El nacimiento de Carla (2/2)

Segunda parte de mi feminización. Con un mayor contenido sexual.

Tras convertirme en Carla y lamer los pies (y zapatos) de Soraya llegó mi momento de disfrutar.

—¿Qué opinas Mónica? ¿Le premiamos por un trabajo bien hecho?

—Mastúrbale —contestó ella, medio dormida (siempre se adormecía después de un orgasmo).

Me sorprendió escuchar a mi mujer pedirle a otra que me masturbara. Aunque a ella le acababa de comer el coño otra persona. Me acerqué a Soraya, me puse en pie delante de ella, dispuesto a que me masturbara y esperé instrucciones.

—¿Qué haces? —me dijo, con cierto desprecio—. ¿Acaso esperas que toque tu polla con mis manos? Anda, túmbate zorra.

Me sorprendió, no hacía tanto que había besado mi glande. Aunque probablemente no era más que una excusa para hacerlo con los pies, así que me tumbé en el suelo sin rechistar, dejando mi entrepierna a la altura de sus preciosos pies.

Me levantó la falda con un pie, aguantándola luego con el otro. Metió el dedo gordo del pie que había quedado libre en el tanga e intentó bajármelo. Aunque se movió un poco no se bajó. La presión de mi polla lo impedía. Introdujo el dedo gordo del otro pie y lo volvió a intentar. Esta vez se bajo sin problemas, liberando mis genitales. Apartó de nuevo los pies, por lo que aproveché para acabar de bajármelo hasta las rodillas (tuve que levantar un poco el culo y sacar la tira que se me había remetido entre las nalgas), y luego me lo quité y lo dejé en el suelo.

Vi que Soraya se estaba volviendo a poner las sandalias. Pensé que igual le había molestado que me acabara de quitar yo sola el tanga. No quería hacerla enfadar aún más hablando sin permiso, así que me limité a mirarla a los ojos, como implorando que continuara. Se dio cuenta.

—Tranquila, Carla, que ahora sigo. ¿Pensabas que iba a tocar tu polla con mis pies?

—Bueno, como antes dijiste que no lo harías con las manos, pensé...

—Nadie te ha dicho que pienses. Y tampoco esperaba respuesta, era una pregunta retórica.

Pensé que me había quedado sin mi paja. Pero entonces acercó sus pies entaconados hacia mis genitales. Me rozó con el tacón toda la extensión de mi polla, desde la base hasta el glande, luego jugó un rato con mis testículos. No me hacía daño, pero me hacía estar tenso, a la vez que excitado. Después me acarició la polla con la suela. Tenía un tacto muy suave. Finalmente, me rodeó como pudo la polla con sus sandalias y empezó a masturbarme. Lo había visto hacer en varios vídeos porno, pero no me esperaba que fuera tan excitante.

Mónica se recuperó de su letargo postorgásmico y se levantó a ver el espectáculo.

—¿Te gusta que te masturben con unos zapatos, Carla?

—Me encanta —respondí.

—Veo que tienes la boca desocupada.

No contesté. No sabía si le había molestado que respondiera a la pregunta anterior, aunque no lo parecía. Enseguida pude comprobar que no era eso, sólo había sido una excusa para lo que ella haría después.

Se acercó a mí, andando con sus enormes tacones, y se puso de forma que mi cabeza quedó entre sus zapatos de ballet, mirando ella al frente, o mejor dicho, a la paja que me hacía Soraya. Entonces se agachó. Supuse que quería que le volvieran a comer el coño. Aunque, por lo visto no había calculado bien su posicionamiento, quizá por los zapatos, puesto que su coño quedaba sobre mi barbilla. Decidí esperar que se recolocara ella misma, puesto que nadie me había dicho que hablara.

—¿A qué esperas? —dijo

—Es que no llego bien —contesté.

—De acuerdo, pues te lo pondré más fácil. —Dicho esto, se apartó las nalgas y se agachó un poco más.

—Pero esto es...

—Sí, veo que lo has entendido.

Vaya, Mónica quería que le lamiera el culo, el ano, para ser más precisos. No me lo esperaba, pero después de haber lamido los pies de otra mujer, era lo mínimo que podía hacer.

