El naufragio del Te Erre
El naufragio del barco que contiene a los autores y lectores de este sitio podría ser el comienzo o el final de algo. Quién sabe. (Homenaje a todos aquellos que se han sumergido en el mundo de letras que nos ofrece esta página. TR es la página en blanco, nosotros las trazas)
El naufragio del Te Erre
Un zumbido agudo perfora mis oídos ¿Quién soy? ¿Dónde estoy? ¿Estoy? Desde el piso de madera húmeda y resbaladiza, levanto lentamente el párpado superior derecho que tiembla de dolor y el pigmento negro del iris refleja lenguas y espirales de fuego.
Un movimiento casi imperceptible en ese ojo resulta de la combinación de dos movimientos, una brusca contracción del globo ocular sucediendo a una dilatación más lenta del mismo.
Las pupilas se ajustan gradualmente al estallido de luces y sombras. Siento como el alma vuelve a acoplarse al cuerpo y a medida ocurre va creciendo en tamaño y profundidad el dolor en mi cabeza. Una gota de sangre desciende desde una herida profunda en la zona orbicular del párpado derecho, se posa en el lagrimal y continúa su paso carmesí hacia el surco nasopalpebral para estrellarse en el piso a milímetros del parche de cuero negro de mi ojo izquierdo. Con la visión más limpia de penumbras y el rostro recostado sobre mi hombro, observo mi brazo extendido, mi mano abierta y sobre la palma la empuñadura de mi espada dilatándose hasta culminar en la punta dirigida hacia las llamas y sus torbellinos de humo negro.
Me obligo a recuperar el aliento y las fuerzas, empuño la espada y pujo desde el torso en el afán de reincorporarme. Apoyo un codo en el suelo, clavo la espada entre dos maderas y me ayudo hasta quedar de pie. Doy un paso y tambaleo hacia un costado. Doy un segundo paso y tambaleo hacia el otro costado. Tres pasos más allá logro equilibrarme con cierta dificultad. Carraspeo y mi boca sabe a sangre. Tras la cortina de fuego alimentada por las velas y el palo mesana partido a la mitad puedo ver el brillo plata de las estelas que dejan en el aire las espadas en el fragor de la lucha. Se oye el cántico del metal contra el metal acompañado por el coro de los gritos de euforia y de dolor.
“Te Erre” – esbozo una sonrisa de lado y escupo sangre hacia unos tablones a mi derecha – Mi maldito barco, el “Te Erre” – miro por sobre mi hombro, a mis espaldas el timón arde en llamas avivadas por el aceite de los fanales de popa y más allá, el mar se devora al horizonte y luego lo escupe una y otra vez – No voy a morir de pie haciendo nada y convertido una antorcha humana. Si este es el final que sea con clase – muevo mi cabeza a los lados craqueándome el cuello, doy un grito de guerra y elevo mi espada al cielo cuando el acero de una daga se hunde en mi pecho hasta la guarda y aprieta arrebatándome latido a latido. En el intento fútil de desenterrarla llevo ambas manos a la empuñadura sostenida por una garra enorme de nudillos huesudos y uñas negras. Mis ojos abandonan esas garfas taimadas y se alojan en el rostro del verdugo, de apariencia cadavérica, con las cuencas oculares vacías, o mejor dicho, ocupadas por un ejército de sombras. Me pregunto si hundir mi primer embarcación, la “D´Amor”, fue una decisión acertada, si los muertos de aquél naufragio estarán disfrutando en alguna parte de este final, incluso me pregunto si dejé publicadas las últimas bitácoras recibidas antes de hacerme a la mar. A segundos del último aliento solo quedan las preguntas y el intento estéril de contestarlas. Una mancha de sangre en el pecho y otra en la espalda se expanden a través de mi camisa blanca y no sentir las piernas me supone en las puertas del fin. Una estrella. Esa garra tiene tatuada una puta estrella. Terrible. Cosas del destino, burlas de mi suerte.
Capitán Bartholomew “Alex” Roberts, queda relevado del puesto. Su barco morirá con usted –
El “Te Erre” da cabeceos profundos contra las olas y el mascarón de proa con el rostro salinizado de Trazada sueña con devorarse el océano hasta el horizonte. El bauprés se eleva hacia las nubes hinchadas de tormenta y con la misma rapidez desciende hasta hundirse en las aguas revueltas. Ese vaivén salvaje y continuo se siente en todos los compartimentos de la fragata.
