El nacimiento de Lola

De cómo una madre de familia tradicional, descubre un mundo lleno de placer y morbo

COMOEMPEZÓ TODO

Hola a todos.  Tras muchos años de ser una lectora asidua de los relatos de esta fantástica web, me he decidido por fin a escribir algunas de las experiencias que en los últimos años he vivido.  No sé si sabré hacerlo de modo que su lectura os excite, pero en todo caso, intentaré contar mis vivencias tal y como las recuerdo.

Antes de nada quiero presentarme.  Me voy a llamar Lola para todos vosotros, aunque ya os imaginareis que no es mi verdadero nombre.  Sin embargo, es probable que alguien, al leer alguno de los relatos que voy a ir escribiendo, se sienta identificado y protagonista, y la historia le resulte muy familiar, pues Lola es al fin y al cabo también mi nombre, y las historias que os quiero contar son tan reales como lo es mi doble vida.   Es un nombre que llevo usando ya el tiempo suficiente como para sentirme totalmente identificada con él.  Lola es el nombre que cierto día elegí adoptar para adentrarme en las profundidades de una vida que, entonces sólo intuía que existía.

Mi realidad cotidiana es la de una mujer corriente.  Soy madre, soy trabajadora, soy ama de casa, soy esposa ejemplar….    Y es cierto que lo soy.  Al menos mientras ejerzo como tal.  Puedo imaginar lo que cualquiera de mis amistades, familia, y por supuesto mi marido pensarían si un día se descubriese la existencia de Lola.  Cualquiera de ellos se sorprendería, quizás no tanto por la existencia en sí misma de Lola, o el tipo de mujer que es, sino porque la mujer que conocen es como os decía, ejemplar.  Nada en mi vida cotidiana hace pensar que mis fantasías y mis deseos sexuales ocupen un lugar tan importante en mi vida.  Y desde luego, nada hace pensar que a día de hoy haya satisfecho prácticamente todos ellos.

Físicamente, a mis 50 años supongo que ya no me encuentro en mi mejor momento, pero os aseguro que si me vieseis no diríais que tengo esa edad.  De hecho a todo el mundo le cuesta creerlo cuando lo digo.  Siempre me ha gustado cuidarme, y pese a que me apasiona la comida, desde adolescente me di cuenta que o me auto controlaba, o mi tendencia era la de ganar kilos con facilidad, lo cual no me hacía ni pizca de gracia.  Y no es que cuando los he ganado mi cuerpo se haya deformado de un modo grotesco, pues afortunadamente soy mujer de curvas atractivas y, ni en mis peores momentos he llegado a tener tripa ni celulitis, pero evidentemente, no es lo mismo tener la cara fina y el culo justo, que resultar demasiado exuberante.

Mido 1,65.  Tengo el pelo negro y liso.   Mis pechos son de un tamaño mediano que creo que resulta perfecto para atraer a cualquier hombre, y al mismo tiempo no sufrir en exceso el efecto de la gravedad.  Pese a mis 50 años y haber amamantado a dos hijos, siguen estando en su sitio.  Mis pezones son siempre duros  y desafiantes.  De hecho, siempre he tenido que llevar sujetadores con refuerzo porque sino voy marcando los pezones y atrayendo inevitablemente la mirada de todos los hombres.  Era algo que de joven me incomodaba, pero que debo reconocer que con el paso de los años he aprendido a disfrutar y que con el nacimiento de Lola, he utilizado muy a mi favor.

Como os decía antes, mi cuerpo siempre ha sido de curvas acentuadas y mi culo, si bien un pelín gordo para mi gusto, precisamente por mis formas redondeadas suele gustar bastante a los hombres.  Además, salvo los días que estoy con la regla, que uso bragruita, siempre utilizo tangas, lo cual provoca reacciones realmente apasionadas en aquellos afortunados que elijo para disfrutarlo.  Por último mis piernas…   No son piernas gordas sin forma, pero tampoco han sido nunca mi mejor parte.  Sin embargo en los últimos años, el deporte las ha mejorado sustancialmente.  Ahora, en cuanto que me pongo un poco de tacón, se marcan un poquito los gemelos y resultan un imán para las miradas de los hombres.

