El naufragio
Nunca pude imaginara a que extremos sexuales me llevaría aquella singladura marina
EL NAUFRAGIO
Nunca pude imaginar lo que aquella travesía iba a suponer en mi vida. Mi pareja era un navegante muy experimentado y habíamos planeado durante meses, hasta el último detalle aquel viaje con nuestro velero DREAMS.
Embarcamos todos los avituallamientos que pudiéramos necesitar para nuestro viaje. Nuestro plan era navegar costeando desde Barcelona hasta Canarias donde repondríamos nuestras reservas de agua dulce y de ahí continuaríamos hasta Natal en el nordeste de Brasil.
A pesar de mi juventud yo tenía bastante experiencia navegando, pues mis padres eran grandes aficionados a la vela y siempre habían dispuesto de barco por lo que me críe en un ambiente marinero.
Por eso cuando Carlos me propuso hacer esta ruta, no lo dude ni un momento y me enrole inmediatamente pues siempre había deseado hacer una travesía transoceánica como aquella.
Mi ilusión y entusiasmo no tenían límites y al no tener experiencia en aquel tipo de travesías, yo no era muy consciente de los riesgos que implicaba, sin embargo el tiempo se encargó de demostrarme cuan equivocada estaba.
Nuestro velero no era muy grande pero era muy marinero y tenía todas las características para hacer nuestra vida a bordo agradable y confortable pero con las limitaciones de este tipo de embarcaciones.
Cuando soltamos amarras en junio, el sol brillaba sobre nuestras cabezas en todo su esplendor y el cielo era de un azul intenso.
Yo estaba exultante de alegría, era joven, atractiva e iba a realizar el sueño de mi vida con el hombre que amaba, no se podía pedir más.
Nuestro costeo transcurría sin incidencias y los días pasaban entre bucólicos atardeceres y maravillosos amaneceres.
Aunque nosotros estábamos muy ocupados con los quehaceres diarios siempre encontrábamos tiempo para nuestra actividad sexual, en cualquier momento y en cualquier lugar, sin preocuparnos de posibles miradas ajenas por lo que nuestras vestimentas eran más bien escasas lo que incrementaba nuestra libido.
Aunque Carlos era diez años mayor que yo, estaba en su cénit sexual puesto que tenía experiencia, imaginación y potencia suficiente para satisfacer todas mis ardientes deseos y fantasías propios de mi edad.
Por mi parte yo sabía que mi culito respingón y mis preciosos pechos, unido a mi esbelta figura le ponían en efervescencia todo el tiempo.
A mí me excitaban sus fuertes brazos, su tonificado cuerpo y su dulzura y me entregaba a sus deseos a la más mínima insinuación, disfrutando de su pene duro, caliente y húmedo que me tenía totalmente enganchada y al que adoraba.
Me encantaba metérmelo en mi boca, succionarlo, acariciarlo con mi lengua y sentir como descargaba su néctar que me tragaba con fruición.
Sentirlo jugando con mi clítoris antes de que invadiera mi joven y jugoso coñito, mientras Carlos mordía mis pezones y que explotara en mi interior tras una larga cabalgada.
A él le permití lo que jamás permití a nadie, que me penetrara con su maravilloso miembro, el apretado agujerito de mi culito y lo disfrutaba tanto que me convertí en adicta a esta práctica sexual.
Por fin llegamos a Canarias, donde pasamos unos fantásticos días y una vez cargamos vituallas y agua dulce, nos lanzamos de lleno a nuestra gran aventura.
El tiempo seguía siendo bueno y los vientos alisios empujaban a nuestra embarcación a buen ritmo.
Ya en alta mar, los días seguían discurriendo plácidamente, ocupados con nuestras tareas salpicados por nuestros continuos y tórridos encuentros sexuales.
Tras cuatro días de navegación, el tiempo cambió bruscamente y la calma dio paso a un fuerte viento y un mar totalmente encrespado, en medio de la nada.
A medida que avanzaba la tarde, el tiempo fue empeorando y al llegar la noche una fuerte tempestad nos azotaba sin compasión.
