El museo de la Inquisición

Un profesor americano de historia lleva a sus estudiantes a un Museo de la Tortura Medieval. Una joven decide soportar la exhibición, pero ¿lo consigue?

El museo de la Inquisición


Título original: The Museum of Inquisition

Autor: Michael Alexander (Michaelalexander7575@yahoo.com )

Traducido por GGG, diciembre de 2005

De BDSM Library

Breanne se bajó del pequeño autobús turístico y miró al imponente edificio. Sus enormes paredes de piedra parecían alzarse por encima de su minúscula figura, amenazadoras como una nube en el horizonte. Alzó las gafas de sol y siguió adelante, dejando que el profesor Williams saliese y se pusiese al frente del grupo. Su cabello repeinado seguía inalterado pese a la fría brisa y con su traje de tweed, que decía que le hacía sentirse más europeo, parecía severo y respetable.

Se retiró de los ojos el cabello caoba y permitió que el viento fresco y brusco le azotara y lo devolviera a su rostro. Sus manos se enterraron en los bolsillos del espeso abrigo, cerrándose en puños prietos mientras echaba el primer vistazo al imponente edificio que se alzaba ante ella.

Los otros quince estudiantes americanos se agruparon al pie de los escalones, estudiando el nuevo entorno como lo harían todos los estudiantes universitarios jóvenes en viaje turístico, tomando nota de las indicaciones en alemán que solo dos del grupo podrían leer de verdad, no tanto pronunciarlas. Breanne dio las gracias de que el inglés pareciera prevalecer, y que así hubiera sido durante la mayor parte de la excursión por Europa, sobre los idiomas nativos de cada país. Sin embargo las indicaciones que había en el edificio que tenían delante estaban en inglés, y Bre se preguntó que qué grupo de mentes enfermas habría decidido que fuera necesario crear un museo histórico de la tortura. El profesor Williams les llevó a los grises escalones de piedra, apretando un botón situado a la derecha de las pesadas puertas de madera. Bre se estremeció al escuchar el leve zumbido, tan común en el viejo mundo, echando de menos mentalmente los agradables sonidos del hogar.

La gargantuesca puerta se abrió rápidamente y apareció un hombre bien peinado con traje negro, sonriendo cálidamente a su profesor. Williams y el hombre se estrecharon la mano, hablando velozmente en alemán. Breanne se estremeció, una imagen súbita del hombre vestido con uniforme negro, llevando un látigo, blasonado con la esvástica nazi en un brazo. Agitó la cabeza para espantar la imagen. El corazón de Bre pegó un bote cuando el hombre bien peinado la miró directamente y le sonrió.

"Señoras y caballeros, tengo el honor de presentarles a Herr Schumann, el encargado el museo. Es un viejo y querido amigo mío, y nos ha permitido generosamente tener acceso el museo, de forma privada, durante todo el día. El señor Schumann es, como yo, profesor de historia medieval. Les sugiero que se aprovechen de sus conocimientos únicos durante la visita."

"Gutentag (N. del T.: 'Buenos días', en alemán en el original). Bienvenidos al Museo de la Inquisición. Soy consciente de que algunos de ustedes se sentirán muy afectados por este tema, como me ocurre a mí. Tal vez se pregunten por qué crear semejante monumento a algo tan atroz. La razón es bastante simple. De esta forma no ocurrirá de nuevo, a nadie. El museo sirve como recordatorio."

Breanne sintió que una ráfaga de brisa repentina y gélida se colaba por debajo de la falda de lana que llevaba. Sacó las manos de los bolsillos y cruzó los brazos sobre el pecho, haciendo que el abrigo se cerrara sobre su blusa. Se empeñó en concentrarse en las palabras del señor Schumann, pero un leve estremecimiento de terror se había colado en su alma. Se puso en guardia. Este lugar era maligno.

"Síganme, por favor." Indicó el señor Schumann, volviéndose hacia el edificio.

Los otros estudiantes pasaron al lado de Breanne, que continuó lentamente y se quedó la última. El profesor Williams estaba en la puerta, observando cómo entraba su grupo de alumnos. Sonrió a Breanne que miraba impasible un letrero escrito a mano, colgado de un clavo especialmente horrible.

"Dice, 'Cerrado para visita privada', Bre. No debes preocuparte." Dijo el profesor Williams, el rostro arrugado en una sonrisa. Le puso la mano en el hombro y le dio un ligero empujón. "Vamos."