Saqué la lengua y la dirigí a la zona anal, no muy cerca del agujero. Poco a poco, empecé a lamer en círculos, rodeando ese agujero negro que me atraía, a la vez que me asqueaba un poco. Para ser sincera, a medida que me aproximaba, me sentía más atraída y menos asqueada. Finalmente, mi lengua llegó a su ano. Ahora sólo sentía atracción. Empecé a propinar largos lametones al ano de mi mujer. Cuando ya estaba bien mojado por mi saliva, me decidí a explorarlo más a fondo. Puse la punta de la lengua en la entrada del ano y empujé un poco. No entró mucho, al fin y al cabo la lengua es blanda. Más bien, lo que sucedió es que su ano se relajó y se abrió un poco.

Estaba súper cachonda, lamerle el ano a Mónica era muy excitante, y además tenía a Soraya masturbándome con los pies, o mejor dicho con sus sandalias. Mónica decidió sacarme del paraíso.

—Es suficiente, Soraya —dijo, mientras se ponía en pie.

—¿No te lo estaba comiendo bien? —preguntó ella.

—Sí, muy bien. Pero no queremos que te manche los zapatos de semen.

Vaya, mi mujer me conocía bien, realmente estaba a punto de correrme en esos fantásticos pies. Soraya apartó sus sandalias de mi polla dura y se acomodó.

—Además —continuó—, ya va siendo hora de que disfrutes tú.

—¿Cómo quieres que lo hagamos? —preguntó Soraya.

—Que se ocupe Carla.

No sabía si mi mujer quería que me follase a Soraya, o sólo que le hiciera un cunnilingus. Pero daba igual. Aún podía recordar el chochito carnoso que se intuía bajo su tanga y me ponía a mil.

Soraya se acercó a mí.

—Arrodíllate —me dijo—. Me apetece un poco de sexo oral.

Nunca había hecho un cunnilingus en esa postura, pero daba igual. Me arrodillé y me dispuse a bajar su tanga rojo, que cayó sobre sus pies. Me sorprendió ver que no estaba completamente depilada, se había dejado un pequeño triangulito de pelo que impedía ver ese chochito carnoso que tanto deseaba lamer.

Lo que pasó entonces me dejó boquiabierto, o boquiabierta. Soraya separó un poco las piernas y lo que había pensado que era un chochito carnoso resultó ser un pene oculto entre sus nalgas que se soltó en cuanto abrió las piernas. En pocos segundos, dos pequeños testículos salieron de sus entrañas y quedaron colgando al lado de su polla.

En ese momento lo entendí todo: su altura y sus largas piernas; sus pies ligeramente grandes (aunque no tanto como los mios), y el aroma que desprendían; sus grandes tetas para exagerar una feminidad que no siempre había existido, así como las pezoneras que probablemente ocultaban las cicatrices de una operación chapucera. Incluso sus rasgos de chica mala, en el fondo, no eran más que rasgos ligeramente masculinos. Aún así estaba buenísima.

—¿Eres un tío? —Me arrepentí enseguida de preguntar eso. La respuesta era evidente: ahora ya no. Y por lo poco que sé de transexuales, este tipo de comentarios pueden ofender. No me dio tiempo a disculparme.

—Y tú, ¿eres marica? —intervino mi mujer—. Porque he visto como la mirabas todo el rato. Y has estado a punto de correrte en sus pies. Por no hablar de lo que has disfrutado chupándoselos. Si ella fuera un tío...

—No te preocupes, Mónica, estoy acostumbrada, no es más que una reacción de sorpresa. Seguro que está arrepentida, ¿verdad, Carla?

—Sí, lo siento. Es que no me lo esperaba.

—Además —continuó Soraya—, se nota que no le ha molestado en absoluto. —Era cierto, pero ¿cómo lo sabía ella?.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó mi mujer, tan intrigada como yo.

—Bueno, no es la primera vez que una mujer decide sorprender a su marido conmigo. Si al descubrir mis encantos el marido sigue arrodillado ante mí, es que le gusta. Los que resultan ser, digamos, demasiado heteros, se levantan y se alejan. Y aquí está Carla, con la boca abierta.

Estaba claro que esa polla me la iba a tener que comer, de hecho, me la quería comer. Esperé instrucciones. Pasaron unos segundos y ninguna dijo nada. Entonces lo entendí, no querían pedirme que lo hiciera, querían que saliera de mí, que demostrara lo zorra que era.

