El Nono Renato y sus historias incestuosas

El nono Renato, reunido con compañeros de la secundaria, treinta y pico de años despues, relata algo que nunca ningún compañero lo supo. Él, se había comido la frutilla del postre del curso de Geografía: la Profesora, la desfloró teniendo 18 años y ella 24.Fue un caso extraño, nunca nadie supo de ella yu hoy se supo, porque además, la hermosa docente que enloquecía a los alumnos, de ser virgen... era Monjita recien consagrada al Señor...

RENATO

LA PROFESORA DE GEOGRAFÍA … ( II )

Un Flabiau

Original

De

ANALBO


El Nono Renato siempre con sus historias. Algunas creíbles, otras... ¡hummm!... la duda deja un mal sabor, porque es un buen tipo, pero mentiroso como el mismísimo Belcebú, que con falacias rosadas, conquista al flojo de espíritu.

Pero, ¿mentía el Nono Renato? ¿O era él, el que quería que quien lo escuchara pensara en que no decía la verdad? Tal vez le era más fácil, que nadie creyera en lo que decía, para no dar explicaciones, ni nombres.

Era un hombre elegante. De chico lo llamaban Nono, porque él a su vez, cuando hablaba de su abuelo, le decía "mi Nono". Todos los muchachos del barrio, desde la escuela, ya le dijeron Nono. Su fama de mentiroso fue gratuita. Pero, veamos, con cincuenta y pico de años, no le faltaron nunca amistades del sexo opuesto, ya sea por simpatía, su enorme sensibilidad y buena pinta a pesar de su pronunciada calva. Fuerte, atlético. Buena ropa. Excelente voz, muy bien cuidada dentadura y unos pícaros ojos celestes. Nariz griega, siempre afeitado, espesas cejas, sin bigotes, y una boca bien formada y sensual. Es la pintura del Nono Renato, que cuando contó lo que para algunos era la mentira número… ¡¡quien sabe cuánto!!... quedaron atónitos ante la verosimilitud de hechos acaecidos en los años de la secundaria, algunos de sus compañeros estaban allí escuchando. Cuando terminó el relato, nadie lo tomó a risa. El silencio fue total. Las miradas de todos era de admiración hacía el Nono Renato.

Juancito Arguello, su amigo del alma, preguntó asombrado:

  • ¿Vos te referís a "aquello"?... – todos miraron a Renato y éste sonrió casi con tristeza:

  • ¡Sí, Juancito… "aquello"!... ¿Te acordás?...

  • Entonces, el que lo logró… - como si se le cayeran las babas, totalmente fascinado -… ¿fuiste… vos?... – Renato le hizo un gesto para que no dijera más, pero Juancito se opuso y mirando a los amigos, los de antes y los del momentos, los circunstanciales - … ¡No, hermano!… Todos se ríen de tus relatos… pero éste me consta, nada más que desconocía el final, déjame que yo se lo cuente a los amigos, que sepan de una vez por todas quien se comió en aquellos años la frutilla del postre más deseado de toda la secundaria

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Uno de la vieja guardia, compañero de aula, dijo:

  • ¿lo de la Culito de Goma?... – todos rieron, y siguió dando nombres que fueron descartados por Juancito - … ¡me doy por vencido!...

  • Todos los nombres que has dado, viejo, no los podés mencionar… ¡Somos personas mayores! ¡Que falta de ética! ¿Cómo vas a nombrar a compañeras que hoy son casadas… algunas con nietos? Si, era sabido que se acostaban con cualquiera del curso… - Renato recordó algo que nos conmovió a todos en aquel año… y no hablamos de alumnas… No hablamos de compañeras… estamos hablando un asunto de desaparición de persona… ¿O te has olvidado de lo que todos llamaban: "el extraño caso de la profesora de geografía?"

