El Negro Secreto De Cris (Capítulo I)
Cris era una chica única y distinta, demasiado. Y tenía secretos oscuros y grandes, muy grandes.
Hasta los 39 años, Cristina estuvo soltera y sin compromiso. No creáis por ello que carecía de encantos... Era una mujer que, pese a su baja estatura, resultaba atractiva a casi todos: su perfecta nariz de muñeca, sus pequeños pero carnosos labios, su sonrisa melancólica, su lenta voz de susurro, sus finos y pálidos rasgos casi púberes... Todo ello la dotaba de una dulce apariencia de delicadeza, que contradecía la profunda y firme osadía de sus grandes ojos verdes. En otro orden de cosas, cabe decir que Cris era una persona sumamente inteligente, de amplia cultura, y que además ganaba muchísimo dinero escribiendo artículos para distintas revistas y periódicos, también novelas y relatos, todo ello firmado bajo seudónimo. De esta exposición de sus cualidades, podría pensarse que no debiera haber tenido mucho problema en encontrar el amor... Pero la realidad era que, de las escasas relaciones sentimentales que había emprendido a lo largo de su vida, ninguna había llegado a buen puerto, a consolidarse, ni tan siquiera a prolongarse por demasiado tiempo.
Y es que en Cris confluían ciertas peculiaridades de carácter que habían acabado ahuyentando a todos sus pretendientes. No le interesaba, por ejemplo, el matrimonio. Ni la maternidad. No creía demasiado en el amor romántico, y absolutamente nada en el amor arrebatado: lo consideraba un venenoso cóctel de instinto y emociones, altamente peligroso y fuente perpetua de conflictos. Nunca fue amiga de la fiesta, ni gustaba mucho de prodigarse en relaciones sociales. No soportaba la superficialidad, característica de la personalidad que aleja a cualquiera de la mayoría de los mortales... Era solitaria, reservada, altiva, si bien esto último era un rasgo del todo aparente e involuntario, que no se correspondía con la verdad. Era, en definitiva, por éstas y otras razones, un ser extraño, diferente en una sociedad donde la mayoría, irónica contradicción, pretende serlo, y sin embargo suele temer o menospreciar al que realmente lo es, incomprenderle cuando menos. No obstante, y siendo mujer hermosa, nada de todo ello hubiera podido competir con la dulzura de su rostro, la elegancia de sus ademanes, la perspicacia de su sentido del humor, su siempre interesante conversación... De no haber algo mucho más contundente que procurara el desistimiento, más pronto o más tarde, de todo hombre que la pretendiera: Cris no mostraba interés alguno por la sexualidad.
He dicho que no lo mostraba... No que no lo tuviera. En verdad, los impulsos sexuales de Cris eran muy perezosos y solían estar dormidos, pero cuando despertaban lo hacían con una gran intensidad... Una intensidad que la embriagaba hasta un estado de casi trance y la sumía en un universo voluptuoso muy particular y concreto, tanto que la habían hecho incompatible con todos los amantes que hasta entonces había tenido. Éstos no habían conseguido despertar su excitación erótica, o bien ella no había conseguido despertarla para ellos... Lo diré ya: Cris sufría de una obsesión fetichista que dominaba por completo su imaginación sexual, hasta un punto que la psicología académica hubiera definido como claramente patológico. El dominio que dicho fetiche ejercía sobre su carnalidad era tan poderoso que sólo se excitaba con la participación de éste, ya fuera física o imaginada. Y esto había sido así desde hacía ya más de dos décadas, desde aquel día en que, a una edad aún temprana, tuvo su primera relación sexual...
Cris era la hija única de un muy adinerado matrimonio, que había invertido mucho en su educación académica y que, contrariamente al tópico, no la había consentido en absoluto. Vivió una infancia que ella misma acostumbraba a calificar de mediocre, ni especialmente feliz ni lo contrario, bajo la influencia puritana de su religiosa madre y la ausencia casi permanente de su padre. Aquellos primeros años de su vida estuvieron marcados por su rotundo éxito en los estudios, y por esa sobresaliente inteligencia suya que hacía que todos los adultos la adularan. No debemos concluir rápidamente que el papel de su progenitora, y la insana relación moral que ésta mantenía con el sexo, fuera determinante en el extraño desarrollo de su erotismo: no lo fue, al menos no aparentemente, pues Cris gozó siempre de un intelecto independiente, que supo beber de otras fuentes ya fuera en el colegio, en los libros, en la televisión, para forjarse su propia composición de las cosas.