Mi forma de vestir ha sido siempre muy formal.  Soy más de pantalón que de falda y no suelo utilizar tacones altos y mucho menos llamativos.  Rara vez llevo un tacón de más de 6 centímetros, salvo que lleve un poquito de plataforma, o en verano con las cuñas, que son tan cómodas que no me importa subirme a algo un poco más alto.

En fin, como os decía al principio, una mujer muy corriente, que en líneas generales pasa desapercibida, aunque incluso sin vestir de modo llamativo, supongo que como todas, porque los hombres últimamente estáis más salidos que nunca, no paro de recibir todo tipo de sugerencias e insinuaciones.  Afortunadamente, en mi vida habitual dejo muy claros los límites, y así evito cualquier situación desagradable con compañeros de trabajo, vecinos o amigos.

Y una vez hechas las presentaciones, os voy a empezar a contar cómo fue que despertó mi lado travieso y Lola empezó a tomar protagonismo en mi vida.  Allá por el 2012, corría como la pólvora entre mis amigas y algunas compañeras de trabajo el dichoso libro que tanto ha contribuido a la masturbación femenina; las Cincuenta Sombras de Grey.

Yo no he sido nunca una gran lectora, más por falta de tiempo que de ganas, pero por otro lado, tampoco se me hubiese ocurrido nunca leer un libro erótico por propia iniciativa, sin embargo, eran tantas las personas que insistentemente me lo recomendaban, que finalmente le dije a mi marido que me lo pusiera en el Kindle para poder leerlo y ver qué era eso que tan alteradas las tenía a todas.   Al principio mi marido se lo tomó como una broma, pero al ver que le insistía para que lo hiciera, finalmente se puso a ello y una noche como otra cualquiera, en la que la tele me aburría muchísimo, le di un beso de buenas noches y me fui a la cama a empezar a leerlo hasta dormirme.

Me habría gustado apuntar la fecha, porque aquella noche, si bien no fue realmente cuando el nombre de Lola apareció en escena, fue el momento en el que sin duda el germen de Lola nació dentro de mí.

Como mi marido se suele quedar hasta tarde viendo la tele, estuve leyendo más tiempo del que en principio hubiese querido, pero era tal el morbo que el tal Mr. Grey generó en mí, que no podía parar.  Y cuanto más leía, más excitada me sentía.  Hasta que llegó un momento en que ni siquiera quise evitarlo;  metí mi mano derecha dentro del pijama, y me sorprendí al acariciar con el dedo mi coñito excesivamente lubricado.  Estaba tan mojada como en mis mejores sesiones de sexo.  E instintivamente hice algo que nunca antes había hecho: Saqué el dedo y me lo chupé.  Cuando me quise dar cuenta de lo que acababa de hacer, tenía en la boca el sabor de mis propios flujos.  De repente me excité aún más, y mi mano volvió a entrar bajo la sábana, y llevé el dedo directo al clítoris, que estaba hinchado y sensible.

Evidentemente ya no leía.  Cerré los ojos e imaginé.  Imaginé en mi mente al Mr. Grey más atractivo que mi imaginación fue capaz de dibujar.  Lo imaginé amasando mis pechos, jugando con mis pezones, mordisqueándolos.  Mi mano izquierda había soltado el libro y era la encargada de amasar mis tetas justo como a mí me gusta.  No como mi marido llevaba años haciéndolo, sin tacto, de modo brusco, casi doloroso.  No, aquellas eran las caricias de mi Mr. Grey, mientras mi dedo corazón se afanaba en jugar con el botoncito de mi clítoris.

Y de repente lo sentí llegar…   tuve el que probablemente fue el mejor orgasmo en muchos años.  Y no porque mi marido no me los diese buenos de vez en cuando (muy de vez en cuando) o porque yo no me masturbase también alguna vez en la ducha, sino porque aquel me lo estaba dando el mismísimo Mr. Perfecto.  El morbo del libro desató mi imaginación y me excitó hasta un punto tal, que me hizo tener un orgasmo de una intensidad y duración casi desconocida.  Mis piernas se tensaron, se contrajeron, las abrí, las cerré, apreté el culo y me hundí en la cama hasta quedar casi tumbada, y cuando el orgasmo llegaba a su fin, cuando el clítoris alcanzaba ese estado de sensibilidad extrema que casi duele el roce, me resistí a que terminase ahí, y subí mis caricias un poco más arriba, justo donde ya no dolía el roce, y seguí, y seguí, y seguí…. Y en menos de un minuto estaba teniendo un segundo orgasmo, tan intenso como el anterior.