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Esa mañana en pleno invierno, el viento frío partía las carnes en las calles. Para llegar al colegio todos debían caminar unas 6 cuadras desde la parada del único medio de transporte que pasaba más cerca de esa humilde casa de estudios. El cuarto año estaba dividido en dos enormes aulas, ya que eran muchos los alumnos, pero era la misma profesora la que dictaba Geografía durante dos horas en cada salón, el "A" y el "B". Un centenar de adolescentes, entre niñas y niños. Bueno, "Niñas" y "Niños", era una forma del dialecto del profesorado con los estudiantes, todos contaban entre 16 y 18 años, verdaderos muchachotes ellos que no sacaban los ojos de los senos y colas de sus compañeritas bien desarrolladitas que con el transcurrir de las horas, merced al acoso verbal, de miradas de los varones, y algunas manos largas, volcaban cantidades de néctares seminales, cuyo hedor cubría los cerrados ámbitos de las aulas. Las Feromonas femeninas y las masculinas a diario se trenzaban en una lucha sin consideración, terminando siempre alguna yunta en los baños, para tener sexo de apuro. Pero, los días en que las "niñas" perdían su atractivo, eran los martes y jueves de cada semana. Durante un par de horas la profesora de Geografía, acaparaba la atención masculina, provocando excitación y algunos arrebatos de los muchachotes para esa mujer no muy alta, de cabellos negros azabache, con cejas anchas y espesas, acompañadas de una largas pestañas, que hacían de sombrilla a un bellísimo par de ojos color Dulce de Leche y a unos carnosos labios que mantenía a toda la audiencia en total silencio cuando hablaba. Su voz acariciaba los oídos de niños y niñas. Su forma de explicar, de decir, de dirigirse a cualquier alumno, los dejaba fascinados.

Era demasiado seductora, por naturaleza. Sus encantos estaban en su sonrisa, sus blancos dientes, brillaban y deleitaban a sus alumnos, y cuando por alguna razón, su lengua salía de su boca, se escuchaban exclamaciones de algunos fogosos, impetuosos y ardientes jóvenes, como si en ese preciso momento estuvieran regurgitando por los masajes que se practicaban con sus manos en los bolsillos, ante la risotada de las jovencitas que también sucumbían ante la atracción de aquella mujer que no llegaba a los 25 años. Ella sabía los volcánicos sentimientos que provocaba en esa hermosa juventud que la devoraban con sus mórbidos ojos. Ella sabía que su común forma de vestir, pero de muy buen gusto, no mostrando nada, dejaba todo para ser elucubrado por los libidinosos pensamientos de los varones, a los cuales tal vez, deseaba tanto, como ellos a su profesora. Renato se sentaba siempre en la primera fila. Jamás quitaba su vista de los fogosos ojos de su maestra, para luego bajarlos a sus faldas y fijarlos en sus entrepiernas.

Ella advirtió muchas sonrisas casi obscenas del muchacho aquel, era uno de los de más edad del curso, y el más bello ejemplar de la manada. Ese día Daniela lo notó demasiado fogoso a Renato, casi lujurioso con sus intenciones. Cuando repartió las hojas para trabajar sobre el tema que había desarrollado, se agacho demasiado frente a su pupitre, homenaje que Renato no dejó de advertir y le dijo desfachatadamente con tono sicalíptico luego de un profundo suspiro:

  • ¡Maestra… permítame llevarle sus pesados libros hasta el ómnibus!... ¡por favor!... – fue casi imperceptible la voz del joven. Ella sí lo oyó. Solamente le hizo un cruce de mirada. A partir de ese momento, Renato no volvió a mirar más que con el rabillo del ojo a su profesora, tal vez la había ofendido. La fugaz y furibunda mirada de la catedrática fue la respuesta. Al terminar la clase, se quedó en su asiento, como repasando su escrito. Todos iban retirándose del aula y la profesora también lo hizo sin mirararlo ni saludarlo. Cuando ya no quedaba nadie, Renato advirtió que los libros de la educadora estaban sobre su escritorio. Salió al patio a buscarla. No la halló por ningún lado. Volvió a los libros y notó que el primero de ellos tenía un escrito en una etiqueta que decía:"EN CASO DE EXTRAVIARSE ENTREGAR EN"… Había un teléfono también. No sabía qué hacer. Si los dejaba, el turno tarde iba a hacer un desastre con los textos de estudios y decididamente los cargó en su bolso y partió con la pesada carga rumbo a su casa. Cerca del mediodía, fue al bar de la esquina de su casa a hablar por teléfono - … Hola, ¿profesora Daniela?… Renato Suárez le habla, del cuarto B

  • ¡Sí! ¿Renato?... ¿el de la primera fila?... estoy esperando los libros… ¿se ha olvidado que se ofreció a alcanzármelos? Se los dejé sobre el escritorio… Ahora voy a almorzar, a las 15 estaré de vuelta en casa… ¡lo espero… y gracias!... – y la profesora, con tono seco cortó. Renato quedó vacilando, luego con las manos en los bolsillos, inició el camino a casa para el almuerzo. El frío iba en aumento.