- Pensé que pasarías el atardecer en el camarote del capitán – murmura John “Crow” Rackham con las manos apoyadas en un escritorio de roble danés y observando la bravura del océano más allá de la claraboya circular.
A sus espaldas Charlotte “Sasha” De Berry apoya su rostro níveo contra el marco de la puerta - ¿Celoso? – sonríe con la sonrisa de los perversos. Crow la observa con el rabillo del ojo, le devuelve la perversidad en una media sonrisa y vuelve a perderse entre las olas - ¿Puedo pasar? – pregunta Sasha, una de las tantas piratas pero la única vampira de la tripulación. Antes de recibir una respuesta se ubica detrás de Crow y lo rodea con sus brazos apoyándole las manos en el vientre - ¿Por qué estás aquí encerrado y solo, mi oscuro?
¿Lo puedes sentir? El frío en los huesos, las sombras danzantes, el sabor a muerte. Es como si la madre de todas las tormentas estuviese agazapada esperándonos en alguna parte de este recorrido – masculla con preocupación y posa sus manos sobre las manos de su oscura – No me hagas caso. Ya sabes, los cuervos solemos tener una visión agorera de todo. Deberías ir a divertirte.
Sé de lo que hablas y no debería sorprenderte. Siempre supimos que algo espera entre las sombras y si tiene que ocurrir en este viaje, ¿cuál es la diferencia? Estamos juntos, es lo único que importa – esboza un jadeo en el oído izquierdo de Crow que se estremece – Además y deberías notarlo, estoy justo aquí para divertirme – le posa los labios entre el cuello y el hombro mientras sus colmillos crecen y aprietan más no atraviesan la piel.
Entonces disípame estas malditas sombras. Márcame, marca todo y cuánto quieras marcar. Al fin de cuentas, todo esto es tuyo – autoriza aunque cuando una vampira apoya sus colmillos sobre un cuello no sabe ni le interesa saber de autorizaciones y órdenes que no provengan de su bestia interior. Crow estira sus brazos hacia atrás, apoya las manos abiertas sobre los glúteos de Sasha y los magrea con fuerza. En sus palmas siente como las sedas del vestido se deslizan sobre las redondeces de ese culo que se abre y se cierra bajo la presión de sus dedos.
Ella succiona y su boca se impregna con el sabor de la sangre de su oscuro. Él gira su cabeza hacia un costado y ve como los labios de su oscura se tiñen de un carmesí encendido que desciende hilo hacia el mentón. Ambos respiran profundo y aprietan sus párpados mordiendo sus miradas y poblándolas con cientos de imágenes de todos sus ellos, vida tras vida, muerte tras muerte. Crow la toma de un brazo y gira sobre sí hasta quedar frente a ella. La mira a los ojos. Lo mira a los ojos. Se miran a los ojos. Ella expande sus pupilas sobre el iris amarillo de manchas verdes. Él dilata sus pupilas lóbregas sobre el iris púrpura de manchas rojas. Reflejos. Gemelos. Y el infierno celestial se desata. Fusionan sus labios en un beso de sangre. Se devoran. Se deshacen y rehacen.
Sasha le rasga la camisa y los botones vuelan golpeando una copa de vino a medio tomar, el borde del escritorio, el lomo de un libro empastado, el filo de una espada y la empuñadura de otra. Crow le rasga el escote hasta el ombligo y la parte superior del vestido de seda se desliza desde los hombros hasta la cintura. Dos torsos desnudos. Dos corazones desbocados. Dos almas incendiadas. Los pectorales macizos y tersos de él frente a los senos firmes de pezones tostados y abdomen chato de ella.
Se aprietan. Se abrazan. Se corroen. Se recrean. Ella le arrebata el cinturón que sisea en su recorrido y le desabotona el pantalón que cede y cae. Él le introduce las manos como garras bajo las faldas y le arranca la ropa interior que queda colgando del ala de una réplica de la Victoria de Samotracia. Se observan con los ojos entrecerrados, mordiéndose el labio inferior. Reflejos. Gemelos. Crow la toma desde los glúteos y Sasha lo abraza con las piernas. El glande henchido se posa entre los labios húmedos de aquella vagina y empuja hasta empaparse completo de fuego líquido. Se sumerge y emerge tan rápido como el deseo de penetrarla hasta lo más profundo para luego salir en busca de más fuerzas y volver, siempre volver. Ella se abre para recibirlo entero y se entierra para desenterrarse una y otra vez. El chasquido de las humedades y los jadeos desesperados se convierten en la banda sonora mientras que el olor a sexo lo impregna todo. Él da tres pasos y la espalda de ella da contra una de las paredes. Cae un retrato del excelso Carletto y otro del gran maestro Trazada. Ella clava sus uñas en el cuello de él que a su vez entierra sus dedos entre los glúteos de ella. Gimen y gruñen. Bestias al fin. Oscuros. Gemelos oscuros. Él la enviste con fuerza y ella recibe con ganas, ella lo enviste deseosa y él se entierra hasta el alma y cada envestida es un golpe contra la pared. Un golpe y otro y otro y otro.