Breanne siguió a los otros estudiantes al interior del museo, accediendo a un amplio corredor. En las sombras brillaban salas con armaduras, que reflejaban los rayos de luz de un ventanal situado sobre la puerta, cada una de ellas sujetando algún horripilante instrumento de muerte. Las paredes estaban adornadas con unos cuantos tapices de ricos colores, junto a un rótulo y una flecha que Breanne interpretó en su imperfecto alemán como "servicios".

"Reúnanse aquí." Gritó Herr Schumann, de pie ante una vitrina expositora. Breanne avanzó mirando las figuras de la vitrina, más allá del profesor alemán.

"Subiendo por la escalera que hay detrás de mí pueden ver unas cuantas pinturas de algunas de las cosas que enseñamos. El período medieval fue una época de miedo, dolor, y mucha pobreza. Muchos de los aparatos que verán hoy aquí se usaban para obtener confesiones de culpabilidad en el caso de delitos como robo, asesinato y herejía." Herr Schumann miró hacia abajo, cerrando las manos. "Algunos de ustedes pueden no estar preparados para afrontar estas exhibiciones. Esta ventana presenta los lados más oscuros de la especie humana. Todos tenemos esos lados, solo que la mayoría de nosotros tenemos principios morales y éticos que no los dejarán aflorar nunca. La visita que vamos a hacer hoy examina no solo el pasado, sino también el futuro. Si alguien lo prefiere puede quedarse en este vestíbulo y no recorrer la exposición." Sus ojos parecían mirar directamente a Breanne.

Bre sintió un estremecimiento y dio involuntariamente un paso atrás, tropezando con el profesor Williams. La sujetó, ayudándola a recuperar el equilibrio mientras tragaba saliva, asustada. "¡No quiero ir, profesor! ¡Por favor! ¿Me deja que me quede aquí?" dijo Breanne, atropellándose sus palabras. Todos los otros estudiantes contemplaban su arrebato.

El profesor Williams arrugó el entrecejo pero luego asintió, con una sonrisa tranquilizadora en su rostro. "Desde luego, Breanne. Lo comprendo. Hay un bonito banco justo allí." Señaló hacia atrás, en dirección a la puerta principal. "Si quieres espéranos allí. Aunque serán un par de horas."

Breanne asintió, inundada con una sensación de intenso alivio. "Sí señor, se lo agradezco mucho. He traído un libro. Estaré bien." Las palabras todavía eran temblorosas.

Herr Schumann miró fijamente al grupo, con la cara radiante. "¿Alguien más?" Nadie se movió para unirse a Breanne. "Muy bien. Entonces, si el resto de ustedes quiere seguirme..." El señor Schumann se dio la vuelta y se alejó de la escalera bajando por el vestíbulo torciendo a la derecha por una puerta abierta. El eco de las pisadas de los compañeros de clase de Breanne se debilitó y luego desapareció, cediendo ante el monótono murmullo de la charla de Schumann. Breanne quedó sola en el vestíbulo, se dio la vuelta, examinó los tapices. No pasó mucho tiempo antes de que su admiración por los colores y tejidos se convirtiera en repugnancia. Todos los cuadros eran de ejecuciones, algunas horriblemente sangrientas. Finalmente se dirigió al banco, sentándose y abriendo su mochila, extrayendo un maltratado ejemplar de poesía de Longfellow que había comprado cuando estuvieron en Londres. Centró su atención en las palabras dejando que la letra hiciera desaparecer la turbación que había sentido. La asustó un sonido procedente de la puerta de los servicios y levantó la vista encontrándose con una mujer de pelo oscuro, vestida con ropa de asistenta, que salía de los servicios. En la mano llevaba un cubo lleno de trapos y productos de limpieza. Los ojos de Breanne se cruzaron con los de la mujer, pero luego volvió al libro, intentando ignorar a la limpiadora.

Durante varios minutos la chica pasó el paño por varias filas de armaduras, haciendo que resplandeciera el ya brillante acero. Breanne vio por el rabillo del ojo como la mujer daba vueltas hasta que estuvo junto al banco, con el cubo en la mano. La mujer sacó una botellita con un rótulo escrito a mano que decía "limpiador", que Breanne pensó lo curioso que era que estuviera en inglés. La mujer pasó la mano por debajo del banco y Breanne empezó a apartarse, molesta por el penetrante aroma del limpiador. Ocurrió de repente, el grito de Breanne ahogado por el trapo limpiador. Levantó las manos, agitándolas y peleando contra los brazos de la mujer de la limpieza, intentando desesperadamente respirar aire, asfixiada con los amargos humos que le llenaban los pulmones. Se le nubló la vista y sintió que la fuerza se le esfumaba. Tembló una última vez antes de caer en los brazos de la mujer de la limpieza.