Mi cuerpo se retorció como el de una niña con dolor de barriga, mis piernas apretaban mi mano, que pese a la presión no paraba de moverse en el punto preciso para continuar con mi intenso placer.  Cuando ya no podía seguir, estaba en posición fetal.   Dejé mis ojos cerrados, inmóvil, intentando recuperar la respiración y el ritmo cardiaco normal.  Cuando mi corazón normalizó su ritmo, me estiré, me puse boca arriba y abriendo las piernas, comprobé con la mano cómo de mojada estaba.   Esa no era yo.  Yo jamás lubricaba tanto.  Aquello era nuevo para mí en más de un sentido.  Lo único que en ese momento sabía, era que no quería que terminase, y es que al recoger mi humedad, mis labios interiores se estremecieron al tacto de mis dedos, y no pude evitar volver a acariciarme.  Y apenas en un momento, tuve un tercero.  Este fue mucho más corto que los anteriores, pero no menos intenso.

Cuando terminé tuve que levantarme al baño y lavarme un poco, porque era imposible dormir con toda aquella humedad.

Aquella fue la primera de muchas noches de lectura y sexo.  Cada noche una situación distinta ocurría en mi cabeza.  Cada noche un Mr. Perfecto me esperaba para satisfacer mis fantasías.  Cada día se convertía en un mero transcurrir hasta el momento de mi sesión de sexo, de placer, pero sobre todo, de morbo.

Había descubierto que era una mujer morbosa.  Probablemente siempre lo he sido de algún modo cuando por ejemplo en la playa notaba cierta excitación al notar cómo los hombres miraban mis pechos al hacer topless, o cuando me sentía atraída por algún vendedor demasiado guapo y demasiado joven en una tienda de ropa…

Aquel libro me estaba cambiando.  Me cambió.  Surgió en mí la curiosidad, el deseo, el morbo.  Surgió una mujer distinta.  Seguía siendo yo, evidentemente, pero mi mente ahora veía cosas que antes ni siquiera percibía.  Notaba miradas, gestos, insinuaciones.  Me sorprendía excitada cuando algún camarero me hacía un cumplido en el bar donde siempre comía.  Me vestía más sugerente, más femenina.  Desempolvé algunos zapatos de tacón más alto de lo habitual que me empecé a poner en días concretos.

Los cambios no eran evidentes ni llamativos.  Eran mínimos, pero existían.  Sólo un observador avezado o un admirador habitual los habrían percibido.  Mi marido evidentemente ni se enteró.  Sin embargo un amigo de siempre, de la infancia casi, el primer día que quedamos, lo notó.

- Oye…  ¿a ti qué te pasa?  ¿te has echado un querido o qué?

- ¿Perdona?   Jajajajaja    ¿Y eso a qué viene?

-  Pues tú me dirás…  vas muy mona…  llevas una camiseta marcando bien las tetas, y unas botas con un tacón, que tú sólo te pones para salir de noche.   Así que tú me dirás lo que está pasando, chocho, pero a mí no me engañas, que hace más de 20 años que nos conocemos.  Venga, cuenta…

Evidentemente Luis me conoce como nadie.  Y como buen gay que es, tiene una intuición femenina a la que no se le escapa un detalle.

- Jajajaja.  Tío, Luis, eres una arpía!!

- No bonita, soy maricón, pero no ciego.  Venga, déjate de rodeos, y cuéntame quién es el afortunado.

Le estuve contando con detalle a mi buen amigo y confidente los cambios que se habían producido en mí, mientras él me escuchaba con una sonrisa.

Luis es un tío encantador, guapo como pocos y con un cuerpazo.  De hecho, de no ser por su evidente homosexualidad, ligaría con las mujeres tanto como lo hace con los hombres.  Ahora tiene una pareja encantadora con quien ha sentado la cabeza, pero durante muchos años ha sido el soltero de oro.  Profesional de éxito y siempre bien vestido, os podéis imaginar que su agenda siempre tenía algún compromiso, eso sí, siempre de nombre masculino.

- Ya era hora de que espabilases, guapa.  Que llevas toda la vida con ese muermo de marido tuyo, que será un padre estupendo, pero que te tiene el chocho abandonado.

- Que bruto eres Luis!!

