El negro se folla a mi madre

El negro tenía un único objetivo y no podía quitárselo de la cabeza, deseaba follarse a la madre de su amigo, por lo que lo planeó todo hasta el último detalle con el fin de conseguirlo.

(CONTINUACIÓN DE “MI MADRE, EL NEGRO Y LOS CELOS DE MI PADRE”)

El lunes siguiente Juan no acudió a la Universidad y su amigo Oliver se preguntó por el motivo que podía haber tenido para no acudir, incluso se preocupó, especialmente por la actitud tan agresiva de Dioni, el padre de Juan, que había tenido el pasado sábado hacia Rosa, su dócil y voluptuosa esposa.

Recordaba cómo habían acudido los dos amigos a la vivienda de Juan donde les esperaba Dioni, para ver juntos el partido de futbol que transmitían por televisión. También estaba allí Rosa, que tenía un miedo terrible a los negros, y que se asustó al ver a Oliver no solo por tener éste la piel negra como el carbón sino más bien por lo sucedido en su anterior encuentro donde ya el negro se la tiró.

No se atrevió Oliver a llamar a su amigo ni mucho menos a acercarse por su casa.

Al día siguiente Juan si acudió a clase aunque se mostraba serio y distante con su amigo Oliver.

La situación se mantuvo tan distante y tirante durante un par de días más, hasta que por fin Oliver, aprovechó un momento que se quedó a solas con Juan, para preguntarle:

  • ¿Qué tal estás? ¿Te encuentras bien?
  • Tú que crees.

Fue la respuesta de Juan y Oliver insistió intrigado:

  • Pero ¿estás bien? ¿Está tu madre bien?
  • ¿Qué quieres que te diga? No estamos ninguno bien.
  • Pero ¿qué sucedió cuando yo me marché? ¿os agredió tu padre?
  • No, no. Se fue a la cama como si no hubiera sucedido nada.
  • ¿Entonces?
  • Prefiero no hablar mucho de este tema.
  • ¡Ah!
  • Mi padre cuando se emborracha pierde los papeles, se transforma y la toma con mi madre. Tú ya lo viste. No es la primera vez que sucede.
  • ¡Si, ostias, nos la puso en bandeja!
  • A la mañana siguiente, ya recuperado, se arrepintió y pidió perdón a mi madre. Dijo que nunca más volvería a beber, que no sucedería nunca más, pero no es la primera vez que lo dice y luego, después de un cierto tiempo, recae, vuelve a beber y vuelve a pasarse con mi madre. Mi madre le perdonó una vez más pero le ha jurado que la próxima vez que suceda, le deja, le abandona.
  • ¡Sí, claro, es lo lógico! ¡Vaya cabrón!
  • Yo también pedí perdón, perdón a los dos, a mi padre por … hacerlo con mi madre y a ella, no solo por hacérselo, sino también por dejar que tú se lo hicieras.
  • ¡Ah! ¿Entonces?
  • Ella no sabe que yo te llevé para que te la beneficiaras y yo pudiera pajearme mientras lo veía. Mi madre solo sabe que, entre mi padre y yo, la sujetamos para que tú, negro cabrón, te la tiraras.
  • ¡Ah! ¿Entonces debo yo también pedirles perdón?
  • No, no. No me entiendes, negro joputa. Yo quiero a mis padres y no quiero que se separen. Es mejor que no te vuelvan a ver nunca más. No sé si ahora me entiendes, si he sido lo suficientemente claro.
  • ¡Ah! Pero …
  • No hay ningún pero. No estoy enfadado contigo ya que gran parte de la culpa, sino toda, es mía, pero es mejor que no te vuelvan a ver. Seguiremos siendo amigos pero no volverán a verte.

Un remolino de pensamientos fluyó por la cabeza de Oliver, siendo la idea fundamental que: ¡No volvería a follarse a la madre de Juan! Y le sumió en un mar de desesperación, recordando sus carnes tan turgentes y prietas, que le obligó a sollozar y a expresarse en voz alta:

  • Pero … ¡Nunca nunca!
  • Eso te he dicho ¡Nunca nunca!
  • Pero ¡blanquito! ¿Cómo puedes hacerme esto?
  • ¿Hacerte qué, negro joputa? ¿No dejar que te la tires para así salvar el matrimonio de mis padres?
  • ¡Me puedo follar a tu madre sin que ni ella ni tu padre se enteren! ¡De verdad, no te miento, es muy sencillo, la drogamos o nos disfrazamos o …!
  • Está todo hablado, negro. No vas a verlos nunca más y no te la vas a trincar.
  • Pero, blanquito, ¡no jodas!, si es muy fácil, mira …

Y dando la conversación por terminada, Juan se alejó de su amigo, dejándole con la palabra en la boca.

Fueron pasando los días y la relación entre los dos amigos se fue distendiendo, pero cualquier mención por parte de Oliver sobre lo de follarse a la madre de Juan encontraba una rotunda negativa por parte de éste.

Sin embargo, el negro recordaba el voluptuoso cuerpo desnudo de Rosa, su culo macizo y respingón; sus erguidas, redondas y grandes tetas; sus piernas largas, fuertes y torneadas; sus labios carnosos y sensuales; su deseable sexo; y se le hacía la boca literalmente agua. ¡Quería volver a follársela, deseaba follársela, necesitaba follársela! Era como un drogadicto con un mono descomunal y que haría cualquier cosa por conseguir más droga. ¡Estaba más salido que un mono en celo!

Estuvo dando vueltas a su cabeza, pensando cómo conseguirlo, cómo conseguirlo sin que ni Juan ni los padres de éste se enteraran.

Sin embargo, sabía que la mujer no quería ningún escándalo, no quería estar su coño en boca de todos, que hablaran de ella, que la avergonzaran, por lo que, si él se la follaba, estaba seguro que ella nunca diría nada a nadie, que sería un secreto entre ella y su follador. No diría nada ni a su marido ni a su hijo. Además la mujer, vencida su reticencia inicial, había disfrutado que se la follaran, había tenido un orgasmo cada vez que se la tiraban y, si no recuerda mal, se la habían follado en tres ocasiones aquella noche. ¡Era multiorgásmica la muy cachonda! Bajo su fachada de puritana estaba escondida una auténtica calentorra que anhelaba que se la metieran y, llegado el momento, incluso colaboraría.

Ya no tenía ninguna duda, el negro se la follaría con plena consciencia de la macizorra.

Ahora tenía que pensar el momento y el lugar. Oliver quería follársela sin que le molestaran, quería hacerlo hasta quedarse seco, hasta derramar todo el esperma que tuviera en el cuerpo y que mejor lugar que la vivienda de Juan. Pero para que no le molestaran el padre y el hijo, tenían que estar éstos ausentes, mejor fuera de la vivienda, sin que supieran lo que estaba sucediendo. Sabía porque Juan se lo había comentado que su madre estaba en casa casi siempre sola, ya que el padre salía pronto de casa para el trabajo y no volvía hasta altas horas de la noche, cenaba y prácticamente se dormía delante del televisor y en la cama. También Juan salía pronto de casa para ir a clase y a veces volvía a comer pero casi siempre volvía a salir y no volvía hasta prácticamente la noche o muy avanzada la tarde.

Si quería follarse a la macizorra durante horas tenía que ser mejor un día que Juan no volviera a comer y regresara tarde a casa. Podría ser un día que tuviera entrenamiento, clase o laboratorio. Como Oliver era amigo de Juan y hacían prácticamente juntos todas las actividades, sabía qué día podía elegir para follarse a Rosa.

Podía llegar a la casa cuando padre e hijo se hubieran ido y se quedara sola la madre.

Tenía que ver ahora cómo entraba en la vivienda. Si llamaba a la puerta, seguro que Rosa no le abriría. No iba a abrir a su violador, estando además ella sola. No se veía forzando la puerta o engañando a la mujer con la excusa de que tenía un paquete para entregar o que era el fontanero. No recordaba que fuera fácil el acceso a la vivienda desde fuera, a través de la terraza o de alguna ventana Así que tenía que conseguir la llave de la puerta de la vivienda e incluso la del portal. Lo más fácil era coger las llaves a su amigo, hacerles una copia y devolvérselas antes de que se diera cuenta. Sabía que las guardaba en un bolsillo determinado de su mochila, la misma que utilizaba para ir a clase con los libros. Así que estuvo los siguientes días pendiente de la mochila de Juan para ver cuando podía tener acceso a las llaves.

Se le presentó la ocasión de quitarle las llaves en varias ocasiones pero, temiendo que le pillaran, no actúo.

Por fin, una tarde, Juan, después de clase, le solicitó a su amigo que cuidara de su mochila mientras él entraba un momento al baño de la escuela. No perdió el tiempo y Oliver al momento capturó las llaves. Encaminándose los dos amigos hacia el gimnasio al que acudían, puso Oliver una excusa para separarse de Juan y se acercó rápido a un establecimiento donde le hicieron copia de las llaves. Después del entrenamiento le fue fácil a Oliver dejar caer las llaves al bolsillo de la mochila de donde las había sustraído con la excusa de ayudar a su amigo a que se pusiera la mochila.

Ya tenía las llaves para acceder a la vivienda y poder disfrutar a placer del cuerpo de Rosa.

Ahora había que estar seguro del momento para actuar.

Si quería tener tiempo más que suficiente para follársela hasta quedarse seco, tenía que ser a primera hora de la mañana cuando, tanto su marido como su hijo, abandonaran la vivienda.

Para tener una mayor seguridad estuvo varias mañanas al acecho, viendo cómo salían del edificio primero el padre y a continuación el hijo, y como ninguno de ellos volvía en el plazo de media hora desde que salían.

Al fin eligió un día en el que Juan tenía entrenamiento después de clase por lo que no volvía a su casa hasta la noche. Por si alguien preguntaba por qué no había asistido ni a clase ni al entrenamiento, Oliver envió un whatapps al móvil de Juan indicándole que no se encontraba bien. Se lo envío cuando observó cómo su amigo se encaminaba por la mañana temprano hacia la escuela.

Espero observando el portal durante casi una hora por si volvían el marido o el hijo de Rosa, pero no lo hicieron. No podía demorarse más por si salía la misma macizota de su casa y no volvía hasta muy tarde. Además estaba el peligro de que salieran las marujas de sus viviendas y le pillaban entrando en el portal, en las escaleras o intentando entrar en la casa de Rosa.

Tenía ahora vía libre pero todavía tenía que actuar con cautela, por lo que puso su móvil en silencio y que no vibrara.

Utilizando una de las llaves abrió la puerta del portal cuando no había nadie cerca y subió las escaleras andando sin encontrase con nadie.

En el piso donde estaba la vivienda de Rosa había otra vivienda pero no escuchó a nadie detrás de la puerta por lo que supuso que no le observaban, así que, acercando el oído a la puerta de la vivienda de Rosa, se puso a escuchar atentamente. Su fino oído captó un ruido remoto que le pareció que podía ser música suave.

No debía estar Rosa cerca y, si le pillaba entrando, la atacaría sin dudarlo, antes de que reaccionara, opusiera resistencia o avisara a gritos a los vecinos. No tenía ninguna duda que era mucho más fuerte que ella y que la reduciría sin problemas. Además una vez él hubiera entrado en la casa ya no había marcha atrás, tenía que follársela, quisiera ella o no.

Abrió la puerta rápidamente, sin hacer ningún ruido, y efectivamente se escuchaba suave música ambiental, además del fluir de agua.

Cerrando la puerta a sus espaldas, se descalzó y colocó sus deportivas bajo un mueble del hall, el mismo mueble bajo el que el primer día se metieron pedazos del jarrón roto y que Rosa recogió, poniéndose a cuatro patas sobre el suelo y enseñando, sin querer, su hermoso culo desnudo al negro.