Debo confesar que sentí miedo pero Carlos conservaba la calma e iba de un lado a otro del barco, tratando de afrontarla lo mejor posible.
Sin embargo a pesar de nuestros esfuerzos, la violencia de la tormenta hizo mella en el palo mayor que se partió, dejando el navío a la deriva.
Yo estaba encerrada en la cabina, completamente aterrada pues nos habíamos convertido en un juguete de las olas.
Mientras Carlos estaba en la radio lanzando desesperados mensajes pidiendo ayuda con la esperanza de que alguien pudiera escucharlos pero el tiempo pasaba y la respuesta no llegaba.
Ante el desarrollo de los acontecimientos ya nos habíamos puesto los chalecos salvavidas y nos preparamos para lo peor cuando de repente un fuerte estruendo nos heló la sangre y pudimos comprobar que se había abierto en el casco una vía de agua.
Carlos salió de la cabina y como pudo lanzó algunas bengalas de auxilio…….Fue la última vez que le vi pues una ola le arrastró hasta el mar y desapareció.
Me puse a llorar desconsoladamente y acepté mi destino, estaba segura que iba a morir ahogada pues el agua seguía entrando en el barco.
Sin embargo el destino quiso que no fuera así y el casco del barco se vio arrastrado hasta un arrecife donde encalló.
Cuando se hizo de día la tormenta había amainado y yo con un último esfuerzo ayudada por una fuerte corriente conseguí llegar a una playa completamente desierta.
No tenía ni la más mínima idea de donde estaba pero seguro que era algún remoto lugar en medio de la nada.
No había ni rastro de Carlos, lo que me produjo un sentimiento de gran tristeza y zozobra pero caí en un profundo sopor pues estaba totalmente agotada.
Cuando desperté aguzada por el hambre, comprendí que debía sobreponerme a mis sentimientos si quería sobrevivir en aquel lugar.
Y empecé a reconocer la playa y me di cuenta que por fortuna la corriente había arrastrado la mayor parte de las cajas del barco hasta la playa.
Arrastre los bultos como pude tierra adentro y me empecé a abrir algunas cajas que por suerte contenían comida y agua y me abalancé sobre ellas como una loba hambrienta.
Una vez satisfecho mi apetito, seguí con mi exploración y descubrí una oquedad en las rocas que podía servirme perfectamente de abrigo.
Ahí pasé mi primera noche y el día siguiente fui trasladando poco a poco las pertenencias que se habían podido salvar del naufragio.
Pasaron unos cuantos días y mi situación había mejorado notablemente, tenía un abrigo seco y seguro, comida, agua, descubrí un arroyo cercano de agua dulce y las cajas que se habían salvado del naufragio, me garantizaban casi todos los elementos para asegurar mi supervivencia, incluido el acceso al fuego que me concedió el hallazgo de varios mecheros.
El tiempo seguía pasando y poco a poco me hice a la idea de que iba a pasar mucho tiempo en aquel lugar pues parecía ser que no era una ruta habitual de los navíos que cruzaban el vasto océano y carecía de ningún equipo de comunicación.
El tiempo era muy amable y los días parejos en duración a las noches o sea que debía estar en algún punto cercano a la línea del ecuador.
Confeccioné un calendario manual aproximado partiendo de la fecha de la partida del puerto de salida y de los días de navegación.
Cuando me quise dar cuenta había pasado casi un año y yo ya estaba bastante bien adaptada y pertrechada habiendo rescatado varios equipos de pesca pero una vez cubiertas mis necesidades más básicas había algo que me preocupaba.
A mi soledad no querida se sumaba un deseo sexual incontenible que no veía como podía satisfacer pues había recorrido la pequeña isla y no había visto ningún indicio de vida humana.
Esto me produjo una profunda desazón pues me moría por sentir una polla de un macho dentro de mí y por mucho que me autosatisfacíera mis ganas varias veces al día, eso no era suficiente para mí.
Debía encontrar una solución como fuera pero no se me ocurría ninguna y estaba desesperada.