Tímidamente, saqué la lengua y lamí por fuera la polla de Soraya. Aún la tenía pequeña. Luego me incliné para darle un beso en el glande, tal como ella había hecho horas antes. Finalmente me decidí. Como aún era pequeñita, podía aprovechar para metérmela entera en la boca (algo que no podría conseguir dentro de un rato). Tenía que hacerlo.

Aunque esta vez no me lo habían dicho, decidí no usar mis manos, así que me acerqué, saque otra vez la lengua y la usé para levantar su polla, de manera que quedase apuntando hacia mi boca, luego tomé con mis labios el glande de Soraya y, poco a poco, fui succionando levemente, a medida que acercaba mi nariz a su pubis, hasta que enterré mi nariz en su triangulito de bello púbico. Con el tamaño actual no tenía mérito, pero aún así me sentía feliz por el logro. Con su polla en mi interior me dediqué a jugar con la lengua, moviéndola de un lado para otro y sacándola ocasionalmente para lamer sus testículos. Notaba como iba creciendo en mi interior, hasta que llegó el momento en que no cabía entera en mi boca y la empecé a sacar. A partir de entonces, inicié el clásico movimiento mete-saca que todos conocemos.

La imagen que ofrecía debía ser altamente erótica. Allí estaba yo, una especie de animadora travesti con sandalias de tacón, haciéndole una mamada a una belleza con polla y, por si fuera poco, la ausencia de mi tanga permitía que mi propia polla asomara por debajo de la falda.

Mientras pensaba en estas cosas, Mónica se acercó a la bolsa, que estaba en la cama cerca de Soraya, y sacó un par de cosas en las que ni me fijé, pues la polla de mi boca me tenía completamente ensimismada. Luego, escuché que volvía a dejar algo en la bolsa y se alejaba.

Al poco rato, Mónica se arrodilló detrás de mi, obligándome a separar las piernas para dejar sitio a las suyas. Luego me levantó la falda y empezó a juguetear con un dedo alrededor de mi ano. No quise darle importancia. Hasta que me lo metió, por suerte con una gran dosis de saliva. Imaginé entonces que lo que había cogido de la bolsa era un consolador que pronto invadiría mis entrañas. Me pareció el siguiente paso lógico en mi feminización. Al poco rato pude comprobar mi acierto, pues noté un objeto que intentaba abrirse paso en mi culo. No le costó demasiado, ya que chorreaba lubricante (todo un detalle por parte de mi mujer). Pero no se conformó con meter la puntita, siguió empujándolo hasta que entró entero. Entonces, me agarró de las caderas y comenzó a follarme el culo. Al parecer no era un simple consolador, la muy zorra me estaba follando con un arnés. La dificultad de la postura (ambas arrodilladas) no le permitía hacerlo con demasiada velocidad, por lo que el vaivén resultante no impidió que siguiera con la mamada.

La polla de Soraya creció un poco más. Probablemente le excitaba ver como me follaban el culo. Escuché que ella también buscaba algo en la bolsa. No quería más sorpresas, así que decidí ver lo que pasaba. Me alejé de forma que sólo su glande quedara en mi boca y, mientras lo succionaba y lo recorría con mi lengua, observé con atención lo que hacía Soraya. Sacó de la bolsa una especie de consolador que se ensanchaba desde la punta, para luego volverse a estrechar y terminar en una base rectangular; lo que en inglés llaman "butt plug" (siendo la traducción más usada "tapón anal"). Cogió también un bote de lubricante (el mismo que había usado mi mujer poco antes) y embadurnó la superficie del butt plug. ¡¿Acaso pensaba meterme eso en el culo?! Pronto pude comprobar que no era para mí. Soraya separó un poco más las piernas (sacando el pie izquierdo del tanga) y dirigió con su mano derecha el butt plug hacia su culo. Hubiera deseado ver como entraba, pero no quería sacar su polla de mi boca, así que, como ya no había nada que ver, y además tenía la lengua algo cansada de jugar con su glande, volví a meterme su polla un poco más adentro y reanudé la mamada donde la había dejado. Para mi sorpresa, en pocos segundos reapareció la mano de Soraya. Se lo había metido mucho más rápido de lo que imaginé.