Como la música se escuchaba en toda la casa, se encaminó descalzo sin hacer ruido al origen del ruido del agua, sin encontrar a la mujer ni a nadie a su paso. Partía el ruido de detrás de una puerta cerrada, la del cuarto de baño. ¿Se estaría Rosa duchando?

Dudó si abrir la puerta y entrar para pillarla desnuda bajo la ducha pero temió que estuviera el pestillo echado y la pusiera sobre aviso.

Dejando el baño a sus espaldas recorrió sigilosamente todas las habitaciones y no encontró a nadie. Si había alguien en la casa estaba en el baño. Lo lógico es que fuera Rosa, solo ella. No se imaginaba que estuviera duchándose con alguien, con un maromo de polla kilométrica. Se reía pensando que la mujer tuviera un amante y se estuviera ahora duchando con él.

¡Encontrándose él, Oliver, con el amante, ambos en bolas, sería toda una sorpresa! ¡Un auténtico puntazo! Y con la mujer también en pelotas entre ellos, ya sería la reostia. Entonces serían los dos los que se follaran a Rosa, uno por el coño y otro por el ano, uno por el coño y otro por la boca, uno por el culo y el otro por la boca, los dos por el coño. Múltiples combinaciones que siempre conducían a una Rosa requetefollada por todos sus agujeros y rebosante de esperma.

Se reía en silencio el negro imaginándoselo y su enorme pene erecto crecía sin parar apuntando al techo.

Si Rosa no salía de la ducha acompañada de un maromo en cueros no pasaba nada, Oliver se la follaría por los dos, o mejor por tres, por cuatro, … por infinitos maromos de pollas kilométricas.

Y sí, sería él, Oliver, el negro, el que se la follaría también bajo la ducha.

Y ¿si no fuera la mujer la que se estuviera duchando? Esa idea la deshecho de su mente al momento, tenía que ser Rosa, la tetona maciza y culona.

Mientras esperaba que saliera la mujer del cuarto de baño, abrió despacio y hacer ruido los armarios del dormitorio, buscando algún amante escondido y viendo si, en caso de que entrara el marido o el hijo en la casa, él pudiera esconderse.

Encontró varias cajas de zapatos que contenían zapatos de tacón. Eligió uno rojo que tenía un largo tacón de aguja y lo sacó de la caja. Estaría doña Rosa todavía más deseable con estos zapatos.

De pronto el chorro de la ducha dejó de hacer ruido. Lo habían cerrado y escuchó cómo abrían la mampara, además de otros ruidos que supuso Oliver que correspondían a que estaba secándose con una toalla.

Dudaba Oliver si lanzarse sobre Rosa cuando ella abriera la puerta del baño, pero, por si se encontraba alguna sorpresa inesperada, se apartó de la puerta del baño y metiéndose en una habitación, el dormitorio del matrimonio, desde allí se puso a vigilar la puerta.

Pasaron más de diez minutos hasta que se abrió la puerta del baño y asomó la mujer, la macizorra, Rosa. Estaba envuelta en una toalla color crema que la cubría desde la parte media de sus pechos, inmediatamente encima de sus pezones, hasta poco más abajo de sus glúteos. ¡Estaba buenísima! Además llevaba el cabello envuelto en otra toalla del mismo color. Completando el vestuario unas zapatillas de tela sin talón y a juego con las toallas cubrían sus pies.

Salió despreocupada, sumida en sus pensamientos. Parecía evidente que no había escuchado a Oliver entrando en la vivienda y merodeando por ella.

Iba a dirigirse hacia el dormitorio donde estaba escondido el negro cuando una llamada de teléfono desvió su atención. Dando la espalda a Oliver, se dirigió al salón desde donde partía el sonido, seguida por la mirada lasciva del negro que se pegaba en su culo y en sus muslos.

Cogió el teléfono inalámbrico y, después de un alegre saludo, se sentó en el sofá y se dispuso a conversar. Al sentarse la toalla se le subió un poco descubriendo la totalidad de sus muslos, casi hasta la entrepierna.

Debía ser una amiga con la que hablaba por teléfono por el cariz que tomaba la conversación, una amiga parlanchina la que estaba al otro lado del auricular, ya que eran más los silencios de Rosa que las palabras que decía.

Mientras escuchaba subía y bajaba, entre alegre y despreocupada, su pie, dejando caer la zapatilla que lo cubría.

A los pocos minutos la toalla que cubría el cabello de la mujer estaba ya sobre el sofá, dejando que su pelo castaño claro acabara de secarse sin ataduras.

También la toalla que envolvía su cuerpo se fue poco a poco soltando, dejando al descubierto, sin que ella hiciera nada por impedirlo, sus tetas, sus muslos, su coño, su hermoso cuerpo. Estaba completamente desnuda, sentada en el sofá sobre la toalla húmeda y con las torneadas piernas cruzadas, cruzadas y descruzadas según el momento.

Mientras mantenía la conversación, Rosa se tocaba despreocupada las tetas, como probando su suavidad o su consistencia, se quitaba algún que otro pelo imaginario o no y se acariciaba, no solo sus erguidos y grandes pechos también su vientre liso, sus muslos macizos, su entrepierna e incluso el escaso vello que cubría su vulva.

Cansada de permanecer sentada y de sujetar el teléfono apoyado en su oreja, puso el altavoz de su teléfono de forma que se pudiera oír la conversación en toda la casa y lo depositó sobre el sofá, inclinándose poco a poco hacia atrás, hasta tumbarse totalmente desnuda, bocarriba sobre el sofá, reposando su cabeza sobre un cojín.

Oliver que, sigilosamente, se había ido acercando a la entrada al salón, no se perdía ni un solo detalle del escultural cuerpo de Rosa y, empalmado, no veía el momento de lanzarse sobre la mujer para follársela salvajemente como el animal en celo que era.

Sin hacer ningún ruido, el negro se fue despojando una a una de sus ropas, hasta quedarse también él completamente desnudo, y, colocando sus prendas, bajo una silla de la habitación, se preparaba para arrojarse sobre Rosa en cuanto colgara el teléfono.

Rosa parecía por momentos que se adormilaba al no decir nada, pero parece que se mantenía atenta al monólogo de su amiga, respondiendo e incluso comentando algo durante minutos.

Pero pasaban los minutos y Oliver no se atrevía a interrumpir la conversación ya que pondría sobre aviso a la amiga de la mujer y podría dificultar sino impedir el folleteo que tenía el negro previsto.

¡Ostías! Ya se veía el negro, con el rabo tieso entre las piernas, que pasaba el tiempo y no se la follaba.

Después de una cháchara intrascendente de bastantes minutos escuchó algo del monólogo de la amiga que le interesó:

  • Y ¿qué vas a hacer hoy si no vuelven a casa ni tu marido ni tu hijo hasta la noche?

Te podías dar una alegría al cuerpo y follar como una loca con un amante que tuviera un buen rabo que te la metiera por todos tus agujeros todo el día.

Ahora que lo digo … ¿has visto al amigo de tu hijo, al negro? No está pero que nada mal, ¿no? Te podías montar una buena fiesta con su rabo. Seguro que lo tiene gigantesco. Todos los negros lo tienen enorme y no pondría ningún problema en tirarse a una blanquita macizorra como tú.

Rosa, al escucharla, se puso en tensión, y respondió indignada.

  • Pero ¿qué dices, Elisa? ¿Qué barbaridades? No sabes lo que dices.
  • ¡Ya … ya! ¿A mí me la vas a dar con queso, gatita? Me ha dicho un pajarito que ya se ha metido entre tus piernas más de una vez y se ha puesto más que negro, azulado, de tanto follarte.
  • ¿Qué barbaridades dices? No me gusta nada qué hables así y menos de mí y … y de un amigo de mi hijo.
  • ¿Barbaridades dices? Y ¿qué hace ahora en tu casa si no está ni tu marido ni tu hijo? ¿Jugar a los médicos con tu coño? ¡Anda… anda!
  • ¿En mi casa? Pero .. ¿qué dices?

De pronto, sonó un timbre, sobresaltando a Oliver. ¡Era la puerta, estaban llamando a la puerta! Retrocedió el negro a toda prisa hacia el dormitorio donde se metió, sacando solo parte de la cabeza por el marco de la puerta para ver qué sucedía.

Una excusa rápida dio la mujer a su amiga, colgando el teléfono, y, levantándose rápida del sofá, echó a correr totalmente desnuda hacia la puerta de entrada al domicilio ante la lúbrica mirada del negro que observó sorprendido cómo se alejaban los macizos glúteos desnudos de Rosa mientras balanceaba rápido sus amplias caderas.

Por un momento pensó Oliver que la mujer iba a abrir en cueros la puerta, pero ella simplemente se puso de puntillas y miró por la mirilla de la puerta, preguntando:

  • ¿Quién es?
  • El fontanero, señora. Tengo un aviso urgente de esta casa.
  • ¡Ah, el fontanero! Espere un momento que me vista, que estoy desnuda. Enseguida le abro.
  • Por mí, no hay problema, señora, me puede abrir desnuda. Escuchando su voz seguro que es hasta una muy buena idea que me abra desnuda la puerta.

Pero Rosa echó ahora a correr alejándose de la puerta. Sus tetas botaban y botaban en cada paso ante la mirada lasciva del negro que las observaba desde la puerta.

Tan asombrado estaba observando tan voluptuoso bote que no se dio cuenta que ella podía verle e incluso entrar a la habitación donde estaba, hasta que Rosa se detuvo al lado del sofá del salón y, agachándose por encima del respaldo, cogió su toalla y, con ella en la mano, se dirigió también corriendo hacia la puerta de entrada, meneando su trasero, mientras se escuchaba al hombre tras la puerta:

  • ¡Dese prisa, por favor, señora, salga como éste, que voy con retraso y no puedo perder el tiempo!

Colocándose deprisa la toalla enrollada a su cuerpo, abrió la puerta de entrada y dejó pasar a un hombre de unos cincuenta años, enfundado en un mono azul bastante sucio y con una caja de herramientas en la mano, al tiempo que le decía atropelladamente:

  • No sabía que iba a venir ahora … tan rápido. Mi marido le ha debido avisar esta misma mañana y siempre suelen tardar ustedes hace bastante tiempo.
  • Eso porque es la primera vez que yo personalmente vengo. Me llaman El Rápido. Su hombre nos ha dicho que usted estaba necesitada de un apaño urgente y yo he aprovechado que tenía un hueco por la zona para satisfacer todos sus deseos.

Iba el hombre a decirla algo más pero al verla cubierta solo por una toalla desde poco más arriba de sus pezones hasta poco más debajo de su entrepierna, se detuvo y la miró de arriba a abajo con cara primero sorprendida y luego lasciva.

Avergonzada al darse cuenta de la mirada que, recorriendo su cuerpo, la estaba desnudando, se adelantó Rosa, diciéndole en voz baja y entrecortada:

  • Sígame, por favor.
  • A donde usted quiera, … señora.

Caminando a buen paso por el pasillo, Rosa iba seguida por el fontanero cuyos ojos se clavaban sin parpadear en el prieto y respingón culo de la mujer mientras el bulto de su entrepierna se hinchaba sin parar. Ella no lo sabía pero la parte inferior de sus nalgas asomaba por debajo de la toalla, que, con las prisas, no se había cubierto bien.

Deteniéndose en el umbral de la cocina le dijo, con voz entrecortada, al fontanero, señalando con el brazo hacia la pila:

  • Anoche se me cayó un pendiente por la tubería de la pila y no lo he podido recuperar.
  • No se preocupe, señora, que enseguida la desatasco todas sus tuberías y la dejo sin nada pendiente.

Respondió el hombre, mirándola a las tetas, cuyos empitonados pezones medio asomaban por encima de la toalla, y se encaminó hacia el fregadero.

