenas. Que no eran un selección de top models pero que, cada una con sus particulares hechuras, eran todas no menos de un siete y medio alto; Para que nos entendamos. Luego flipó al encontrarse con Lara en el papel de novia de la movida y con que estuviera dándose ese excitante filete, además, con Paula. ¡Que también estaba allí! Y también flipó al encontrarse de nuevo con Saavedra después de tanto tiempo y en aquella situación. Después de cuatro años largos sin verse y con lo que había pasado entre ellos, su reacción final fue la de sonreír. Primero interiormente, con sinceridad, una sonrisa de felicidad. Y, luego, exteriormente, con una sonrisa sugerente con la que dio las buenas noches a las mujeres. Después del saludo, y sin decir ni media palabra, comenzó su actuación.
Venía vestido de repartidor a domicilio como los de Glovo; Con su casco y su capazo en el que llevar cosas. Llevaba pantalón de trabajo, con varios bolsillos por la pernera, en color negro, botas militares y camiseta blanca. En los primeros segundos en los que vio a las chicas por primera vez y habían intercambiado sonrisas, también había aprovechado para sacarse el móvil de uno de los bolsillos del pantalón para poner la primera de las canciones: Una versión del Thriller, de Michael Jackson. En los primeros compases de la coreo, además, sacó un altavoz bluetooth del capazo, que conectó al móvil para que se escuchara con volumen suficiente.
Conforme siguió bailando, seduciendo a las mujeres con movimientos y miradas y quitándose la ropa, la cosa entre Lara y Paula también se fue desmadrando. A la mitad del tema ya habían hecho la tijera y estaban follando: Paula recostada sobre el sofá y Lara sobre ella, controlando el movimiento pélvico de coño contra coño y la situación. Raúl no les quitaba ojo de encima aunque trataba de jugar con todas. Formaba parte del trabajo, claro. Pero, sin embargo, el caso particular de estar viviendo aquello con Saavedra, también tenía su puntito particular.
Y Marta, que, en un momento oportuno, se dio cuenta de que las miradas entre Saavedra y el stripper iban más allá del juego, se puso celosa y le echó la mano encima a su chica marcando su territorio. Y Saavedra supo cómo hacerlo para que la mano de su novia fuera tan íntima como le apeteciera. Y, obviamente, lo fue. Cinthya, por su parte, lo mismo se tenía la mano encima que se la echaba en lo alto a cualquiera de las otras dos. Todas, en definitiva, estaban bien a gustito y disfrutando, sobre todo, de las sensaciones que les despertaban el baile, el cuerpo y el juego del stripper.
Lara y Paula se corrieron antes de que los silbidos jaleosos y los aplausos del resto de las chicas reconocieran la diversión del primer espectáculo. Un espectáculo que, de rodillas, en el suelo entre la mesita y la tele, Raúl había terminado en tanga negro y con las botas puestas. Lara y Paula no fueron escandalosas, pero sí muy evidentes. El polvo que echaron desinhibió a Marta y Saavedra tanto como para que se dieran lustre entre ambas alegremente y para que la polla de Raúl no dejara de ser grande y dura bajo la tela de aquel tanga.
¡¿Qué te casas?! O sea... ¡¿Que os casáis? -les dijo Raúl a Lara y a Paula después de que la euforia musical diera paso a la calma de diversos amigos que se están encontrando en una situación rocambolesca-. ¿Cómo no me habías dicho nada?
Ya ves -respondió Lara, evitando decir el “sí” en voz alta-. Si te lo hubiera contado no habrías querido ser mi stripper.
¡¿Cómo que no?! -bromeó Raúl-. Tú me cuentas a mí esto -le echo una miradita a Paula- y yo me apunto de cabeza. Que tú también -le dijo entonces a Saavedra-. Que tú y yo tenemos una conversación todavía... Pero que me alegro de verte. ¡Qué cosas! Chicas, Raúl, encantado -dijo finalmente para saludar y presentarse a Marta, a Lola y a Noe.
Raúl fue a hacer el ademán de vestirse pero Lara se lo impidió. Alcanzaron el acuerdo de que él se quedara en tanga y a cambio, ellas, las siete, se comportarían y no le meterían más mano que algún que otro azote en el culo cuando se pusiera a tiro. Y, durante un rato, Raúl fue uno más de la despedida. Compartiendo con ellas experiencias y risas, copas, morbo...
Saavedra tuvo ocasión de mantener su conversación pendiente con Raúl. Ocurrió cuando le acompañó al dormitorio para que se vistiera para su segunda actuación. Le pidió perdón por lo mal que gestionó su ruptura años atrás y le contó como la perspectiva del tiempo le había hecho ir dándose cuenta de todas y cada una de las repercusiones de sus actos. También le contó como, en esa evolución, coincidió que conoció a Marta y que, en cierto modo, fue ella quien le cambió la vida.