Samuel “Caronte” Bellamy se encuentra de brazos cruzados observado las inmensas olas batiéndose a duelo más allá de la claraboya circular. Una masa de agua se eleva hasta alcanzar el tamaño de una gran montaña y al instante es devorada por otra masa líquida aún mayor que a su vez se estrella contra las crestas de unas olas en formación que se elevarán hasta parir una nueva montaña igual de efímera y poderosa. Construye sonetos en su mente; siempre lo hace cuando una tormenta toma carácter de inminente. Con la cabellera negra atada detrás de su cabeza, una capa blanca con mangas de terciopelo y bordes en dorado, pantalones negros hasta las rodillas, medias de sedas con ribetes y zapatos de cuero con hebillas de plata, Caronte puede ser un escritor, un poeta o un noble pero jamás un pirata. Aún así es uno de los piratas más temibles y mejor formados de los siete mares. Incluso sus actitudes diplomáticas lejos están de ser simples actos bucaneros. Respeta a los prisioneros, no destruye las embarcaciones que aborda ni mata sin motivo. “Nadie la va a estar esperando. Y se siente sola. Sola” murmura y la insistencia de unos golpes en la pared lo desconcentran.
Crow y Sasha van a hundir a este puto barco antes que cualquier tormenta – refunfuña, gira sobre los pies y se dirige hacia la puerta rumbo al pasillo. Unos pasos más adelante se encuentra con Stede “Vieri” Bonnet, un escritor mediterráneo de familia acomodada que hastiado de las bondades de su herencia decidió comprar una corbeta de treinta y dos cañones, y con treinta y dos hombres se hizo a la mar para convertirse en lo que siempre había soñado, un pirata. Y no fue solo eso, pasados los años se afianzó en los lienzos marinos para ser uno de los mejores piratas.
Buenas noches, Caronte. Qué elegancia. No sé si te lo informaron pero el crucero del amor salía desde otro puerto. Esto es un barco de piratas… PI RA TAS – bromea Vieri sin esbozar siquiera una leve sonrisa. La respuesta del rostro de Caronte es aún más inexpresiva.
Simpático pero jamás estoy en el barco equivocado. Iba directo a meditar en la cubierta y si tus chistes me lo permiten, es lo que haré. Que tengas una buena noche si es que se puede con este clima.
¿Meditar en la cubierta? Lo que lograrás con tu peso y esos vientos es salir volando hacia el infinito y más allá, hombre – con su garfio quita un trozo de carne de entre sus dientes y continúa - Deberías estar meditando junto a las botellas de ron en el salón de orgías. Dice que el cantinero se ha puesto tetas y aún no se las ha afeitado.
Si vas a continuar con tus bromas de baja estopa, avísame y me pinto una sonrisa en el culo así sientes que cumpliste con la carcajada del día y continúo mi camino. No hay tiempo para tonteras.
No te enfades. Tanta seriedad te matará antes que cualquier tormenta – remata Vieri y le guiña un ojo – En honor a la verdad también estaba camino hacia la cubierta. No para meditar, eso es de santurrones… perdón pero es así como pienso. Decía, iba hacia la cubierta, más precisamente donde el capitán Bartholomew “Alex” Roberts. Necesito muchas respuestas y en mi camarote solo conseguiré un dolor de cabeza culpa de los alaridos de Ching “Estado Virgen” Shih y Sir Francis “
Sociedad” Drake – escupe el molesto trozo de carne hacia un costado y vuelve la mirada a Caronte – Sí, sí, todo el barco folla como no podría ser de otra manera pero me apetece adelantarme a lo que está viniendo. Siento en mis bigotes que
se gesta una gran historia que aún queda por escribirse: la de la leyenda del ángel que cambió el destino de los reinos de los dioses – hace un silencio y por un instante su garganta se achica – Usted me entiende.