"Espero que todos ustedes hayan encontrado interesante esta exhibición de útiles de muerte. El género humano siempre ha conseguido grandes progresos en dos áreas: en la medicina y en provocar la muerte. Tomen por ejemplo a su propio país lanzando dos bombas nucleares. Nosotros, como especie, nos hemos convertido aún más en adeptos a quitar la vida." Decía con tristeza Herr Schumann.

"Las ejecuciones eran casi siempre públicas. La horca, la hoguera, y los otros escenarios que han visto deberían haber demostrado cómo se mantenía la disciplina, de que manera esas muertes tan dolorosas eran un acicate para no violar la ley." Hizo una señal de adiós con la mano. "Pero basta de esto; estamos preparados para trasladarnos a otra exhibición, una que creo que encontrarán iluminadora y tal vez incluso divertida. Las vitrinas de la siguiente sala contienen el equipo utilizado por la Inquisición española, junto con otros dispositivos usados en el continente. Estos dispositivos no estaban diseñados, al menos la mayor parte, para matar al ocupante, solo para producir dolor en cantidades variables."

Herr Schumann miró a los estudiantes que le rodeaban, viendo sus rostros embelesados. "Además de producir dolor, muchos de estos artilugios eran de naturaleza sexual, porque la iglesia veía negativamente las relaciones sexuales. Con frecuencia se colocaban a las mujeres cinturones de castidad, algunos de naturaleza horrible como verán ustedes." Schumann hizo una pausa.

"Hoy, debido a su visita, he conseguido una invitada especial para ella. Se trata de una joven que está familiarizada con la experiencia en este tipo de torturas, y, pese a su naturaleza dolorosa, encuentra una cierta liberación sexual en ellas. A menudo he sentido que la mejor manera de entender estos tormentos medievales era presenciarlos en acción. Si se sienten incapaces de soportar esta exhibición o no desean hacerlo les invito a permanecer aquí, en esta sección, hasta que el resto de la clase haya terminado. La desnudez no debe ofenderles. ¿Alguien desea quedarse aquí?" preguntó Schumann a la audiencia. Ni un solo estudiante abandonó.

"Muy bien, entonces, si así lo desean síganme todos." Dijo Herr Schumann, abriendo la puerta y llevando al grupo a una sala débilmente iluminada. Varios puntos de luz iluminaban formas de madera de aspecto extraño, todas con correas de cuero y anillos de metal incrustados. Herr Schumann se aproximó a la primera exposición.

"Este objeto se conoce como cruz de San Andrés. Tiene la forma de la letra 'X' y se usaba ante todo para inmovilizar a los prisioneros que iban a ser torturados." El señor Schumann oprimió un pequeño botón y unas cuantas luces más iluminaron la escena. "La pared detrás de la cruz está decorada con un surtido de látigos y útiles de flagelación. Como pueden ver algunos de estos dispositivos no eran solo tiras de tela, sino herramientas de castigos más severos. ¡Ah! Ha llegado nuestra voluntaria."

Toda la clase, incluidos los dos profesores, se volvieron cuando se abrió una puerta señalada con "Eintritt verboten" (N. del T.: 'Prohibida la entrada', en alemán en el original). Una mujer de pelo negro, vestida con mono de trabajo, entró en la sala llevando a una chica de pelo caoba y en edad de ir al instituto. Llevaba los ojos vendados, con una tela negra espesa que le rodeaba la cabeza, y tenía la boca rellena con una mordaza de bola roja sujeta con una correa. Llevaba una bata roja gruesa, atada por delante, y se tambaleó lentamente cuando la mujer de pelo negro la empujó hacia delante.

"Permítanme que les presente a todos ustedes a mi asistente, Fräulein Richter (N. del T.: en todo lo que queda de texto el autor comete el error de escribir la palabra alemana "Fräulein", señorita, como "Frauline"; me he permitido corregir ese error). Y, desde luego, a nuestra bella voluntaria, Liesel." Schumann sonrió abiertamente. "Fräulein, quiere, por favor, sujetar a Liesel a la cruz, vamos a empezar la demostración."