No sé si sería por el butt plug o por el ritmo de mi mamada, pero noté que su polla crecía un poco más. Tenía entendido que a algunas transexuales les cuesta que se les ponga tan dura como antes (por las hormonas), pero al parecer, no era su caso. En poco rato, su polla estaba al máximo y dura como una piedra. Ya apenas me entraba poco más de media polla en la boca, así que incrementé el ritmo para compensar la falta de profundidad. Sin previo aviso, noté que mi boca se llenaba de un líquido caliente, espeso y algo amargo. ¡Se estaba corriendo en mi boca! Ni siquiera había podido decidir si quería que eso sucediera, mucho menos qué haría al respecto. Es más, me daba algo de vergüenza que Mónica lo supiera. La zorra de Soraya no sólo no había dicho nada, sino que ni siquiera había podido notar algún tipo de espasmo previo. Se estaba corriendo, en abundancia además, y nadie lo hubiese notado. Esto me dio una idea: podía actuar como si eso no hubiera pasado, de esta manera, Mónica no lo sabría. Algunas prostitutas transexuales no eyaculan, así que, con suerte, Mónica pensaría que Soraya era una de ellas.

Mi plan requería que actuase con prisa, ya que mi boca empezaba a llenarse con sus fluidos y no podía consentir que se me salieran por la comisura de los labios. Sin dejar de mover mi cabeza empecé a tragar. A medida que iba tragando ella iba eyaculando los últimos chorros, hasta que conseguí tragarlo todo. Una vez acabado, continué la felación con normalidad (parar ahora me delataría). De vez en cuando, aún salía alguna gotita esporádica que me apresuraba por tragar. Al poco rato, Soraya me cogió de los hombros y me indicó que parara diciendo:

—Has hecho un buen trabajo, Carla.

—Menuda puta estás hecha —añadió mi mujer, mientras liberaba mi culo de su consolador y retiraba un condón manchado por mis heces.

—... Gracias.

Realmente me sentía muy puta, acababan de correrse en mi boca, me había tragado hasta la última gota, y todo ello sin inmutarme. Pero gracias a eso, Mónica ni se había enterado.

Después de eso, Soraya se giró y se agachó para coger su tanga, que aún reposaba a sus pies. Yo seguía de rodillas, así que, con su culo delante de mi cara, tenía una vista magnífica de su butt plug. Se volvió a colocar el tanga y lo subió hasta la mitad del muslo. Así, con el tanga a medio subir, se volvió a girar hacia mí. Lo que hizo a continuación me pareció alucinante. Presionando con los dedos, se subió los testículos, hasta que estos desaparecieron en el interior de su cuerpo, dejando el escroto vacío; luego, estiró su pene hacia abajo y hacia atrás, enrollándolo con el escroto, de manera que los testículos ya no pudieran bajar; A continuación, cerró las piernas para que no se moviera nada y, con cuidado, se acabó de subir el tanga. Finalmente, se lo acabó de recolocar todo bien.

—¿Eso duele? —pregunté.

—Si se hace bien, no.

—Tendré que aprender a hacerlo...

—Pero hoy no, Carla, Soraya debería de irse —dijo Mónica.

—A no ser que queráis pagarme más, claro.

—No, por hoy es suficiente. Por cierto, ya puedes levantarte, Carla.

—Entonces voy a vestirme —dijo Soraya, saliendo de la habitación.

Al cabo de unos minutos volvió. Se había puesto un traje de chaqueta y pantalón de color gris oscuro, llevaba en la mano sus sexis sandalias rojas. En lugar de ellas, ahora calzaba unos zapatos de salón negros de ante. Éstos tampoco tenían plataforma y sus tacones, aunque más anchos, eran igual de altos que los de las sandalias. Estaba claro que andar con taconazos no era un problema para ella. En la zona del empeine aún se podían ver las medias de rejilla rojas, por lo que supuse que la ropa interior no se la había cambiado.

Ahora, estando las tres de pie, me fijé en que, gracias a los tacones, teníamos todas la misma altura. Sería casualidad, pero me pareció curioso. Mónica, la más bajita de las tres, llevaba los zapatos de ballet, que tenían 18 centímetros de tacón, Soraya llevaba los zapatos de salón de 13 centímetros, y yo, la más alta, llevaba las sandalias de 10 centímetros.