  • ¡Vaya par de hermosos senos!

Exclamó el hombre y Rosa, extrañada, preguntó:

  • ¿Co … cómo?
  • ¡Que tiene usted dos hermosos senos, … grandes, redondos, …hummmm!

Como la mujer, avergonzada, le miraba sin atreverse a decir nada.

  • Por supuesto, me refiero al fregadero … también.

Rosa no se atrevía a acercarse a la pila y dudaba si irse a vestir o esperar a que el fontanero recuperara el pendiente y se lo devolviera. Temía que se quedara con él si ella no estaba presente en el momento de que el hombre lo recuperara.

Viendo como dudaba, el fontanero la dijo:

  • Venga aquí, señora, y explíqueme, por favor, con detalle que la pasa.

A regañadientes se acercó Rosa a la pila, y, señalando con sus manos al agujero del fregadero, intentó nerviosa explicarse:

  • Ya le he dicho. Se me cayó anoche un pendiente por la tubería del fregadero. He intentado recuperarlo pero no he podido. Temo que si abro el grifo el agua lo arrastre y lo pierda, que se lo lleve la corriente … que baje y baje… y lo pierda.

El hombre, que no dejaba de mirarla lujurioso las tetas mientras ella, muy nerviosa, gesticulaba y hablaba atropelladamente, la respondió:

  • Con todo respeto, señora, que viéndola a usted lo normal es que todo suba y suba.

Como la mujer, con el rostro encendido por la vergüenza, no entendía exactamente la respuesta y permanecía callada, el fontanero, abriendo las puertas que estaban debajo del fregadero, se puso de rodillas sobre el suelo, no para mirar las tuberías bajo la pila, sino para ver el coño de Rosa por debajo de su toalla, dejando a sus pies abierta la caja de herramientas, pero la mujer, caminando hacia atrás, se alejó un par de pasos, colocando su mano extendida a la altura de su sexo, cubriéndoselo.

Tumbado bocarriba sobre el suelo, sin dejar de observarla los macizos muslos y casi el coño, el fontanero la dijo:

  • No se aleje, señora, que tiene que ayudarme.
  • Pero … si yo no entiendo … ¿cómo voy a ayudarle?
  • Ya le iré diciendo, señora, pero no se vaya. He venido a satisfacer todos sus deseos.

Respondió el hombre, metiéndose bajo el fregadero.

Mientras el hombre miraba por debajo la pila y los bajos de la mujer, ella permanecía quieta, cubierta solo por una toalla, desde los pezones hasta poco más abajo de su sexo.

  • Deme, por favor, señora, la llave inglesa.

La solicitó el fontanero, apuntando con su brazo hacia la caja de herramientas que estaba en el suelo.

Dudando qué hacer, la mujer miró el contenido de la caja abierta, sin saber cuál era esa extraña llave de nombre tan internacional.

  • ¿La llave inglesa?
  • Sí, la de 20 centímetros, la que tiene forma de cipote erecto.

Nerviosa cogió una llave cualquiera y se la tendió al hombre, que, mirándola, no la cogió y la dijo:

  • ¡Señora, esta no llega ni a la mitad! Su marido la debe tener muy pequeña para satisfacer a una hembra tan potente. No me extraña que usted esté deseando que la haga una buena cogida.

Incorporándose cogió el mismo la llave inglesa de la caja, no sin antes rozarla con su mano el interior de los muslos y la entrepierna.

Dio Rosa un respingo, pero no dijo nada, mientras el fontanero volvía a tumbarse bocarriba en el suelo, bajo el fregadero, y empezaba, utilizando la llave inglesa, a desatornillar la tubería.

Escuchando al fontanero y a Rosa en la cocina, Oliver se atrevió a salir de su escondrijo en el dormitorio y se acercó, sin hacer ruido, a la cocina.

Al sacar un poco la cabeza por el umbral de la puerta de la cocina, observó cómo Rosa, al inclinarse hacia delante para vigilar al fontanero, había dejado al descubierto su culo macizo y respingón bajo la toalla. ¡Hipnotizado se quedó mirándolo fijamente durante unos segundos sin darse cuenta de nada más! Si no hubiera estado el fontanero allí mismo el negro la hubiera penetrado con su enorme polla negra hasta el fondo de su culo.

  • ¿No lo encuentra?

Preguntó inocentemente la mujer

El fontanero, que estaba tan absorto observando el coño de Rosa, no se dio cuenta de la presencia del negro, y respondió, soltando la tubería del fregadero:

  • No se preocupe, señora, que si encuentro aquí su pendiente … o sus bragas, se las pondré yo mismo.

Rosa, aunque le escuchaba, no decía nada y estaba atenta a lo que hacía el hombre.

  • Acérquese, señora, que no se la voy a comer todavía y mire por el agujero del fregadero si ve el pendiente.

Se acercó Rosa e intentó mirar pero no podía ya que el hombre ocupaba todo el espacio tumbado en el suelo, así que puso una pierna a cada costado de la cabeza del hombre y, abriéndose de piernas, se puso de puntillas y se inclinó hacia delante, apoyando sus brazos en el fregadero y con las piernas en tensión, logró al fin mirar por el agujero del fregadero.

El fontanero, que tenía una panorámica inmejorable del coño y del culo de la mujer, no dejaba de observarla detenidamente bajo la toalla mientras su verga crecía y creía.

Tan absorto miraba que no se dio cuenta que, al soltar la tubería, el pendiente cayó al suelo, permaneciendo allí.

  • No, no lo veo. ¿No lo ve usted?

Preguntó cándida la mujer.

  • No dejo de mirar, señora, no puedo dejar de mirarla el agujero pero mire … mire … mire, usted, señora, que seguro que … lo encontramos.

En la postura forzada que mantenía Rosa, la toalla que envolvía su cuerpo se fue soltando, hasta que, de pronto, se soltó bruscamente, cayendo sobre el pecho del hombre sin que ella pudiera evitarlo.

Sintiéndose desnuda, la mujer emitió un chillido y, sin pensárselo, no se le ocurrió otra cosa para cubrir su desnudez, que ponerse al instante en cuclillas de forma que, sin ella desearlo, se sentó directamente sobre el rostro del fontanero, dando un fuerte golpe con su perineo sobre la boca del hombre, magullándole el labio. Nada más sentir algo húmedo en su entrepierna, Rosa se incorporó, al momento, unos centímetros y, perdiendo el equilibrio, reculó hacia atrás y se volvió a sentar pero esta vez sobre los cojones y el pene erecto e hinchado del hombre.

En un segundo identificó que era un cipote congestionado lo que estaba tan duro bajo su vulva e intentó, a punto de infarto, volver a levantarse, pero el fontanero la agarró por los glúteos, una mano en cada uno, propiciando que ella cayera hacia delante, de forma que sus tetas se depositaran sobre el rostro del hombre.

Chillando histérica la mujer intentó levantarse, apoyando sus brazos y piernas en el suelo, pero el fontanero la sujetaba con fuerza, una mano en sus nalgas y el otro brazo sobre su espalda, impidiéndoselo, y, en cada sacudida que ella daba, restregaba con fuerza su vulva sobre la verga cada vez más erecta y dura del tipo así como sus tetazas por el rostro del hombre que aprovechaba ansioso para lamérselas sin parar.

  • ¡Ay, ay, no, no, por favor, no!

Chillaba y lloraba desesperada viendo que no podía zafarse del sátiro, por más que forcejeaba.

El negro, desde el marco de la puerta de la cocina, contemplaba empalmado y entusiasmado lo que estaba sucediendo y cómo el culo firme y respingón de la mujer subía y bajaba, se movía a derecha e izquierda, botaba y forcejeaba desesperada por escaparse.

  • ¡Se iban a follar a doña Rosa delante de sus propios ojos! ¡A la casta y pura doña Rosa, a la madre de su mejor amigo! Y él, Oliver, en primera fila, observando bobalicón cómo se la tiraban y gozaban de sus carnes prietas y desnudas.

Se contuvo a duras penas, deseando con todas sus fuerzas, entrar a matar con su gigantesco sable negro, penetrándola hasta el fondo, hasta los mismísimos cojones, por culo, por el coño y por todos sus agujeros.

Temía que, si no se reprimía, la mujer no solo podría librarse del polvazo del fontanero sino también de los que pensaba echarla él mismo.

Buscando Rosa algo donde asirse, un brillo atrajo su atención.

¡Era el pendiente! ¡Brillaba en el suelo a menos de un metro de ella!

Estiró el brazo para cogerlo pero la mano ávida del fontanero, manoseando en su vulva mojada, desvió su atención.

¡La estaba metiendo mano, el muy guarro, el muy asqueroso, el muy …! ¡La estaba masturbando! Y ella, en contra de su voluntad, sentía que estaba cada vez más excitada, que se iba … que se corría … corría … corría.

Su respiración se hizo entrecortada y dejo de luchar, se entregó, chillando de placer, y, en los violentos espasmos del orgasmo, presionó aún más insistentemente con su vulva, ahora abierta y empapada, sobre la verga palpitante e hinchada del tipo, provocándole también a él un orgasmo bestial.

Después de chillar de placer casi al mismo tiempo, permanecieron unos segundos en silencio, quietos, sin moverse, ella encima de él, disfrutando ambos del orgasmo.

Y Rosa, sintiendo que el abrazo del fontanero se aflojaba, se lo quitó de encima y se incorporó.

Una vez en pie cogió del suelo primero el pendiente y luego la toalla. Y, sin cubrir ni un ápice su desnudez, echó una mirada, entre provocativa y desdeñosa, al tipo y le dijo arrogante:

  • ¡Ahora sé por qué le llaman El Rápido … por acabar rápido su trabajo!

Y, dando la espalda al hombre que todavía permanecía en el suelo bocarriba mirándola, se alejó tranquilamente de él, moviendo provocativamente las caderas. Abandonando la cocina, caminó plácida y completamente desnuda por el pasillo, introduciéndose de nuevo en el cuarto de baño, y, una vez cerrada con cerrojo la puerta, procedió a limpiarse.

Oliver, que había presencia todo desde la puerta de la cocina, se alejó al ver cómo ella se levantaba del suelo y se escondió en el dormitorio, observándola cuando pasaba meneando sus encarnadas nalgas y se metía en el baño.

Sin moverse del suelo el fontanero levantó la cabeza, observando los glúteos macizos y colorados de la mujer, y, una vez ella desapareció por el pasillo, se volvió a meter bajo el fregadero y enroscó ahora la tubería al fregadero como si no hubiera sucedido nada. Una vez lo hizo se levantó del suelo, cerró su caja de herramientas y, mirando su reloj, dijo en voz alta:

  • ¡Me voy, señora, si necesita mis servicios no dude en llamarme! ¡Acudiré al momento a su llamada! ¡Ya sabe que me llaman El Rápido!

Y salió de la vivienda sin pedir ninguna contraprestación económica a cambio de su trabajo.

¡Se fue muy satisfecho pero jurando que la próxima vez que viniera a esta casa no llevaría el mono de trabajo, sino algo más fácil de bajar y quitar, con el fin de desatascar profundamente las tuberías de la voluptuosa señora! ¡Y es que no hay nada mejor que dejar muy satisfechas a las clientas si están buenorras y calentorras!

No pasaron ni cinco minutos desde que el fontanero saliera de la vivienda cuando Rosa saló del cuarto de baño. Llevaba enrollada al cuerpo la misma toalla que antes, cubriéndola desde poco más arriba de los pezones hasta poco más debajo de su entrepierna y de sus nalgas.

Se acercó tranquilamente a la puerta de entrada y, poniéndose de puntillas, observó durante unos segundos por la mirilla de la puerta para a continuación echar el cerrojo y la cadena de seguridad a la puerta. Luego volvió sobre sus pasos, echando una breve ojeada a la cocina, para a continuación meterse en su dormitorio.