- No, bruto no.  Si tú eres la primera que me lo ha dicho siempre.  Cada vez que ha sido capaz de echarte un polvo en condiciones, me lo has contado con ilusión en la mirada, y ¿cuántas veces ha sido eso en los últimos años?

- Que sí, si no te quito la razón, pero eres un bruto, Jajaja.

- Bueno, el caso es que aunque tarde, empieces a disfrutar del sexo, aunque sea tú solita.  Aunque si me dejas que te dé mi opinión, ese morbo que se te ha despertado y que te tiene tan activa últimamente, va a empezar a pedirte más que dedos, y no tardando mucho.

- Hombre, claro que me lo pide.  Me pide a Mr. Perfecto cada noche.  Y lo peor es que empiezo a mirar a los hombres buscando a un cómplice a la altura.  El problema es que mi imaginación ha puesto el listón tan alto, que no sé si alguno estaría a la altura.

- Los hay a la altura, ya te lo digo yo.  Pero como te conozco, vamos a empezar por lo más accesible…   ¿Has probado a intentar convertir a tu marido en Mr. Perfecto?

- Ni lo he intentado, ni lo pienso intentar Luis.  Pepe es una persona maravillosa, pero ya sabes de sobra que en la cama no es precisamente  un prodigio.  Y no es ya que sea bueno o malo en la cama, es que sabes que su forma de ser es muy tradicional en ese sentido, y si le insinúo algo de lo que pasa por mi cabeza estos días, es capaz de empezar con celos y malos rollos, y no quiero generar un problema donde no lo hay.

Mi marido ha sido siempre un buen compañero de vida y un padre estupendo.  Pero cuando nos enamoramos a los veintipocos, lo hacemos sin darle mucha importancia a detalles que luego nos damos cuenta que habríamos preferido que fuesen de otro modo.  En el caso de mi marido, su actitud hacia el sexo, y sobre todo sus capacidades en la cama, con el tiempo han demostrado ser bastante más que mejorables.  El tamaño de su pene es bastante normal, tirando a pequeño, y su aguante tampoco es una cosa del otro mundo…  Es cierto que casi siempre consigue que me corra, aunque la mayoría de las veces  ayudándose de un juguete que vino en su día a salvar nuestra vida sexual (al menos la mía) pero eso sí,  casi siempre después de haberse corrido él.  Y con el paso de los años, cada vez en más ocasiones, es terminar de correrse, y verle perder interés, dejándome casi para que me lo termine yo sola con el juguete.

- ¿Y entonces qué vas a hacer?  Porque ese fuego que te come, no va a desaparecer así porque sí.  Ya te lo digo yo.  Se ha despertado tu verdadera sexualidad, y algo tendrás que hacer al respecto.  Además, que el sexo es demasiado bueno como para no disfrutarlo, y tú llevas toda la vida conformándote con migajas.

- Bufff, pues no lo sé Luis, no lo sé.  Lo único que sé a día de hoy, es que me he convertido en una devoradora asidua de literatura erótica y una masturbadora compulsiva.  De hecho, hay noches que he llegado a correrme hasta cuatro veces, y paro por recomponerme antes de que se acueste Pepe, que si estuviese sola, yo creo que alguna noche me la pasaba entera corriéndome.

- Sí que lo sabes, chocho, sí que lo sabes.  Si no lo supieras no estaríamos hablando de esto.  Vas a buscar a un Mr. Perfecto, como tú dices, y vas a empezar a satisfacer alguna de esas fantasías que te tienen tan cachonda.  Y además no lo vas a hacer porque yo te lo diga.  Es algo que ya tienes tú bastante madurado.  ¿A que sí?

-  Madre mía Luis.  Estoy hasta nerviosa hablando de ello…   Y cachonda, joder.

- Cachondo me estás poniendo a mí, putón, y eso que no voy a ser yo el que te la meta.

Y Luis como casi siempre, tenía razón.  Mi mente ya había empezado a darle vueltas  la posibilidad de hacer realidad mis fantasías.  Tenía claro que quería que ocurriese.  Pero una cosa era pensarlo, desearlo o imaginarlo cada noche, y otra muy distinta hacerlo realidad.  Aun no había decidido cómo hacerlo, ni con quién, pero mi mente estaba empezando a pensar del modo que supongo lo hace un delincuente;  No quería que me pillasen y que con ello mi vida diese un vuelco, así que empecé a ir descartando como posibles candidatos a los conocidos, a los relacionados con el trabajo y a cualquiera que viviese o trabajase en las proximidades de mi entorno.