Mónica me sacó de mis pensamientos:

—¿No te despides de nuestra invitada?

—Claro —dije.

Me acerqué con la intención de darle dos besos, pero ella me sorprendió con un apasionado beso con lengua.

—¡A ver si me voy a tener que poner celosa! —exclamó mi mujer.

Mónica se acercó también, pero ellas sólo se dieron dos besos. Tras esto, Soraya, guardó las sandalias en la bolsa.

—El arnés y la ropita de Carla os los podéis quedar.

—Gracias —respondimos a la vez Mónica y yo.

Mientras la acompañábamos a la salida, me fijé en que el butt plug no le había visto guardarlo (y tampoco había dicho que nos lo quedáramos).

—¿Y el butt plug, te lo has dejado en la otra habitación?

—Todavía lo llevo. Toca. —Se giró para que pudiera palpar la zona. Y sí, pude notar la base del butt plug dentro del pantalón.

—¿Te irás con él puesto?

—Sí, no sabes lo que me pone viajar en taxi sin que el taxista sepa que lo llevo.

—Vaya...

—Bueno —dijo Mónica—, hasta otra.

Finalmente, cerró la puerta.

Nos habíamos quedado solas y yo no sabía qué hacer. Yo era la única que no se había corrido, aunque había estado a punto un par de veces. ¿Podía ir a masturbarme? ¿Me debía quitar la ropa de chica? Mónica me sacó de dudas:

—Es tu turno, Carla.

—¿De qué?

—De correrte. Te lo has ganado.

—Gracias.

—Volvamos a la habitación.

Hice lo que pedía. Me encantaba oír el ruido de mis propios tacones mientras caminábamos por el pasillo. Ella iba unos metros tras de mí. Cuando llegamos, me indicó que me sentara en la cama.

—Lo que has hecho hoy se merece un premio —dijo.

—Entonces, ¿voy a poder correrme?

—Claro. Y además, te voy a premiar por cada uno de tus actos. Salvo por lamer las sandalias y los pies de Soraya.

—¿No te ha gustado que lo hiciera?

—Al contrario. Pero considero que la paja que te ha hecho Soraya con sus zapatos es premio suficiente.

—Supongo que tienes razón —respondí.

—Empezaremos por la mamada que le has hecho a Soraya.

Dicho esto, Mónica se arrodilló ante mí y me hizo ponerme en pie. Había hecho un pequeño charquito de líquido preseminal en la cama. Cuando lo vio, me miró con cara pícara y lo lamió. Luego, igual que había hecho yo antes con Soraya, empezó a lamer mi polla por fuera. A mí se me puso dura enseguida. Cuando apuntaba recta hacia su boca, me dijo:

—¿Cómo es que te brilla el glande?

—Bueno... Soraya... cuando no estabas... le dio un beso. Pero yo estaba atado.

—Así que es eso.

No le debió molestar, ya que a continuación me lo besó ella también. Sin embargo, su beso (a diferencia del de Soraya) enseguida se convirtió en un beso con lengua, tras lo cual se introdujo el glande en la boca y me lo empezó a chupar. Notaba como lo recorría con la lengua por todas partes, y como iba succionándolo poco a poco. Luego lo sacó un rato, supuse que para que me relajara un poco y no me corriera demasiado pronto.

Cuando se decidió, se la introdujo directamente en la boca y empezó a mover la cabeza arriba y abajo. Conocía a mi mujer, así que imaginé que seguiría así hasta el final, quizá haciendo alguna otra pausa, y con suerte, me dejaría correrme en su cara. Pero hacerlo vestida de mujer le daba cierto morbo. Y encima, estaba subida a unas sandalias de tacón. Por no hablar de los enormes tacones de los zapatos de ballet de Mónica, que al estar de rodillas, podía apreciar en todo su esplendor.

En aquel momento noté que mi glande alcanzaba el fondo de su boca, debía haber como doce centímetros de polla en su interior, pero de ahí no pasaría. Es lo malo de tener una novia que no tiene la garganta profunda. En ese momento, Mónica me agarró con fuerza las nalgas y empezó a empujarlas hacia ella, yo notaba como la presión en mi glande aumentaba, y entonces sucedió: entraron tres centímetros de polla de golpe. Mi glande había entrado en su garganta. Yo con eso ya estaba alucinando, pero Mónica seguía agarrándome con fuerza y empujando, así que poco a poco fueron entrando los últimos centímetros hasta que sus labios se posaron suavemente sobre mi pubis recién depilado. Era una sensación increíble.