Fräulein Richter volvió a empujar a la muchacha, llevándola hacia la cruz con pasos vacilantes y tambaleantes. Los pies desnudos de la chica golpeaban la piedra sonoramente hasta que se balanceó delante de la cruz. Los miembros le colgaban en los costados mientras la fräulein le desataba la bata, apartando la ropa carmesí y retirándola de los hombros de la muchacha.

Todos contuvieron la respiración cuando el sexo y los pechos desnudos de Liesel quedaron expuestos bajo la severa luz del museo. Los grandes montículos suavemente cremosos, que se inflaban ligeramente con cada inspiración, coronados con enormes pezones rosados, parecieron excitar y enardecer a los impresionados estudiantes universitarios. La raja de la muchacha estaba afeitada, sonrosada y húmeda, y tenía ese aspecto ligeramente rojo de un pubis recién afeitado.

Fräulein Richter la empujó hacia atrás, la mano sobre el hombro de Liesel. Richter acarició cada brazo, levantándolos uno cada vez y enganchando las delicadas muñecas en grandes grilletes de cuero. El cuero llevaba incrustados anillos metálicos enganchados a los brazos abiertos de la cruz. El grupo de visitantes observaba maravillado como la voluntaria, aparentemente servicial, se dejaba atar.

Richter separó las piernas de la muchacha, repitiendo el proceso con los tobillos y hubo un suave rumor de tela cuando los chicos del grupo dieron un paso adelante, para ver mejor la raja sonrosada dejada al descubierto por la postura. Finalmente Richter se echó atrás y se puso a un lado.

"Ahora, como pueden ver, la cruz de San Andrés es increíblemente perfecta para sujetar a la víctima, extendiendo los cuerpos de forma que el torturador tenga acceso a la casi totalidad de las partes más devastadoras. El primer artículo que vamos a mostrarles se llama 'pera'." Schumann hizo una seña a Fräulein Richter que mantuvo en alto un pequeño objeto de metal, con la forma de la fruta.

"El dispositivo es muy ingenioso, con un funcionamiento muy similar al del sacacorchos. Observen, por favor, la demostración de Fräulein Richter. Cuando gira la manivela situada en el 'tallo' de la pera, la parte inferior del bulbo comienza a expandirse. Aumenta de tamaño. Como pueden ver en este modelo, las pequeñas púas situadas en el interior de la base se hacen más prominentes." Fräulein Richter manipuló el dispositivo hacia fuera y luego volvió a retraerlo a su tamaño inicial.

"Ahora Fräulein Richter va a insertar la 'pera' en la vagina de Liesel. En la época medieval los órganos sexuales femeninos eran con frecuencia las áreas primarias donde se aplicaba la tortura; sin embargo existen evidencia documental de la utilización anal de las peras y también en hombres."

Fräulein Richter había sacado de su bolsillo un pequeño tubo de aceite claro y cubrió generosamente el extremo bulboso de la pera. Lentamente, con un suave movimiento hacia atrás y hacia delante, deslizó la pera entre los pliegues del sexo de Liesel. La muchacha atada emitió un grito de desesperación enmudecido cuando la fruta de frío metal se deslizó en sus profundidades dejando expuesto solo el tallo de manivela. Richter dio varias vueltas a la manivela y la muchacha soltó un fuerte chillido, luchando violentamente contra las correas de cuero que la sujetaban a la cruz.

"Como pueden ver, incluso unas pocas vueltas a la manivela pueden causar una intensa incomodidad en la víctima. La presión contra los músculos vaginales, además de en el cérvix, crea una profunda sensación, por no mencionar esas minúsculas púas." Schumann soltó una risita. "Creo que otras dos vueltas más conseguirán el truco."

Gritos altos y prolongados salieron de la mordaza de la chica cuando la fräulein se inclinó de nuevo he hizo girar la manivela. El cuerpo de la muchacha se agitó y una única estela de fluido claro se deslizó por su muslo abajo. La clase observaba extasiada como la muchacha agitaba la cabeza atrás y adelante, bombeando las ingles en un esfuerzo para forzar al penetrante instrumento a salir de su húmedo agujero escondido.

"Creo que ya están preparados para seguir. El siguiente grupo de dispositivos que les mostraremos son varios de esos látigos e instrumentos de flagelación que mencioné antes. El primero es conocido como el 'gato de nueve colas'. Esta hecho de cuero negro trenzado, formando nueve látigos duplicados, conectados con un único mango. ¿Han notado la referencia a las nueve vidas del gato? (N. del T.: para los angloparlantes los gatos tienen nueve vidas, en lugar de siete como es en nuestro caso)." Schumann soltó una risita, por lo bajo. "Fräulein Richter nos mostrará su uso."