- Luis, ¿tú me ayudarías?

- Pensaba que no me lo ibas a pedir…    Pues claro amor.  Ya sabes que lo que necesites.  ¿Has pensado ya en algo?

- No, la verdad es que no, pero eres el único con el que tengo la confianza suficiente como para pedirte algo así.  De momento, lo que seguro que necesitaría es que me des cobertura cuando quede con alguien.  Pepe se queda muy tranquilo si le digo que he quedado contigo.

- Eso no es problema.  Y te voy a ayudar más…   Te voy a crear un perfil en Badoo, verás la cantidad de tíos que te van a salir.  Vas a tener de sobra donde elegir a un Mr. Grey a tu gusto.

- Tendrás que explicarme de qué leches me estás hablando.

- Se llaman redes sociales, aplicaciones de citas para buscar pareja, o para lo que cada uno quiera.   En realidad lo que hace la gente es hincharse a follar.  Ya verás como te gusta.

- Oye, pero mi foto no la pongas, a ver si me va a ver alguien conocido y la liamos.

- Tranquila chocho, tú déjame a mí, que te voy a descubrir un mundo nuevo

Y en ese momento exacto fue cuando entre Luis y yo, bautizamos a mi nueva yo.  En ese momento surgió Lola.  Luis me creó un perfil con datos muy genéricos y la información justa.  Faltaban las fotos, pero evidentemente no iba a subir fotos de mi cara, así que Luis me sugirió que la recortase de algunas que tuviese en las que saliese sexy y las subiera yo más adelante.

Aquella noche estaba tan excitada con la idea de encontrar a alguien que me diese aquello que buscaba, que pospuse la lectura y me centré en buscar algunas fotos que pudiesen atraer la atención de algún hombre interesante.  Cogí el portátil y empecé a rebuscar entre la carpeta del álbum familiar.  Intenté no irme muy atrás en el tiempo para no ofrecer una imagen mía que no se ajustase a mi realidad actual, aunque francamente, físicamente apenas he cambiado en todos estos años.  Ya os dije al principio que por suerte, la genética ha sido generosa conmigo y no aparento en absoluto mis 50 años.

Escogí unas cuantas; vestida normalita, alguna algo más elegante de alguna celebración familiar, y alguna en bikini.  Las estuve recortando con un programa de retoque fotográfico y tapando detalles que pudieran contribuir a identificarme, y cuando las tenía a mi gusto, las subí al perfil de Lola.   Por fin Lola ya tenía imágenes.

Mi sorpresa fue mayúscula al entrar en el perfil, pues aún sin foto en el perfil, tenía montones de mensajes de hombres.  Había absolutamente de todo.  Desde chicos de poco más de 20 años ofreciéndose para sexo, a hombres mayores mucho menos directos, pasando por supuesto por todas las edades.   Y entre todos ellos, una enorme colección de fotos de penes y torsos musculosos masculinos frente a un espejo.

Desde luego aquello me pilló por sorpresa.  Afortunadamente entre todos aquellos despropósitos, había también mensajes más normales.  Muchos “hola, qué tal?”, que poco o nada llamaban mi atención, y alguno un poco más elaborado, que sin duda fueron los que más interés despertaron en mí aquella noche.  Sin embargo, viendo que aquello iba a ser más fácil de lo que yo había pensado, los borré todos y decidí subir mis fotos y completar mi perfil, explicando algo sobre mí y sobre lo que pretendía encontrar, con la idea de que todos aquellos impulsivos de los penes y los espejos se mantuviesen al margen, al menos hasta que yo se lo pidiese.

Mientras lo hacía, seguían escribiéndome.  Definitivamente aquello iba a ser divertido.  No sabía si alguno iba a encajar en mis gustos, porque tenía claro que las riendas las quería llevar yo, y no ser utilizada sin más por algún adonis creído y sin personalidad, pero el hecho de atraer tanta atención me estaba excitando, y reconozco que algunas de las fotos que recibía resultaban muy morbosas.

