El negocio es el negocio
Nunca podía haber imaginado que un viaje de negocios terminase incluyendo un trío en la agenda.
El negocio es el negocio
Elena es Directora Comercial de la empresa donde trabajo. También es la esposa de Don Arturo Esquivias, miembro del consejo y socio fundador. Uno de los secretos mejor guardados del mundo es lo que se refiere a ese matrimonio y al puesto que ella ocupa, y el hecho de que su marido sea quince años mayor que ella podría dar algunas pistas. Lo que nadie duda es que, a sus cuarenta y ocho años, tras más de veinte de experiencia, Elena es una de las mejores profesionales en nuestro campo, y a nadie le importa fuera de los chismorreos si está ahí por ser la esposa de Don Arturo o al revés.
Yo no había tenido demasiada relación laboral con ella, pero es una persona muy extrovertida y habíamos charlado muchas veces sobre temas de lo más variado. Pero eso no justificaba que, en determinada ocasión, la acompañase en un viaje de negocios. La razón era la gripe, que diezmó nuestra plantilla en aquel frío mes de marzo. En aquella convención de Barcelona esperaban a dos personas de nuestra empresa, Elena y Ramón, que estaba de baja. Y aunque ella se bastaba para realizar el trabajo, decidió buscar otra persona. Yo trabajo en el área de coordinación, y ello me obliga a conocer a grandes rasgos el trabajo de todos los departamentos. Y por eso fui el elegido. No me disgustó, a pesar de que los viajes de trabajo me aburren bastante. Elena es una mujer muy agradable y divertida y, todo hay que decirlo, increíblemente atractiva pese a su edad. La pregunta de si hay o no cirugía de por medio para justificar esto último queda, al igual que lo de su marido, para los cotilleos.
El viaje tenía una agenda apretada, que giraba alrededor de una convención de empresas en un gran hotel de las afueras de Barcelona. La tarde de nuestra llegada, tocó asistir a una larga conferencia sin ningún objetivo más allá del autobombo y el pavoneo de los ponentes. Por la noche habían organizado un cocktail para los participantes en una discoteca anexa al hotel, donde debíamos contactar con Lydia Pons, la ejecutiva de una empresa con la que presumiblemente se iba a firmar un importante contrato al día siguiente. Realmente ese era el objetivo primordial del viaje. Durante la fiesta, la esperamos inútilmente, hasta que Elena recibió un mensaje en el móvil: Lydia posponía el encuentro para las nueve de la mañana siguiente, en la cafetería del hotel. Por tanto, ese día, ya estaba todo hecho. Entablamos conversación con tres colegas de otra empresa y estuvimos charlando amigablemente. En determinado momento debieron abrir la discoteca al público y se llenó de gente, de manera que optamos por sentarnos a una mesa alejada de la pista para hablar más cómodamente.
A buen seguro que si Elena hubiera sabido que se iba a tener que sentar en unos sillones tan bajos hubiera elegido otro vestuario para esa noche. Llevaba una falda larga, pero muy ajustada y con una gran abertura en el lado izquierdo que en esa postura dejaba ver mucho más de lo que ella hubiera querido. También se había puesto un elegante corpiño que, aunque ella no se dio cuenta, ofrecía desde arriba unas vistas bastante interesantes a todos los que pasaban andando por nuestro lado. Nuestros contertulios no la quitaron ojo en ningún momento. Y ella acabó por sentirse incómoda, luchando disimuladamente con su falda para colocarla de la manera más púdica posible.
Después de un buen rato, afortunadamente, uno de ellos recibió una llamada urgente y tuvieron que irse. Tras su disculpa y la despedida Elena pareció respirar aliviada. Yo, divertido, me senté a su lado y puse el dedo en la yaga:
-Ya puedes dejar de arreglarte la falda. Entre nosotros hay confianza ¿no?
-¡Dichoso vestuario! -replicó ella-. No niego que si me pongo esta falda es para enseñar la pierna, pero no tanta cantidad.
-Bueno, deberías estar orgullosa -añadí. Creo que estos tres van a recordar tus piernas durante mucho tiempo.