Si te aprecio lo que te aprecio -le decía Saavedra a Raúl-, ya no es solo porque recuerde como eras, es porque Marta no me deja que lo olvide. Fue la que hizo que entendiera tu postura, lo gordas que eran realmente las consecuencias de mis actos y cómo te habrían caído. Te defendía y me daba caña a mí, ¿sabes? No sé por qué se habrá puesto celosa antes. Jajajjja... No, en serio. Que tenía muchas ganas de contártelo y de que volvieras a mi vida. Que eres muy buen tío...
Yo me alegro mucho de que la vida te haya traído hasta aquí -le respondió Raúl con una sonrisa sincera-. ¡Y, anda! ¡Vuelve al salón! Que, si antes, se te ha puesto celosa Marta por unas miradas, imagínate cómo tiene que estar ahora que andamos a solas...
Saavedra, sin darle la espalda, comenzó a alejarse hacia la puerta del dormitorio. En silencio y sonriendo.
- ¡Tiene pinta de buena tía! -le dijo entonces él, bendiciendo con cariño a Marta.
La fiesta en el salón no había decaído, al contrario, las chicas se preparaban para lo mejor: la segunda actuación del stripper, en la que él también se quedaba en bolas. El momento de perder el control y de provocarle con el firme propósito de seducirle y desembocar en una orgía.
Saavedra volvió al sofá y, de camino, plantó una silla en medio del salón, entre la tele y las chicas. Y, entonces, todas las miradas se clavaron en Lara. Aquella silla, indiscutiblemente, debía ser para la novia de la despedida de soltera y su banda y su diadema de pollitas la delataban.
Lara estaba dándose cuenta de que iba a tener que sentarse en la silla para seguir con el engaño en el momento en que Raúl apareció en el salón. Seguía oscuro, iluminado ténuemente por un par de lámparas de pared. El stripper llevaba puesto un traje de chaqueta, con camisa y corbata, para su segundo espectáculo. Sin decir una palabra invitó a Lara a que ocupara su lugar en la silla, de frente a las chicas, y, después de que se sentara, lanzó al altavoz la canción.
Con los primeros compases de guitarra del “Secret”, de Madonna, Raúl salió de detrás de la silla para ponerse paralelo a la misma, al lado de Lara. Y, cuando Madonna comienza a cantar, el comenzó con su baile tranquilo y sugerente.
La primera estrofa la aprovechó para ir haciendo ambiente entre las chicas. Había comenzado por Lara pero, a continuación, había ido teniendo un guiño para las otras seis. Ellas estaban encantadas, Raúl tenía un encanto especial en su forma de bailar y en su expresividad que las cautivaba. Tenía cara de pícaro buen tío. ¡Loquitas las tenía!
- ¡Ay! Si supierais -pensaba Lara mientras le tocaba ver desde la silla.
“Secret”. La canción era un puntazo, desde luego. Lara era la novia de una despedida de soltera ficticia para embaucar a un stripper y seducirle, que la había organizado una ex del propio stripper quien, además, había tenido sus movidas en el pasado con Lara, que se había colado en la fiesta con argucias y en la que nadie además, salvo Paula, sabía que salía con el stripper.
Cuando se dio cuenta de que estaba exhibiendo toda su intimidad delante de aquellas chicas y que ninguna podía verla, salvo Paula y el propio Raúl, se puso cachondísima de compartir ese juego con su novio. Empezó a buscarle la mirada y a soltarse sexualmente. Se le empezaron a abrir las piernas.
Vino a coincidir ese subidón además con el momento en que Raúl comenzó a quitarse elegantemente la ropa. Primero se quitó la corbata y se la puso a Lara después de quitarle la diadema de las pollitas. Y luego le soltó el pelo. Se desabrochó un poco la camisa, se quitó la chaqueta, el cinturón, la camisa finalmente...
Lara escuchaba la letra de la canción mientras Raúl le bailaba y la situación la tenía loca. Se le iban las manos al cuerpo de su stripper y, con la excusa de que las chicas lo jaleaban y lo aplaudían, le magreaba para descargar la tensión sexual por las manos.
- Mai beibis gara sicret tu miiiii -murmuraba canturreando con los labios apretados (“My baby has got a secret to me”).
En el sofá también había mucha mirada lasciva y algunos cuerpos florecientes. La cosa se fue calentando más y más durante la segunda estrofa y, para la pequeña parte instrumental, Raúl ya estaba en tanga, Lara había podido darle un par de apretones al paquete y Paula había cogido su móvil y había empezado a hacerles fotos.