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Renato, ya con sus 18 años, había quedado mal por el corte de rostro que le hizo la maestra. Estaba como avergonzado, como si hubiera perdido algo ¿A qué iba a ir hasta el centro de la ciudad? Dudó entre hacer un largo viaje y pasar por un bobo joven enamoradizo y tonto, o no llevarle nada y dejar todo en la dirección del Colegio al día siguiente. Pero allí se iban a enterar que él se los había llevado y los compañeros iban a molestarlo con sus dichos y cargadas. Pidió plata a su madre y le dijo la verdad. La madre comprendió y lo aconsejó que fuera, que tal vez la profesora necesitaba sus libros para su trabajo, y así, mas tranquilo partió rumbo a la parada de ómnibus y viajar como un enano mandadero a complacer a la maestra, que en realidad lo excitaba al máximo.

En su febril mente de joven fogoso y ardiente, cuya incontinencia sexual saltaba a la vista, era además, un irreflexivo tierno y buen mozo joven, que se vanagloriaba de su enorme virilidad, mientras viajaba, dibujó miles de situaciones con la maestra y todas terminaban con el enojo de la estudiosa echándolo de su casa. Estaba totalmente desanimado cuando bajó del transporte a una cuadra de la casa de Daniela, la profesora de Geografía. Sintió un enorme dolor de vientre. Casi tuvo miedo de seguir. No estaba excitado como en el curso, pero con solo recordarla sus genitales se ponían tensos. Le pareció verla en una mujer que venía hacia él, y su corazón apresuró sus latidos. Llegó al lugar. Era un edificio de tres plantas. Subió las escaleras pesadamente, ella vivía en el 3ro "A". Bajó su bolso al piso. Tomó aire, pues la subida de tantos escalones lo había fatigado algo. Nunca hacia semejante ejercicio. Pensó unos minutos y luego se decidió a tocar con el llamador de bronce y tembló, mientras su miembro se tensionaba. Poniéndose duro al máximo. Metió su mano izquierda en el bolsillo y forzó su verga para que quedara tomada entre sus piernas. Cuando iba a golpear, la pesada puerta de madera con molduras, se abrió. Se sorprendió:

  • ¡Perdón… me equivoqué de piso!… - pero al enfrentar sus ojos con lo esa persona que le abría la puerta de entrada, su alma se enterneció y se aflojaron todos sus músculos. La sonrisa de ella, la dentadura de ella, los hermosos ojos Dulce de Leche, sus espesas cejas y hermosas pestañas, todo era ella. Se quedó pasmado, sin atreverse a hablar:

  • ¿Qué pasa alumno Suárez?... ¿Por qué me mira de esa forma?... pase usted… pase le voy a servir algo caliente, debe hacer mucho frío afuera… Aquí se está templado… ¡pero, por favor pase!... – ella lo tomó de sus manos y lo introdujo en el departamento. Renato estaba inmovilizado. No podía creer lo que estaba viendo. La profesora Daniela, estaba con atuendos de religiosa… era una dulce monjita. Ella lo comprendió y lo animó - … ¿Se sorprende por mis hábitos?... es el único que lo sabe, espero sepa guardar mi secreto. Si, soy religiosa… Trabajo para terminar de pagar mis estudios, además, estoy de vacaciones… recién regreso del convento, donde con el apoyo de la Madre superiora, puedo hacer lo que hago… No se sienta usted apenado… fue mi decisión, ser monja, servir a Dios… - le trajo una humeante tazota de café con unas ricas galletitas y se sentó frente a él.