-¿Y tú no? -preguntó con mirada pícara-. Porque creo que a ti también se te iban los ojos todo el rato.
-Yo pienso en tus piernas muy a menudo, no sólo hoy. Y claro que se me han ido los ojos, y lo malo es que se me puedan ir las manos -respondí, tensando la cuerda.
-¿De verdad te atreverías? -me susurró al oído al tiempo que se acercaba peligrosamente a mí.
En lugar de responder, mi mano se aventuró, a través de la famosa abertura, debajo de su falda. Mientras yo acariciaba sus muslos ella empezó tímidamente a besar mi cuello, pero enseguida se detuvo y sacó mi mano de entre sus piernas.
-Estaría bien, no lo pongo en duda -dijo-. Pero no va a ocurrir. No creo que sea prudente mezclar sexo y trabajo.
Se levantó, besó mi mejilla y se fue tras emplazarme para la cita de la mañana siguiente. Me impresionó la naturalidad con la que Elena había manejado la situación.
A la mañana siguiente llegué a la cafetería antes de la hora de la reunión. Elena llegó puntual, pidió un frugal desayuno y aprovechó para consultar alguna cosa en su pda. Por supuesto no mencionamos absolutamente nada de lo de la noche anterior. Casi media hora después, Lydia hizo acto de presencia. Era una mujer de unos treinta, algo rellenita, pero sin llegar a ser realmente gruesa. Y a ella no parecía importarle, a juzgar por su ajustadísimo traje. La chaqueta con un escote que mostraba la ropa interior. Y la falda casi incapaz de cubrir nada de sus enormes muslos, y que dejaba ver el encaje del final de sus medias en cuanto se sentaba.
Tras los saludos de cortesía, Elena empezó a hablar, pero Lydia la cortó enseguida.
-No hace falta que sigas, reina. Sé lo importante que es este contrato para tu empresa y para ti. Pero en realidad ya me he decidido por otra oferta mucho mejor hace días y nada de lo que me ofrezca tu empresa hará que cambie de opinión.
El tono de Lydia era casi insultante. Pero Elena no alteró el gesto.
-Me parece correcto, Lydia. Sin embargo te hubiera agradecido que me lo hubieses comunicado antes -dijo con total tranquilidad mientras se levantaba, dispuesta a irse.
-¡No tan deprisa! Todavía te queda una oportunidad -le indicó Lydia.
-¿En qué quedamos? -pregunté yo, adelantándome sin querer a una intervención probablemente más inteligente de Elena.
-¿Alfredo, verdad? -me preguntó Lydia mientras se volvía hacia mí-. Pues verás, he dicho que vuestra empresa no puede ofrecerme nada. Pero creo que vosotros dos sí. Iré directa al grano. Quiero que nos acostemos los tres.
Nuestra sorpresa fue mayúscula. Sin embargo, pasados unos primeros instantes de vacilación, Elena, incomprensiblemente, dijo:
-¿Así de sencillo? ¿Hacemos un trío y me firmas el contrato?
-Eso es -respondió Lydia, con una malsana sonrisa.
-Estamos de acuerdo -escuché decir a Elena sin creer lo que estaba ocurriendo. Pero era real: unos instantes después acompañábamos a Lydia a su habitación.
Aproveché que nos habíamos distanciado un poco de ella para pedir explicaciones:
-¿Estás loca? ¿Cómo has sido capaz de aceptar este disparate? Esto es de locos. ¿Qué ha sido de lo de no mezclar sexo y trabajo?
-Nos hace falta el contrato -me dijo en voz baja-. Además, esta tía va de farol. Es un putón verbenero, todo el mundo lo sabe, pero dudo que llegue tan lejos. Y si así fuera... ya veremos.
Ya en la habitación, Elena volvió a intervenir.
-Entonces, se trata de que Alfredo y yo follemos contigo. ¿Tienes alguna idea o podemos improvisar? Y, más importante, ¿cómo sabemos que después de pasar por esto vas a firmar el contrato?
-Tenéis mi palabra -respondió-, pero debéis complacerme en todo lo que os pida.