Cuando menstruó por primera vez, aún era una niña... Entró tempranamente en la adolescencia, y sus dedos, atrevidos en las intimidades nocturnas de su dormitorio, no tardaron mucho en descubrir la geografía sensorial de su clítoris. Apenas había dejado de ser una colegiala cuando, algunos años después, tuvo lugar aquel suceso que marcaría para siempre su sexualidad. Era sábado. Había madrugado, y mientras mamá aún dormía (papá, como casi siempre, no estaba) paseaba por los jardines de casa a primera hora de la mañana. Fue entonces cuando advirtió que la empresa de jardinería que se encargaba de la poda de los setos y rosales y demás menesteres, había enviado aquel día a un operario nuevo. Era un hombre de raza negra, que aunque ya entrado en años era musculoso y le pareció atractivo desde la distancia, por lo que decidió acercarse sigilosamente para verle mejor. Se ubicó a una distancia prudencial de él, que no se había percatado de su presencia, y sus noveles ojos le estuvieron observando con creciente interés hasta que, de repente, un movimiento del jardinero le hizo creer que iba a descubrirla mientras le miraba.
Aquella circunstancia inocente, en su inocente imaginación, se le antojó algo así como quedarse repentinamente desnuda frente un desconocido, que de inmediato iba a leer el deseo erótico en sus ojos femeninos... Sintió pudor y se atemorizó, así que no se le ocurrió otra cosa que, aprovechando su baja estatura, ocultarse entre los setos. El hombre no la vio y de este modo Cris, a salvo de su mirada y sin temor a ser descubierta, pudo continuar espiándole desde la seguridad de su escondite. Pero el azar juega a veces malas pasadas: el operario fue acercándose cada vez más y más a la altura del lugar donde se escondía la joven, para detenerse finalmente a escaso metro y medio de ella. Allí comenzó a mirar a un lado y a otro, se encendió un cigarrillo y, tras unos minutos, terminó de apurarlo y se aproximó hasta los setos donde se escondía Cris, que se encogió y agachó todo lo que pudo para evitar que la descubriera... Pero aquel tipo no se dio cuenta de nada. Acabó finalmente de acercarse a los setos, y se encontraba justo enfrente de la muchacha, con la cintura por encima de su cabeza, cuando tiró abajo del elástico de su chándal y extrajo de su interior la cosa más increíble que Cris jamás hubiera visto.
Era una polla descomunal, gigantesca... No es que la joven tuviera aún muchas referencias, pero alguna vez había visto accidentalmente el miembro de su padre, y también había ojeado con sus compañeras de estudios alguna que otra revista porno: había creído entonces que los penes podían ser algo muy grande, a diferencia de lo que había visto en su progenitor... Pero no había imaginado nunca cuán grande podían llegar a ser, hasta ese justo momento en que aquel carnoso y gordo gusano quedaba a escasos centímetros de su cara. Estaba tan estupefacta por lo que estaba viendo, que casi dejó de reparar en lo incómodo de aquella situación, acrecentando su curiosidad por cosa tan grosera e inaudita... Cuando Cris advirtió lo intensa y agresivamente que olía aquel órgano, pensó que para que lo hiciera de ese modo aquel individuo no debía lavar mucho sus genitales. Pero el violento aroma de aquella polla negra empezó a penetrar por sus fosas nasales de una misteriosa manera, como violando sus entrañas con aviesas intenciones, y sintió entonces como un irresistible cosquilleo comenzaba a recorrerle todo el cuerpo fluyendo poderosamente hacia su entrepierna...