Caronte entrecierra los ojos y lo mira con cierta desconfianza para luego esbozar una sonrisa tan leve como una brisa de primavera – Estás loco, muy loco… pero me caes bien y eso suele ser suficiente. Dicen que los locos siempre dicen la verdad aunque sus verdades sean tan… tan locas. En fin – hace una reverencia con su rostro y continúa su camino hacia las escaleras al final del pasillo que lo llevarán a la cubierta.
- Como todos los que estamos en este barco, Caronte; así de loco, así de cuerdo – murmura Vieri y sigue los pasos que deja el barquero. Antes de llegar a la escalera lleva su mirada hacia la puerta entornada del último camarote y en ese espacio de visión entre el marco y la puerta divisa a una mujer de ojos turquesas – Qué belleza misteriosa. Entraría pero… pero discúlpame pene… primero mis respuestas.
Cuando adolescente, Mary “Kassandra” Read fue raptada por un grupo de bucaneros que decidieron llevarla a sus viajes como cocinera de la tripulación hasta que les demostró ser más pirata que ellos mismos. No solo fue reclutada como una más sino que a los pocos meses se convirtió en capitán del navío y no tardó en degollar a todos los que participaron en su rapto. Se dice que untó su cuerpo con la sangre de cada uno de los degollados y preparó platos soberbios con sus corazones y sus cerebros. Allí está, sentada en el borde de la cama, totalmente desnuda y peinando su larga cabellera negra que cae sobre sus pechos. Su piel de tan blanca parece brillar en la oscuridad. Ha dejado la puerta de su camarote entreabierta para que aquellos dos hermanos filibusteros, sus juguetes personales de turno, entren sin tener que golpear. Sonríe al recordar como la noche anterior le hicieron el amor pero sonríe aún más por la frase que acuñó cuando estaba cabalgando sobre uno de ellos: “La princesa es experta en domar briosos corceles” Solo rememorar ese instante la humedece. Se recuesta en la cama de sábanas de seda negra y con los ojos cerrados comienza a deleitarse con el fresco recuerdo de los dos poseyéndola. Vendaron sus ojos y la ataron a los barrotes de hierro forjado del catre. Cuatro manos naufragaron sobre su piel, dos bocas dibujaron en su geografía surcos de saliva, se acostaron uno a cada lado y comenzaron a devorarla entera, lenta y ardorosamente. Evoca profundamente cada momento, los degusta con total placer y lleva una de sus manos a los senos para pellizcarse alternadamente los pezones mientras la otra deambula en su bajo vientre, su pubis, los alrededores de su vagina. Se eriza su piel, curva su espalda, abre sus piernas, muerde sus labios, se aceleran sus latidos, se empapan sus adentros, se derrama en éxtasis, gime.
Se abre la puerta con el crujido característico y entra uno de sus amantes – Mi Señora, buenas noches. Mi hermano, Robert, quizá venga un poco más tarde. Debe recuperarse de unos tragos de más que aún le inundan su cabeza o su hígado o ambos – dice mientras se sienta al borde de la cama.
- No lo lamentes, Christian, no lo lamentes - Kassandra enciende una sonrisa de mil dientes en su cara y extiende la mano que antes de la irrupción se alojaba en su entrepierna. Está húmeda, huele a sexo y mientras Christian le lame los dedos piensa en dónde habrá dejado la daga de plata con ribetes dorados. Es hora de degollar y de devorar un corazón.
Bartholomew “Alex” Roberts une sus manos por detrás de la espalda mientras sumerge su mirada en donde debería estar el horizonte si la oscuridad absoluta y la bruma oceánica no se interpusieran. Lo siente en sus huesos, en las heridas antiguas y en las que vendrán, lo siente en lo más profundo de su ser. El momento crucial, el punto de no retorno, el quiebre de todo ha llegado. En uno de sus hombros se encuentra como durante todas sus salidas nocturnas a cubierta, su fiel amiga FX, una cacatúa tan blanca como los espectros de medianoche. Suele pasarse horas escuchando los monólogos de las únicas tres palabras que articula el plumífero pero esa noche todo está sumido en un silencio espeso. Estira sus dedos unos con otros y crujen en escala.
Caronte. Vieri. Justamente estaba por comunicarles a todos que ya es hora. Lo inminente está por desatarse – dice Alex sin quitar la vista de las brumas y la oscuridad tras ellas.