Cuando ya mi perfil estaba completo, el volumen de mensajes se disparó aún más.  Entre todos, había uno que tenía unas fotos normales.  Un hombre de 38 años, bastante guapo y atractivo, pero sobre todo tenía un sentido del humor que capturó mi atención desde el primer mensaje.  Estuvimos hablando un rato aquella noche, y durante los siguientes días, sus atentos mensajes se convirtieron en una conversación fluida, que inevitablemente nos llevó a contarnos intimidades.  En menos de una semana estábamos sentados en un bar, una tarde al salir de trabajar, tomando una cerveza cara a cara.

- Que sorpresa tan agradable Lola.  La verdad es que las fotos no te hacen justicia.  No sólo eres muy atractiva, además eres una preciosidad.

Aquel día, sabiendo que iba a quedar con él después del trabajo, me había puesto un vestido ajustado con el que lucía mi figura, y para no llamar demasiado la atención en mi entorno habitual, me puse unas botas de tacón ancho y bajo, pero me había llevado en una bolsa unos zapatos de tacón alto que me puse después en el coche, y que junto con el vestido hacían que los hombres volviesen la mirada para mirarme.

Él era aún más atractivo en persona que en las fotos.  Llevaba tiempo divorciado y se notaba que tenía experiencia en este tipo de citas, pero sobre todo derrochaba personalidad y elegancia.  Sabía cómo tratar a una mujer, y enseguida me hizo sentir, no sólo deseada, sino además respetada.  Además supo llevar la conversación en todo momento, ayudando a vencer mi timidez inicial y mezclando comentarios atrevidos con temas de todo tipo.  La combinación de todas esas cosas me resultaba tan atractiva que no podía evitar sentirme excitada.  Cuando se acercó para besarme, ni pude, ni quise resistirme.

Ese primer beso infiel, tras tantos años de casada provocó un vuelco en mi cuerpo.  Una sensación de cosquillas, mariposas o como lo queráis llamar, recorrió mi cuerpo desde el pecho hasta mi entre pierna.  Cuando tras unos segundos sacó su lengua de mi boca y despegó sus labios, me sentía totalmente excitada, casi al borde del orgasmo.

Unos minutos más tarde me propuso tomar otra cerveza en su casa.  Sabía que iba a decir que sí, pero quise hacerme de rogar, sentirme deseada por aquel hombre casi irresistible.

- ¿Y qué ibas a pensar de mí si en la primera cita termino en tu casa?

- Lola, ni tú ni yo somos ya niños, ni estamos ya en los años ochenta.  Me gustas muchísimo y resulta evidente que yo también te gusto a ti.  Además, ¿qué importa lo que yo piense o deje de pensar?  Lo que deberías preguntarte es si te apetece venir, y en todo caso si te sientes segura de venir conmigo.  Entendería que no te fíes de mí porque no me conoces, pero cualquier otro motivo para no venir, serían solo excusas para no hacer algo que evidentemente deseas.

Y así, con pocas palabras pero argumentos claros, terminó cualquier resistencia que yo hubiese pretendido oponer.

- Ya veo que tienes respuesta para todo.

- Bueno, eso no quiere decir que mis respuestas te sirvan.  A menos que reconozcas que tengo razón.

- La tienes.  Vámonos.

Carlos vivía apenas a 5 minutos andando, y durante el camino agarró mi mano mientras charlábamos y bromeaba para intentar hacerme sentir cómoda.  Su dominio de la situación no hacía sino excitarme cada vez más.  Estaba empezando a sentirme tan excitada, que casi deseaba abalanzarme sobre él.

Al entrar al ascensor, se acercó a mí y me volvió a besar de un modo tan dulce, y a la vez tan húmedo y apasionado, que no pude evitar emitir un gemido.  Aquello fue como una señal para él, que ahora sí se sintió seguro de mi entrega, y sus manos pasaron de mi cintura a rodear mi cadera y apretarme contra él, haciéndome notar una ya más que notable erección.  Sus besos se volvieron más profundos y ahora nuestras lenguas peleaban por entrar una en la boca del otro, casi con lujuria.

De repente el ascensor llegó a su piso y nos separamos como si nada hubiese pasado, aunque su erección en el pantalón era difícilmente disimulable, y marcaba un bulto alargado que no pude evitar mirar.

Caminamos hasta su piso y nada más cerrar la puerta tras nosotros, me agarró del brazo y de nuevo nos enzarzamos en una batalla de lenguas que junto con su erección, de nuevo pegada a mi vientre, me tenían casi al borde del orgasmo.

