El niñero de mi madre (Parte 1)
Los vecinos traen a un nuevo niñero, pero éste se encargará de cuidar de alguien más...
Esa noche llegué a casa pasadas las diez. Me dolía muchísimo la cabeza y la espalda y todo lo que deseaba era meterme en cama a dormir. Llevaba demasiados días seguidos estudiando más de ocho horas. Había alcanzado mi límite.
Abrí la puerta principal, arrojé todos mis bártulos en el recibidor y cerré a mi paso. Sin tan siquiera saludar, crucé el pasillo, giré a la derecha y me dirigí como un zombie hacia mi habitación. Por fin podría abrazar mi cama. Me deshice de la sudadera, de los pantalones vaqueros y me dejé caer a plomo sobre mi preciado colchón. Suspiré y cerré los ojos.
Entonces escuché a mi madre reírse a carcajadas. Mi padre estaba fuera por trabajo, así que supuse que estaría hablando por teléfono. De todos modos, afiné mi oído y me mantuve expectante buscando escuchar un nuevo sonido o alguna voz.
Justo antes de caer dormido en mi espera, escuché la voz de un hombre proveniente de la cocina. Parecía estar hablando en inglés. Eso me mosqueó. ¿Quién estaba en casa a esas horas hablando con mi madre?
Me puse de nuevo en pie, vestí mi camiseta blanca y los pantalones y salí discretamente de la habitación. Sospechaba que no me habían escuchado llegar. Me acerqué a la cocina despacio. El hecho de estar descalzo ayudaba, y mucho, en mi objetivo de no hacer ningún ruido. Cada vez escuchaba la voz del hombre con más claridad, pero al estar hablando en inglés no lograba entender demasiado.
La puerta de la cocina estaba entreabierta. Había el hueco justo para poder observar qué ocurría al otro lado. Me asomé muy lentamente. El corazón me latía muy deprisa, sintiendo sus latidos en mi sien, pecho y cuello.
Al primero que vi fue al hombre. Aunque debería decir muchacho, porque no debía tener más de diecinueve años de edad, uno o dos más que yo. Tenía rasgos nórdicos: pelo rubio, rostro claro, ojos azulados y boca grande. Vestía una camiseta gris muy ceñida que marcaba sus músculos y unos pantalones también bastante apretados. Él sonreía, de pie a escasos centímetros de mi madre. Ella le devolvía las miradas, con una sonrisa igualmente dibujada en la cara.
Mi madre es una mujer de unos cuarenta años, que trabaja como traductora freelancer y tiene mucho tiempo libre para cuidarse. Por lo tanto, tiene un culo muy firme, piernas esbeltas y unos pechos bastante grandes a juego. Llevaba puesto un vestido de flores, de andar por casa, que terminaba a la altura de las rodillas.
Pude ver como él le acariciaba los brazos mientras ella se dejaba hacer. Seguían hablando, siempre en inglés, sin dejar de mirarse el uno al otro. El chaval, poco a poco, fue descendiendo hasta alcanzar la mano de mi madre. La mantuvo ahí un instante y saltó a su cintura. Ambos se reían. Sus manos eran grandes y parecían fuertes.
Recorrió su cintura unos segundos con la palma hasta llegar al culo. Ahí, en ese instante y tras suspirar ella de forma reveladora, apretó con fuerza su nalga pegándola a su cuerpo.
Fue ahí cuando mi madre también activó su mano, que se escondió tras el hombre, seguramente apretando su culo también con fuerza. Aunque no la mantuvo demasiado tiempo allí escondida. Segundos más tarde asomó por delante, lista para toquetear por la zona del paquete del muchacho. Dejó salir otro intenso suspiro.
Mientras él apretaba y manoseaba con ganas el culo de mamá, levantando su vestido, ella recorría su entrepierna cada vez con más intensidad.
En un alarde de habilidad, desabrochó con una mano el botón del pantalón y metió su mano dentro. “Wow” , dijo ella. No necesitaba traducción para eso. Empezó a subir y a bajar su mano lentamente, haciendo un largo recorrido que me sorprendió mucho.
Él, ya envuelto en placer, tiró del vestido de mamá para arriba dejando su fabuloso culo al descubierto. Llevaba unas bragas grises que se escondían entre sus nalgas tras el manoseo. Quitó su mano y la introdujo por delante. Empezó a mover su brazo arriba y abajo también, siguiendo el ritmo de la paja que le estaba haciendo ella. Los dos comenzaron a gemir con suavidad, sin dejar de mirarse a los ojos.
Ahí ya no aguanté más. Estaba muy excitado y, al mismo tiempo, muy triste y decepcionado con mi madre. Me retiré con discreción y caminé de vuelta hacia mi habitación. Me puse la sudadera, la mochila en la espalda y tiré mis llaves sobre la cama. Fui al recibidor, me calcé los tenis y salí. Tenía que detener aquello.
Llamé al timbre dos o tres veces seguidas. Tras varios minutos, mi madre abrió la puerta. Su vestido estaba de nuevo en su sitio pero su respiración todavía algo agitada.
- Hola hijo. – Dijo ella.
- Me he olvidado las llaves. – Dije cabreado. Caminé a toda velocidad hacia mi cuarto.
- Quiero presentarte a alguien, dijo ella. – El nuevo niñero de los vecinos.
La ignoré y di un portazo suave. Ella se acercó y llamó a la puerta. Me habló desde fuera.
- Viene de Dinamarca. Quizá así podáis hablar y de paso practicas tu inglés. Aguardó unos segundos mi respuesta, que no llegó.
- Bueno, él se va ya. Mañana le invito de nuevo y os conocéis. Buenas noches cariño.
Un minuto después escuché cómo se cerraba la puerta principal. Había logrado parar aquella locura.
De momento.