Tan absorta estaba que no se dio cuenta que el negro estaba también en la misma habitación, escondido detrás de la puerta por la que ella acababa de entrar.

Dando la espalda a la puerta se quitó la toalla, quedándose completamente desnuda, y, cuando iba a abrir el armario para vestirse, escuchó a su espalda la voz grave del negro que la decía:

  • ¡Qué culo tiene usted, doña Rosa!

Pero estaba tan absorta que no prestó mucha atención a la voz, como si no hubiera escuchado nada, como si todo fuera producto de su imaginación, y, volviéndose un poco, vio al negro, completamente desnudo delante de ella.

Le miró la enorme verga que apuntaba hacia ella, pero, como si estuviera en un sueño, no le prestó mucha atención, solo se quedó mirándolo fijamente, con una sonrisa de niña buena en sus carnosos labios.

  • ¡Y qué tetas tiene usted, doña Rosa!

Volvió a decir Oliver con su voz grave y también con una sonrisa en sus labios, pero ésta amplia, enseñando todos sus blancos dientes y … lujuriosa ... muy lujuriosa … extremadamente lujuriosa.

Ahora sí que se dio cuenta la mujer que tenía a un negro, al negro amigo de su hijo, delante de ella. ¡Completamente desnudo y con un empalme increíble en su no menos increíble verga!

Emitió un chillido agudo, horrorizada, mirando fijamente el negrísimo cipote gigantesco y erecto, lo miraba como si fuera una enorme boa constrictor que amenazara con devorarla entera en un segundo.

Estiró rápida el brazo para coger su toalla de encima de la cama pero Oliver fue más rápido y la cogió antes.

Aterrada, retiró su brazo, sin saber qué hacer, cómo huir. Reculó hacia atrás, cubriéndose con una de sus manos su entrepierna y cruzando el otro brazo para taparse los pechos a la altura de los pezones.

  • ¡Pero qué buena está usted, doña Rosa!

Volvió a decirla Oliver al tiempo que se la comía con la mirada.

  • ¡Por favor … por favor … no me haga daño! ¡haré todo lo que usted quiera pero no me haga daño! ¡Por favor, se lo suplico, por favor, no me haga daño!

Suplicó Rosa sin dejar de mirar temerosa no al rostro del negro sino a su enorme y empitonado cipote, que la atraía con una fuerza que no podía controlar.

Dio Oliver un paso hacia delante, acercándose a la mujer, pero, antes de que diera otro, la mujer, encogiéndose sobre sí misma, retrocedió casi hasta la pared e imploró nuevamente, al borde del llanto, deteniéndole:

  • ¡Por favor … por favor … no me haga daño! ¡haré todo lo que quiera, todo, se lo juro, todo, por favor, no me haga daño!

Sin avanzar y recorriendo con su mirada el cuerpo de Rosa, la dijo:

  • Entonces, doña Rosa, haga el favor de levantar las manos que quiero verla las tetas y el coño. ¡Levántelas ahora mismo, por favor!

La mujer, al escucharle, retiró tímidamente un poco sus brazos, descubriendo levemente sus encantos, pero el negro, impaciente, la apremió:

  • ¡Levántelas hacia arriba, doña Rosa, levántelas ya! ¡Por favor, póngaselas detrás de la cabeza que quiero verla bien las tetas y el coño! Y ¡póngase recta, no se encoja y estírese hacia arriba, que tengo que verla pero que muy bien ese cuerpo tan deseable que tiene y del que voy a disfrutar!

Obediente la mujer lo hizo al instante aunque su rostro no dejó de reflejar ni por un instante el terror que sentía.

Oliver, con una enorme sonrisa cruzando su moreno rostro, la observó detenidamente, deleitándose de cada milímetro del cuerpo desnudo de Rosa, de sus tetas grandes, erguidas y redondas; de su sexo, apenas cubierto por una fina franja de vello castaño claro, casi rubio; de su vientre plano; de sus muslos torneados y macizos, sin un solo pelo ni mancha ni grano.

Ella, sin embargo, no dejaba de mirar, entre hipnotizada y horrorizada, la enorme verga erecta del negro que la apuntaba amenazante a su propio rostro.

Se sentó Oliver a los pies de la cama para observar mejor a la macizota, mientras pensaba cómo iba a follársela primero. Lo que tenía claro es que la follaría todo el día hasta quedarse sin una gota de esperma en su cuerpo.

Pasaban los minutos y gotas de sudor corrían por el cuerpo desnudo de la mujer, producto de la tensión a la que estaba siendo sometida, provocando que cerrara los ojos.

En ese momento el negro la dio una nueva orden, haciendo que abriera nuevamente los ojos.

  • Por favor, gírese, gírese despacio, doña Rosa, que quiero verla también ese sabroso culazo que tiene.

Y, moviendo en círculo el brazo, la dio a entender lo que tenía que hacer, y eso hizo, la mujer, girar despacio hasta que se dio la espalda a Oliver, mostrándole sus nalgas, erguidas y sin un ápice de grasa, celulitis, manchas ni granos. ¡Perfectas para comérselas a bocados!

Recordando la lúbrica visión que había tenido de la voluptuosa mujer en la cocina, mientras permanecía de puntillas y con el culo desnudo y en pompa mirando por el desagüe del fregadero ante la atenta mirada también del fontanero, la ordenó nuevamente.

  • ¡De puntillas, doña Rosa, póngase de puntillas!

Obedeció la mujer nuevamente y sin rechistar se puso de puntillas, contrayendo sus gemelos, muslos y glúteos. Para mantener el equilibrio separó más las piernas de forma que su vulva podía verse desde atrás entre sus piernas.

Entre divertido y excitado, Oliver no dejaba de observarla ahora el culo, dudando si follársela primero por detrás o por delante.

Ante la duda se levantó de la cama y, acercándose a Rosa, la dio un sonoro azote en una de sus nalgas, haciendo que ella, sorprendida, perdiera algo el equilibrio y, quitando sus manos de detrás de la cabeza, tuviera que sujetarse a la pared que tenía enfrente.

Un azote siguió a otro y a otro, provocando ligeros chillidos por parte de la mujer que abrió los ojos y, quitando sus manos de detrás de la nuca, las apoyó en la pared, inclinándose hacia delante y poniendo el culo en pompa.

Acercando a Rosa una banqueta próxima, el negro se sentó para contemplar más de cerca el culo de la mujer y, cogiendo con sus manos las dos nalgas de Rosa, se las sobó, probando su suavidad y dureza, al tiempo que la decía:

  • ¡Que culo tiene usted, doña Rosa, no me extraña que el fontanero también quisiera follárselo! ¡Usted, tan pura y recatada, escondiendo sus tesoros para que no se lo roben o mancillen!

La mujer aguantaba el sobeteo sin decir nada y Oliver continúo diciéndola:

  • ¿Lo sabe su marido y su hijo? ¿Saben que a usted, doña Rosa, tan pura y virginal, se la follan todos cuando está sola en casa? ¿El fontanero, el electricista, el portero, los vecinos, el chico que trae la compra del super, ...? ¿Quién más, doña Rosa?
  • ¡No, no es verdad, se lo juro! ¡No soy infiel a mi marido! Lo de hoy es la primera vez que me ocurre, pero no me hizo nada, se marchó y no me hizo nada.

Estalló Rosa, entre sollozos, justificándose.

  • ¿Nada? ¡La vi todo, todo! ¡Usted, doña Rosa, completamente desnuda, cabalgando encima de la polla del fontanero mientras éste la metía mano por todas partes, y, si no se la folló, fue porque el muy gilipollas se corrió antes!
  • Por favor, no les diga nada. Haré todo lo que quiera pero no les diga nada, se lo suplico.

Y mientras Rosa de deshacía en llantos, el negro separó las dos nalgas, contemplando el ano, blanco y virginal.

Metiendo su mano derecha, entre las dos nalgas, empezó a acariciarla con un dedo el ano y con la otra la vulva, preguntándola a bocajarro:

  • ¿Se lo han desvirgado? ¿Se la han follado alguna vez por el culo? Seguro que no fue tu maridito.
  • Por favor, no me haga daño. Haré lo que quiera y nunca se lo diré a nadie.
  • Mucho me pide, doña Rosa, que no se lo diga a nadie, que no la haga daño. Tendrá que ser muy buena conmigo si quiere lo que me pide. ¿Qué me dará a cambio? ¿Me dejará, doña Rosa, que me la folle cómo, cuando y donde yo quiera?
  • Sí, sí, se lo juro, se lo juro.

Agachándose el negro metió ahora su rostro entre las dos nalgas y empezó a lamerla el ano, despacio y sin prisas, mientras que su mano derecha comenzó a sobarla la vulva, metiéndose entre sus labios vaginales, acariciándola lenta e insistentemente, arriba y abajo, una y otra vez, concentrándose en su clítoris mediante suaves movimientos circulares.

Al sentir como se metían entre sus nalgas y la comían el ojete, Rosa contuvo sorprendida el aliento, sin resistirse, resoplando una vez pasada la sorpresa inicial y, como no podía evitarlo, se dejó hacer, se entregó al placer qué lentamente se iba adueñando de ella.

No pasaron más que unos pocos minutos cuando la lengua y la boca del negro descendieron del ano al sexo de Rosa, y se incorporaron lamiéndolo, chupándolo por detrás mientras la mano derecha de Oliver la acariciaba el clítoris por delante y la izquierda la sujetaba el vientre para que no se alejara.

Poco a poco fue la mujer excitándose, empezando a suspirar, gemir y respirar profundamente, mientras Oliver la masturbaba a placer.

Las piernas la temblaban, fruto del placer y del cansancio de estar de puntillas, y, cuando estaba a punto de tener un orgasmo, el negro se detuvo, dejó de masturbarla, e incorporándose, la sujetó por detrás las tetas con sus manos, mientras apoyaba su gigantesca verga erecta y dura entre las dos nalgas de la mujer.

Flexionando las piernas, frotó repetidamente su cipote entre las nalgas de Rosa, susurrándola al oído sin dejar de sobarla las tetas y los pezones con sus grandes manos:

  • ¡La voy a follar, doña Rosa, la voy a follar como nadie lo ha hecho antes!

E inclinándose, dirigió su erecto miembro al acceso a la vagina de la mujer, penetrándola poco a poco, hasta no poder profundizar más.

Al sentir cómo se la metían, Rosa, sorprendida, emitió un suave gritito, mezcla de dolor y de placer, pero no se atrevió a decir ni hacer nada más, temiendo que el negro la causara mucho más dolor.

Inocente la mujer, en el fondo, no creía que se la fuera a follar, que todo era un juego morboso que no acabaría en nada más que en una broma picante, a pesar de que no era la primera vez que se la tiraba.

Sin apartarse de ella y con su polla metida hasta el fondo, Oliver la desplazó sin prisas, poco a poco, hacia la cama, haciendo que se pusiera a cuatro patas sobre el colchón.

Ahora sí que se escurrió la verga negra fuera de la voluptuosa hembra, pero no duró mucho su alejamiento.

Sujetándola por las caderas para que no se moviera, puso una rodilla sobre la cama, y, restregando su verga erecta entre las nalgas de la mujer, dudó si metérsela ahora por el ano o por el coño, jugando con el miedo de Rosa de ser lastimada.

Mientras la sentía temblar de miedo y de placer, le pareció demasiado prematuro metérsela por el culo, así que dirigió su cipote a la entrada de la empapada vagina y, poco a poco, se lo fue introduciendo, lenta y suavemente, hasta el fondo ante los suspiros y gemidos de alivio y placer de la mujer.