Allí estaba Mónica con 18 centímetros de polla en el interior de su boca y garganta.

Poco a poco empezó a retirarse, centímetro a centímetro, deleitándose, y deleitándome a mí. Cuando sólo quedaba el glande dentro de su boca le pregunté:

—¿Desde cuándo sabes hacer esto? —pregunté—. No me habrás puesto los cuernos.

—No, tranquilo. Empecé a practicar con un consolador unos días antes de tu cumpleaños. Como te he dicho, quería darte una sorpresa. Este es uno de los motivos por el que decidí posponer lo de hoy hasta nuestro aniversario: quería tener bien dominada la técnica.

—Vaya, ¿y esto también me lo he ganado hoy por algo?

—Por lo bien que me has comido el culo.

Después de la pequeña conversación, Mónica volvió a introducirse mi polla en la boca. Fue alternando la técnica, estaba un rato haciéndome una mamada normal y luego se la metía entera en la garganta, de vez en cuando hacía varias inserciones profundas seguidas, o se la metía hasta el fondo y la aguantaba dentro unos segundos, tras lo cual hacía pausas para respirar (que me ayudaban a evitar la corrida, cada vez más cercana).

Finalmente, se la sacó del todo y se puso en pie. Supuse que no me iba a dejar correrme en su cara esta vez. Pero esperaba que lo que quisiera hacer fuera incluso mejor.

—Va siendo hora que te compense por haberte follado antes el culo —dijo, señalando el arnés que aún llevaba puesto.

Supuse que querría que le follara yo el suyo. No sería la primera vez. Pero nunca me dejaba hacerlo sin condón ni correrme dentro. Tenía la esperanza de que eso cambiara hoy. Sin embargo, me sorprendió con algo completamente distinto.

Se tumbó boca arriba en la cama, con los pies en la zona de la cabeza, y se fue acercando hacia mí, hasta que su cabeza quedó colgando por el borde de la cama.

—Fóllame la boca —dijo.

—¿De verdad?

—He practicado lo suficiente. Lo único que te pido es que si me la metes hasta el fondo, la saques de vez en cuando para que pueda respirar. Aunque no es necesario que la saques del todo, bastará con que salga de mi garganta.

—No se si me voy a poder controlar.

—No te preocupes, si necesito respirar, te lo indicaré.

—De acuerdo.

Cogí un cojín, que puse en el suelo delante de Mónica y me arrodillé. Luego, acerqué mi glande a su boca, que abrió en seguida de par en par, y lo introduje. Poco a poco, empecé a follarle la boca. Inicialmente había pensado en hacer lo mismo que habíamos hecho antes (unas cuantas penetraciones profundas esporádicas y de vez en cuando aguantarla un rato dentro), pero entonces pensé que me acababa de pedir que le follara la boca, por lo que igual me podía permitir hacerlo a mi manera.

En una de las embestidas, paré con la polla metida hasta el inicio de su garganta y luego la empujé hasta que entró hasta el fondo. A partir de ahí, la saqué sólo unos tres centímetros, por lo que mi glande seguía en su garganta, y luego la volví a meter. Continué de esta manera, follándome su garganta como si fuera su coño, o su culo. Al cabo de un rato, Mónica me dio una palmada en la nalga. Supuse que se estaba quedando sin aire. La saqué unos centímetros más, liberando su garganta. Escuché como respiraba con fuerza. Estaba tan caliente, que a pesar de que no parecía que se hubiera recuperado del todo, se la volví a meter de golpe hasta el fondo. Sorprendentemente no se quejó. Volví a follarme su garganta, esta vez mucho más rápido, hasta que noté que estaba a punto de correrme. La saqué entera.

Mientras Mónica recuperaba el aliento, dije:

—¿Me puedo correr en tu cara?

—No —dijo en una pausa de su respiración.

—¿Dónde quieres, entonces, en tus tetas?

—¿Acaso te piensas que soy tonta? Sé perfectamente que Soraya se ha corrido cuando se la chupabas.

—¿Ah sí?