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Totalmente azorado Renato, escudriñaba a través de sus ropas algo, alguna semejanza física con la profesora de Geografía. Ella lo vio totalmente aturdido y trató de animarlo - … ¡Por favor, Renato, hábleme!... – y muy sugestivamente, con su acostumbrado tono de voz, intentó sacarlo de su estado poco más o menos que catatónico, con dulzura le repitió -… ¡Renato… míreme a los ojos como lo hizo esta mañana y pídame nuevamente que le permita llevarme los libros hasta el ómnibus!... – y le pasó su mano por su frente. El muchacho estaba traspirando - … ¿Qué le pasa a mi alumno preferido? ¿Por qué me niega su voz? ¿Acaso no le gusta la mía? ¡Claro, se siente impedido de adular a una religiosa!... ¿Por qué? ¿Acaso no soy la misma de ésta mañana?... – y pasó uno de sus dedos sobre los labios de esa boca cerrada. Los notó ardientes y acercó su rostro al de él, comprobando que su respiración era acelerada - … ¿Qué le ocurre al enamorado escogido? ¿Lo inhiben mis atuendos? ¡Claro, si es un niño todavía! ¡Vamos, Renato, sonríame… necesito que esos hermosos ojitos celeste que tiene, me miren con el deseo que me miran durante el curso!... – le tomó la cara con ambas manos. Él cerró sus ojos. Recordó las enseñanzas de su madre que siempre le decía que debía tener sumo respeto cuando se enfrentara con una religiosa y ser cortés y respetuoso, nunca ofender la investidura de una hija del Señor. Pero las cálidas y suaves manos de la ahora monjita Daniela en su rostro, trastocó sus sentimientos, se mordió sus propios labios. Sintió ahora el aliento de ella junto a su cara, y no pudo retener su verga, en el momento en que escapaba un enorme manantial de esperma, mojando su pantalón.

Ella no lo notó. La ropa del joven era oscura, pero percibió la fetidez, ese hedor característico del aula y presintió una rica convulsión de su alumno. Cerró ella también sus ojos, y apoyó sus labios sobre la boca de Renato Suárez, que olvidando los consejos maternos, cumplió con su deseo morder los labios de la profesora. Y así lo hizo, ella buscó su lengua. Él se la entregó y allí se encendió la mecha apasionada del efebo rey de la juventud, que ardorosamente, casi con violencia, vigoroso y apasionado, tomó el rostro de la monja Daniela y la mordió hasta sangrarle esos labios que lo venían enloqueciendo desde principio del curso. Ciego, impetuoso, bramó de placer al eyacular nuevamente, cuyas feromonas enardeció a la religiosa Daniela, que comenzó a desabotonar el pantalón de su visitante y de un manotazo quitó semejante alhaja de su ocultamiento.

Estaba escurriendo aún y se lo llevó a la boca, succionando la verga de ese alumno elegido para cumplir con un deseo. Casi 25 centímetros perforaron esa boca tal vez virgen para estas cosas, dejando el tallo del ramillete entre sus blancos dedos. La verga del muchacho reaccionó como influida por una descarga eléctrica. Renato, se puso de pie, levantó a su profesora en vilo y la llevó en sus fuertes brazos hasta la primera puerta que encontró, la abrió de una patada, mientras sus bocas se unieron enloquecidamente. Era el dormitorio de Daniela. La depositó sobre la cama como el tesoro mas preciado y comenzó a quitarse él, su propia ropa. No podía perdonar el reto de la profesora de geografía convertida en monja. Había sido desafiado en su virilidad, su madre nunca comprendería. Era una verdadera chupa cirios. Ella también comenzó por quitarse los zapatos, pero al verlo totalmente desnudo se espantó. Un enorme macho. Jamás sus ojos habían visto un ejemplar de hombre totalmente despojado de ropas.

Las circunstancias a raíz de su vestimenta así lo indicaban. Y comprobó fehacientemente el tamaño del miembro del voluptuoso amante y se lanzó a tomarlo con ambas manos y acariciarse su rostro, sus ojos, sus labios, su cuello con tremendo pincel cuya cabezota se asemejaba una víbora cobra dispuesta a dar el picotazo. Renato quedó inmovilizado, con los ojos cerrados, mordiéndose los labios. Ella volvió a pasar su lengua por el ojito de la poderosa verga y saborear algunas gotas seminales, abrió bien la boca y logró entrarla, pero no pudo engullirla totalmente. Él la tomó de la cabeza, le tiró la toga por debajo de la cama, y la arrastró de sus cabellos hasta sentir que Daniela daba arcadas y fue allí precisamente donde acabó por tercera vez e hizo, forzándola, que se tragara una incalculable cantidad de esperma. Luego algo mas calmo, la ayudó a ponerse de pie y comenzó a desabrochar su pesada vestimenta, hasta que quedó totalmente desnuda ante su mirada, que estaba solamente para comerse con la vista los ojos enloquecedores de su profesora tan deseada. Allí comprobó que era realmente ella, su bella profesora de Geometría. Pensó para sí, que el desafío fue vestirse de monja para despertar ese volcán en erupción que vivía dentro de él, otras se viste de colegiala, ella había elegido lo mas prohibido, ser una religiosa, donde el pecado era imposible.