Una vez dentro, se detuvo y, viéndose reflejado tanto él como ella en el espejo que había en la pared del dormitorio, preguntó en voz baja a la mujer:

  • ¿La gusta, doña Rosa, disfruta que se la meta, que me la folle, de sentir mi rabo dentro de usted? Contesteme, doña Rosa, por favor. No sea tímida.
  • Sí, sí.

Respondió en voz baja la mujer, temiendo la reacción del negro si no respondía o no respondía lo que él quería.

  • No la escucho, doña Rosa, no sea tímida y hablé más alto. ¿La gusta que me la folle, disfruta sintiendo mi rabo dentro de su coño?
  • Sí, sí, me gusta mucho, me gusta mucho que me folle, que me meta su rabo dentro de mi coño.

Riéndose al escucharla, empezó ahora Oliver despacio a moverse hacia atrás, sacando lentamente la verga del coño de Rosa, y, antes de que saliera del todo, volvió a metérsela, dentro-fuera-dentro-fuera, aumentando poco a poco el ritmo, observando en todo momento a través del espejo a la mujer completamente desnuda encima de la cama y con el culo en pompa.

  • Demuéstremelo, doña Rosa, no se corte y demuéstreme lo mucho que goza cuando me la follo.

La dijo en voz baja un Oliver sonriente y erecto sin dejar de follársela.

Y, temiendo la reacción del amigo de su hijo, dejó la mujer de contenerse y, exagerando para que no se cabreara, empezó a gemir, a chillar de placer, mientras el negro se balanceaba adelante y atrás, adelante y atrás, follándosela.

  • ¡Sí, sí, aaaaahhhhh, me gusta, sí, sí! ¡Aaaaahhhhh aaaaaahhhhh! ¡Más, más!, aaaaahhhhh!

Aumentó el ritmo el negro y en cada embestida se movía la cama y la mujer sobre ella, cada vez más violentamente, provocando que Rosa, al no poder aguantar sus brazos las arremetidas, los dobló y metió la cabeza entre ellos, apoyándola sobre el colchón.

Las cada vez más violentas embestidas iban acompañadas de sonoros azotes en las nalgas de la mujer, como si estuviera Oliver domando una yegua salvaje.

A punto de alcanzar el orgasmo, se detuvo, intentando contenerse y, sacando la verga del coño de Rosa, lo sujetó con fuerza con una mano para que no eyaculase en ese momento todo el esperma que tenía.

Incorporándose un poco, empujó suave pero firmemente a la mujer por las caderas para que se tumbara bocarriba sobre la cama. Y nada más hacerlo, Oliver se colocó entre las piernas de Rosa, y la volvió a penetrar esta vez por delante, la penetró hasta el fondo, y, apoyándose en sus brazos, nuevamente comenzó a follársela lentamente, disfrutando ahora de la visión de las normes y erguidas tetas de la mujer, bamboleándose adelante y atrás, adelante y atrás, en cada acometida del negro.

Ella, con los brazos ahora estirados encima del colchón, apuntando hacia la cabecera de la cama, y con las piernas cruzadas sobre la cintura del macho, disfrutaba, con los ojos cerrados, del polvazo que la estaban echando.

Sus labios encarnados, carnosos y brillantes permanecían entreabiertos mientras su sonrosada lengua jugueteaba entre ellos. Ya no simulaba, no chillaba tan escandalosamente como antes, solo gemía y suspiraba por el auténtico placer que sentía.

Oliver ya no solo se fijaba en las tetazas en danza de la mujer sino también en sus gordezuelos labios y en su goloso lengua. Y pensó que estaban hechos para mamar, para comer pollas, para disfrutar comiendo pollas y para tragarse todo su esperma.

Pero esta vez, sí que no pudo contener Oliver el orgasmo, el más fuerte que recordaba, y con el que llevaba tiempo jugando, jugando y deseando.

También él ahora gritó, deteniéndose y descargando todo su esperma dentro del coño de Rosa. Permaneció más de un minuto con su verga dentro de la mujer, gozando del polvo que acababa de echar, y, cuando por fin la sacó, se tumbó bocarriba en la cama al lado de una exhausta y sudorosa Rosa.

Permanecieron en silencio, sin moverse, tumbados completamente desnudos uno al lado del otro, mientras disminuían el ritmo de su respiración.

Después de unos minutos, Rosa tuvo consciencia de que estaba completamente desnuda al lado del amigo de su hijo y avergonzada cogió la toalla que todavía permanecía sobre la cama, cubriéndose con ella desde las tetas hasta la entrepierna. Era ridículo ya que no solo llevaba bastante tiempo sin ropa sino que además el amigo de su hijo se la había follado, pero así se sentía Rosa descansando de los polvos que la había echado.

Pasaron muchos minutos hasta que Oliver, levantando la cabeza y verla tapada, la dijo, al tiempo que tiraba de la toalla, quitándosela y arrojándola al otro lado de la habitación, dejando a la mujer otra vez totalmente desnuda.

  • Pero ¿qué hace, doña Rosa? ¿Cubrirse? Está usted mucho mejor desnuda y, si desea cubrirse, ya la cubriré yo como usted se merece.

La mujer ni dijo ni hizo nada por impedirlo, permaneciendo bocarriba en la cama, temiendo irritar al negro y que lo pagara con ella.

De pronto, Oliver la preguntó:

  • ¿La ha gustado, doña Rosa, la ha gustado que me la follara, que la metiera mi rabo hasta el fondo?

La mujer, que no se lo esperaba, buscó una respuesta que contentara al negro, y respondió en voz baja.

  • Si, sí, … me ha gustado mucho.
  • ¿Tanto cómo cuando se la folla su hijo?
  • ¿Mi … mi hijo? Yo… no … lo hago con mi hijo.
  • ¿Cómo que no? No recuerda cómo la pillamos su marido y yo cabalgando desnuda encima de la polla de Juan, con todas las tetas botando mientras se lo follaba. ¿No me diga que no lo recuerda? La he tratado hasta el momento con respeto, pero si me miente, ya no la respetaré.
  • No, no, por favor, no te enfades. Te explicaré todo.

Y tras unos segundos en los que Rosa respiró profundamente para darse valor, continuó.

  • Fue un accidente. Mi marido me humilló en público y mi hijo vino a consolarme.
  • Y ¡vaya que la consoló! ¡Que se la metió hasta el fondo! Y os pillamos follando como animales en celo.
  • Una cosa llevó a la otra. Se malinterpretaron los sentimientos en una situación muy desagradable.
  • ¡Ya, ya! ¿Desagradable? Pues parecía que disfrutaban de una situación más bien muy agradable, con la polla dentro de su coño, cabalgando como una auténtica amazona.

Y la mujer se puso a llorar abochornada, tapándose el rostro con sus manos.

  • No se ponga así, doña Rosa, que usted está tan buena que hasta su hijo se la quiere follar.

Comentó Oliver intentando reconfortarla, y, como la mujer continuaba llorando, la dijo:

  • A partir de ahora no solo la llamaré doña Rosa sino que también la llamaré mamá para que no se avergüence cuando su hijo se la vuelva a follar.

Pero, como la mujer continuaba gimoteando y llorando, la amenazó:

  • ¡Cómo no te calles ahora, mamá, te voy a dar por culo, te lo voy a reventar a pollazos y ya verás cómo tienes unos buenos motivos para llorar!

Fue fulminante ya que Rosa dejó de gimotear y lloró en silencio, hasta que en pocos segundos también dejó de hacerlo.

Y mientras Oliver pensaba cómo follársela a continuación, Rosa le pidió permiso para ir al baño.

  • Por supuesto, mamá, es tu casa, pero, por favor, no cierres la puerta.

Respondió Oliver, muy educado.

Ya en el baño, mientras la mujer orinaba, sentada en el inodoro, Oliver la observaba burlón, apoyado en el marco de la puerta. Una amplia sonrisa cruzaba su rostro de ébano, mostrando unos grandes dientes blancos.

Avergonzada, Rosa luchaba por apartar su mirada del gigantesco pene negro que ahora, apuntando hacia el suelo, semejaba una enorme morcilla. Como no se atrevía a mirarlo, su mirada apuntaba al suelo y a sus hermosos pies desnudos.

Del inodoro fue la mujer a la ducha y, cerrando la mampara transparente, abrió el grifo y comenzó a lavarse con una esponja y gel.

Sin dejar sonriente de observarla, Oliver también se acercó al inodoro y se dispuso a orinar.

Un potente chorro disparó su larga manguera, sorprendiendo a Rosa que, sin quererlo, se giró para observar de donde partía el ruido que parecía provocado por una abundante catarata.

Avergonzada apartó enseguida su mirada provocando unas burlonas y prolongadas carcajadas al negro.

Se demoró limpiándose la hembra bajo la ducha, esperando que el macho se marchará, pero éste, una vez finalizada su dilatada y poderosa micción, abrió la puerta de la mampara y se metió en la ducha con Rosa.

Asombrada la mujer no se atrevió a girarse y permaneció de espaldas al negro a pesar de que el cipote de éste, otra vez erecto, se apoyaba en una de las nalgas de la hembra.

Las manos de Oliver la cogieron por detrás las tetas, masajeándoselas, mientras su cuerpo se pegaba al de ella bajo el agua templada que fluía de la ducha.

Más de un minuto permaneció el negro sobándola las tetas cuando la dijo:

  • ¡Límpiame el rabo, mamá, que seguro que lo sabes hacer muy bien!

Volteándose despacio y con cuidado, la dócil hembra se puso frente al macho alfa. Sumisa y con la mirada baja, empezó a acariciarle el erecto miembro. Suavemente lo acariciaba en toda su longitud, desde los cojones hasta la punta y desde la punta hasta los cojones, excitándolo cada vez más.

Las enormes manos del negro no abandonaban en ningún momento las erguidas tetas de Rosa, sobándolas, y mientras el cipote del macho crecía y se congestionaba cada más, las ubres de la hembra no se quedaban atrás. Y si uno se excitaba la otra no lo era menos.

Hasta que de pronto, las manos de Oliver descendieron despacio hasta las nalgas prietas de Rosa, rozando levemente a su paso el curvilíneo cuerpo de la mujer, y, ya abajo, la sujetaron por los glúteos y la levantaron del suelo, acercándola al musculoso cuerpo del macho.

Asustada, le soltó el marmóreo miembro y se abrazó la hembra al cuello del negro, al tiempo que éste, tras un breve tanteo con su cipote, la volvió a penetrar por el coño.

Un profundo suspiro emergió de la garganta de la mujer al ser penetrada, tornándose en gemidos, jadeos y chillidos cada vez que el negro, levantándola y subiéndola con la fuerza de sus poderosos brazos, se la follaba bajo el chorro de la ducha.

Arriba-abajo-arriba-abajo, una y otra vez, hasta que por fin el macho eyaculó de nuevo dentro de la hembra.

Abrazados aguantaron casi un minuto mientras el negro descargaba su reciente carga de lefa, y, cuando la dejó en el suelo, fue él el primero en salir de la ducha y en secarse.

Espero a que ella también saliera y, ayudándola a que secara su cuerpo, la volvió a sobar a conciencia tetas, culo, muslos y entrepierna, para, a continuación, levantarla en brazos del suelo y llevarla, ambos totalmente desnudos, camino del dormitorio.

Los brazos de la hembra abrazaron el cuello del macho, temiendo caerse, pero las manos del negro la sujetaban firmemente por la parte posterior de los muslos y por la espalda, mientras sus ojos se fijaban en sus tetas y en su vulva.

Anonadada, ya se veía Rosa nuevamente follada, y ya iban ni se sabe cuántas veces las que se la había tirado. No se podía creer que fuera tan potente el negro para copular con ella tantas veces seguidas. No se atrevía, pero quería suplicarle que no se la follara más, que no podría aguantar tantas veces seguidas, que necesitaba descansar, que la dolía el coño y las tetas de tanto sobe y polvo.