Cris no podía apartar los ojos de aquella monstruosidad, que a cada momento le parecía más atractiva, más suculenta, y de su vagina comenzaron a manar humedades que sintió derramarse cálidamente por sus muslos. Fue en aquel momento cuando aquella cosa hizo lo que había venido a hacer entre los setos: comenzó a orinar, tan cerca de su rostro que salpicó sus hombros, e incluso sus labios y nariz... Sin embargo, lejos de resultarle repugnante, la muchacha se descubrió aún más excitada si cabía por aquella circunstancia: se le escapó entonces un callado suspiro, y fue de ese modo que aquel hombre la descubrió. La sorpresa provocó que el tipo, asustado, diera un involuntario brinco hacia atrás, con lo que terminó de manchar de lágrimas doradas la cara y la ropa de Cris. En aquel momento, la joven estaba tan arrebatada de excitación que, al ver que el hombre comenzaba a devolver aquello al interior del pantalón de su chándal, alargó la mano nerviosamente hacia él, y pronunció un susurro: "No... déjamela", le dijo.
Y el tipo, aunque dudosamente al principio, obedeció. Cris apretó con su puño aquella deliciosa y abundante carne... Y mientras sentía como aquello crecía, y crecía, y crecía dentro de la palma de su mano, se excitaba más, y más, y más... Aquella cosa alcanzó unas dimensiones que sobrepasaban el largo de su cara: era descomunal, quizá unos 25 centímetros, puede que más, y tan gorda como su propio antebrazo. Ella la agarró con las dos manos, y aún así pudo comprobar que sobre la superficie de aquella polla quedaba todavía sitio para que otras dos manos, quizá una tercera, se sujetaran. Presa de un estado de casi delirio, torpe y agresivamente, Cris comenzó a agitar aquella inmensidad de carne dura y oscura, con una violencia inusitada, golpeando el glande contra su frente mientras jadeaba y se mordía los labios. Exaltada, con sus grandes ojos verdes casi fuera de sus órbitas, más que masturbarla la sacudía rabiosamente a un lado y a otro, nerviosa e inexpertamente...
Pero a pesar de su impericia y la falta de cadencia de los movimientos de sus manos, lo extremo de la situación debió resultar muy excitante para el hombre... Pues aquel gordísimo pene, ardiente ya como una brasa, no tardó mucho en comenzar a estremecerse, y pronto un primer latigazo húmedo y caliente impactó contra la frente de ella, siguiéndole un segundo en el entrecejo y un tercero de nuevo en la frente. Cuando el esperma comenzó a resbalar por su nariz y sus mejillas, deslizándose hasta la comisura de sus labios, Cris llegó a la cúspide de su acaloramiento, y su clítoris, como tomando vida propia, sin que nada lo rozara siquiera, comenzó a palpitar en pequeños y continuados espasmos que pronto se extendieron por todo su vientre, por sus piernas, por sus brazos, desembocando en el orgasmo más brutal que la joven hubiera experimentado hasta entonces... Temblorosa, la muchacha libró aquel falo goteante de la férrea prisión de sus manos, y su cuerpo se derramó sobre el suelo, entre los setos, casi inconsciente.
Su madre, que como todos los sábados se levantó lo suficientemente tarde como para que Cris tuviera tiempo de limpiar su cuerpo y ropa de toda huella de aquel pecado, no entendió que había ocurrido aquella mañana con el jardinero ni por qué había desaparecido misteriosamente, dejando el trabajo a medias. Telefoneó a la empresa que prestaba el servicio para comunicar la incidencia, donde le dijeron que no sabían nada y que enviarían inmediatamente a otro operario... Y es que, tras el encuentro con Cris, aquel hombre se había marchado a la carrera: probablemente, temió que aquello significara algo incómodo para él, quizá hasta peligroso dada la juventud de ella, que aunque ya un poco más que adolescente simulaba, por su baja estatura y su carita de muñeca, menor edad de la que tenía... Cris jamás volvió a ver a aquel tipo, aunque si lo hubiera hecho seguramente no lo hubiera reconocido: ni un solo rasgo de su rostro quedó grabado en su memoria, invadida por completo por las dimensiones de toda aquella excitante y olorosa carne que había tenido entre sus manos.
(Continuará)