La belleza de cabello oscuro hizo bailar el látigo sobre el pecho oscilante de Liesel, haciendo que la chica vendada saltase contra la pesada cruz de madera. Aparecieron marcas rojas que cruzaban los pechos cremosos, como las rayas de un tigre, agitándose los pechos por el impacto. Un grito largo e inarticulado salió de su garganta mientras Richter lo hacía bailar de nuevo, marcando una segunda muestra de verdugones angustiosos. Richter terminó después de dos golpes más.

"Como pueden ver, el gato de nueve colas era increíblemente doloroso, y se usaba frecuentemente en castigos públicos. Usado apropiadamente podía incluso cortar y erosionar la piel de la víctima. Por supuesto que nosotros no queremos hacerle eso a Liesel, ahora, pero estoy seguro de que pueden imaginarlo." Schumann volvió a sonreír. "La siguiente herramienta que les mostrará la señorita Richter se conoce como 'sap' (N. del T.: no he conseguido encontrar una palabra en castellano para este término, aunque parece tratarse de una especie de porra utilizada por las policías inglesa y americana incluso en nuestros días). Consiste simplemente en dos trozos de cuero entre los que están cosidos pesos de plomo, enganchados a un mango. Este dispositivo particular era popular no precisamente en la época medieval sino que más bien fue utilizado por los agentes encargados del cumplimiento de la ley durante los cuatro siglos posteriores."

Fräulein Richter levantó un objeto de cuero grueso que parecía una pequeña paleta. Tras mostrarlo a la clase lo aplicó al pecho de Liesel y luego empezó a balancearlo atrás y adelante, golpeando ambos pechos en cada oscilación. La muchacha se envaró, su voz enmudecida puntuada con los rápidos y sonoros palmetazos en cada pecho bien curvado. La clase se movió hacia delante agrupándose alrededor de la fräulein, mientras el pecho rojo de Liesel empezaba a volverse de un púrpura más oscuro. El pecho subía y bajaba y una fina capa de humedad se formaba sobre su cuerpo atado.

"¡Excelente, Fräulein Richter! Creo que es suficiente. Tal vez serían apropiadas ahora otras dos vueltas a la pera."

La mujer vestida de negro sonrió, con una sonrisa malvada y tiró el 'sap'. Sus dedos se movieron entre las piernas de la chica atada y agarraron rápidamente la manivela, girando el mecanismo dos vueltas adicionales. El cuerpo de Liesel reaccionó con sobrecogedora intensidad, tensándose hacia delante con repentina energía. Su voz, aún enmudecida por la mordaza, intentaba transmitir sus sensaciones mientras las nalgas empezaban a rebotar contra la cruz de madera.

"¿Fräulein? Si no le importa, creo que nuestra querida Liesel podría saborear el 'sap' contra su clítoris. Esto mostraría más claramente la exquisita tortura que puede resultar de combinar la cruz, la pera y el 'sap'.

Richter ni siquiera vaciló, doblando rápidamente las rodillas y balanceando violentamente la pequeña paleta de cuero contra el clítoris sobresaliente de la muchacha atada. Su cuerpo se retorció tirando hacia atrás y hacia delante con feroces movimientos mientras un rumor torturante se escapaba a través de la mordaza. Una y otra vez los pequeños y duros azotes golpeaban abajo y la clase observaba asombrada como el clítoris de Liesel se hinchaba y enrojecía. Finalmente Richter se detuvo, sonriendo de placer. Liesel se derrumbó en la cruz cuando terminó la paliza.

"Ahora, Fräulein Richter soltará a nuestra voluntaria y la preparará para la próxima demostración. Mientras lo hace me gustaría que todos ustedes examinaran el próximo e insidioso dispositivo..." La voz de Herr Schumann se desvanecía mientras conducía a los estudiantes cruzando la sala. Richter soltó rápidamente las ataduras de las piernas de la muchacha torturada, cerrando la manivela de la pera y quitándosela en una húmeda y repentina extracción. La muchacha respondió agitándose, pero volvió a caer en el estado de semi inconsciencia en el que se encontraba.