Pasaron los meses y mi calentura iba en aumento yo ya estaba dispuesta a cualquier cosa.
Un día descubrí en la montaña un grupo de gorilas y tras meses de observación, vi a los machos dominantes apareándose con hembras y sentí una gran envidia al ver como ellas disfrutaban de aquellos placeres carnales.
Aquella visión no hizo sino agravar mi calentura y una idea descabellada empezó a tomar forma en mi cabeza.
Yo Alessia, una mujer sofisticada, de buena familia y acostumbrada a conseguir siempre lo que quería, estaba a punto de caer en la zoofilia, no podía creerlo.
Me resistía a esta idea pero en más de una ocasión reconozco que fantaseé con que un gran gorila macho me poseía.
A medida que pasaba el tiempo, iba aceptando más y más esa loca idea de entregarme a uno o más de aquellos machos.
Por fin me decidí pero no sabía cómo iban a reaccionar aquellos primates ante mi presencia por lo que decidí ser muy prudente pues se trataba de animales muy poderosos y de reacciones totalmente imprevisibles.
Me acerqué cuidadosamente y vi un macho solitario. Durante los próximos días fui acortando distancias, sigilosamente y muy poco a poco.
Yo tenía un miedo atroz pero mi desesperación superaba con creces mis temores. Ignoraba si me iba a recibir favorablemente o por el contrario me iba a despedazar.
Por fin conseguí acercarme lo suficiente como para que pudiera tocarlo. Extendí mi mano temblorosa y la pasé por su espalda, el simio me miró con cara de pocos amigos, yo me estremecí pues temí lo peor.
Sin embargo acercó su cabeza a mi cuerpo y empezó a olisquearme de arriba abajo hasta llegar a mi pubis, igual que solía hacer con sus hembras antes de aparearse.
Probablemente debió detectar mis feromonas y se dio cuenta de que yo era una hembra receptiva y pude observar como su miembro iba creciendo, me llamó mucho la atención porque era enorme grande y grueso.
Deslicé mi mano lentamente hasta su pene y lo tomé en mi mano. Suavemente empecé a acariciarlo de arriba abajo, mientras con la otra mano empecé a acariciarle su enorme escroto.
Parecía que mi masaje surtió efecto pues su polla creció de un modo descomunal a medida que la pajeaba y yo al ver su actitud tan plácida y mi calentura que iba en aumento al sentir aquel trozo de carne tan magnifico en mi mano, decidí acercar mi boca a su polla y delicadamente empecé a besarla.
Poco a poco me la introduje en mi boca y comencé a succionarla. Sentí el sabor pre seminal de aquella maravilla, era un poco ácido y ligeramente amargo, no tan distinto de las pollas de algunos hombres que había probado a lo largo de mi vida.
Seguí chupando y lamiendo aquel maravilloso miembro que seguía creciendo dentro de mi boca, de repente me agarró con sus poderosos brazos me tumbó de espaldas y con toda brutalidad me introdujo su enorme polla.
Creí que me desgarraba y no pude evitar emitir un grito de dolor, la penetración era bestial me sentía totalmente llena y el dolor dio paso poco a poco a un placer indescriptible.
La bestia indiferente siguió bombeándome sin compasión y yo alcancé tanto placer que me ausente totalmente, jamás había sentido nada igual ni siquiera parecido.
Empecé a gemir como una posesa y los orgasmos empezaron a sucederse uno tras otro, cada vez con mayor intensidad.
Aquel bruto era incansable, perdí la cuenta del número de orgasmos que llegué a tener pero fueron muchos, muchísimos.
Me estuvo follando toda la tarde hasta que por fin se corrió en mi coño. Aquello no fue una corrida sino una catarata de semen que inundó totalmente mis entrañas.
Salió de mi concha y se alejó hacia lo más profundo del bosque y me dejó tendida en el suelo totalmente satisfecha y exhausta.
Me dejó con las piernas temblando y cuando fui capaz me incorporé y me dirigí a mi refugio, totalmente alucinada por la experiencia vivida.
(continuará)