Instantes después, su respuesta volvía a oírse a través de algún aparato electrónico. Se trataba del pda de Elena, que ella sostenía mientras taladraba a Lydia con su mirada.
-Creo que si esta grabación llegase a tu empresa tendrías algún problema ¿no? -le espetó Elena.
-No tantos como tú con tu marido si viese esto -respondió Lydia entregándole un sobre. Elena lo abrió y encontró una serie de fotos de la noche anterior, en la discoteca. La calidad era malísima, supongo que debido a que estaban hechas con un móvil, pero eran bastante elocuentes: ella besándome mientras mi mano se perdía entre sus muslos. Para colmo, un detalle que se me había escapado: con el roce, su corpiño había cedido ligeramente, dejando escapar uno de sus pezones. La imagen parecía reflejar mucho más de lo que realmente ocurrió, pero el gesto de Elena era un poema. La suerte estaba echada: quién me iba a decir a mí que iba a hacer un trío con una mujer mayor que mi madre y con otra tan alejada de mis gustos habituales.
-Supongo que tú ganas -admitió Elena, resignada.
-Claro, querida. Pero tú obtendrás tu preciado contrato, y además vas a pasar un buen rato, ya verás -replicó Lydia mientras se deshacía de la chaqueta, mostrando su ropa interior. A pesar de que esa mujer no era mi tipo, provocó cierta reacción en mi entrepierna. No obstante, preferí seguir al margen de los acontecimientos, esperando que, como decía Elena, todo fuese un farol.
Cuando Lydia sentó a Elena en la cama y empezó a desnudarla, mis últimas esperanzas se desvanecieron. Elena se resistía tímidamente, pero finalmente dejó que le quitase la chaqueta y le desabrochase la blusa, para hundir su cabeza entre sus pechos, cubiertos aún por un elegante y sugerente sujetador. Por un instante se detuvo y se dirigió a mí:
-¿Quieres mirar por el momento? De acuerdo, pero debes desnudarte. Ya tendrás tiempo de intervenir -dijo mirando hacia la mesita de noche, donde había colocado una caja de preservativos.
Elena me hizo un gesto afirmativo con la cabeza. Lydia seguía besando su cuello y la parte superior de sus pechos cuando terminé de desnudarme. Le dedicó una aprobativa mirada a mi pene en erección y acto seguido se volvió para besar apasionadamente en la boca a Elena que, aceptándolo de buen grado, cerró los ojos, se tumbó totalmente y dobló las rodillas dejando que su falda resbalase por los muslos hasta mostrar por entero sus bonitas piernas, enfundadas en unas elegantes medias grises que las cubrían casi por completo. La otra aprovechó para acariciar sus muslos pausadamente, mientras seguía besándola, lo cual provocó un cambio en la respiración de Elena, cuyas manos también acariciaban ya, aunque tímidamente, el cuerpo de Lydia. Yo, por mi parte, no puede evitar empezar a masajearme el miembro, aunque sin llegar a masturbarme abiertamente.
La temperatura subió varios grados en el momento en que Lydia le quitó las bragas a Elena, y empezó a tocar sus partes más íntimas. Ella, que estaba ya muy excitada, empezó a suspirar enloquecida.
-¡Dios mío! -Exclamó Lydia-. Parece ser que Don Arturo no atiende debidamente sus obligaciones conyugales. Está mujer está muy necesitada. Fíjate cómo se ha puesto, y casi no hemos hecho nada.
Elena hizo un intento de protesta, pero no pudo continuar, porque la otra había empezado a masturbarla ferozmente y ya no logró articular más que aullidos y jadeos.
-¡A ver, Alfredo! -dijo Lydia sin mirarme-. Creo que va siendo hora de que te ganes el sueldo. Yo le estoy arreglando el cuerpo a esta puta, pero ella no me está ofreciendo gran cosa. A ver de qué eres capaz.