Señor, ¿a qué se refiere? – Vieri pregunta vislumbrando la respuesta pero negándosela – No entiendo su calma ante una tormenta, Capitán… debemos recoger las velas sobre las vergas, afincar las jarcias, reducir el aceite de los fanales, tensar los obenques, no hace falta que lo enumere… debemos prepararnos e intercambiar palabras es perder el tiempo.
Caronte sonríe amargamente – El capitán no se refiere precisamente a una tormenta. Debemos prepararnos pero para algo mucho peor, Vieri. Me temo que debemos despejar la cubierta, levantar las velas, preparar los cañones, nuestras espadas, hachas, arcabuces, todo lo que tengamos – y señala por sobre el hombro del capitán. Una, dos, cinco naves emergen de entre las brumas y se siguen sumando en el paisaje oceánico – Una flota con la estrella roja sobre negro viene a aniquilarnos. Capitán, necesitamos la orden, están a quince minutos y eso ya es poco tiempo. Aún tenemos posibilidades de ofrecer resistencia – toma aire y continúa – No querré morir hablando y sin hacer nada… nadie querrá morir así. Nos conoce.
Alex gira hacia ellos y en el ojo sin parche los refleja, los contiene – He aquí la tormenta más perfecta de todas. La única que puede abatirnos – carraspea y aspira todo el aire del mundo para casi deshacer sus pulmones en un grito – Cañoneros a los cañones, piratas a la cubierta, espadas y pistolas fuera de sus malditas fundas, a defender el “Te Erre” con todo lo que se tenga – lleva sus manos a su cinturón y toma una espada y una pistola.
Se vacían los camarotes al tiempo que los pasillos comienzan a poblarse de piratas y espadas, de gritos de guerra y corridas atropelladas. Las escaleras sufren con cada paso firme, crujen y hasta se astillan. En lo que dura un microrrelato, todos los piratas del barco están preparados para recibir a los agresores.
Lin Feng “Tenchu” Limahong observa desde la proa como tres naves enemigas se acercan por estribor. Empuña sus dos espadas chinas y sus nudillos se enrojecen al igual que su alma. Es el señor de la guerra, es el fuego oriental, la pluma con más filo de la tripulación y quizá el más salvaje, y está dispuesto como siempre a dar su vida. A pasos de él prepara un arcabuz, Henry “ElEscribidor” Morgan, tan temible como pionero de la piratería – Chino, nos están rodeando. Esto va a ser una verdadera carnicería – baladra a Tenchu que responde efusivo – Viejo, si voy a morir lo haré llevándome a muchos de estos idiotas para que puedan servirme en el más allá para toda la eternidad. Será un gran premio – levanta sus espadas y las cruza en el aire quebrando las olas con su grito de guerra.
Los relojes se detienen. Y las valoraciones. Y los conteos. Y las respiraciones. Todo menos el espíritu de grupo, de defensa, de comunidad. Decenas de fragatas, bergantines, carabelas, bricbarcas, goletas, balandras, juncos y hasta jabeques rodean al “Te Erre” como si fueran una mano enorme de madera, cañones, filos y terribles. La intención es clara. Apretar y aplastar.
Christopher “Navegante” Moody alza su espada corva y grita deteniendo su mirada en los ojos vacíos del capitán de la fragata más cercana que se encuentra cargada de filibusteros, espadas y muchas ganas de acercarse más de lo que se quisiera. Jean Tomas “Champ´Diers” Dulaien se acerca a Navegante, lo mira y le brinda una sonrisa amable – Nos van a abordar por babor y estribor. Esto se va a poner rojo y húmedo. Ha sido un placer conocerte, amigo.