Raúl se alejó un momento durante el baile por detrás de la silla, Lara no le veía pero las chicas sí, y volvió pronto para situarse tras ella. Le puso un antifaz negro para taparle los ojos y continuó con el baile.
La canción entraba en su recta final y el contacto entre los cuerpos de Lara y de Raúl empezaba a pasarse de castaño oscuro. Que si ahora te paso el paquete del tanga bien cerca de la cara, que si ahora te abro de piernas delante de las chicas y poso las manos sobre los muslos bien cerca del coño... La situación, así como el ánimo en general, había alcanzado ya el status de porno duro que tantas ganas tenían.
Lara sintió como Raúl le puso un segundo antifaz sobre el primero y como, a continuación se ponía de pie delante de ella y le cogía las manos para posárselas en las caderas justo donde, el elástico del tanga, tenía un par de broches para desarmarlo.
El baile duró todavía lo suficiente como para girar la silla sobre la que se sentaba Lara y ponerla de perfil a las chicas. El tanga de Raúl ya solo se sostenía por la presión de los muslos.
- ¡Te va a regalar por tu boda lo que no te dio en el local! -jaleó Cinthya.
Y el tanga del stripper calló en ese momento y, al hacerlo, la punta de la polla le dio a Lara en la cara.
No se lo pensó dos veces y Lara sacó la lengua para buscarla de nuevo. Cuando encontró el capullo, lo salivó con la lengua y se recolocó sobre la silla para abrir bien la boca. Tenía tantas ganas de comerse aquella polla como de enseñárselo a las chicas. Así que no se lo pensó dos veces y, desde la punta, empezó a metérsela en la boca lentamente, lubricándola bien de saliva mientras avanzaba e iba tragando.
Se detuvo a medio camino, había un cuerpo extraño rodeándole el rabo. Palpó con la lengua y noto que era, o debía ser, un anillo fálico que, además, parecía tener un hilo atado. Un hilo que estaba tenso por la gravedad y del que parecía colgar algo. Su primera reacción fue la de ir a descubrirse los ojos pero Raúl la detuvo cogiéndola suavemente de las manos. Entonces fue él quien, con cuidado, le quitó a Lara el antifaz que le tapaba los ojos y le dejó puesto el otro.
Lara fue a bajar la mirada para saber qué pasaba pero la sonrisa de Raúl le propuso otra cosa. Seguramente era más divertido que lo descubriera sin mirar.
Y Lara se sacó la polla de la boca, buscó de nuevo el anillo fálico, recorriendo la polla con la lengua, siguió el peso gravitatorio del hilo y, anudado en el otro extremo, descubrió palpando con la punta de la lengua que, lo que había colgado, era una alianza de las de con piedra engarzada.
- No-me-jodas -dijo Lara clavando sus ojos en los de Raúl.
Y, la sonrisa de su novio, produjo la suya.
Bajó entonces la mirada y, efectivamente, era una alianza de oro blanco con un pequeño diamante engarzado. Volvió a mirar a Raúl y se lo comió de un beso. Rompió el hilo de un tirón con cuidado de no hacerle daño a Raúl en el rabo y de no perder el anillo, se lo puso sin dejar de besarle y, cuando por fin lo miró, alucinaba.
- ¡Tía! -le dijo a Paula girando la vista-. ¡Que me caso!
Y, entonces, cuando vio que todas se habían puesto un antifaz y que Paula ya no era la única que estaba grabando el momento, se le abrieron los ojos mucho más de lo que había tenido abiertas las piernas.
- ¡¿Qué coño acaba de pasar aquí?! -pensó mientras miraba a su alrededor-. ¿Lleváis todas semanas vacilándome?
Y, al vérselo en la cara, todas se echaron a reír.
- Qué hijas de puta...
Volvió a mirarse el anillo. El momento unicornio feliz le había aplacado temporalmente el apetito sexual y ni se dio cuenta; Quería disfrutarlo de esa manera, con el corazón. La locura sexual que, hacía apenas unos minutos, embriagaba a todas se había tornado en momento porro, risas, alcohol y charla. Y estaban súper a gusto.
Pero, claro, allí habían ido a lo que habían ido. ¿O ya no?
- Una pregunta, Saavedra -dijo Lara-. Pero, ¿Lo de tus ganas locas de follarte a Raúl era entonces verdad o era parte del engaño?
Se echaron todas de nuevo a reír. A esas alturas ya era evidente.
Pues empieza tú porque, hace unos días, le dije a este que, primero, follara con vosotras y a mí me dejara para el final. Y, ahora -dijo mirándose de nuevo el anillo-, pues con más razón todavía... Y pobre de ti como me llegues sin fuerzas..
¿Qué vas a hacer tú mientras? -dijo Raúl respondiéndole a sus últimas palabras.
Seguirte el ritmo y enseñártelo, evidentemente.