Obedecí. Me recosté detrás de ella y empecé a manosear sus abundantes pechos, primero por encima del sujetador, para después liberarlos tras bajarle los tirantes. También me recreé un buen rato en sus generosos muslos. Lo cierto es que, a pesar de estar algo gordita, su cuerpo era bastante firme y, en definitiva, nada desdeñable. Elena seguía disfrutando de modo evidente, y más cuando Lydia acercó su cabeza a su sexo y empezó a lamérselo.
Yo seguía avanzando. La falda de Lydia, al ser tan ajustada, se le había subido toda a la cintura. Sólo tuve que echar a un lado el tanga para tener el camino despejado. Tras un primer contacto, me di cuenta de que no parecía demasiado excitada, pero aún así empecé a masturbarla con un dedo, sin miramientos. Su vagina era estrecha y cálida, y enseguida empezó a humedecerse. Ella cambió de postura, se puso sobre Elena, estimulándola con la mano, mientras volvía a besar su boca. Tras enfundarme un preservativo, empecé a penetrarla desde atrás. Lydia gimió por primera vez y llevó mis manos hasta tocar a Elena, cuyos pechos Lydia había liberado subiéndole toscamente hacia arriba el sujetador. Ella, al notar una mano diferente, enloqueció aún más.
-¡Ah, sí! ¡Ya me viene! ¡Sigue así! -gritaba Elena. Lydia, aunque parecía disfrutar con mis maniobras, deliberadamente más violentas, se apartó de mí, dejó de tocar a Elena y avanzó hasta dejar su entrepierna a la altura de su boca.
-¡Oh! ¡Por favor! ¡Vuelve a hacérmelo! ¡Haz que me corra ya! -suplicó Elena. Pero la otra fue inflexible.
-¡Venga nena! Ya has tenido suficiente. Ahora te toca a ti -la ordenó. Ella obedeció y procedió a hacerle un cunnilingus, aunque tampoco tenía otra salida, teniendo en cuenta que Lydia prácticamente se había sentado en su cara. Yo aproveché para acariciar los muslos de Elena, la cual enseguida abrió sus piernas, como suplicándome algo más, ya que antes se había quedado a las puertas del orgasmo. Yo me puse otro preservativo y empecé a hundir mi pene en su sonrosada vulva, que no parecía pertenecer a una mujer de su edad. La penetré lentamente durante unos instantes, mientras sus gemidos se amortiguaban en la entrepierna de la otra, pero en cuanto aceleré la marcha ella reaccionó con un grito, lo cual alertó a Lydia de lo que ocurría a sus espaldas.
-¿Qué se supone que estás haciendo? -me recriminó-. Creía haber dejado claro que esta golfa ya ha tenido bastante por hoy. ¡Ven aquí! ¡Métemela a mí!
-¡Oh, por Dios! ¡No te vayas ahora! -suplicaba Elena ante la perspectiva de que cesasen mis embestidas. Yo continué cuanto pude, pero una mirada de Lydia me dio a entender que no tenía otra opción que detenerme. Me molestó bastante tener que dejar a mi colega en semejante estado, pero a pesar de ello mi excitación no decreció ni un ápice. Instantes después volvía a hacérselo a Lydia estilo perro mientras Elena seguía lamiendo su clítoris. Inevitablemente su lengua entraba de vez en cuando en contacto con mi pene y, aunque había un preservativo de por medio, pensarlo me ponía más caliente. Poco a poco me las arreglé para alcanzar con mi mano a Elena y traté de aliviarla lo mejor posible.
Paulatinamente, Lydia abandonó su postura desafiante y se entregó al placer que le estábamos proporcionando. Sus gemidos indicaban que probablemente se iba a correr en breve, de manera que forcé la marcha hasta hacerla gritar. Cuando supuse que estaba al borde del éxtasis, decidí no darle ese placer, y saqué fuera el miembro. Quería, aunque sólo fuera por aquel momento, tener algo de control.
-¡Pero qué haces, estúpido! ¡Sigue! ¡Clávamela de nuevo! -Exclamó-.
-¡Cierra la boca, puta! -respondí, sobreactuando. Y acto seguido me dispuse a penetrarla analmente. A pesar de que el preservativo estaba empapado, tuve bastantes dificultades para entrar.