Como a una pluma volvió a levantarla deliciosamente en sus brazos. Caminó con ella por la habitación sin dejar de besarla centímetro a centímetro toda su blanca y perfumada piel. Luego, sentándose al borde de la cama, manteniéndola con delicadeza sobre sus piernas hamacándola como a una beba. La miraba golosamente. No dejaba de acariciarla con la vista y besarle ese rostro tan querido para él. Sus labios se apoyaban en los bellos y singulares ojos de la amada profesora, en sus mejillas, en su frente, sus oídos, mordía sus orejas y penetraba su lengua en ellas. Los gemidos de Daniela se hacían cada vez más intensos, sumando orgasmos tras orgasmos. Casi con candidez, Renato, con finura la colocó en el centro de esa cama de plaza y media, él se acomodó sobre sus pechos y comenzó a mojarlos nuevamente con su lengua. Mordiendo los oscuros pezones de la maravillosa adquisición, que gritaba y pedía por favor ser penetrada. El joven llegó así a su pubis, bajando lentamente y buscando con su lengua la vagina tan deseada. Se encontró con enormes matorrales de vellos púvicos que obstruían su camino, hasta que por fin se hizo visible la punta ardiente del clítoris, empujó y se abrieron los labios de la vulva, perdiéndose su lengua en estrecho conducto que vomitaba y vomitaba con cada gemido, gelatinosos líquidos que Renato absorbía enloquecido por el olor maravilloso del sexo de su maestrita. Daniela no dejaba de pedir sentirlo totalmente dentro de ella. Renato, levantó sus piernas y las apoyó sobre sus hombros y tomando su dura verga hizo que la boca de ella la lubricara y comenzó a penetrar esa boquita, que casi no se veía… Los labios vaginales no se separaban lo suficiente para que entrara tamaño instrumento, con caso 8 centímetros de diámetro por 300 de extensión,

ella suplicó:

  • ¡No se detenga, alumno Renato, aunque grite, por favor quiero sentirlo dentro mío… eyacule en mí… no me haga suplicarle más

  • ¡Perdón, profesora… me cuesta trabajo

  • ¡Esfórzate Suárez! Éntrala de una vez. Quiero sentirte en mis entrañas… ya, por favor, es una orden… - y Renato embistió luego de recargar las partes de la hembra con su propia saliva. Escuchó el grito estremecedor de esa fémina que comenzó a gozar como una ninfómana desbordada. Tembló el macho, al sentir, cómo líquidos hirvientes mojaban su verga. Apresuró sus estocadas ante los gritos de placer de la mujer, que se había convertido en una lujuriosa e intemperante diosa del sexo. Renato eyaculó, una… dos y tres veces en ella, que se vació de orgasmos en orgasmos con un rostro beato, se sentía glorificada ante los furiosos arrebatos de su hombre. La lascivia de Daniela, seguían calentando el temperamento de Renato que sacó su verga, aún dura en extremo, para llevarla al ano, lugar sagrado de toda mujer y que ella le pedí gozar por allí. Pero, a pesar de su juventud, Renato observó su miembro totalmente lubricado, pero al rojo vivo, sangrando…La profesora de Geografía, o la monjita Daniela, era virgen. Renato la miró profundamente a los ojos. Sintió piedad por ella, se dejó caer a los pies de la cama y le dijo, aturdido, conmovido:

  • ¡Perdón, maestra!... Si lo hubiera sabido… - se puso de pie, limpió su arma. Se arropó, luego apoyó sus labios en los labios de la monjita. Se sentía culpable de haberla deshonrado y volviendo a pedir perdón, se fue de esa casa, dejando a su ilusión llorando sobre la cama

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  • ¿Cuántos años pasaron?... – preguntó Juancito:

  • ¡Más de treinta!... – respondió el Nono Renato - … ¡o cuarenta!..

  • Y recién ahora nos enteramos qué le había pasado a la profesora de Geografía, nunca más apareció por el Colegio… nadie supo qué le pasó

  • ¡No podía hablar!... No porque ella me lo pidiera, sino de vergüenza… ¡Deshonré y desfloré a mi profesora de Geografía! ¡¡Tenía 24 años… había tomado los sacramentales hábitos de servir a Dios… era monja!!


FIN: "El extraño Caso de la Profesora de Geografía"


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