La deposito bocarriba sobre la cama de matrimonio, pero en lugar de meterse otra vez entre las piernas de la hembra para follársela, abrió el armario y cogió los zapatos rojos de tacón, poniéndoselos delicadamente a la mujer.

  • Por favor, mamá, dame algo de comer que a ti te comeré más tarde.

Ayudada por Oliver, la mujer, aliviada por poder descansar de tanta cópula, se levantó de la cama y, seguida por el negro, se encaminó por el pasillo camino a la cocina. Como no se estaba acostumbrada a ir con unos zapatos con tanto tacón, caminaba haciendo eses, cruzando las piernas para mantener el equilibrio. Los ojos del macho no se perdían ni un solo bamboleo de los macizos glúteos de Rosa mientras sus manos la soban las nalgas y la daban ligeros azotitos.

Al llegar a la cocina, Rosa se atrevió a preguntar qué quería comer.

  • ¡Tu culo, tus tetas y tu coño! Pero eso será más tarde. ¿Qué puedes ofrecerme más, mamá?

Sin hacer caso a sus comentarios, abrió la nevera, mirando dentro, pero el negro la abrió todavía más para también él mirar, y preguntó:

  • ¿Qué les das a los hombres para que te follen más?

Observando el interior del refrigerador, Oliver, colocado detrás de Rosa, la sobaba las tetas mientras frotaba su verga otra vez erecta sobre las nalgas prietas de la hembra.

  • ¿Qui … quieres que te prepare unos huevos?

Balbuceó la mujer solícita.

  • ¿Huevos? ¿Eso es lo que se comen los hombres para follarte, mamá? No, no es mala idea, pero me los como crudos y tú me acompañaras comiéndome los míos.
  • Yo los prefiero en tortilla.

Se atrevió Rosa a comentarle en voz baja, obviando el comentario de Oliver.

  • Adelante, mamá, prepárate unos huevos. No serán los únicos que te comas hoy.

Cogiendo la mujer un par de huevos se dispuso a prepararlos, no sin antes ponerse un delantal de hule que la cubría por delante para que no se quemara, pero que dejaba todo su culo al aire.

Mientras los hacía, las manos del negro no dejaban de sobarla las nalgas. Aun así pudo Oliver tomarse media docena de huevos crudos y un par de plátanos. Tanto follar le había dado mucha hambre.

Una vez terminó la mujer de preparar la tortilla, se quitó el delantal y se sentaron en la mesa de la cocina para que ella también comiera, obligándola a que se sentara sobre las piernas del negro y con la verga erecta de éste dentro del coño de ella, así como las manos del negro sobre las tetas de ella, sobándoselas.

Para beber Oliver había tomado un cartón de leche de la nevera y bebía a morro, vertiendo algo de leche sobre su rostro que fluía por su barbilla y cuello hasta su pecho.

Se lo dio a beber también a Rosa que, para no contrariarle, también bebió pero ahora sí que se vertió intencionadamente gran cantidad de leche sobre el rostro y los senos desnudos de la mujer que se agitó, intentando detener con sus manos el flujo de leche que corrió también por su vientre, por sus muslos y por su entrepierna.

Ante las risotadas del joven, se incorporó ocasionando que la verga del negro saliera de su coño, pero las manos de éste la atrajeron hacia él, girándola de forma que quedara sentada a horcajas en la silla frente a Oliver, que sujetándola fuertemente por las nalgas, comenzó a lamerla ansiosamente las tetas.

  • ¡Qué tetas tan ricas tienes, mamá, y como me gusta tu leche!

Se reía a carcajadas entre lametón y lametón.

Rosa, sujetándole el rostro con sus manos, intentaba mantenerle alejado de sus pechos al tenerlos muy irritados de tanto sobeteo y los lametones la dolían.

Ante la resistencia de la mujer Oliver se detuvo, extrañado de que encontrara más resistencia al lamerla las tetas que al follársela.

  • ¡Me duelen!

Exclamó Rosa a modo de excusa, haciendo pucheros como si fuera a llorar, y el negro se dio momentáneamente por satisfecho, dejándola que comiera la tortilla.

Después de que la mujer se la comiera, el negro cogió un enorme plátano, lo peló y se lo pasó sonriente a la mujer diciéndola:

  • ¡Venga, mamá, no te cortes y demuestra a tu niñito cómo se come la polla a un hombre!

Entregada, Rosa no se atrevía ni a rechistar, y cogiendo la fruta con la mano, empezó a darla largas lamidas con su lengua sonrosada. Lentamente recorría el plátano en toda su longitud, de arriba abajo y de abajo arriba, hasta que el macho la detuvo y la hizo levantarse.

  • ¡Ven conmigo, mamá, no quiero que desperdicies tu talento!

Dejando el fruto sobre la mesa, la tomó de la mano y la llevó hasta el salón donde el negro se sentó en el sofá, se abrió de piernas y, enseñando su enorme pene erecto la dijo, sonriente.

  • ¡Mejor cómeme a mí el plátano, mamá!

La hembra, dócil, se puso de rodillas en el suelo, entre las piernas de Oliver, y, mirando asombrada el tamaño del miembro de ébano, la cogió aprehensiva con las dos manos como si fuera una boa peligrosa.

Acercó con cuidado su boca y le dio una ligera chupada con la punta de la lengua en el glande, luego otra y otra. Se fue motivando. No le supo precisamente mal, y un lametón llevó a otro y a otro, como si estuviera saboreando una dulce piruleta. Luego lentamente y con cuidado se metió el cipote erecto y empapado en la boca y lo acarició con sus carnosos labios, profundizando un poco más, hasta que se lo metió en la boca, hasta el fondo de la garganta, masajeándolo con sus gruesos y sonrosados labios, mamándolo. Se lo sacó de la boca y lo acarició con sus manos, volviéndoselo a meter, repitiendo la acción una y otra vez, cada vez con más energía, con más ganas. Con los ojos cerrados, la hembra se concentraba en la mamada y lo sobaba y lamía cada vez más rápido

Empezó el negro a notar que se iba, que se corría con ganas, pero en lugar de avisarla para que se la sacara de la boca, disfrutó del momento, descargando con fuerza todo el esperma que tenía dentro de su boca.

Al sentir la hembra la descarga abrió de pronto los ojos, espantada, y casi se le salen de las órbitas, ahogándose por tamaña descarga, y, tosiendo, intentó sacarse el gigantesco rabo de su boca.

Cuando al fin lo consiguió, el esperma desbordaba su boca, saliendo incluso por los agujeros de su nariz.

Con grandes arcadas, se levantó del suelo y echó a correr tan rápido como pudo hacia el baño. En cada zancada sus tacones repiqueteaban furiosos en el suelo y sus fuertes glúteos se contraían ante la mirada, entre lasciva y divertida, del negro.

De rodillas frente al inodoro, estuvo tosiendo, haciendo arcadas, escupiendo y vomitando lefa durante más de un minuto.

Oliver se levantó del sofá y, divertido, se dirigió con su miembro todavía goteando esperma hacia el baño.

Viéndola allí, de rodillas ante el wáter, se puso a reír y grandes carcajadas retumbaron por toda la vivienda durante varios minutos, y, cuando se detuvo, la dijo:

  • ¡Venga, mamá, límpiate la boca y los dientes que me gustas limpia cuando te follo!

Espero en el salón, sentado en el sofá, recorriendo los canales de la televisión, sin fijarse en ninguno, hasta que de pronto sonó el teléfono.

Dio un brinco en el asiento ya que no se lo esperaba, pero se sosegó y gritó a la mujer:

  • ¡Mamá, el teléfono!

Al verla aparecer deprisa del baño se levantó y también se acercó al aparato, preguntando a Rosa:

  • ¿Quién es?

Mirando el número que aparecía en el teléfono la mujer le dijo:

  • Mi amiga Elisa.
  • Cógelo, pero cuidado con lo que dices.
  • No te preocupes, que no quiero que se entere de nada.
  • Déjala que hable y te sientas conmigo.

Descolgó Rosa el teléfono y saludó a su amiga, mientras se sentaba en el sofá, al lado de Oliver.

  • Hola, Elisa.
  • ¡Vaya con mi amiga! Me has dejado con la palabra en la boca. Era tan importante que me hayas colgado así, tan de sopetón.
  • Siento haberte dejado antes pero llamaban a la puerta y era el fontanero.
  • ¡El fontanero! Espero que te haya desatrancado todas las tuberías, porque si es por tu marido tendrían hasta telarañas.
  • Verás, es que ayer se me cayó un pendiente por el desagüe de la cocina y no podía recuperarlo. Así que esta mañana temprano Dioni, al salir hacia el trabajo, se pasó por el fontanero y …
  • ¡No me cuentes cuentos, Rosi, que ya te conozco! Y ¿qué tal te limpió tus tuberías? ¿Te encontró la joya? ¿Te dejó satisfecha?
  • ¡Qué tonta eres! Siempre con tus tonterías.
  • ¡Sí, sí, tonta! Pues veras te cuento …

Y empezó Elisa con un monólogo nada interesante e intrascendente.

Oliver indicó a Rosa que se sentara encima de sus piernas y eso hizo la mujer, muy obediente, se sentó encima, pero no de las piernas, sino de la polla del negro.

Mientras la hembra escuchaba a su amiga, las manos del macho la sobaban las tetas y, como sentía que su verga estaba otra vez volviendo a la vida, hizo incorporarse a la mujer de forma que se sentara con su cipote erecto dentro de su coño.

Algún que otro monosílabo soltaba Rosa, poniéndose cachonda poco a poco de tanto sobe, y más aún cuando una de las manos del negro bajó a la entrepierna de la mujer, y acariciándola suave e insistentemente entre sus labios vaginales, se concentró en su cada vez más congestionado clítoris.

Sin poder evitarlo la mujer empezó a gemir, sin que Elisa notara nada extraño, pero cuando emitió Rosa un gemido mucho más alto, Elisa se detuvo en su cháchara:

  • ¿Me decías algo, Rosa? No te he entendido bien.
  • No, no, nada, nada.
  • ¡Ah, bien! Era como … como si estuviera aún ahí el fontanero limpiándote tus tuberías. Pues bien te estaba contando …

Y siguió hablando y hablando mientras el negro continuaba masturbando a Rosa.

Cubriéndose la boca con la mano para ahogar los gemidos, suspiros y chillidos que daba de placer y su amiga no se diera cuenta, Rosa estaba a punto de correrse, pero antes de que lo hiciera, Oliver dejó de masturbarla, y, haciendo que se tumbara de lado en el sofá, se colocó también tumbado detrás de ella.

Sujetándola con una mano por una teta, empezó, mediante movimientos de cadera, a follársela por detrás. Uno-dos-uno-dos-uno-dos.

Activando el altavoz del teléfono lo dejo Rosa sobre el brazo del sofá y se escuchaba en toda la casa la cháchara intrascendente de Elisa.

A la voz de Elisa se fue incorporando el sonido de los cojones del negro chocando una y otra vez con la entrepierna de Rosa, haciendo que Elisa detuviera por un momento su cháchara para decir:

  • Pero ¿no lo oyes? ¿No oyes ese ruido? Es como si estuvieran tocando un tambor. ¿No lo oyes? ¡Tam-tam-tam-tam! No sé si será tu teléfono o el mío, pero me recuerda este tam-tam a las películas antiguas de Tarzan cuando los negros antes de follarse a la novia de Tarzan no paraban de tocar el tambor. Pero te sigo contando …

Y al tiempo que Elisa seguía hablando, Oliver se seguía follando a Rosa.

Uno de los extraños vericuetos que seguía la mente y la conversación de Elisa le llevó a un nuevo tema de conversación.