Sus manos rodeaban mi cintura, bajaban a mi culo, y recorrían toda mi espalda.  Ese hombre me estaba volviendo loca y apenas habíamos entrado en su casa.   De repente me levantó del culo y le rodeé la cintura con mis piernas, y sin dejar de besarnos, me llevó hasta la habitación principal.

Con verdadera delicadeza me apoyó en la cama, y continuó besándome con esa pasión que me estaba volviendo loca mientras  sus hábiles manos empezaban a desabrochar la cremallera de mi vestido.  Sus manos recorrían mi cuerpo, apretaban mis tetas hasta hacerme gemir y se deshacían de cualquier resistencia que un botón, una cremallera o un cierre pudiesen oponer.

Yo estaba tan absorta sintiendo como su habilidad me desarmaba y desnudaba, que ni siquiera me di cuenta de hacer lo mismo con él, por lo que él seguía completamente vestido, cuando yo ya estaba solo con la ropa interior, las medias y los tacones.  Entonces fue cuando realmente Lola cobró conciencia de sí misma y empezó a actuar.

Me incorporé en la cama, y quitándome los zapatos me puse de rodillas en ella.  Aparté toda la ropa que Carlos ya me había quitado y me acerqué al borde de la cama donde él esperaba de pie, observándome.   Empecé por desabrochar su camisa y sacársela sin ninguna resistencia por su parte.   Le miré y su cara mostraba una mirada de deseo y una sonrisa de satisfacción y superioridad, que lejos de humillarme, me excitaron aún más sabiéndome entregada a ese hombre, que sin duda había traído a esta misma cama a muchas otras antes que a mí.

- ¿Creías que iba a estar toda la noche dejándome hacer?   No sabes cómo me has puesto.   Creo que hacía años que no estaba tan excitada.

- ¿Seguro que es excitada la palabra adecuada?

- Muy excitada, sí.

Me agarró con su mano de la cara y me la subió obligándome a mirarle

- No corazón.  Lo que estás es cachonda como una perra, y estás deseando que te folle bien follada.  Dime si me equivoco.

Aquello  me descolocó casi tanto como me excitó.  Sentir que me dominaba y que ejercía su poder sobre mí sin ningún disimulo, me terminó de desarmar

- Creo que estoy más cachonda de lo que lo he estado nunca.  Y sí, quiero que me folles, cabrón!!

- Muy bien zorrita.  Ahora desnúdame

Su orden no hizo nada más que alimentar el fuego que ardía entre mis piernas.  Desabroché su pantalón y lo dejé caer.  Ante mi vista quedó un bóxer negro que marcaba una polla de considerables dimensiones.  No era una monstruosidad, pero desde luego era bastante más grande que la de mi marido.  La acaricié sobre el bóxer, y a continuación metí una mano para agarrarlo, mientras con la otra bajaba la cinturilla del bóxer por debajo de sus testículos.  Estaba circuncidado, lo cual me sorprendió, porque nunca había visto una así.  Tenía el glande hinchado y brillante.  Le miré hacia arriba, y su sonrisa de superioridad volvió a impactarme directamente entre las piernas.  Me sentía totalmente sometida a su ego.  Sin capacidad ni tampoco deseo de decir que no a nada que ese hombre me pidiera.

- Chúpamela, zorra!

Un calambre recorrió mi cuerpo al escucharle.  Sin pensármelo me la llevé a la boca e inicié una mamada que deseaba yo más que él.  Durante un buen rato disfruté con esa polla en mi boca.  Puse en práctica mi limitada habilidad, que pese a todo fue suficiente para hacerle llegar al límite.

- sshhhhh,  para!! Para!! que si sigues así me vas a correr, y aún tenemos mucha tarde por delante.

- No tengo tanto tiempo.  Tengo que irme a casa pronto, así que córrete en mi boca si quieres.

- He dicho que no.  Hoy no.  Ahora te vas a poner a cuatro patas y me vas a ofrecer tu coñito para que te lo folle como la puta que eres.

Y sin pensarlo un momento empecé a quitarme el tanga y el sujetador, y a ponerme en posición para recibirle, mientras él se colocaba un preservativo.