Richter pasó los dedos sobre los pechos de la muchacha atada, sintiendo la carne aún caliente, y disfrutando de los globos llenos y redondos. La fräulein soltó los brazos de la chica, tirando de ella hacia delante provocándole un movimiento tambaleante y atónito. Desde el otro lado de la sala algunos de los estudiantes estaban observando a pesar de la descripción que Schumann hacía de la silla con púas situada ante ellos, y Richter giró la cabeza de la muchacha, asegurándose de que la venda siguiera en su sitio. La cruel mujer se inclinó acercándose.

"No quieres que te reconozcan, ¿verdad?" dijo con un susurro maligno. La muchacha no respondió y Richter siguió empujándola hacia delante, ayudándola a mantener el equilibrio. Se trasladaron a otra exhibición, oscura y tranquila, y Richter no perdió tiempo en pasar un pesado cinturón de cuero alrededor de la cintura de la chica.

"Espero que no esté demasiado prieto, Liesel." Dijo Richter tranquilamente. La chica murmuró algo que se perdió en la mordaza y Richter terminó atando las cuerdas a la multitud de anillos incrustados en el cinturón. Los grilletes se habían quedado puestos y a Richter le llevó unos momentos atar unas cuantas cuerdas adicionales a cada uno.

"¡Ah! Veo que Fräulein Richter ya está preparada para nosotros. Si lo desean, síganme todos, por favor." Anunció Schumann mientras el flujo luminoso cambiaba una vez más, oscureciendo la silla de púas e iluminando un artilugio de aspecto extraño, cerca de la voluntaria, atada una vez más.

"El siguiente dispositivo de tortura que les mostraremos. Se le conoce como la 'cuna de Judas'. Como pueden ver se trata simplemente de un objeto de madera con forma de pirámide. Se hacían de muy variados tamaños y con varios grados de pendiente. Esto era importante para lo que el torturador quisiera infligir a la víctima. Como pueden ver en el cinturón de Liesel, se enganchaban varias cuerdas a la víctima, que era izada en el aire por encima de la 'cuna'. Hoy, para nuestra demostración, utilizaremos un sistema mecánico de poleas, pero como pueden ver en las ilustraciones de la pared detrás de la 'cuna' se necesitaban varios hombres fuertes para izar a cualquier víctima. Fräulein Richter manejará los mandos."

De repente la muchacha atada fue levantada en el aire por el cinturón, llenando la habitación el zumbido de motores. Gruñó cuando el cinturón le mordió por debajo de las costillas, manteniéndola en el aire. Cada uno de los brazos y piernas lucía una cuerda que serpenteaba hacia abajo hasta cuatro sólidos pesos. Cuando estuvo a varios pies del suelo los brazos y las piernas se estiraron hacia abajo y de repente el cuerpo se elevó a cuatro patas, por encima de las losas.

Con un solo empujón Schumann colocó la pirámide de madera bajo la muchacha, situándola directamente debajo de su entrepierna. Le separó las piernas ligeramente y la clase observó como la ancha pirámide forzaba a las piernas de la muchacha a separarse más y más, hasta que el vértice de madera estuvo a solo una pulgada (unos 2,5 cm) de la flor empapada y maltratada de la víctima. Ella intentó desesperadamente soportar su peso, montando la pirámide con las piernas, pero era demasiado difícil tirar hacia arriba de los pesos enganchados a sus piernas y cada miembro cedió hacia abajo mientras desaparecía la pulgada final. La clase observó como la punta presionaba hacia arriba en el interior del sexo de la muchacha, separando y aplastando los labios hacia el exterior. Se retorció, gritando tras la mordaza.

"Ahora, como pueden ver claramente, los primeros dos centímetros más o menos, de la pirámide, se han introducido dentro de Liesel. Estirada ya internamente por la pera, ahora están siendo maltratadas las zonas externas de su sexo. Pero no vamos a dejar que todo su peso descanse sobre la pirámide. En la Edad Media se levantaba y dejaba caer a las víctimas varias veces, a veces desde una altura de varios pies y con mucha velocidad para que la punta las perforara. Adicionalmente algunas de las 'cunas' más crueles tenían púas u otras monstruosidades. Este modelo en particular se usaba para proporcionar una tortura prolongada. Permitía al usuario imponer casi exactamente la cantidad de presión a ejercer sobre la vagina o el ano de la víctima."