  • Y hablando de tambores. Ese negro amigo de tu hijo, ¿Cómo se llama? Bueno, da igual, me ha dicho un pajarito que lleva metido en tu casa todo el día. Entre el negro y el fontanero debes tener un día de los más … corrido.

Pero Rosa y Oliver ya no la escuchaban, tan concentrados estaban follando.

El negro, como se había corrido tantas veces seguidas le costaba volver a descargar, así que, tomando esta vez Rosa la iniciativa, se soltó de su abrazo y, colocándose en el sofá de rodillas, a horcajadas sobre él, se metió la negra verga en su coño y empezó a cabalgarlo, a cabalgarlo furiosamente, como si no hubiera un mañana, arriba y abajo, arriba y abajo, adelante y atrás, adelante y atrás, columpiándose con potencia sobre la enorme verga, sintiendo cómo ésta crecía y crecía, hinchándose, frotándose reiteradamente por el interior de su sexo.

Mientras Rosa se balanceaba frenéticamente con el cipote de Oliver dentro, éste observaba maravillado cómo se bamboleaban desordenadas las tetas erguidas de la mujer, sin dejar de apretarla y azotarla los glúteos, sintiendo cómo se contraían en cada movimiento.

Acompañando los rítmicos balanceos del folleteo, los chillidos de placer de ambos hicieron por fin callar a Elisa que se quedó escuchando, pasmada y con la boca abierta, lo que estaba sucediendo al otro lado del teléfono.

No se lo podía creer, no se podía creer que estuviera follando su amiga, que ya no era una bravuconería, y solo pudo articular en voz apenas audible y con un tono irreconocible:

  • ¿Rosa?

En el momento que alcanzaban el orgasmo, dieron sin darse cuenta un golpe al teléfono que, cayendo al suelo, cortó la comunicación.

Mirando atónita al teléfono, Elisa no se atrevió a volver a llamar a su amiga, pensando que quizá se habían cruzado las líneas y no era Rosa a la que se estaban follando.

Permaneció Rosa tumbada bocabajo sobre Oliver, gozando del polvo que acababan de echar, cuando escuchó que alguien llamaba al timbre de la puerta de entrada y la aporreaba con fuerza.

Se incorporaron asustados y Rosa corrió desnuda hacia la puerta mientras el negro corrió en sentido contrario para esconderse, temiendo que fuera el marido o el hijo de Rosa los que llamaban.

Poniéndose de puntillas miró por la mirilla de la puerta y observó al portero y a un par de vecinos.

  • ¿Qué ocurre? ¿Qué pasa?

Preguntó asustada, sin abrir la puerta.

  • ¿Doña Rosa?
  • Sí, sí, soy yo. ¿Qué sucede?
  • Abra la puerta. Por favor.
  • Pero ¿qué ocurre?

Y, sin quitar la cadena a la puerta, la abrió unos pocos centímetros, escondiendo su desnudez tras ella y mostrando su rostro por el hueco dejado.

  • Soy yo, soy yo. No me ve. ¿Qué ocurre?
  • Hemos escuchado ruidos extraños que partían de su vivienda y hemos supuesto que la sucedía algo.

Respondió un vecino de mediana edad.

  • ¡Ah! Pues yo no he oído nada. ¿Seguro que ha sido de mi casa?
  • Seguro. Lo llevamos escuchando todo el día.

Respondió una vecina de unos sesenta años que vivía en la vivienda de al lado y su marido, que estaba también allí, lo corroboró.

  • ¡Sí, sí, seguro, de su casa!
  • Por favor, abranos la puerta para comprobar que no hay nadie que la amenace. Si no nos abre, avisaremos a la policía.
  • Teníamos que haberlo hecho ya.

Se quitaban unos a otros la palabra.

  • ¡Les juro que en mi casa no hay nadie más que yo, que llevo sola todo el día desde que se marcharon mi marido y mi hijo! ¡Lo juro!

Replicaba Rosa fuera de sí, suplicando desesperada, pero no lograba que entraran en razón, sino que les encrespaba todavía más.

  • Déjenos verlo a nosotros mismos. No es solo por su seguridad, sino por la seguridad de la finca, de todos nosotros.
  • ¡Está encubriendo a alguien! ¡Miradla, nos quiere engañar, está encubriendo a alguien!
  • ¡A la policía! ¡Llamemos a la policía!

Temiendo que fueran a llamar a la policía, Rosa, viendo que no tenía ningún escape y que todo podía ir a más, les dijo angustiada:

  • Esperen que ahora les abro.

Pero, al ir a cerrar la puerta, el pie de un vecino entre la puerta y el marco, lo impidió.

  • Si no me dejan cerrar la puerta no puedo quitar la cadena.

Suplicó la mujer y retiraron el pie, por lo que Rosa pudo cerrar la puerta, pero antes de quitar la cadena y volver a abrir, se alejó corriendo desnuda por el pasillo, escuchando las voces de los vecinos.

  • Pero ¿qué hace? ¡Abra, abra la puerta!
  • ¡Os lo dije, os lo dije, está cubriendo a alguien!
  • ¡Se quiere escapar, se quiere escapar!

Les gritó Rosa, justificándose mientras corría:

  • Esperen, por favor. Me estaba duchando y voy a ponerme algo. Enseguida les abro.

Entro al dormitorio donde Oliver angustiado acababa de vestirse a toda prisa y mirándole aterrada le imploró, al tiempo que cogía un vestido del armario, uno con la falda larga, hasta los pies para ocultar su desnudez, y se lo ponía deprisa sobre su cuerpo desnudo.

  • Que no te encuentren, por favor, te lo suplico que no te encuentren. Mi marido me dejaría y mi hijo me odiaría toda su vida. Por favor, por favor, te lo suplico. Si no te encuentran te juro que dejaré que me folles siempre que quieras, todos los días de tu vida.
  • Haré todo lo posible, pero … ¿Dónde ... donde me escondo?
  • ¡En el armario … debajo de la cama,…!

Miraba la mujer angustiada a todos lados buscando un refugio seguro para su amante pero sin encontrarlo.

Más gritos y golpes provenientes de la puerta de entrada distrajeron su atención y echó a correr hacia la puerta gritando desesperada.

  • ¡Ya voy, ya voy!

Corriendo por el pasillo se dio cuenta que estaba descalza e iba a volverse al dormitorio para coger unos zapatos cuando se dio cuenta que tenía unos rojos de tacón tirados en el suelo del salón, al lado del sofá donde hacía unos minutos había follado. Los cogió y, corriendo con ellos en la mano, se los puso instantes antes de quitar la cadena de la puerta y abrirla.

Entraron los vecinos empujando con fuerza la puerta como si fueran miuras salvajes en las fiestas de San Fermín.

Recorrieron a la carrera la casa buscando, más que un ladrón o un delincuente, un posible amante con el que avergonzar y chantajear a la vecina maciza y puritana a la que las mujeres envidiaban y los hombres deseaban follarse.

Miraron tras las cortinas del salón y tras los muebles por si alguien se ocultaba allí agazapado y observaron suspicaces lo hundidos que estaban los cojines del sofá y el teléfono tirado en el suelo.

Vieron la suciedad que había en la cocina, con leche y comida derramada en los muebles y por el suelo.

  • ¡Una guarra, una auténtica guarra, ya te lo decía yo!

Comentaron en voz alta varias vecinas.

En el cuarto de baño observaron las toallas tiradas por el suelo, manchas de meado próximas al inodoro y la humedad asfixiante del baño.

Al final de la vivienda estaba el dormitorio conyugal y, aunque Rosa se puso frente a la puerta para impedir su entrada, la echaron violentamente a un lado y entraron empujándose unos a otros compitiendo por ser los primeros en pillar al tipo o tipos que escucharon todo el día follándose salvajemente a la vecina.

Vieron emocionados y triunfantes la cama sin hacer, con las sábanas arrugadas y sucias, como si allí mismo hubieran estado copulando desenfrenadamente animales en celo.

Mientras unos cogían con sus dedos muestras de semen y las miraban, olían e incluso saboreaban con asco, otros miraban tras los muebles y debajo de la cama, incluso con linternas para que no se les escapara ningún detalle. Empujando a Rosa que estaba delante del armario, abrieron violentamente sus puertas y …¡no encontraron a nadie!

Aprovechando que el armario estaba abierto, más de una mujer hurgó en su contenido e incluso un hombre robó unas bragas de seda que se escondió en el bolsillo.

Resoplando frustrados, los vecinos no podían contener su sensación del más rotundo fracaso. Sus rostros reflejaban una auténtica amargura.

  • ¡No me lo puedo creer! ¡Tiene que estar aquí! ¡Mirad bien entre las sábanas! ¡Algo nos hemos dejado sin mirar!

Deshicieron la cama, tirando al suelo sábanas, almohadas e incluso el colchón, pero nada … no estaba ahí.

Rosa respiró aliviada, ¡no estaba ahí el negro! … pero ¿dónde estaba?

Recorrieron nuevamente las habitaciones, buscando al follador, y miraron incluso dentro de la nevera, de la lavadora y del depósito de agua del inodoro, como si fuera un lujurioso gnomo el que se tirara a la maciza, pero no lo encontraron.

Miraron sospechosos a Rosa, y una chilló:

  • ¡Lo tiene oculto bajo el vestido!
  • ¡Sí, sí, yo lo he visto! ¡Arranquémoslo!
  • ¡Eso, eso, hay que desnudarla!

Secundaron emocionados no solo los hombres, sino también las mujeres, y se abalanzaron sobre una Rosa paralizada y, antes de que reaccionara, varias manos tiraron de su vestido y, en momento, lo desgarraron, dejándolo hecho trizas y descubriendo el voluptuoso cuerpo desnudo de la mujer.

¡Sus enormes, redondas y erguidas tetas, sus macizas y levantadas nalgas, su jugosa vulva apenas cubierta por una fina franja de vello púbico, sus torneados muslos, todo en ella reclamaba sexo!

Chilló intentando cubrir con sus manos sus más que evidentes encantos ante las lúbricas miradas de todos los babosos vecinos.

Sobándola las tetas, el culo y los muslos, intentaron quitarla la mano que cubría su entrepierna, al grito de:

  • ¡Entre las piernas, lo tiene entre las piernas!

Pero ella, resistiendo el acoso, se escabulló, chillando despavorida, y, corriendo, se metió al cuarto de baño, cerrando la puerta por dentro.

  • ¡A por ella, se quiere escapar!

Gritaron algunos hombres con una erección más que evidente que amenazaba con reventar los pantalones, pero el presidente de la casa, un hombre de casi sesenta años, les paró los pies a voces, intentando recuperar la cordura:

  • ¡Se acabó, no hay nadie más, nos vamos! Si se continúa con este griterío la policía va a ser la que nos detenga a nosotros.

Algún que otro pero se escuchó, pero, temiendo que la policía efectivamente viniera ante tanto escándalo, fueron saliendo de la casa, cerrando la puerta tras ellos.

Se tomó su tiempo esta vez Rosa en salir del baño con el fin de asegurarse que ningún vecino rijoso la estuviera esperando para violarla.

Despacio y con cuidado, mirando precavida a todas partes, salió envuelta en otra toalla que la cubría como antes desde poco más arriba de los pezones hasta poco más abajo de su entrepierna. Estaba claro que esa noche acabaría prácticamente con toda su reserva de toallas de baño limpias.

Al no observar a nadie, se acercó a la puerta de la calle y, tras mirar por la mirilla, echó el cerrojo y la cadena de seguridad.

Recorrió la casa, no solo buscando vecinos escondidos sino también al amigo negro de su hijo, pero … ¿dónde estaría?

Al no encontrarlo por la casa, se le ocurrió que quizá el joven se hubiera precipitado al vacío, así que, saliendo a la terraza, se asomó y, mirando hacia abajo, lo vio.