- Joder, que culazo tienes más espectacular.  Estás buenísima

- ¿Te gusta?  Pues fóllame, cabrón, que estoy como loca por sentir esa polla dentro de mí

Y de repente me dio un azote en el culo que resonó por toda la habitación como si hubiese sido una bofetada.

- Ey, hijo de puta, ¿Qué haces?

Pero lejos de amilanarse, mi queja no hijo nada más que excitarle más, y me dio otra, aún más fuerte.

- Cállate zorra, o tendré que darte otra, y te aseguro que la tercera va a dejarte marca en el culo

Marcas… eso sí que no me lo podía permitir, así que me callé, agaché mi cabeza y traté de disimular el hecho de que esos dos azotes, más allá de la humillación y el picor de piel, habían conseguido excitarme aún más, y desear que metiese su polla dentro de mí cuanto antes.

Escupió en su mano y lubricó con su saliva su polla, y a continuación pasó la mano por mi coñito, que a esas alturas ya no necesitaba de lubricación, pero que agradeció la caricia, haciéndome estremecer

- Mmmmmm, sí, joder, métemela ya

Acercó la punta, la frotó varias veces por mis labios exteriores, alcanzando el vértice del clítoris y volviendo a retroceder hasta frotarla por mi ano.  Repitió la operación varias veces.  Empecé a temer que quisiera metérmela por el culo sin siquiera prepararlo, pero de repente la puso en la entrada de mi vagina, y de un solo golpe me la metió entera.

- Ahhhh, joder, despacio cabrón, que duele.

No me contestó.  Ya no habló más.  Sin hacerme mucho caso, la sacó y volvió a embestirme hasta el fondo, sacando otro grito de mi garganta.  La tercera vez que lo hizo ya no grité.  La cuarta empecé a gemir.  Y la quinta, y la sexta….    Me embistió como un loco durante al menos treinta segundos seguidos, luego bajó el ritmo, para tiempo después volver a acelerarlo.     Treinta segundos!!!   Mi marido no hubiese aguantado ni diez a ese ritmo, pero ese hombre me estaba dando con todas sus fuerzas, agarrado a mi cadera, embestía y embestía, descansaba y volvía a embestir.   Parecía no tener fin.

El sonido rítmico de sus embestidas, de su cuerpo chocando contra mi culo, se mezclaba con mis constantes gemidos.  Mis brazos se doblaron por la intensidad, por la fuerza de ese hombre, y cuando empezaba a temer que se fuese a correr como le pasaba a mi marido, empecé a sentir uno de los mejores orgasmos que hasta ese momento había tenido follando con un hombre.

Mi cuerpo se convulsionó, me contraje, pegué mis tetas contra la cama y estiré mis brazos hacia atrás buscando tocarle, apretarle más contra mí.  Grité creo que como nunca.  Ignoro si nos oyeron sus vecinos o no, pero no me importaba si nos oían.  No podía controlar mi cuerpo, que convulsionaba antes sus embestidas, que seguían siendo tan intensas y rítmicas como al principio.  Ese hombre parecía no tener fin.

Carlos llevaba más de diez minutos follándome a un ritmo tremendo, alternando con ratos más tranquilos en los que jugaba con sus dedos en mi esfínter.  Finalmente aceleró de nuevo.   Tuve un segundo orgasmo, y cuando llegaba el tercero, sentí como también él gemía, resoplaba y se agarraba a mí, reduciendo el ritmo, casi parándolo, limitando sus movimientos a apenas lentas convulsiones en las que sacaba casi por competo su polla y lentamente la volvía a hundir, apretando al llegar al fondo.

Cuando terminó su orgasmo se dejó caer sobre la cama, junto a mí, y entonces volví a tener al alcance su boca.  Esa boca que antes me había llevado al cielo, ahora estaba a mi lado, abierta, cogiendo aire mientras intentaba recuperar su ritmo habitual.  Lo besé.  Dulce y suavemente lo besé.  Y me devolvió el beso del mismo modo.  Ahora ya sin urgencias, sin vicio, sin lujuria.  Eran besos dulces, relajados, que culminaron una primera aventura inolvidable para mí, y desde luego para Lola.

La tarde no daba para más.  Debía volver a mi vida.  Lola volvería a disfrutar más tranquilamente de Carlos, que a lo largo de los años me ha ofrecido tan buenas sesiones de sexo y de morbo, pero de momento había llegado la hora de regresar a casa.