"Liesel está sintiendo en este momento una gran e incómoda presión sobre su vulva, labios e incluso el clítoris. Como pueden ver por lo que se retuerce está intentando aliviar la presión de cualquier manera posible. Esta tortura incluso se usa en las prácticas sexuales de nuestros días, conocida bajo el nombre de 'poni de madera' (wooden pony) que en vez de una pirámide usa una única superficie de madera, cortada por un lado en forma de punta. La víctima se monta en la tabla que se coloca ligeramente más baja que la entrepierna cuando la víctima está de puntillas. Como pueden imaginar cuando la víctima se va cansando su fortaleza se esfuma y se produce la caída hacia la tabla. Esto es exactamente lo que le estamos haciendo a Liesel, excepto que Liesel no tiene elección. Se la está dejando caer sin elección ni posibilidad de alivio."

Durante varios minutos observaron como el cuerpo de la muchacha soportaba la presión cortante, haciendo varias veces la tijera con las piernas pero volviendo siempre hacia fuera siguiendo la ladera de la pirámide. Uno de los chicos sacó la cámara y tomó varias fotos de los labios hinchados del sexo de la muchacha, extendidos obscenamente y aplastados hacia fuera. Luego de nuevo zumbó el motor y observaron cómo su cuerpo se levantaba otra vez. Su flor magullada se volvió de un rojo brillante cuando la sangre expulsada por la presión volvió de golpe. Las piernas se le cerraron lentamente mientras era izada y la cabeza se le cayó hacia delante.

"Creo que así termina nuestra demostración de la 'cuna de Judas'. Me gustaría que todos ustedes dedicaran una ronda de aplausos a nuestra querida Liesel." Pidió amablemente Schumann. La multitud de estudiantes aplaudió sonoramente, incluso unos cuantos silbaron. Schumann continuó, "Ahora si todos ustedes me siguen, por favor, asistiremos a la exhibición final mientras Fräulein Richter se ocupa de Liesel."

El grupo de estudiantes siguió a Schumann mientras las luces se debilitaban y Richter pasó unos minutos quitando las diversas cuerdas y el cinturón del cuerpo de la muchacha apaleada. Richter la pilló cuando se caía hacia delante, casi inconsciente. Richter la depositó en el suelo quitándole los grilletes de los tobillos y muñecas. Durante varios minutos la bella de pelo negro masajeó los miembros de la muchacha vendada, devolviéndola a la consciencia. Se pusieron en pie juntas, soportando la una a la otra y se dirigieron hacia delante, a la exhibición final iluminada ya con una luz chillona.

"... de la cultura popular, ha sido un castigo favorito a través de los tiempos." Decía Schumann. "Y puesto que Liesel está preparada ahora, la colocaremos en los cepos. "Richter tiró hacia delante de su voluntaria, de espalda a la muchedumbre, y la empujó hacia los cepos abiertos. Con un movimiento rápido enganchó la cabeza y las muñecas de la muchacha en el torno de madera, el cuerpo doblado por la mitad.

"Excelente. La humillación era un factor principal en este tipo de castigo. Desnudada delante de extraños, o incluso de gente que te conoce, tal vez flagelada y luego colocada en los cepos. Cualquiera puede tocarte, violarte o sodomizarte sin resultados adversos." Schumann sonrió. "Ahora llegamos a la parte de 'manos a la obra' de nuestra visita. Les invito a cualquiera de ustedes a subirse a los cepos, tocar, azotar, pellizcar o estrujar a nuestra pequeña Liesel, en cualquier parte de su cuerpo. La única cosa que pido es que no le toquen la venda de los ojos. El anonimato es muy importante para ella."

Schumann se echó atrás y observó mientras varios estudiantes subían ansiosos los escalones. Avanzaron las manos, estrujándola cuidadosamente y azotándola, mientras el cuerpo de la muchacha temblaba y se agitaba bajo la avalancha. Unos cuantos azotes bien colocados provocaron gruñidos guturales y unas cuantas manos amasaron con entusiasmo los pechos colgantes. Finalmente varios dedos penetrantes provocaron un brusco chillido y Schumann pidió que se detuvieran las violaciones humillantes.

"Creo que la querida Liesel ha soportado todo lo que podía aguantar, y necesito pedir a los que todavía están toqueteándola que se detengan. Gracias. Espero que todos ustedes hayan disfrutado con la buena voluntad de Liesel para soportar estos tormentos como demostración de sus impresionantes efectos. Por favor, bríndenle a ella y a Fräulein Richter una tanda de aplausos por su asistencia." A continuación hubo un torrente de aplausos mientras la clase aplaudía a la bella atada, todavía temblando debido a las sensaciones que había sufrido, además de a la encargada del museo.