¡Allí estaba! ¡Escondido, en cuclillas, sujetándose con las manos en una tubería y sus pies sobre un saliente triangular de poco más de treinta centímetros de lado en el exterior de la propia terraza!

Se cubrió la boca para no gritar de la emoción y, cuando pudo por fin controlarse, le susurró en voz baja al tiempo que le sujetaba con las dos manos por una muñeca.

  • ¡Ya se han ido! ¡Ven que te ayudo!

Y sujetándole con las dos manos por una muñeca le ayudó a incorporarse y a meterse en la terraza.

Estaba sudando copiosamente y le dolían tremendamente los músculos y las articulaciones, especialmente de las rodillas que las había tenido mucho tiempo dobladas y en tensión.

Sujetándose en la mujer como si fuera una muleta, el negro logró entrar renqueante en la casa donde Rosa le condujo hasta el sofá del salón donde le tumbó para que se recuperara, quitándole las deportivas para que descansara mejor.

Un gran vaso de agua le llevó para que bebiera.

Y sentándose a su lado le dijo con los ojos llenos de lágrimas de agradecimiento:

  • No tengo palabras para agradecértelo, Oliver. Muchas gracias, muchísimas gracias. Me has salvado la vida y la de mi matrimonio. No sabes cómo te lo agradezco. Estaré contigo en una deuda permanente. Me tienes para lo que quieras, para lo que quieras.

Emocionada la dio un fuerte beso en la boca, metiendo ahora ella su lengua entre los labios del negro, buscando golosa su lengua, lengua con lengua, abrazados, pero un doloroso calambre en una de las piernas de Oliver le hizo retirarse.

  • ¿Dónde te duele? ¿Aquí? Espera que te ayude.

Y, soltándole el pantalón, se lo bajó con la ayuda de él, quitándoselo. Su pene estaba flácido bajo el bóxer aunque seguía siendo más grande de lo habitual.

  • ¿Es aquí, verdad que es aquí donde te duele?

Le preguntó, apuntando con uno de sus dedos en un punto del tríceps del joven, y cómo él asintió con la cabeza, empezó Rosa a masajeárselo con cuidado.

  • Tienes que esperar a la noche para marcharte cuando todos duerman, sino los vecinos te verán salir, y ya ves cómo se ponen los muy animales.

Le dijo dulcemente la mujer sin dejar de masajearle el muslo.

  • Pero … vendrán tu hijo y tu marido y ... me verán. ¿Qué les diremos?

Respondió Oliver exhausto del esfuerzo realizado y bastante confuso.

  • No te preocupes. Te esconderemos y no te verán. Saldrás cuando duerman.
  • Pero … no aguantaría estar colgado otra vez en la terraza.
  • No vas a estar en ningún sitio peligroso. Vas a estar en mi cama con mi marido y conmigo.
  • ¿Có … cómo? ¿Con tu marido y contigo? ¿Los tres juntos … en la cama?

Sonriendo Rosa se lo explicó en un tono suave y meloso.

  • Tú estarás bajo la cama y mi marido y yo sobre ella. Cuando se duerma te avisaré y te marcharas tranquilamente a tu casa.
  • Pero me encontrará.
  • No, ni mucho menos. Vendrá agotado como siempre y se dormirá rápido. En ningún momento mirará debajo de la cama ni tendrá fuerzas para hacerlo.
  • ¿Y mis padres? Se preocuparan de que no vuelva a casa.
  • Les llamarás ahora y les dirás que, cuando acabe el entrenamiento, te vas a ir a tomar unas cervezas con unos amigos que te has encontrado, pero que no volverás tarde. Les dirás que se acuesten y que no te esperen.
  • No sé si funcionará, si les convenceré.
  • Pues claro que funcionará, tienes veinte años y eres todo un hombre que va a la Universidad. Si fueras una mujer todo sería muy distinto. Te lo digo por experiencia. ¡Venga, llámales ahora!

Y, cogiendo el móvil del joven de su pantalón, se lo pasó sonriendo dulcemente y con una mirada que parecía cándida e inocente.

Oliver marcó el número y, después de tres o cuatro segundos, su madre cogió el aparato. El joven empezó a explicarle todo como la mujer le había dicho y, antes de que acabara, la mujer ya le estaba poniendo inconvenientes.

Mientras tanto Rosa no había dejado de masajearle el cuádriceps y, mientras lo hacía, la toalla que envolvía el curvilíneo cuerpo de la mujer se fue bajando, dejando al descubierto los dos pezones sonrosados así como las dos areolas oscuras.

Sin hacer ningún caso a la toalla que poco a poco se iba soltando, continuó Rosa masajeándole el muslo y, cuando por fin la toalla se soltó, dejando al descubierto la totalidad del cuerpo desnudo de la mujer, Oliver que todavía estaba hablando por teléfono, estiró su brazo libre, comenzando también él a masajearla, a sobarla uno de sus senos.

La verga del negro había ido creciendo y creciendo a medida que la hembra se iba quedando desnuda y, cuando la toalla se desprendió, dejándola como vino al mundo, el cipote ya había salido del bóxer y apuntaba orgullosa al techo.

Rosa, que en todo momento había observado el increíble aumento en altura y grosor del virtuoso pene, trasladó sus manos del muslo al cipote, masajeándolo también. Suavemente como si se tratara de un artículo muy frágil y valioso. También su boca descendió al miembro, besándolo delicadamente, un beso tras otro, un chupada al glande, luego otra, hasta metérselo en la boca y acariciarlo con sus labios sedosos y con su lengua sonrosada y esponjosa.

Al teléfono la madre de Oliver continuaba hablando mientras Oliver ya ni la escuchaba, pendiente solo de la mamada que Rosa le estaba obsequiando.

El padre, hastiado de escuchar a su mujer y que lo único que quería es que no le molestaran, la quitó el teléfono de las manos y le dio el visto bueno a su hijo sin ni siquiera escucharle, colgando a continuación.

También Oliver colgó su móvil, dejándolo caer al suelo y, deslizándose lentamente en el sofá, se quedó tumbado bocarriba mientras Rosa le comía suave y lentamente la erecta polla.

Sin dejar de mamársela se tumbó Rosa bocabajo sobre Oliver, abriéndose de piernas y ofreciéndole su lubricado sexo a la boca del joven.

El negro no desaprovechó la ocasión y, sujetándola por las nalgas, también él comenzó a lamerla el coño, despacio, sin prisas pero insistentemente, entre sus labios vaginales, arriba y abajo, arriba y abajo, abriéndoselos como si fuera el despertar de un capullo de rosa en primavera.

Y cuando llevaba varios segundos concentrándose en su clítoris, Rosa, muy excitada, incorporó la parte superior de su cuerpo y, moviendo su pelvis hacia delante, colocó su vulva a la altura de la verga del negro y se la metió.

Se la introdujo dentro, despacio y sin prisas, se la fue metiendo hasta el fondo y, al llegar al fondo, se mantuvo quieta unos segundos para comenzar a levantarse poco a poco, haciendo que el cipote se frotara por el interior de la lubricada vagina.

Lenta y suavemente fue la hembra subiendo y bajando, subiendo y bajando, adelante y atrás, adelante y atrás, balanceándose dulcemente, columpiándose sobre el cipote erecto del macho, sintiendo cómo éste crecía y crecía, hinchándose, restregándose reiteradamente por el interior de su vagina. Mientras Rosa, más que bambolearse, fluía con el cipote de Oliver dentro, éste observaba embelesado los glúteos perfectos de la mujer y cómo se contraían sus músculos en cada movimiento, y cómo su verga erecta entraba y salía del cada vez más empapado sexo.

Los suspiros y gemidos de ambos se acompasaban con los rítmicos balanceos del folleteo y, cuando éste fue poco a poco incrementando su ritmo, aquellos hicieron lo propio, hasta que, sintiendo el joven que se iba, sujetó las caderas de la hembra, corriéndose dentro, mientras ahora no gemía sino chillaba de placer.

Después del polvo, Rosa le ofreció la cena que le llevó en una bandeja al sofá donde todavía estaba tumbado, viendo ahora la televisión como un niño bueno. Consistía la cena, ¡como no!, de media docena de huevos crudos, plátanos y leche.

Mientras Oliver engullía su cena, la mujer aprovechó para arreglar y limpiar la casa, metiendo finalmente las sábanas y las toallas sucias en la lavadora. Eligió, por supuesto, un programa largo para lavar, uno de dos horas, tiempo que preveía que tardaría su hijo o su marido en llegar a casa.

Acercándose al sofá, retiró la bandeja con los restos de la cena que el joven había dejado. Limpiándola y colocándola en su lugar.

Nuevamente se acercó al salón donde un Oliver consumido la preguntó inocentemente:

  • ¿Y ahora qué hacemos?

Y Rosa, como respuesta se puso de pies entre el televisor y el sofá, y dejó caer al suelo la toalla que la cubría, quedándose nuevamente completamente desnuda frente al macho.

  • ¿Tú qué crees?

Fue la única respuesta que dio, sonriendo perversamente, y el cipote del macho creció y creció.

Poco más de dos horas más tarde, se escuchó cómo una llave abría la puerta de la vivienda y, empujándola, Dioni y su hijo entraron sin problemas al no estar puesta la cadena de seguridad en la puerta.

Una solícita Rosa salió, ahora sí vestida, sonriendo alegremente al encuentro, besando en la mejilla a los esquivos familiares. Venían muy cansados, uno por una muy larga y aburrida jornada laboral y el otro por los estudios y el deporte, por lo que solo querían tomar algo ligero e irse a la cama.

  • Lo siento, Rosi, pero estoy tan cansado que me voy a la cama. Siento si te hemos dejado sola todo el día, pero no me ha sido posible ni llamarte. Espero que no te hayas aburrido.

Fueron las únicas palabras que pronunció el marido después de tomarse en silencio un sándwich de queso y antes de irse arrastrando los pies a la cama. El hijo ni siquiera dijo eso, solo se fue a dormir.

Menos de media hora después, mientras el esposo y el hijo de Rosa dormían profundamente en sus respectivas camas, la mujer se incorporó sin hacer ruido.

Colocándose a cuatro patas activó una aplicación de su móvil que proyectaba un rayo de luz, y avisó, como habían convenido, a Oliver que acurrucado bajo la cama estaba a punto también de dormirse.

Reptando el negro salió de debajo de la cama y, sin hacer ruido, siguió el haz luminoso con el que la mujer le guiaba.

En silencio la mujer miró primero por la mirilla de la puerta de la vivienda por si había algún vecino haciendo guardia, pero en la oscuridad no observó a nadie y, abriendo la puerta, dejó pasar al negro.

Sujetándole antes de que se marchara le susurró al oído, rozándole la mano con su cadera.

  • Espera.

Fue entonces cuando Oliver se dio cuenta que Rosa estaba desnuda, completamente desnuda, que se había paseado sin nada que la cubriera por la casa a oscuras en compañía de su amante y con su esposo e hijo durmiendo.

Sujetándole la hembra con una mano por el cinturón del pantalón, con la otra le bajó la bragueta y, metiendo la mano, le sacó la verga.

Poniéndose de rodillas encima del felpudo de la puerta le comió nuevamente la polla y, aunque estaba sin una gota de esperma en su cuerpo, logró Rosa sacar oro de donde no había y un nuevo orgasmo alcanzó Oliver contra todo pronóstico.

Aún antes de marcharse, Rosa limpiándose con la mano el escaso esperma que el negro había eyaculado, le recordó en voz apenas audible:

  • Mañana a las once te espero en la cama. No me hagas esperar, mi negro.

Y le dejó ahora sí marchar, cerrando la puerta a sus espaldas.

Fue un día completo que Rosa y el negro recordarían siempre.