Un capitán espectral sin ojos ni nariz ni orejas y con carne putrefacta haciendo girones entre los huesos del rostro abre su boca y emite un grito que lo atraviesa todo - Fuego a discreción – ordena y tras ubicar la babor de su fragata a la par del estribor del “Te Erre”, abre fuego con sus cañones cubiertos de hongos y moluscos. El “Te Erre” responde rápidamente el ataque con una ráfaga desde sus cañones. Fuego cruzado. Esquirlas, astillas, humo negro, llamas, estupor en ambos lados. Un montículo de huesos y gusanos se monta al hombro del capitán espectral y le grita al oído – Abarloar, abarloar, abarloar – moviendo una especie de saliente huesuda con articulaciones que podría ser una cola. El capitán lo observa y sonríe con mil dientes de oro y sarro – Maldita mona del infierno, eres tan Ayelén como siempre. Abarloar, malditos piratas, abarloar y acabar con todo a nuestro paso. Hoy la gloria es nuestra – y los arpones de la fragata fantasma se clavan en toda la cubierta del “Te Erre” y las sogas comunican a un barco con el otro, y los terribleros del infierno comienzan a abordar el emblemático barco del capitán Alex y sus piratas. Algunos caen a las aguas del océano que queda entre ambas embarcaciones, otros mueren apenas pisan la cubierta y otros tantos logran abordar.
La defensa del “Te Erre” es heroica. Se elevan las espadas, dejan su elipse plateada en el aire, se empapan de sangre, se entierran hasta atravesar mortalidades, arrancan pedazos de carne y órganos que caen al piso y lo tiñen todo de muerte. Crow ensarta a uno en el pecho y Sasha completa decapitándolo con el filo de una de sus dagas. Cástor o Pólux. No importa cuál de las dos dagas, ambas son letales y tienen mucho trabajo. Tenchu arranca de una patada la mandíbula de uno y al caer sobre sus dos pies atraviesa a otro desde la espalda con sus dos espadas. Su alarido oriental recorre cada rincón de la embarcación asediada. Caronte amontona cadáveres a su lado, nuevos pasajeros que ha reclutado con su filo y que se llevará en cuanto su destino decida la caída del telón. Vieri apoya su espalda a la de Lydia y combaten a dúo impregnados de coraje y mucho valor. Se abren paso entre decenas de enemigos hasta que se pierden entre ellos. Todos unidos en la defensa de un barco que les dio viajes y lazos, un rincón en el mundo, un cúmulo de sueños, armas y letras. La defensa es épica. Ellos son épicos. Todos y cada uno.
Estalla un barril de aceite en la cubierta. Lenguas de fuego lamen las velas del palo mayor que se quiebra por el golpe de dos bolas encadenadas a cada extremo lanzadas desde el barco invasor. Estalla una de las cofas y cae encendida como un bólido sobre el bauprés que se parte y se pierde en las profundidades del océano. El mascarón de proa con el rostro de Trazada se quiebra y por un momento, los ojos del maestro derraman una lágrima de sangre y otra de tinta. Un bergantín logra abarloar la babor del “Te Erre” y una corbeta embiste la popa mientras el capitán Bartholomew “Alex” Roberts se encuentra de rodillas, atravesado de pecho a espalda por una espada sin filo. A pesar de estar a segundos de la muerte y de saborear amargamente lo incorpóreo de la derrota, Alex sonríe con esa sonrisa de aquéllos que sueñan alto y profundo, y esa curva de su rostro empata con las primeras burbujas enormes que brotan desde las profundidades del mar. Una marejada brutal lo desestabiliza todo, se abren las aguas alrededor de la totalidad de los navíos en bordes curvos y profundos que se conectan hasta crear un remolino colosal en medio del océano. Alex murmura cansado, dolorido pero esperanzado – Al fin de cuentas, el barco no podría morir conmigo. Este barco somos todos. Todos.
Un kraken, un molusco gigante, un pulpo prehistórico, un desagüe oceánico, las fauces del demonio, el culo de Dios, lo que sea ese remolino inmenso que se abrió en el océano rodea a todos los barcos con todos sus piratas, que aún se deshacen en la lucha, y por un instante eterno empieza a cerrar sus fauces.
¿Si nos devoró a todos? ¿si partió al “Te Erre” por la quilla? ¿si nos elevó una gran nube de sombras? ¿si naufragamos eternamente? ¿si nos hundimos y en el fondo comenzamos a navegar en otra realidad, tal vez, mucho mejor, quizá mucho peor? ¿si permanecemos en el estómago de una bestia divina? ¿Quién puede saberlo? Usa tu imaginación querido lector, tú eres nuestro impulso, nuestras ganas, nuestra razón de ser, continúa descubriendo entre letras y sensaciones, sumérgete en nuestro mundo de trazas y buenas intenciones, solo así podremos contarte el final o el comienzo, según puedas verlo. Tal vez, solo tal vez, esa suerte de kraken aún continúa cerrando sus fauces oceánicas y habitamos ese instante eterno, ese final sin final. Quién sabe. Dímelo tú.