"Ahora, si todos ustedes me siguen a la siguiente galería, observaremos las últimas exposiciones..." La voz de Herr Schumann se desvaneció cuando el grupo salió de la sala. Fräulein Richter pasó la mano por detrás de un pequeño armario escondido por la puerta de la galería y sacó un jeringuilla hipodérmica, un poco de algodón y una pequeña botella. Vertió un poco del alcohol de la botella en el trasero de la muchacha atada, provocando otro rápido grito, antes de Richter diera unos golpecitos a la aguja y la metiera a fondo en las nalgas de la muchacha. Apretó el émbolo, riéndose por lo bajo.

"Duerme, duerme, Liesel."

"¡Breanne, Breanne! ¿Estás bien?" La voz del profesor Williams parecía venir desde una gran distancia. Breanne gruñó cuando las oleadas de dolor la alcanzaron; sacándola de la oscuridad.

"¡Breanne! Tienes que contestarme, cariño. Te has caído del banco y te has golpeado en la cabeza. ¿Puedes oírme?"

Breanne abrió lentamente los ojos, mirando al rostro del profesor, a la vez que la expresión preocupada de los rostros de sus compañeros estudiantes. Abrió la boca pero las palabras se atropellaron en un murmullo confuso e inarticulado. La única palabra que tenía sentido era "duele".

"Tiene un buen chichón en la cabeza, pero se ha caído por fuerza del banco, y ese libro suyo la golpeó bien. Será mejor que se la lleven al hotel y la dejen descansar." La voz de Herr Schumann le llegó con suavidad y preocupación.

Breanne levantó la vista volviendo a ver a Schumann y su entrecejo fruncido. En su boca se formaron las palabras "Y-y-yo recuerdo... le recuerdo." Hizo una mueca cuando un dolor palpitante le atravesó el cuerpo, empezando en la entrepierna y llegando hasta los pechos.

"¿Qué es lo que recuerdas, Breanne?" dijo Schumann con voz repentinamente intensa y firme.

Los ojos de Breanne se cerraron mientras luchaba. "No lo sé. Es todo tan confuso." Dijo, arrastrando las palabras.

"Bueno, tal vez lo recuerdes en su momento. Estoy contento de que no te hayas roto nada al caer." Schumann se volvió hacia el profesor Williams. "En serio John. Será mejor que cojas a esta dulce muchacha y hagas que se acueste un tiempo. El golpe en la cabeza sin duda le producirá algunas extrañas ideas durante los próximos días."

"¡No puedo creer que pueda ocurrir algo así!" murmuró el profesor Williams, ayudando a Breanne a ponerse en pie, soportándola cuando se tambaleaba, agarrándose a él. Sujetó a la muchacha y ella recuperó el equilibrio, apretando los pechos contra su brazo. Dio un grito, agarrándose el pecho, con lágrimas brotando de sus ojos.

"Va todo bien, Bre. Te llevaremos de vuelta al hotel." Dijo el profesor Williams. Se volvió por última vez hacia Eric Schumann. "Eric, siento mucho esto. Fue una visita maravillosa, aunque no estoy seguro todavía de que estuviera preparado para lo de Liesel. Por favor hazle saber que espero que se recupere totalmente, y dile que apreciamos su trabajo."

Eric Schumann sonrió. "Por supuesto, John. Gracias por venir. Estoy seguro de que Liesel está en las mejores manos y se recuperará... finalmente. Wiedersehen! Tschus! (N. del T.: en alemán en el original, '¡hasta la vista! ¡Adiós!')"

Fin

Nota del autor:

Las torturas medievales descritas en este relato son dolorosamente exactas. Esta fue una de las pocas historias que he completado que encontré que necesitaba verdaderamente investigar al respecto. Me quedé atónito ante la naturaleza de la crueldad humana, que parece ir más allá de cualquier interés sexual para caer en lo que solo puede considerarse inhumano. Suplico a mi audiencia que recuerde que los contenidos de este relato son FICCIÓN, y deberían seguir así siempre. Por favor sed respetuosos con las necesidades de vuestras parejas. Adicionalmente, cualquier descripción que se parezca a personas o sitios reales es completamente accidental y todos los personajes están solamente en la mente del autor. Erimus simul en aeternum,

Michael Alexander