—Lo de hoy no estaba todo improvisado. Habíamos hablado previamente de las cosas que podíamos hacer. Y aunque la cita ha ido algo diferente de lo planeado, me dejó claro que si se la chupabas se correría en tu boca sin avisar. Me pareció buena idea, así podríamos ver tu reacción, y como de puta eras. Y desde luego, has resultado ser muy puta. Te lo has tragado todo sin rechistar. Por eso, tú también te vas a correr dentro. Sólo te pido que me avises cuando falten dos o tres segundos.

Sin decir nada más, volví a introducir mi glande y empecé a follarle la boca con velocidad, pero sin llegar a meterla en la garganta, ya que no quería atragantarla si me corría. La pequeña charla me había permitido posponer la corrida, por lo que pude follarle la boca durante un rato más. Cuando noté que el orgasmo era inminente, grité:

—¡Me voy a correr!

Inmediatamente, Mónica levantó los brazos, me agarró de las nalgas y me atrajo hacia ella, haciendo entrar mi polla en su garganta de nuevo. ¡Quería que me corriera en su garganta! Y así fue. El primer chorro no se hizo esperar. Salió disparado entrando directamente en su esófago. Era una sensación indescriptible. Me estaba corriendo en su garganta como si fuera su coño. Mientras me corría, seguí follándole la garganta, con mucha más intensidad que hacía un rato. Tras unos pocos chorros más, Mónica me dio otra palmada en la nalga. Pero yo no había acabado de correrme, así que la ignoré. Hice unas pocas embestidas más, mientras disparaba los últimos chorros. Mónica me dio varias palmadas más. Tras la última embestida me quedé con la polla metida hasta la base y aguanté unos segundos, mientras las sensaciones del orgasmo se desvanecían poco a poco. Mónica estaba que no aguantaba más, me daba palmadas continuamente. Finalmente me apiadé de ella y, todo lo lento que pude, saqué mi polla de su garganta y de su boca.

Mónica intentaba recuperar el aliento y respiraba con fuerza. Una vez se calmó, me increpó:

—¡Casi me desmallo, zorra!

—Lo siento. Supuse que no querrías que la sacase a media corrida, te hubiera llenado la boca de semen y sé que no te gusta su sabor.

—En eso las webs que leí no se equivocaban, corriéndote en mi garganta he evitado tener que saborearlo. Pero aún así...

—No te quejes, Mónica, que seguro que te ha puesto cachondísima.

—Bueno, un poco, la verdad —contestó.

—Yo he tenido el mejor orgasmo de mi vida.

—De todas formas, esto me lo voy a cobrar. Ya pensaré cómo.

—Estaré esperando.

Mónica se desató el arnés y se quitó la ropa, a continuación, empezó a ponerse el pijama.

—¿Tú no te pones más cómoda, Carla?

Decidí hacerle caso, me bajé la falda, tras lo cual me senté en la cama. Luego me quité el top blanco que llevaba, vacié el contenido de mi sujetador (los dos pares de pantimedias de Mónica) y lo desabroché como pude. Continué quitándome las sandalias de tacón y finalmente las medias blancas que llevaba. Ya estaba desnuda, aunque seguía maquillada y con las uñas fucsia. También me dejé puesta la peluca. Mónica, que había estado observándome, me dijo:

—Te he dejado tu pijama bajo la almohada, Carla.

Levanté la almohada y me sorprendió lo que encontré: un camisón muy femenino de color blanco y unas braguitas de ese mismo color.

—A partir de ahora siempre dormirás como Carla. Te depilaré con frecuencia y siempre llevarás tus uñas de los pies pintadas, aunque no las de las manos, para que puedas ir a trabajar. Además, a partir de hoy empezarás a practicar con los tacones. Cada vez que entres en casa deberás ponerte un par. A medida que vayas mejorando los iremos comprando más altos. Puedes empezar por este par.

Dicho esto, me entregó una caja de zapatos. Al abrirla vi un par de zapatillas de tacón de cuña; tendrían unos siete centímetros de tacón. Me las puse. Las encontré bastante cómodas. Realmente me podía acostumbrar a ir con ellas por casa todo el día. Y quizá, algún día, podría ponerme unos zapatos de ballet como los de Mónica.

Carla había nacido, y venía dispuesta a quedarse.