-¡Qué hijo de puta! ¡Me vas a romper! -exclamaba ella, entre gritos.
-¡Cállate ya, zorra! No querrás hacerme creer que es la primera vez -agregué, sin terminar de creerme que yo estuviese hablando así.
-¡No! ¡Oh! ¡Pero no me lo esperaba, cabrón! ¡Ah, me destrozas, ten algo de cuidado! -seguía vociferando. Elena, por su parte, se había hecho a un lado y observaba la situación mientras se acariciaba levemente. No daba la impresión de estar pasándoselo mal del todo.
Una vez conseguí entrar del todo, se la estuve metiendo con dureza durante varios minutos. Cuando veía que se acomodaba a mis movimientos, me echaba un poco más hacia delante para que mi pene entrase en su ano en un ángulo más forzado, lo que la hacía gritar desesperada. Antes de correrme me retiré, la volví de cara hacia mí, me deshice del preservativo y descargué sobre ella. Me levanté y, viendo que quedaba exhausta en la cama, decidí vestirme y marcharme.
Ya en mi habitación, me di una larga ducha reparadora y después me senté a ver la televisión. Un rato más tarde llamaron a la puerta. Era Elena, que también acababa de ducharse en la habitación de al lado. Sin decir ni una palabra, cerró la puerta tras de sí, se desprendió del albornoz, se arrodilló y empezó a chuparme el pene con gran pericia. Se lo metía lentamente en la boca hasta tenerlo por completo dentro, y después lo sacaba poco a poco, ajustando los labios y sin dejar de usar la lengua. De vez en cuando llevaba su boca hasta mis testículos mientras me masturbaba con rapidez. Pocas veces me la han trabajado así de bien. La dejé hacer durante unos minutos, pero cuando sentí la inminencia de la eyaculación traté de zafarme de ella.
-¡Déjalo ya, Elena! ¡Estoy a punto! -le grité. Ella se limitó a sacar mi pene de su boca sin dejar de estimularlo, hasta que finalmente me corrí sobre ella. Sonrió, se volvió a enfundar el albornoz y se dispuso a volver a su habitación. Aunque había quedado totalmente satisfecho, no me gustó que ella se fuese sin obtener nada y traté de detenerla. La abracé por detrás y metí mi mano por debajo de su albornoz, tocando sus delicados pechos.
-¿Dónde vas? ¿No quieres que sigamos? -la pregunté, mientras deslizaba mis dedos lentamente hacia abajo.
-Estoy muy cansada -me respondió, soltándose de mí-. Además, ya sabes: no mezclar sexo y trabajo. Esto ha sido... Digamos que te lo debía, en compensación por haberte metido en este embrollo.
-Tú no tienes la culpa -la disculpé, resignado-. Espero que por lo menos hayáis firmado el contrato.
-Sí, lo hemos firmado, pero te equivocas con lo de la culpa: todo estaba preparado.
-¿A qué te refieres? -inquirí, sorprendido.
-Yo ya sabía que el contrato estaba, en principio, perdido. Pero conozco a Lydia, es bisexual, y sé que la atraigo mucho. Y también conozco sus otras debilidades. Ayer contraté a un actor para que entablase relación con ella, y procurar que se situasen de tal manera que ella pudiera verme y yo no tuviese que saber si ella estaba allí o no, porque sé que la gusta mirar, aunque lo de las fotos no me lo esperaba. La tarea del actor era hacerla pensar que podría acostarse con él, y después dejarla con las ganas. Así estaría ansiosa por acostarse con otra persona: conmigo. Lo que ocurrió al día siguiente ya lo sabes. Yo había previsto varias posibilidades, chantaje y soborno, con sexo y sin sexo, y ninguna te incluía a ti, pero las cosas rodaron así. Comprende que el contrato era muy importante y... Bueno, tampoco lo pasaste tan mal.
No podía creer lo que estaba oyendo. ¿Sería su manera habitual de cerrar acuerdos? Supongo que no. Pero es inquietante ver hasta dónde se puede llegar en aras de la cuota de mercado.